TERCERA ÉPOCA | Número. 30

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Por Jorge Ruiz Dueñas

DEL NATALICIO DE LE ÓN FELIPE MAYO 2024 | NÚMERO 30
Grabado de León Felipe: Elvira Gascón (ilustrado por Ruth Gámez).
140 ANIVERSARIO

HAura de ciertos tiempos

ermosa es la luz que Roger Bartra equilibra en palabras para retratar al autor de Versos y oraciones del caminante: “Yo crecí con la presencia de este personaje mítico, el gran poeta León Felipe, a quien recuerdo con su barba de viejo eterno y con su bastón en el que apoyaba su sabiduría”.

Si Neruda recibía de Nietzsche un resplandor —aura que, en ciertos poetas y filósofos, se mantiene luminiscente desde el mundo griego—, el maestro Bartra obsequia a Jorge Ruiz Dueñas un regalo de amistad como forma de vida en su escrito León Felipe y la dialéctica del llanto, respuesta al discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua en 2019 y que prologa la publicación León Felipe (UAM, 2021) del mismo Ruiz Dueñas. Y, como sucede en las lecturas compartidas, llega hasta nosotros el legado reflexivo y testamentario de quien escribiera ¡Oh, este viejo y roto violín! y Ganarás la luz

En esta entrega de Palabra, Jorge Ruiz Dueñas nos invita a profundizar en la sobrecogedora fidelidad humana de “el más mexicano de los poetas españoles” en el ensayo-homenaje que dedicó a su dilecto León Felipe, el pasado 11 de abril de 2024, en el Ateneo Español de México. ¡Un presente invaluable para nuestras páginas! También he de agradecer la versión ilustrada del grabado que Elvira Gascón realizó sobre el bardo y militante republicano —emblemático, ahora sugestivo— que Ruth Gámez atrapa en el sueño poético del color. ¡Enhorabuena!

R.S.

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140 aniversario del natalicio de León Felipe / Jorge Ruiz Dueñas págs. 3 a 6

La pelea del siglo: Abelardo L. Rodríguez vs. Ricardo Covarrubias / Gabriel Trujillo Muñoz págs. 7 a 11

Episodios de un forastero en Ensenada / Eduardo Cruz Vázquez págs. 12 y 13

Loreto, entre café colado y las palabras del desierto / Eyder Gabriel Sima Lozano pág.14

Enrique González Martínez, el último de los modernistas / Enrique A. Velasco Santana pág. 15

Las nuevas tareas culturales / Sergio Gómez Montero págs. 16 y 17

La “hora” de las fronteras / Óscar Ángeles Reyes págs. 18 y 19

Acerca de la Ciencia e Industria de la felicidad / Fernando Mancillas Treviño págs. 20 y 21

Cartas desde el amor y la amistad / Rael Salvador págs. 22 y 23

La religión del otro / Juan Arnau pág. 24

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2 Mayo 2024 / Número 30

140 Aniversario del natalicio de León Felipe

La grandeza del poeta español del éxodo y del llanto, poeta prohibido y clandestino se centra fundamentalmente en su humanismo singular, cuando los estados de crisis parecían ser permanentes; fue un “explorador de la tragedia humana en tiempos de crisis”

Por Jorge Ruiz Dueñas

Poeta y narrador. Premio Nacional de Periodismo en divulgación cultural 1992, otorgado por el Gobierno de la República. Premio Xavier Villaurrutia 1997 por Habitaré tu nombre y Saravá jorgeruizdueñas@prodigy.net.mx

Siempre afirmaré que mi puente literario para cruzar la existencia inició con León Felipe. Llegué a él de la mano de don Julio Mayo en septiembre de 1966. Cifraba los 20 años y lo acompañé hasta el final, aquella aciaga madrugada del miércoles 18 de septiembre de 1968 cuando hube de auxiliar al escultor Víctor Trapote Mateo a imprimir su mascarilla funeraria donde quedó el último gesto del español del éxodo y del llanto. El primer homenaje posterior a las exequias lo organizó el Ateneo Español de México el lunes 9 de diciembre de ese año. Entonces, como en el reciente aniversario 140 de su natalicio, gracias a la benevolencia de esa institución tuve oportunidad de leer unas palabras antecediendo la lectura de sus poemas por las primeras actrices Aurora Molina, Amparo Villegas, Emma Teresa Armendáriz y la querida Ofelia Guilmáin.

“Los grandes poetas no tienen biografía, / tienen Destino. / Y el Destino no se narra…”, aseveró nuestro poeta. Pero también es verdad que la memoria rescata los valores asumidos en la vida, y en el rito intenso reafirmamos nuestra admiración por la integridad que en su poesía postuló el amor a la vida y la vigencia de su mensaje: esa expresión migrante y peregrina de nuestra lengua, pero también de las tragedias de muchos pueblos. Quizá por ello, rememorar que Felipe Camino Galicia nació el 11 de abril, un Viernes Santo de 1884, a su entender en el lugar equivocado del que no tenía memoria (Tábara, Zamora), es una forma de rescatarnos a nosotros mismos.

No es de sorprender, respecto al poeta prohibido, clandestino, que solo después de la muerte de Franco se escribiesen en España monografías y varias tesis de posgrado.1 La brecha del dictador y su sistemática censura, la distancia física y aún emocional hacia su obra abarcó generaciones y no es fácil de colmar en el presente. De allí el tratamiento poliédrico dado a su lírica, o la división de las etapas del poeta de acuerdo con criterios disímiles donde se traslapan o no coinciden en cuándo inicia una estética o rige otra. Estos ordenamientos taxonómicos incluyen también, dada la tendencia a las agrupaciones del canon poético español, las opiniones de quienes

ven en su obra una supuesta ambigüedad o, por lo contrario, identifican la unidad de un creador irrepetible e inclasificable coincidiendo con la apreciación de Federico de Onís.2 Lo cierto es que la imposición de un canon está investida de un barniz solo purificado por el tiempo. Cabe preguntarse con Pierre Bourdieu en la mente, si ese actuar y la crítica destilada resultan una forma de dominación. Estos intercambios no son simples actos comunicativos, porque enmascaran relaciones de poder. La observación vale para la literatura como para la esfera pública, pues se pregona una superioridad estética o una superioridad moral.

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Escultura en bronce de León Felipe. Autor: Julián Martínez (1974). Casa del Lago, Chapultepec, Ciudad de México.

No deja de llamar la atención en varios exámenes peninsulares relativamente recientes, la reproducción de errores biográficos y aun del lugar mismo donde reposan sus restos o con quién estuvo casado. Algunos se muestran interesados por la tesitura religiosa o metafísica, planteada mucho antes por Margarita Murillo en esta tierra de acogida. Otros académicos hispanos se centran en las estructuras formales y las escuelas de lo que consideran su origen literario. Así, lo asocian con el noventayochismo por la recurrencia del Quijote y, dicho de manera genérica, al extenso Siglo de Oro. Aunque de igual manera, León Felipe gustó de tener como gran interlocutor al Arcipreste de Hita, poeta lírico medieval. Otras formas poéticas empleadas después, se arguye también, proceden del contagio vanguardista. En todo caso, queda sin respuesta una pregunta: ¿en qué momento cobraron tal fuerza sus imágenes? Tal diversidad de puntos de vista aún construye la leyenda, pero no abona lectores. El propio León Felipe habló de esa incomunicación. De igual manera abordó muchas veces el tema de la periodización y pertenencia. Contundente fue su respuesta meses antes de morir: “Yo no soy de ninguna generación”,3 refractario como lo fue a la teoría de Ortega y Gasset que iniciase con el célebre En torno a Galileo, desde la perspectiva de la edificación literaria. Pero también abundan las interpretaciones de la simbología no de las metáforas. Tampoco es novedad vincularlo con la creación de Shakespeare, presente desde su primera obra por mediación de Hamlet, Macbeth, Otelo y el viejo rey Lear. Por supuesto, se enumeran como influencia las figuras mitológicas griegas —Prometeo por delante o la tragedia carnal de Edipo— y la Biblia con Jonás y Job de manera destacada, que Berta Gamboa Munguía, su esposa poblana, le hizo leer de manera diferente por su formación protestante, de la misma manera como lo acercó a obras selectas al ser su mentora en el aprendizaje del inglés; aquel propósito postergado en su estadía en Guinea Ecuatorial. Pero incluir a León Felipe de manera pendular en cualquier apartado estanco, es reducir los términos de su creación a un determinismo histórico avenido a cierta tradición, aislándole de su circunstancia emocional. Por ello importa decir que hay un inverosímil desdeño sobre las influencias de su despertar americano ajenas al bagaje original. Y si bien, esto se explique por la ya mencionada brecha de la dictadura y sus efectos en la sociedad peninsular, ello no ha sido reparado. Más aún, aunque se ha reeditado a León Felipe, no deja de ser advertible la autocensura del poema “Al glorioso General Francisco Franco después que firmó el fusilamiento de Grimau”, en los

años ochenta, cuando la editorial Visor publicó sus obras individualmente y en 2004 con las Poesías completas (1360 páginas) editadas en orden cronológico por José Paulino Ayuso.

“Es verdad que la memoria rescata los valores asumidos en la vida, y en el rito intenso reafirmamos nuestra admiración por la integridad que en su poesía postuló el amor a la vida y la vigencia de su mensaje…”

Cabe afirmar que, concluida la guerra civil española en un estado de conmoción social sin cesura, la intención del poeta fue buscar respuestas ontológicas y teleológicas, no solo ser testigo de su tiempo. De ahí la heterodoxia, la provocación, el desdoblamiento, el descuido intencional al que en ocasiones se alude. Me parece necesario insistir en esos temas ignorados en los estudios críticos publicados en España, para reconstruir las relevantes influencias de su estadía en las universidades de Columbia y Cornell, dos instituciones de la Ivy League, más allá de la recurrente mención a Walt Whitman, que también debe precisarse en su justa medida. Whitman buscaba la fraternidad por medio de la democracia idealizada, mas no tan progresista como para apoyar el voto de los afroamericanos o disentir de la doctrina del destino manifiesto y el expansio-

nismo, que animaron sus artículos, sobre todo en relación con México. En cambio, León Felipe defendía la libertad sin burocracias ni partidos políticos y tuvo misericordia por sus semejantes africanos al convivir dos años con su dolor y humillaciones. Ambos poetas ejercieron oficios dictados por la necesidad, fueron tocados por luchas fratricidas y deambularon en nosocomios miserables, pero acaso León Felipe padeció el mismo infortunio de Joseph Conrad al escuchar palpitar en el estuario del río Muni su propio corazón en las tinieblas. Al final, su desilusión sobre la sociedad estadounidense —como la del mismo Federico García Lorca— se condensa en este verso: “¡Oh, Walt Whitman! Tu palabra happiness la ha borrado mi llanto”.4

Igualmente es necesario atender temas que a la distancia se vuelven importantes porque atañen a la idea de divinidad o al vacío: el teísmo y el deísmo en León Felipe, calificadas sin considerar las obras finales del poeta, así como su singular acercamiento a las doctrinas indostanas, a veces fugaz, como los relámpagos de la última tormenta. No diría menos de su visión de la poesía comunal que requiere menciones adicionales.

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El joven Jorge Ruiz Dueñas acompañando a León Felipe.

Pero no me perdería en aclarar cuestiones descontextualizadas merced a evidencias insuficientemente analizadas, como su decisión de ir a Guinea y su misiva a Unamuno sobre ello, o la veracidad de su posición de agregado cultural en Panamá en el momento de la insurrección franquista. Verdad es que algunas de mis afirmaciones, sin titubeos, tienen el tono personal de los testigos. Pero en el fondo, siempre siento que la mano de mi viejo maestro me hace reencontrarme con su riqueza ética y con el ser humano. A pesar del sentimiento de orfandad acechante durante varios años, entender ese tránsito hubiese sido mucho más difícil sin los comentarios vespertinos de Agustí Bartra, aquel atroz septiembre al borde del lecho de paciente del propio bardo catalán, preparándome para el desenlace mientras León Felipe se encontraba paulatinamente con su finitud.

Si bien, León Felipe conocía la obra de Sigmund Freud y el preconsciente sustantivo, tema que nunca se aborda, para él nada era más aborrecible que la pérdida de control del poema como escritura automática a la manera de André Breton. Por lo demás, sabía describir los procesos de anticipación: “El poeta es el que habla primero y dice: esto está torcido. Y lo denuncia. O esto es un misterio, y pregunta: ¿por qué?”. Sin embargo, no funge solo en los términos de Lacan ni de Rimbaud, convertido el poeta en un vidente o

extraviado en la otredad, sino pretende entrar en comunicación con la divinidad, sea quien sea. Hasta una mirada superficial permite ver en su formación tardía la presencia de Nietzsche, Kierkergaard, Emerson y el trascendentalismo (y por este filósofo y polígrafo, la filosofía alemana en boga que le venía de Carlyle). Howard Zinn, el activista e historiador social estadounidense, llegaría a la conclusión de que ese trascendentalismo fue una manifestación temprana del anarquismo, el mismo que León Felipe, con serias reservas y aún negación, sentiría más cercano en los frentes de guerra y cuya facción en Barcelona pretendió aprovecharlo al distorsionar La insignia, poema ácrata que va más allá de gobiernos y partidos, leído con grandes riesgos en Barcelona el 28 de marzo de 1937 en un cine desbordado por alrededor de cuatro mil combatientes. La prédica era destruir los signos en busca de la unidad y denunciar “las fidelidades fragmentarias”. Pablo Neruda al narrar sus correrías por el Madrid de la guerra, recordaba desde entonces a León Felipe como cercano al pensamiento de Nietzsche y a cierto discurso de los anarquistas, avenidos con su espíritu emancipado, pero sin dejar de ser dueño de una idea clara de justicia y ajeno a las facciones. En verdad, nadie como él se esforzó por reflejar el espíritu de su era y su dialéctica.

Pero también, aunque usualmente inadvertido, supo del hinduismo y la fuente más inmediata del poeta de Tábara, por su amistad, fue el hispanista Waldo Frank, inclinado hacia el misticismo y las religiones orientales, además del propio Emerson quien a su vez lo había recibido de Max Müller. Esa idea del alma atrapada en un cuerpo que vuelve a renacer (samsara) para lograr la moksha no dista mucho de su frecuente referencia poética a los ciclos como largos procesos de mejoría. En ellos el barro se amasa de nuevo y es templado en el fuego para hacer del hombre doméstico el ser prometeico enfrentado con las fuerzas que merman a la humanidad. Pero más diáfanamente aún lo encontramos en Credo, un poema con elementos ajenos al mundo occidental escrito en su gira por Hispanoamérica (1946-1948):5

[…] ¿no es cierto que volvemos a nacer?

[…] Corre el tiempo y lo derrumba todo, lo transforma todo. Sin embargo pasan los siglos y el alma está, en otro sitio… ¡pero está! Creo que tenemos muchas vidas […]

También en este enriquecimiento intelectual es posible advertir su reconocimiento del unanimismo de Jules Romains, del que conservaba entre sus libros un viejo ejemplar de La Vie unánime. Bien nos menciona Luis Rius que en su retorno a México el poeta “[había sentido] el contagio [del] espíritu unanimista”. Esa conciencia colectiva que no le abandonó el resto de sus días.

“La brecha del dictador y su sistemática censura, la distancia física y aún emocional hacia su obra abarcó generaciones y no es fácil de colmar en el presente”

¿No es cierto que de alguna manera volvemos a nacer?

Creo que Dios nos da siempre otra vida, otras vidas nuevas, otros cuerpos con otras herramientas, con otros instrumentos… Otras cajas sonoras donde el alma inmortal y viajera se mueva mejor para ir corrigiendo lentamente, muy lentamente, a través de los siglos,

En su visión de la poesía comunal, León Felipe dice no saber si las palabras son suyas, de los libros sagrados o de otros poetas. Algo de esto le responde a Borges, respecto al muy tardío comentario del bonaerense sobre la versión leonfelipiana de Walt Whitman. Volviendo al autor de ¡Oh, este viejo y roto violín!, observamos que incluso retoma sus versos y los funde en otros libros, como quien continúa una elipse inextinguible, un solo y gran poema agonista. Se transparenta así su pulsión por esa misma intertextualidad e intersubjetividad que desembocada en una concepción comunal de la palabra y, claro, la otredad. Estas experiencias se remontan al grupo de Jena en torno a la revista fundacional Athenaeum (1798) del romanticismo alemán temprano, impulsada por los hermanos Friedrich y August Wilhelm Schlegel y la participación de Novalis, conocidas como comunismo literario según la denominación de Jean-Luc Nancy.6 La intención de fondo, escribió Emmanuel Alloa sobre esta comunidad inorgánica, era “experimentar con otra forma que mantuviera su hechizo fascinante a través del siglo XX: una forma de escritura común, o una forma de escribir en común”. Pero hay otros ejemplos de la polifonía comunal frecuentada por León Felipe como El rey Lear con siglos de distancia y diversidad idiomática:7 la recopilación historiográfica de la General e Grand Estoria de Alfonso X el Sabio (siglo XIII), King Lear de William Shakespeare (1606) y la novela Le Père Goriot de Honoré de Balzac (1834). Quizás León Felipe hubo de deslizarse desde la inicial afirmación individualista en el Ateneo de Madrid, el 13 de enero de 1920, al presentar su ópera prima Versos y oraciones de caminante: “solo, distingo mejor mi voz que en el canto de los orfeones”, para luego deslizarse a la conmoción de una retórica contestataria e incluso al reproche a lo sectario en “La insignia”, para reafirmarse en su certeza de la salvación individual únicamente si es colectiva.

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En todo caso, la grandeza de León Felipe se centra fundamentalmente en su humanismo singular, cuando los estados de crisis parecían ser permanentes. El gran hispanista francés Claude Couffon acertó en encuadrar su personalidad como “explorador de la tragedia humana en tiempos de crisis”. Estamos, pues, ante un poeta del humanismo trágico, según la acepción de André Malraux: “[en] cada siglo […] hombres doblegados bajo el destino se han levantado de nuevo para marchar incansables hacia la noche, para hacer inteligible la inmensa confusión del mundo […]”.8 León Felipe quería hablar con Dios para hablar con el hombre y entender el mundo como lo hacen los locos y no los filósofos. Algunas lecturas distraídas no se percatan de cómo él diviniza al hombre, al grado de anunciar su retorno individual y de todos los seres humanos al final de los tiempos. En su verso la parusía no es de Cristo sino del hombre…

pedido perdón y se retira como el actor al pronunciar el último parlamento de su drama personal.

3 María Embeita, “Entrevista con León Felipe” en Ínsula, núm. 254, enero 1968, Madrid, pp.12-13.

4 Ganarás la luz, Colección Málaga, México, 1967, p. 36.

“León Felipe defendía la libertad sin burocracias ni partidos políticos y tuvo misericordia por sus semejantes africanos al convivir dos años con su dolor y humillaciones”

Por eso mismo la cruz de su amigo el carpintero no lleva una efigie. Quiso en ella situar a todos los seres humanos de todos los credos y aún sin credo alguno. Lo importante para él era aspirar al canto colectivo y no dar espacio a los cainitas. Es el hombre lo que vale: un desacertado constructor de “fórmulas para organizar el mundo. Pero esas fórmulas se secan y mueren todos los días al contacto con la vida”.11 La cruz estuvo hecha a la medida de un dios y, por ello, a la medida de todas las mujeres y hombres de esta Tierra. Con su voz de varias escalas nunca dejó de decir: “¡No preguntes quien falta aquí, di falto yo y te pones tú!”.

5 León Felipe. Obra poética escogida, prólogo y selección de Gerardo Diego, Espasa-Calpe, Madrid, 1975. pp. 291-293.

6 Véase “Around the Notion of Literary Communism”, trad. James Gilbert-Walsh, en Multiple Arts: The Muses II. Stanford CA, Stanford University Press, 2006.

7 Sigo en esta singular tesis la obra de Mario Castro Arenas, Tres versiones de El Rey Lear y otros estudios literarios, Universal Books, Panamá, 2002. El examen exhaustivo y las conclusiones de Castro Arenas son sustanciales para examinar el tema en lo concerniente a Shakespeare y Balzac. Por otra parte, Carlos Alvar confirma también la presencia de autores medievales como Geoffrey de Monmouth (Historia Regum Britanniae) en las tramas que parten desde el Antiguo Testamento, en https://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/17/ aih_17_2_004.pdf.

8 “El humanismo trágico”, en Gaëtan Picon, Panorama de la literatura francesa actual, Guadarrama, Madrid, 1958, p. 515.

Su concepto de límite no era físico sino espiritual. Aspiraba a la perfección imposible del mundo más allá de la finitud humana mediante la metamorfosis del hombre larvario. Por ello, hoy como ayer, su misteriosa afirmación es pertinente: “Les contaré mi vida a los hombres para que ellos me digan quién soy.” “Quiero decir quién soy para que tú me respondas quién eres.”9

La Poesía [aseguraba León Felipe] no es más que un sistema luminoso de señales. Hogueras que encendemos aquí abajo, entre tinieblas encontradas, para que alguien nos vea, para que no nos olviden”.10 Esa era su fórmula de Prometeo. La sugerencia de una mutación de carácter moral. Por ello, al final de su existencia el asceta quiere estar en armonía con el mundo, ha

1 Una relación de lo más granado la enuncia José Ángel Ascunce Arrieta en “Religiosidad y profetismo en la poesía de León Felipe”, León Felipe. ¿Quién soy yo?, (eBook), AC/E y Fundación León Felipe con la colaboración del Ayuntamiento de Zamora y la Junta de Castilla y León, Zamora, 2018, p. 61, nota 1. Esta obra fungió como catálogo de la exposición itinerante organizada con motivo del 50 aniversario de la muerte del poeta, reproducida en https://www.accioncultural.es/es/leon-felipe-quien-soy-yo-ebook.

2 Así lo expresaba en su última carta a León Felipe al acusar recibo de ¡Oh, este viejo y roto violín!, poco tiempo antes de su suicidio según consigna Luis Rius, León Felipe, poeta de barro. [Biografía], Colección Málaga, México, 1968, p. 159. Onís le hizo comentarios sobre el libro y anunció el propósito de escribir un estudio sobre su poesía bajo la premisa de la “unidad de acento y de sentido que la poesía de León Felipe tiene desde sus primeros Versos y oraciones de caminante hasta los poemas escritos después de los ochenta años”.

9 Ganarás la luz, op. cit., pp. 10 y 16.

10 Ibid., p. 63.

11 Español del éxodo y del llanto, Colección Málaga, México, 1973, p.17.

Nota: Texto leído por Jorge Ruiz Dueñas en el 140 aniversario del natalicio de León Felipe (Ateneo Español de México, 11 de abril de 2024). Se acompañó de la lectura de poemas del bardo homenajeado por parte de Mariana Bernárdez y música de Juan Vadillo.

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Jorge Ruiz Dueñas. Juan Vadillo. Mariana Bernárdez. Fotos: Cortesía del Ateneo Español de México
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La pelea del siglo: Abelardo L. Rodríguez vs. Ricardo Covarrubias

La lucha por el poder entre prensa y gobierno era pleito de cantina en la década de los años veinte del siglo pasado. Autoridades del entonces Distrito Norte consideraban que periodistas se habían pasado calumniando al general

Por Gabriel Trujillo Muñoz Escritor y poeta, autor de Espantapájaros y Tijuana city, tres novelas cortas. angel.gabriel.trujillo.munoz@uabc.edu.mx

Una cuestión que poco se ha considerado, con respecto a la prensa mexicalense de los años veinte del siglo XX, es que el público lector tenía más posibilidades de enterarse de lo que pasaba en su entorno. La censura a los periódicos mexicanos no era un obstáculo para enterarse de los escándalos que tenían como protagonistas a prominentes ciudadanos de Baja California. Si no salía la información en estas publicaciones, lo haría en los periódicos del otro lado. Si estos eran confiscados al pasar a México, se podía cruzar la línea internacional y leerlos en los Estados Unidos. La verdad, por más incómoda que fuera, por más que atrajera la ira de los poderosos, se escurría con mayor facilidad en la frontera. Esto no significaba que los mexicalenses creyeran a pie juntillas lo que salía en los periódicos tanto de Mexicali como del otro lado, ya fueran El Monitor, El Regional, Mercurio, el Calexico Chronicle, el Imperial Valley Press o en las publicaciones que llegaban desde San Diego y Los Ángeles. Pero en la variedad de las versiones publicadas sobre los sucesos diarios se podía vislumbrar mejor lo que en realidad había sucedido y quiénes eran los responsables de abusos, tropelías, corrupciones y tragedias. El lector fronterizo, como público espectador, veía la arena pública como un ring de boxeo. Pero incluso los mexicalenses de 1924 no sabían que estaban por ver la pelea del siglo.

Primer round: nada para nadie Si en 1923, con su campaña contra el gobernador Inocente Lugo, el rey de la prensa fue el periodista y diputado federal Ricardo Covarrubias. Con un par de periódicos, El eco del Distrito Norte y El Monitor, logró hacer una campaña negra contra el gobernador, logrando su salida. Covarrubias era el campeón invicto, pero en 1924 aparecería un retador de altura, pues para noviembre de 1923, una nueva fuerza política llegaba a la entidad para cambiar el tablero del juego:

el gobierno de Inocente Lugo daba paso al gobierno del general Abelardo L. Rodríguez. Como el Chronicle lo exponía, la situación de Ricardo Covarrubias en el Distrito Norte había cambiado drásticamente. Así, en su número del 27 de agosto de 1924, ya se mencionaban sus enfrentamientos con el nuevo gobernador, el general Rodríguez, y que su impopularidad en Baja California era cada día mayor: “Ricardo Covarrubias, ex diputado bajacaliforniano, y quien fue derrotado en la reciente elección en su distrito natal fue posesionado como diputado en la primera sesión de ese cuerpo legislativo el sábado pasado, siendo reconocido representante del Congreso de Jalisco, cerca de la Ciudad de México. Covarrubias se hizo impopular en

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General Abelardo L. Rodríguez.

los asuntos políticos locales cuando inició una activa lucha contra el ex gobernador Lugo, y desde su derrota a manos de los votantes del Distrito Norte, ha iniciado una andanada de acusaciones políticas contra el actual gobierno del Distrito Norte, llevando en cada número de El Monitor críticas a algún departamento del gobernador Rodríguez. Covarrubias durante la elección fue reportado como candidato tanto en Baja California como en Jalisco, y fue anunciado como vencedor en este último lugar después del escrutinio oficial de la votación”.

Dos días más tarde, los insultos contra el gobernador Abelardo L. Rodríguez no sólo arreciaban en las columnas de los periódicos de Covarrubias sino que algunos de sus periodistas, bajo los influjos de las bebidas embriagantes, gritaban en la vía pública la opinión que les merecía el gobernador, como fue el caso de Cayetano Zepeda, según lo diera a conocer el Chronicle del 29 de agosto de 1924: “Cayetano Zepeda, director de El Eco del Distrito Norte, un periódico de Covarrubias que se imprime y publica en Mexicali, fue detenido la noche del miércoles y acusado de alterar

el orden público. Se afirma que Zepeda estaba bajo los efectos del alcohol y expresaba abiertamente ataques antagónicos contra el gobernador Rodríguez y los funcionarios del Distrito Norte, y cuando se le pidió que desistiera, sólo se volvió más ofensivo en sus comentarios, con el resultado de que finalmente fue detenido y encerrado. Fue liberado ayer tras el pago de una multa”.

Detengámonos aquí en la figura de Ricardo Covarrubias. Nacido en Lagos de Moreno en 1895 y muerto en 1972 en la Ciudad de México, nuestro periodista era una suma de contradicciones: en su juventud había sido revolucionario antihuertista, pero en Baja California trabajó para el coronel Esteban Cantú, un militar porfirista y huertista que se apoderó del Distrito Norte en 1914, después de ser ascendido, por su defensa del régimen espurio en el campo de batalla, por el propio Victoriano Huerta. Luego don Ricardo se hizo revolucionario de nuevo, pero fue, ante todo, un crítico del general Álvaro Obregón. De ahí que su lucha contra el general

“La censura a los periódicos mexicanos no era un obstáculo para enterarse de los escándalos que tenían como protagonistas a prominentes ciudadanos de Baja California”

Rodríguez fuera una extensión de su aversión a todo lo que fuera obregonista. Lo mismo puede decirse de su carrera política: era alguien que pasaba de un bando al otro según le conviniera. Cuando vio el debilitamiento del régimen cantuista se hizo revolucionario, pero cuando se estableció, a partir de agosto de 1920, un gobierno revolucionario en Baja California, los verdaderos revolucionarios no lo reconocieron como tal. Como político fue una persona carismática, pero disruptiva. Como periodista, antepuso sus filias y fobias a su trabajo noticioso. Representó, eso sí, el tipo de personaje público que mejor representaba la llegada de la democracia -en su aspecto más atrabiliario- a la región fronteriza. En medio de distintos partidos que se disputaban el poder, entre regidores, presidentes municipales y gobernadores que competían entre sí, Covarrubias se hizo oír y tuvo seguidores que mantuvieron los reflectores en sus actos y discursos. Su caída empezó cuando se enfrentó al general Rodríguez y perdió ante la narrativa oficial de la paliza que el gobernador diera a su

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Palacio de Gobierno.

par de amigos periodistas. Pero su caída, en el ánimo social, se dio cuando prefirió competir para diputado por Jalisco —su estado natal—y no por Baja California. Don Ricardo sabía que en el Distrito Norte se le repudiaba por sus escándalos, mientras que en Jalisco se le ensalzaba como el hijo pródigo que había vuelto a casa. Y acertó. Acabaría siendo diputado por Jalisco. Nunca más volvería a residir en Mexicali.

Segundo round: golpes bajos

Pero no adelantemos acontecimientos. Para el 9 de septiembre, el periódico de Caléxico señalaba que cada candidato en las elecciones municipales de Mexicali tenía su periódico, que le servía de plataforma propagandística para apoyar su campaña. Y es que eso era la prensa local en 1924, un órgano mediático al servicio de sus propios periodistas-empresarios metidos a políticos y cuyo obstáculo mayor era el propio gobernador. Hay que señalar aquí que gran parte de estos periodicazos provenían de los medios que controlaba Ricardo Covarrubias. Unos días más tarde, después de haber soportado nuevos ataques contra su persona y su gobierno, el general Abelardo L. Rodríguez, que de joven, en los Estados Unidos, había sido boxeador, decidió responder al estilo de Billy Silver contra un par de periodistas de las publicaciones de Covarrubias. Uno era un hombre lisiado, José Esperón, editor de El Monitor, y el otro era el también peleonero Cayetano Zepeda de El eco del Distrito. Así, el 12 de septiembre de 1924, el Chronicle contaba un episodio que iba a estremecer el gobierno de Abelardo y que sería, gracias a El Monitor de Covarrubias, escándalo nacional, pues ambos periodistas: “recibieron sonoras palizas administradas por Alfonso Pellegrín, secretario personal del gobernador Rodríguez poco después de que la línea cerrara a las nueve de la noche de ayer, según admitió hoy Pellegrín. Esta mañana temprano, un informe hizo las rondas de Calexico en el sentido de que el gobernador Rodríguez había disparado y matado a Zepeda anoche. Otro informe decía que el gobernador había disparado y golpeado tanto a Zepeda como a Esperón. Una tercera historia decía que el ejecutivo había administrado personalmente una fuerte paliza a los hombres mencionados. Todas las historias en circulación crearon una sensación en Calexico y Mexicali esta mañana. Una investigación de los informes durante un tiempo pareció confirmar la verdad de una de las historias, en la que se afirmaba que, atacados por la pareja, el gobernador Rodríguez los había castigado al buen estilo americano. El gobernador, entrevistado esta mañana, niega los informes, sin embargo, diciendo que no estaba presente en el momento de la pelea. Dice que formaba parte de un grupo de cuatro personas que, tras recibir los resultados de la pelea entre Wills y Firpo, habían visitado Mexicali durante una o dos horas después de la finalización de los resultados,

siendo dos de ellos Alfonso Pellegrín y el Capitán Familiar, sus secretarios. Durante la noche la conversación había girado en torno a las acciones de Zepeda y Esperón, y se refería a los ataques hechos al gobernador por los dos periodistas en sus publicaciones durante las últimas semanas. Poco después de las nueve, el gobernador abandonó la fiesta y se dirigió a su casa. Sin embargo, Pellegrín y el capitán Familiar decidieron encontrar a Zepeda y Esperón y, al encontrarlos justo al oeste de las vías del tren en la avenida Madero, los dos secretarios acorralaron a los dos hombres del periódico y comenzaron a decirles lo que pensaban de sus tácticas para asaltar al gobernador. La pelea se inició a partir de una disputa verbal. Pellegrín y Zepeda empezaron a pelearse, con el resultado de que Zepeda fue muy golpeado antes de que terminara la pelea. Mientras tanto, Esperón comenzó a ayudar a su compañero, y fue recibido por Pellegrín con una lluvia de golpes que pronto lo dejó fuera de combate. La policía llegó al lugar de los hechos al final de la pelea, puso a Pellegrín bajo arresto y llevó a Zepeda y a Esperón al hospital para que fueran atendidos, donde todavía están confinados curando sus heridas. El Sr. Pellegrín admite haber administrado la paliza a Zepeda y Esperón, y aunque está en libertad bajo fianza, sujeta a juicio, no intenta evitar las consecuencias, que, dadas las circunstancias, probablemente serán una pequeña multa. Esta es, según

“Los insultos contra el gobernador Abelardo L. Rodríguez no sólo arreciaban en las columnas de los periódicos de Covarrubias sino que algunos de sus periodistas, bajo los influjos de las bebidas embriagantes, gritaban en la vía pública la opinión que les merecía el gobernador”

el gobernador Rodríguez, la verdadera historia de lo sucedido, y que su nombre fue introducido en el asunto sólo por el hecho de haber estado con Pellegrín y Familiar hasta unos minutos antes de la riña. Pellegrín se resintió de los ataques. La historia de que golpeó a los periodistas, dijo el gobernador, está siendo difundida por Zepeda, Esperón y sus amigos, en un esfuerzo por crear un sentimiento contra él, y dar motivos en los que basar una desagradable notoriedad, con la esperanza de que pueda resultar en un daño personal y político. Es imposible determinar los hechos reales del asunto, ya que el número de personas presentes era reducido, ya que sólo cuatro tomaron parte en la disputa y sólo uno o dos llegaron al lugar a tiempo para conocer los detalles antes de que la policía se los llevara”.

Como en una novela de Agatha Christie, cada versión del crimen difería una de la otra. ¿Quién contaba la verdad? ¿El gobernador al decir que él ni siquiera estuvo presente en la pelea? ¿Pellegrín al adjudicarse la responsabilidad de la paliza al par de periodistas? ¿Los testigos presenciales que posiblemente participaron pero que ellos aseguraban haber sido simples espectadores de la lección de boxeo? Para la opinión pública que creía en lo expuesto por El Monitor, la responsabilidad del atentado contra los periodistas era del gobernador. Él era su perpetrador y no Pellegrín. La postura del pro-

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Imagen de época.

pio Chronicle era de no acusar al gobernador de semejante crimen sino de mantener una neutralidad que le permitiera seguir informando sin tomar partido. En ese sentido, los periódicos del otro lado, al no poder confirmar una u otra versión, se decantaban, muy cuidadosos, por ofrecer la versión oficial como la más cierta. Y lo hacían porque recordaban que Rodríguez era un gobernador que mantenía lazos de amistad y de negocios favorables a los intereses estadounidenses. La actitud deferente del Calexico Chronicle —la misma actitud que había tomado con respecto al coronel Cantú la década anterior— demostraba que la prensa californiana siempre apostaba por los hombres fuertes, por los gobernantes del Distrito Norte que imponían la mano dura, impulsaban el libre mercado, promoviendo el intercambio comercial y la seguridad para las inversiones extranjeras. Tales gobernantes podían ser unos matones, pero eran sus matones.

La lucha por el poder entre prensa y gobierno se había vuelto un pleito de cantina. Para las autoridades del Distrito Norte, la pelea era lo de menos y lo que importaba era que los periodistas golpeados se habían pasado de la raya calumniando al general Rodríguez. Para el resto de los periódicos, que eran antagonistas declarados de Covarrubias, la versión oficial era la que contaba. Veían a las publicaciones de don Ricardo como arietes que buscaban derribar al general Rodríguez no con fines altruistas, democráticos, sino para trasladar el poder a manos de Covarrubias. Ante la virulencia de los periódicos de oposición, las propias autoridades estadounidenses tomaron cartas en el asunto. El Chronicle del 15 de septiembre de 1924 explicaba lo ocurrido: “La edición del sábado de El Monitor, que contenía un ataque obsceno contra el gobernador Rodríguez, fue confiscada por los funcionarios mexicanos en la frontera cuando las copias del periódico eran llevadas a través de la línea para su distribución el sábado por la tarde y la noche, y a los repartidores de periódicos se les negó el permiso para vender la edición en las calles de Mexicali. El domingo por la mañana, el jefe Joe Hardwick, de la policía de Calexico, atraído por los repartidores de El Monitor, y habiendo hecho traducir el ataque al gobernador, llamó a las oficinas de El Monitor y notificó a sus editores que el periódico contenía pasajes obscenos y referencias indecentes bajo las cuales no podía permitir la distribución de los periódicos en las calles de Calexico”.

Tercer round: nocaut técnico

El gobernador Abelardo L. Rodríguez no era como su antecesor, Inocente Lugo, un político que utilizaba los decretos y los instrumentos administrativos para lidiar con don Ricardo. Al general le gustaba la confrontación, la lucha por su honor. La narrativa que puso en marcha para contrarrestar lo que declaraba El Monitor, fue la de presentar a este periódico como un medio corrup-

to, chantajista, depredador. Por eso el Chronicle continuaba diciendo: “Durante el régimen del ex gobernador Lugo, declaró el gobernador Rodríguez esta mañana, los editores de El Monitor pidieron prestado una gran cantidad de dinero de la tesorería del Distrito Norte con el que, según ellos, deseaban pagar las deudas de la imprenta en la que se publicaba el periódico. … Después de recibir el nombramiento de gobernador civil y militar, explicó Rodríguez, él también recibió solicitudes de ayuda financiera de El Monitor y durante unos meses concedió sumas que hasta la fecha suman más de $1,000. La aparente facilidad con la que consiguieron estos fondos dio lugar a nuevas peticiones, de mayores sumas. Al no ver un final a la vista, el gobernador finalmente se negó a sancionar más préstamos, y los editores comenzaron entonces a asaltarlo a él y a su administración… El gobernador Rodríguez, el secretario de Estado A. Murúa Martínez y otros funcionarios gubernamentales insisten en que los ataques son intentos de chantaje, pura y simplemente, y que no tienen intención de someterse a las demandas entregando dinero para detener estos ataques. Si hay una manera de suprimir el periódico, se hará, y las posibilidades son que, en lo que respecta a Mexicali, no se permitirá que ningún otro número de El Monitor cruce la línea hacia la Baja California hasta que sus editores se limiten a los hechos y a la verdad, y sin agitación constante e indecente”.

“Don Ricardo Covarrubias sabía que en el Distrito Norte se le repudiaba por sus escándalos, mientras que en Jalisco se le ensalzaba como el hijo pródigo que había vuelto a casa”.

dos Unidos. En ambos países, el periodista que no podía comprobar sus críticas a las figuras públicas o que utilizaba palabras altisonantes que molestaban a los poderosos, iba a la cárcel. Según el Chronicle del 19 de septiembre, Todo periódico que sea abiertamente antigubernamental estaba sujeto a ser suspendido: “El Monitor, periódico mexicano propiedad de Ricardo Covarrubias, ha sido prácticamente suspendido, con órdenes de que bajo ninguna circunstancia se permita la distribución de números de esa publicación en Mexicali. No sólo está siendo suprimido en el lado sur de la frontera, sino que en Calexico, donde los repartidores de periódicos han vendido hasta ahora ejemplares en las calles y donde los quioscos los han manejado, el jefe de Policía Hardwick ha emitido órdenes de que los números que contengan propaganda política violenta contra el gobernador Rodríguez o cualquier otro funcionario mexicano serán inmediatamente confiscados”.

Aquí es posible comprobar que la censura, ante actos de difamación, era la misma en México que en los Esta-

La versión de la prensa californiana era ver a los periódicos mexicalenses, con El Monitor a la cabeza, como “hojas políticas” que servían para fines electorales y que utilizaban “editoriales indecentes” como armas contra sus adversarios. Desde el punto de los estadounidenses, la prensa mexicana era amarillista por antonomasia y su finalidad era causar en los lectores fronterizos “malestar e insatisfacción”. El problema no era que estos periódicos buscaran el revelar las pifias de las autoridades en el poder sino la forma impúdica, grosera, inescrupulosa, de llevarlo a cabo. Se aceptaba que estas “hojas

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Ricardo Covarrubias, diputado federal por el Estado de Jalisco.

políticas” criticaran a los funcionarios, políticos y empresarios, pero se repudiaban los métodos injuriosos y las palabras altisonantes, aunque éstas fueran dichas en español y no en inglés. Y es que el público receptor de tales publicaciones también eran los residentes del valle de Imperial, que sabían leer en español y que reclamaban un lenguaje menos agresivo, menos insultante, desde su moralismo social, so pena de trasladar su indignación a los tribunales.

En Mexicali, ante esta batalla entre el gobernador Rodríguez y el diputado Covarrubias, el resto de la prensa mexicalense decidió tomar cartas en el asunto para proteger sus propios intereses. El 30 de septiembre, el Chronicle anunciaba la formación de una nueva asociación periodística, que unía el culto nacionalista con la defensa del gobierno en turno bajo el lema de “Promover el interés de la raza mexicana”, donde se afirmaba que: “Este es el lema adoptado por una liga de propietarios de periódicos mexicanos, editores, reporteros y corresponsales en una reunión celebrada anoche, en la que se formó una unión de periódicos que se conocerá como la Liga de Periódicos Regionales. Se constituyeron los siguientes cargos y una junta directiva: Presidente, José S. Castillo, de El Regional. Vicepresidente, Juan Hernández, de Mercurio. Secretario-tesorero, F. R. Escobar, de Evolución. Directores, Heriberto Villarino, Artículo 123; Salvador Casillas, El Malcriado; O. Gómez Morán, corresponsal de los periódicos de la Ciudad de México; Facundo Bernal, Hispano-Americano; Enrique Pérez Rul, escritor y autor, y William Clay Silver, el Rounder. El Monitor y La Frontera, así como otros periódicos mexicanos, quedaron fuera de la liga, y no serán admi-

tidos según los directivos de la recién formada organización. De acuerdo con los estatutos y la constitución propuestos, bajo los cuales trabajará la liga, los miembros de la organización podrán apoyar a los candidatos a las elecciones de cualquier partido al que estén afiliados sin interferencia. La liga será totalmente apolítica. Sin embargo, el plan es promover los intereses del pueblo mexicano y que cada uno de los periódicos sea una unidad en la lucha contra los intereses que la organización pueda considerar como contrarios al progreso y desarrollo del Distrito Norte de la Baja California”.

“El general Abelardo L. Rodríguez, que de joven, en los Estados Unidos, había sido boxeador, decidió responder al estilo de Billy Silver contra un par de periodistas de las publicaciones de Covarrubias”

De todas formas, como era tanto el escándalo de la paliza contra el par de periodistas, lo que hizo la Cámara de Diputados, fue crear una comisión, cuya cabeza visible fue el diputado Luis León, para investigar las acusaciones formuladas por uno de sus miembros, Ricardo Covarrubias, contra el gobernador Rodríguez. En su número del primero de octubre de 1924 se aseguraba que había llegado a Mexicali Luis León, para hacer las indagaciones pertinentes y entrevistar a los testigos del caso: “El Sr. León comenzó rápidamente su trabajo de obtener toda la información disponible sobre el asunto, y ayer por la tarde celebró una reunión con la recién formada liga de periódicos mexicanos, en la que varios conocedores del suceso arrojaron luz sobre el asunto. El Sr. León visitó ayer al gobernador Rodríguez y se entrevistó con el Sr. Pellegrín, su secretario, donde se trataron los detalles del asunto. El Sr. León espera completar su investigación hoy, y emprenderá su regreso a la Ciudad de México esta noche, donde presentará su informe a la cámara de diputados, dándoles detalles y sus conclusiones, tal como se formaron a partir de su investigación del incidente y las circunstancias que lo provocaron. El distinguido visitante se manifestó esta mañana francamente sorprendido por los notables progresos alcanzados en el Distrito Norte, donde, aceite de todas partes, hay evidencias de prosperidad y satisfacción entre el pueblo mexicano, que goza de condiciones de trabajo y de vida, que tiene ventajas en materia de escuelas y que parece estar mejor satisfecho con su entorno que en cualquier otra parte de México, exceptuando, tal vez, la propia Ciudad de México”.

Lo que descubrió Luis León, un revolucionario al servicio del callismo, era que la mayor parte de la prensa mexicalense estaba en contra de Esperón y Zepeda. Liderados por Juan B. Hernández (Mercurio), Heriberto Villarino (El Artículo 123), Salvador Casillas (El Malcriado), Billy Silver (The Rounder), José S. Castillo (El

Regional), Francisco R. Escobar (Evolución) y Facundo Bernal (Hispano-Americano), los miembros de la Liga de Periodistas Regionales de Mexicali y Calexico aseguraban que el par de golpeados, por “sus procedimientos de inmoralidad y chantaje” iban en contra de los principios de dicha Liga: “No solamente pretendían explotar con el pasquín El Monitor al gobierno de este Distrito sino al comercio y a los particulares a quienes insultaban en caso de que no accedieran a aceptarles vales y cheques y a proporcionarles algunas cantidades de dinero. Por tal motivo nunca la Liga los consideró como periodistas y cuando ocurrieron los acontecimientos que usted conoce, la Liga de periodistas no ocurrió en su defensa, ni se ha sentido solidaria de ellos, sino al contrario ha hecho la defensa del gobernador general Rodríguez, indignada por los ataques injustificados de estos individuos”. La lógica de la Liga era: si atacaban la fuente de ingresos de sus periódicos, no contaban con su protección. La Liga, en pocas palabras, tenía como misión principal proteger al gobernador, no a sus colegas sediciosos. Y tal fue el informe que Luis León llevó de regreso a la Cámara de Diputados, donde se aseguraba que los golpeados no eran periodistas: eran chantajistas y merecían la golpiza recibida.

El resultado final de la pelea entre ambas figuras públicas fue —con la pequeña ayuda del réferi Álvaro Obregón, presidente entonces de México, y del callista Luis León— una victoria unánime, por nocaut técnico, para el general Rodríguez en su combate contra el diputado federal y periodista Ricardo Covarrubias, quien desde entonces dejaría de influir en la política de Baja California, mientras que el general sonorense seguiría siendo el jefe máximo del Distrito Norte hasta finales de 1929.

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General Abelardo L. Rodríguez, ex presidente de México (1932-1934). Fotos: Archivo Palabra

ESTAR NEPANTLA

Episodios de un forastero en Ensenada

Por Eduardo Cruz Vázquez

Periodista, gestor cultural, ex diplomático cultural, formador de emprendedores culturales y ante todo arqueólogo del sector cultural angol97@yahoo.com.mx

En ocasiones, qué arduo me resulta el oficio constante del olvido. Cosas del oficio, Antonio Castañeda (1938-2000)

1) Dueño de su contenedor

Reparar en la luz. Acudir a los misterios del sol como a la celada de las nubes. Darle madruguete a la instantánea, el dichoso obsequio que dura unos segundos, como cuando dos cuerpos se trenzan con la brutal fuerza que pocos segundos después sede. Son los minúsculos privilegios del que busca el amanecer.

Es el barco en que algún día me iré. Allá al punto ciego. Con mi contenedor contenido. Lo mío cabe en un rincón. Tripulante en ciernes, esa mañana vi desparramarse en edificios las historias viajeras a bordo. Es el mar de la bahía que me recibe mucho más que las palabras.

2) ¿Dónde estás, mi reina?

Ha sido un milagro venir a encontrar el trono extraviado. Como suelo caminar viendo al piso, adivinando las marcas de las aceras (de pronto encuentro racimos de uvas y parejas de delfines) como los mapas de los polvorines de las muchas banquetas ausentes en la Ensenada mía, como si alguna ruta fuera a iluminarse, de repente, al levantar la vista, a unos metros de la playa que es hermosa, ahí el sitial.

colores deslavados. Cierto, ocurrió en esos tiempos en que obtuve el grado de Rey de los Vasallos, de Orquestador de los Pajes. Vencí la tentación de sentar mis reales, de preguntar el precio a quienes ahora lo poseen. Para qué, ya construiremos otro cuando arribe la sucesora.

“Aquí de las imágenes se encarga cada uno de ustedes. Las mías son a las que un insomne está condenado a pesar de ciertos brebajes”

Llorarle a la reina perdida. Mira nada más a lo que el trono ha llegado. Un abandono tan digno con sus

3) Ni sirena, ni sirenito

Sabe la audiencia que un barco pirata tiene muelle en el puerto. Ignoro, a tres meses de estancia, los fantasmas que lo habitan. Otra cosa son los míos que vinieron a encallar justo en la popa, deletreados en el pergamino contenido en la botella transparente, como mandan los auxilios los que habitan, solitarios, en una isla.

Cuando buceaba por el fondo del océano / Me ena moré de una bellísima sirena / Fuera del mar sin va cilar pedí su mano / Y nos casamos en las playas de caleta / Pasaron más de nueve meses sin ninguna novedad / Pero cerquita de los trece se enfermó de gravedad.

Tuvimos un sirenito justo al año de casados / Con la cara de angelito pero cola de pescado

Y fueron las risas, una tras otra, de los pes cadores. Ni con todos los dólares que les ofre cí se adentrarían en el mar para ver si, por fin,

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Son retazos de una canción que me legó Rigo Tovar: Fotos: Eduardo Cruz Vázquez

encontraba mi sirena para, a estas alturas de mi vida, felices, concebir un sirenito. “Ahí tiene las del barco, sólo le faltan un coctel vuelve a la vida y las cervezas”, recomendaron.

4) Tierra firme

Oleajes broncos y riachuelos tras la tormenta. Mis piernas los sortean con el juego del avioncito, con la rayuela ensenadense. Por la calle Segunda, antes del puente que me llevará hasta la avenida Floresta, algo que parece un cuadro detiene el serpenteo de mi cabeza.

Paro… Tampoco es una placa, ni una incrustación de madera en la pared. El escrito se enmarca en el concreto. El patio luce cierto abandono. Está por caer la noche y no hay luces encendidas en la casa.

Lean, leo, anoto: “EL TRABAJO EMBRUTESE / Y LA VAGANCIA ILUSTRA” / del Filósofo Miguel Ortiz / Se lavan dólares a domicilio

Lleno de ansiedad, me puse a googlear. Nada. Volví a la búsqueda con otras combinaciones. Nada. Será cosa de tocar a la puerta, pedir el servicio a domicilio. ¿Para qué?

Al teclear solamente brotó el recuerdo de la única filósofa que un tiempo anidó conmigo.

5) La carne es verbo

¿Hay todo lo que cabe en la calle Primera?

Un forastero debe mejor callar, en cualquier sentido, la respuesta.

Como corresponde, me detuve tras descubrir la terapéutica oferta. Quién quita y con algunas dosis —bendición de la Responsabilidad Social Empresarial— dejo al fin de evocarte.

6) Paso de la muerte

Cuando iba hacia la playa, en unos cuantos metros de concreto, vi muchos caracoles incrustados en la acera. De distintos tamaños, imaginé lo que podrían sentir en ese brusco extravío. ¿Detenerse para salvarlos?

Como en faena de pisca, tomé los que pude y los lancé hacia los matorrales del lote baldío de donde seguramente salieron. Seguí mis pasos.

De regreso, en el mismo punto, escuché ese ruido terrible de una concha cuando es aplastada. Vi entonces a un señor con su atuendo deportivo reventando, gozosamente con su peso, a cuanto caracol le daban alcance sus atléticas pisadas. No hay sufrimiento menor.

7) Nocturno sonoro

Aquí de las imágenes se encarga cada uno de ustedes. Las mías son a las que un insomne está condena-

do a pesar de ciertos brebajes. Contabilizo los episodios en este tiempo del forastero: al menos cuatro de siete días en un caso y, en el otro, sin falla de lunes a domingo.

Para el canto persistente no daré los detalles propios de un ornitólogo. Sencillamente esos pájaros cantan, elevan sus letras en el silencio despierto que abraza mi colchón. Sus melodías se han convertido en un bálsamo arrullador que atesoro.

Del otro lado de la hoja en que se convierte la pared que comparto con un departamento vecino, esas cuatro madrugadas, con precisión de orfebre, una pareja proclama el ceremonial de sus pasiones. Debo agradecerles que su paisaje sonoro me ha permitido enlistar, en suerte de sana competencia, los nocturnos de los que fui protagonista.

Al que madruga Dios no lo ayuda, lo orienta.

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Loreto, entre café colado y las palabras del desierto

La ciudad ha transitado una cotidianidad tan cotidiana que le ha permitido crear en cada rincón, en cada personaje, en cada situación, el destino del pasado aterrizado en el presente actual

Por Eyder Gabriel Sima Lozano Doctor en Antropología por la UNAM, maestro en Lingüística Aplicada y licenciado en Letras Hispánicas por la UDG. Es profesor-investigador de la Facultad de Idiomas, UABC, Campus Ensenada. eyder.sima@uabc.edu.mx

El espacio, la bebida valorada, significados y significantes que oscilan en el punto de la ausencia son los ejes que determinan aquí la configuración del texto, cuyas narrativas mezclan historias profundas, punto de partida para comprender cómo Loreto ha transitado entre una cotidianidad tan cotidiana que le ha permitido crear en cada rincón, en cada personaje, en cada situación, el destino del pasado aterrizado en el presente actual.

Loreto es la construcción del puente entre las historias diversas, y el café como el motivo para el tejido del diálogo entre sus habitantes, momento de pausa que aligera la carga de los verbos, la semántica de las emociones y el paso para la continuidad narrativa. Relajante preferido por los loretanos, sin darse cuenta, el café colado es su testigo, su confidente, su propia palabra implícita que luego será el coprotagonista de una antología de la vida loretana, esa que transcurrió no sólo por estar pegada a un desierto como punto de contacto geográfico, sino que es el análisis en sí mismo, pues no hay Loreto sin el desierto de la mente, el desierto de la existencia, el desierto del tiempo y espacio con esperanza e ilusión prominente de una vida en continuo avance.

Loreto, entre café colado y las palabras del desierto, revive el punto de inicio para ser el presente que registra, documenta y traslada al imaginario la autora Iliana Hernández Partida.

El café colado es la metáfora silenciosa del pecado, el fruto prohibido que hace de Loreto un prototipo del primer humano que transita al desierto para experimentar sin duda el paraíso perdido, cuya puerta del mar, hacia el mar y en el mar rema constantemente vigilante recordando la búsqueda de las llaves hacia la eternidad. O como Jesús, Loreto en el desierto tentado por el adversario para vencer la prueba de la eternidad en 40 días y 40 noches y predicando: no sólo de desierto, café y mar vive Loreto, sino de toda palabra construida en la experiencia.

“Loreto es la construcción del puente entre las historias diversas, y el café como el motivo para el tejido del diálogo entre sus habitantes”

Así, el café colado y las palabras del desierto son sintagmas nominales que han sido puestos en la escena del conocimiento para la muestra constante de personajes ávidos, los loretanos evocados con nostalgia y cuyas historias se escriben en esta época. Dicen que recordar es volver a vivir, y en ese sentido,

Posteriormente, el café colado se ha transformado ya no en el pecado original, sino también en el ente mesiánico que a cada loretano le es útil para contar su historia, una historia tan cotidiana pero sembrada en el deseo de ser el origen de un mundo posible. A partir de la palabra santificada, divina y terrenal junto con su transformación pluralizada, es decir, las palabras, Loreto es el trasfondo de cada detalle de la vida que transcurre en 14 relatos, cuyo abordaje se dirige hacia los peligros del desierto, los relatos extraordinarios de leones, los dátiles compañeros cuasi gemelos del café colado, el hombre trepador de las palmas que a pesar de su edad avanzada sube como niño hacia ellas cómplice del tiempo. La hornilla apagada simbolizando la escasez, la ausencia de una sonrisa pero que no indica más que bienestar, esfuerzo y trabajo, tiendas nuevas, tradiciones, bailables, el historiador y el emprendedor, Santa Ana y la elaboradora de dulces, anecdotarios de la Isla del Carmen, el hombre que murió probablemente envenenado por la comida y como ésta es un estado del arte en Loreto.

Cierro así el texto, no sin antes ver que la vinculación entre los adjetivos, la sustantivación y las acciones sustentadas en los verbos dirigen con exactitud poética hacia una narrativa pasional, cargada de significados que son el espejo de Loreto.

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Enrique González Martínez, el último de los modernistas

iempo hubo en que este poeta —nacido en 1871 en la ciudad de Guadalajara y a quien su pueblo rinde homenaje en su Rotonda de los Jaliscienses Ilustres— era el líder literario de la nación e, incluso, hizo escuela entre los jóvenes de aquel entonces que tenían inquietud por las letras. Volviendo un poco a nuestros libros de literatura, recordamos que los modernistas, de quienes se le considera el último representante, formaron un movimiento que surgió cuando el siglo XIX se acercaba a su fin y que se caracterizó por la búsqueda de la brillantez: pulir en extremo la forma, poesía para minorías y que abordaba temas misteriosos, extraños o sobrenaturales teñidos, las más de las veces, de un tono melancólico.

Nuestro personaje vivió hasta la mitad del siglo XX (1952), nunca dejó de escribir y, de acuerdo con los entendidos en la materia, su permanencia se debe más a lo que escribió entre los sesenta y ochenta años, cuando alcanzó —palabras de José Emilio Pacheco— una “absoluta maestría’.

miento, el Colegio Nacional editó sus Obras Completas en 1971. Entre quienes han estudiado su legado se encuentran el citado J. E. Pacheco, quien se ha ocupado de la misma en varias antologías; Carlos Monsiváis en La poesía mexicana del siglo XX y Octavio Paz en Las peras del olmo. De esto se infiere la importancia que en la historia de nuestra literatura tiene el nombre de González Martínez.

Al igual que otros poetas mexicanos —entre ellos Elías Nandino, también jalisciense— nuestro personaje era médico cirujano, aunque él dejó la práctica de la medicina al trasladarse al Distrito Federal para desarrollar su vocación literaria. A este respecto, se dice que Xavier Villaurrutia, amigo suyo, afirmaba que su única operación quirúrgica había sido “torcerle el cuello al cisne”, en alusión a uno de sus poemas más conocidos: “Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje... etc.). Pero él se defendía sacando a relucir sus quince años de médico rural.

“Recordar a Enrique González Martínez es ubicarnos en el tiempo en que la existencia transcurría a la velocidad del tranvía”

Recordar a Enrique González Martínez es ubicarnos en el tiempo en que la existencia transcurría a la velocidad del tranvía y, aun cuando su obra casi no es frecuentada en nuestros días, resulta interesante asomarse a formas de vida y concepciones que aparentemente poco o nada tienen qué decir al lector del 2024, aunque a este respecto hay que andarse con cuidado, porque luego resulta que, leyendo sus versos —como quien se asoma al álbum de los bisabuelos— resulta que al final, de aquello que fue, siempre algo queda: no en vano escribió en “Mañana los poetas”: “...Y ante la eterna sombra que surge y se retira / recogerán del polvo la abandonada lira / y cantarán con ella nuestra misma canción” (1915).

Como un homenaje en el centenario de su naci-

Volviendo al tema del movimiento modernista, cuyos nombres más representativos en México son los de Amado Nervo, Luis G. Urbina y Ramón López Velarde (y sus precursores, el veracruzano Díaz Mirón y Gutiérrez Nájera), es importante mencionar que González Martínez se opuso repetidamente al “oropel” al uso, y logró, por fin, encajar los temas trascendentes en el mismo, es decir, quiso “ser búho en tierra de cisnes y pavorreales”.

Se cuenta un incidente dramático que le sucedió al poeta en Buenos Aires, donde acababa de publicar “El romero alucinado” (1923). Aquí lo repetimos porque lleva el espíritu de la época y de su obra: un día lo visitó un dramaturgo quien, después de felicitarlo, le comentó estar especialmente impresionado por el poema “Un fantasma”, cuyos versos dicen: “Un hombre que volvía de la muerte / se llegó a mí, y el alma quedó fría, / trémula y muda... De la misma suerte, / estaba mudo el hombre que volvía de la muerte. // Era sin voz como la piedra... Pero / había en su mirar ensimismado / el solemne pavor del que ha mirado / un gran enigma, y torna mensajero / del mensaje que aguarda el orbe entero... // El hombre mudo se posó a

mi lado / y su faz y mi faz quedaron juntas, / y se me subió al corazón un loco / afán de interrogar... Mas, poco a poco, / se helaron en mi boca las preguntas. // Se estremeció la tarde con un fuerte / gemido de huracán... Y, paso a paso, / perdióse en la penumbra del ocaso / el hombre que volvía de la muerte. // Agradecí al escritor amigo su visita y sus palabras”, dicen que decía el poeta, para luego agregar: “Al día siguiente se pegó un tiro en el corazón”.

A su primera época corresponden sus libros Silénter (1909), Senderos ocultos (1911), La muerte del cisne (1915); a la segunda, El romero alucinado (1923), Las señales furtivas (1925); a la época final, Poemas truncos, Ausencia y canto, y el Poema del diluvio de fuego (1938), entre otros.

Enrique González Martínez fue miembro, no tan joven, del Ateneo de la Juventud, de la Academia Mexicana de la Lengua, del Seminario de Cultura Mexicana y del Colegio Nacional. Fue propuesto para el Premio Nobel en 1949, quizá influyó para ello la publicación ese mismo año de Babel, considerado como uno de los mejores poemas pacifistas. No lo obtuvo, pero fue nombrado presidente de la Comisión Organizadora del Congreso Americano de Paz.

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Pintura de Enrique González Martínez.
Palabra
Foto:
Archivo

ENTRE TELONES

Las nuevas tareas culturales

Desde tiempo atrás se hace más patente la imposibilidad de construir, desde una base gubernamental capitalista, un proyecto social de desarrollo cultural acorde a un desarrollo armónico del ser humano

LPor Sergio Gómez Montero

Sólo estructurador de historias cotidianas. Profesor jubilado de la UPN/Ensenada gomeboka@yahoo.com.mx

a publicación reciente del nuevo libro de Eduardo Cruz Vázquez, Vislumbres del sector cultural (Lectorum/UANL, México 2023), y del ensayo de Gabriel Trujillo Muñoz (“Literatura bajacaliforniana: prejuicios, negaciones, orfandades y críticas”, Palabra, número 22, septiembre 2023), junto con otras varias lecturas, aunque con una en particular, la de Adolfo Vázquez Roca (“Individualismo, modernidad líquida y terrorismo hipermoderno; de Bauman a Sloterdijk”, Konvergencias 17, España 2008), conducen a escribir este texto sobre un tema que, se cree, desde tiempo atrás está presente en el ámbito de los estudios culturales del país, aunque no se le haya otorgado, hasta hoy, la atención debida: ello sigue siendo un vacío inexplicable en el terreno de las tareas culturales del país, como si el gobierno (la población en general) estuviera satisfecho con lo escaso y sin sentido que él y otros (pocos) realizan y, así, a nadie le interesara ver más allá.

Mucho, en verdad, provocan el recuerdo los escritos de Eduardo Cruz y Gabriel Trujillo ya citados, pues dichos escritos hacen pensar de nuevo —entre otras varias cosas— en dos de los proyectos que hasta hoy no se concretan ni académica ni gubernamentalmente y que, se piensa, gran beneficio acarrearían a la cultura nacional si se llegaran a concretar algún día, como, desde tiempo atrás, lo platicó, larga y minuciosamente, el autor de este texto, con Víctor Sandoval, Edmundo Valadez, Gerardo Cornejo, Jorge Esma, el “Oso” Manríquez, Saúl Juárez, Francisco Luna, entre otros varios personajes de cultura y literatura nacionales. Con Eduardo Cruz, se ha mencionado otras ocasiones, se ha platicado varias, muchas veces sobre cultura, intercambiando episódicamente puntos de vista. Con Gabriel también se ha platicado en demasía (se lamenta que ya no de manera reciente) de literatura bajacaliforniana. Pero, antes de entrar de lleno al tema se hacen dos anotaciones pertinentes y necesarias.

Es decir, lo que aquí se aborda —más allá de lo puramente anecdótico— tiene dos vertientes (comentadas ambas desde hace muchos años atrás con mi estimado maestro y camarada Arturo Cantú, el estimadísimo “Sol Rojo”). Una, de carácter muy concreto: la impasibilidad de los gobiernos de la República (en todos sus niveles) para atender y abordar adecuada y rigurosamente las cuestiones culturales y que repiten así, una vez y otra, hasta hoy errores de gobiernos anteriores. La otra, de carácter teórico y que se vincula mucho con lo que trata el ensayo de Vázquez Roca y que tanto abordaron diferentes pensadores de la escuela de Frankfurt: las tareas inconclusas —varias— de las sociedades contemporáneas más allá de la lucha de clases, y que por economía se resumen en las palabras siguientes tomadas del ensayo de Vázquez Roca: “Así el ser humano no puede entenderse ni ser entendido sino en una compleja red de relaciones, constituida por miradas que se entrecruzan con otras en un entorno amueblado por signos identitarios de diverso orden y registro, por la fisionomía del rostro, por el acento de un gesto facial”. Se vive indistintamente en el caos y en la claridad y se hace perentorio y necesario salir de ese caos, y a veces de esa claridad, para sobrevivir con lucidez e inteligencia. Eso, pues, permite incidir en las brutales carencias que se registran en el campo cultural y que, en apariencia, a pesar de que desde tiempo atrás han sido focalizadas, hasta hoy, allí están: permanecen sin hacerse simple y sencillamente porque no interesa hacerlo o bien porque cubrir esas carencias va en contra de los intereses de esas sociedades contemporáneas (que tienen proyectos estratégicos que para nada se identifican con la creación como la entendía Walter Benjamin), lo que torna a la heurística social en un campo yermo e intransitable el cual, por más que uno lo recorra no logra dominarlo.

Sobre lo primero sobran y han sobrado señalamientos múltiples, ocasionales algunos, más profundizados y teóricos otros (en el libro citado de Eduardo Cruz, se pueden encontrar muchas referencias al respecto) que ejemplifican sobre algo que pareciera ser una premisa que, desde tiempo atrás, se hace más patente: la imposibilidad de construir, desde una base gubernamental capitalista (centralizada y burocratizada), un proyecto

social de desarrollo cultural acorde a un desarrollo armónico del ser humano. Fatalidad de la cual, en apariencia, hasta hoy ni nunca se podrá escapar, mientras no cambie la visión gubernamental sobre cultura (bien les valdría a los burócratas de la cultura leer a Bauman y lo mucho que él escribió sobre la materia). Pero vale la pena hacer siempre el intento. Partiendo de ese principio esencial, que puede desglosarse en vertientes diversas, surge así lo que Vázquez Roca señala en su ensayo: cómo en particular varios de los integrantes de la Escuela de Frankfurt han señalado de qué manera, reiteradamente, desde el capitalismo se olvida, de forma persistente e interesada, que la cultura es un valor esencial para el desarrollo armónico de la vida humana y que para el caso del país, como lo señala Claudio

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Fotos: Archivo Palabra

Lomnitz (El tejido social rasgado, Editorial Era, México 2022), eso, en la actualidad, es una constante que se repite como carencia en el ámbito del quehacer gubernamental, pues la cultura la entienden ellos, interesadamente, como el pan y circo de la época romana.

Complementarias ambas vertientes, hasta hoy, se puede afirmar, han impedido entre otras muchas cosas el que diversas tareas de carácter cultural no se hayan ni planteado ni concretado, a pesar de la conveniencia de hacerlo. Como aquí se ha señalado, una de ellas se desprende de las anotaciones que formula Eduardo Cruz en su libro de referencia y que tiene que ver con la carencia que implica, en pocas palabras, el no contar con estudios de carácter nacional sobre los legados culturales (ni de los remotos ni de los actuales) que se tienen en cada uno de los estados de la república y muchos de los legados, a veces, están en proceso de extinción en la medida en que los pueblos originarios desaparecen irremisiblemente del panorama nacional o también, por el descuido brutal en que se encuentran (las herencias culturales —edificios emblemáticos— de la Colonia en Morelia, sólo por poner un ejemplo); aunque no todas las herencias culturales tienen esa fuente de origen, sino que, en general, muchas herencias culturales no se conservan de manera adecuada (el canto cardenche, los bailes, la música, las lenguas de los pueblos del desierto, las ruinas ancestrales, el cruce de culturas; la contradictoria cultura del narco, etcétera), en tanto que otras carecen de identificación y seguimiento formales, lo que conforma un déficit enorme en el campo de los estudios formales de las herencias culturales del país (muchos nos

enseñó al respecto López Austin). Allí, si cada estado del país, coordinadamente, no se encarga de realizar el levantamiento de datos, ello seguirá siendo una deuda enorme y creciente, como señala Cruz en su libro, que podría incrementarse hasta el infinito.

Esa tarea de recopilación cultural no es simple, pues no se limita sólo a la realización de una tarea histórica, sino que, como afirma Eduardo, se vuelve mucho más compleja por los elementos de carácter económico que obligatoriamente habría que añadir, sobre todo para analizar la contemporaneidad, cuyos aportes culturales son de naturaleza muy diferenciada, lo que vuelve apasionante y compleja dicha tarea, para lo cual, en lo individual, no parecieran estar preparados hoy los gobiernos de los estados del país, por lo que se requeriría de una coordinación nacional para lograrlo.

“De mucho, como humanos, serviría indagar sobre orígenes y vericuetos de la lengua, a partir del estudio de quienes hayan sido y son sus principales cultivadores, tanto desde el ámbito de lo académico como de las artes. Conocernos así es algo que está pendiente a nivel nacional”

Historia de las literaturas regionales Si bien, la descrita sería una primera tarea a desarrollar, hay otra por igual de apasionante y extrema que llama la atención y que, como la anterior, tiene una base inicial que no se puede pasar por alto: comenzar a construir, en forma descentralizada, una historia nacional que marque con claridad ciclos, identidades y diferencias y que permita enmarcar, entre otras cosas, una historia de las literaturas regionales que hasta la fecha no existe ni como proyecto surgido de los estados ni como proyecto federal y que tanto contribuiría a conocer, como lo afirma Gabriel Trujillo Muñoz en su texto citado, a saber, desde la raigambre, quiénes somos y quiénes hemos sido sobre todo, pues el lenguaje (oral y escrito) es un instrumento testimonial que nos per-

mite indagar con gran certeza sobre esos orígenes. La lengua materna es en sí un acto de creación.

Pensar que el lenguaje (oral y escrito) que tenemos nació de la nada y, a partir de la nada, se ha desarrollado es de una torpeza inigualable. De mucho, como humanos, serviría indagar sobre orígenes y vericuetos de la lengua, a partir del estudio de quienes hayan sido y son sus principales cultivadores, tanto desde el ámbito de lo académico como de las artes. Conocernos así es algo que está pendiente a nivel nacional. Reflexiónese, por ejemplo, pensando en lo antedicho, en las palabras siguientes de Benjamin: “Dios al fin descansó cuando, en el hombre, abandonó así lo creativo. Y así lo creativo, desprovisto de lo que fue su actualidad divina, se convirtió en conocimiento (Sobre el lenguaje en cuanto tal y sobre el lenguaje del hombre, en Obras II). Es decir, recorrer el camino de lo creativo obliga, necesariamente, a transitar por el lenguaje.

Desde luego no son tareas sencillas las aquí citadas. Tampoco son tareas únicas. Serían sólo el inicio de un camino largo a emprender y que lamentablemente aún no se inicia, pues, quién sabe por qué, son muchas las resistencias que se oponen a ello, como si el trabajo colegiado que requiere fuera un requisito que no se pudiera cumplir o bien, porque no hay voluntad regional para emprenderlo, o porque al poder centralizado no le interesa tal tarea.

Así pues, ¿todo aquello que desde tiempo atrás me tocó platicar larga y detenidamente con tantos compañeros involucrados en tareas culturales seguirá siendo (por cuántos años más) tareas inconclusas, muy difíciles de concretar? ¿O será acaso que lo aquí planteado es sólo un sueño inútil, que no tiene ningún sentido plantear?

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Eduardo Cruz Vázquez. Adolfo Vázquez Roca. Gabriel Trujillo Muñoz.

La “hora” de las fronteras

Lo norteño ya no requiere una defensa, requiere una diversidad de entenderes; las fronteras son mutables, cambian y se establecen bajo diferentes criterios, con las épocas y las ideologías

APor Óscar Ángeles Reyes

*Escritor y biólogo por la UAM todoestodo@gmail.com

l leer los textos de Federico Campbell de su columna La hora del lobo, no encuentro a un escritor extraviado en el paisaje del entonces Distrito Federal. No se trata de textos de ficción, se trata de una columna periodística en donde, en todo caso, se le lee enfrentado a la hegemonía del viejo gobierno y sus maneras; asume una postura crítica ante la realidad social y política de la época. Los adjetivos que utiliza en su descripción son sencillos y en un contexto diferente al de las narraciones literarias: «La colonia de las jacarandas más bellas del Valle», refiriéndose a la colonia Condesa, «muy habitable y encantadora zona del DF»; o bien: «difícilmente podríase fijar la vista en un lugar desprovisto de algún anuncio publicitario. Hasta los autobuses vienen y van forrados de propaganda. Las casetas telefónicas ostentan la publicidad de Telmex», a la manera del tipo que pertenece a una ciudad que está transformándose para su desagrado; es decir, se integra y aporta, en el más sencillo ejercicio de la expresión; «los espectaculares proliferan, se multiplican a un ritmo frenético y se nos imponen a fuerzas. Son inevitables. Violentan nuestro libre albedrío.Tenemos que verlos sin remedio. No tenemos alternativa».

Quiero decir, ¿cómo describe el autor norteño las ciudades del sur?, más preciso: ¿cómo describe a la Ciudad de México?, centro cultural hegemónico, como lo dice Humberto Félix Berumen, y seguramente muchos más. El caso de Federico Campbell, pudiera no ser un buen ejemplo —al final lo podemos replantear—, pues radicó en el DF de entonces desde 1960, década rica en movimientos políticos y sociales en México y el mundo. Podría afirmarse que la suya no era una mirada oblicua, «escritor que, en lo básico, habla de, sobre o acerca de ella [desde] la distancia narrativa, pero principalmente la fisura del desarraigo vivido como experiencia problemática» (contundente frase de Félix Berumen); desde la metrópoli, que se trata de un buen ejemplo del escritor

de dos mundos, en este caso el norte mexicano y el centro, foco de maldad literaria y avispero, espacio ceremonial y nido de cucarachas, ahí donde se cuecen todas las intrigas culturales con eco nacional, o bien como chingan esos piches chilangos. Y me he afanado —un poco, no exageremos—, para encontrar las pistas de esos valientes del norte —como grupo de música regional mexicana— que nos describan desde las vivencias de acá, la miseria o la belleza de allá, y no resulta fácil encontrarlas. En comunicación personal, Fran Ilich me dice de una de sus novelas (Circa 94): «hay una descripción del primer viaje al

DF del personaje principal de la novela», pero dicha novela, agotada, tardará en llegar. Creo estar siempre tras de las causas perdidas.

Sin embargo, el origen de los anteriores cuestionamientos, es el ensayo Fronteras reales / Fronteras escritas (Humberto Félix Berumen, premio estatal de literatura 2014, Conaculta), donde el caballero Humberto estudia ni más ni menos, las fronteras, su dimensión simbólica y las representaciones que se hacen de ellas desde la literatura; resulta obvio que nos posicionamos en Baja California, Tijuana, y es inevitable la visión que se tiene de ella desde la Ciudad de

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Foto: Archivo Palabra

México, némesis obligada, necesaria para darle sentido a estudios y existencias, motivación intramuscular, caballo a todo galope, otra vez chilangos culeros. Y se nos presenta la obra como un golpe bien planeado, estructurado limpiamente y rebosante de citas y teorías, autores que fortalecen la idea de una realidad social compleja, más allá de los trastornos citadinos y sus prejuicios también. Bien, y, sin embargo, al paso de las hojas —que son ligeras por la claridad del texto—, el arrebato norteño se convierte en una loza que comienza a pesar y me detengo: ¿Será que mi espíritu chilango comienza a sublevarse?, ¿será que mi objetividad se ve minada por mi mal encarado espíritu de capitalino?, me respondo: mi barrio me respalda, al recordar las más de dos décadas que llevo de asentado en la Baja, y los cientos de kilómetros que me aviento de líneas en estas tierras —¿no gané dos años antes, en el 2012, un premio estatal de literatura también?—, y me arrellano en la comodidad de Ensenada y termino por creer que hay cierto despropósito en algunas de las tesis de Félix Berumen, aspectos que me parecen objetivamente debatibles, y paso a ellos, independientes de la pulcritud teórica que sustenta —ya quisiera yo andar tan bien vestido—.

guridad vs. violencia, salud vs. insalubridad —opuestos muy socorridos para explicar casi cualquier visión parcial o equivocada del medio—. En ese tenor se establecen los territorios y sus diferencias, sin matices, por cierto. Lo que me conmueve —hasta la risa— es que en dicha clasificación entra a la fuerza el sur, desde mi punto de vista nada glamuroso; en otras palabras: ¿cómo podemos entender los capitalinos que la Ciudad sea apacible en contra de la hostilidad de los parajes del norte?

Mucho menos higiénica, o salubre o rica, vaya, pensar en el orden me resulta insultante. Es ahí en donde lo que parecía una decentísima defensa de la heterogeneidad y profundidad del norte, se tambalea por una herida autoinflingida.

“Desde la metrópoli (...) escritor de dos mundos, en este caso el norte mexicano y el centro, foco de maldad literaria y avispero, espacio ceremonial y nido de cucarachas”

Primero: las dicotomías que presenta el autor, partiendo del análisis de un texto de Sándor Márai —en donde surge la comparación entre Estados Unidos y la frontera mexicana, lo mismo que el centro y norte de México—, son: orden vs. caos, riqueza vs. pobreza, se-

Segundo: a partir de un párrafo bien escogido de la novela de Paco Ignacio Taibo II, Sueños de frontera, el autor desarrolla la idea de la pendejez sureña al interpretar la realidad norteña. Y debe constar que estoy de acuerdo en que existe algo al menos cercano a ella, pero los argumentos de Félix Berumen pretenden sostenerse en un párrafo de dicha novela, en donde el protagonista —capaz de cualquier cosa, forma de pensar o hacer, gracias a la libertad creativa que la novela nos da—. A pesar de todo, los postulados acerca de la frontera no son equívocas en el texto, ese no es el problema, sino la mirada sesgada —también— con la que se aborda el fenómeno de la

interpretación de lo ajeno. Sí, el personaje —vamos, quizá incluso el autor —«se atiene a una visión esencialmente negativa, estereotipada y estigmatizante», pero me parece arriesgado generalizar a partir de una muestra tan pequeña, en términos de ciencia, y después de la cátedra que nos da a partir de esa migaja, no me queda más remedio que preguntarme: Cuando hacemos literatura, ¿estamos obligados a crear personajes mentalmente centrados, agudos, incapaces del desconcierto ante lo desconocido? Héctor Belascoarán Shayne, protagonista de Sueños de Frontera, muestra, antes que nada, extrañeza ante lo que mira, y después extravío a no explicarse lo que observa.

No me detengo a debatir sobre los fenómenos sociales que ocurren en la frontera, sobre el laberinto, sobre la pérdida de identidad o la nueva identidad fronteriza, pero sí sobre la libertad de ser, en todo caso, un mal escritor, o la libertad de la interpretación desde cualquier punto geográfico, estético o ideológico, sobre lo que se observa. De ahí que regrese al inicio: ¿cómo interpreta el escritor del norte la realidad capitalina? Pero ello mismo me causa inquietud: la polarización del espacio geográfico, la negación del resto de la geografía nacional, la híperdiversidad con la que contamos. No puedo entender, desde el mismísimo norte, que existe una y sólo una manera de interpretar lo que aquí sucede, digamos, la manera correcta. En una geografía diversa, «debemos pensar en una realidad conformada por varias y diferentes fronteras. En un espacio en “donde diferentes sistemas clasificatorios y diferentes narrativas compiten entre sí en la definición de los actores de la región”», en palabras de mismo Félix Berumen, y agregaría: Baja California no es únicamente frontera, también es interior, y cualquier intento de entender su realidad es tan valioso o inútil como lo pueda ser su agudeza o profundidad; lo norteño ya no requiere una defensa, requiere una diversidad de entenderes como la variedad misma del medio, la postura anti sureña, que pudo ser una manera de entendernos con el espejo de lo opuesto, dejó de funcionar en ese sentido; también podríamos decir que las fronteras son mutables, que cambian y se establecen bajo diferentes criterios, con las épocas y las ideologías.

Hay quien podría decir: Baja California es el sur.

Para cerrar. Es cierto que Félix Berumen no habla necesariamente de la calidad literaria, pero el tono de sus premisas no deja de ser absolutista; la aportación justa del escritor tijuanense, Federico Campbell, se debe precisamente al desarraigo del que habla Félix Berumen; aquel espejo que nos hace entender lo ajeno, él lo llevaba en sí mismo.

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Humberto Félix Berumen. Foto: Cortesía

Acerca de la Ciencia e Industria de la felicidad

En la Modernidad tardía contemporánea el imperativo categórico se ubica en la consecución de la felicidad como aspiración universal, considerándose el único objetivo que hace que la vida sea digna de ser vivida, sin embargo, al analizar la ciencia de la felicidad se establecen diversos cuestionamientos

El interior no es sólo el universo, sino también el estuche del individuo particular. Walter Benjamin, Libro de los Pasajes

Mientras en las etapas de la Modernidad clásica y la Modernidad industrial el imperativo categórico se situaba preponderantemente en la prosperidad económica, a través del desarrollo de la disciplina ascética, como observaba el sociólogo Max Weber, en su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo, en la Modernidad tardía contemporánea se ubica en la consecución de la felicidad en tanto aspiración universal.

Como señalan el psicólogo social Edgar Cabanas y la socióloga Eva Illouz en su investigación, la felicidad es omnipresente: “En la televisión y en la radio, en los libros y en las revistas, en el gimnasio, en los consejos dietéticos, en el hospital, en el trabajo, en el ejército, en las escuelas, en la universidad, en la tecnología, en la red, en el deporte, en casa, en la política y, por supuesto, en las estanterías del supermercado. Felicidad es una palabra que forma ya parte del lenguaje cotidiano, de nuestro imaginario cultural, algo que está per diem y ad nauseam presente en nuestras vidas, y es raro el día que no la oímos, la leemos e incluso la pronunciamos”.

Por lo tanto, la felicidad se ha concebido como un componente central en la concepción de nuestro yo y de nuestro entorno social, en una noción tan evidente, tan natural e incontrovertible que no es menester su cuestionamiento.

Además, la felicidad es adquirible a iniciativa de los individuos, a través de su autoemprendimiento. De tal

manera, “se considera como un conjunto de estados psicológicos que pueden gestionarse mediante la voluntad; como el resultado de controlar nuestra fuerza interior y nuestro auténtico yo; como el único objetivo que hace que la vida sea digna de ser vivida; como el baremo con el que debemos medir el valor de nuestra biografía, nuestros éxitos y fracasos, la magnitud de nuestro desarrollo psíquico y emocional. Más importante aún, la felicidad ha llegado a establecerse como elemento central en la definición de lo que es y debe de ser un buen ciudadano”.

La búsqueda de la felicidad se ha convertido en una boyante industria multimillonaria e internacional conformada por una enorme red de escritores de libros y manuales de autoayuda, expertos en coaching, marketing, branding, empresarios, fundaciones privadas, cine de Hollywood, espectáculos de talk shows, celebridades, entre otros. Asimismo, esta industria cultural se ha expandido y complementado con la ciencia de la felicidad.

Establecida en 1998 y desarrollada durante la década de los años 2000 del siglo pasado, la ciencia de la felicidad o psicología positiva, fue profusamente financiada por agencias privadas e instituciones y fundaciones públicas. En muy breve tiempo, “la psicología positiva había conseguido lo que ningún otro movimiento académico había logrado antes: introducir la felicidad en lo más alto de la agenda académica e inscribirla como prioridad en las agendas sociales, políticas y económicas de muchos países. De esta manera, rápidamente con esta corriente la felicidad podía “convertirse en una meta universal, en el concepto que se podía medir y que permitía definir los rasgos psicológicos que caracterizaban el funcionamiento sano, exitoso y óptimo del ser humano”.

plinariamente en su acreditación de cientificidad, se argumentaba con la psicología positiva que “la inteligencia emocional, la autonomía, la autoestima, el optimismo, la resiliencia y la automotivación eran las características psicológicas típicas de los individuos que presentaban niveles muy altos de felicidad, de salud y de éxitos personal”.

Cuatro cuestionamientos Los autores, en su análisis de la ciencia de la felicidad, establecen cuatro tipos de cuestionamientos: epistemológico, sociológico, fenomenológico y moral. En su crítica epistemológica se afirma que abundan en la ciencia de la felicidad problemas de tipo metodológicos, inconsistencias conceptuales, presupuestos infundados, resultados de investigación no aprobados, así como generalizaciones desmesuradas.

“La felicidad se ha concebido como un componente central en la concepción de nuestro yo y de nuestro entorno social (...) La búsqueda de la felicidad se ha convertido en una boyante industria multimillonaria e internacional conformada por una enorme red”

En la crítica sociológica se aduce que “tanto el enfoque científico de la felicidad como la industria de la felicidad que se ha creado y expandido a su alrededor contribuyen de forma significativa a legitimar la suposición de que la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso, la saludy la enfermedad son fruto de nuestros propios actos. Lo cual legitima también la idea de que no hay problemas estructurales, sino sólo son deficiencias psicológicas individuales; en definitiva, que no existe la sociedad sino sólo los individuos”.

Con el surgimiento de la ciencia de la felicidad, disci-

En la perspectiva crítica de orden fenomenológico se observa que la ciencia de la felicidad no sólo no otorga lo que promete, sino que produce efectos adversos y contradictorios. De tal forma, que al «establecer la felicidad como un objetivo imperativo y universal pero cambiante, difuso y sin un fin claro, la felicidad se convierte en una meta insaciable e incierta que genera una nueva variedad de “buscadores de la felicidad” y de “hipocondríacos emocionales” constantemente preocupados por cómo ser más felices, continuamente pendientes de sí

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mismos, ansiosos por corregir sus deficiencias psicológicas, por gestionar sus sentimientos y por encontrar la mejor forma de florecer o crecer personalmente. Eso, a su vez, convierte la felicidad en una mercancía perfecta para un mercado que se nutre de normalizar esta obsesión con uno mismo y con el propio bienestar psicológico».

Finalmente, el cuestionamiento de tipo moral se dirige hacia la relación entre la felicidad y el sufrimiento. La ciencia de la felicidad argumenta que “el sufrimiento y la satisfacción son, al fin y al cabo, opciones personales. Así, los que no utilizan las adversidades y los reveses como incentivos y oportunidades para el crecimiento personal son sospechosos de querer y merecer, en el fondo, su propio malestar, independientemente de cuáles sean las circunstancias particulares. Por lo tanto, al final no hay mucho que elegir: no sólo estamos obligados a ser felices, sino a sentirnos culpables por no ser capaces de superar el sufrimiento y de sobreponernos a las dificultades”.

Además, la crítica parte del examen del neoliberalismo, más allá de su consideración como política económica o instrumentación de una teoría política gubernamental, sino como una nueva fase del capitalismo constituida por seis características fundamentales de la sociedad contemporánea.

En esta nueva era de la felicidad neoliberal se observa: 1.- La expansión inflexible de la economía a todas las dimensiones de la sociedad. 2.- La ascendiente implantación de pautas tecnocráticas en las dimensiones social, cultural y política. 3.- El afianzamiento de fundamentos pragmáticos de eficiencia y optimización de ganancias privadas. 4.- El incremento vertiginoso de la inseguridad y competencia en el mercado laboral, la contingencia y flexibilización organizacional. 5.- La comercialización de las esferas simbólicas e imaginarias, como las emociones, sentimientos, afectos e identidades. 6.- El reforzamiento de una filosofía individualista centrada fundamentalmente en el yo, en el cual el espíritu terapéutico se enfoca en la salud emocional y autorrealización personal como aspiración del progreso social y actuación institucional.

Con el afianzamiento de la neoliberalización de la Modernidad tardía, como señala David Harvey, se ha generado la acumulación por desposesión en cuatro esferas fundamentales: 1.- La privatización y mercantilización de diversos servicios públicos, el sistema de provisión social e instituciones públicas; 2.- Financiarización especulativa a través de la desregulación del sistema financiero; 3.- La utilización y administración de la crisis a nivel internacional y 4.- La configuración de un Estado neoliberal redistributivo. Con ello, concluye

Harvey, se genera la mercantilización de todo: “La mercantilización presume la existencia de derechos de propiedad sobre procesos, cosas y relaciones sociales, que puede poner un precio a los mismos y pueden ser objeto de comercio sujeto a un contrato social. En consecuencia, “la mercantilización de la sexualidad, de la cultura, de la historia y del patrimonio público, así como de la naturaleza como espectáculo o como cura de reposo, y la extracción de rentas en régimen de monopolio de la originalidad, de la autenticidad y de la unicidad (de las obras de arte, por ejemplo) suponen, en todos los casos, poner un precio a cosas que en realidad nunca fueron producidas como mercancías”.

Desde una perspectiva interdisciplinaria, entre la psicología social y la sociología crítica, los autores acuñan el concepto de happycracia como resultado de un análisis de la emergencia de nuevas estrategias de dominación y jerarquización de nuevas constelaciones emocionales en la sociedad neoliberal.

Existen por lo demás, obras críticas complementarias a la ideología de la felicidad como: Barbara Ehrenreich, Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo, Turner, 2012; Gilles Lipovetsky, La felicidad paradójica, Anagrama, 2018; Carl Cedeström, La ilusión de la felicidad, Alianza, 2019; Sara Ahmed, La promesa de la felicidad, Caja Negra, 2019; Gabriel Rolón, La felicidad. Más allá de la ilusión, Paidós, 2024; y en inglés: Sam

Binkley, Happiness as Enterprise: An Essay on Neoliberal Life, SUNY Press, 2014; Ashley Frawley, Semiotic of Happiness, Bloomsbury Academic, 2015; entre otras.

Edgar Cabanas (1985, Madrid, España) es doctor en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid, profesor en la Universidad Camilo José Cela de Madrid, profesor asociado en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) e investigador adjunto del Centro para el Estudio de las Emociones en el Instituto Max Planck de Berlín. Es coautor del libro La vida real en tiempos de la felicidad. Crítica de la psicología (y de la ideología) positiva, Madrid, Ed, Alianza, 2018.

Eva Illouz (1961, Fez, Marruecos) socióloga y escritora franco-israelí. Estudió Literatura y Socióloga en la Universidad de París X-Nanterre. Es doctora en Comunicación y Estudios Culturales en la Annenberg School for Communication de la Universidad de Pensilvania. Ha sido profesora visitante en la Universidad de Northwestern, Illinois, en la Universidad de Princeton y la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París (École des hautes études en sciences sociales). Desde 2006 es integrante del Centro para el Estudio de la Racionalidad (Center for the Study of Rationality). También, desde 2009, ha participado en el Instituto de Estudios Avanzados de Berlín (Wissenschaft skolleg zu Berlin).

Es autora de: Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo, Buenos Aires, Ed. Katz, 2007; El consumo de la utopía romántica. El amor y las contradicciones culturales del capitalismo, Madrid, Ed, Katz, 2009; La salvación del alma moderna. Terapia emociones y la cultura de la autoayuda, Madrid, Ed. Katz, 2010; Por qué duele el amor: una explicación sociológica, Madrid, Ed. Katz, 2012; El futuro del alma. La creación de estándares emocionales, Madrid. Ed. Katz, 2014; Capitalismo, consumo y autenticidad. Las emociones como mercancía, Madrid, Ed. Katz, 2019; El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas, Madrid, Ed. Katz, 2020; con Dana Kaplan, El capital sexual en la Modernidad tardía, Barcelona, Ed. Herder, 2020; La vida emocional del populismo. Cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia, Madrid, Ed, Katz, 2023.

Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas, se ha traducido a más de 10 idiomas.

Edgar Cabanas y Eva Illouz, Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas, Barcelona, Ed Booket, 2024, 224 páginas.

David Harvey, Breve historia del neoliberalismo, Akal, 2007.

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Cartas desde la amistad y el amor

Si Flaubert no se tienta el corazón para categorizar que “la amistad es el amor sin alas”, las cartas nos devuelven esa aura de correspondencia precisamente ahí donde la fraternidad o el amor hacen concilio con la literatura y se despliega el arte de nombrar una época a partir de sus protagonistas

Salvador

I

Albert Camus & María Casares

MNo así.

e conmueve leer cartas.

No como un mago astuto o una tarotista de esquina cósmica.

Me complace escudriñar entre la escrita fragancia de las hojas, saborear la música de tinta y observar cómo el alma barajea sus apasionados alfabetos de luz y sentido.

Relamido en caligrafías y deslices de pluma, me sigue pareciendo un gusto sublime, fino, lleno de belleza y realidad.

Es la intención del escriba que, sin ninguna otra posibilidad, hunde su imaginario en la carne del deseo, reblandeciendo la blancura en un palpitar resplandeciente, como el milagro en las esculturas de Bernini.

Mi reciente lectura sobre el tema ha sido Albert Camus / María Casares: Correspondencia, 1944-1959 (Debate, 2023), vigorosa edición que ofrece las intermitentes misivas entre la actriz española (hija de Santiago Casares Quiroga) y el premio Nobel de Literatura 1957, un genuino lazo de intimidad que se sostiene en 865 cartas de reflexión, amor y compromiso humano, tras 12 años de intensificar el idilio.

La compilación viene precedida por la visión de Catherine Camus, hija del autor de El extranjero; prólogo de una sencillez sensible, que determina la aceptación y ofrece la anuencia del romance —admitiendo la infidelidad nada extraordinaria en el caso de un hombre como Camus—, honrando la lealtad del padre en ese tiempo «que refleja con claridad la evidencia irresistible que caracterizó su amor».

pensamientos tienen un comienzo irrisorio —escribe Camus en el El mito de Sísifo—. Las grandes obras nacen con frecuencia a la vuelta de una esquina o en la puerta de un restaurante. Lo mismo sucede con la absurdidad. El mundo absurdo más que ninguno es noble por ese nacimiento miserable». Me gusta eso de la “esquina” y “la puerta”, porque cada vez que Camus aparecía con María Casares en los restaurantes de París los músicos, lívidos, atacaban la lírica de La Vie en Rose: «Ojos que me hacen bajar los míos. / Una risa que se pierde en su boca. / Aquí está el retrato sin retoque / del hombre al que pertenezco».

“Me complace escudriñar entre la escrita fragancia de las hojas, saborear la música de tinta y observar cómo el alma barajea sus apasionados alfabetos de luz y sentido”

«Todas las grandes acciones y todos los grandes

Y en verdad existe el retrato hecho con dulces palabras incendiarias, porque en esa acumulación de experiencias y sentimientos transmitidos —más que un epistolario, una romance biográfico, lección para un siglo donde el sexo ha tomado ya el rubro del desencanto— el momento precioso se encuentra en una carta de María Casares al hombre de la gabardina, que se expresa en las palabras siguientes: «La resignación cede el sitio a una impaciencia que me deja agotada y la modesta filosofía personal que me había fabricado se desploma ante esta necesidad vital que tengo de ti, de tu boca, de tus ojos, de tus miradas, de tu cabeza apoyada en mí, de tus manos en mí, de tus brazos alrededor de mí, de tus palabras ahogadas, de tu sonrisa, tan diáfana, de tu risa ingenua, de tus

hombros curvándose alrededor de mí, de tus piernas duras enredadas a las mías, de tus perfiles perdidos contra el fondo del cielo en mis ventanas, de tu cuerpo pesado encima del mío, de tus caricias, de tus

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paseos interminables por mi cuarto, de tus entradas, de tus salidas, de tu voz atenuada al teléfono, de tu brutalidad, de tu dulzura, de tu amistad, de tu deseo, de tu amor, de ti, de ti entero, por dentro, por fuera, de ti entero tan hecho para mí, tan cerca de mí, tan parecido, tan prodigiosamente parecido a todo cuanto deseo…». (18 de febrero de 1951, domingo / Carta 415.) En este caso, palabra por palabra, lo mejor no es enemigo de lo bueno.

II

Albert Camus & René Char Si Flaubert no se tienta el corazón para categorizar que “la amistad es el amor sin alas”, las cartas cruzadas entre Albert Camus y René Char nos devuelven esa aura de correspondencia —jamás agotada, ni con la temprana muerte del primero— precisamente ahí donde la fraternidad hace concilio con la literatura y se despliega el arte de nombrar una época a partir de sus protagonistas. Como sabemos, la muerte de Camus fue intempestiva. Leídas sus obras y auscultada la relación con Char, la primera preocupación metafísica que me arrobó fue imaginar el atónito estupor en el que el autor de Hojas de Hipnos tuvo que obligarse a comentar lo sucedido… ¿Incrédulo? ¿Dolido? ¿Triste? Quizá, con toda seguridad, los tres sentimientos a la vez. ¿Cómo se recibe una noticia así? ¿Qué se puede decir en tales circunstancias? Rechazó la invitación de llegar a París en el Facel-Vega y ahora es un sobreviviente. Él, más cercano incluso que Michel Gallimard —

quien fallece días después del accidente—, quizá sólo atinó a murmurar algo que ya sabíamos de su poética: “En realidad no lloré sino una sola vez. El Sol, al desaparecer, hirió tu rostro. Tu cabeza rodó en la losa del cielo y ya no creí más en el mañana”.

Y, décadas después de la tragedia, nos sigue pareciendo que “la lucidez es la herida más cercana al Sol”. Cartografía de un siglo XX que se conforma de barro, sangre y tiempo. En ese ruedo de guerras y sin sabores, el retrato intelectual alimenta la biografía, teje finas radiaciones de luz en los hombres que se comunican y estiman, y descubre el deleite que existe en nombrar los paralelos de una ruta de minucias y grandezas que sólo se ofrece en lo epistolar.

“Cartografía de un siglo XX que se conforma de barro, sangre y tiempo. En ese ruedo de guerras y sin sabores, el retrato intelectual alimenta la biografía, teje finas radiaciones de luz en los hombres que se comunican y estiman…”

“De luz seca —dice Heráclito— están hechas el alma más sabia y el alma más buena”.

Albert Camus-René Char. Correspondencia, 1946-1959 (Alfabeto, 2019. Edición, presentación y notas de Franck Planeille. Traducción de Ana Nuño), retrata la cercanía del narrador de genio y el poeta incuestionable, quienes departen sus frutos de manera luminosa, cuando no numinosa…

Y, como se comenta a lo largo de las misivas —sobre todo, de 1951 a 1952—, traigo a cuenta el enfrentamiento a los diosillos de la época, encumbrados por el bienamado Jean-Paul Sartre en Les Temps Modernes, cuando Francis Jeanson —a la par de André Breton— denuesta El hombre rebelde (1951), cuerpo de ensayos donde Camus compara el presente horror del estalinismo con las atrocidades del nazismo.

«La más alta torre, la que más ilumina en esta noche que tiene usted, querido Albert, su centinela, esa eminente torre que es su Hombre rebelde arroja luz precisamente sobre ese temor, y nos pone inequívocamente sobre aviso. Sí, son pocos los escritores que se sienten responsables… Pero qué le vamos a hacer. Pongamos que son como niños, por no cargar las tintas, o mejor, como colegiales, para emplear su definición de Breton. Es fácil imaginarlos en el papel de Ubú-Charlot arrogante, dirigiendo los destinos de la invención poética y política de medio siglo con la misma competencia que el aludido manifestaba cuando se dedicaba a producir en cadena para Tiempos modernos… Pero cuánto ruido para tan pocas nueces… Todo esto es una pérdida de tinta. Charlot es lo contrario de Breton» (Carta de Char a Camus, fechada el 3 de noviembre de 1951).

Alusión precisa a Les Temps Modernes y su revuelta —Jeanson, Breton, Sartre—, donde bien puede decirse que el más grande intelectual del siglo XX ha entrado a la Historia como Marat a su bañera.

Todo un acontecimiento en la dimensión de la fraternidad y una pieza magistral, embebida de lucidez nostálgica —no carente de revelaciones importantes—, que testifica parte de la nobleza y la garra del mundo literario hasta nuestros días.

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Fotos: Archivo Palabra

La religión del otro

Cuando las creencias se estancan en una literalidad dogmática ciega a las metáforas, son un peligro para la convivencia

Por Juan Arnau

Escritor y filósofo, profesor titular del Departamento de Filosofía y Sociedad de la Universidad Complutense de Madrid http://www.juanarnaud.com/

La verdad es un ejército móvil de metáforas. El literalismo, una forma de dogmatismo, de exclusividad simbólica. Ocurre en las ciencias, las religiones y el llamado laicismo. En las tres la ausencia de movilidad se convierte en esclerosis. Pero no hay que engañarse. Movilidad no significa avance. Movilidad es aquí, o al menos así lo entendió Nietzsche, desprendimiento simbólico, ligereza, ironía. La creencia, tanto científica como religiosa, si no es irónica, acaba siendo una losa con la que tiene que cargar el individuo o la sociedad. Las naciones modernas rinden culto a la sociedad, el nuevo ídolo, a ser posible, tecnologizado y científico. Es una opción. De ahí que miren a las religiones por encima del hombro. Pero ese laicismo, en su momento tan necesario, con el tiempo se dogmatiza y volvemos a la monserga de púlpitos y minaretes, perdemos esa movilidad, esa ligereza, que nos permite ver, caminando, los diversos sistemas simbólicos, sus beneficios y sus ataduras. Quien no conoce una lengua extrajera no conoce la suya propia. La frase de Goethe sirve para la religión. Quien no ha sido capaz de salir de ella, de verla desde fuera, no la conoce. Y habría que analizar si el laicismo o el marxismo es realmente un “afuera”, o una derivación herética de un mismo credo.

un debate sobre la “muerte de Dios” y la supuesta “muerte de la religión” que habría de sobrevenir. La idea, falaz, es de Habermas. El alemán rectificó, al comprobar que las religiones seguían vivas. El desliz se aprecia mejor desde Oriente. Habermas maneja una definición de religión semítica. La religión no tiene nada que ver con Dios, con su existencia o inexistencia. La religión tiene que ver con sistemas simbólicos y formas de vida, con rituales y una idea de lo sagrado, tanto de textos como de comunidades. El contenido metafísico de esos sistemas (que haya o no un Creador o Gran Capitán) resulta ser un efecto secundario de la idiosincrasia local. De ahí que el reciente atentado y las diversas reacciones tendentes al enfrentamiento entre religiones exija una reflexión.

“La religión no tiene nada que ver con Dios, con su existencia o inexistencia. La religión tiene que ver con sistemas simbólicos y formas de vida, con rituales y una idea de lo sagrado, tanto de textos como de comunidades”

La idolatría puede definirse como la consideración de una parte por el todo. Es un fenómeno provinciano. El mundo es como mi pueblo y todos pensamos como aquí. De esa actitud logocéntrica participan cruzados, yihadistas y cientifistas radicales. El idólatra carga con una piedra (su propio dogma) y esa carga acaba resultando intolerable. Es entonces cuando se utiliza como arma arrojadiza. Y la lanza sobre el otro. Además, esa carga le impide levantar la mirada, contemplar otros sistemas simbólicos y juzgarlos con equidad. La idolatría huye de la mentalidad abierta y abotarga la percepción. El filósofo vigilante debe aprender a identificarla, también el político o el ciudadano de a pie, y obrar en consecuencia para evitar la esclerosis del pensamiento.

Hace poco asistí en la universidad a

Nuestro país lleva un considera-

ble retraso respecto a la religión del otro. Recientemente la Complutense ha abierto un grado en ciencias de las religiones, donde éstas se abordan desde la historia, la filología o la antropología. Ojalá estas iniciativas, tan necesarias, ayuden a atemperar las opiniones sobre estos asuntos. Los sistemas simbólicos, como nosotros,

son siempre históricos y pasajeros. El no saber exige ligereza, dinamismo, y, pese a lo que nos digan las instituciones, no sabemos qué es el mundo ni cuál es el mejor sistema simbólico. Como sociedad hemos elegido uno y es lógico defenderlo, siempre que no perdamos de vista esa condición de caminantes.

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Foto: Archivo Palabra

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