Albert Camus:
El último hombre moral
Por Rael Salvador
Palabra, Tercer Aniversario
Muchos editores soñamos con elevar el ejercicio de la crítica literaria al nivel de obra de arte, sobre todo en el ejercicio de lo humano.
A lo largo de estos tres años, Palabra ha ofrecido en sus páginas opiniones, reseñas, ensayos, reportajes, entrevistas en las plumas de Carlos Mongar, Gabriel Trujillo Muñoz, Leobardo Sarabia, Sergio Gómez Montero, Eduardo Cruz Vázquez, Iliana Hernández, Jeanette Sánchez, Óscar Ángeles Reyes, Carlos Velázquez, Fernando Mancillas, Enrique Botello, Eric Rodríguez Ochoa, Ramón Acevedo Arce, “Rakar”, Manuel Quintero, Carlos-Blas Galindo o Jorge Ruiz Dueñas, por citar sólo algunos y no hablar de la maestría de otros colaboradores (Alberto Manguel, Martín Caparrós, Juan Arnau, Lídia Jorge o Leila Guerriero).
Palabra ha mantenido, de forma canónica por decirlo de alguna manera , un discurso cultural sustentado en una retórica libertaria, seguida de su poética; es decir, centrados en el milenario legado aristotélico vigente hasta nuestros días; pero, más que nada como el lector logra constatar o percibir , en la heterodoxia que plantean nuestras plumas, las cuales admitimos como una propuesta de crecimiento y riqueza para Ensenada y sus ciudadanos, sobre todo por admitir, describir y exponer la riqueza de otros mundos, sin excluir el nuestro.
Si eso no es crecimiento, entonces sólo nos queda amontonar los 36 números de Palabra para alcanzar a subirnos al lomo de enanos. ¡Lo cual también sería maravillosamente terrible!
¡Con fortaleza y decisión, Palabra no deja de navegar en un tiempo inesperado!
¡Enhorabuena!
R.S.
Albert Camus: El último hombre moral / Rael Salvador págs. 3 a 5
De las series de televisión consideradas como bellas artes / Gabriel Trujillo Muñoz págs. 6 a 8
El CECUT a la administración estatal / Sergio Gómez Montero pág. 9
El indio Victoriano: que no le digan, que se lo cuenten / Eduardo Cruz Vázquez págs. 10 y 11
El Zeitgeist de una localidad / Óscar Ángeles Reyes págs. 12 y 13
Las ondas largas del desarrollo del Capitalismo Tardío / Fernando Mancillas Treviño págs. 14 a 16
En plan de retiro (Parte VIII) / Enrique Botello pág. 17
Anthony Bourdain: ¿Acaso los mitos nos pertenecen a todos? / Carlos Velázquez págs. 18 y 19
Doris Lessing, una escritora comprometida / Alberto Manguel págs. 20 y 21
A la música de la vida sólo le falta nuestra ginebra / Rael Salvador pág. 21
Las manos de Hadi Matar / Lídia Jorge págs. 22 y 23
La palabra escritor / Martín Caparrós pág. 24
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Albert Camus: El último hombre moral
Un 7 de noviembre de 1913, de hace 111 años, naci ó el autor de El Extranjero, y para aquellos que gozan de la belleza reflexiva, su lectura confrontada e irremplazable continúa siendo de una incuestionable presencia
Por Rael Salvador Escritor y editor raelart@hotmail.com
I Camus muere en Cioran
Cuatro de enero de 1960. Montparnasse (Boulevard Saint Germain, 95 escalones hacia el cielo), once de la noche. La oscuridad, compaginada, avanza en una biografía cortesana. En su buhardilla, E. M. Cioran descuelga la pesadez del teléfono… Después de un momento, lo asienta —sin premura— de manera silenciosa. Lo que ha escuchado le electrifica la sangre. Su boca se frunce lentamente en una flor de carne. Otea el horizonte, iluminado sólo por los murmullos de algo insomne y trágico: X le acaba de comunicar que sucedió un accidente automovilístico… Los involucrados, por desgracia, pertenecen a la misma casa editorial: Gallimard. El joven editor Michel se encuentra grave, Albert Camus ha muerto.
“La oscuridad, compaginada, avanza en una biografía cortesana. En su buhardilla, E. M. Cioran descuelga la pesadez del teléfono… Después de un momento, lo asienta —sin premura— de manera silenciosa”
Aparta la edición, reacomoda apuntes… Abre uno de los cuadernos de ejercicios, negro en su origen, ahora deslavado, casi gris, extraído de otros tantos —I, III, VII, etc.— que en ese momento se amontonan en el elegante desorden del escritorio. Después de cerrar por un instante los ojos, las horas pasan. Llega la madrugada, la mirada corta sin piedad una nostalgia sin época y, filo caído sobre la hoja, escribe: “Albert Camus se ha matado en un accidente de coche. Ha muerto en el momento en que todo el mundo, y quizá él mismo también, sabía que ya nada tenía que decir y que viviendo no podía más que degradar su gloria desproporcionada, abusiva, incluso ridícula.
Inmensa pena al enterarme de su muerte (…) Un excelente escritor menor, pero que fue grande por estar totalmente exento de vulgaridad, a pesar de todos los honores que han caído sobre él”.
Emil Cioran tuvo su desavenencia con Camus, cuando éste, al lado del finísimo Raymond Queneau y el cabeza de toro Jean Paulhan, era lector de Gallimard. Breviario de podredumbre, recomendado por el mismo Paulhan, dilecto de oro del director Gaston Gallimard, fue devuelto en tres ocasiones. Una, dos y una tercera vez… El consentido autor de El extranjero
(Éditions Gallimard, 1942), en su actitud de época, en una condescendencia injusta, le habría recomendado al rumano —sabemos que esas cosas son tomadas siempre con displicencia, cuando no con franca amargura— que se pusiera a escribir con rigor intelectual esos papeles sin género fácil, despiadados. En los pasillos de la editorial aún se rumora que le conminó a que “entrase de lleno en el camino de circulación de las ideas”.
1949, Précis de décomposition. Cioran, publicado con el sello de los “tres reveses”, nunca le perdonó el atrevimiento. Con tardía desmesura, como podemos leer en uno de sus “Cuadernos”, se arrebata en el valor del hombre de letras y, como perra que lame la miel de los muertos, la fama le encasquilla el tiro y… rememora, recuerda, trae al presente:
6 de enero de 1960 (escrito en rojo)
“No hablé con Camus más que solamente una vez, en 1950, creo; he hablado mal de él muchísimas veces y ahora siento el azote de un terrible e injustificado remordimiento. Pierdo todos los papeles ante un cadáver, sobre todo cuando es tan respetable. Tristeza atroz”.
Sí. Esa debilidad cercana a las lágrimas…
Pasan los días. Se le solicita a E. M. Cioran que escriba un artículo sobre la muerte de Albert Camus.
Se niega.
Fuente de la que no se aparta, se repite: «Su muerte me ha conmocionado, pero no se me ocurre nada que decir sobre un autor que se ha cubierto de gloria y cuya obra, como he dicho en mi carta de abstención, es de una “significación desesperadamente evidente”»
Agrega, justifica, arremete. Los lápices hirientes también puntualizan en la admiración como en el desprecio: “Camus, que tanto protestó contra la injusticia, debería haberlo hecho contra la de su gloria, si hubiera querido ser consecuente consigo mismo. Pero eso habría sido indecente. Y seguramente él creía que su gloria era merecida”.
Camus nunca dejó de creerlo. Está de más agregar que se trataba de una satisfacción que ofendía a los insatisfechos: “Si llevásemos hasta el final la manía de justicia, caeríamos en el ridículo y nos autodestruiríamos. Hay más elegancia en la resignación que en la rebeldía, y más belleza en el anonimato que en la riña, en el alboroto en torno a un nombre”.
Y contra ese último hombre moral va Cioran: “Es despreciable cualquiera que se apegue a su fama, quien no sea humillado y herido por ella”.
Yo también me repito y —en “esa debilidad cercana a las lágrimas”— arremeto: “Hay más elegancia en la resignación que en la rebeldía”.
II
La trama soviética
Desde la no ficción, lo inconfesable…
Intempestiva la muerte de Camus, lo primero que me ha interesado saber es el atónito estupor ¿dolido?, ¿triste?, ¿incrédulo?— en el que René Char tuvo que obligarse a comentar lo sucedido…
¿Cómo se recibe una noticia así? ¿Qué se puede decir en tales circunstancias? Rechazó la invitación de llegar a París en el Facel Vega y ahora es un sobreviviente. Él, más cercano incluso que Michel Gallimard —fallecido días después de la tragedia—, quizá sólo atinó a murmurase algo que ya sabíamos de su poética: “La lucidez es la herida más cercana al Sol”.
Han pasado más de seis décadas… y la duda histórica del acontecimiento se abre de nuevo en una página precisa: «De un hombre que sabe muchas cosas, y tiene fuentes por las cuales conocerla, he oído una cosa muy extraña.
»Él afirma que el accidente vial en que en 1960 murió Camus estuvo organizado por el espionaje soviético.
»Dañaron un neumático del auto gracias a un instrumento técnico que con la alta velocidad cortó o perforó la goma. La orden para la acción de liquidación fue dada personalmente por el ministro de relaciones exteriores Shepílov, como “recompensa” por el artículo publicado en FrancTireur en marzo de 1957 donde Camus, en relación con los hechos de Hungría, atacó a aquel ministro, nombrándolo explícitamente»
El apunte anterior salta del diario Toda una vida (1990), escrito por el “Hombre de Praga”, el poeta Jan Zábrana, traductor de Doctor Zhivago al checo, así como de Babel y Conrad. El escritor Giovanni Catelli (Cremona, Italia) ha publicado el dato revelador en su libro Camus debe morir (Editorial Bärenhaus, 2017) y acompaña la hipótesis del crimen de Albert Camus, con diligente aportación de datos y documentos comprobables.
Jan Zábrana (1931-1984), el “Hombre de Praga” —como denomina Catelli al disidente soviético— es un intelectual al que le indignan los escritores serviles de cualquier régimen, sobre todo el checoslovaco, en esos años satélite de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), quien a través de la voz de su mujer, Marie Zábranová, depositaria de su legado literario y entrevistada por Catelli para fortalecer la investigación sobre la teoría conspirativa del posible crimen de Albert Camus en 1960 por parte de la KGB (Comité para la Seguridad del Estado), reabre desde la intimidad una polémica digna de las mejores novelas de espionaje en la Guerra Fría.
La puntualización de Camus debe morir se inscribe en la incomodidad de un escritor que, a punta de opiniones argumentadas, sus discursos y escritos
se convierten en latigazos a la cara de los opositores y verdugos. Camus nunca dejó de observar los abusos donde el mundo se hunde en la brutalidad del poder. Siguiendo la tesis de Catelli, ese gesto de honestidad intelectual llevó al autor de El extranjero a ser blanco del rencor del ministro de relaciones exteriores de la URSS, Dimitri Shepílov, protegido de Nikita Jrushchov, y quien se encarga en aplastar, con la saña carnicera de la invasión, las revueltas húngaras de 1956.
Camus atiende el llamado de los escritores húngaros e interfiere públicamente: «Cuando el ministro Shepílov, a su regreso de París, osa escribir que “el arte occidental está destinado a descuartizar el alma humana y a formar asesinos de todas las especies”, es tiempo de contestarle que nuestros escritores y nuestros artistas, ellos al menos, jamás asesinaron a nadie y tienen sin embargo suficiente generosidad para no acusar a la teoría del realismo socialista de los asesinatos encubiertos u ordenados por Shepílov y sus similares». En palabras de Jan Zábrana, este fue el discurso que, sumado a las publicaciones locales e internacionales (Franc-Tireur, New York Times, y su artículo El socialismo de las horcas, en la revista Deamain), le costó la vida.
Giovanni Catelli, desde la no ficción, ha reunido una serie importante de documentos, voces implicadas, testimonios (no directos, quizá por ello no solidifica la hipótesis), visitado a altos funcionarios del servicio secreto de la ex Unión Soviética, estableciendo contactos de todo orden, cuidando el estilo como el poeta que es… convirtiendo a Camus debe morir en un capítulo inexistente en la biografía de Olivier Todd —Albert Camus. Una vida (Gallimard, 1996)—, quien descarta las pistas del accidente del autor de La caída (Éditions Gallimard, 1956) en los archivos soviéticos.
Sí, a veces el miedo es más fuerte que la verdad. III
Té a la luz de Camus
Otra biografía realizada por Virgil Tanase fue publicada por Gallimard en 2010, generando un renovado oleaje de frescura sobre la figura de Albert Camus (1913-1960), lector de la emblemática editorial francesa y autor absoluto de su catálogo.
Ahora que el libro se puede conseguir en castellano, Camus (Plataforma Editorial, 2018), ya se ha celebrado el centenario de su nacimiento con homenajes, lecturas, festividades, exposiciones y conferencias —incluyo la del oponente declarado, Mario Vargas Llosa— a todo lo ancho y largo del planeta, y han circulado ediciones de importancia absoluta, como la de Kamel Daoud: Meursault, caso revisado, Premio Goncourt 2015 (Editorial Almuzara, 2016); la de Giovanni Catelli: Camus debe morir (Editorial Bärenhaus, 2017); la joya firmada por José María Ridao: El vacío elocuente. Ensayos sobre Albert Camus (Galaxia Gutenberg, 2017); el libro de viajes de Javier Reverte: El hombre de las dos patrias. Tras las huellas de Albert Camus (Ediciones B, 2016); el de Robert Zaretsky: Albert Camus. Elementos de una vida (Intervención Cultura, 2012); y la investigación acuciosa de María Santos-Sainz: Camus, periodista. De reportero en Argel a editorialista en París (2016).
Denostado por el hijo del autor de El hombre rebelde (Éditions Gallimard, 1951), después de las históricas y contundentes biografías de Herbert R. Lottman y Olivier Todd, sólo hay un pendiente en nuestro idioma: Michel Onfray, con su L’ordre libertaire. La vie philosophique d´Albert Camus* (Flammarion, 2012). La visión que tiene Jean Camus sobre Onfray se cifra en dos palabras: “Son bobadas”, declara y ríe emocionado al recordar que su padre era mucho más que una biografía filosófica. (No quiero olvidarme de otra traducción aplazada: Looking for
the Stranger: Albert Camus and the Life of a Literary Classic, de Alice Kaplan, editado por University of Chicago Press, 2016.)
Hermana gemela de Jean, Catherine Camus se suma a esta serie de muestras, ya que en 2009 publicó Albert Camus: Solitario y solidario (Plataforma Editorial), un bello e inmenso álbum ilustrado con imágenes exclusivas y anécdotas de orden complementario, las cuales son una delicia para los lectores del Premio Nobel 1957, sin dejar de lado su autorización a la Albert Camus-Maria Casarès: Correspondencia, 1944-1959 (Dabate, 2023) y ofrecer a luz las intermitentes misivas entre la actriz y su padre, un lazo de intimidad que se sostiene en 865 cartas de amor, reflexión y compromiso humano, tras 15 años de intensificar el idilio. También tenemos Albert Camus-René Char. Correspondencia, 1946-1959 (Alfabeto, 2019. Edición, presentación y notas de Franck Planeille. Traducción de Ana Nuño), que retrata la cercanía del narrador de genio y el poeta incuestionable, quienes departen sus frutos de manera luminosa, cuando no numinosa…
Yo mismo me di a la tarea de publicar un libro, Obituarios intempestivos (Colección Palabra, 2014), donde reivindico el legado de la figura del autor de La caída y El extranjero, apostando por la sencillez expositiva y la amenidad narrativa, libro que fue acogido por la juventud de esta área de México. Se trata de un ensayo biográfico, ilustrado con pericia, que se hace acompañar por dos más: el de la periodista rusa Anna Politkóvskaya y el del cantautor argentino Facundo Cabral.
Por todo lo anterior, la biografía de Tanase (Rumanía, 1945) cierra un círculo en nuestro idioma y revela que, más allá de la cuantificación de una existencia, el estilo y la inteligencia hacen valer la vida de un hombre y un autor preocupado por su tiempo y por los suyos. Lo que cimbra en este escrupuloso trabajo es la luz que se filtra de los trabajos anteriores del rumano: biografías selectas de aquellos quienes acompañaron o instruyeron a Camus en los inicios y a lo largo de su paso por la Tierra: San Francisco de Asís, Fiódor Dostoievski, Antón Chéjov o el mismo Antoine de Saint-Exupéry...
“Incluso mis rebeliones estuvieron iluminadas por la luz —advierte Camus desde estas páginas ilustres—. Fueron casi siempre, y creo que lo puedo decir sin engañar a nadie, rebeliones para todos, y para que la vida de todos se elevara hacia la luz”.
*Del francés, El orden libertario. La vida filosófica de Albert Camus.
De las series de televisión consideradas como bellas artes
Las producciones audiovisuales disponibles en plataformas digitales de paga han abierto el panorama narrativo a mundos cada vez más reales y a la altura del cine mismo en lo que se presume una “edad de oro de la televisión”
Por Gabriel Trujillo
Escritor y poeta, autor de Espantapájaros y Tijuana city, tres novelas cortas angel.gabriel.trujillo.munoz@uabc.edu.mx
V¿Un final feliz? No, por favor
ivimos, hay que reconocerlo, una edad de oro de las series de televisión o de aplicaciones en internet. Esta nueva era de la televisión empezó hacia la última década del siglo XX y su apogeo apenas se dio de 1997 en adelante. Comenzó con Twin Peaks (1990-2017), la historia de un pueblito donde suceden desapariciones, crímenes y acontecimientos inexplicables. El director de cine David Lynch trabajó esta serie como una película suya: con una visión propia, con un estilo único. En ella los personajes son todo menos lo que aparentan. La normalidad es sólo una fachada detrás de la cual hay misterios insondables. A ella siguieron muchas otras series que buscaban una audiencia adulta, madura, deseosa ya no de historias moralizantes sino de vidas reales: un grupo de amigas que sólo habla de sus experiencias sexuales, una familia de mafiosos de tercera con problemas psicológicos, una funeraria que es el centro de la vida de una comunidad, los problemas creativos y existenciales de una agencia de publicidad en los años sesenta o una historia de Roma como guerra por el poder. Serie tras serie, los programas, en especial aquellos que son producidos por canales de paga como HBO y más tarde por plataformas como Hulu, Amazon o Netflix, han abierto el panorama narrativo a mundos cada vez más reales y con producciones a la altura del cine mismo. La ventaja indudable de la televisión es que pueden contar una historia con mayor soltura porque cuentan con más tiempo para hacerlo que una película. Eso lo vemos ahora con Game of Thrones (2011-2019) y sus 73 capítulos, lo que permite contar una trama épica en decenas de horas y con directores que entiendan la visión y el estilo que más les interesa presentar. Muchas de estas series han llegado desde la literatura misma: ahí están The Man in the High Castle (2015-2019), basada en la mejor novela de Phi-
llip K. Dick, o The Handmaid´s Tale (2017-presente), la distopía feminista de Margaret Atwood o la propia Game of Thrones, basada en la saga de fantasía de George R. R. Martin. Ninguna tiene un final feliz y muchas de ellas nos dejan con finales inesperados, controversiales incluso. Son obras maestras que quieren indignarnos, asombrarnos, confrontarnos y no sólo entretenernos. Son programas que saben anudar los cabos sueltos de una historia, narrarnos el caos que el mundo es, el desenlace que la vida puede ser.
Una conversación entre hermanos Entre el bullicio mediático que estas nuevas series generan, lo que más abunda es el público que especula sobre los más nimios detalles, los espectadores obsesionados en teorías y misterios, en quién vivirá y quién
morirá en cada nueva temporada. Gente en busca de contradicciones narrativas o pistas que revelen hacia dónde se dirige la serie de su preferencia. Pero la brillantez de esta edad de oro de la televisión reside en su capacidad de darnos algo más que efectos especiales, batallas épicas, muertes violentas o escenas sexuales explícitas. La novedad está en otra parte: nos ofrece un mundo que cuestiona nuestras más profundas certezas, que subvierte nuestras creencias más arraigadas sin comprometer su trama, sin traicionar la índole de sus personajes.
Pongo un ejemplo: en la cuarta temporada de Game of Thrones (2014), Tyrion Lannister (Peter Dinklage) espera en su celda el juicio en su contra sabiendo que será sentenciado a muerte. Su hermano Jaime lo visita y ambos recuerdan a un primo suyo que no estaba bien de la cabeza y que, de niño, se la pasaba matando insectos con una piedra. Esa era su diversión favorita. Siempre me intrigó por qué lo hacía, dice Tyrion, ¿qué sacaba de toda esa matanza interminable? Al final sólo quedaban montones de insectos aplastados. Esta escena era impensable en las series de televisión de otros tiempos. No hay en ella acción o drama, ni siquiera comicidad. Sólo vemos a dos hermanos que rememoran la conducta inexplicable de un primo suyo. Pero aquí el contexto es lo importante. Lo que Tyrion pregunta a Jaime y, por ende, nos pregunta a todos nosotros, es qué sentido tiene la muerte, su inútil acumulación de cadáveres. Si hay dios, por qué no se cansa de exterminar a sus criaturas, de eliminarlas sin pensar en ellas.
Tal es el valor de una serie como Game of Thrones. Tal es su desafío intelectual. Tal es el arte que produce con diálogos que incomodan, con personajes que indignan, con preguntas que nadie puede contestar del todo. Como Tyrion Lannister que, en su celda, sabiendo lo que le espera, no deja de pensar en su propia muerte y en esos pobres insectos aplastados que comparten con él su mismo destino, su dolorosa intrascendencia.
(Sofia Helin) de The Bridge, que dice lo que piensa como si estuviera disparando su arma reglamentaria. No hay sitio seguro en estos dramas. No hay esperanza duradera. No existe refugio posible ante el mal que nos hacemos unos a otros.
“Ninguna tiene un final feliz y muchas de ellas nos dejan con finales inesperados, controversiales incluso”
El corazón de las tinieblas es un lugar remoto Las series de televisión policiacas clásicas asumían que la justicia la otorgaba la policía o el sistema mismo a través de sus jueces y abogados. Las series noir actuales asumen que la justicia es el tesoro al final del arco iris: un espejismo inalcanzable. Aquí los investigadores se conforman con hallar la verdad, con descubrir lo que realmente pasó, con revelar los lazos que hay entre el mundo criminal y el resto de la sociedad. Por otra parte, los miembros de las fuerzas del orden que protagonizan estas series se nos presentan tan dañados emocionalmente como los criminales que persiguen. Baste como ejemplo la detective Saga Norén
En el caso de las series noir nórdicas, que han cambiado el panorama de este género en la pantalla chica, todo empezó en 2007 con la serie The Killing y llegó a su madurez creativa con la serie The Bridge (2011-2018). Como dice Anthony Smith: “¿Qué es lo que te viene a la mente cuando piensas en el noir nórdico? Los tonos oscuros, los personajes fríos y los aún más fríos paisajes.” Y entre estos paisajes uno de los más representativos es el puente Oresund, que une a Dinamarca con Suecia, y que es espacio icónico en la serie The Bridge. Un personaje más que se manifiesta como escena del crimen tanto como lugar de tránsito entre dos mundos tan parecidos, tan distintos, tan incapaces de resolver sus propias diferencias.
Pronto el noir estilo nórdico se trasladó a otras partes del mundo con la misma premisa: pueblo chico, infierno grande. Y esto se puede confirmar en series como la canadiense Cardinal (2017-2020), la italiana Gomorra (2014-2021) y las inglesas River (2015), Happy Valley (2014-2023) y Loch Ness (2017). De todas las series de los últimos años, sin embargo, me quedo con la islandesa Trapped (2015), de Baltasar Kormákur, autor de esa pieza maestra del cine que es The
Deep (2012). En Trapped, Kormákur cuenta la llegada de un asesino a un pequeño pueblo pesquero aislado por una tormenta invernal. Ante esta situación, el jefe de la policía local (Ólafur Darri Ólafsson, el mismo actor protagonista de The Deep) debe resolver la situación con los recursos a su alcance y con el resto de la población en contra de su manera de proceder. Es el clásico crimen del cuarto cerrado, sólo que aquí es un poblado que debe encarar sus propios demonios, su corazón de las tinieblas, para poder capturar al nuevo demonio que ha llegado de visita a casa. El infierno, como nos lo recalca Kormákur, es un lugar donde nadie te escucha gritar.
De la televisión en tiempo presente: cuatro series De las series de televisión del siglo XXI, hay demasiados ejemplos de virtuosismo y audacia, de visiones asombrosas, de momentos visuales y narrativos que atesoro y reivindico, pero para concluir pongo sólo cuatro ejemplos:
Rome (2005-2007). Esta serie es un culto cada vez menos secreto. En ella se aglutinan varios géneros: el histórico, obviamente, pero también el policiaco (con investigaciones sobre adulterio, robos de bienes públicos, asesinatos y secuestros), el de intrigas políticas (el asesinato de Julio César), el romance (que incluye toda clase de prácticas sexuales al estilo de la sociedad romana y sin la ridícula carga del pecado cristiano) y el del rito de paso. Ahí están Lucio Voreno y Tito Pullo (encarnado por el fallecido Ray Stevenson), el par de soldados romanos, protagonistas de esta serie, que van del anonimato en las Galias a ser piezas esenciales en
los cambios de poder en Roma, y junto a ellos está el del muchacho Octavio, heredero de César, que pasa de tímido ratón de biblioteca a despiadado emperador; incluso aborda el género feminista (porque todas las mujeres que ahí aparecen, desde Octavia hasta Cleopatra, Servilia y Atia, son consumadas expertas en los juegos del poder). Lo impactante es que el personaje principal de esta serie es la ciudad de Roma, sus habitantes, sus amos y esclavos, sus barrios ricos y miserables, sus circos y mercados, sus burdeles y templos, sus edificios públicos y sus plazas donde la oratoria domina. De todas las escenas me decanto no por sus batallas sino por ese gordo vocero del gobierno que debe leer, frente al senado y en voz alta, los cambios de poder como un trabajo burocrático y que, además, debe anunciar una panadería como patrocinadora de sus noticias. Esa Roma es el mundo nuestro: en dos mil años poco ha cambiado. Seguimos siendo fieles herederos de su corrupción, de su clasismo, de sus estilos propagandísticos y publicitarios, de su fuerza bruta. Roma es el espejo perfecto para entender por qué seguimos siendo como somos, de qué manera romanos nunca hemos dejado de ser.
The Terror (2018), la miniserie de televisión británica cuenta, en clave fantástica, el viaje de la expedición Franklin, a mediados del siglo XIX, en busca del paso del norte en la región ártica y el desastre que representó para su época. Basada en una novela de Dan Simmons, The Terror recrea la Inglaterra victoriana desde su lado más oscuro, más macabro. Por ello está cercana a otras series como Penny Dreadful (2014-2016) y Ripper Street (2012-2016). Destacan, eso sí, dos actores de primera: Jared Harris y Ciarán Hinds que dan vida a dos capitanes enfrentados ante las disyuntivas del deber, a dos espíritus falibles por distintas circunstancias y razones. Un drama de errores letales, de mentes confusas, de voracidades sin cuento. El final de The Terror es uno de los mejores que conozco: encaja perfectamente con toda la trama y a la vez funciona para lo que hasta hoy sabemos de su catástrofe. Es un final de antología: casi a la altura del de Six Feet Under (2001-2005) o Mad Men (2007-2015). Los hijos de la edad del progreso y la industrialización se topan con los fantasmas árticos, con el terror que anida, como un monstruo secreto, en el corazón de la humanidad. Lo que esta serie nos presenta es que ni instrumentos de medición, ni latas de conserva, ni los modales sociales de la Inglaterra victoriana pueden detener a esa criatura que pugna por salir al mundo y destruirlo con furiosa majestad. El hielo interminable sólo es testigo de una tragedia humana: la de la ambición sin medida, la de la ceguera ante nosotros mismos. The Terror es el espejo de Dorian Gray de nuestra civilización, una civilización tan ordenada, tan galante, tan mentirosa.
1883 (2021-2022) Una precuela de la exitosa serie Yellowstone, 1883 sigue el camino de la familia Dutton por el salvaje oeste americano. Un western, a primera vista. Una epopeya existencialista, si se le mira con cuidado. Cuando uno dice western o serie de vaqueros, las convenciones de este género aparecen de inmediato: jinetes arreando manadas de reses, pueblos donde la cantina es un ring de boxeo y las calles son espacios ideales para duelos entre pistoleros, sin olvidar las caravanas de pioneros asediadas por partidas de nativos americanos en pie de guerra. Taylor Sheridan, su creador, es un director y productor que ha decidido centrar aquí su atención en contarnos el corazón de la frontera en movimiento, la pasión utópica por un mundo nuevo. Y lo hace a través de la visión personal de su protagonista, Elsa Dutton, la hija de 17 años de la familia, interpretada por una extraordinaria Isabel May. Ella es la fuente de toda la historia aunque nosotros, como espectadores, suponemos que otros son los verdaderos héroes de la trama de esta miniserie, hasta que a mitad de la misma Sheridan nos ofrece su nudo verdadero, su impulso vital que galopa hasta su inmisericorde desenlace. Es difícil ponderar una obra maestra como 1883. Y lo es porque su relato no es sobre el esfuerzo por colonizar o la dura vida en el viejo oeste, por más que esto se muestre, sino que es sobre cómo, siendo una persona “civilizada”, poder vivir en libertad por tu propia cuenta, decidir otro destino por el gusto de hacerlo.
“No hay sitio seguro en estos dramas. No hay esperanza duradera. No existe refugio posible ante el mal que nos hacemos unos a otros”
The Expanse (2015-2022). En los últimos años, la ciencia ficción ha devenido una compleja trama de series que van de la exploración intelectual de nuestros males sociales a la resurrección de franquicias que repiten sus mismas premisas de antaño. Cierto, hay se-
ries que se salen de la normatividad establecida como la trascendental Tales from the Loop (2020), la variopinta colección de historias Love, Death & Robots, serie estrenada en 2019 y que en su tercera temporada, la de 2022, alcanzó la excepcionalidad con Jíbaro, ese episodio creado por Alberto Mielgo y dirigido por Tim Miller, que es considerado ya un clásico de la animación, o la serie de Ridley Scott, Raised by Wolves (2020-2022), que se atrevió a mostrarnos un conflicto religioso bajo el cuidado de la inteligencia artificial. Pero The Expanse sobresale por su expansiva visión del futuro. Estamos ante la colonización del Sistema Solar, la lucha hegemónica entre la Tierra, Marte y los habitantes del cinturón de asteroides, que representan la frontera por explotar en sus recursos mineros. Este no es un futuro donde la razón prevalece la codicia, las ansias de poder, el nacionalismo planetario, la rebelión de los obreros con traje espacial. Y si a esto le añadimos una investigación policiaca, intrigas de alto nivel y un misterio cósmico, la historia que se nos cuenta es épica en situaciones, escenarios y personajes. El centro de la acción es la nave Rocinante (en homenaje, por supuesto, a Don Quijote). Es su tripulación la que nos importa e interesa desde un principio, pero también destacan Chrisjen Avasarala (Shohreh Aghdashloo), la secretaria general de las Naciones Unidas, y Camina Drummer (Cara Gee), la piloto de los “belters” que lucha por la autonomía de los trabajadores del cinturón de asteroides. Mujeres fuertes y duras que hacen de esta serie un rompecabezas de personalidades que destellan en la oscuridad del vacío espacial. ¿Quién diría que la lucha de clases, a nivel del Sistema Solar, es el porvenir que nos espera? ¿Quién pensaría que eso es un entretenimiento inteligente y, a la vez, un arte mayor, una creación audaz?
ENTRETELONES
El CECUT a la administración estatal
NPor Sergio Gómez Montero Sólo estructurador de historias cotidianas. Profesor jubilado de la UPN/Ensenada gomeboka@yahoo.com.mx
o es fácil, en el presente, escribir sobre cultura. El país que está que arde por la violencia desbordada de Sinaloa y de Chiapas (y desde luego, no sólo de allí sino también de otros varios puntos del país) y porque el panorama económico no pinta nada bien (Trump y Musk nos agarren confesados). Pero, como sea, vale la pena explorar un poco en ese terreno tan venido a menos desde tiempos pasados, desde cuando a AMLO eso no le quitaba el sueño. A mí tampoco, no mucho; pero dado que desde tiempo atrás me dedico a ello, y luego de una plática muy álgida que tuve hace días sobre ello con mi compadre Eduardo Cruz y mi esposa la doctora Norma Bocanegra, me animé a elaborar este texto.
Por razones de muy diversa naturaleza, desde antes de que oficialmente se inaugurara, entre 1980 y 1981, cuando la “señora” llegaba y les gritaba a los albañiles que le apuraran, que el “Centro” tenía que estar listo para el día de su cumpleaños, “¿Verdad arquitecto?”, la señora Romano le preguntaba a Pedro Ramírez Vázquez, que seguido la acompañaba, quien, callado, asentía, mientras veía como avanzaba la “bola” del Centro Cultural Tijuana (CECUT) ante el estupor y la sorpresa de los habitantes, en aquel entonces, de una Tijuana no tan extendida como la de hoy (ni tan violenta, claro), hoy horrorizados por la monstruosidad de la ciudad que habitan, pero, como haya sido, sí, el 20 de octubre de 1982, se alcanzó a inaugurar ese centro cultural, con áreas inconclusas pero se inauguró, como un símbolo muy significativo de lo que en aquel entonces el Gobierno Federal consideraba estratégico: el Programa Cultural de las Fronteras, que hoy, lamentablemente, pocos recuerdan. El discurso pronunciado por Reyes Heroles el día de la inauguración fue magistral. Como haya sido, la perla de la corona de ese programa fue el CECUT, que desde entonces quedó a cargo del centro del país (hoy la Secretaría de Cultura), quien lo tiene abandonado a su
propia suerte, como casi todas las actividades que supuestamente tiene a su cargo, las que se mantienen sólo por iniciativa propia (el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura INBAL , y el Instituto Nacional de Antropología e Historia INAH ).
“Para bien o para mal hoy el estado, Baja California, tiene su propia Secretaría de Cultura, y ella opera, entre tumbo y caída, mal que bien institucionalmente, como un apéndice, el que muy pocos saben para qué sirve”
Frente a ese panorama tan desolador, creo que bien vale la pena preguntarse, ¿y qué sentido tiene que el CECUT (hoy muy venido a menos) siga siendo una entidad del gobierno central? Es decir, ¿qué sentido tiene que a 2 mil kilómetros de distancia se siga diciendo qué debe hacer y qué no esta entidad pública cultural asentada en Tijuana? ¿Qué caso tiene seguir operando así? ¿En qué cabeza cabe tal grado de disparate?
Para bien o para mal hoy el estado, Baja California, tiene su propia Secretaría de Cultura, y ella opera, en-
tre tumbo y caída, mal que bien institucionalmente, como un apéndice, el que muy pocos saben para qué sirve. Pero ahí va, mal que bien, insisto, pero va, dado los pocos apoyos institucionales con los que cuenta y los cuales se verían altamente fortalecidos si el CECUT (incluido su hoy magro presupuesto e institucionalidad, claro) se trasladaran a su ámbito natural de acción, el Estado, en lugar de estar arrumbados en las oficinas de la Secretaría de Cultura en donde no saben qué hacer. Nada fuera de lo común sería esa medida. Por el contrario, estaría dentro de la línea política que desde el Ejecutivo se propone a partir del año próximo de redimensionar el aparato de Gobierno Federal, ahora denominado Gobierno de México.
Altamente coherente, pues, sería que ya, pronto, el CECUT se integre a la administración estatal, la que así vería ampliarse de manera sensible su hoy magra oferta de actividades culturales en el estado.
Digo, vale la pena pensarlo.
ESTAR NEPANTLA
El indio Victoriano: que no le digan, que se lo cuenten
El autor Gustavo Vázquez Lozano realiza una encomiable labor de indagación histórica y audacia literaria acerca de un personaje siniestro de la historia de México
PPor Eduardo Cruz Vázquez Periodista, gestor cultural, ex diplomático cultural, formador de emprendedores culturales y ante todo arqueólogo del sector cultural angol97@yahoo.com.mx
or tantos años de estampita de papelería para salir de apuros escolares. Y después de libros que lo describen, a los que no nos toca una investigación acuciosa, como uno de los muchos personajes siniestros de la historia de México.
La propia presidenta de México, Claudia Sheinbaum, en su discurso ante el Congreso, se refirió a él.
Al terminar la lectura de El indio Victoriano. Del idealismo a la desolación, la novela biográfica de El Chacal de Gustavo Vázquez Lozano (Debate, 2023, 439 pp), sentí una enorme confianza en el autor. Me la juego con él, con su encomiable labor tanto de indagación histórica como de audacia literaria. Y no en vano, Vázquez ganó, en agosto pasado, el Premio Nacional de Novela Histórica “Ignacio Solares”. Como anillo al dedo este mínimo repaso, en el mes de la Revolución Mexicana.
Vaya muerto es el que pide 108 años después que lo exhumen de un cementerio en El Paso, Texas, frontera con Ciudad Juárez, para sepultarlo en el camposanto de su lugar de nacimiento. “Soy Victoriano y aguardo a que alguien me levante, que alguien tome mi ataúd y lo lleve a Colotlán (Jalisco), a las entrañas de México, a mi lugar de origen, conforme ya con mi muerte. Soy Huerta y estoy esperando” (p.17).
El biógrafo no da tregua en su relato sobre José Victoriano Huerta Márquez (1850-1916) quien una vez dijo: “El orden es el sueño del hombre” (p. 91). Indio huichol de Jalisco, militar de carrera impecable, matemático, astrónomo, geógrafo, alpinista, cartógrafo, lector, con dominio del inglés y excepcional estratega para las batallas que “jamás perdió una” dada su admiración al modelo alemán. Un apasionado de los misterios del universo, capaz de orientarse por las constelaciones, un hombre nacido y muerto en la pobreza que perdió la vista por ver directo al sol en su afán de deleitarse con el planeta Venus. El indio Victoriano, siempre “el indio” pronunciado por propios y extraños despectivamente, fue presidente interino
del país de febrero de 1913 a julio de 1914. Popularmente conocido como general Rompope “por estar hecho de alcohol y huevos” (p. 260).
La infancia es destino y Gustavo Vázquez Lozano nos lleva a comprender lo que el muerto dice: “Entonces recibí de lo alto, como en un horrendo bautismo, un sentimiento que me persiguió durante toda la vida, en la que, por cautela y método, nunca permití que ninguno tuviera cabida, excepto ése: el odio” (p.104).
De ahí que: “Quién negará que aquél fue el encuentro más extraño de la historia de México, Victoriano Huerta y Benito Juárez, los dos únicos indios en haber sido presidentes de la República; él nacido con la primavera, yo con el invierno; él al final de su larga carrera, yo al inicio de la mía; él Augusto, yo Nerón; él elevado a los altares cívicos y deificado como mesías, yo convertido en anticristo. Él tuvo su Ciudadela y yo la mía. Él tuvo su mártir, alto y rubio (Maximiliano), y yo el mío, bajito de negra piocha (Madero). Él tuvo su invasión extranjera y yo la mía; ambos, como Cicerón, pusimos en segundo lugar la ley y en primero salvar la República. Nos parecemos más de lo que sospechan” (p.78).
Galería de asombros
Advertido de sus capacidades intelectuales desde su temprana edad, Huerta recorre su vida con un amplio saber tanto de historia como de análisis político. Dice: “Según el evangelio oficial, el triunfo de los liberales puso a México en el sendero de la paz y la unión de los mexicanos, pero comencé a sentir que en realidad había dejado como herencia la soberbia de los ganadores y un reguero de odios” (p.82).
Usted, lector, como probablemente todos los mexicanos, relacionan al que fue uno de los protagonistas de la Decena Trágica con su alcoholismo. En las páginas de Gustavo Vázquez Lozano se define sin cortapisas. “El otro demonio que resucitó entonces fue el de la bebida, que precisaba para mantenerme despierto, pues tenía que pasar la noche haciendo observaciones. Digo que renació porque en el Colegio Militar ya había tenido problemas con la botella” (p. 120).
Así lo constata su contemporáneo Ignacio Zaragoza: “Al indio Huerta nada más le interesa el mezcal y, cuando se puede, el coñac, por eso está endeudado en las cantinas. Eso sí, jamás se le ha visto borracho en el cumplimiento de su deber. Ja-
más ha pedido un permiso. Jamás tiene una mota de polvo en su uniforme. Hace trabajar a sus subordinados como burros. Dios nos libre de un presidente así” (p. 135).
Son las deudas en las cantinas, pero también la precariedad. La novela enfatiza la condición de pobreza del general Huerta, la de un asalariado como militar. “A mis cuarenta años era tan pobre como cuando salí del Colegio” (p. 150).
En El indio Victoriano de Gustavo Vázquez Lozano, se cruzan numerosos hechos históricos, algunos como guiños que el lector sabrá buscar para conocer por su cuenta. Durante un encuentro con Porfirio Díaz, quien deposita en Huerta controlar importantes conflictos de “desorden social”, uno se entera de distintos hechos.
“ ¿Pero por qué les interesan tanto esas vainas que se les daban de comer a los perros? preguntó Díaz (Porfirio), y yo le expliqué que en Estados Unidos últimamente estaban obsesionados por ponerle vainilla a todo. Pero después supe la verdadera razón: la estaban usando para fabricar un raro tónico para el cerebro que vendían en botellas de vidrio. Se llamaba Coca-Cola” (p. 154).
El indio es ideológicamente laico: “México se las puede arreglar sin sus curas, pero no sin sus soldados” (p. 162) o “El ejército demostrará ser la salvación de México, pero un ejército profesional, leal y disciplinado. Eso es lo que la sociedad necesita” (p. 192).
En el ADN del indio corre la sangre de un guerrero sin asomo de debilidad: “Horroriza pisar un cadáver, pero es simple trepar por una pila de muertos. Ver fusilar a un hombre es desolador, resulta mucho más fácil ver ejecutar a una hilera de reos. Cuando la guerra es continua, como lo fue en México década tras década, sin visos de final, se evidencia el alma de un pueblo; basta calificar a los demás como animales, quitarles su cualidad de hombres y convertirlos en plaga, en ratas, perros o chacales. En conservadores o liberales” (p. 171).
El incansable cartógrafo aguarda la oportunidad de medirse en las armas. Finalmente llegan esas tareas en Guerrero y “En Yucatán (donde) demostré de qué madera estaba hecho, de hierro, de lumbre. Ahí adquirí mi reputación como uno de los grandes generales del siglo” (p. 195).
El escritor Gustavo Vázquez Lozano lo hace sonar clarito. “Sentía tal desprecio por la muerte y anidaba en mi corazón al
odio por los bandoleros, los extorsionadores, las gavillas y los revolucionarios, que podía adentrarme a pie en una llovizna de balas sin recato y con una sola cosa en la mente” (p. 199).
Otro elemento característico en la encarnación del indio Victoriano, es su propia defensa ante el papel que la historia le ha dado. Una y otra vez insiste en el deslinde y, una y otra vez, el lector tiene que repensar su conocimiento tanto de la etapa final del juarismo, como del porfiriato y de la Revolución, con su cauda de héroes de bronce. “Pocos han sido tan abusados verbalmente como yo”, se lamenta.
Con esa intensidad, seguir con su voz: “Porque la Revolución sacó lo peor de todos. La posibilidad de hacerse rico, mediante la rapiña y el botín político, hizo hasta del más noble una fiera dispuesta a matar (…) Pero el chacal no existe. Lo inventaron porque tienen miedo de que me acerque a ellos, de que les exija un acto de contrición, de que retire mis espejuelos negros y se vean a sí mismos en el viscoso espejo de mis ojos” (p. 225).
El desafío de la ficción
Va duro Huerta para provocar al lector: “Mi primera impresión de Madero era que existían en su cuerpo dos personas que nunca se ponían de acuerdo; tenía el aspecto de un erudito, pero también de un enano de circo; hablaba como juicioso diplomático y después como un merolico vendedor de comales; conmovía su mirada y enseguida un espasmo cómico de su hombro hacía que perdiera toda credibilidad” (p. 245).
En tal virtud, cuando el curso de los hechos tras la renuncia de Porfirio Díaz y la asunción del político coahuilense a la Presidencia de México, Huerta se decanta: “Preferible la miseria y el anonimato dando clases de matemáticas que estar a disposición de un loco” (p.249).
La obra desliza numerosos guiños: “Con las principales poblaciones ocupadas (…) me dirigí a Villa de Ayala a donde Zapata huyó como la mujerzuela que era” (p. 245).
Luego, “Al día siguiente se me presentó un grupo de voluntarios irregulares que dirigía un antiguo salteador de caminos, zafio y de toscos modales. Se llamaba Francisco Villa. ‘Soy el general Villa’, me dijo tendiendo la mano sin darse cuenta que lo que debía hacer era un saludo militar. ¿General? ¿En dónde estudió este estúpido para llegar a general?” (p. 255). El indio Huerta del escritor Vázquez ofrece una panorámica de La Decena Trágica, como uno de los operadores del bando maderista. “El insensato (de Madero) no alcanzaba a comprender la terrible asimetría de poderes. Nosotros disponíamos de setenta torpedos y algunos rifles viejos, en tanto que los tres mil sublevados (a la cabeza Félix Díaz) estaban en posesión de cincuenta y cinco mil fusiles, treinta mil carabinas, cien ametralladoras y veintiséis millones de cartuchos” (dado que la Ciudadela era el lugar donde se guardaban esos pertrechos del ejército federal) (p. 285).
que al general Huerta marcó: su odio a los norteamericanos. Dice: “El embajador de ese país, Henry Lane Wilson, un hombre que sentía un profundo desdén por Madero, comenzó a dirigirse directamente a mí y a intentar erigirse como mediador entre yo y Félix (…) ¿Me molestó aquella descarada interferencia? Por supuesto, pero me daba cuenta de que Wilson se había constituido ya en otro poder con el que debía lidiar (…) Todos querían una solución rápida (EU y los diplomáticos de otras naciones) y para Wilson ésta consistía en deshacerse de Madero” (págs. 287 y 288).
No hacerse bolas
Ante una presidencia sitiada, los mandantes son los militares: “Al principio me negué incluso a que se tocara el tema, pero las voces que hablaron por el grupo de Díaz, Mondragón y (Francisco León) De la Barra demandaron, sordas, que Madero pereciera” (p. 301).
Tirados los dados de la suerte de Francisco I. Madero, “Tras tres horas de tensas deliberaciones firmamos por fin el Pacto de la Embajada a las nueve y media de la noche (…) El acuerdo estipulaba que yo asumiría, vigilado por los perros de (Félix) Díaz, la presidencia provisional” (p. 311).
declaró en las conferencias de paz de las Cataratas del Niágara que se retiraría de nuestros puertos cuando yo renunciara” (p. 362).
El periplo del exilio del indio Victoriano inició en la isla de Jamaica. Después de un tiempo se radicaría en Barcelona. En esa ciudad española lo busca Franz von Rintelen, un espía alemán. El mensaje que le lleva es que “El káiser (Guillermo II) está dispuesto a hacer lo necesario para volverlo a poner a usted y su partido en el poder” (p. 380).
La jornada posterior fue larga: “Don Pedrito, como le decían las damas, fue el presidente durante cuarenta y cinco minutos (…) Con la renuncia de Lascuráin (que sucedió a Francisco León de la Barra), unos minutos antes de la medianoche del día 18 (de febrero), me convertí en presidente de México, el tercero del día, con apego a la legalidad” (p. 313).
“Como anillo al dedo este mínimo repaso, en el mes de la Revolución Mexicana”
Lo aprendido en los primeros años de escuela cuenta que, apresados Madero y José María Pino Suárez, el vicepresidente, por instrucciones de Huerta, son trasladados al Palacio de Lecumberri, que era la penitenciaría.
Remata: “Esta afirmación categórica he de hacer ante el libro de la historia: la muerte de Francisco I. Madero fue la peor catástrofe de mi vida. Fue el relámpago que abortó un plan de cuarenta años que gesté con paciencia, año con año, escalón por escalón, para llegar a ser presidente” (p. 322).
Suelta con amargura: “Ya convirtieron en mártir a ese pendejo” (p. 324).
Ni olvido, ni paz
La intromisión del gobierno de los Estados Unidos se introduce en el contexto de La Decena Trágica cargada de algo más
Una vez generada la conmoción, de nueva cuenta el pulso corre por el gobierno norteamericano que se distancia de Huerta para acercarse a los constitucionalistas encabezados por Venustiano Carranza: “Pero la intromisión de Estados Unidos, una afrenta que pasará a la historia como el caso más grotesco de casus belli, echó por tierra mis planes” (p. 355).
Así las cosas, “A finales de mayo (de 1914), Estados Unidos
Envalentonado Huerta por la posibilidad de regresar a la escena de la Revolución, viaja a Nueva York con el exgobernador de Chihuahua e involucrado en la trama, Enrique Creel. En Manhattan, Rintelen le dice que una vez en el poder, su primera misión sería ¡declararle la guerra a los Estados Unidos! e iniciar una invasión a Texas, Nuevo México y California, a efecto de retomar los territorios como parte de la alianza con Alemania en el contexto de la Primera Guerra Mundial.
Huerta es arrestado en El Paso, Texas, “por violar las leyes de neutralidad” de Estados Unidos.
Recluido, maltratado, enfermo, empobrecida su familia, José Victoriano Huerta Márquez ve venir la muerte. En estas últimas escenas aparece el padre Joyce, quien en el “Último diario de Huerta” le ofrece confesarlo. El indio le habla de unos papeles “bajo llave en casa de un buen amigo en México”, en los que confiesa la verdad sobre los asesinos de Madero y Pino Suárez. Le pide al sacerdote que vaya por ellos a la Ciudad de México y los entregue “a la prensa seria estadounidense”. (págs. 409-410).
No hay epitafio, tan sólo la reiteración tras su largo relato: “Todo me lo pueden decir, pero nadie, nadie me puede llamar traidor a la patria (…) Conmigo llegó a su final la antigua historia, soy el último gran indio que verá México (…) Soy Huerta y estoy esperando”.
En la “Carta del novelista al lector”, Gustavo Vázquez Lozano inicia así el relato de su tarea literaria e histórica: “Con muy pocas excepciones, los hechos que se narran en esta novela son corroborables en fuentes” (p. 417).
“Huerta murió a inicios de 1916. Su cadáver permaneció durante casi veinte años en un ataúd en un almacén y luego en un sencillo mausoleo con aspecto oriental”. En 1936 “fue enterrado en el panteón de Evergreen de El Paso en una tumba anónima. Sólo hasta 1974 sus hermanas pusieron una placa con su nombre y se conoció el destino final del expresidente”.
El Zeitgeist de una localidad
En la literatura encontramos la necesidad y la búsqueda del posicionamiento ante la historia, lo que significa una atmósfera intelectual y cultural, los valores, o las versiones multiplicadas de la realidad (…) cada aparato literario, entonces, estaría ligado a la fisonomía de una época
Por Óscar Ángeles Reyes
Escritor y biólogo por la UAM todoestodo@gmail.com
La palabra Zeitgeist, en alemán, hace referencia a ambiente o atmósfera intelectual y cultural de una determinada era. En palabras de Fausto (de Fausto de Goethe): Eso que llamáis el espíritu de los tiempos / es, en realidad, el propio genio de aquellos caballeros / en los que se reflejan los tiempos. / ¡Y eso es verdaderamente una miseria las más de las veces!
Más allá de la razón filosófica, en la literatura encontramos la necesidad y la búsqueda del posicionamiento ante la historia, lo que significa esa misma atmósfera intelectual y cultural, los valores, o las versiones multiplicadas de la realidad. Cada propuesta literaria —novela, cuento, relato, poesía— tiene un anclaje que pertenece a su época, por el periodo en el que se desarrolla o por las herramientas con las que se plantea. En algunos textos, este anclaje sutil se desvanece en la naturaleza del relato; otras veces, la falta de potencia estilística o la carencia de personalidad literaria digieren el posicionamiento que debieran tener. Cada aparato literario, entonces, estaría ligado a la fisonomía de una época. Así, hay racimos de obras que se desarrollan en un punto espacio/tiempo similar, a veces complementarias, a veces originales, pero en coincidencia con su tiempo. La producción narrativa de un lugar es ese racimo que podemos entender desde la localidad hasta lo nacional, y podemos abordarlo desde cualquier nivel, incluso mundial. De esa manera, en el territorio nacional, alcanzo a obras como La tumba, Se está haciendo tarde (final en laguna) (José Agustín), La princesa del Palacio de Hierro (Gustavo Sainz), Las batallas en el desierto (José Emilio Pacheco), es posible que Diablo Guardián (Xavier Velasco), con afán de establecer un lapso más amplio. No se trata de las novelas de la revolución ni las costumbristas, no son autores del realismo mágico ni las históricas monumentales, son obras con protagonistas jóvenes que toman la palabra para mostrar una parcela de realidad original, y que se establece
distante de la adultez en el camino más concurrido. En ellas, el lenguaje, la velocidad de la narración, de los hechos —generalmente fuera del control de los protagonistas—, se apropian del escenario. Todo parece ir a la chingada, la comodidad de la lectura desaparece y los invisibles nos muestran una cara de la sociedad inesperada, incómoda, indeseada, sobre todo ignorada.
En esa resplandeciente visión en donde reina el caos, está el Zeitgeist de una generación, en todo caso, ese complemento que no siempre está en la narrativa de una comunidad —¿qué obra está en ese nivel en estos tiempos?, hagan sus propuestas—. ¿Qué requiere el creativo, el autor, para salir del camino y mirar el paisaje más profundamente? ¿Cómo dejar a Harry Potter en el camino? ¿Cómo apedrear a Sheccid? ¿Cómo tomar sana distancia de los escritores de la onda, de los monumentales monstruos, de los escritores del boom? Algunas escritoras en Baja California les llaman «señores», o «literatura de señores», y es una manera de entender lo ajeno y hacer lo propio. La respuesta es aburrida: conociéndolos primero, ya después escupirlos si es necesario; lo otro, es mirar a otro lado.
En la misma nave
“Baja California es área de oportunidades en casi todos los frentes literarios. ¿Qué se trabaja desde el arte de la novela?, ¿la narrativa actual continúa con el único objetivo primitivo de entretener?”
Baja California es área de oportunidades en casi todos los frentes literarios. ¿Qué se trabaja desde el arte de la novela?, ¿la narrativa actual continúa con el único objetivo primitivo de entretener?, ¿se están rompiendo esquemas, se están desarrollando estilos, se está utilizando el leguaje de los tiempos que corren, o se está engendrando? ¿Tenemos razones para ser optimistas en el campo de la creación literaria? Me inquieta profundamente la pregunta: ¿Qué observa alguien que no podemos mirar la generalidad?, y, ¿cómo lo van a plantear para descubrir una miseria primordial, hasta hoy virgen? Y, ¿cuánto hemos dejado de mirar y de entender en el mutismo de las generaciones en Baja?
Debo dar un salto atrás para encontrar propuestas literarias que fueron disruptivas, y no es que me entusiasmen mucho los neologismos como ejercicio novedoso en la narrativa, anglicismos y galicismos, ni el lenguaje coloquial y desenfadado, la mezcla de los idiomas o el antinormativismo lingüístico —aquellas propiedades semánticas del lenguaje juvenil—, sin embargo, sus posibilidades narrativas habilitan espacios creativos que terminan por resultar formidables testimonios de una generación: ¿el Zeitgeist de una localidad?, en este caso bajacaliforniana, que resulta refrescante ante la inmovilidad que nos caracteriza.
De esos noventa, habrá quien proponga El gran preténder de Luis Humberto Crosthwaite, muy estudiada por su visión completa del cholismo y su identidad fronteriza del lado mexicano —cholos, banda, punks, incluso narcos, grupos tan socorridos en la temática cultural, ganadores de muchas becas—, y la que yo considero una obra interesantísima: Metro-Pop, de Fran Ilich (que se terminó de escribir en 1993, cuando el autor tenía 17 años), menciones honoríficas en la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (FILIJ) de 1993 y de 1996.
Metro-Pop es una novela corta que narra el devenir de un adolescente en Tijuana, con la salvedad de que no se trata de un habitante de la periferia, y que, a pesar de moverse en la ciudad, no pertenece al barrio —«entrar en un cerro significa explorar territorio salvaje. Puedes conocerlo bien, pero cualquier error, una vuelta equivocada, una mala coincidencia y te hallas al 40 o al Barrio Joker, y créeme, tu vida podría fácilmente llegar a su fin»—; digamos, que se trata de un personaje que se mueve entre México y Estados Unidos —San Diego—, con soltura transcultural. Es decir, hay un rompimiento con la narrativa del marginal, y nos da una visión inesperada de la frontera en la convulsa década previa al fin del milenio. En la obra nos entendemos con una Tijuana que
“Nos estamos haciendo viejos, y en el camino nos encontramos con expresiones rabiosas y encantadoras que nos hacen entender el escenario en una determinada época”
resulta por momentos más el reflejo de una nación en descomposición, y también de la globalización, sin dejar de estar en el contexto fronterizo. Los personajes en la novela cabalgan —asexualmente, al ritmo de una novela de corte juvenil— a lomo de la postmodernidad, en la comodidad de una clase media norteña; en el claro rompimiento con los movimientos que fueron legendarios en el pasado —«los hippies no reciclaban y se creían amigos del planeta; nosotros, o reciclamos o nos podrimos»— se establece su desencanto por el destino —estaría por llegar el levantamiento del EZLN (evento contextual en la siguiente novela de Ilich: Circa 94), el asesinato de Luis Donaldo Colosio, el error de diciembre, la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio, el FOBAPROA… vaya jodido futuro—, y también el potencial informativo al que comenzaban a estar expuestos con la aparición de la internet.
No puedo negar la similitud de Metro-Pop con la literatura de la onda, aunque no por afinidad literaria, sino por la expresión de la adolescencia, una adolescencia que resulta de mirada aguda, feroz, aunque a distancia insalvable por razones generacionales — no entendería que se mirara bien a los jipiosos, y los gen x, o los millennials—; una llevada por el rock &
roll, otra por el punk rock, pero también por la música electrónica, con desviaciones amorosas por Morrissey —más de una vez en la vida me he preguntado: ¿a quién chingados le gusta Morrissey?, ¿qué clase de gente? Everyday Is Like Sunday, no es tan mala —.
Lo que habría que terminar por entenderse, es que todos en la misma nave de la chingada, y que todos hemos contribuido con nuestra mierda para ello.
Para cerrar. Nos estamos haciendo viejos, y en el camino nos encontramos con expresiones rabiosas y encantadoras que nos hacen entender el escenario en una determinada época; la visión de los artistas vencidos, la de los guerrilleros, la de los endemoniados, la de los jodidos, la de los entusiastas también, y también la de los elegidos, la de los viejos y la de las juventudes comunistas, lo mismo que la de las juventudes pendejas, pero igual la de la marginalidad, la genialidad y la perversidad. Son las voces de la locura.
Las ondas largas del desarrollo del Capitalismo Tardío
El economista Miguel Ángel Rivera Ríos y colaboradores analizan la acumulación de capital, la tecnología digital y los procesos socioinstitucionales en su reciente libro
Por Fernando Mancillas Treviño
Profesor-Investigador de la Universidad de Sonora fernamancillas@yahoo.com
La reforma de la conciencia únicamente consiste en despertar al mundo… del sueño sobre sí mismo. Karl Marx
Nadie se ilumina imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad.
Carl Gustav Jung
La hipótesis central de la obra del Dr. Miguel Ángel Rivera Ríos y colegas comprende un potente sistema tecnológico desarrollado en la Tercera Revolución Tecnológica, pero desaprovechado su potencial al fracasar en el delicado equilibrio del pacto social entre capital y el trabajo de la etapa anterior, orientándose hacia los dueños de activos de capital, especialmente del gran capital. En ese contexto socioinstitucional se obstaculizó el proceso de acumulación capitalista al reducir el ciclo de crecimiento al volverlo inestable, generando las graves crisis de 2001-2002 y de 2007-2008, hasta desembocar en la profunda depresión económica, sólo mitigada por la actividad crediticia de última referencia.
El marco teórico de la investigación se sustenta en tres vectores: el primero aborda las ondas largas del capitalismo, el segundo observa el ciclo económico y las crisis regulares que ocurren en el Kondrátiev y el tercero examina el cambio tecnológico y las revoluciones tecnológicas. Asimismo, se recupera la contribución de Marx sobre la tendencia de la tasa de ganancia y sus factores contrarrestantes, de modo que el desarrollo tendencial de la tasa de ganancia implica largos periodos que se integran naturalmente a las ondas Kondrátiev.
Instituto de Investigación de la Coyuntura, donde recopiló una gran masa de datos e información sobre las fluctuaciones económicas de la economía mundial descubriendo una primera etapa ascendente de 1789 a 1814 y un primer descenso de 1814 a 1849. Posteriormente, un segundo periodo de ascenso de 1849 a 1873 con un descenso de 1873 a 1896; y una fase ascendente del tercer ciclo de 1896 con un descenso para 1920.
En el análisis de Kondrátiev la existencia de estos ciclos está conectada con las grandes inversiones de bienes de capital que son empleados por tiempo prolongado. Sus descubrimientos suscitaron grandes debates dentro y fuera de Rusia. En 1928 fue destituido del Instituto de Investigación de la Coyuntura por sostener una serie de hipótesis opuestas al régimen estalinista en torno al ocaso inmediato del capitalismo. Su oposición a las forzadas colectivizaciones ordenadas por Iósif Stalin (1879-1953) en 1930 le valió ser arrestado y deportado a Siberia en donde fue condenado a muerte y fusilado en 1938.
En honor a sus descubrimientos científicos sobre las ondas largas del desarrollo capitalista, fueron denominadas ondas Kondrátiev. Contemplando su perspectiva en un amplio panorama histórico mundial, Rivera Ríos describe los periodos de las ondas Kondrátiev, asociadas a los ciclos de las revoluciones industriales y las revoluciones tecnológicas de forma siguiente: 1°- Kondrátiev: 1780-1850; 2°- Kondrátiev: 18451890; 3°- Kondrátiev: 1890-1948; 4°- Kondrátiev, fase ascendente: 1948-1960, fase descendente: 19611982; 5°- Kondrátiev, fase ascendente: 1983-2008, fase descendente: 2009- en curso. (véase cuadro 1).
“El estudio sistemático de los ciclos largos de la actividad económica capitalista como fluctuaciones cíclicas de largo plazo fueron analizados de forma pionera por el economista Nikolái Kondrátiev”
El estudio sistemático de los ciclos largos de la actividad económica capitalista como fluctuaciones cíclicas de largo plazo fueron analizados de forma pionera por el economista Nikolái Kondrátiev (1892-1938) desde 1919. En 1920 fundó en Moscú el
En la etapa contemporánea del 5°- Kondrátiev: “se configuró un sistema de producción globalmente integrado, estructurado a partir de las cadenas globales de valor: el resultado fue la ampliación de la capacidad del capital para echar mano de fuentes adicionales de fuerza de trabajo barata, que anteriormente se encontraba fuera del circuito de valorización global de capital”.
Las cadenas globales de valor tienen cuatro propiedades fundamentales:
1.- Cada una se conforma en función de un producto, servicio o recurso.
2.- Unifican jerárquicamente a empresas en conglomerados de distinto tipo, función y ubicación territorial.
3.- Cimentan una estructura de gobierno que establece la autoridad entre los participantes, definiendo cómo se asignan y distribuyen los recursos financieros, materiales y humanos en el interior de cada cadena.
4.- Mantienen un marco institucional formal e informal que determina qué condiciones locales, nacionales, regionales e internacionales constituyen cada eslabón de la red.
Precarización del trabajo y deterioro de la vida Durante el régimen neoliberal se ha desencadenado una “precarización del trabajo y el deterioro de la vida de las clases subalternas, porque la mayor competencia por los puestos de trabajo se da con menos empleo y recursos sociales, debido a la sustitución del Estado de bienestar por el Estado emprendedor. Esto implicó que las élites capitalistas gozaran del respaldo estatal para financiar sus emprendimientos; dicho respaldo les dio margen para acaparar mercados sin ser detectados con las métricas tradicionales y las liberó de presiones fiscales, por lo que pagan menos impuestos, mientras los trabajadores deben costear crecientemente los servicios públicos como consecuencia del aumento de los impuestos indirectos”.
Fueron principalmente estos factores los que propiciaron la pauperización generalizada de la clase trabajadora “afectando las condiciones de vida de las viejas generaciones de trabajadores de perfil fordista, que se vieron impedidas de integrarse a los nuevos sistemas de producción por no contar con mecanismos de recalificación; el impacto alcanzó a las nuevas generaciones de trabajadores, empezando por la llamada generación millenial, que ha padecido el deterioro de su calidad de vida , no sólo por la caída en los ingresos y el empleo, sino también por sus menores oportunidades de formar un patrimonio y educarse, de modo que su nivel de vida, en conjunto, es inferior al que tuvieron sus padres”. En este sentido, el “deterioro social ampliamente extendido, que se percibe en el V- Kondrátiev ascendente en general y a un nivel más profundo en su etapa de mayor desacople en particular, ha provocado un fuerte descontento en las sociedades, creando en las personas un sentido de pérdida de control sobre sus propias vidas. En las condiciones de desorganización que se impusieron tras la ofensiva contra los sindicatos, el descontento popular es amorfo y tiende a perfilarse una reacción de revanchismo en lugar de una reivindicación en favor de la justicia social. Por ello, el descontento ha quedado en manos de una nueva capa de líderes ultranacionalistas y reaccionarios”.
Por otra parte, se argumenta que las “ondas Kondrátiev son parte de un movimiento más amplio y fundamental: los llamados ciclos largos de poder global o ciclos hegemónicos. A medida que los Estados nacionales se consolidaron y aumentó la interdependencia entre ellos, lo cual sucedió a partir de 1500, se estructuraron relaciones políticas basadas en la necesidad de establecer orden y estabilidad a escala global y, por ende, en una estructura de poder y autoridad en el mundo. En el marco de esos ciclos de poder tienen lugar las revoluciones industriales, el motor principal del Kondrátiev. El ciclo de poder, como veremos, domina la dinámica de crecimiento, pues las fuerzas que operan en su interior son muy poderosas, sobre todo cuando se llega a la etapa de alto conflicto”.
Además, los autores afirman que, en las dos últimas décadas del siglo XX, hasta fines de la segunda década del siglo XXI, han
ocurrido transformaciones fundamentales en el transcurso de una onda larga de la acumulación de capital o V-Kondrátiev que continua en curso, a pesar de su evolución accidentada y en un horizonte de gran incertidumbre.
Estas transformaciones han estado marcadas por 5 condiciones sucesivas para la innovación, como señala el economista de
origen neozelandés William Rupert Maclaurin (1907-1959):
1.- La propensión a desarrollar la ciencia pura.
2.- La propensión a inventar.
3.- La propensión a innovar.
4.- La propensión a financiar la innovación.
5.- La propensión a aceptar la innovación.
Sin embargo, para que operen estas condiciones sucesivas en las revoluciones tecnológicas, se requieren las condiciones señaladas por el economista alemán Gerhard Mensch (1937-2021):
1.- La propensión al desarrollo de la ciencia pura.
2. Un punto de inflexión en las invenciones normales que conducen a invenciones básicas capaces de cambiar toda la tecnología básica de la producción.
3.- La propensión a la innovación radical.
4.- Modificaciones en las condiciones generales de acumulación de capital, las expectativas de ganancia y las expansiones previsibles del mercado que justifican desembolsos masivos para una innovación radical.
5.- Efecto combinado de las innovaciones radicales realizadas, las crecientes tasas de ganancia y el crecimiento económico acelerado (acumulación de capital), que impulsa la revolución tecnológica en el sentido estricto de la palabra.
Finalmente, se destaca la emergencia de un nuevo paradigma tecnoeconómico (PTE) sustentado en el despegue de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), que han remodelado todo el sistema productivo y distributivo, integrando el comercio, el sistema financiero y todo el abanico de interacciones sociales.
En el primer nivel de digitación, la automatización requiere de la intervención humana. Se compone de tres grados específicos de complejidad y niveles de difusión que conjugan la tecnología genérica digital, en una dimensión temporal y geoespacial determinada. El primer grado de complejidad y difusión abarca el periodo de 1970 a 1990, constituido por la microelectrónica (semiconductores), la electrónica de consumo y la computadora personal. El segundo grado de complejidad y difusión es el paradigma tecnoeconómico digital (PTE), que cubre el periodo de 1990 a 2000, desplegando la interconexión computacional y la conformación de la Word Wide Web. Durante la década de 1990 en adelante, convergen y se perfeccionan la computación, el software, las telecomunicaciones y las redes. Desde 2001 se desarrolla el tercer grado de complejidad y difusión del PTE con el surgimiento de la Economía Digital Global que integra las redes de los ecosistemas de usuarios y a proveedores con modelos organizativos superiores como las denominadas plataformas. Desde 2018 aparece el segundo nivel de digitación, con automatización autónoma, integrado por Machine Learning, Analitycs y Bigdata, con grado de difusión de Inteligencia artificial. (véase cuadro 2).
Miguel Ángel Rivera Ríos es doctor en Economía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y posdoctorado en Historia en el Latin American Center de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Es profesor Titular “C” de Tiempo completo de la Facultad de Economía y tutor de Maestría y Doctorado en el Programa de Posgrado en Economía de la UNAM. Es miembro nivel III del Sistema Nacional de Investigadores y miembro de número de la Academia Mexicana de Economía Política. Recibió el Premio Universidad Nacional en Investigación 2012. Ha sido profesor visitante en la Universidad
Autónoma de Madrid y en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA).
Es autor de: Trayectorias históricas de desarrollo, México, Ed. Facultad de Economía de la UNAM, 2014; Desarrollo económico y cambio institucional. Una aproximación al estudio del atraso económico y el desarrollo tardío desde perspectiva sistémica, México, Ed. UNAM - Ed. Juan Pablos, 2009; Cambio histórico mundial, conocimiento y desarrollo. Una aproximación a la experiencia de México, Ed. Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM - Ed. Juan Pa-
blos, México, 2007; Crisis y reorganización del capitalismo mexicano, 1960-1986, México, Ed. Era, 1986.
Miguel Ángel Rivera Ríos, Oscar D. Araujo Loredo, Josué García Veiga, J. Benjamín Lujano López, El capitalismo del quinto Kondratiev. Acumulación de capital, tecnología digital y procesos socioinstitucionales, México, Ed. Fondo de Cultura Económica, 2023, 335 páginas.
Ernest Mandel, Las ondas largas del desarrollo capitalista, Madrid, Ed. Siglo XXI, 1986.
En plan de retiro
(Parte VIII)
LPor Enrique Botello Fotógrafo y docente de la Facultad de Artes (UABC) chocorrol_@hotmail.com
a primera vez que me acerqué al edificio de Extensión Universitaria de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) fue para pedir informes sobre los cursos de inglés, entonces yo trabajaba con el médico Joel Núñez en la Clínica y Estética “Duffy”, que estaba en un local de la plaza de Valle Dorado. Eso fue por 1986. A pesar de que se me complicaba en algunos temas lo del inglés, finalmente terminé todos los cursos. Entonces regresaría a estudiar fotografía y, a la par, tener clases de francés, que en ese entonces impartía Rosy Licón, quien había sido mi compañera en la escuela de Medicina Veterinaria. Después de graduarnos, se fue a vivir a Francia y, de regreso a Ensenada mientras estudiaba una maestría se dedicaba a dar clases de idiomas.
La interacción entre estudiantes de artes y de idiomas era de sobra interesante; las celebraciones de fechas relevantes, como el Día de Muertos o Navidad, entre otras, eran actividades que daban lugar a la integración de una comunidad muy particular, única en esos momentos.
Entonces la jefatura del departamento estaba a cargo de Natalia Badán, que por sus raíces francesas tenía una muy buena relación con Rosy, por ello de manera regular visitábamos el rancho El Mogor y aprovechábamos para atender a los perros y gatos que tenía la madre de Natalia en aquel entonces.
Mientras hacíamos teatro, liderados por el dramaturgo Jacobo De, en alguna ocasión nos reunimos con Natalia y otros personajes para intentar conformar, de manera seria, una asociación de artistas; surgió el nombre de “Pro Arte” para el grupo, pero después de una serie de reuniones, y la salida de Natalia de Extensión Universitaria, el proyecto desapareció.
tenían gran demanda: pintura, dibujo, cerámica, teatro y fotografía, y en algún momento los cursos de música, que luego se convertirían en el CEM, Centro de Estudios Musicales.
En mi transición entre la medicina veterinaria y la fotografía, me alejé un poco de Extensión Universitaria, hasta que finalmente me instalé como instructor de fotografía el año de 1993; tiempo que estaba como jefe del departamento, Vicente Aramburo, que había sido trasladado desde su natal Tecate para cubrir el espacio dejado por Natalia Badán.
“La presencia a nivel regional, de los artistas pertenecientes a la comunidad de Extensión Universitaria, empezó a ser relevante; (…) marcaban las directrices de la actividad artística”
Extensión Universitaria de la UABC representaba entonces el crisol de las artes en Ensenada; los talleres
La presencia a nivel regional, de los artistas pertenecientes a la comunidad de Extensión Universitaria, empezó a ser relevante; maestros como Pedro Peralta, Josefina Pedrín, Martha Edna Castillo, Luis Pavía, “Nacho” Enciso, Alfonso Cardona, Virginia Hernández, Fernando Rodríguez, Ernesto Rosas marcaban las directrices de la actividad artística. Ellos y muchos alumnos, durante las décadas de los años 80 y 90 del siglo pasado, acumularon premios y reconocimientos en distintos escenarios: foto-
grafía, literatura, teatro, etcétera. De ahí surgió Jaime Delfín, Enrique Minjares y Silvia Chávez (Artes Plásticas); también Yico Meillón, Enrique Fuentes, Francisco Buelna (Fotografía); Rael Salvador (Literatura), Natalia Arroyo (Teatro), así como muchos músicos importantes de la escena actual.
Todo este movimiento, despertó la inquietud de establecer una carrera de Artes. El proceso fue muy largo y secreto. Recuerdo que, en el transcurso de varios años, hasta en tres ocasiones nos solicitaron los requerimientos “ideales” para la instalación de talleres en lo que podría ser una escuela formal. Lo veíamos como un sueño.
El Departamento de Extensión Universitaria migró a lo que finalmente sería primero la Escuela de Artes, hoy Facultad de Artes de la UABC, pero todos los requerimientos “ideales” que habíamos propuesto no fueron tomados en cuenta: la interpretación de los arquitectos encargados del proyecto, estaban distanciados de la realidad de los docentes en todas las áreas.
El proyecto de la Facultad de Artes es un tema de reflexión en muchos sentidos, un tema de debate serio y, desafortunadamente, nadie lo quiere tomar de esa manera.
EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO
ANTHONY BOURDAIN:
¿Acaso los mitos nos pertenecen a todos?
En Perdido en el paraíso, Charles Leerhsen revisa el nacimiento, ascención y caída del famoso chef trotamundos
Por Carlos Velázquez
Narrador y cuentista, Premio Bellas
Artes de Narrativa Colima 2018, autor de La Biblia Vaquera y El menonita zen @charlyfornicio
Cómo escribir la biografía de un hombre que se dedicó a contar todo sobre su vida en libros y programas de televisión. Cómo contar la historia de un hombre que no tuvo empacho en desnudarse en la página o frente a una cámara de video. Más precisamente, cómo contar la agitada y glamurosa existencia de Anthony Bourdain.
Ese es el mayor reto de Charles Leerhsen en Perdido en el paraíso (Neo Person Cook, 2024), explicarle al lector que el hombre por público que se presuma aún resguarda un buen manojo de secretos. Si sale o no bien parado de su cometido, le tocará al lector decidirlo. Mientras tanto, esta biografía no autorizada del trotamundos más famoso del planeta es imprescindible para completar el retrato de Tony, el newyorquino que a golpe de talento y suerte construyó un mito. Y no en cualquier campo. En uno virgen hasta entonces, cuando no se trataba a los chefs como estrellas de rock.
Qué podría Leerhsen contar sobre Tony que el mismo chef no hubiera contado ya. Y lo más importante, ¿podría Leerhsen, o cualquier otro biógrafo, contar la historia de Tony mejor que él mismo? El mayor talento que tuvo Tony, más que sus dotes culinarias, fue su habilidad para crearse una mitología personal. Un proceso de construcción de identidad fascinante, puesto que se presentó de manera tardía. Tony llegó a los cuarenta siendo prácticamente un don nadie. Y de manera audaz rompió las leyes del significado del éxito al demostrar que nunca se es demasiado mayor para reinventarse.
Tony relató su niñez, su formación culinaria y su madurez frente a la pantalla. En lo que no ahondó fue en la preparación de su final. Y ese es uno de los puntos que Leerhsen se ocupa de desmenuzar. Por eso emprende un viaje a la existencia toda de Tony con el objetivo de desentrañar la personalidad contradictoria de un
hombre que consiguió todo lo que anhelaba y sin embargo tomó la decisión de quitarse la vida.
“Qué podría Leerhsen contar sobre Tony que el mismo chef no hubiera contado ya”
El título en inglés de Perdido en el paraíso es Down & Out in Paradise. Inspirado en uno de los libros favoritos de Tony, Down & Out in Paris and London, de uno de sus héroes, George Orwell. Pero curiosamente, también recuerda a una canción escrita en 1923 por Jimmy Cox, “Nobody Knows You When You’re Down and Out”. Pieza con versiones, entre otras, de Eric Clapton. Tony fue una persona amada hasta lo indecible
por millones de admiradores alrededor del planeta. Pero nadie, ni siquiera la gente que lo rodeaba, familia, amigos, los productores de sus programas, conocía su lado down & out, como afirmaba Cox en el blues.
De eso se preocupa Leerhsen, de contar el lado doloroso de la salida abrupta de Tony de este mundo. Toma la distancia prudente del biógrafo, pero no se regodea en lo morboso. Para ello hace hincapié en los defectos de un hombre que hizo de sus defectos sus mayores atributos. Poco importa que Leerhsen nos descubra que Bourdain no era el mejor de los chefs. O que no haya podido hacer una carrera en el mundo de la literatura. Tony se convirtió en un género en sí mismo. No importa cuántos programas sobre chefs haya, o estén por venir, difícilmente alguno despertará la sensibilidad de la audiencia como lo hicieron los protagonizados por Tony.
En Kitchen Confidential: Adventures in the Culinary Underbelly (2000), publicado en español como Confesiones de un chef, Tony relata, pero no detalla, como sí lo hace Leerhsen en su libro, el camino que tuvo que recorrer para volverse famoso. Su incursión en la heroína, sus múltiples intentos por darle vida a su labor como chef y sus fracasos. Pero por mucho que se desnudara Tony, se guardó información jugosa para el fan que puede ayudarnos a comprender, y de alguna manera a aceptar, el porqué renunció a todo lo que tenía, dejando huérfana a una hija.
Al tratarse de una biografía no autorizada, Perdido en el paraíso no está comprometida con nadie. Ni con Tony, ni con su legado, ni con sus seguidores. A diferencia de Roadrunner, el documental oficial sobre Tony, trata el tema del suicidio de la estrella. Y de las múltiples interpretaciones de éste. Se burla de la teoría ridícula de que al chef lo mandaron matar por mostrar apoyo a su entonces novia Asia Argento en el caso Weinstein durante el apogeo del #Metoo. Y evidencia cómo toda la gente que formaba parte del círculo de Tony se confabuló para guardar silencio a propósito de un hecho tan insoportable.
“Tony fue drogadicto, chef, escritor, videógrafo, no había manera de encasillarlo. Su única patria fue la cocina”
Convertirse en el biógrafo de Tony debe ser uno de los peores trabajos del mundo. Sin embargo, Leerhsen sale bien librado. Para ello viajó a Francia, a la región de Alsacia, y se alojó en la habitación donde Tony se quitó la vida en el hotel Le Chambard. La elección del lugar es una pista que sugiere que Tony planeó su suicidio. A diferencia de Cobain, que intentó acabar con su vida de una sobredosis en Roma, Bourdain escogió un pueblito donde casi nadie sabía quién era. Sí, Tony podía ser reconocido en la India, en Sudamérica, en Japón, pero ahí, al sur de Francia, su partida no se convertiría en un círculo mediático.
se mudaran a vivir los tres juntos. Oferta que ambas mujeres rechazaron.
¿Acaso el mito de Bourdain nos pertenece? ¿Acaso los mitos nos pertenecen a todos? Son preguntas que los fans de Tony nos hemos hecho en algún momento. Y querer leer sobre la caída de nuestro héroe no es faltarle el respeto a ese silencio sobre su suicidio promovido por la familia. Porque en el retrato que Tony esbozó sobre sí mismo hay algunos huecos que el libro de Leerhsen se propone llenar. El reto de resumir una vida como la de Bourdain en trescientas páginas no es una tarea menor. Y si alguien se pregunta si esta biografía era necesaria, la respuesta definitivamente es sí.
Leerhsen entrevistó a distintos personajes que conocieron a Bourdain en distintas etapas de su vida.
Tony era una persona encantadora, pero también era duro consigo mismo y podía llegar a ser cruel con quien consideraba que lo merecía. Incluso si ese alguien se había suicidado, como ocurrió con un empleado de una de sus cocinas, a quien no tuvo consideración en criticar. Pero también era un soñador que creía que la vida armoniosa era posible junto a aquellos a los que amaba. Le propuso a su ex esposa y madre de su hija, Ottavia, y a Asia Argento que
Tony fue drogadicto, chef, escritor, videógrafo, no había manera de encasillarlo. Su única patria fue la cocina. Sus viajes a Francia cuando era niño lo hicieron enamorarse de la comida. Y aunque muchas veces comentó que le encantaría morir en España o en el mismo hotel que John Belushi en Los Ángeles, al final se inclinó por hacerlo en el país que amaba su padre, cerrando así el círculo de un relato casi perfecto.
CDORIS LESSING, una escritora comprometida
En este mundo insensato y violento en el que vivimos, sus palabras son un aliento y una guía
Por Alberto Manguel
Escritor y editor argentino-canadiense, autor de Una historia de la lectura @albertomanguel
onocí a Doris Lessing años atrás, durante los cuales labramos una de esas amistades que me atrevo a calificar de profunda, en la cual las cartas fueron mucho más frecuentes que las conversaciones. La nuestra era, en un sentido literal, una amistad basada en la palabra escrita. Por carta, hemos discutido de política, de libros, de las mentiras de la historia y de la verdad de la literatura, de teatro y de cine, y de los lazos familiares de cada uno, de esa voluntad humana de crear obligaciones afectivas que Francis Bacon llamó “dar rehenes a la Fortuna”. Hemos criticado a editores, publicaciones, Gobiernos y hemos lamentado la suerte de los países que sentimos inexorablemente nuestros: en su caso, Rodesia. “Nunca nos vamos del todo del país que primero quisimos”, me escribe en una carta, respondiendo a mi cólera durante la crisis argentina de 2001. “Una parte de mí estará siempre en África”.
Lessing falleció en Londres en 2013, a los 94 años, nació en Persia en 1919; a los cinco, se instaló con sus padres en Rodesia del Sur. Allí vivió un cuarto de siglo, hasta que, abandonando a su segundo marido, decidió emigrar a Inglaterra con su hijo menor. Su oposición al Gobierno minoritario blanco de Rodesia le valió el sello de “inmigración prohibida”: es decir, no se le autorizaba a volver a entrar en el país, y fue tan solo en 1982 que se le permitió volver a lo que ahora se llama Zimbabue. Cuatro veces visitó la tierra de su infancia y juventud, visitas que dieron lugar al libro de reportaje African Laughter.
Desde su juventud, Lessing se interesó por los problemas de la educación en Rodesia. ¿Cómo hacer para que los niños de esa región tan pobre tuviesen acceso al conocimiento del mundo? ¿Cómo hacer para que los fondos destinados a la educación resultaran en escuelas, y las escuelas en bibliotecas, y las bibliotecas en libros que todos pudiesen leer? ¿Cómo formar a maestros que enseñasen a los niños a oponerse a la corrupción iniciada por el tiránico Mugabe, dictador a vida de Zimbabue, a no adoptar
las establecidas costumbres de robar y mentir y abusar del poder, no sólo a nivel del Gobierno, sino a todos los niveles de la sociedad? ¿Cómo cambiar los modelos de poder injusto en las familias, en las aldeas, en las empresas, en todos los círculos sociales? Para Lessing, la solución (o un intento de solución) empieza siempre con el individuo. El individuo, como lo piensa Lessing (y como lo pensaba Aristóteles), desea esencialmente el bien: conocer el mundo, vivir en él con justicia, ampliar su mente y sus poderes intelectuales, compartir deberes y privilegios, ser lo más humano posible. Y ese deseo, según Lessing, aun en las sociedades más desunidas, más frágiles, junto a la necesidad de sobrevivir físicamente, de comer y beber dignamente, y de tener un techo y un refugio, se manifiesta concretamente en el deseo de leer.
“Hemos criticado a editores, publicaciones, Gobiernos y hemos lamentado la suerte de los países que sentimos inexorablemente nuestros: en su caso, Rodesia”
De allí la conmovedora historia que da título a un corto texto de Lessing, aún inédito en castellano: Por qué un niño negro de Zimbabue robó un manual de física superior. Un niño roba un libro que no puede leer “para tener un libro que es mío”. Dos son los impulsos que lo llevan
a esta acción. Primero, poseer el objeto, que durante el tiempo de espera es mágico, como un talismán con inmensos poderes; luego, aprender a servirse de él. Para el niño de la exigua escuela de Rodesia, con sus maestros pobremente instruidos y sus anaqueles casi vacíos, los libros que satisfarán su deseo son las obras universales de nuestras literaturas, esas que pueden ser universalmente leídas. En literatura no todo espejo nos refleja. Lessing quiere que el niño de este relato pueda decir, al recorrer el libro elegido, escrito quizás hace siglos por alguien de otra cultura: “Mi abuela me contaba una versión de esa misma historia”. Que es una forma de decir: “Ese relato es también mío”. Cuando le fue otorgado, por fin, el Premio Nobel, recordó esa anécdota y dijo que le gustaba pensar que sus ficciones no eran sino versiones particulares de otras, contadas en otras lenguas y quizás más antiguas.
En casi todos sus libros, ese esperado reflejo es, para Lessing, la meta literaria. Un reconocimiento, la in-
tuición de una memoria, una sensación de poseer de pronto, convertida a palabras, una experiencia ya sentida, íntima y secreta. Desde sus primeras ficciones autobiográficas, siguiendo con la saga de su heroína, Martha Quest (que, a través de El cuaderno dorado se convirtió en lectura esencial para el movimiento feminista de los años sesenta en adelante), pasando por los poderosos relatos que captan, en brutales instantáneas, la traumática vida de la segunda mitad del siglo XX en África y en Europa, hasta las extraordinarias invenciones de ciencia ficción que reveló en ella una capacidad de invención casi ilimitada, y acabando con recientes y audaces novelas sobre temas tan diversos como la violencia infantil, la sexualidad de la edad madura, el mito originario de la desigualdad de los sexos, y, finalmente, varios volúmenes de memorias y una bio-
grafía ficticia de sus propios padres, Lessing propuso a sus lectores preguntas fundamentales sobre cómo actuar con responsabilidad en el mundo. Ser lector es, para Lessing, una toma de poder, un acto revolucionario que nos permite acceder a la memoria del mundo, a ser ciudadanos en el sentido más profundo de la palabra. “Literatura e historia son ramas de la memoria humana”, escribe. “Nuestro deber es recordar, incluso lo que está por suceder”.
Al final de un conmovedor ensayo sobre la condición humana, Prisons we choose to live inside, Lessing imaginó a otro niño (en este caso, el casi mítico faraón Akenatón que hace casi 25 siglos quiso imponer una ética humanista en el imperio egipcio) que crece en una sociedad dictatorial e injusta, haciéndose esta pregunta: “¿Qué puede
RECORDANDO A DORIS LESSING
hacer una sola persona contra este terrible, pesado, poderoso y opresivo régimen, con sus sacerdotes y sus temibles dioses? ¿De qué vale siquiera probar?”. “Siquiera probar”, dice Lessing, no sólo “vale la pena”, sino que es la condición esencial de nuestro existir. Vivimos probando, intentando alcanzar ese bien que ansiamos, mejorar este pobre y desahuciado mundo. Es decir: “Usando nuestras libertades individuales (y no quiero decir simplemente formando parte de manifestaciones, partidos políticos, y demás, que son sólo parte del proceso democrático), examinando ideas, vengan de donde vengan, para ver de qué manera estas pueden contribuir útilmente a nuestras vidas y a las sociedades en las que vivimos”. En este mundo insensato y violento en el que vivimos, las palabras de Doris Lessing son un aliento y una guía.
A la música de la vida sólo le falta nuestra ginebra
MPor Rael Salvador Escritor y editor raelart@hotmail.com
e agrada esta sentencia de Doris Lessing: “Piensa mal, pero en todos los casos, piensa por ti mismo”. Es como si tocara arena caliente en el bolsillo izquierdo de mi “Levis” desgastado.
Así, un pájaro llega a ofrecer su vuelo de flor con alas y la granada se vuelve un astro que conversa con la nuez sobre una poeta y novelista inglesa de pan y mantequilla.
Las calles están húmedas, la primera brisa de la temporada me recuerda el virtuosismo de los ropajes del mundo… Agua, bendito pez que aplica su fantasma a la ciudad.
Bajo esta luz argentada, Doris Lessing recibió de Estocolmo el Premio Nobel de Literatura en el ya lejano año de 2007. Andaba de compras: ginebra, naranjas, un racimo de uvas y nueces.
Esta mujer humilde llega a su casa, baja del taxi, le espera la muchedumbre de la prensa (ella no sabe que la fortuna mordió su pecho) y lo único que se le antoja decir es lo siguiente: “Este premio se suma a todos los malditos premios que me han dado durante 30 años”.
Luego, pidió un trago de ginebra y agua tónica, que inclusive hizo oler a uno de los reporteros para que comprobara que no se trataba de “agua insípida”, como las botellitas de plástico que arreaban ellos para mantener en línea la hidratación neurótica.
¡Diablos, qué mujer! En 1999 ya había rechazado el título de Dama del Imperio Británico, que le concedía
la reina Isabel II, anteponiendo que “ya no hay ningún imperio”.
Así, a la música de la vida sólo le falta nuestro deseo: el sonido tintineante, platinada campana del alma, del ginebra con hielos.
Doris Lessing (1919-2013) fue la gran narradora del mundo obrero inglés, de las hordas desarraigadas del cemento y que, en su mundo contestatario de amor y bandas progresivas, traían una lucha bondadosamente enrabiada contra el sistema.
Sus escritos poseen el potencial de ofrecer una épica femenina, ética y estética de la intimidad, atendida igual por género masculino, donde detalla renglón a renglón las recetas para subsanar todas las heridas —tanto físicas como psíquicas— que las confrontaciones de la época implementan con crueldad y desvarío, tanto en África como en Inglaterra. Son los años convulsos de los 60 y los 70 del siglo XX, un lugar y un tiempo donde sus escritos son calificados de feministas, con fuertes dosis de maternidad dialéctica; pero la autora, que militó en grupos de izquierdas, negó la etiqueta al considerar que su obra era más bien “un examen psicológico del ser humano y su entorno”.
En su amistad con la autora de El cuaderno dorado, Alberto Manguel nos recuerda la conmovedora historia de un corto texto de Lessing: Por qué un niño negro de Zimbabue robó un manual de física superior.
«Un niño roba un libro que no puede leer “para tener un libro que es mío”. Dos son los impulsos que lo llevan a esta acción. Primero, poseer el objeto, que durante el tiempo de espera es mágico, como un talismán con inmensos poderes; luego, aprender a servirse de él. Para el niño de la exigua escuela de Rodesia, con sus maestros pobremente instruidos
y sus anaqueles casi vacíos, los libros que satisfarán su deseo son las obras universales de nuestras literaturas, esas que pueden ser universalmente leídas. En literatura no todo espejo nos refleja. Lessing quiere que el niño de este relato pueda decir, al recorrer el libro elegido, escrito quizás hace siglos por alguien de otra cultura: “Mi abuela me contaba una versión de esa misma historia”. Que es una forma de decir: “Ese relato es también mío”. Cuando le fue otorgado, por fin, el Premio Nobel, recordó esa anécdota y dijo que le gustaba pensar que sus ficciones no eran sino versiones particulares de otras, contadas en otras lenguas y quizás más antiguas»
Doris Lessing falleció un 17 de noviembre de 2013 en Londres. Un largo adiós para ella; el mejor homenaje para su eternidad fiel será leerla y releerla: contenerla.
Las manos de Hadi Matar
Un hombre de 24 años, el 12 de agosto de 2022, intentó matar al escritor Salman Rushdie. ¿A qué escuelas asistió, qué libros leyó? ¿Qué amigos tuvo? En medio de la historia, hay fanáticos de Dios que se convierten en enemigos de la especie humana
Por Lídia Jorge Es escritora. Su último libro publicado es El viento silbando entre las grúas lidiajorge.com
La fuerza que conduce el agua a través de las rocas dirige mi roja sangre. Dylan Thomas
Uno. La Avenida 24 de Julho es una de las principales arterias de Lisboa y conecta la parte oriental de la ciudad con la que se proyecta en dirección al mar. A cualquier hora del día, la circulación del tráfico es razonablemente fluida, pero cierta mañana de la primavera de 2022 uno de los carriles se vio completamente bloqueado. Algo raro pasaba. En medio de uno de los pasos de peatones, junto al semáforo, había un conejo grisáceo inmóvil. Cuando los coches hacían ademán de avanzar, el conejo, desorientado, daba pequeños saltos, pero no se movía de su sitio. Entonces, un joven bajó de su vehículo, agarró al conejo por la nuca, le acarició las orejas y se dejó fotografiar con él en su regazo.
Uno de los videos que se difundieron entonces mostraba al joven en medio del tráfico con el intruso en sus manos. El chico era moreno, con el pelo muy
oscuro y cortado al raso, orejas prominentes, el típico portugués, atlético y desenvuelto. Pero ninguno de estos detalles tendría la menor importancia, y la normalísima escena del rescate de un animal perdido entre los coches se habría desvanecido de la memoria, si poco después, el 12 de agosto, Salman Rushdie no hubiera sido víctima del atentado que conmovió al mundo.
Dos. No cabe resumir determinadas realidades, pero en todo caso, podemos condensar el atentado de la siguiente manera: cuando Salman Rushdie se disponía a pronunciar una conferencia en Chautauqua, en el estado de Nueva York, ante a un auditorio abarrotado, un joven subió al escenario con un cuchillo y asestó más de 10 golpes en distintas zonas vitales del cuerpo del autor de Los Versos Satánicos, sin que fuera posible detenerlo en los primeros instantes. Durante esos días, las imágenes de la agresión fueron reproducidas miles de veces, causando una gran conmiseración. Una fetua lanzada por Irán 33 años antes, según la cual el escritor debía ser ejecutado por blasfemias contra Alá, había estado a punto de consumarse. El drama personal de un escritor convertido en el centro de una paradójica alegoría en la que un hombre con un cuchillo persigue a un hombre con una pluma, impresionó a los occidentales en aquellos días, como si Salman fuera un pariente cercano. Ante situaciones como estas, no queda lugar para los detalles, pero a mí se me quedó grabado uno: el rostro de quien perpetró el atentado, Hadi Matar, de 24 años cuando se divulgó la imagen, se parecía de manera increíble al rostro del chico que había salvado al conejo en la Avenida 24 de Julio, tres meses antes. Se parecían como si fueran hermanos. Por la imagen, uno podría ser el otro y viceversa.
Tres. Desde entonces ha pasado más de un año y medio. No sabemos qué ha sido del joven estadounidense de ascendencia libanesa, encerrado en una prisión. De Salman Rushdie sabemos que quedó físicamente disminuido y que tiene una perturbadora historia que contar, pero lo cierto es que el detalle de la coincidencia no se me quita de la cabeza. Aun
admitiendo que la mano que prepara un cuchillo para matar pueda ser la misma que la que salva a un animal doméstico de ser atropellado, y que en una misma persona convivan gestos de significados opuestos, como se constata en las historias de tiranos y asesinos, no dejan de surgir las preguntas: ¿cómo transcurrió la infancia del joven Hadi Matar, a qué escuelas asistió, qué libros leyó? ¿Qué amigos tuvo? ¿Qué profesores le instruyeron, qué catecismos memorizó? ¿Qué clase de activismo político profesó? ¿De qué ideal de justicia histórica se alimentó para optar por hacerse famoso no por salvar a personas, animales, bosques o ríos, sino por intentar ejecutar al autor de un libro del que confesó haber leído sólo dos páginas? Las preguntas no tienen fin, pero las respuestas tienden a simplificarse.
Cuatro. Tras el atentado se supo que poco antes había viajado al Líbano, donde se radicalizó en la fe islámica y en la cultura de la sharía, y que eso explicaría su gesto, en el que al parecer actuó como un lobo solitario. También se revisó su pasado y se habló de desintegración y resentimiento social, facilitadores por lo común de la radicalización. Otras
respuestas, sin embargo, implicaban horizontes teóricos más vastos. Se sacó de los estantes el libro de Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, publicado en 1996, para explicar que la división entre Oriente y Occidente era lo que quedaba después de la caída del muro de Berlín. Las grandes placas tectónicas culturales se afrontaban cara a cara. De este modo, lo ocurrido en el escenario de Chautauqua no pasaba de ser la imagen escénica de este conflicto entre representantes simbólicos de dos culturas diferentes.
En un sentido casi opuesto, se esgrimió la teoría del fin de la Historia y del último hombre, desarrollada en la misma década por Francis Fukuyama, para demostrar que la optimista acuñación del factor de “reconocimiento” como motor de la Historia, del que la cultura estadounidense era el espejo radiante, había quedado totalmente sobrepasada. Sobre todo, quedó demostrado que la realidad destruía todas las teorías, y que la única evidencia comprobada, a la vista de todos, era que las democracias son demasiado porosas y frágiles, y los sistemas autocráticos demasiado inexpugnables, y que estos envían a sus enloquecidos mensajeros contra las democra-
cias frágiles y porosas para destruirlas. Se dijo que era necesario echar el cierre a las democracias, y se afirmó, por el contrario, que su grandeza consistía en esa apertura y porosidad, y que su traslación informativa servía para contaminar a las autocracias con el poder ejemplar de la libertad. El caso es que si reunimos todos los retazos de verdad que se incluyen en las tesis maximalistas, lo que parece seguro es que entre el fanatismo islámico y el cristiano hay unos cuatro siglos de separación. En poco difieren la misión trascendental de Hadi Matar mientras esgrimía su cuchillo la tarde del 12 de agosto de 2022, y la misión de un inquisidor del Santo Oficio, a mediados del siglo XVII, sentado en su sillón, mientras observaba por la ventana a personas atadas a una cruz quemarse vivas. En un caso u otro, de repente, en medio de la Historia, hay fanáticos de Dios que se convierten en enemigos de la especie humana.
Cinco. En un discurso que pronunció hace tiempo en la Universidad de Emory, afirmaba Salman Rushdie más o menos lo siguiente: “La doctrina religiosa dice: sométete. Acepta lo que dicen los grandes libros. Ya tienen todas las respuestas, con el apoyo de la autoridad de Dios. Tu fe en esas respuestas te liberará. Sin ella, no eres libre. Estás perdido. Pero el pensador no religioso dice: no me someto. No lo acepto. Las preguntas han de formularse. El cuestionamiento es, en sí mismo, una respuesta. La capacidad de poseer un argumento es la libertad. Renunciar a esa libertad es encadenarme a mí mismo”.
Se trata, por lo tanto, de dos libertades diferentes y los occidentales no aceptan que la primera lo sea. La segunda libertad, la que profesamos los de este lado, implica mucho más que ser libre, suele implicar la capacidad de comprender el lado en el que se sitúa nuestro oponente. Y, en consecuencia, implica el perdón. El libro de Salman Rushdie, Cuchillo, se publicó recientemente. Dado que el autor se ha convertido en una metáfora, lo quiera o no, quedo a la espera de leer lo que tiene que decir sobre sí mismo, pero, ante todo, sobre las manos de quien le causó tan profundas heridas.
LPor Martín Caparrós Escritor y periodista argentino, autor de El hambre y Ñamérica @martin_caparros
a palabra escritor todavía me parece distinta de la mayoría: a veces noto que, cuando la digo, pronuncio diferente. No hay muchas palabras que haya respetado tanto, a lo largo de mi vida. Sé que es tonto, pero escritor, para mí, no es una descripción sino un título de nobleza, no un sustantivo sino un adjetivo.
Y sin embargo un escritor, al principio, era un burócrata de arcaicas oficinas. La primera imagen conocida de alguien escribiendo es un escriba: un pelado egipcio en flor de loto que toma notas de algo que alguien —demasiado importante como para compartir con él la escena— le dicta. Durante mucho tiempo, la palabra scriptor se aplicó sobre todo a esos copistas —griegos, romanos, medievales— que inscribían las palabras de otros. (Y los franceses todavía dicen écrivain, que se parece demasiado a “escribano”, el sinónimo sudaca del español “notario”).
Quizá por ese origen modesto un escritor es lo contrario de un autor. Un autor es, según los diccionarios, alguien que crea o mejora algo —un texto, un bebé, una represa, un médico en potencia— y eso, supuestamente, le confiere la “autoridad” de que ese texto, ese hijo, esa represa, ese médico en acto tengan, de algún modo, que seguir obedeciéndole. Ser autor crea autoridad, en la más noble de sus acepciones —que, aun así, sigue siendo autoritaria. Yo sé, yo lo hice, yo mantengo el control. Un escritor es todo lo contrario.
Un escritor, si lo es, no intenta imponer nada: ofrece materiales para que cada cual los malee —es bonito malear— como mejor le venga. Un escritor es alguien que pierde cualquier autoridad sobre lo que hizo, lo que hace. Y, sin embargo —o por eso mismo—, nada podía
La palabra escritor
parecerme más deseable. Tanto, que me asustaba la palabra.
Sé que es otra tontería, pero ya había publicado 10 ó 15 libros y sin embargo, en ese momento de extrema verdad que son los formularios de migraciones, seguía sin escribir en la casilla de la profesión la palabra escritor. Escritores eran otros, Quevedo, Borges, Shakespeare, Cervantes, Tolstói, Rulfo, Woolf, Proust, Perec, Safo de Lesbos, Catulo, Sófocles, Sor Juana, Juan de Patmos, Dos Passos. Y algunos más, faltaba más, pero no yo. Recién hace unos años, ya cumplidos los 50 y con más de 30 libros publicados, me resigné a un silogismo oportunista: “Bueno, pibe, sos un escritor. Serás un mal escritor, pero escritor al fin”.
Fue una traición: le quité a la palabra su sentido adjetivo, acepté que se pudiera ser escritor y malo al mismo tiempo. Cada vez que lo recuerdo siento un leve escozor en los pulgares. Era, además, una mentira: hay muchos que escribimos; hay pocos escritores. Escritor es el que hace con las palabras o las historias o las estructuras algo que otros no habían hecho; los demás somos como aquel escriba egipcio por los suelos, tomando las palabras que nos dicta el tiempo, el interés, la falta de talento.
Y por suerte un escritor, en general, no sirve para nada. Es mucho más útil una buena médica de urgencias, un padre que trabaja como un perro, los bomberos. Incluso repensando mi vida: seguramente habría sido más interesante ser físico o biólogo y, si quería contar historias, el cine y sus engendros son las formas más presentes de hacerlo. Así que a veces me río de ese respeto idiota por esto que hacemos, pero yo me convencí desde el principio de que no podía aspirar a nada mejor. Supongo que queremos ser escritores los que nos fascinamos con lecturas tempranas y sólo podemos pensar que querríamos hacer cosas como ésas, producir en otros esa misma fascinación que nos secuestra. Así que sigo creyendo que escribir es algo especial y que ser escritor es una especie de privilegio —para quienes lo logran. En las plazas de toros —con perdón—, cuando un torero es demasiado bueno le
gritan, como encomio mayor, que es lo que es: “Torero, torero”, corean, y él sabe que lo ha hecho. No se precisa un adjetivo: el sustantivo alcanza. Quizá sea cierto que lo mejor que se le puede decir a alguien es que es lo que pretende ser. A mí me sucede: cuando alguien es notoriamente bueno, diferen-
te al hacer esto que hacemos, el reconocimiento más extremo que se me ocurre está muy claro: “Es un escritor” o “Es una escritora”, digo, y eso, para mí, resume y supera a cualquier otro elogio. Por más vueltas que le intente dar, por más traiciones, para mí esa palabra sigue siendo un título.