TERCERA ÉPOCA | Número. 28

Page 1

FEDERICO CAMPBELL

A 1O AÑOS DE SU PARTIDA

Sergio Gómez Montero

Iliana Hernández

Rael Salvador

MARZO 2024 | NÚMERO 28
Ferdinando
Fotografía:
Scianna

Federico Campbell y Ensenada

En Ensenada, Federico Campbell (1941-2014) regeneró Palabra (entonces semanario cultural de El Vigía, bajo la dirección de Enhoc Santoyo Cid), del que fue, a través de oportunos reportajes de fondo y puntuales columnas, tanto tutor de rumbos y amistades, como impulsor de temas intocables en otros espacios del periodismo nacional.

Fundador de la segunda etapa de Palabra (de 2010, año de negociaciones y posibilidades, hasta el día de su muerte, 15 de febrero de 2014), se convirtió en asesor editorial, proporcionando materiales que equilibraron el fondo y sustentaron la forma, sugirió colaboraciones y colaboradores —Ferdinando Scianna, Guadalupe Beatriz Aldaco, Juan Villoro, Antonio Damasio—, y no desestimó la internacionalización de sus rumbos, ampliando sustancialmente sus páginas con las firmas inestimables de Alberto Manguel, Leila Guerriero, Martín Caparrós y otros…

“No pierdas el contacto con Guadalupe Aldaco en Hermosillo. Es bajacaliforninasonorense como yo. Porque también los hay sonorensebajacalifornianos que no es lo mismo”, insistió, mesurado, caballeroso, sólo desbordante en su juego de palabras, apenas un mes antes de abandonar, dolorosa, imprevista e irremediablemente, su gustado y leído espacio en nuestra casa editorial.

Federico Campbell Quiroz, infatigable y generoso, expresivo en su armonía de conjunto, pleno, eficaz, elocuente y consecuente, lo suyo fue la foto-máquina de escribir que se continúa en su “American Typewriter”; de vocación escéptica, orteguiano por excesiva curiosidad filosófica y rulfiano por mesurada pulcritud verbal, la suma de sus quehaceres —libro sobre libro—consolidan a un hombre elaborado a la luz del padre y la hora bergmaniana del lobo.

A sus lectores, después de 10 años de su partida, van dedicadas estas páginas a su memoria. R.S.

Pretexta: novela de una generación / Sergio Gómez Montero págs. 3 a 8

El otro Federico Campbell / Iliana Hernández Partida pág. 9

Federico Campbell: la frontera ausente / Rael Salvador págs. 10 y 11

Kierkegaard o la filosofía interior / Fernando Mancillas Treviño págs. 12 y 13

Mudanzas y exilios con variantes / Eduardo Cruz Vázquez pág. 14

La palabra desmentir / Martín Caparrós pág. 15

Maestros del arte bajacaliforniano: una colección editorial única / Gabriel Trujillo Muñoz págs. 16 a 19

Los diversos valores de la ficción: La ciudad de las palabras  de Alberto Manguel / Juan Antonio López Ribera págs. 20 a 22

Graciela Albert Palacios: la hermana poeta / Lauro Acevedo pág. 23

En plan de retiro (Parte III) / Enrique Botello pág. 24

Palabra no responde a colaboraciones no solicitadas ni asume como propias las opiniones de sus columnistas y comentaristas. La opinión de la revista literaria se encuentra reflejada en su editorial.

Todas las imágenes y fotografías que aparecen en la presente edición son utilizadas con fines informativos. El equipo editorial se ha dado a la tarea de indagar los derechos de autor correspondientes o su procedencia, consciente de su obligada autoría. En caso de omitir algún crédito, ofrecemos una disculpa y agradeceremos la información brindada para incluirlo en una posterior edición.

raelart@hotmail.com

Director General

Arturo López Juan

Director de Información

Enhoc Santoyo Cid

Director Editorial

Gerardo Sánchez García

Gerente Administrativo

Alfredo Tapia Burgoin

Coordinadora de Publicidad

Ma. Del Socorro Encarnación Osuna

Coordinadora de El Vigía Digital

Sandra Ibarra Anaya

Editor PALABRA

Rael Salvador

Corrector

Manuel Quintero

Diseño Editorial

Arturo Corpus

Fotografía

Enrique Botello

Colaboradores

Carlos Mongar, Sergio Gómez Montero, Gabriel Trujillo Muñoz, Federico Campbell (†), Daniel Salinas Basave, Leobardo Sarabia, Santiago M. Zarria, Manuel Quintero, Enrique Botello, Héctor García M., Óscar Ángeles Reyes, Fernando Mancillas, Iliana Hernández, Ruth Gámez, Herandy Rojas, Carlos-Blas Galindo, Alberto Manguel, Jeanette Sánchez, Martín Caparrós, Alfonso Lorenzana, Eduardo Cruz Vázquez, Eric Rodríguez Ochoa y Juan Antonio López Ribera.

Corresponsales en el extranjero

Ferdinando Scianna (Italia); Cony Mollet-Sigüenza (Francia); Ramón Ángel Acevedo, “Rakar” (Chile); Patrick Liotta (Argentina); Héctor García Mejía (Los Ángeles).

Corresponsal en Tijuana

Enrique A. Velasco Santana

Av. López Mateos, No. 1875. Ensenada, B. C. México.

Teléfonos para publicidad: 120.55.55, extensión 1023.

2 Marzo 2024 / Número 28

Pretexta:

novela de una generación

Entrevista con el escritor Federico Campbell, publicada originalmente en agosto de 1983 en el contexto de la aparición de una de sus obras de ficción

Montero Sólo estructurador de historias cotidianas. Profesor jubilado de la UPN/Ensenada gomeboka@yahoo.com.mx

e encuentro obligado a desempapelarme, a revisar mis cajas de recortes periodísticos para ver qué vale la pena conservar y qué no. La nostalgia me gana, pues me hace recordar lo que fueron más de cincuenta años que estuve en el periodismo y que en ello, a veces, sigo.

Aquí estoy, y en la revisión me encuentro con una entrevista que creo vale la pena recuperar y conservar, en agosto de 1983 se publicó en El Universal. Federico Campbell dice en ella cosas valiosas que, sin duda, tienen en la actualidad una validez sorprendente. Así comienza.

Son muchos los años de amistad, y por esa razón múltiples las oportunidades que han existido para conversar y discutir con Federico Campbell. Pláticas largas en las cuales los temas también han sido múltiples, pues lo mismo ellas transitan en torno al oficio de escribir, que se hacen densas cuando se refieren a cuestiones políticas o se vuelven casi silencios cuando remansan en el intercambio de las experiencias sentimentales. Intenso y continuo diálogo que hoy es posible concentrar en esta entrevista dividida en dos partes, que busca ser fundamentalmente un marco de referencia a una lectura; una lectura la de Pretexta— que se presenta como ineludible y que, cuando se realiza, se torna tortuosa a veces, cargada de reminiscencias, de claves, de identificaciones, de silogismos en los cuales la duda no se disipa sino que, en apariencia, pareciera volverse más intrincada, más complicada aún que antes. Juego en el cual, al comprometerse uno se expone a ser “jugado”, a convertirse en el objeto con el cual el

escritor está jugando; objeto del cual se burla el escritor, al que nunca se le permite asir la trama verdadera de la ficción.

La irreverencia de Federico Campbell hacia el lector parecería ser, se considera, uno de los valores más relevantes de su novela Pretexta; de esta novela que cuenta el proceso de degradación en que se ve envuelto un redactor fantasma, Bruno Medina, escritor frustrado y periodista a veces (en momentos picarescos de su vida), al dedicar todas sus habilidades a confeccionar un libelo en el que se falsifica la biografía del profesor Álvaro Ocaranza. Tal patraña se le vuelve a Bruno un problema de identidades, una traición al padre, una forma de autodestrucción vital y literaria, una impotencia para vivir la vida con coraje, entusiasmo, pasión y amor (para vivir la vida, pues). Su sexualidad, su soledad sexual, se torna desquiciada, inútil y empantanada en una angustia onanista. Para su mayor desgracia toma forma en su imaginación paranoica la posibilidad de que más tarde se le investigue mediante un método lingüístico de “estiloestadística”. Conoce el terror cuando descubre que ese método (de policía literaria) efectivamente existe y que será su aniquilación moral, mental y personal. Meticulosa, cargada de sabiduría, referencial, angustiante y angustiosa, Pretexta es la novela de una generación la nuestra , que no sabe aún cuál es su identidad y que se desvive especulando en torno a ello.

Federico Campbell nació en Tijuana en 1941 y publicó antes de Pretexta la novela corta Todo lo de las focas en la Revista de la Universidad de México en 1978.

3
ENTRETELONES
Fotografía: Ferdinando Scianna

Sergio Gómez Montero: ¿Cómo sentiste la publicación de esta primera novela tuya? ¿Qué valor le das en cuanto tu aprendizaje y tu formación como novelista?

Federico Campbell: Me ayudó a resolver un problema de dispersión cultivado desde hace muchos años. Me obligó a concentrarme y a darme cuenta de que la calidad de la concentración cambia, va cambiando con el tiempo; no es lo mismo la concentración del primer día de trabajo que la concentración de dos semanas después. Al principio todavía lees los periódicos, ves a algunos amigos, contestas el teléfono. Después, no. No quieres ver a nadie ni saber de nadie. Te levantas y en la regadera estás pensando en lo que escribiste en la noche anterior antes de acostarte y dormirte durante todo el día. La publicación la siento como algo que me cae fuera de tiempo. Es tan lento el proceso de producción editorial que cuando finalmente sale una novela uno ya no está en ese asunto, ya no se acuerda de los detalles ni le fascina tanto la historia. Pero, claro, me ruboriza el mero hecho de la publicación, siento que me desnudo en público, así no tenga nada de autobiográfico el tema de la novela. Siento que hay algo de impúdico, o una falta de pudor, al hacer ver algo que, comoquiera que sea, tiene que ver con la propia vida de uno, con sus abyecciones, sus fracasos, su mala conciencia, su sexualidad, su dificultad fundamental para relacionarse. Todo esto, pues, sin que las líneas argumentales sean necesariamente autobiográficas.

SGM: El título de “Pretexta” suena un poco amanerado, pretencioso, culto, es una palabra que no se encuentra en los diccionarios. ¿Por qué? ¿Qué necesidad de un título tan rebuscadamente especial?

FC: Sí, seguramente es demasiado referencial. Parece depender de un mundo de relaciones, alusiones y conexiones demasiado alejado, históricamente, pero la verdad es que elegí ese título más que nada por su sonido y porque aludía a una anécdota, la estructura del libelo por Bruno Medina, que está antes del texto mismo del libelo y de la novela Pretexta. Toda la paranoia de Bruno es pretextual. Me preocupó mucho no dar con un título perfecto y racionalmente relacionado con la historia y que se justificara, pero luego me decidí un poco por la supuesta arbitrariedad derivada de la voluntad soberana del autor y lo hice un poco, pues, porque me dio la gana. Como cuando a un hijo le pones Sebastián o Federico.

SGM: En otra parte has dicho que la novela trata de ilustrar un asunto en torno a una tergiversación. ¿Te interpreto bien?

FC: Sin dejar de ser una tergiversación, cosa que

nos llevaría al problema que existe entre la falsedad y la mentira (y que no son las mismas cosas, como dice Rulfo), creo que más bien se trata de una operación de desinformación, como dice Ignacio Millán: todo un aparato destinado a montar una falsificación con visos de verosimilitud. Como cuando se regatea información oficial sobre el petróleo o se dan datos que tienden a desviar el verdadero problema de la política petrolera. Aquí se cuenta la historia de la adulteración de una biografía, la del profesor Álvaro Ocaranza, con fines de vituperio y por crueldad política. Lo de la “Pretexta” alude a la toga que usaban las personas del poder en la Roma imperial, y de la que hablaba el profesor Ocaranza en sus clases de historia del teatro. Era, por

otra parte, una especie de tragedia cuyos personajes estaban sacados de la historia nacional más reciente y aún no analizada o dirimida del todo.

SGM: La tuya es una novela que, al menos indirectamente abreva de la realidad relativamente inmediata, casi reciente. Desde tal punto de vista ¿qué relación crees tú que existe entre realidad e imaginación, tomando como base precisamente tu novela? ¿Crees, por ejemplo, que la literatura tiene alguna función social que cumplir? ¿Cuáles serían las relaciones entre literatura y realidad?

FC: Esta pregunta aparte de difícil me parece que encierra varias series de preguntas, como las muñecas

4
Fotografía: Ferdinando Scianna Federico Campbell en la lente de F. Scianna.

rusas o las cajas chinas o el mundo como esfera, lleno de esferas, y habría por lo menos que tener cierto entrenamiento filosófico para contestarlas, o un sistema, o una metodología. Habría que especializarse en problemas de teoría literaria, pues no es fácil añadir algo a ese tema luego de las disquisiciones de Erich Auerbach en su Mímesis: la representación de la realidad en la literatura occidental. Pienso en lo que dice allí del Quijote o de Virginia Woolf. Y es que, como decía Juan Marsé, “realidad” es una palabra que ya no se puede usar sin comillas. La realidad, ya se sabe, es por ejemplo tener hambre, estar en la cárcel, tener un trabajo y, claro, como trasposición en la literatura se vuelve otro tipo de cosa; es un detonante, un factor desencadenante y todo depende de la forma que se le dé. Pero, desde luego, la llamada realidad, sea lo que sea, es lo que cuenta, lo que más importa, porque además no existe aparte de la literatura y la literatura a su vez es parte de la realidad. Es como muy obvio todo esto, pero de la nada, nada se crea, y muchas veces las obras de ficción son más verdaderas que un libro de memorias, por ejemplo, con datos y fechas y nombres propios de personas que existen, a veces una biografía resulta más falsa y aburrida e insincera que una buena novela que está incidiendo en el corazón mismo de la vida (para decirlo con una metáfora que no se ha usado mucho). El lector lo sabe y también el autor que es su cómplice. La fascinación del lector, si es que se consigue, es indispensable para este tipo de encuentro. Se quiere saber el destino del personaje o de los personajes y si no se le tiende un suspense por lo menos se le plantea un enigma que puede parecerse en lo posible al de la vida humana: no sabemos quiénes somos ni nunca lo sabremos. No sabemos qué estamos haciendo aquí en la Tierra ni lo vamos a saber nunca. Nos vamos a ir con la duda a la tumba.

SGM: ¿Hasta allí llega tu consideración de la realidad?

FC: Por ahora, sí. Supongo que es algo que tiene que ver con aquello del “principio de realidad”, así como parece que hay un “principio del placer” y un “principio del poder”. A algo así alude Borges cuando dice que García Lorca es un poeta verbal y nada más; quiere dar a entender que el escritor sí tiene muchas cosas que decir, como todas esas historias y vidas que se sintetizan en unas cuantas líneas de un poema de Borges. Aparte de formar, están preñadas de realidades, de pena, de sufrimiento o enardecimiento y maravilla ante la existencia, ante la realidad, pues. Todas las novelas tratan de lo mismo, tienen un solo tema, ya se ha dicho mucho, pero hay que repetirlo, y ese tema es el ser humano. Por otra parte, no: no creo que la literatu-

ra tenga alguna función social que cumplir.

Eso se refería al para qué de la literatura, y yo, como buen pesimista, me quedo con lo que decía Pavese: “Nunca se ha visto que una poesía haya cambiado las cosas”. Tampoco creo que la literatura sea comunicación o compromiso. El compromiso yo creo que sólo se da a través de la militancia en un partido político. A lo mejor habría que explicar todo esto, pero es lo que siento ahora, y además no podría demostrarlo. Unos escriben por dinero, otros para enriquecer la experiencia que van teniendo del mundo en el que les tocó vivir o para hacerse de cierto prestigio social o por amor del bueno o para descubrir el placer en el trabajo o para dar voz a quienes no la tienen o por esperanza en un proyecto social más humano. Yo, desgraciadamente, creo a veces que lo hago por narcisismo.

“Todas las novelas tratan de lo mismo, tienen un solo tema, ya se ha dicho mucho, pero hay que repetirlo, y ese tema es el ser humano”

SGM: Hablaste una vez de la tergiversación en tu novela…

FC: Como dispositivo de la anécdota me funcionó muy bien esta idea, ya que la historia es la de un periodista más o menos frustrado a quien encomiendan la confección de un libelo para desprestigiar a un maestro de mucha autoridad moral y política en la sociedad de su tiempo. Al hacer los dibujos de la portada, Rafael López Castro pescó muy bien el tema

y, como en una carta de lotería, puso una figura (que alude casi siempre y simbólicamente al poder) con cualquier palabra debajo. Por ejemplo, bajo la máscara se lee “la máquina”, debajo del águila se lee “la pistola”, etcétera. Esa es la idea de la tergiversación; la falta de correspondencia entre la palabra y el objeto representado.

SGM: ¿Cómo abordas el tema del poder?

FC: Tal vez no lo abordo de lleno, salvo quizá como un subtema o un asunto colateral, pues no se tiene un tema único y excluyente en una novela. Además, esto del poder ahora me está pareciendo un poco en la línea de reconsideración de Nietzsche o del “discurso” de Foucault o de la onda de cierto romanticismo anarquista de algunos nuevos filósofos españoles, tipo Viejo Topo que no está nada mal, pero que yo no tenía mucho en la cabeza cuando me dio por contar esta historia. Lo de los “mecanismos del poder” sí me interesaba, un poco en el tono de Leonardo Sciascia, no en el sentido de la “voluntad de poder” nietzscheana que parece ser otra cosa. Yo más bien me iba a lo de las “relaciones de complicidad” en las que estamos, a lo que Ignacio Millán llama “el cemento, el pegamento de la complicidad” que es el que sirve para pegar los ladrillos del sistema. O se pega o se viene abajo. ¿Frustrado el periodista? ¿Por qué? Por lo que todos sabemos: la crítica no parece servir para nada, ni la protesta, y por aquello de aquel personaje de Conversaciones en La Catedral que le decía al joven Santiago que el periodismo no es una profesión sino una frustración. Es un México, pues, en donde el individuo y los grupos sociales, organizados o no, no tienen la menor posibilidad de defensa frente al Estado. Se trata, en cierta forma, de la impotencia ciudadana ante los llamados crímenes de Estado. Y así, dentro de todo este mundo sórdido, en el que las palabras tienen cualquier sentido menos el que se está queriendo dar, Bruno Medina, el libelista, encuentra una gran fascinación, sobre todo por el anonimato que le permite expresarse sin tapujos, enfebrecido, con una libertad enloquecedora que le da acceso a una especie de embrujo literario.

Todo esto, digo, me fue permitiendo continuar ciertas relaciones narrativas y temáticas que se me iban estableciendo a lo largo de la novela.

SGM: Tu novela Pretexta según tú, como lo has dicho en otras ocasiones, parece inscribirse dentro de la literatura negra, policiaca. ¿Hasta qué punto consideras que esto se puede convertir en una limitante? ¿Hasta qué punto la novela policiaca puede considerarse un género menor de la creación literaria?

FC: Las novelas no son ni menores ni mayores, buenas o malas según su género. Y las policiacas,

5

navegan con bandera de inofensivas, o enajenantes y pasan por ser literatura “no significativa”, pero son bombas de tiempo y en algunos casos son una reflexión sobre el poder, ya para reforzar sus composiciones (al estilo de las series televisivas que asimilan la bondad en los policías y el orden) o bien para dinamitarlo (en un sentido figurado, claro). Está ya muy dicho que, en manos de Raymond Chandler, Dashiell Hammett, Ross McDonald, Horace McCoy o Robert Van Gulick (ya lo decían Gide y Cernuda), la novela policiaca nada tiene que pedirle a otras novelas de supuesta o tácita respetabilidad literaria. Ni la de espionaje, que también es policiaca, en manos de Eric Ambler o de Graham Greene. Son autores que suelen escribir ejemplarmente sus novelas. Pero no es ése el fondo de la cuestión. La mía no es una novela policiaca en el sentido tradicional, clásico, del género, ni en el sentido de las novelas de Sciascia, como en A cada quien lo suyo, quien juega con el esquema tradicional de la novela policiaca para incrustar en ese cuadro el tema de la política, las relaciones de poder y de clase, las complicidades, para fijarse un poco en el sistema político y sus engranajes, rompiendo con las soluciones convencionales del género criminal. El delincuente no es necesariamente malo. El investigador se identifica a veces con el delincuente. Todos somos culpables. El Estado no se juzga ni se procesa a sí mismo. Etcétera. No. No es eso la mía. Yo más bien intento que por el lenguaje se sienta lo policiaco, la violencia sorda que nos impide realizarnos. Aunque claro, reconozco que a Sciascia debo algunas concepciones. Sciascia me dio la clave y le debo también ciertas percepciones de los intríngulis de poder. Y por otra parte la lectura de El contexto, El día de la lechuza, todo modo, me hicieron ver ciertas relaciones entre Sicilia y México. Cuando además en ciertos párrafos empecé a agarrar vuelo y me empecé a dar cuenta de que yo mismo caía en ese lenguaje condenatorio, sectario, panfletario, intransigente, maniqueo: policiaco, la verdad; es que me dejé ir, la verdad, porque sobre todo le daba tono a la tocata de Bruno y había que seguirlo. Y claro, a veces me trastornaba. La escena del desdoblamiento entre los dos Brunos viene de una de esas noches, también lo de las botas federicas. Toda proporción guardada, me acordaba de los dos Borges, y me consolaba o tranquilizaba, me conjuraba ese miedo fundamental a la locura, eso que Laing incluye en cierto margen de “normalidad”; es decir, que todos tenemos cierto compás esquizoide y que no debe aterrarnos.

SGM: ¿Qué puede haber de común entre Sicilia y México?

FC: Ta vez el pasado español, el catolicismo, el miedo a la traición sexual, la abundancia en la lengua siciliana de ciertos vocablos castellanos, la actitud judeocristiana y árabe por parte de España respecto a la

sexualidad, los modos mafiosos de relación y de política, y la imaginación para la venganza. Pero, te decía, no es la mía una novela policiaca en el sentido clásico inglés ni en el renovador o alternativo de Leonardo Sciascia. Es policiaca por lo que respira, por su tono y por su lenguaje judicial y clínico. Policiaca en el sentido calificativo en que se dice, por ejemplo, novela rosa, novela psicológica, novela romántica, novela italiana o novela yucateca. No es policiaca por su forma ni por su estructura, sino tal vez por su contenido o por su olor. El tema apesta. Todos traemos un policía adentro. Ser policía es esencialmente desconfiar. Es sembrar la cizaña. Es perseguir. Es espiar. Es archivar. Es echarle un ojo al gato y otro al garabato. Es acumular información. Es ser acumulativo y retentivo, egoísta y narcisista, incapaz de relación humana profunda. Y ese verbo, espiar, también lo podemos conjugar en el diálogo hablando o no hablando de la pareja o en las relaciones familiares o de trabajo. Desconfiar de la propia mujer es ya tener a la policía en casa. En ese sentido es una novela policiaca, por muchas razones que tienen que ver con el terror, con desaparición irrecusable de personas, y también porque así parece ser el país o el

mundo en que vivimos. Es una materia nauseabunda la que se toca allí, o se huele. Es la corrupción de nuestros mejores deseos.

SGM: Yo, en este caso en el papel de comentarista de libros, creo que existe una distancia aún marcada entre crítica y creación literaria. Pienso que no es responsabilidad únicamente de la crítica. En tu caso ¿cómo ves esa relación?

FC: La distancia o la diferencia que pudiera haber sería en todo caso en relación al lenguaje. La creatividad vale en cualquiera de los géneros, que no son unos superiores a otros sino simplemente distintos. Hay temas que se tratan mejor en el ensayo o reportaje, por ejemplo, o en una conferencia. Y los géneros existen porque son formas necesarias de encarar lo que se quiere expresar, la materia tratada que exige un tono y una composición particulares. El lenguaje del teatro, de la pieza dramática, es uno y otro es el del soneto o el de la conferencia. Tiene además que ver con el medio de “comunicación”, con el tipo de relación con el espectador o el lector o el radioescucha en el caso del radio: allí entran sonidos, pausas, silen-

6
Federico Campbell, el viaje como lectura imprescindible. Foto: Rael Salvador

cios y aclaraciones que, por ejemplo, son innecesarios en la televisión o el cine. El teatro, el lenguaje teatral, aunque se apoye mucho en el diálogo, no siempre es un lenguaje lingüístico; importa mucho el trabajo de los actores, el timing, la “edición” que le va dando el director a la puesta en escena, los silencios y las pausas y las miradas de los actores. En el cine, el lenguaje está no sólo en la imagen en movimiento; también está en la actuación de los actores, en la banda sonora, en los encuadres de las tomas, en el montaje y en la toma de decisiones del director al poner aquí o allá una escena o una secuencia; allí sí el orden de los factores altera el producto; se dice una cosa u otra según una escena esté al principio, en medio o al final de una película, como sucede un poco en la novela. En nuestra visión progresiva, no necesariamente cronológica, las cosas son en buena parte por el orden en que se nos van presentando. Es un problema de lenguaje. En la novela corta, o la noveleta, que vendría siendo lo que Henry James llamaba la “long short story”, se requiere de otra composición distinta a la de la novela. El cuento procede según “una sola emisión de la voz”, como decía Cortázar. Pero el campo de la novela tiene otro tipo de elasticidad, de dilatación: hay allí una mayor posibilidad de intercalar y mimetizar materiales más inconscientes e irracionales que los que informan el hilo conductor anecdótico. La exigencia de una lógica anecdótica en la novela puede ponerse por un lado en ciertos tramos e incluso romperse totalmente, sobre todo porque, luego de tantos años de historia literaria, el lector sabe de las convenciones que se trastocan, sabe del monólogo interior o de lo que puede ser un discurso introspectivo, y acepta también el juego de los cambios de las personas verbales, de los puntos de vista, o de la alteración de los modos y los tiempos de la frase, si se le plantean con claridad las intenciones narrativas, si se le da bien lo que Juan Goytisolo llama la “sintaxis personal del escritor”.

SGM: Pero en relación a la crítica…

La cultura no es la cantidad de información que uno llega a acopiar, sino la calidad más o menos original y personal que en todo caso uno llega a reproducir, la capacidad de asimilar y de sentir, en fin, la posibilidad de tener una emoción. Es ocioso plantearse el problema de si en las escuelas de literatura se aprende o no a escribir. No tiene nada que ver. De lo que se requiere es de una emoción. Joyce Carol Oates decía que es cierto que los escritores trabajan mucho. Sí, decía, pero también sienten mucho. En este sentido, pues, la crítica, que sí existe en México, y muy abundante, es una respuesta buena y necesaria, sobre todo si está hecha con imaginación, con pasión y con amor. Nada hay más satisfactorio que darse cuenta de que el crítico ha captado el sentido de algo que el autor ponía por allí más o menos escondido. O ver que alguien hace una lectura llena de sugerencias que uno no imaginaba. Lo fascinante está allí, pues, en esa disparidad de lecturas. Por eso la novela se mueve en un campo distinto al de la crítica, que suele ser más lineal, más sistemática en cuanto a la organización de su pensamiento. Son lenguajes distintos. Cuando un crítico habla de la “circuncisión del corazón”, ya podemos imaginar en qué niveles poéticos anda. Ese es un crítico verdaderamente creador.

SGM: ¿La elección del título de una novela plantea ya de entrada el tema de la obra?

“La creatividad vale en cualquiera de los géneros, que no son unos superiores a otros sino simplemente distintos”

FC: No es más que una diferencia de lenguaje. La creatividad, la calidad y el talento son otra cosa. Hay elaboraciones portentosas que toman el objeto literario hasta llevarlo a niveles de excelencia, no necesariamente interpretativa, que crean mundos tan ricos como los de algunos poetas o novelistas. No hay competencia en esto. Basta leer a Trilling, Steiner, Auerbach, Barthes, para ver qué dimensiones se pueden descubrir a partir de una obra ajena acabada. La cultura no estorba a nadie. Es un problema falso y tonto creer como algunos creen que sólo se preserva cierta pureza creativa, sea eso lo que sea, si se mantiene uno al margen de la cultura. Como que es más bien todo lo contrario. Las lecturas sugieren y enriquecen y evitan que uno se vaya por caminos ya muy recorridos.

FC: Los nombres… A mí los títulos y los nombres me siguen pareciendo importantes. A veces los míos me han parecido un poco extravagantes, fuera de lugar, injustificados, pues no siempre corresponden al sentido del libro. Me digo que no importa, que basta con su sonido, que una persona no es como es por llamarse Juan o Mercedes. Me ruboriza que alguien los pronuncie y por supuesto no ando por allí repitiéndolos. Nunca estoy seguro. Me molesta la connotación de las focas, por ejemplo, la alusión zoológica; no debía haber enfatizado desde el título esas figuras. Y no logro buenos títulos. Me cuestan muchísimo trabajo. Pretexta es demasiado referencial, tal vez un poco demasiado “culto”. Y es que eso de los títulos se ha vuelto con el tiempo una repetición de fórmulas y no es que esté mal buscar la resonancia, las posibilidades más ricas de asociación o de evocación cultural y popular, como los títulos de las novelas de Juan Marsé (Últimas tardes con Teresa, La oscura historia de la prima Monse, Encerrados con un solo juguete, Si te dicen que caí). ¿Con qué juegan esos títulos? ¿Con la novela balzaciana? Entran, pues, dentro de cierta onda de títulos, son como un equivalente de los conjuntos en el álgebra. En una línea están Si muero lejos de ti, Si te dicen que caí, No me preguntes cómo pasa el tiempo, Estas ruinas que ves, Morirás lejos, y hasta se me ocurre que Amor perdido por no

sé que resonancias. Los títulos de una sola palabra no son en sí mismos una garantía. Hay un Cumpleaños, una Rayuela, un Paradiso, pero también hay un Tiburón. Es decir, pues, que Pedro no es Pedro por llamarse Pedro, sino por lo que es en persona. Y una novela es como una persona. Ah, a mí un título que siempre me ha encantado es Persona, la película de Bergman, o el libro de Pound. Me parece un título perfecto. Con un título así yo me hubiera sentido bastante satisfecho con mi noveleta sobre los pingüinos. Pero no se me dio. Claro que nada impide ponerle a una novela el título de una película (Juan García Ponce tituló un libro suyo como una película de Antonioni), aunque tal vez la había escrito antes de que Antonioni filmara La noche). No está fuera de las reglas del juego hacerlo. A mí, digo, no me funciona. Los cineastas a veces dan con títulos envidiables, tal vez porque piensan en imágenes. ¿Cómo no envidiar títulos como Las manos en los bolsillos o Las amargas lágrimas de Petra von Kant?

SGM: ¿Del cine has tenido algunas sugerencias?

FC: Concretamente en esta novela el personaje de Bruno se me completó con el Bruno de Le petitsoldat, de Godard, un militante derechista en Ginebra que conspiraba contra los argelinos, un agente al que no le gustaba el Mediterráneo ni Albert Camus, un joven derrotado por la nostalgia de una guerra digna, uno al que no le gustaba España porque existía Franco pero que amaba a España “porque una ciudad como Barcelona existe”. Y luego por ahí suelta una frase de Bellochio: “Podríamos no existir. Nadie notaría nuestra ausencia”. Pero lo que me sigue intrigando es lo de los títulos. Hay otros como familias de títulos. Unos los de Manuel Puig o los de Pavese (Entre mujeres solas, Trabajar cansa, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos). Otros los de Juan García Hortelano (El gran momento de Mary Tribuna). Otros los Jaime Gil de Biedma (Las personas del verbo, Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma). Y ése otro bellísimo de Esther Tusquets: El mismo mar de todos los veranos. Otros los de Carlos Fuentes (del que sólo me gusta La región más transparente) o los de José Agustín (Inventando que sueño). Los títulos hablan del mundo personal y novelístico del autor. Hay títulos desafortunados que hablan ya de la maldad literaria de sus autores, pero luego encontramos títulos muy parcos o demasiado llanos que esconden una gran novela. Hay ejemplos para todos los gustos. ¿Qué podríamos añadir a la sencillez de Pedro Páramo (que ya sugiere cierta connotación de terrenos ralos, desérticos o estériles) o a la llaneza de El llano en llamas? Probablemente en lo que estoy pensando es en títulos más o menos plásticos, descriptivos o espectaculares. Con eso de El zafarrancho aquel de vía Merulana ya está contada casi toda la historia. Y es toda una ociosidad esto de los títulos. No tienen tanta

7

tanta importancia. Kafka no necesitó de este tipo de títulos para ser grande, ni Joyce (aunque me encanta Retrato del artista adolescente) ni Becket, ni Lezama Lima ni Carpentier, son una estupidez los títulos, digo, a nadie le importan tanto. Pero de todas maneras me muero de envidia ante títulos como La soledad del corredor de fondo y ése de El miedo del portero al penalty me parece chistoso, y ni se diga Persona, que ya implica los de las máscaras y los desdoblamientos. Me gustan títulos como La rodilla de Clara, El derecho del más fuerte, El honor perdido de Katharina… no sé qué, Las tribulaciones del estudiante Törless, Tierna es la noche, Reflejos en un ojo dorado, El laberinto de la soledad, Historia universal de la infamia. Pero qué frivolidad. Todo esto no quiere decir mucho. Henry James no necesitó de buenos títulos para hacer lo que hizo. Ni D. H. Lawrence. García Márquez sí logró buenos títulos en sus grandes novelas, que no me voy a poner a repetir aquí. Y es que hay autores que deciden evitar demasiadas connotaciones en un título, no contar toda la anécdota en un título ni hacer del título un poema. O no quieren o no pueden, es lo de menos. Se deciden por una parquedad inteligente. No es ni bueno ni malo. Lo único que parece indicar este engranaje o encaje entre título y obra, o este divorcio entre la palabra y el objeto o las cosas (a estas alturas ya cualquier cosa parece querer decir cualquier cosa) es que justamente allí, en ese ámbito imprecisable de sugerencia y ambigüedades, entra en juego el mundo del lector con el mundo del autor. Como en la pareja, son dos mundos (con todas sus fantasías, abyecciones, complejidades, traiciones, identificaciones, ternuras, desprecios y burlas) los que entran en relación. La lectura es una relación… íntima, yo diría.

SGM: ¿Por qué decías que una novela es como una persona?

FC: Porque se le acepta o no se le acepta. Se le rechaza o se le concede existencia. Se cede a su seducción, porque a uno le gusta, o simplemente no se comparte con ella el mismo lenguaje, los mismos valores o el mismo mundo. Y también por lo que la “persona” tiene etimológicamente de “máscara” o de muñeca rusa.

SGM: ¿No te parece un poco cortesano el que el autor trate de seducir al lector?

FC: No, no es ese el sentido. No es una relación erótica la de la lectura, no hay coqueteo ni hay cópula, sería pedirle demasiado a la metáfora. Más bien quiero decir que se hace contacto o no se hace, o se hace muy poco, como en las relaciones personales. Aunque también es cierto que cualquier persona, viva y concreta, es más importante que cualquier novela. La vida es más im-

portante que la literatura, ya se ha dicho mucho esto, a pesar de que el arte está en la vida, la contiene o es una forma de vida. Y si sale bien es en buena parte porque se hizo con pasión, con placer o con dolor.

“Eso de los títulos se ha vuelto con el tiempo una repetición de fórmulas y no es que esté mal buscar la resonancia, las posibilidades más ricas de asociación o de evocación cultural y popular”

SGM: Pero eso de “seducir” me suena a hacer concesiones…

FC: Es que no es un negocio. No es la guerra. No se negocia nada con el lector ni se le agrede. No se le está tratando de vender nada. La novela es por su cuenta, aisladamente, como una persona sola, chaparra o fea, guapa o alta, con cuello alto o corto, apasionada o sin imaginación, tonta o superficial, buena y mala, de un sexo u otro. Es como le dé la gana ser. Es como Humphrey Bogart: “O les gusto o no”.

SGM: ¿Las novelas tienen sexo…, o son como los ángeles?

FC: Las buenas novelas tienen algo parecido a la vida.

SGM: Esa es otra metáfora cursi…

FC: Claro, es lo malo de las teorías novelísticas, por eso uno no se dedica a la crítica como George Steiner, Trilling o Leavis. Pero cursi también es el diálogo de los amantes, en la intimidad, si lo sacamos con un micrófono hasta un altoparlante o ¿no lo oímos en la “intimidad” de la sala oscura de un cine? Depende de dónde y de cómo. Por eso la lectura se hace a solas y en silencio. Y es cierto. Uno no debería meterse en terrenos desconocidos o tan pantanosos como los de la teoría literaria. Se nos puede ir la vida tratando de conceptualizar lo que es la novela o reproduciendo lugares comunes: es un saco al que le cabe todo, sirve para conocer la profundidad del corazón humano, vale para ampliar nuestra conciencia del mundo o nuestra experiencia humana de la vida vivida…

8
Foto: Herandy Rojas Campbell, el suceso y la reflexión.

El otro Federico Campbell

Y se oía, infundiendo espanto, como resuello de la fiera que era el mundo, el fragor del mar, que venía a morir a sus pies. Leonardo Sciascia. El mar color de vino

DPor Iliana Hernández Es docente y traductora. Escribe artículos, ensayos, cuentos y poesía premoniciones@hotmail.com

iez años de su rastro en la sombra. Federico escapa de la enfermedad, se refugia en una cueva de San Francisco, toca con vehemencia las texturas burdas de la piedra, hay ballenas congeladas en un nadar hacia el techo rocoso de ninguna parte. Afuera las nubes son tan blancas, el paisaje es dominado por palmeras de dátil.

Fernando Jordán se interna en el desierto en su Jeep. El desierto se abre con todas sus posibilidades de muerte. Decide caminar en círculos, explora sus pensamientos; en algún rincón de la raíz del Torote (Bursera microphylla) se encuentra alguna respuesta válida para existir.

Hace 23 años trabajé para AeroCalifornia, pasaba horas a solas en una pequeña oficina, llenaba mi escritorio de libros y así se atolondraban las horas, nadie entraba por días, el calor era sofocante y a mediodía el mundo sureño se detenía en una infinita siesta. Ni perros hambrientos ni aves perdidas cruzaban la calle Juárez, era un Loreto de siete mil habitantes. Mi primer encuentro con el desierto sudcaliforniano fue desafortunado, todo me parecía triste y desolado, bolas de espinas rodantes arrullaban mi tedio, extrañaba los bares y el tráfico de Tijuana, las luces nocturnas de la avenida Revolución.

cognitivos de un periodista hecho para la búsqueda de sí mismo, en la algarabía de la aventura y en la tristeza que viene con las verdades que azotan en la madrugada. Federico pudo hacer un viaje en el tiempo y acompañar a Fernando en sus últimas horas. Nadie, nadie muere a solas, aún cuando la muerte haya ocurrido en diferentes épocas, siempre hay alguien al lado de uno. Yo acudo de cuando en cuando a Tijuana y acompaño a mi padre en sus últimos minutos, le digo que siempre lo sostendré y que puede partir en paz.

Anota Fernando: “Por las calles todo es silencio. No sopla el menor hálito de viento y de las piedras se desprende un vaho que a la distancia distorsiona las rectas y hace aparecer árboles y casas como visiones reflejadas en espejos cóncavo-convexos. Entre mar y tierra, el silencio se pasea a pasos lentos, ahogando los murmullos, callando las palabras viscosas, poniendo arena en todos los párpados de las ventanas abiertas”.

En ese preguntar, en esos deme razón de fulano, se me fueron varios años anotando las historias de vida de muchos loretanos, de varios centenarios que envejecieron con la mirada puesta en el Mar de Cortés Desarrollé la debilidad de Jordán por el silencio y negación del paisaje prometido, fui confrontada como Campbell por mis propios pecados, negligencias y obsesiones en ese páramo que nada devuelve en la canícula.

“Federico viajó a Baja California Sur hipnotizado por la figura de Jordán, en la novela Transpeninsular (o autobiografía en la que Campbell se mimetiza con la mirada del antropólogo viajero, se hacen las mismas preguntas sobre la inmensidad y su destino último)”

A Campbell le seducen Italia y Baja California, conversa constantemente con Sciascia en cafés de ambas ciudades, “la historia de un primer amor, (…) la de un recorrido solitario después de la juventud, la necesidad del retiro y el silencio: un clásico regreso a casa o una trayectoria de emigrante, como la de Rocco y sus hermanos que abandonaron su Lucania meridional para sobrevivir en Milán”.

jestuosas frente a Puerto Escondido y Loreto y que uno no sabe si vienen del Mediterráneo o si se trasladaron hasta allí flotando desde el archipiélago de Nueva Guinea”.

En Transpeninsular se traza el Camino Real para reconocer a un Jordán que finalmente le revela a Campbell los secretos de los chamizos, los cirios, las ballenas grises, las choyas y las cuevas pintadas. Esto sé: de allá, del desierto no se regresa.

Federico Campbell viajó a Baja California Sur hipnotizado por la figura de Jordán, en la novela Transpeninsular (o autobiografía en la que Campbell se mimetiza con la mirada del antropólogo viajero, se hacen las mismas preguntas sobre la inmensidad y su destino último). Federico trató de andar los pasos físicos y

Dos miradas fascinadas por el desierto, Campbell descubre: “A veces me bastaba con una imagen: las brechas pedregosas y las cañadas que anteceden al descubrimiento alucinante de Comondú, los ranchos fantasmales que se le aparecen a uno a la vuelta de un recodo, la extraña arquitectura industrial de Santa Rosalía, las islas que van montándose ma-

En Santa Rosalía vi, por el lado del Boleo, a Federico y a Fernando tomándose un café negro a las dos de la tarde, una mujer muy vieja les arrimó a la mesa unas galletas marineras, la verdad es que no conversaban, contemplaban en silencio la línea accidentada de esa playa ennegrecida, quizá el calor les había apagado toda intención de plática, a lo mejor ya todo había sido dicho. No lo sé, habría que preguntarle al desierto, él, sí que todo lo sabe.

9
Foto: Ferdinando Scianna

Federico Campbell: la frontera ausente

¿Qué importancia puede tener encontrarse en la vida con un hombre como Federico Campbell? ¿Es sólo su literatura, el gabinete desordenado y amable de sus saberes? ¿Su vieja filosofía puesta al día por su aprecio a la ciencia? ¿Los nunca suficientes libros, barcaza espiritual que lo lleva y lo trae de la vida a la muerte y de la muerte a la vida? ¿Su cuidado estilo, que refleja el ánimo y la seducción de un profesional?

l componente existencial de Campbell se resume en la inteligencia admirada que provocó su presencia —nutrida de mundo, siempre rica en brillantez anecdótica—, respaldándose hasta el día de hoy en su obra publicada, legado que impide que el mundo se diluya y se pierda fuera de la literatura.

Federico Campbell nació en Tijuana, Baja California, en 1941 —y falleció en la Ciudad de México el 15 de febrero de 2014—, convirtiéndose en uno de los analistas críticos más destacados en la encrucijada de lo nacional y lo fronterizo, de lo internacional y las realidades locales, del pasado y lo presente, de lo político en el arte de la palabra y su enunciación periodística.

Sus colaboraciones, asiduas, oportunas y firmes, en los principales diarios y revistas de México, tanto Milenio, La Jornada, Proceso, El Mexicano o, en su momento —de 2011 a 2014—, en el Suplemento Cultural Palabra (del diario El Vigía de Ensenada), contaron con el privilegio de su rigurosa ensayística testimonial, conocida y leída en la inigualable y excelsa columna “La hora del lobo”.

Federico, siendo fronterizo, fue un hombre de mundo. Leer Transpeninsular (2000) nos regala su romance con Italia —la de Leonardo Sciascia y Ferdinando Scianna, por supuesto—, pero sobre todo la reflexión que debe existir entre la información y la imaginación literaria, de ahí que la búsqueda

del personaje de la novela —un periodista que indaga la leyenda de Fernando Jordán— sea la búsqueda y el encuentro de uno mismo.

“La premisa y banderas de Federico fueron el periodismo hecho literatura y la literatura transformada en fuente de información”

En ese sentido, la premisa y banderas de Federico fueron el periodismo hecho literatura y la literatura transformada en fuente de información. Su bandera primera: la apuesta por la literatura; la segunda, esa misma literatura transformada en filosofía y ciencia. Hay que ver la multiplicidad de artículos y reseñas dedicadas a esas temáticas. Las novelas, con esa frontera “presente” —que permite ir más allá—, refieren siempre a su infancia y juventud (Clave Morse, Tijuanenses o Regreso a casa); es decir, la narrativa de los orígenes, la familia, la migración: la Tijuana y su

vínculo fronterizo con los EEUU, que se desdibujará como impedimento conceptual —“frontera ausente”— y permitirá el aprovisionamiento cultural de Campbell en su caminar por el mundo.

A una década de su partida, releerle es recordarle: ofrecerle existencia a la memoria, una manera íntima de mantenerlo vivo —o como remarca Ferdinando Scianna: “Si se leen los libros de Federico, de verdad sentimos que su palabra ha sabido experimentar el hombre extraordinario que ha sido”. Periodismo y literatura, relatoría de saberes y desobediencias humanas, todo se encuentra en la tinta reconfigurada de Federico Campbell.

Después de forjar una sólida carrera literaria, Campbell falleció de forma intempestiva a inicios de 2014. Hospi-

10
El escritor Federico Campbell y su esposa, Carmen Gaitán. Foto: Archivo F. Campbell

talizado el 31 de enero por neumonía, al agudizarse el cuadro crítico de influenza AH1N1, el 15 de febrero se declara muerte cerebral.

Han transcurrido 10 años de la desaparición física de Federico.

Federico Campbell, el hombre que tanto quisimos, que admiramos en demasía por la belleza y sabiduría contenida en sus libros, desplegada en su persona y resuelta en su charla sin igual.

Y resulta fácil, digo, emitir un juicio y no demostrar el aprendizaje, la lección aprendida, predestinada a lo largo del viaje, en la camaradería que se da en la tortuosa y, a la vez, majestuosa ruta de las letras, de sus placeres y sus sinsabores, de su realidad mágica y de su manipulación hartera.

Federico Campbell fue un narrador fiel a los principios de un tejido mayor: el afán y la riqueza del conocimiento y el saber, y que estos atributos, perseguidos y alcanzados con el dolor de la tinta, no deshumanizaran la preponderancia bellísima de ser un ciudadano común, un escritor que no labora de anónimo en el supermercado de las relaciones de poder o la animalidad ideológica, por no hablar del tufo de canallería religiosa.

Cazador de saberes y trampero de hombres que aportan rosas, dinamita y panes a la historia, los ensayos literarios le resultaban tratados de política y, a la vez, la honestidad puesta en ellos los transformó en irrefutables fundamentos de crítica liberadora.

Aunque siempre fingió sorprenderse, Federico fue uno de los escritores más queridos de Baja California, así como del resto del país, por no hablar de las tribus

extranjeras que aclamaban su sólida trayectoria intelectual. Cómo no decir que Italia fue la esposa, España la amante y México la bella y excelsa mujer a la que siempre regresó.

—Uno, ocupado como está en escribir y dar conferencias, no puede dimensionar esos privilegios—, comentó alguna vez, diseñando feliz el óvalo de su rostro. En ese gesto fugaz, de levantar la cabeza y sonreír, se reúne el equilibrio portentoso de su memoria y esa especie de humildad filosófica que fue su nostalgia disfrazada.

Al escucharle, después de haberle leído y releído durante tantos años, alguna vez le comenté a su sobrino Eduardo Campbell, su siempre acompañante en Ensenada, que “este hombre conforma la esencia de la sabiduría humana y que está aquí, ante nosotros, sólo para demostrarnos la alegría de sus dones: la belleza de pensar, aunada a la capacidad de escribir y vivir: escribivir”.

Resulta fácil decirlo: conocí en él, Federico Campbell, la valiosa belleza de la palabra, voz pausada, diamante y nube en la balanza del orfebre, todo siempresonrisa deliberada, defensa relativa ante la inteligente modulación de su pensamiento y la cita justa.

¿Qué importancia puede tener encontrarse en la

vida con un hombre como Federico Campbell? ¿Es sólo su literatura, el gabinete desordenado y amable de sus saberes? ¿Su vieja filosofía puesta al día por su aprecio a la ciencia? ¿Los nunca suficientes libros, barcaza espiritual que lo lleva y lo trae de la vida a la muerte y de la muerte a la vida? ¿Su cuidado estilo, que refleja el ánimo y la seducción de un profesional?

Sí, todo ello.

Y siempre un poco más. Un conjunto base de enseñanzas y aprendizajes, legado de beneficios humanísticos —que enriquece tanto a quien los da como a quien los recibe—, regalo que siembra la esperanza, sí, en espera de la nobleza y la verdad, la justicia y la virtud.

Entre estas horas relectura despierta, en el ángelus del amanecer, me duele lo inútil que puede parecer la muerte… Es La hora del lobo, lo sé, “el momento entre la noche y la aurora, cuando más gente muere y se producen más nacimientos, cuando el sueño es más profundo, cuando las pesadillas son más reales, cuando los insomnes se ven acosados por sus mayores temores, cuando los fantasmas y los demonios son más poderosos” (Ingmar Bergman).

¿Por qué perderte, Campbell? ¿Por qué aguantar este machetazo en el sueño de nuestra humanidad?

11
Campbell, entrevistado por Herandy Rojas. Fotos: Archivo Palabra

Kierkegaard, o la filosofía interior

El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda sobre un abismo.

Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra

Curiosamente, cuanto más lejos se llega con el pensamiento, más disminuye la certeza.

Søren Kierkegaard, El concepto de la angustia

La interioridad es inconmensurable con respecto a lo exterior y nadie, ni el corazón más generoso, logra decirlo todo.

Søren Kierkegaard, Diarios

øren Aabye Kierkegaard nació el 5 de mayo de 1813 en Copenhague, Dinamarca, en el seno de una acaudalada familia cuyo padre Michael Pedersen Kierkegaard y su madre Anne Sorensdatter Lund Kierkegaard eran sumamente religiosos, lo que influyó en gran medida en su futuro al estudiar Teología, Filosofía y Literatura en la Universidad de Copenhague. Su disertación versó Sobre el concepto de ironía en constante referencia a Sócrates, graduándose el 20 de octubre de 1841 con un Magistri Artium

De esta temprana obra se destaca: “La característica principal de toda ironía es que lo que se muestra no es la esencia, sino lo opuesto a la esencia”, es decir se considera el significado de la superficie como lo contario al sentido verdadero, concluyendo: “Ninguna vida es verdaderamente humana sin ironía”. Esto continuó con el postulado: “¿Cómo ser humano en este mundo?”.

Mientras considera que es cierta la premisa de la filosofía en cuanto que la vida sólo puede comprenderse hacia atrás, atendiendo el otro principio complementario es que deba vivirse hacia delante. La influencia de Sócrates en Kierkegaard fue determinante a lo largo de su vida. Poco antes de fallecer escribió en su diario que toda su existencia no había sido más que una profunda ironía. De su maestro deducía: “¿En qué consistía la ironía socrática? ¿En

vistosas vueltas de tuerca a la sintaxis y demás? No, la ironía fue su existencia entera. Mientras que todos los mujeriegos y comerciantes de su época (es decir, unos cuantos miles) estaban completamente seguros de su humanidad, seguros de saber qué es un ser humano, Sócrates se quedó atrás (irónicamente) para ocuparse del problema, el de qué es, en verdad, un ser humano… Sócrates dudaba de que una persona fuese humana por el simple hecho de nacer. Uno no se desliza, sin más, dentro de lo humano ni aprende de un modo tan simple qué es”.

En su último trabajo El instante (1855) escribió el artículo “Mi tarea”, donde afirmó: “La única figura con la que me comparo es Sócrates. Mi tarea es socrática y consiste en sondear qué significa ser cristiano. No digo de mí mismo que lo sea, cristiano (así mantengo libre el ideal), pero sí puedo demostrar que los demás lo son aún menos”.

Como ningún otro filósofo, Kierkegaard partió desde su propia vida existencial para discurrir sobre sus profundas incursiones filosóficas e incluso psicológicas. Como recalca su biógrafa, la filósofa británica Clare Carlisle: “Su capacidad para dar testimonio de la condición humana fue muy inspiradora. Se convirtió en un experto en el amor y el sufrimiento, en el humor y la angustia, en el coraje y la desesperación; hizo de estos asuntos la materia prima de su filosofía, y su obra ha llegado al corazón de generaciones enteras de lectores”. En ese sentido, Søren Kierkegaard afirmaba: “Una relación amorosa siempre instruye sobre el sentido de la existencia”.

En un proceso de autocomprensión y de autorreflexión terapéutica anotaba en su obra Mi punto de vista: “Destinado desde niño a una vida de tormento que quizá pocos puedan concebir, sumergido en el abatimiento más profundo y pasando después, desde el abatimiento, de nuevo a la desesperación, llegué a comprenderme gracias a la escritura”.

fuerza salvaje y enloquecida que, retorciéndose en oscuras pasiones, lo generase todo, tanto lo grandioso como lo insignificante; si un abismo sin fondo, imposible de colmar se ocultase detrás de todo, ¿qué otra cosa sería la existencia sino desesperación? Si no existiera un vínculo sagrado que mantuviese a la humanidad unida, si las generaciones se sucedieran unas a otras como el bosque renueva sus hojas, si una generación continuase a la otra como se sucede el canto de los pájaros, si las generaciones pasaran por este mundo como los barcos pasan por el mar, como el vendaval por el desierto (actos inconscientes e inútiles); si un eterno olvido siempre voraz hiciese presa en todo y no existiese un poder capaz de arrancarle el botín, ¡cuán vacía y desconsolada estaría la existencia!”.

“Kierkegaard considera (…) que la vida sólo puede comprenderse hacia atrás, atendiendo el otro principio complementario es que deba vivirse hacia delante”

Con la interrogante de “¿cómo persiste el ser humano en este mundo?”, en una vida social ambivalente, Kierkegaard vislumbra la inquietante autoconciencia en su obra Temblor y temor: “Si no existiera una conciencia eterna en el hombre, si bajo todas las cosas sólo hubiese una

Fue considerado el padre del existencialismo, influyendo notablemente en la obra de: Miguel de Unamuno (1864, Bilbao, España-1936, Salamanca, España), Karl Jaspers (1883, Oldemburgo, Alemania-1969, Basilea, Suiza), Gabriel Marcel (1889, París, Francia-1973, París, Francia), Martin Heidegger (1889, Messkirch, Alemania-1976, Messkirch, Alemania), Jean-Paul Sartre (1905, París, Francia-1980, París, Francia), Albert Camus (1913, Dréan, Argelia-1960, Villeblevin, Francia), entre otros.

12
La biógrafa Clara Carlisle. Foto: Archivo Palabra

El año de 1844 fue muy productivo para Kierkegaard. Concluyó: Migajas filosóficas, El concepto de la angustia, Prefacios, Dos discursos edificantes, Tres discursos edificantes y Cuatro discursos edificantes En sus inquisitivas consideraciones sobre la angustia, Kierkegaard reflexionaba: “Es esta una aventura que todo ser humano debe llevar a cabo: aprender a angustiarse para no perecer por no haberse angustiado nunca ni por haberlo hecho en exceso. Pues aprender a angustiarse como es debido es lo máximo que una persona puede aprender”. Por lo tanto: “Lo más profundo de un ser humano está en la angustia, lo más grande que hay en él, pues la angustia corroe todos los propósitos finitos y deja al descubierto su mentira. Cuando un ser humano atraviese la angustia de la posibilidad (un horror existencial indeterminado que no hace pie en el mundo porque siente la nada infinita debajo de cada paso) recibirá la educación que necesita para no angustiarse; y no se angustiará, pero no porque pueda escapar de lo terrible de la vida, sino porque eso siempre será poca cosa si se compara con aquello que ha atravesado”. El concepto de la angustia (1844).

Su influencia fue perdurable por su incansable búsqueda de las dinámicas patológicas de la intersubjetividad universal. De ahí, que en el desgarramiento existencial del ser humano anotara en La enfermedad mortal (1849): “Al igual que un médico diría que no hay, casi con toda probabilidad, un solo ser humano vivo completamente sano, alguien que conozca de verdad lo humano podría decir que no hay ninguno que no haya sufrido siquiera un poco la desesperación, que no albergue en secreto una inquietud, una lucha interior, una falta de armonía, una angustia por algo desconocido o por algo que no se atreve a conocer; una angustia acerca de cómo vivir o acerca de sí mismo. Así como el médico afirma que los cuerpos incuban las enfermedades, incuba él su enfermedad espiritual, cuya presencia le revela, a través de relámpagos intermitentes, una angustia inexplicable”. En esta lucha desesperada por encontrarse a sí mismo el sujeto sucumbe, sin siquiera darse cuenta: “Perderse uno a sí mismo, que es el mayor peligro de todos cuanto existen, ocurre del modo más sigiloso, como si nada. Cualquier otra pérdida (la de un brazo, una pierna, cinco dólares, una espesa, etc.) no pasaría, seguro, desapercibida”.

figuración humana: “La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas”. En este sentido: “cuanto más se vuelca el trabajador en su trabajo, tanto más poderoso es el mundo extraño, objetivo que crea frente a sí y tanto más pobres son él mismo y su mundo interior, tanto menos dueño de sí mismo es. Lo mismo sucede en la religión. Cuanto más pone el hombre en Dios, tanto menos guarda en sí mismo”.

Como parte de la recuperación de su herencia histórica se creó el Centro de Investigación Søren Kierkegaard en la Universidad de Copenhague en 1994, que alberga despachos para diversos estudiantes graduados y estudiosos de su obra becados por la Universidad. Ahí se encuentra una extensa biblioteca con traducciones de sus obras: La repetición en ruso, Temor y temblor en islandés, O lo uno o lo otro en esloveno, Migajas filosóficas en portugués, El concepto de la angustia en coreano, El libro sobre Adler en japonés, El concepto de ironía en polaco, La enfermedad mortal en lituano, el Diario de un seductor en turco, De los papeles de alguien que todavía vive en húngaro y Las obras del amor en chino.

En la preparación de su biografía intelectual, la filósofa inglesa Clare Carlisle visitó este sitio donde encontró: “volúmenes académicos sobre la recepción de la obra de Kierkegaard en el norte, el oeste, el sur, el este y el centro de Europa, además de en Oriente Próximo, Asia, Australia y las Américas. Hay decenas de miles de monografías, capítulos y artículos sobre cada aspecto de su obra: su filosofía, su teología, su política; sus opiniones sobre Shakespeare, sobre la puntuación y los himnos pietistas; su influencia en los existencialistas franceses, los católicos italianos y los teólogos de la liberación latinoamericanos en el siglo XX”.

la repercusión de su legado histórico fue de carácter universal. Fue un prominente pensador de la eternidad, como lo afirma en su obra Mi propio punto de vista: “Lo que la época necesita en el más profundo sentido puede decirse total y completamente en una palabra: necesita… eternidad”. Lo eterno existe. Muestra de ello es el amor por nuestros padres. Mientras vivimos con ellos nuestra plenitud perdura. Sin ellos, nuestra añoranza es siempre eterna.

De Kierkegaard se han escrito innumerables obras, entre las que destacan: Theodor W. Adorno, Kierkegaard. Construcción de lo estético, Madrid, Ed. Akal, 2006; James Daniel Collins, El pensamiento de Kierkegaard, México, Ed. Fondo de Cultura Económica, 1986; C. Stephen Evans, Kierkegaard: An Introduction, Cambridge University Press, 2009; Mariano Fazio Fernández, Kierkegaard: Una introducción, Ed. Rialp. 2023; Joakim Garff, Kierkegaard: El filósofo de la angustia y de la seducción, Ed. Tusquets, 2024; J. Aaron Simmons, Camping with Kierkegaard: Faithfulness as a Way of Life, Ed. Wisdom/ Work, 2023; Manfred Svensson, El pensamiento de Sören Kierkegaard: Polemizar, aclarar, edificar, Ed. Clie, 2013.

El filósofo del corazón. La inquieta vida de Søren Kierkegaard, de Clare Carlisle, fue seleccionado como Libro del Año en el Suplemento Literario del Times.

Poco antes, Marx en sus Manuscritos económico-filosóficos de 1844, ya revelaba el profundo abismo en la Modernidad, entre la valorización material y la des-

Asimismo, en su visita a Copenhague Clare Carlisle observa: “En el centro de la ciudad muchos de los visitantes que acuden al Museo de Copenhague lo hacen para ver la colección permanente de Søren Kierkegaard, que incluye su alto escritorio, la llave del número 2 de Nytotv, donde vivió, un mechón de su pelo, su pipa, sus gafas de leer, algunas tazas de café, un portaplumas de plata y el anillo de compromiso que le dio a Regine y que después llevó él. Sus manuscritos, diarios y otros documentos literarios están en la Biblioteca Real Danesa”.

Como nunca antes lo soñó o imaginó Kierkegaard,

Clare Carlisle (19 de abril de 1977, Manchester, Reino Unido) es profesora de Filosofía en el King’s College de Londres, Inglaterra. Estudió Filosofía y Teología en Trinity College de la Universidad de Cambridge, obteniendo la Licenciatura en 1998 y el Doctorado en 2002. Es autora de: Kierkegaard’s Philosophy of Becoming: Movements And Positions (State University of New York Press, 2006); Kierkegaard: A Guide for the Perplexed (Continuum, 2007); Philosophy as Therapeia (Cambridge University Press, 2010); Kierkegaard’s World: How to Believe (2013); On Habit. Thinking in Action (Routledge, 2014); Spinoza’s Religion: A New Reading of the Ethics (Princeton University Press, 2021, 2023); y The Marriage Question: George Eliot’s Double Life (Farrar, Straus and Giroux, 2023).

Es colaboradora de The Times Literary Supplement y ha publicado diversos artículos de Filosofía en The Guardian. También ha contribuido en la BBC Radio 4 con varios programas incluyendo: In Our Time (on Kierkegaard, and on the Ontological Argument) y The Moral Maze.

Clare Carlisle, El filósofo del corazón. La inquieta vida de Søren Kierkegaard, Madrid, Ed. Taurus, 2021, 410 páginas.

13

ESTAR NEPANTLA

Mudanzas y exilios con variantes

EPor Eduardo Cruz Vázquez Periodista, gestor cultural, ex diplomático cultural, formador de emprendedores culturales y ante todo arqueólogo del sector cultural angol97@yahoo.com.mx

sas son bonitas prácticas. El recuento viene al caso ya que llevo unas semanas avecindado en el epicentro de estas páginas. 38 años después de haber pisado por primera vez Baja California (1986), de innumerables visitas -cortísimas y medio largas-, de compartir tanto saberes como aventuras con una comunidad de amigas, amigos y amigues (algunos ya fallecidos, otros mayores o menores que yo que ando en los 63 años) se me facilita intentar en esta tierra darle punto final a mi estancia planetaria. Los dioses sabrán si, a pesar de mi deseo, para no perder costumbre, me mandan a otro lado para convertirme en polvo.

Gente curtida en mudanzas, asegura que puede dársele a dicha acción la equivalencia retórica a caer en el exilio. Lectoras, lectores, lecteres: no hagan gestos de desacuerdo. Para otras personas son dos elementos como el agua y el aceite. En todo caso la pregunta es abierta: ¿cuántas veces se ha mudado y/o exiliado? No caigamos en el reduccionismo que alienta la perspectiva de salir del lugar de origen por razones de persecución política o sencillamente mudarse de ciudad por oportunidades de trabajo. Y vaya que en Baja California se sabe de dichos menesteres.

exiliarse momentáneamente en puntos geográficos de la nación. Las razones varían, pero la intención no: quererte escapar del panorama que te rodea. De esta forma, se va modelando lo que se convertirá en una forma de transcurrir el calendario de lo que definen como vida.

Otra manera de mudarse llega al divorciarte de esa primera prueba con su cauda de penalizaciones. Sales de regreso a la casa mater/paterna. Luego otra vez te expulsas de ahí para, en la reincidencia que enorgullece, asentarte en un país lejano en Sudamérica. Santiago de Chile te permite levantar otro hogar, concebir y ser padre, lugar que dejarás ya que la chamba se termina por causas de fuerza mayor. Cajas y demás chucherías aterrizan en el nuevo nido situado al sur de la Ciudad de México.

Cuando la madriguera creció como para no moverte, le hablas de nuevo al servicio de fletes, con ruta a un departamento rentado. Y las cajas, los muebles, los cuadros, los manteles, en fin, los restos de lo destruido van encima de tus espaldas. Después te cae de la nada el vivir entre una casa en la que te designan huésped por episodios y el departamento que arriendas, situación que valoras se pinta para hacer por ella patria o muerte. De pronto sales expulsado del supuesto paraíso con ruta al exilio interior, pues otro ocupará tu lugar. Confirmas, tirado en la lona, al fin orgulloso boxeador que se repone antes del número 10, aquello de que nadie sabe para qué fletero se trabaja.

“Gente curtida en mudanzas, asegura que puede dársele a dicha acción la equivalencia retórica a caer en el exilio”

A estas alturas de lo que escribo espero se le hayan desatado sus especulaciones y certezas alrededor de sus mudanzas y sus exilios. Mi ruta comenzó en el primer matrimonio: ahí vamos con una carga a la morada del que se estrena en el oficialismo conyugal. Poco después te mudas a otro departamento como resultado del aspiracionismo que apalanca el crédito bancario.

Pero resulta que, por cuestiones laborales, vas sembrando en tu andar parcelas de eso que entiendes por

A esas alturas del devenir no se te olvidan las modalidades posibles del exilio. Al menos tres siguen como agujas en tu cerebro: el de Ciudad Juárez, el de Tuxtla Gutiérrez (la tierra añorada de tus ancestros paternos) y el de un Mexicali bien a secas. Miras entonces el recuento en ese punto decembrino de 2022: se lo achacas a la modalidad porcentual del destino, al fin fanático de la estadística.

Las cuentas son cuentos y viceversa. Vaya uno (y otros) a creer (y saber). Los ajustes de las versiones son y no al contentillo. “Tararán tararán tan tin ton to

so chó”: distribuyes tus inventarios entre tu hija y los familiares. Legados adelantados no cantan mal son. Quedas entonces reducido a dos maletas medio grandes y a dos cajas de 40x40 centímetros.

Alguien que titubea con su mirada te abraza en el Metrobús, Línea 1, a la altura de la estación José María Velasco. Te pregunta si tu mudanza a Ensenada, Baja California está lista. Mar adentro respondes que el menaje y el exilio son un mix por excelencia.

En la bitácora apuntas: con este vuelo sumas 343 en tu vida. Vaya manía de coleccionar cifras.

Pagar traslados de enseres ha sido lo de menos. El detalle es que las cuentas no cuadran.

14
Ilustraciones: Cortesía

LA PALABRA DESMENTIR

LPor Martín Caparrós Escritor y periodista argentino, autor de El hambre y Ñamérica @martin_caparros

as palabras, sabemos, se divierten mucho con nosotros. Juegan juegos burlones, maneras de decirnos que nunca las vamos a manejar del todo, que siempre son más listas. Los ejemplos abundan, nos desbordan. Están, sin ir más lejos, las palabras que empiezan con des. En general sirven para decir lo contrario de la palabra que desmontan: deshacer, por ejemplo, y desconvocar, descongelar, destrabar, desilusionar… Pero desmentir no es hacer lo contrario de mentir; es decir que alguien miente.

Su origen es obvio: des + mentir —pero entonces la acción debería ser una especie de reflexión: mentí y ahora desmiento o me desmiento, como quien se desdice. Y sin embargo nadie se desmiente a sí mismo: desmentir es algo que siempre se les hace a otros. Desmentir es decirle a alguien que ha mentido; es, como decían los clásicos, “lanzar un rotundo mentís” contra alguna afirmación ajena.

Y no lo hacemos suficiente. Vivimos en un mundo que se preocupa mucho por las fake news —que, si no fuéramos tan cursis, se llamarían noticias falsas.

Parece como si hubieran aparecido ahora —con las redes sociales y la multiplicación inmediata tipo rata del discurso— y, sin embargo, en aquel mundo sin redes había noticias falsas tan influyentes como la de un gran diario neoyorquino que aseguró que Irak tenía “armas de destrucción masiva” y justificó con ese invento una gran invasión, o la de un presidente de Gobierno español que proclamó que los autores del peor atentado eran vascos de la ETA y trató de justificar con eso su reelección. La reelección fracasó, la invasión fue un desastre que aún colea, pero no siempre recordamos que su origen fueron esas noticias falsas.

llaman  fuck checking, esa paranoia que hace que ciertos medios, que emplean a periodistas en los que no confían, usen a otro periodista más barato para confirmar si lo que escribió el primero sobre el olor de las petunias en Vladivostok es absolutamente incuestionable. A mí me gusta tanto el  fuck checking que he propuesto que se extienda a todos los oficios: que, por ejemplo, cuando un cirujano termine de operar, otro vuelva a abrir al paciente para asegurarse de que el primero no haya dejado una gasa o una arteria suelta.

“Desmentir las falsificaciones (...) es curioso que los medios que se rasgan tanto las vestiduras frente a ellas no hagan con ellas sus portadas ni tengan un método sistemático y preciso para denunciarlas”

Vivimos, entonces, en ese mundo que “ha descubierto” las noticias falsas no hace mucho, y no hace mucho para des-mentirlas. No me refiero a esa especie de disparate que sajones y sajonistas

Así que aquí no hablamos de  fuck checking sino de algo muy diferente: desmentir las falsificaciones. Y es curioso que los medios que se rasgan tanto las vestiduras frente a ellas no hagan con ellas sus portadas ni tengan un método sistemático y preciso para denunciarlas. Un ejemplo menor: ahora hay, en Buenos Aires, un presidente que repite en cada discurso que “hace 130 años la Argentina fue la primera potencia mundial”. Es falso, redomadamente falso. Pero los medios lo reproducen con una prescindencia que debería avergonzarlos —en lugar de señalar, cada vez que lo dice, que no es cierto y explicar por qué. O, sin ir tan lejos: en España hay dos o tres partidos y muchos miles de personas que parlotean y se movilizan para “evitar la dictadura [de Pedro Sánchez]”. Y, cada vez que alguien con peso o unos miles lo dicen, los medios lo reproducen como si fuera po-

sible, en lugar de explicar qué es una dictadura, qué hace, qué impide, cómo funciona, cómo reprime —tomando ejemplos, digamos, de la historia propia— y por qué eso no sucede ni puede suceder hoy en España.

Digo: en nuestros medios nadie desmiente nada. Y una de las funciones principales del periodismo debería ser esa: des-mentir. Detectar la mentira, desarmarla. Si no lo hacen, se resignan a ser los portavoces o altavoces de un idiota o un falsario, siempre so pretexto de retratar la realidad. Pero retratan, en realidad, a un sujeto que intenta falsear la realidad; si no son capaces de ponerlo en evidencia habrá que preguntarse para qué cuernos sirven. Pregunta que, con cierta lógica, se hacen cada vez más personas en el mundo: cada vez menos creen en los periódicos, en el periodismo.

Parece tonto pero insisto: una forma de recuperar cierta credibilidad consistiría en tener una sección cotidiana que reuniera todas las mentiras y medias verdades que inundan el debate público y las desarmara con datos y explicaciones muy precisas. Y que, al publicar notas donde alguien dice esas mentiras, las subrayara en rojo o en azul para que el lector supiera que, si las cliquea, llegará a esa sección donde la falsificación se desenmascara, se desmiente. O algo así, no sé: algo que nos haga sentir que servimos para algo, no sólo para quejarnos de que vivimos en un mundo lleno de  fake news y qué penita, nosotros que somos tan buenos y nadie se da cuenta. 15

Ilustración: Cortesía

Maestros del arte bajacaliforniano: una colección editorial única

La serie de libros editada por la UABC hace visible, de forma permanente, el patrimonio de nuestros artistas al difundir los valores de nuestra comunidad, en pinturas, grabados, instalaciones, dibujos o fotografías

CPor Gabriel Trujillo Muñoz Escritor y poeta, autor de Espantapájaros y Tijuana city, tres novelas cortas. angel.gabriel.trujillo.munoz@uabc.edu.mx

uando se habla de colecciones de libros publicados en Baja California, hay que recordar que pocas han logrado establecer una continuidad que las haya hecho destacar fuera del panorama regional. En nuestra entidad, los antecedentes vienen apenas de la década de los años ochenta del siglo pasado, cuando la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) estableció su colección de obras de los integrantes del Taller de Creación Literaria, perteneciente al campus Mexicali de esta institución, que salieron a la luz de 1981 a 1988. Al principio, lo que editaron fueron cuadernos, pero pronto pasaron a ser libros. Coordinada por el poeta Óscar Hernández y bajo la supervisión del entonces llamado Departamento de Editorial y Diseño Gráfico, esta serie de obras poéticas o narrativas escritas por autores bajacalifornianos fue todo un hito y el comienzo de la publicación de libros de literatura por parte de la universidad, labor que sigue hasta hoy en día y en donde han publicado autores tan importantes como Rosina Conde, Heriberto Yépez, Humberto Félix Berumen y Rubén Vizcaíno Valencia, entre tantos otros.

En Baja California, si nos fijamos bien, las colecciones más prominentes han sido literarias, pues aparte de los cuadernos citados, hay que recordar colecciones tan importantes como la serie independiente de la editorial Entrelíneas, la colección de la Editorial Binacional/Binational Press (1987-1996), que se realizó entre la UABC y la Universidad Estatal de San Diego, la colección de libros ganadores de los Premios Estatales de Literatura, que estableciera el Instituto de Cultura de Baja California (ICBC) de 1990 en adelante, la colección literaria del Centro Cultural Tijuana (CECUT) y la serie New Borders/Nuevas Fronteras, que desde 2012 lleva a cabo la UABC y la Universidad de Colorado en Colorado Springs, así como la colección

de libros de la Selección Anual del Libro Universitario que existe desde 1999.

Si prestamos atención al ámbito académico, habría que señalar la trascendencia de las colecciones de nuestra máxima casa de estudios: los Cuadernos docentes (1988-1991), donde publicaría su primer libro el insigne filósofo alemán-mexicano Horst Matthai, entre muchos catedráticos e investigadores universitarios, así como la colección Baja California: nuestra historia, que la historiadora Aidé Grijalva desarrollaría en una empresa conjunta entre la UABC y la Secretaría de Educación Pública con el fin de rescatar los tesoros bibliográficos relacionados con nuestra entidad, entre ellos libros imprescindibles de Fernando Jordán, Pablo Herrera, Braulio Maldonado o Pablo L. Martínez. Y a estas series hay que añadir la colección sobre temas fronterizos del Colegio de la Frontera Norte (COLEF) y las se-

ries conmemorativas de los aniversarios 50 y 60 de la UABC.

En cuanto a las artes visuales, sólo existen ediciones aisladas, limitadas al esfuerzo de un artista por difundir su obra; libros que aparecen muy de vez en cuando y sin una línea precisa que los defina. A veces son textos generales sobre las artes de un periodo o de una ciudad. Otras son monografías sobre algún artista destacado que cada institución cultural o educativa tiene a bien editar. Aquí entran desde la UABC, la pionera en esta clase de libros, con Rubén García Benavides (1988), Carlos Coronado Ortega (1992) y Las rutas de la luz (2000); el ICBC inaugura esta línea editorial con Paisajes del tiempo (1997), sobre la obra fotográfica de Arturo Esquivias, y más tarde edita el libro dedicado a Ernesto Muñoz Acosta, el pintor ya fallecido que radicara en Ensenada, libro que se publicó en 2011. Por su parte, el CECUT ha sacado libros sobre la obra de Ál-

16
El pintor Carlos Cornado Ortega.

varo Blancarte y Benjamín Serrano, pero sin una línea editorial representativa, homogénea, continua.

Un museo ambulante

La única colección que se ha dedicado a ofrecer una serie de libros de gran formato, monumentales en su presentación y pertinentes en su rescate de nuestros grandes creadores gráficos, es de nuevo la UABC con su colección Maestros del arte bajacaliforniano, serie publicada desde 2013 y que para 2020 completara sus primeros diez títulos. Frente a la falta de un museo de arte contemporáneo en nuestro estado, Maestros del arte bajacaliforniano sirve para mostrarnos a los grandes y nuevos maestros de nuestras artes en forma individual o colectiva, exponiendo ante el público los tesoros artísticos más importantes realizados en las últimas décadas, al menos desde mediados del siglo XX en adelante en Baja California, por nuestros mejores artistas visuales. En esta colección aparecen obras de creadores, vivos y ya fallecidos, de artistas tan significativos para el desarrollo de las artes visuales de nuestra entidad como el propio Rubén García Benavides, creador pionero venido de Jalisco a Mexicali en 1955, quien inaugura con su obra plástica el primer tomo de Maestros del arte bajacaliforniano bajo el título de: Rubén García Benavides. 55 años de trayectoria artística. Obra que expone sus aportaciones a la pintura bajacaliforniana, mexicana y mundial. Libro que muestra cómo se fue conformando el rostro actual de nuestra cultura gracias a su trabajo y talento, a su lucha y visión.

El segundo tomo se titula El arte de captar el arte. Incluye a tres fotógrafos que han sido testigos de lujo de nuestras artes y creadores: Arturo Esquivias, Mario Castillo y Édgar Meraz. Su prólogo es una breve crónica de la fotografía bajacaliforniana, en donde podemos conocer a múltiples artistas de la lente en la frontera norte que han aportado sus imágenes para el conocimiento cabal de nosotros mismos como sociedad y cultura. El tercer tomo es Retratos y paisajes. Cinco fotógrafos del grupo Imágenes. En este libro se conjuntan tres generaciones de este famoso club fotográfico: la de los fundadores, como César Cárdenas y Austreberto Silva, la de la generación intermedia, como José Luis Pérez Cendejas, y la de los más recientes miembros, como Olga Pak e Iván Cárdenas. Cinco vías de ver el mundo y de capturar la realidad natural y citadina. El cuarto tomo es Los destellos de un mundo nuevo. Esta obra nos muestra a tres pintores de primera, a tres artistas pioneros de Baja California: Ruth Hernández, Manuel Aguilar y Francisco Arias. Son ellos piedras de fundación de las artes desde hace seis décadas. A ellos me refiero cuando digo que esta colección rescata a nuestros clásicos para conocimiento de las nuevas generaciones.

El quinto tomo es Luminosas revelaciones y abarca a cuatro fotógrafos representativos de los talleres de fotografía de la UABC: Manuel Bojórquez (Tijuana), Octavio Meillón (Ensenada), Luis Rodríguez y Leonardo Baldenegro (Mexicali). Aquí estamos en artistas que van desde nuevas miradas al paisaje hasta retratos de lo urbano fronterizo en cuerpo y urbe. El sexto tomo es Cambio y permanencia: la obra de los nuevos maestros de las artes del estado, como Pablo Castañedo, Francisco Postlethwaite, Bibiana Padilla y Enrique Ciapara. Una reunión de estilos diversos, que van desde el expresionismo abstracto hasta el performance. Artistas que están en su momento de madurez creadora en este siglo XXI. El séptimo tomo es Carlos Coronado Ortega. Rastros de luz, cielos de arena. Es el mínimo homenaje a uno de los fundadores indiscutibles no sólo de la pintura bajacaliforniana sino del muralismo mexicano actual. Creador prolífico, desmesurado, ejemplo a seguir, que aún tiene mucha tela de donde cortar. El octavo tomo es El fértil vientre del cosmos y presenta a varios artistas que llegaron a Baja California ya hechos o en formación de pintores, y que aquí hicieron su trayectoria como creadores hasta ser ampliamente reconocidos. Hablo de Eduardo Auyón, quien vino desde China hasta Mexicali, de José García Arroyo y de Francisco Chávez Corrujedo, quienes llegaron de otras partes de México y cuyas pinturas hoy son patrimonio indeleble de nuestra identidad fronteriza, bajacaliforniana.

Los últimos dos tomos, el noveno y el décimo, se titulan Ciudad nuestra de cada día y La fija luz del mo-

vimiento. El primero incluye a cuatro fotógrafos y un pintor que revelan distintos aspectos de la vida comunitaria de nuestra sociedad de frontera, de la vida urbana en trazos particulares o panorámicos, tal y como la capta la mirada artística en referencia a lugares, actividades y vidas en público. Son un pintor excepcional, Ramón Carrillo, y cuatro maestros de la lente: Odette Ramírez, Víctor Medina Gorosave, Rodrigo Marta y Yerson Martínez. Se trata de darle, en parte, a la fotografía de lo cotidiano su lugar en nuestras artes y de hacer ver que el paisaje urbano es generador de piezas artísticas de primer nivel en nuestro estado. Y lo mismo va para la pintura, en este caso representada por un maestro inigualable: Ramón Carrillo, que ha hecho de los habitantes menos favorecidos de la frontera su centro de atención, su punto de partida creativo, dando vida a una variopinta humanidad que nos representa en sus gestos y ademanes. El décimo tomo, La fija luz del movimiento, antóloga la obra, en vistas fijas, de cinco renombrados documentalistas bajacalifornianos. Esta es una compilación de videoastas y cineastas bajacalifornianos dedicados al género documental, que expone el trabajo visual de estos creadores con fotos fijas de sus obras más representativas, ofreciendo un caleidoscopio de la vida y realidades que a través de sus trabajos documentalistas han captado como expresión personal y como testimonio de su entorno y de su tiempo. Los artistas de la cámara que aquí se presentan son: Sergio Ortiz, Adolfo Soto, Adriana Trujillo, Itzel Martínez del Carrizo y Fernando de la Rosa, y en su conjunto responden a las nuevas miradas sobre nuestro entorno natural y social de una forma veraz y comprometida.

En la presentación del primer libro de esta colección: Rubén García Benavides. 55 años de trayectoria artística, en septiembre de 2013 en el campus principal de la UABC en Mexicali, al término del evento en que se dio a conocer este primer tomo de la colección Maestros del arte bajacaliforniano, una pregunta que salió a relucir fue si sólo a los artistas plásticos vinculados a nuestra máxima casa de estudios se les daría cabida en esta colección, si se tomaría en cuenta a los creadores importantes, a los maestros indiscutibles pero ya fallecidos. Mi respuesta a tal cuestionamiento fue que, entre los ocho primeros títulos de obras consideradas, estaba la difusión de 24 artistas de nuestro estado, entre artistas plásticos y fotógrafos. Hoy, a la distancia, podemos ver que Maestros del arte bajacaliforniano ha cumplido con aquella promesa. En lo últimos dos tomos que la constituyen aparecen diez nuevos creadores que han demostrado con creces sus aportaciones artísticas a la cultura nacional desde la frontera norte, desde nuestra entidad. No se olvide aquí que esta colección tiene el propósito de constituirse en libros de consulta para futuras investigaciones de nuestro arte

17
Ernesto Muñoz Acosta, artista plástico. Fotos: Archivo Palabra

y nuestra cultura. Su interés primordial es el rescate de nuestro patrimonio artístico regional. De 2013 a la fecha podemos ob servar que el valor de esta colección ha au mentado, pues algunos de los artistas par ticipantes, lamentablemente, han fallecido, como es el caso del pintor Eduardo Auyón y del fotógrafo José Luis Pérez Cendejas. De ahí que esta serie se haya convertido, en ambos casos, en un homenaje a su obra hecho aún en vida de estos creadores.

Por eso, en la misma presentación del libro de García Benavides, este maestro pidió que se creara un museo de arte mo derno para que en este recinto se pudiera exhibir lo mejor de los artistas bajaca lifornianos, las aportaciones a las artes visuales de nuestros pintores, esculto res, fotógrafos y creadores de todas las técnicas y escuelas habidas en nuestra entidad. Allí mismo, alzando su libro, dije que mientras se lograba levantar semejante museo, cada tomo de la co lección era un museo ambulante, al alcance de la mirada del público lector. Y lo dije porque ese es el objetivo primordial de la serie Maestros del arte bajacaliforniano: hacer visible, de forma permanente, el patrimonio de nuestros artistas al difundir los va lores de nuestra comunidad, en pinturas, grabados, instalaciones, dibujos o fotografías. Ahora que ya se completan diez tomos de esta serie editorial, con 34 creadores compilados, es posible ver que su propósito inicial se ha cumplido con creces.

Sentados en hombros de gigantes

Muchos son los artistas que han trabajado por la cultura de Baja California, de México y del mundo. Muchos son los creadores que se han impuesto la tarea de poner el arte que se hace en la frontera norte del país en el lugar que le corresponde por su calidad. Es tiempo de aceptar lo evidente: estamos sentados en hombros de gigantes y ellos, agraciadamente, aún son presencias vivas en nuestra comunidad, aún son maestros ejemplares que enseñan, crean y trabajan. Como lo han sido y lo siguen siendo los creadores que aparecen en esta colección editorial. Como esta serie de libros lo demuestra, es hora de darles su lugar, de cuidar su obra y su talento con libros, monumentos y pinacotecas a la disposición de la sociedad en general, espacios de toda índole que sirvan para observar, estudiar y discutir sus creaciones como herencia compartida por todos no-

“En nuestra entidad, los antecedentes vienen apenas de la década de los años ochenta del siglo pasado, cuando la UABC estableció su colección de obras de los integrantes del Taller de Creación Literaria”

plásticas de Baja California es que nacieron a impulso de los propios artistas, quienes transmitieron su entusiasmo por la pintura a la sociedad en general y a las recién creadas instituciones públicas de promoción cultural. La aparición de los artistas pioneros marcó un hito en la historia de nuestra entidad. Pero lo más importante es que este impulso se ha mantenido intacto a lo largo de los años, constituyendo una fértil tradición de trabajo, talento y creatividad, una tradición de la que todos los bajacalifornianos podemos considerarnos sus testigos de honor. La fisonomía de las artes bajacalifornianas, que comenzaron en su etapa moderna con pinturas de temas mexicanos o exóticos para turistas y con retratos acartonados para la clase político-empresarial, cambió radicalmente con la fundación de la Escuela de Artes José Clemente Orozco en Mexicali en 1955 y con los grupos de artistas independientes que surgieron a mediados del siglo XX en las principales poblaciones del naciente estado 29: Tijuana, Mexicali Tecate y Ensenada.

Pero si los dictados de la pintura nacionalista llegaron a imperar en términos de arte público, en tér-

minos de creación individual el campo de las artes, en nuestra entidad, siempre ha estado abierto a todas las corrientes, escuelas y movimientos de su tiempo. El extraordinario escaparate que ha sido y sigue siendo California como promotora y creadora de modas y modos de ver el arte y de transformarlo sin restricciones de ninguna especie, atrajo de inmediato la atención de numerosos artistas bajacalifornianos. Y esta influencia fue no sólo fecunda y favorable para las artes, sino que llegó mucho antes que tales modas y modos se filtraran hasta la Ciudad de México. Bajo esta circunstancia, donde la frontera era, mucho antes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, una zona franca, un espacio de libre circulación de ideas, tendencias, experimentos y estilos. Esto permitió que los creadores bajacalifornianos aprovecharan esta cercanía con una escena artística en explosión permanente, en mutación constante, para nutrir su obra, para estimular su imaginación, para indagar en temas o técnicas poco conocidas a nivel nacional. Así, cuando llegan artistas de la talla de Arturo Esquivias, Eduardo Auyón, José García Arroyo o Francisco Chávez Corrujedo, los creadores ya establecidos en la entidad les dieron la bienvenida, los recibieron con los brazos abiertos: no se les veía como competidores en un mercado por lo demás inexistente, sino colaboradores en las empresas culturales ya establecidas. Llegaban, en todo caso y aunque no lo supieran, a trabajar hombro con hombro por el incipiente movimiento artístico del estado, a engrosar sus filas con sus aportaciones distintivas.

¿Por qué el arte bajacaliforniano es tan peculiar en sus autores y obras? No es sólo el hecho de haber sido creado, en una primera instancia, por gente de tan distintos orígenes y procedencias. Su distinción es que, a pesar de sus diferencias culturales y no importando si eran nativos o foráneos, todos y cada uno de estos creadores apostaron por una tierra nueva, por una comunidad sin más raíces que el futuro, por un proyecto de vida inédito, sin precedentes, fundado en la fuerza de lo complementario, en la energía de lo diferente, en la conciencia de la hospitalidad. Tal es el prodigio del arte bajacaliforniano: su valor reside en la felicidad del espejismo, en el gozo de la quimera, en la experiencia vital de lo fronterizo, en residir en la periferia del país, en don-

18

de todo está apenas naciendo, en donde cada obra es voluntad y lucha, trabajo y persistencia. Un decir: yo soy nosotros por gracia de la creación plástica, un ser visible, multitudinario, sin más memoria que el deseo de trascendencia, sin más anhelo que pintar lo que aún no es, lo que aún no existe. Al arte bajacaliforniano hay que entenderlo como una promesa ilimitada, como un albergue para todos.

Por eso, como lo indican algunos de los títulos de esta colección editorial, aquí podemos contemplar el arte captado por el arte, las luminosas revelaciones, el fértil vientre del cosmos, así como los destellos de un mundo nuevo que nació al mismo tiempo que Baja California surgía como estado libre y soberano a mediados del siglo XX. Destellos que hoy debemos ver por lo que son: los fundamentos de nuestras artes como trabajo profesional y de nuestros creadores como artistas plásticos completos, como fotógrafos insaciables de nuestro entorno.

“La única colección que se ha dedicado a ofrecer una serie de libros de gran formato, monumentales en su presentación y pertinentes en su rescate de nuestros grandes creadores gráficos, es de nuevo la UABC con su colección Maestros del arte bajacaliforniano”

En Maestros del arte bajacaliforniano hay obras artísticas que van desde 1955 a la fecha, obras que son representantes excepcionales del espíritu creativo de los bajacalifornianos: desde el gobierno del primer gobernador de nuestra entidad, Braulio Maldonado, hasta los tiempos actuales, llenos de cambios, rupturas e incertidumbre. Un viaje por todas las corrientes de moda: desde la escuela nacionalista mexicana hasta el expresionismo abstracto, desde el arte de protesta hasta el arte conceptual, desde la fotografía de paisaje hasta la fotografía documental. Todos los caminos están presentes y nos han dado pinturas, dibujos y fotografías que son tanto espejos de nuestra realidad como de nuestros sueños colectivos.

En suma, estamos ante las coloridas raíces de nuestra bajacalifornidad y su camino de hallazgos, una ruta que abarca varias décadas de creatividad y experimentación. Las artes visuales son la mejor forma de comprender a la región en que vivimos como una

oportunidad única de explorar nuestra realidad, de aceptarla como un escenario mayor de la imaginación creadora. De esta forma, los 34 creadores que aparecen en la colección han enriquecido nuestras artes al abrir ventanas a otros mundos, al incursionar en modelos estéticos distintos al resto del país en su momento, modificando y ampliando las rutas del arte de la frontera, convirtiendo a nuestro estado en un crisol de sus maravillas y pesadillas por igual. Y es que más allá de la concepción del norte mexicano, con su cauda de estereotipos fronterizos (ciudades de paso, cultura a la estadounidense, arte chicano), gracias a estos pintores, dibujantes, experimentadores y fotógrafos hay una expresión genuina de lo que verdaderamente es ser bajacaliforniano, de lo que realmente es ser fronterizo: una condición vital abierta al mundo, una actitud creativa que responde a la realidad con otras realidades, que crea imágenes sorprendentes sin aceptar las distorsiones sin sustento de los intelectuales del interior de México.

Quiero terminar señalando que esta colección no sólo es la depositaria de obras significativas de nuestras artes visuales, sino que es ejemplo de las artes editoriales que nuestra UABC comparte con sus lectores. Y esto no es un logro menor sino un paradigma a seguir, un ejemplo a tener en cuenta por otras editoriales universitarias de nuestro país. Maestros del arte bajacaliforniano no es sólo un museo sino una museografía editorial, una curaduría académica y un acercamiento con ensayos interpretativos, con fotografías históricas de la trayectoria de muchos de estos creadores, con cronologías pertinentes para entender mejor de dónde vienen estos artistas y qué logros son los suyos. Es una labor generosa hecha desde el equipo que trabaja en el Departamento de Editorial de nuestra máxima casa de estudios. Una labor por el arte que entre todos hacemos y entre todos disfrutamos.

19
Rubén García Benavides, artista plástico. Foto: Archivo Palabra

LOS DIVERSOS VALORES DE  LA FICCIÓN:

LA CIUDAD DE LAS PALABRAS  DE ALBERTO MANGUEL

En su obra ensayística, el escritor argentino reflexiona acerca de temas como la importancia de las palabras, el papel del otro en nuestra propia existencia, el lenguaje como fuente de división y diferencia, la eterna lucha entre las armas y las letras, y las estructuras sociales modernas

Antonio López Ribera Profesor de Lengua y Literatura, es autor de Rutina del asesino

ajo el título de  La ciudad de las palabras y el subtítulo de  Mentiras políticas, verdades literarias, Alberto Manguel reúne los cinco textos que escribió para las prestigiosas Conferencias Massey en Canadá, que cada año se le encomiendan a un autor de renombre internacional. Manguel fue el elegido para dictar esas conferencias en 2007.

El autor de Una historia de la lectura  (1996) y  Leyendo imágenes (2002) se plantea en estos cinco ensayos, principalmente, las relaciones entre literatura y sociedad. Varias son las preguntas que, como explica el propio Manguel en el prólogo, «al final (…) deberán seguir siendo preguntas», pues no es intención del autor bonaerense sentar cátedra, sino estimular el debate: «¿Por qué buscamos definiciones de identidad en las palabras, y cuál es, en esa búsqueda, el papel del narrador? ¿Cómo determina, limita y amplía el lenguaje la forma en que imaginamos el mundo? ¿Cómo nos ayudan los relatos a percibirnos a nosotros mismos y a los otros? ¿Pueden estos relatos proporcionar a toda una sociedad una identidad, sea verdadera o falsa? Y para terminar, ¿es posible que los relatos nos cambien y cambien el mundo en que vivimos?».

El primer ensayo, titulado “La voz de Casandra”, comienza con una lúcida reflexión sobre la importancia de las palabras: «Las palabras confirman nuestra existencia y nuestra relación con el mundo y con los otros. En este sentido, somos creaciones de nuestra lengua: existimos porque nos nombramos y somos nombrados, y porque damos testimonio de nuestra experiencia en palabras compartidas». Las palabras son nuestro patrimonio común, son el legado de las generaciones anteriores y el futuro de las generaciones

venideras. A lo largo de todo este tiempo, el lenguaje ha sido el principal instrumento que ha permitido dar forma a la realidad.

Todo ello nos conduce, irremediablemente, al ancho campo de la ficción. La ficción como memoria, como manera de descubrir qué somos a través de las experiencias ajenas. Manguel toma como hilo conductor la trayectoria literaria y vital de Alfred Döblin, autor de  Berlin Alexanderplatz (1929), para profundizar en esta idea. Si examinamos la obra del autor alemán, podemos constatar que las palabras no sólo sirven para dotar de identidad a la realidad, sino que también pueden defenderla y pueden ayudar a sobrevivir a los  hacedores, término con el que Borges señalaba al creador de ficciones.

El hacedor sufre la maldición de Casandra. Casan-

dra, hija de Hécuba y Príamo, sacerdotisa de Apolo, tenía el don de la profecía; sin embargo, cuando rechazó el amor del dios, éste la maldijo: a partir de entonces, nadie creería en sus predicciones. Lo mismo les ocurre a los hacedores: muchas veces no se les quiere oír, porque dicen cosas que nadie quiere oír y porque pueden suponer un peligro para los gobiernos (todos sabemos lo que los estados dictatoriales hacen con ellos). ¿Cuál es, entonces, la última esperanza del hacedor? Pues no es otra que superar la maldición de Casandra, conseguir que los lectores crean sus palabras y compartan la condición beligerante de la ficción.

“Las tablillas de Gilgamesh”, segundo ensayo del libro, es una reflexión sobre la otredad, sobre el papel del otro en nuestra propia existencia. Como bien escribe Manguel, «una infinidad de personajes se oponen, se complementan, aprenden de su contrario y pelean

20
El escritor Alberto Manguel. Foto: Archivo Palabra

en las páginas de nuestros libros». Ello viene a decirnos, en pocas palabras, que no existimos sin el otro.

En los siglos XVIII y XIX, las ficciones europeas comienzan a variar de perspectiva respecto al otro. La literatura, siempre sensible a las circunstancias del momento en que es creada (en este caso, la creciente preocupación por la maquinización de las actividades industriales, que amenaza con convertir al ser humano en un mero simulacro), comienza a plantear un tema inédito hasta el momento: la figura del doble, «nuestro interior secreto (…) el lado oscuro del corazón». Hablamos de autores como E.T.A. Hoffman, Edgar Allan Poe o Heinrich Heine.

En las ficciones más antiguas, el doble solía describirse como un ser monstruoso (Manguel lo ilustra con la historia del hombre-perro, cuya primera versión conocemos por Plinio el Viejo). Con el paso del tiempo, el tema del otro se ha ido vinculando a la cuestión de la identidad de los pueblos, sobre todo en el siglo XIX, época de incipientes nacionalismos. La pregunta es: ¿debemos excluir o incluir al otro, al extranjero? Quienes son partidarios de la exclusión alegan que un multiculturalismo basado en la integración volvería irreconocible a la nación, y con ello parecen retrotraerse a la antigua concepción del doble como sinónimo de

muerte, es decir, un otro que nos aterra, un otro con el que nunca debemos identificarnos y que por lo tanto debe ser expulsado. Dos de las grandes ficciones del siglo XIX, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde  y  El retrato de Dorian Gray, parecen actualizar esta cuestión.

Sin embargo, la antiquísima  Epopeya de Gilgamesh propone justo lo contrario: buscar en el otro lo que pueda enriquecernos, unir fuerzas con él. En definitiva, compartir la idea con la que comenzaba el ensayo: nuestra existencia no es tal sin el otro. Nuestra identidad, escribe Manguel, «exige el reverso: un esfuerzo constante de inclusión, una historia que recuerda a Gilgamesh que, para saber quién es uno, son necesarios dos».

una fuente de transmisión permanente de sabiduría; el poder catártico de la ficción se remonta a las primeras historias, como la  Odisea de Homero. No obstante, que la ficción sea capaz de curar las heridas de la sociedad siempre será una cuestión irresoluble.

Si el primer ensayo del libro trataba sobre el lenguaje como denominador común del ser humano, como punto de unión, en el tercer ensayo, titulado “Los ladrillos de Babel”, Manguel centra su atención en el fenómeno contrario: el lenguaje como fuente de división y diferencia. Cuando las sociedades no comprenden la importancia del lenguaje como medio principal de comunicación, surgen las modernas torres de Babel (sobre todo en situaciones de colonización, en las que se quiere imponer una lengua sobre otra).

“El autor de Una historia de la lectura y Leyendo imágenes se plantea en estos cinco ensayos, principalmente, las relaciones entre literatura y sociedad”

En tales tesituras, cabe preguntarse: ¿qué función cumple el hacedor de ficciones? Nuestro autor nos recuerda acertadamente que la lengua escrita nació para registrar hechos de la vida cotidiana, hechos económicos; la lengua como vehículo de la ficción llegó mucho después, cuando el pensamiento ya había sido moldeado por esa concepción del lenguaje. Por lo tanto, no hay que olvidar nunca que la ficción, como ya se apuntó en el primer ensayo del libro, siempre es una respuesta a la realidad social del momento histórico en que ha sido urdida. Puede ser una respuesta pronta (la literatura sobre la Segunda Guerra Mundial o sobre las dictaduras latinoamericanas del siglo XX) o una respuesta tardía (la literatura sobre la represión de la población civil en la Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial).

Manguel examina ampliamente otras dos funciones del hacedor de ficciones. La primera tiene que ver con su papel a la hora de configurar la identidad de una sociedad; el autor argentino dedica varias páginas a este asunto, tomando como ejemplo la mitología inuit (esquimales). La otra función del hacedor es la de ser

Para comenzar el cuarto ensayo, bajo el título de “Los libros de Don Quijote”, Manguel retoma la idea con que había acabado el tercero: «En lugar de reunir nuestras diferentes características y nuestras diferentes hablas bajo el dominio de una lengua común pero restringida, quizá sea posible entretejer todas ellas y transformar la maldición de Babel en un don de muchas lenguas». Nadie puede ser dueño exclusivo del conocimiento, y quienes lo pretenden son los que suelen utilizar la lengua como instrumento de división u odio entre los pueblos. Es la eterna lucha entre la fuerza y la razón, entre las armas y las letras. La historia, desgraciadamente, está plagada de este tipo de conflictos, en los que el poder político aplasta la cultura. Las primeras páginas del cuarto ensayo del libro constituyen un breve recorrido por algunos de estos convulsos episodios.

En el ámbito de la literatura, quien mejor simboliza esta ancestral batalla entre la espada y la letra es nuestro inmortal hidalgo Don Quijote de la Mancha. A él dedica Manguel la mayor parte del cuarto ensayo del libro, analizando con minuciosidad el proceso de gestación de la obra cervantina, a la que considera indiscutible muestra de cómo la ficción puede hacer más verdadera a la propia realidad. Para ello, para que la ficción pueda moldear la realidad, la condición indispensable es que esa ficción sea verosímil: «No pueden ser invenciones ficticias, en el sentido de falsificaciones o tergiversaciones; tienen que ser ficciones inventadas, resultado del descubrimiento de verdades sociales históricas que pueden otorgar realidad al mundo por medio de las palabras. En un profundo sentido literario, tienen que ser verosímiles».

El quinto y último ensayo, “La pantalla de Hal”, es una reflexión sobre las estructuras sociales modernas. Muchas veces recurrimos a ese «otro hostil» para explicar muchos de los males de nuestra sociedad, cuando en realidad el problema es intrínseco, es la propia máquina social quien actúa de manera perversa bajo el pretexto de la búsqueda de la perfección: «el sueño de una máquina social perfecta que seleccionará infaliblemente lo bueno frente a lo malo, eliminando lo nocivo y preservando sólo lo sano».

21

Jack London dejó incompleta una novela, titulada Asesinatos S.L., en la que trataba este tema: una sociedad dirigida por un inquietante personaje llamado Dragomiloff que mata por encargo a personajes indeseables a cambio de un pago en efectivo. Sin llegar al extremo que plantea Jack London, nuestra maquinaria social no queda tan lejos de lo que planteaba el autor estadounidense: «Nosotros, en nuestras sociedades, hemos permitido la puesta en marcha de maquinarias económicas destinadas a ganar cantidades ilimitadas de dinero, sea cual fuere el coste de vidas humanas pero sin creer que entre esas vidas puede estar la nuestra». La perversión de la sociedad en la que vivimos consiste en que unos pocos se enriquecen a costa de la ruina y la muerte de muchos, que siempre son  otros, nunca nosotros.

Nunca nosotros porque somos eslabones de la cadena, somos consumidores destinados a caer en sus redes, y caemos de una manera pragmática y dogmática, sin el propósito indagador que caracteriza a la literatura. La maquinaria no puede permitir que se le cuestione, no puede permitir que el consumidor ponga en tela de juicio su existencia, porque eso podría significar su fin. Es entonces, cuando alguien osa rebelarse contra ese engranaje perverso, cuando entran en juego los mecanismos de censura. Puede darse una censura más radical, como la prohibición del uso de lenguas no oficiales, o más sutil, como la que se está produciendo en el actual mercado de la venta de libros. Consiste esto último en empobrecer el lenguaje literario (abierto, infinito) hasta convertirlo en un lenguaje publicitario (monosémico, incuestionable), para así aumentar las ventas con una literatura facilona que guste a la gran masa de consumidores (no lectores). Se trata de privar —disimuladamente— a la gente de la «buena literatura», haciéndoles creer que no serán capaces de disfrutarla o valorarla: «la industria debe inculcarnos la estupidez porque nosotros no nos convertimos en estúpidos de forma natural. Por el contrario, venimos al mundo como criaturas inteligentes, curiosas y deseosas de aprender. Requiere un tiempo y un esfuerzo inmenso, individual y colectivo, reprimir y finalmente anular nuestra capacidad intelectual y estética, nuestra percepción creadora y nuestra utilización del lenguaje».

La literatura y el poder de la ficción

trar un buen sitio en la estantería de la librería, porque eso significará que vende mucho y que, por lo tanto, es bueno.

“Las palabras son nuestro patrimonio común (...) la ficción como memoria, como manera de descubrir qué somos a través de las experiencias ajenas”

La literatura, como tantas otras cosas en el mundo, es víctima de una creciente «cosificación» (término de Lukács), es decir, su valor reside en el coste monetario o en lo que el consumidor está dispuesto a pagar por ella. Su valor artístico ya no cuenta, el libro se ha convertido en un simple producto que pugna por encon-

Esta progresiva tecnificación de la literatura no sólo afecta al libro como producto acabado, sino que influye en todo el proceso de gestación de la obra literaria. La creación de una obra ya no es sólo cosa del autor, como era hasta que el libro se convirtió en un artículo exclusivamente comercial. Ahora el autor es quien inicia el proceso, que deberá ser completado por un editor y aprobado por un departamento de marketing. Tal proceso ha sido diseñado para favorecer al mercado, pero, en cambio, actúa claramente en detrimento de la lengua literaria, pues limita —por así decirlo— su radio de acción. La literatura se convierte en un mero pasatiempo, una vez anulada su capacidad para remover conciencias y fomentar el pensamiento crítico. Pero, a pesar de los esfuerzos, conscientes o inconscientes, por desterrar la lengua literaria, no hay que perder la esperanza en el poder de la ficción: «Los relatos no pueden protegernos del sufrimiento o del error, de las catástrofes naturales o artificiales o de nuestra propia codicia suicida. Lo úni-

co que pueden hacer a veces, por razones imposibles de prever, es hablarnos de esa locura y esa codicia y recordarnos que debemos mantenernos alerta frente a las tecnologías cada vez más perfeccionadas. Los relatos pueden ofrecer consuelo frente al sufrimiento y palabras para dar nombre a nuestras experiencias. La ficción puede decirnos quiénes somos y qué son esos relojes de arena a través de los cuales nos deslizamos, y puede también sugerirnos formas de imaginar un futuro que, sin exigir un final feliz, pueden ofrecernos alguna manera de permanecer vivos, juntos, en esta tierra maltratada».

Con  La ciudad de las palabras, Alberto Manguel nos ofrece una nueva muestra de su inmensa sabiduría y personalidad a la hora de escribir. Como ya hiciera en algunas de sus obras anteriores, el autor argentino reivindica, ante todo, el poder de la literatura para combatir la ignorancia. Nuestra realidad cotidiana avala esas  mentiras políticas del subtítulo del libro, esa manipulación global que todos hemos aceptado pasivamente y mediante la cual se nos quiere convencer día a día de que el pensamiento crítico es algo obsoleto, innecesario, incluso elitista. En resumen, al sistema no le conviene que pensemos, porque podría ser el principio de su fin.

La literatura ayuda a combatir esa apatía mental que se nos quiere inculcar a diario. La ficción es esencial para construir la identidad de nuestro tiempo, refleja la vida con todos sus matices, verbaliza una y otra vez la complejidad de la existencia humana. En las páginas de Manguel se plantean los más diversos temas, pero en todas ellas nunca deja de palparse la insobornable fe de su autor en el poder de la ficción. Es un verdadero placer pasear por esta ciudad de las palabras, repleta de lúcidas y penetrantes reflexiones sobre el papel social de la literatura: combatir las mentiras políticas que nos quieren convencer de que la realidad que vivimos es la mejor que podamos imaginar jamás. Contra esas mentiras, tenemos las diversas  verdades literarias que desgrana Alberto Manguel en este libro.

Sirvan como conclusión unas palabras de Mario Vargas Llosa, nuestro último premio Nobel de Literatura: “El efecto político más visible de la literatura es el de despertar en nosotros una conciencia respecto de las deficiencias del mundo que nos rodea para satisfacer nuestras expectativas, nuestras ambiciones, nuestros deseos (…) esa es una manera de formar ciudadanos alertas y críticos sobre lo que ocurre en derredor”. Hoy más que nunca, la buena literatura debe tener como buque insignia esta idea, y si hacedores y lectores siguen comprometidos con ella, la  ciudad de las palabras permanecerá viva como símbolo del innegable poder de la ficción.

22

GRACIELA ALBERT PALACIOS: LA HERMANA POETA

CPor Lauro Acevedo Poeta y escritor, autor de Arboranza Yo, la multitud enardecidavoz@gmail.com

orrió el mes de febrero del año bien amado 2024, dedicado todo, como es costumbre, al amor y la amistad, que trajo consigo el fin del invierno y la advocación de la primavera, pero ese final del invierno, como todos los finales infaustos, dejó la huella de sus más duras ventiscas, cargadas de furias “enfermales” y gélidos momentos, una de esas ráfagas de viento se llevó de la Tierra, hacia lejanas regiones de la eternidad, a una poeta destacada en nuestro querido puerto de Ensenada: la doctora Hilda Graciela Albert Palacios. Se fue, directa, al campo del maravilloso recuerdo y la memoria de un ser entrañable queda impresa en nuestro corazón, en nuestra mente y en nuestro entender de los sentimientos más profundos.

Poeta ensenadense, ella misma comenta en el libro Noches en la Bahía. Panorama Cultural de Ensenada (2016), compilación de autores hecha por la escritora Delfina Ramírez, que: “curso dos licenciaturas universitarias en la UNAM y la UABC, diplomados en Suiza y Estados Unidos, maestría y doctorado en estudios de América Latina en una universidad francesa. (…) Mochilera infatigable, con muchos kilómetros recorridos, (…) por naturaleza poco parlanchina y más bien vanidosa e introvertida, (…) poeta, cuentista, novelista, pintora por terquedad y fotógrafa”.

“Hasta el día en que el amor no quepa y desbordando/ rebose y deje mi vieja envoltura desgastada/ iré entonces donde el viento nace/ y las aguas brotan limpias y claras./ Seré viento y seré agua/ seré ola que acaricia la playa/ me mezclaré en el aire que tú inhales / y el agua que tú bebas y estaré en ti/ y seré tuya por siempre/ siempre tuya (…)”.

Así, en la asimilación de la inesperada partida, he dedicado a ella estas palabras:

Su mirar de general al mando, no dejada a la tristeza sino con la postura permanente del guardián, nunca doblegada a la queja sino en la almena del reclamo justo y en tiempo real.

Mujer de horizonte abierto, sin recovecos ni falsas latitudes. Mujer de música, de mar, mujer de mentalidad azul y bracear listo para cortar el límite de cualquier litoral, poeta de mar abierto, de ensenadas, de humedales. Mujer del alba.

“Mujer de franco acento, cuyo quehacer principal fue modelar el barro de la certidumbre”

Aunque un fuerte viento te arrebatara la voz, volvías a establecerte sobre el horizonte como fértil surco de un mañana mejor. Ninguna tormenta te hacía mella, traslúcida como la claridad del amanecer, firme y cierta como la luz del mediodía, protectora como la paz del silencio y la tienda amigable de la noche.

Mujer de franco acento, cuyo quehacer principal fue modelar el barro de la certidumbre. Mujer de voz apasionada en tono de guía. Poeta de corazón de niña, siempre dispuesta a la batalla.

A lo que debemos agregar, una gran maestra universitaria y excelente conferencista.

Conviví con ella en incontables ocasiones, en sus charlas en la Biblioteca “Benito Juárez” y en las tertulias literarias a las que solía de vez en cuando asistir.

De su poema La Tierra, es inevitable agregar este fragmento:

Mujer columna, mujer celebración, mujer de buena manta, de abrazo de algodón, en fuerte trama amaneció tu tejedura en el telar de la historia para quedarse siempre.

Mujer que nunca te apartaba del camino, que te abastecía de rumbos. Mujer que no evitaba tu presencia, sino que te daba la seguridad de su afecto, de su sentido crítico, de su opinión segura respaldada por la honestidad, el amor y la ternura.

Encendimos juntos varias veces el fuego de la conversación y quedó la chispa del entendimiento y del recuerdo, jamás la disensión y el resentimiento, siempre el abrazo del acuerdo.

Mujer sin lejanías. Mujer de almas tomar, médica veterinaria curando las heridas de la densa humanidad cercana y añorando en el poema el bienestar de toda la humanidad.

Hasta siempre, Graciela, hasta siempre amiga, hasta siempre poeta.

Habemus manada y hay tu guía.

Que en paz descanses.

23
ARTEOFICIO
La doctora Graciela Albert, descanse en paz. Foto: Cortesía

EEN PLAN DE RETIRO

(Parte III)

Por Enrique Botello

Fotógrafo y ex docente de la Facultad de Artes (UABC) chocorrol_@hotmail.com

n junio de 1985 regresé de Mexicali y empecé a trabajar, de medio tiempo, como médico veterinario asistente; tenía entonces todas las tardes libres y comencé a ocupar mi tiempo en diversas actividades. Entré, antes que nada, a estudiar inglés; el poco que entendía, lo había aprendido al traducir las canciones que venían en los forros de los discos de acetato, principalmente los de Queen y Pink Floyd. Entonces mi mamá tenía la concesión de la cafetería de la Universidad Xochicalco, y algunos días me encargaba de la plancha, haciendo tortas y burritos. Todavía me quedaba tiempo y empecé a buscar otras actividades por las tardes.

Tuve entonces un reencuentro con Rael Salvador, mi amigo y vecino desde la infancia, en el tiempo de mis estudios en Mexicali él estaba peleando su plaza como profesor de primaria en Guanajuato, por ello nos habíamos dejado de frecuentar y hacer cosas juntos. De niños, tuvimos una infancia feliz en el Fraccionamiento California, entre el beisbol, la lucha libre y el básquetbol callejero, pero también teníamos otras aficiones: el arte, principalmente el dibujo. Entre él y yo, teníamos un ejercicio muy peculiar: nos retábamos para ver quién hacia el mejor dibujo a partir de un trazo azaroso; teníamos libretas llenas de dibujos, tipografías que inventábamos y muchos otros temas, todo esto en un entorno en el que la adolescencia nos llegó tranquilamente y sin desvaríos aparentes.

Al tiempo de este reencuentro, Rael, de la mano de Luis Pavía, se vio inmerso en el mundo de la literatura, por tal razón frecuentemente nos veíamos en tertulias después de alguna presentación o exhibición de arte, actividades que en breve iban a tomar fuerza para un movimiento de artistas de todas las disciplinas, que cerró de manera impetuosa el final de la década de los años 80 del siglo XX. Para nosotros, lo definitivo y que nos enganchó al mundo del arte, fue nuestro acercamiento al teatro. No recuerdo cómo, pero un día nos encontramos en la sala

Francisco Zarco una veintena de chicos y chicas para hacer el casting para una obra de teatro, entre ellos, Natalia Arroyo, Carlos Pérez, Carlos Mix, Rael y yo. Sin ninguna preparación, el director Ignacio Enciso nos pide hacer un ejercicio de improvisación, en parejas. Fue tormentoso, al menos para mí, pues era el más inexperto del grupo, pero finalmente quedamos seleccionados.

No sé qué obra sería, pero al cabo de un par de reuniones en la misma sala, el director anuncia que, por cuestiones institucionales, se tiene que abandonar el proyecto, y nos quedamos a la deriva; entonces sucedió algo que nos marcó para siempre, por lo menos a Rael y a mí, conocer a Jacobo De (el dramaturgo Rodolfo Alcaraz, doctor en Filosofía por la Universidad de La Sorbonne en París).

Recuerdo que después del anuncio de la renuncia del director, algunos integrantes nos reunimos para decidir qué hacer, entonces alguien sacó a relucir el nombre de Jacobo; casi nadie lo ubicaba, nadie sabía en dónde encontrarlo, era un misterio para muchos.

Dimos con él, vivía en El Sauzal, justo detrás de la gasolinera Horta. Nos apostamos ante su puerta y, cauteloso, nos atendió sin dejarnos traspasar el umbral: no se explicaba por qué lo queríamos sacar de su autoexilio; finalmente accedió y, después de un rato y muchas preguntas, nos dijo que regresáramos el próximo domingo para hacernos una propuesta.

“Nos apostamos ante su puerta y, cauteloso, nos atendió sin dejarnos traspasar el umbral: no se explicaba por qué lo queríamos sacar de su autoexilio”

Jacobo De había montado piezas teatrales en Mexicali (entre ellas, La loca de Chaillot, de Jean Giraudoux) mientras fungía como catedrático de filosofía de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC, Campus Tijuana); llegó a Ensenada, al darse cuenta que era muy complicado, en ese entonces, pensar en producciones de teatro que no fueran a modo (institucional). Nos reunimos con él la semana siguiente, nos entregó el guion, que se llamaba La muñeca de trapo, una adaptación de la obra de El círculo de tiza caucasiano de Bertolt Brecht. Las condiciones que puso Jacobo eran que se ensayaría solamente los domingos, 8 horas, y que se presentaría en espacios públicos abiertos. Iniciamos inmediatamente con la lectura y, poco a poco, se fueron asignan-

do los personajes: yo terminé haciendo tres, el papá de la niña, un vendedor y el juez.

Por ahora no daré detalles de la puesta en escena, ni de nuestras presentaciones; lo interesante de esta experiencia fue convivir con Jacobo y cómo nos transmitió su visión sobre el mundo, desde su punto de vista filosófico existencial. A la par, me iniciaba en la práctica fotográfica; yo no lo sabía, pero él hacía fotografía, recuerdo que un día, sacó del piso de una alacena, una maleta de aluminio Halliburton, la puso sobre la mesa, la abrió y dentro estaba una cámara Hasselblad con varios lentes, que solamente las conocía en las revistas, por eso, en algún momento, me atreví a mostrarle mi precario portafolio fotográfico... lo revisó, al tiempo que fumaba su pipa en su clásica posición de pierna cruzada, volteó, me miró con sus grandes ojos a través de sus amplios lentes cuadrados de pasta negra y me dijo: “la fotografía es lo tuyo, deberías dedicarte a ella de tiempo completo”. (Continuará.)

24
Jacobo De, nom de plume (Rodolfo Alcaraz). Fotos: Enrique Botello

Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.