TERCERA ÉPOCA | Número. 38

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Antología Parvada

en 2025: a 40 años de su publicaci ón
Por Gabriel Trujillo Muñoz
Fotografía:
Parvada 1, Edgar Lima.

Enero 2025 / Número 38

La música de las palabras

Cuando en una carta António Lobo Antunes comunica al proscrito escritor Louis-Ferdinand Céline la admiración que siente por su inconmensurable Viaje al fin de la noche, el imberbe escriba en ciernes tiene 15 años y, para decirlo en su propia música, el médico de los “clochard” ya ha devorado sus glorias a los 63 y malvive de la fama de haber revolucionado la belleza del idioma francés.

¡Él me contestó! ¡Céline! refiere emocionado el lusitano.

El autor de Muerte a crédito respondió generosamente a ese António desconocido más adelante, psiquiatra de sus propios libros y eterno nominado al Nobel de Literatura y éste guardó durante décadas el sobre como una joya arrugada, pero siempre resplandeciente, “porque la mayor alegría para mí no fue tanto la carta sino ver en el sobre mi nombre escrito por él”.

¡António Lobo Antunes!

Así, hundiendo la tinta en el remitente, emborronada con descuido por quien había sentenciado a fuego: “Ya no nos queda demasiada música dentro para hacer bailar a la vida”, o la que sella rigurosamente los tiempos que hoy vivimos: “Confiar en los hombres es dejarse matar por uno”.

De igual manera, los ejemplares de Palabra guardan el placer de asociarse y abrir sus páginas ante plumas nuevas y renovados lectores. Ante el desdén ético y la industria de la muerte, el desbordado entusiasmo del joven António es una lección que toda revista cultural debe enaltecer: ¡Amalgamar palabras y pronunciarlas! ¡Bienvenido 2025!

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Editor PALABRA

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Fotografía

Antología Parvada en 2025: a 40 años de su publicación / Gabriel Trujillo Muñoz

págs. 3 a 5

2025: anote sus consumos culturales / Eduardo Cruz Vázquez págs. 6 y 7

Medio pan y un libro / Federico García Lorca pág. 7

Feliciano Bañuelos: Pionero de la cultura en Ensenada / Enrique A. Velasco Santana págs. 8 y 9

Rímel y autodestrucción / Carlos Velázquez págs. 10 y 11

De fútbol no entiendo nada (sino al Ser) / Rael Salvador págs. 12 y 13

Del colapso de la razón a la razón comunicativa / Fernando Mancillas Treviño págs. 14 a 16

Diálogos filosóficos / Redacción Palabra pág. 17

Una tragedia americana / Antonio Muñoz Molina págs. 18 y 19

Azul (cuento) / Enrique González Orozco págs. 20 y 21 La palabra mediocre / Martín Caparrós pág. 22

El gabinete mágico: cuando el Paraíso es una biblioteca / Alberto Manguel pág. 23

Línea de producción / Daniel Salinas Basave pág. 24

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Enrique Botello

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Carlos Mongar, Sergio Gómez Montero, Gabriel Trujillo Muñoz, Federico Campbell (†), Daniel Salinas Basave, Leobardo Sarabia, Santiago M. Zarria, Manuel Quintero, Enrique Botello, Héctor García M., Óscar Ángeles Reyes, Fernando Mancillas, Iliana Hernández, Ruth Gámez, Herandy Rojas, Carlos-Blas Galindo, Alberto Manguel, Jeanette Sánchez, Martín Caparrós, Alfonso Lorenzana, Eduardo Cruz Vázquez, Eric Rodríguez Ochoa, Jorge Ruiz Dueñas, Carlos Velázquez, Jazmín Félix, Lídia Jorge, Dimitris Yeros, Enrique González Orozco y Edgar Lima.

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Ferdinando Scianna (Italia); Cony Mollet-Sigüenza (Francia); Ramón Ángel Acevedo, “Rakar” (Chile); Patrick Liotta (Argentina); Héctor García Mejía (Los Ángeles).

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Av. López Mateos, No. 1875. Ensenada, B. C. México.

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R.S.

Antología Parvada en 2025: a 40 años de su publicación

Por su permanencia, la obra que recopila a jóvenes poetas bajacalifornianos de la década de los años ochenta del siglo XX representa un símbolo de su época; un frente común ante el centralismo cultural… manifiestos personales con resonancias colectivas

Por Gabriel Trujillo

Escritor y poeta, autor de Espantapájaros y Tijuana city, tres novelas cortas. angel.gabriel.trujillo.munoz@uabc.edu.mx

En los vaivenes del paso del tiempo, uno descu bre que ciertas obras permanecen más allá de su circunstancia y motivaciones, convirtién dose en símbolos de una época, pero también en ma nifiestos personales con resonancias colectivas. Digo esto pensando en que la poesía es una tarea individual con repercusiones comunitarias, un hallazgo que cim bra los cimientos de nuestra percepción per sonal y social a la vez. Dádiva, don, gracia, la poesía es el acto fecundo que lo mismo con cita rabia que dolor, veneración y alegría, verdad y locura, embeleso y asco. Cielo que es todos los cie los. Polvo que es todos nosotros. Por eso el arte poéti co ilustra en su doble significado: nos enseña a mirar nuestro entorno en todos sus detalles y es ejemplo fiel de nuestras quejas y arrebatos, de nuestros trabajos y placeres aquí y ahora. Cosmos que a la vez nos alimen ta y devora. Universo en expansión que ante nuestros ojos nace como un soplo de viento, como un destello veraz. Y creo que eso tenía en mente cuando me puse a elaborar la antología de jóvenes poetas bajacalifor nianos hacia 1984 y que, a finales de 1985, el Departa mento de Editorial y Diseño Gráfico de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), entonces dirigido por Gina Walther, publicaría en una edición de pasta verde y con interiores del mismo color, lo que la hace no sólo importante para la historia de la literatura bajacaliforniana sino para la historia de la edición mexicana. Un dato: en su colofón dice que fue impresa en mayo de 1985, pero en realidad no se tuvieron los primeros ejemplares sino hasta septiembre de ese año.

“Parvada no fue una reunión de poetas de un taller de creación literaria o de una ciudad específica de la entidad, sino que fue una muestra sustancial de los poetas de Baja California”

Visto lo anterior, este 2025 se cumplen cuarenta años de su publicación. Hoy la releo para descubrir que sigue siendo un libro que condensa lo que sabía y lo que ignoraba de la poesía de nuestra entidad. Y, sin embargo, funciona aún ahora como un retrato de cuerpo entero de la comunidad poética existente en la penúltima década del siglo pasado. Es fascinante acercarse a esta antología y descubrir que Parvada

su obra sigue vigente en muchos de ellos, como sucede con los versos de Francisco Morales, Benito Gámez, Ruth Vargas, Víctor Soto Ferrel, Jorge Ruiz Dueñas, Raúl Navejas, Jesús Rincón Meza, Ernesto Trejo, Daniel Sada, Rosina Conde, Tomás Di Bella, José Javier Villarreal y María Antonieta Longoria, entre otros. Y digo vigente en el sentido de que, aunque varios de estos poetas han muerto (Sada, Trejo, Navejas, Rincón Meza y Gámez), los poemas de todos ellos siguen siendo parte fundamental de nuestro legado literario, una rica herencia de esas generaciones a la poesía bajacaliforniana y a la literatura nacional. Como lo expresé en el prólogo de Parvada: “El que cada vez más jóvenes estén dispuestos a considerar la creación poética como una visión inseparable de sus vidas, da suficiente esperanza sobre el futuro de la literatura en el estado y sobre su propia madurez”.

La generación de la ruptura

Parvada marcó a una generación en ascenso en las letras bajacalifornianas de la década de los años ochenta del siglo XX, la generación que más tarde, ya con la publicación de Un camino de hallazgos. Poetas bajacalifornianos del siglo XX (1992) llamaría la generación de la ruptura o la generación de los talleres de creación literaria, ya que la presencia de estos talleres en las principales ciudades del estado (Mexicali, Tijuana, Tecate y Ensenada) impulsó, promovió y multiplicó un quehacer creativo que tenía como eje la crítica y la autocrítica como instrumentos de cambio, como herramientas fundamentales de trabajo.

Por eso en Parvada yo declaraba que “las características de esta generación… son la oscilación entre el rigor y el desparpajo formal, la influencia anglosajona como telón de fondo, el predominio del verso libre sobre las formas clásicas, de la descripción sobre la metáfora, la búsqueda exhaustiva de trascendencia, el uso de mitologías populares, la revaloración del entorno cotidiano, del lenguaje coloquial, de la realidad en que se vive. Sus errores son los de toda generación joven: la falta de oficio y la autosuficiencia. Su mérito mayor: poner en movimiento a la literatura bajacaliforniana.” Y afirmaba, además, que “esta antología nace ante la evidencia de una explosión poética, de la que soy cómplice y testigo, en Baja California y por el deseo de darla a conocer como una manifestación cultural valiosa. Este libro no intenta ser más que un muestrario de los muchos modos de crear y hacer poesía que actualmente aquí se verifican”.

Aprobación y desaprobación

¿Cuáles fueron los comentarios y críticas que provocó la aparición de esta antología en el panorama local y nacional de aquella época? Empecemos por señalar que, por su carácter inédito, tuvo repercusiones inmediatas. ¿Qué quiero decir con esto? Que Parvada no fue una reunión de poetas de un taller de creación literaria o de una ciudad específica de la entidad, sino que fue una muestra sustancial de los poetas de Baja California, de quienes escribían en aquella década de los años ochenta, al menos en su primer lustro. Tómese en cuenta que fue una recopilación que hice en 1984, rastreando las publicaciones literarias de la época, que no pasaban de revistas como Hojas, El último vuelo y los cuadernos de literatura de la UABC, además de lo publicado en el suplemento Identidad del diario El Mexicano. Yo entonces apenas me percataba de las contribuciones de las generaciones anteriores, a las que caracterizaba como cantores para ceremonias cívicas y poetas que eran más profesores y periodistas que literatos de tiempo completo. A la vez, incluí, desde mi subjetividad y búsquedas, a los poetas de mi generación -incluyendo hermanos mayores nacidos de 1940 en adelante- de los que pude conseguir

sus obras y, sobre todo, los que me parecieron aportaban cambios a la fisonomía creativa de la poesía en la entidad. La mayor parte eran poetas que habían comenzado a publicar diez años atrás y varios no contaban ni siquiera con un poemario publicado.

Uno de los primeros en leer el libro fue José Manuel Di Bella, narrador mexicalense, quien escribió en el Novedades de Baja California (27-IX-1985) que Parvada incluía “textos de 24 poetas que residen, han residido o nacieron en el estado, ofreciendo un coro alentador de voces” poéticas. Poco después, el crítico Sergio Gómez Montero, en el suplemento Sábado del unomásuno (19X-1985), afirmaba que los poetas antologados compartían “vidas urbanas, formación académica, una vida literaria aún en formación. Las distancias aparentes se acortan entonces y se hacen patentes las afinidades y parentescos”. Según Sergio, Parvada representaba un primer paso para consolidar “una literatura regional bajacaliforniana”.

Las críticas llegaron por dos frentes: del interior, desde la UABC campus Tijuana, en voz del poeta Alfonso René Gutiérrez, y del exterior, desde el entonces Distrito Federal, hoy la Ciudad de México, por boca del poeta chihuahuense José Vicente Anaya. La crítica de Gutiérrez (Identidad, El Mexicano, 3-XI-1985), aunque señaló algunos poetas que no le parecían merecedores de estar en la antología (como Patricia Vega y Juanita Ríos Aizú ) y otros que no estaban y deberían estarlo (como Héctor Benjamín Trujillo, José Vicente Anaya y Eliseo Quiñones), se centró

más en el ensayo introductorio, en mi posición sobre la historia de la literatura bajacaliforniana, donde al hacer un repaso de las letras de la entidad había olvidado poetas de la talla de Fernando Sánchez Mayáns. Para Alfonso, toda la antología, desde el nombre hasta su concepción, le parecía un total disparate. De Parvada decía que: “El nombre es incongruo, su matiz campirano está mejor para un nostálgico florilegio del Ateneo de Zitácuaro que para una muestra de la poseía joven de esta frontera, de raíz inocultablemente maldita”. Lo cual implicaba que si los antologados no eran poetas malditos no eran merecedores de ser representantes de la poesía regional. De la selección hacía mofa, aunque entre los reunidos estuvieran poetas de la talla de Francisco Morales, Roberto Castillo, Raúl Jesús Rincón Meza, Jorge Ruiz Dueñas, Ruth Vargas Leyva, Daniel Sada, Luis Cortés Bargalló, Raúl Navejas, Mara Longoria, Ernesto Trejo, Víctor Soto Ferrel, José Javier Villarreal y él propio Gutiérrez. Y concluía diciendo que el compilador había pecado de imprecisiones, ignorancia y amiguismo.

“El arte poético ilustra en su doble significado: nos enseña a mirar nuestro entorno en todos sus detalles y es ejemplo fiel de nuestras quejas y arrebatos, de nuestros trabajos y placeres aquí y ahora”

Para José Vicente Anaya (Sábado, unomásuno, febrero 1986), en cambio, Parvada era “un libro importante” por ser “la primera antología de poetas de Baja California” y porque, “al aparecer una obra como ésta, pone de manifiesto que en el norte de México se está logrando una producción literaria digna de ser tomada en cuenta”. Por ello, “Parvada es un libro que se antoja necesario”. Sin embargo, Anaya criticaba que el antologador “metió en un costal a poetas muy buenos con otros mediocres. De los 24 an-

José Javier Villarreal.
Ruth Vargas Leyva.

tologados sólo destacan 7. ¿No es esto un desperdicio de papel en esta época de crisis económica?” Ahora que he vuelto a leer Parvada, descubro que, al menos 14 poetas representan lo mejor de la poesía bajacaliforniana de aquellos tiempos y siguen siendo parte imprescindible. Anaya, como Gutiérrez, criticaba mi afirmación de que la poesía tenía que “expresar su entorno californio” y que esa pretensión era “típica del provincialismo trasnochado”. Ambos reseñadores no se percataron que lo local no estaba reñido con lo universal. Por el contrario, ambas perspectivas se amalgamaban, se daban impulso mutuamente; que mi muestrario de poetas jóvenes exhibía un entorno fronterizo abierto a todo cruce cultural, un estado de ánimo que se colaba por las distintas maneras de concebir la creación poética. Y que eso no era un signo de provincialismo sino de los derroteros en que andaba, ya entonces, la poesía contemporánea.

Hubo, finalmente, una reseña que, creo, fue la que mejor comprendió los valores implícitos que fundamentaban mi antología. Escrita por el poeta José Javier Villarreal (La palabra y el hombre, octubre-diciembre 1985), este poeta bajacaliforniano que residía en Monterrey, decía que “el antólogo cuidó que se sostuviera un nivel aceptable en todos los trabajos reunidos en este libro, eso da por consecuencia un hilo de lectura más o menos sostenido a lo largo de la antología; sin embargo, en una segunda lectura encontramos trabajos donde el rigor y el oficio literario se nos manifiestan más de lleno, donde el tono nos parece más preciso y contundente, ejemplo de esto son los textos de Ernesto Trejo, Roberto Castillo, Daniel Sada y Gabriel Trujillo; en ellos detectamos mayor dominio de las formas, y un equilibrio entre lo dicho

y la manera de decirlo”. Luego expresaba que Parvada “viene a ser el punto de arranque para conformar un panorama real de lo que es la literatura nacional, y no como ésta se ha venido aceptando: una literatura parcial, sólo la publicada en el centro del país”, una demostración de que la poesía de “provincia” ya no estaba al margen ni rezagada en relación a la que se creaba en los centros culturales de México. Y concluía afirmando que publicar un libro así, “de tan aceptable calidad”, era importante porque “no sólo era editar una antología, sino que viene a ser un testimonio, un documento valioso para la literatura regional, para afianzar una identidad, una expresión que defina un lugar y un grupo muy particular de habitantes que se hacen y se perfilan por acontecimientos y valores muy locales, y a la vez muy universales; rescatar la poesía regional es fortalecer y darle vida, ahora sí y en estos términos, a la poesía universal”.

Más allá de polémicas y cuestionamientos críticos, hay otro punto a considerar: Parvada fue mi primera antología, pero no la última: a ella siguieron algunas de mis favoritas: Mexicali: Escenarios y personajes (en coautoría con Édgar Gómez Castellanos en su primera edición, la de 1987, y cuya segunda edición saldría ya en 1990); Lecturas de Baja California (un repaso por las visiones que ha suscitado nuestra entidad entre escritores nativos y extranjeros, 1990); Tiempo de cambios (una antología de textos sobre el desarrollo de la prensa escrita en el estado por boca de sus principales periodistas, 1991); y la ya antes mencionada: Un camino de hallazgos (que a la vez que es una historia de la poesía bajacaliforniana también muestra y demuestra que poetas ha habido en nuestra entidad desde finales del siglo XIX hasta la últi-

ma década del siglo XX, 1992).

Desde entonces hasta nuestros días, tengo decenas de antologías que he hecho con el fin de enriquecer el panorama de nuestras letras regionales, para exponer a las obras y autores que han abierto la marcha en géneros tales como la poesía, la narrativa, la crónica y el ensayo. Pero Parvada, junto con Lecturas de Baja California y Un camino de hallazgos, son mis antologías a las que más he vuelto, que mejor han soportado el paso del tiempo. Aún ahora las puedo leer sin cansarme, descubriendo siempre datos fascinantes sobre los escritores antologados, nuevas vetas por explorar del pasado lejano o reciente de nuestra región. Y, sobre todo, disfrutando su apuesta por un grupo de poetas que ya iban mostrando, en 1985, los vientos del cambio en la literatura de nuestro estado.

Como lo dije entonces: “la poesía bajacaliforniana tiene valor por ella misma, por el amor a la imaginación, por su búsqueda de la palabra justa, de la metáfora adecuada. En esta antología hay rabia y esperanza, sarcasmos y vidrios rotos, grafitis y juegos culteranos. En estos poemas es posible toparse con el soplo de la historia, con espejos engañosos, con retratos familiares. En estas palabras se esconden profecías, ciudades enteras y ritos sexuales. Aquí hay paisajes para todas las miradas, pero sobre todo existe un amplio deseo de dar a conocer la vida con todas sus contradicciones y paradojas, de resaltar lo que es el mundo para quienes lo viven sin tregua ni descanso”. Lo cierto es que en esta obra compilatoria ya asomaba la frontera como un eje central de la creación literaria de nuestro estado, pero lo principal era, en ese momento y desde mi perspectiva crítica, el edificar un frente común ante el centralismo cultural prevaleciente, era difundir los versos de una generación que entraba de lleno en la literatura nacional y que lo hacía para hablar de tú a tu con la poesía mexicana desde el norte fronterizo: “poesía que es un espejismo cambiante, una promesa de luz entre las sombras, un asomo de honestidad entre tanta inútil palabrería”. Era 1985 y todo estaba por empezar. Era 1985 y los grandes poemas de la literatura bajacaliforniana aún estaban por escribirse, por darse a conocer.

A 40 años de distancia, pienso que la UABC debería sacar una nueva edición de Parvada para refrendar lo trascendente de su publicación, para que las nuevas generaciones conozcan una antología que se dedicó a exponer las contribuciones de los poetas bajacalifornianos a la literatura nacional. Un punto de cambio que, en los años siguientes, se multiplicaría en poetas y obras que, como todos sabemos, han establecido la presencia de la poesía de la frontera en ámbitos regionales, nacionales e internacionales. Ya es hora de volver a ella, de comprobar lo dicho por el poeta José Javier Villarreal: he aquí “una producción literaria digna de ser tomada en cuenta”.

Víctor Soto Ferrel.
Jorge Ruiz Dueñas.
Fotos: Archivo Palabra

ESTAR NEPANTLA

2025: anote sus consumos culturales

Por Eduardo Cruz Vázquez Periodista, gestor cultural, ex diplomático cultural, formador de emprendedores culturales y ante todo arqueólogo del sector cultural angol97@yahoo.com.mx

Conozco gente de sesenta años y más, que, en un momento dado, se propuso llevar un listado de sus consumos culturales. La mayoría hacen cuentas de los libros leídos, a la vista en sus estanterías domésticas. Otros se circunscriben a sus oficios. Digamos los cineastas y los cinéfilos incluso recaban la ficha completa del filme. Los de artes plásticas y visuales, los que viven en las artes escénicas, los literatos, los diseñadores. Visto en amplitud el campo de las ciencias sociales, encontraremos pocas personas con tal afición. No se diga en los ejecutantes de las ciencias “blandas” y “duras”: los hay, por ejemplo, apasionados a la música, pero escasamente llevan una bitácora de los conciertos y óperas a las que han asistido.

En el caso en los periodistas, tienen formas un poco más sofisticadas de llevar las cuentas de sus consumos culturales. Sobre todo, si han pasado su vida inmersos en el sector cultural. El despliegue de la profesión, sin importar el medio de comunicación (dicho con la amplitud que este tiempo tecnológico procrea), así anden en los acontecimientos de las alcurnias sociales e incluso laborando en fuentes policiacas, hace más propicio el hábito de la llamada vida cultural (también dicho con la holgura que se ha impuesto en la riqueza de sus modalidades).

Con toda la extensión de los significados que concita, tal predilección por los hechos y productos creativos va ligada a la oferta de los bienes y servicios culturales de la ciudad que se habita. Quienes hemos podido andar de viajeros por trabajo o en mudanzas por cambios de residencia, tenemos un tanteo del catálogo de contenidos al que se tiene acceso en el panorama nacional. Si además abrevamos de la estadística, podremos corroborar las crueles diferencias entre una localidad y otra. Una lamentable situación que no pocas veces se da pese a la cercanía de unas menos desarrolladas a grandes megalópolis concentradoras de programación cultural (nombrado así, pero de amplísimo abanico).

Esto me lleva a que, por andar de forastero en Ensenada, aterrizado en febrero del año recién ido, mis consumos culturales disminuyeron drásticamente en el 2024.

Se comprenderá en tanto venía de la Ciudad de México. En mis hábitos por ahora lejanos, la ausencia que más resentí fue la cita de cada sábado para escuchar a la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en la inspiradora sala Netzahualcóyotl, del Centro Cultural Universitario. Baja California carece de una institución musical de estas características. Es imposible suplir tal costumbre con la Orquesta Sinfónica de San Diego. Si bien con importante abolengo se tiene a la Orquesta de Baja California, además de una generosa gama de conciertos de solistas, tríos y cuartetos, he asistido a pocos en el puerto. Uno de ellos, del cual guardo especial recuerdo, me ocurrió con el compositor Santos Cota. Qué gran tocada, toda una revelación escucharlo acompañado de sus colegas.

Lo demás del acotado recuento es fácilmente adverti-

do. Tuve poco alcance en el repertorio de teatro, de danza contemporánea, de exposiciones. Me dio gusto ver la obra Reventadas, con la actriz Ana Karina Guevara; a un grupo de bailarinas de España, llamado IXE Universos en movimiento, simplemente excepcionales. En las muestras, la colectiva Mercado Negro. Solo locales, fruto de una convocatoria, toda ella mágica. Hasta apalabré una obra de Giovanny Mendoza. Dirán que, si tanto me apuraba la variedad y cantidad de eventos culturales, por qué no fui a Tijuana con más regularidad. Sin duda el caleidoscopio es sensacional, pero no tanto, los espejismos también existen. Por lo demás, tampoco resulta una práctica sostenible ni física ni económicamente.

Así las cosas, consumí el tiempo disponible para el entretenimiento y la educación (ser autodidacta es una condición conveniente) entre libros y la pantalla. Tampoco es sorpresa que, medido por horas, fueron de gane las dedicadas a series, películas, documentales y cortometrajes. La letra también por la pantalla entra.

Les dejo unas cuantas referencias de esas prácticas do-

minantes, muy populares por lo demás. Por ejemplo, las series: la estadounidense El problema de los tres cuerpos, la rusa Mejores que nosotros y la mexicana El secreto del río (al tener que entregar estas líneas no he visto Cien años de soledad). En largometrajes la estadounidense Nyad, la japonesa-alemana Días perfectos y las mexicanas Tótem y Pedro Páramo.

En documentales, también de Estados Unidos, Quincy, dedicado al recién fallecido músico y productor Quincy Jones; The Beatles Get Back, de Reino Unido y el mexicano El guardián de las monarcas, que relata la desaparición del gran defensor del santuario de las mariposas, Homero Gómez González.

“Por andar de forastero en Ensenada, aterrizado en febrero del año recién ido, mis consumos culturales disminuyeron drásticamente en el 2024. Se comprenderá en tanto venía de la Ciudad de México”

En libros, mi gratitud al querido editor Rael Salvador, que me prestó Maniac, de Benjamín Labetut, y a mi comadre Norma Bocanegra por arrimarme a Dientes blancos, de Zadie Smith. De David Toscana me leí El peso de vivir en la tierra, de Gustavo Vázquez la biografía El indio

Victoriano, sobre Victoriano Huerta, y Así es la vida. Vals para piano, que reúne una colección de conversaciones con el cineasta, actor y productor Alfonso Arau, realizadas por el también director de cine Armando Casas. Este librazo dotado de una iconografía bellísima fue un hallazgo en la librería Educal, en el Centro Estatal de las Artes (Ceart), justo en los días en que fue homenajeado en el Primer Festival de Cine del Valle de Guadalupe. Así es: me firmó el ejemplar y nos tomamos la foto.

Lectoras, lectores, lecteres: diviértanse este 2025 apuntando en un cuaderno sus consumos culturales, escríbanle a Rael Salvador (raelart@hotmail.com) cuando descubran algo que desean contar en estas páginas o bien, al final de los doce rigurosos meses, manden su relato a la edición de Palabra. Los resultados les darán para varias conversaciones con propios y extraños, como a nosotros una probadita de sus gustos y saberes, con elementos propios de la estadística, que es tan necesaria. Venturoso Año Nuevo.

Medio pan y un libro

¡Libros!, ¡libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir: “amor, amor”

Federico García Lorca Poeta y dramaturgo.

Adscrito a la generación del 27, fue el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo XX. Fue asesinado en agosto de 1936

o sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre

fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita, ¿y dónde están esos libros?

¡Libros!, ¡libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir: “amor, amor”, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso, Fiódor Dostoyevski, padre de la Revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita, pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: “¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!”. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua, pedía libros, es decir horizontes, es decir escaleras para subir a la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

*Fragmento del discurso pronunciado por el poeta Federico García Lorca en la inauguración de la biblioteca de su pueblo natal, Fuente Vaqueros (Granada), en septiembre del año 1931.

Foto:
Archivo
Palabra

Feliciano Bañuelos: Pionero de la cultura en Ensenada

Aunque prácticamente es un desconocido en la actualidad, con su Librería Bañuelos contribuyó significativamente a inicios del siglo XX al desarrollo cultural, educativo y cívico de la localidad, como innovador, promotor cultural y cultivador de la lectura

El miércoles 27 de noviembre de 2024 el historiador ensenadense, radicado en Mexicali, José Gabriel Rivera Delgado, impartió la conferencia “Feliciano Bañuelos: entre papeles, libros y periódicos y la cultura de la lectura en la Ensenada de antaño”, organizada por el Seminario de Historia de Baja California, efectuada en el Salón Casino del Centro Social, Cívico y Cultural Riviera de Ensenada.

El conferencista nació en Ense nada el 27 de febrero de 1972. Es licenciado en Historia por la hoy Facultad de Humani dades y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Baja California (19911995) en Tijuana. Por más de tres décadas se ha des tacado por tener amplia presencia en la opinión pública y reconocimien to de la comunidad aca démica, educativa y cul tural de Baja California. En la actualidad, funge como jefe del Archivo Histórico del Estado, ads crito a la Secretaría de Cul tura de Baja California.

El personaje de estudio que abordó en su intervención fue Feliciano Bañuelos, quien es prácti camente desconocido en la Ensenada de la actualidad, pero a quien se le debe considerar como uno de los tantos pioneros de la Ensenada del siglo XX, apreciando y valo rando significativamente sus contribuciones al desarrollo cultural, educativo y cívico de la localidad. Además, fue un innovador, promotor cultural y un cultivador de la lectura en el puerto.

Personaje clave en la vida social y cultural

En su intervención, Rivera Delgado sugirió que a este personaje se le debe caracterizar por ser fundador de un concepto inexistente en la Ensenada de la primera y segunda década del siglo XX: establecer un local donde en un solo sitio prestó por décadas sus servicios de imprenta, librería, papelería y agencia de publicaciones.

En ese sentido, fue un innovador de su tiempo al contar con un espacio donde se podían adquirir libros de todo tipo, enciclopedias, diccionarios, novelas, poemarios, historia, geografía, libros escolares de todos los niveles educativos, así como los comics, las revistas, y los periódicos de la Ciudad de México. Se convirtió en un promotor cultural y de la lectura. En la imprenta se hacía todo tipo de trabajo impreso: por mencionar hojas y folders membretadas, carteles, esquelas, folletos, invitaciones y sellos de goma. En la papelería, el cliente podía acceder a cuadernos, lápices, plumas, hojas, mochilas, libros de contabilidad, estampas escolares, tarjetas postales, reglas, tijeras y engrapadoras. Algo muy interesante para los locatarios de épocas anteriores era que en las instalaciones del negocio de don Feliciano podían adquirir fonógrafos y por supuesto, una gran variedad de discos de acetato de los principales artistas de las décadas de los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo pasado.

Así, se le puede considerar que fue el puente para que la gente lectora de Ensenada pudiera tener acceso a ese tipo de materiales impresos y estuviera bien informada. No por nada, Ensenada fue considerada por muchísimo tiempo como la “Atenas del Pacífico”, debido al gran nivel de intelectualidad de algunos personajes del medio cultural del puerto.

Sin duda, fue don Feliciano Bañuelos y su extraordinario negocio de librería que contribuyó en eso con los escritores, periodistas y letrados de antaño.

Con el transcurrir de las décadas, la Librería Bañuelos se convirtió en un ícono y punto de referencia obligada para todos los habitantes de la Ensenada del siglo XX. Hoy en día, a pesar de haber cerrado sus puertas hace 26 años, continúa en el recuerdo y la memoria colectiva.

para las familias oriundas que requerían surtir sus listados de útiles escolares para todos los niveles educativos, un baluarte cultural.

“La Librería Bañuelos se convirtió por décadas en un lugar emblemático para los amantes de la lectura, siendo un espacio de visita obligada para todo aquel que deseaba adquirir diversas publicaciones impresas y periódicas”

Presidente municipal en funciones Feliciano Bañuelos nació en el pueblo Xalisco, en Nayarit, el día 20 de octubre de 1885, siendo sus padres: Casildo Bañuelos y Paula Carrillo.

Desde finales del siglo XIX residió en Mazatlán, Sinaloa, en donde ya poseía una pequeña imprenta. Ahí, en ese puerto, se uniría con Manuela Beltrán Carrillo, nativa de La Noria, Sinaloa. Posteriormente, el 2 de enero de 1926 contraería legalmente matrimonio con ella en Ensenada, donde arribó por barco con su familia e imprenta, hacía 1914-1915.

1915), María Victoria (11 de diciembre de 1917) y María Elodia (22 de octubre de 1925).

De esa manera, la Librería Bañuelos se convirtió por décadas en un lugar emblemático para los amantes de la lectura, siendo un espacio de visita obligada para todo aquel que deseaba adquirir diversas publicaciones impresas y periódicas, pero también un lugar único

La unión matrimonial tuvo ocho hijos. Nacidos en Mazatlán, Sinaloa: María Natividad (8 de septiembre de 1905), Lucio Feliciano (15 de diciembre de 1906), Cándido Manuel (10 de marzo de 1909), María Petra Guadalupe (27 de noviembre de 1910) y María Paula (22 de abril de 1913); nacidos en Ensenada: José Antonio (3 de julio de

Desde finales de 1910 hasta inicios de la década de los años treinta, don Feliciano desempeñó diversos cargos en la función pública en el Ayuntamiento de Ensenada, pero también tuvo participación cívica y social. En 1918 se le recomendó para hacerse cargo de la Inspección de Agua, Alumbrado e Higiene en el Ayuntamiento de Ensenada; en 1920 formó parte como vocal de la H. Junta Patriótica; en 1920 fue presidente del Consejo Municipal, regidor suplente del Cabildo del H. Ayuntamiento de Ensenada; en 1920-1921 secretario de Juzgado de Paz; en 1922 ya formaba parte de la Sociedad Mutualista Progreso; en 1924, regidor suplente del Cabildo del H. Ayuntamiento de Ensenada y, precisamente para el mes de noviembre, fungió como presidente municipal en funciones; en 1930 fue empadronador del Censo Nacional de Población, y en los años de 1935 y 1937 fue considerado como una de las personas aptas para desempeñar el cargo de Jurado en el Partido Judicial de Ensenada.

Don Feliciano falleció en su querida Ensenada, el día 7 de junio de 1942, derivado de una enfermedad de obstrucción intestinal, siendo enterrado en el Panteón Municipal Número 2 del puerto.

Fotos : Cortesía
El historiador José Gabriel Rivera Delgado, impartiendo la conferencia: “Feliciano Bañuelos: entre papeles, libros y periódicos y la cultura de la lectura en la Ensenada de antaño”.

Rímel y autodestrucción

Los viejos buenos tiempos en que la laca en el pelo era sinónimo de éxito

«Es muy probable que hayan pasado alguna vez por el “Whisky a Go Go”. Pero para aquellos que conocemos ese hoyo fonky, no hay espacio suficiente ni para el diez por ciento de la plantilla. Donde sí caben y pueden descoserse a sus anchas es en Nöthin’ But A Good Time»

Imagínate que tuvieras la oportunidad de toparte en un bar con Nikki Sixx, Ozzy Osbourne, Sebastian Bach, Alice Cooper, Lita Ford, David Lee Roth y toda la pandilla que durante los años ochenta del siglo pasado dominó la escena rockera mundial. Una gran fiesta en la que te colaste por accidente. Transitas de mesa en mesa, como si de capítulos de un libro se tratara, escuchando, entre trago y trago, las anécdotas que todos estos personajes tienen para contar sobre sus años a cargo del negocio. Historias divertidas, ridículas, peligrosas. Escuchas de viva voz a Dee Snider hablar de los años anteriores al estallido del hair metal, a Bret Michaels confesar el arduo camino que Poison tuvo que recorrer para llegar a la

cima, a Duff McKagan contarte la génesis de Guns N’ Roses. En resumen: nada más que los buenos tiempos Los viejos buenos tiempos en que la laca en el pelo era sinónimo de éxito.

Pues síguetelo imaginando. Porque, a menos que seas un promotor de alto pedorraje, o de que seas una mega estrella como Gene Simmons, eso nunca va a pasar. En primer lugar, porque para reunir a toda la pléyade de protagonistas de esa década en un solo lugar necesitarías un presupuesto diez o quince veces más abultado del que desembolsaron para congregar a los artistas que grabaron We are the world. Ni siquiera en los premios MTV confluyeron tantos y al

La puerta del “Whisky a Go Go” en la actualidad.
Foto: Héctor García Mejía

mismo tiempo. Es muy probable que hayan pasado alguna vez por el “Whisky a Go Go”. Pero para aquellos que conocemos ese hoyo fonky, no hay espacio suficiente ni para el diez por ciento de la plantilla. Donde sí caben y pueden descoserse a sus anchas es en Nöthin’ But A Good Time. La historia sin censura de la explosión del hard rock de los 80 (Neo-Person, NeoSounds, 2022).

Entonces, como la posibilidad de que escuches las confesiones de estos monstruos del rock en algún tugurio (hoy más monstruos que rock), es más remota que la cura contra la hipertensión (que muchos de estos héroes agradecerían), es mejor que te zambullas en las páginas del libro de Tom Beaujour y Richard Bienstock, tanto si eres un fan del hair metal como si no. Sobre todo, si no. Aquí no cabe esa barrabasada de que el vino entre más viejo mejor. Porque ninguno de estos forajidos fue cultivado en viñedos. Al contrario, florecieron en la agreste calle. Sin embargo, viejos y resacosos, han sido revalorizados por una generación que continúa abarrotando las giras de leyendas como Mötley Crüe.

más a Cinderella que los originales. La explicación de por qué la cultura glam rock resiste a extinguirse está compendiada en las más de 500 páginas de entrevistas a las huestes del metal ochentero contenidas en Nöthin’ But a Good Time.

Al hair metal lo mató el grunge. Y el grunge se murió solo. Pero ni uno ni otro estaba tan muertos como pensábamos. Basta plantarse un sábado por la noche en el “Whisky” para emprender un viaje en el tiempo. En las calles podrá reinar la música de Taylor Swift o de Peso Pluma, pero dentro la banda, sobre el escenario, vestirá como émulos de Warrant y sonará

Como bien sugiere Corey Taylor en el prólogo, era un mundo de sexualidad que invitaba a creer que la vida era mejor que la que nos inculcaban nuestros padres. No importa cuán guarros, horrendos y frívolos nos pareciera el look de los rockeros. Que parecieran más un comercial viviente de la industria del makeup que héroes de la guitarra. No pasaría mucho para que todo mundo se avergonzara de haber admirado a una panda de maleantes que lucían como Laura León o Lucía Méndez en drogas. Una década después, parecía que todo había acabado. Y en cierto sentido terminó. Pero decía que no importaba porque muchas de las canciones que produjo el hair metal eran oro puro. Y resistieron todos los cambios de estilo imaginables. Las rocolas de todo el mundo continuaron hasta nuestros días embarazadas de “Home Sweet Home”, “Livin’ on a Prayer”, “Rebel Yell” y decenas más.

nalina y una buena dosis de tragedia. A quién no le gusta reírse. A quién no le gusta la sensación de no poder soltar un libro. Algo que casi ya no ocurre en estos tiempos de adicción al celular. Este libro tiene ese poder. Que no te guste el glam rock no es un pretexto. Que no tengas idea de quiénes son estos personajes tampoco. En estas páginas hay más aventura que en El señor de los anillos. Hay más animales que en Narnia. Y más magia que en Harry Potter.

Pero también se puede leer como la historia de la manera en que una era musical sucumbió de la noche a la mañana. De cómo la industria le cerró el camino a una corriente y las estatuas de los próceres fueron derrocadas. De cómo algo que parecía ser eterno se desgastó, de un género que se masificó tanto hasta rayar en la caricatura. Tal como ocurre siempre que un producto vende. Se le exprime hasta volverlo vacuo. El drama de los músicos que llegaron a la cima y despilfarraron sus millones en carros deportivos o mansiones en Malibú, donde sólo los más inteligentes, y los que tenían contadores vigilándolos, lograron sobrevivir tanto para aguantar a que los viejos fans, ahora convertidos en cincuentones y sesentones, volvieran a reclamar por el revival. Nadie quería que el regreso de Cobra Kai se musicalizara con nuevas canciones. Estaba escrito en piedra que debía marchar al ritmo de “Here I Go Again”.

“En estas páginas hay más aventura que en El señor de los anillos. Hay más animales que en Narnia. Y más magia que en Harry Potter”

Podría pegar aquí párrafos y párrafos de los testimonios que nutren las páginas de Nöthin’ But a Good Time. Para darles un bocado. Para que tuvieran una muestra que los animara a leerlo. Pero honestamente no he podido seleccionar algunos. Porque quisiera ponerlos todos. Algunos son tan divertidos, otros tan cruciales y la mayoría tan indispensables, que no tienen desperdicio. Y como bien anuncia la portada: Sin censura. Aquí se cuenta todo. Los buenos momentos. Y los malos. Las pésimas decisiones. Los millones de dólares consumidos en drogas. Y lo que sospechábamos es cierto. La mayoría de los rockeros no son brillantes. Pero de eso se trata ¿no? Los mitos no se crean con carreras universitarias.

Configurada como una biografía coral, Nöthin’ But a Good Time no sólo es la historia del hair metal contada por sus perpetradores. Se puede leer también como una comedia fulminante, repleta de pasajes inolvidables, momentos divertidísimos, mucha adre-

Hubo una época en que se pretendía sepultar a los ochenta. En la que todos querían olvidar los cortes de cabello. Si eso no ocurrió fue gracias a la música. Al hair metal. Pero también al pop. Y la música disco. Con esto no quiero decir que deseo que vuelvan. Pero sin ellos no habría un Shout at the Devil o Appetite For Destruction. Y sin ellos esos años habrían sido muy aburridos. Y más ñoños de lo que en realidad fueron. Y sobre todo, nos hubiéramos perdido de la oportunidad de vestirnos con los tacones y las minifaldas de nuestras primas.

Fotos: Archivo Palabra

De fútbol no entiendo nada (sino al ser)

Hay hombres que se aquilatan por lo que han sido. Maradona, Pelé y Beckenbauer, lecciones de balompié, identidad y júbilo, lo mágico de un balón hecho musa en los pies de un deporte social… la destreza de eludir jugadores y realizar lances concisos de una exactitud misteriosa

Mi coartada contra la muerte es perfecta: pido libros al extranjero y la espera me exige mantenerme con vida para leerlos. Así llegó a mis manos, en el año 2000, Yo soy el Diego. ¿Hasta dónde puede situarse un hombre? Se lo permitan o no, logrando sobrepasar sus propios límites y los límites que lo cercan. Ocurrió así con Diego Armando Maradona, quien desde pequeño, en lo febril de un esfuerzo alborozado, encontró el dominio del balón, un infatigable “balón de oro” que le posibilitó la gloria en las llamas de este mundo.

Una cosa es hacer los mandados a la madre —llevando a patadas las monedas al mercado— y otra mandar a la madre a los mercaderes del poder, esos espíritus enanos que roban la grandeza a golpe de materia ajena.

¿Cuántas veces escuchamos a Maradona pronunciarse entre las ovejas, los lobos y los mismos hombres?

En ese sentido, Maradona fue un activista político de izquierda, un tatuado “sui géneris” —el Che en el hombro diestro, Fidel en la pantorrilla zurda—, cavilando siempre cómo diablos meter el pan de los pobres en la canasta de la vida, como alguna vez, corazón en puño, lo hizo con el balón una y mil veces.

¿La admiración al Che Guevara? ¿La cercanía con su fiel Castro? ¿La amistad correspondida con Chávez? ¿Su apuesta por Evo? Sí, y más allá de ello, su personalidad mediática de impacto absoluto, como un balonazo en la nariz del Tío Sam o del Papa Francisco, impone no el miramiento de soslayo que promociona la pereza intelectual de quienes ven con malos ojos, vejando todo lo que brilla a “vedetismo comprometido”, sino un recogimiento y un

reconocimiento que se justifica en la igualdad de un sueño común: que cambie la puta cosa —así, “la puta cosa”—, y que si el hambre es el mejor cocinero del asado latinoamericano, también lo sea quien hace maravillas con los pies, amarres con la lengua polémica o manifiestos a través de las honras pasionales.

Como sea que fuere, Maradona es en sí mismo una lección del buen fútbol, de identidad y júbilo, uno de esos fenómenos crepusculares que vienen a revolucionar con sus instrucciones al uso —a ras de suelo y a nivel del vuelo— las libertades dentro y fuera de una cancha…

Esa cancha donde el personal ruge como fiera de circo y muchas veces suena más “intoxicado” que el propio Diego.

Así lo hizo, por ello su razón es la de sus iguales, dejando a la postre esos episodios que son más ritos de sobrevivencia que profesionalismo espurio, concierto de un tiempo donde lo interior humano busca y encuentra sus acomodos a través del terremoto, la inundación, la demolición, la inmolación o la más eclipsante bastardía del desastre: la uva terrestre dando paso a la uva de mar (la efedrina).

Vítores de una leyenda que se abre al esplendor del mito, la popularidad de Diego Armando Maradona (19602020) dicta un paradigma que rebasa los límites de la vida misma, ya que es infiel al final de cualquier partido, pues su carrera —ajustados los controles hacia el corazón de la nada— se expande infinitamente con gratitud fuera de los estadios —argentinos, napolitanos o de cualquier parte del planeta, poco importa— y más allá de los 90 minutos. En eso consiste, después de disfrutarla en vida —el balón en un puño—, la inmortalidad de Maradona.

II PIES DE MAGIA NEGRA

En 1970 tenía 7 años y una televisión en blanco y negro, breve, angular, mínima, que hoy pasaría como un ostentoso submarino atómico no tripulado.

En ella, como la mayoría de infantes de mi generación, observé la magia de muchas cosas, entre las que se en cuentran las series televisivas de aquel tiempo: Lassie, Tierra de gigantes, la Ley del revólver

La familia Partridge, las peleas sabatinas de box y, des de luego, algunos partidos de la Copa mundial de la FIFA México 70.

Ahí, por vez primera, vi al “Rey”, Pelé, que ya era el futbolista más destacado del planeta y quien, en ese momento glorioso, se hacía —con su equipo, Brasil— del tercer título mundial, de jando en la final a Italia tendido en un 4 a 1.

La corte del “Rey” tenía nombres cálidos que, en todo momento, se asociarán a la se lección más habilidosa, estética y hechicera, como lo fueron Rivelino, Carlos Alberto, Tos tao, Gerson, Jairzinho y muchos otros. Lo má gico de un balón hecho musa en los pies de un deporte social.

Desde muy jovencito —70 años atrás, a lo menos— hemos visto a Pelé bailar en el aire de la pelota de cuero, como si ésta se inflara

Diego Armando Maradona.
Edson Arantes do Nascimento, “Pelé” .

por fuera y, en su impresión minúscula de nube, de Eolo, de bóveda cósmica, de ventisca divina, precisará ya la grandeza de la obra de arte.

Pies de magia negra, donde la cabeza juega con el corazón y el pase encuentra los rieles sabios que llevan al ¡Gooool! y su renovación constante, que no es otra cosa que la duración de un hecho extraordinario que traspasa las fronteras de todo y hace del momento algo para la eternidad…

¡Atraviesa la defensa y nos obsequia con la belleza de la jugada!

¡Atraviesa el arco y nos halaga con la alegría que se

¡Atraviesa el tiempo y nos regala la hermosura del

Y así, la realidad nos ofrece otro golpe mortal: el “Rey” se va, deja el ropaje del honor y la celebridad —entes pasajeros de todo mortal extraordinario— y desnudo como un pájaro remonta por la selva estelar de toda transformación…

La muerte es un umbral que da tránsito a una trascendencia casi cómica — de no ser por lo trágico— porque no sabemos qué diablos hay tras la muerte. Y porque vivir no es ser, sino hacer algo con nuestra vida (con los pies o la cabeza, poco importa).

fuera del fútbol, enmarcado siempre por los haces de luz que dan las cámaras y así dejar un sinfín de aficionados huérfanos, de gente que realmente le quiso, le respetó y nunca le olvidará.

Ha muerto el “Rey”, difícil que exista otro igual.

III

HEIDEGGER: LECCIÓN DE BECKENBAUER

Desde la austera cabaña de Selva Negra, lugar de acogida y aislamiento del filósofo alemán Martin Heidegger (1889-1976), todavía podemos observar caminos y valles, laderas y cumbres, más apropiados al senderismo de montaña que para estabilizar, como luna a la filosofía, un balón de fútbol.

“Una cosa es hacer los mandados a la madre — llevando a patadas las monedas al mercado— y otra mandar a la madre a los mercaderes del poder”

Construida con sus propias manos — regalo, en 1922, de su esposa Elfride—, Heidegger solía abandonar, en décadas venideras, la “Casa del Pensamiento” —lugar donde surgieron los apuntes de Ser y tiempo y otros documentos importantes, del todo maravillosos— y dirigirse de Todtnauberg a Friburgo o a Messkirch (lugar de su nacimiento), poblaciones cercanas donde la tecnología al uso se materializaba en la cotidianidad del televisor. Martin Heidegger, un nadador y esquiador reconocido, guardó siempre para sí un afable recuerdo de infancia: su pasión por el fútbol.

niño”, escribe el autor de Carta sobre el humanismo. «¿Se trataba acaso del improvisado campo de fútbol de la “Juventud” de Messkirch, en la que el pequeño Martin jugaba como “ala izquierda”?», interroga el asombro de Petzet. ¿Entonces, televisión para qué? Para ver partidos de balompié, desde luego.

El mismo Petzet cuenta la ocasión, en los años 60 del siglo XX, en la que Heidegger le preguntó si los caseros de su vivienda en Friburgo tenían TV y, en caso afirmativo, si podía ver con ellos un partido importante (HSV vs. Barcelona, que se diputaría en Bruselas): “Mi casero, no menos sorprendido, accedió con mucho gusto. La tarde señalada Heidegger llegó y sin timidez ocupó su sitio en el pequeño círculo familiar”, despidiendo al intermediario con el siguiente argumento: “Bueno, Petzet, váyase a su departamento a trabajar, que de fútbol no entiende nada”.

La observación se extiende sobre las páginas de Encuentros y diálogos… como un maravilloso pase de Franz Beckenbauer (de esos que ya no veremos más, porque al “Káiser” se le ha dado por morir): “El director del teatro de Friburgo, Hans-Reinhard Muller, me relató que cierta vez viajando en tren desde Karlsruhe hasta Friburgo, había encontrado Heidegger, que regresaba de una sesión de la Academia en Heidelberg, y se había presentado con él. Con la esperanza de entablar diálogo sobre literatura y teatro, había intentado captar la atención de Heidegger, hablando de su propia actividad en Friburgo; pero fue en vano (no tenía modo de saber que a Heidegger el teatro le era indiferente). En cambio, Heidegger le preguntó si también tenía contacto con la televisión; para explicar su pregunta, aclaró que lo único que le importaba de esa tecnología moderna eran las transmisiones de fútbol, en particular las de partidos internacionales”.

Pero la cosa no quedó ahí: “He de comentarle —insistió el autor de Qué es la filosofía— la admiración que tengo por el futbolista Franz Beckenbauer”.

Wiegand Petzet agrega que Heidegger “hizo una apasionada descripción de su juego, manifestando cuánto lo fascinaban la táctica y el manejo de la pelota del jugador, y ante la estupefacción de su interlocutor, llegó incluso a ensayar una demostración efectiva de tales sutilezas…”

Hay hombres que se aquilatan por lo que han sido; en el caso de Pelé, por la sublimidad de sus danzas escritas y reescritas en las canchas del mundo —un leguaje superior que enseñó a muchos—, por su rectoría humilde de señor sonriente dentro y

En el bello y revelador libro Encuentros y diálogos con Martin Heidegger, 1929-1976 (Katz Editores, 2007), Heinrich Wiegand Petzet —historiador y periodista, antiguo alumno suyo— narra la ocasión en la que el Maestro le envió una postal para la Navidad de 1952: “Muestra una parte al noroeste del castillo donde solía andar mucho de

Ahora que Franz Beckenbauer (1945-2024) ya no está más en el “terreno”, releo la memoria como espectador en el tiempo —sobre todo, aquella final de Copa Mundial de 1974 contra la “Naranja Mecánica” (Países Bajos), en la cual Alemania salió triunfante— y observo que la admiración irrestricta del Mago de Messkirch se justifica en pleno: “La invulnerabilidad genial de Beckenbauer”, esa destreza de eludir jugadores contrarios y realizar lances concisos, falsamente rigurosos, de una exactitud misteriosa —imposibles matemáticamente y poéticamente realizados—, que si uno anula el volumen de la algarabía en la TV y pone a Ludwig van Beethoven a dirigir los pases del número 5, ¡obtenemos la maravillosa Décima Sinfonía del Genio de Boom!

Martin Heidegger, el “Mago de Messkirch” y Franz Beckenbauer, el “Káiser”.
Fotos : Archivo Palabra

Del colapso de la razón a la razón comunicativa

En su reciente obra, Martin Jay lleva a cabo un exhaustivo escrutinio histórico de la noción de la razón. El tema de esta época es la conservación del yo, cuando no existe yo para ser conservado

La razón siempre ha existido, sólo que no siempre de forma racional. Karl Marx

También es por el conocimiento de las verdades necesarias y por sus abstracciones por lo que somos elevados a los “actos reflexivos”, que nos hacen pensar en el llamado Yo, y considerar que esto o aquello se halla en nosotros. Gottfried Leibniz, Monadología*

Entre otros factores, como consecuencia de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), con más de 7 millones de civiles muertos, entre 9 y 10 millones de soldados muertos y unos 20 millones de soldados heridos, así como las pérdidas humanas durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), con el resultado de entre 50 y 70 millones de víctimas, la noción de razón como promesa del progreso y felicidad humana cayó en total descrédito. El mundo fue pasto del escepticismo, del nihilismo e irracionalismo.

Muy lejos de esas tentaciones, el primer filósofo en abordar profunda y sistemáticamente el colapso contemporáneo de la razón con todas sus repercusiones fue Max Horkheimer (1895, Sttutgart, Alemania-1973, Núremberg, Alemania), con sus obras: Crítica de la razón instrumental (1947) y, en colaboración con Theodor W. Adorno (1903, Frankfurt, Alemania-1969, Viège, Valais, Suiza), Dialéctica de la Ilustración (1947).

En su primera obra Max Horkheimer de la primera generación de la Escuela de Frankfurt , aduce que “la enfermedad de la razón tiene sus raíces en su origen, en el deseo del hombre de dominar la naturaleza, y la ‘convalecencia’ depende de una comprensión profunda de la esencia de la enfermedad original, y no de una curación de los síntomas posteriores. La verdadera crítica de la razón descubrirá y expondrá necesariamente las capas más profundas de la civilización e indagará su historia más primitiva. Desde los tiempos en que la razón se convirtió en instrumento de dominio de la naturaleza humana y extrahumana por el hombre esto es, desde sus más tempranos comienzos su propia intención de descubrir la verdad se vio frustrada.” […] “Podría

decirse que la locura colectiva que hoy va ganando terreno, desde los campos de concentración hasta los efectos aparentemente inocuos de la cultura de masas, ya estaba contenida en germen en la primitiva objetivación, en la contemplación calculadora del mundo como presa, que experimentó el primer hombre”.

Nociones de la razón

No obstante, Martin Jay (1944, Nueva York, Nueva York), en su obra La razón después de su eclipse. Sobre la Teoría crítica tardía (2023), lleva a cabo un exhaustivo escrutinio histórico de la noción de la razón, desde los antiguos griegos como Heráclito (535 a. C., Éfeso-475 a. C., Éfeso), Platón (387 a. C., Atenas-347 a. C., Atenas), Aristóteles (384 a. C., Estagira-322 a. C., Calcis), donde se enfatiza la distinción entre las nociones “noéticas” y “dianoéticas de la razón”. En ese sentido, noesis es “la operación mental del nous (mente o inteligencia), que difiere de la mera percepción sensible de un objeto en el mundo, llamada aisthesis. Para Platón, era

Martin Jay.

una función del ‘ojo del alma’, en oposición a los ojos físicos del cuerpo. Identifica semejanzas, proporciones, y contrasta, penetra hasta las esencias debajo de las apariencias, y es capaz de discernir las formas inteligibles inherentes en la realidad”. […] “Algunas veces es entendida como una aprehensión intuitiva de las verdades más profundas negadas al mero conocimiento sensible, verdades que son develadas, traídas a la luz, hechas presentes, antes bien que ser el resultado de análisis, constitución o reflexión.” En contraposición, el pensamiento dianoético “puede apuntalar la episteme científica, el conocimiento en aras de sí mismo; la techne, el conocimiento usado para producir algo; o la phronesis, el conocimiento usado para guiar la conducta. Tiende a ser más analítico que sintético.” Por lo tanto, la “dianoesis está basada en una noción ‘disposicional’ de la razón, en la cual el centro de gravedad no es el mundo objetivo o las formas eternas, sino el sujeto actuante, de modo que la ‘racionalidad’ normalmente pertenece al lenguaje de las personas y las acciones; personas, esto es, que tienen a su disposición la posibilidad de usar la facultad de la razón o la práctica del razonamiento”.

En su incursión, Jay destaca la contribución de Gottfried Wilhelm Leibniz (1646, Leipzig, Alemania-1716, Hannover, Alemania). En su Monadología (1720) Leibniz sostiene que todo nuestro razonamiento se sustenta en dos principios esenciales: el principio de contradicción y el principio de razón suficiente; el primero nos permite fundamentar verdades necesarias, el segundo, verdades contingentes. De esta manera, para Leibniz cualquier suceso contingente, todo hecho específico, contenía una razón causal. Nada sucedía sin un fundamento: “había una razón suficiente incluso en eventos y hechos aparentemente inexplicables y carentes de significado. No solamente categorías generales, sino nombres propios individuales con todas sus experiencias idiosincrásicas estaban racionalmente fundamentados”. No podemos pensar, sostenía Leibniz, un efecto sin una causa posible, aún si no podemos comprenderla de forma inmediata en su correlación con otras.

Del principio de razón suficiente se desprenden tres vectores en la filosofía de Leibniz: 1) El nivel ontológico, como criterio de realidad, en su posibilidad y composibilidad, como un criterio de existencia; 2) El nivel epistemológico, como criterio de objetividad del mundo, a través del cual analizamos el grado de relatividad de nuestras representaciones y configuraciones mentales; 3) El nivel metodológico-científico, como criterio de elección de hipótesis.

“La enfermedad de la razón tiene sus raíces en su origen, en el deseo del hombre de dominar la naturaleza, y la ‘convalecencia’ depende de una comprensión profunda de la esencia de la enfermedad original, y no de una curación de los síntomas posteriores”

La demanda interior de comprender No es sino hasta el advenimiento de la perspectiva dialéctica de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770, Stuttgart-1831, Berlín) que se transforma el centro gravitatorio de la filosofía occidental, de una epistemología filosófica al retorno de una ontología. En Hegel, la contradicción en sí misma no es un error, sino un camino a la verdad. Como bien observa Theodor W. Adorno: “Hegel desconfía profundamente de los argumentos, y con buena razón. Ante todo, porque el dialéctico sabe algo [que Georg Simmel descubrió después]: que cualquier cosa que permanezca como argumentación se expone a refutación. Por esta razón Hegel decepciona necesariamente a cualquiera que busque sus argumentos… El ideal es el pensamiento no-argumentativo”. La búsqueda de la verdad es un proceso lento y gradual “su manifestación es un ‘devenir’ dinámico en vez de un ‘ser’ estático, y la importancia de ‘detenerse en lo negativo’ en vez de saltar a conclusiones inmediatas. En su gráfica metáfora, ‘la verdad no es una moneda de cambio acuñada que pueda ser dada y embolsada como algo ya acabado’. Sin embargo, lo que efectivamente llevó a cabo al desdeñar la argumentación fue suspender las constricciones en contra de la contradicción en la lógica tradicional, al preferir, en cambio, valorizar la contradicción en sí misma como inevitable y como una cualidad ciertamente productiva tanto en la realidad como en el pensamiento por igual.” […] Hegel, en contraste, sustituyó el ‘o lo uno o lo otro’ de la lógica tradicional con la lógica del ‘tanto…como’, e incluyó la contradicción en la verdad en lugar de condenarla como enemiga.” Y finalmente, Hegel concluye, en su Filosofía del Derecho: “Entender aquello que existe es la tarea de la filosofía, pues lo que existe es la razón… Reconocer y saber a la razón como la rosa en la cruz del presente y así gozar el presente, este tipo de consideración racional es la reconciliación con la actualidad

Para Martin Jay, la reflexión crítica más profunda de las bases y límites de la razón en la Ilustración tardía se debe al filósofo Immanuel Kant (1724, Königsberg, Prusia-1804, Königsberg, Prusia) con su obra Crítica de la razón pura (1785), en donde se han detectado 17 usos distintos de la noción de razón, y en su primera edición trazaba las antinomias de sus horizontes cuando afirmaba que “la razón humana tiene un destino peculiar en un tipo de sus cogniciones: está atormentada por cuestiones que no puede descartar, puesto que se postulan por la naturaleza de la razón misma, pero tampoco las puede responder, porque sobrepasan toda habilidad de la razón humana”. A pesar de ello, para Kant la razón humana es por su naturaleza, arquitectónica, y tiende a construir un sistema autocontenido coherente sobre sólidas bases. Además, una de sus innovaciones fue la conjunción de la voluntad con la razón, en el concepto de autonomía o autolegislación, observando que una auténtica moralidad rechaza cualquier tipo de servilismo en las relaciones interhumanas.

que la filosofía provee para aquellos que han recibido la demanda interior de comprender”.

De ahí, al giro copernicano del mundo social como un proceso transformativo más que especulativo, surgió el materialismo histórico de Karl Marx (1818, Tréveris, Prusia-1883, Londres, Inglaterra). A diferencia de sus antecesores, Marx no concebía la razón como un precepto trascendente de imperativo moral o cognitivo que deambulaba ahistóricamente por arriba del mundo objetivo, sino que era inmanente al mundo, engarzada en sus instituciones y sus prácticas socioeconómicas y culturales, más como una dimensión de latente potencialidad que de realización plenamente materializada, como lo expresaba en un carta de 1843 a su colega Arnold Ruge: “La razón siempre ha existido, solo que no siempre en una forma racional. La crítica puede comenzar, por lo tanto, por tomar cualquier forma de conciencia teorética y práctica, y desarrollar desde las formas únicas de realidad existente la verdadera realidad como su norma y meta final. Ahora, en la medida en que está involucrada la vida real, precisamente el Estado político en todas sus formas modernas contiene, incluso donde no está todavía conscientemente imbuido de demandas socialistas, las demandas de la razón. Tampoco se detiene el Estado en ello. El Estado en cualquier lugar presupone que la razón se ha realizado.

Pero precisamente de esta manera entra por todas partes en una contradicción entre su misión ideal y sus presupuestos reales.” En su proyecto emancipatorio, para Marx “la libertad sencillamente significa la extensión de la organización racional del mundo moderno de su dominio técnico de la naturaleza contra prácticas irracionales implicadas en el capitalismo.” Y concluye, en el tercer tomo de El capital: “la libertad en este campo puede sólo consistir en el ser humano socializado, los productores asociados, que regulan racionalmente su intercambio con la naturaleza, poniéndola bajo un control común en lugar de ser gobernados por él como por las fuerzas ciegas de la naturaleza”.

Ya en el siglo XX la Escuela de Frankfurt recupera la crítica de la razón como objetivo inmanente prioritario. En ese sentido, Herbert Marcuse afirma: “La razón es la categoría fundamental del pensamiento filosófico, la única por medio de la cual se ha unido al destino humano. La filosofía quería descubrir los fundamentos últimos y más generales del Ser. Bajo el nombre de la razón se concibe la idea del Ser auténtico en que todas las antítesis significativas (de sujeto y objeto, esencia y apariencia, pensamiento y ser) eran reconciliadas. No obstante, su alcance no fue suficiente, y su declive inevitable por su incapacidad de realizarse en el mundo, como por su característica inherente del concepto mismo. La reflexión crítica de Horkheimer es contundente: “La actual crisis de la razón consiste fundamental mente en el hecho de que el pensamiento, llegado a cierta etapa, o bien ha perdido la facultad de concebir, en general, una objetividad semejante, o bien comenzó a combatirla como una ilusión. Este proceso se extendió paulatinamente, abarcando el contenido objetivo de todo concepto. Finalmente, ninguna realidad en particular puede aparecer per se como racional; vaciadas de su contenido, todas las nociones fundamentales se han convertido en meros envoltorios formales. Al subjetivizarse, la razón también se formaliza.” […] “La crisis de la razón se manifiesta en la crisis del individuo como cuyo agente la razón se ha desarrollado. La ilusión que la filosofía tradicional abrigaba respecto del individuo y de la razón la ilusión de su eternidad está por extinguirse. El individuo concebía otrora a la razón exclusivamente como instrumento del yo. Ahora experimenta la inversión de tal autodivinización del yo. La máquina arrojó al piloto fuera de sí y se precipita a ciegas a través del espacio. En el instante de su perfección la razón se ha vuelto irracional y tonta. El tema de esta época es la conservación del yo, cuando no existe yo para ser conservado”.

Ante el colapso de la razón contemporánea, Jürgen Habermas (1929, Düsseldorf, Alemania), miembro destacado de la segunda generación de la Escuela de Frankfurt, realiza un proceso de restauración del potencial de la razón después de su colapso, que implica el distanciamiento de nociones tradicionales de razón, incluyendo algunas utilizadas por la teoría crítica clásica, a través de 8 operaciones fundamentales:

1.- La desustancialización de la razón: implica la renuncia de una idea enfática de razón objetiva inherente al mundo, sea de forma real o potencial, incluyendo el dogma del principio de razón suficiente.

2.- La detrascendentalización de la razón: la ruptura con una filosofía de la conciencia o mentalismo, que concibe a la razón como inherente a la mente del sujeto cognoscente, así como su congruencia automática con el mundo externo configurado en tal mente.

3.- La lingüistificación de la razón: la competencia comunicativa, razonando no sólo sobre las creencias propias con sus afirmaciones, sino también siendo receptivos a la argumentación de otros: “La detrascendentalización lleva, por un lado, a insertar a los sujetos cognoscentes en los contextos socializantes del mundo de la vida y, por otro lado, al entrelazamiento de la cognición con el discurso y la acción”.

4.- La desublimación de la razón: ubicación concreta de la razón en las prácticas e instituciones del mundo social comprendiendo la racionalización como un proceso continuamente incompleto.

5.- La pluralización de la razón: la búsqueda de una interacción productiva y armónica entre las diversas disyuntivas específicas, así sea la instrumental.

6.- La procedimentalización de la razón: la implicación de protocolos discursivos de razonamiento y argumentación en su aplicación hacia aspectos cognitivos y normativos.

7.- La temporalización de la razón como un proyecto infinito: el rechazo a una razón nostálgica fincada en la recuperación del pasado y la composición de un proyecto regulativo infinito, inacabado en el futuro, mas no utópico.

8.- La narrativización “como sí” de la razón: rechazando una filosofía sustantiva de la historia, se plantea una reconstrucción racional a través de procesos cognitivos de aprendizaje social, que promueven el potencial crítico de la razón en torno a un modelo evolutivo de racionalización permeado de una validez intercultural.

Finalmente, Habermas vislumbra la razón comunicativa en su Teoría social crítica, como opuesta a toda fatalidad y pesimismo histórico. Por lo tanto, “su función más básica no es el mantenimiento del sistema, ni siquiera la solución de problemas locales o inmediatos, sino más bien la imaginación de alternativas radicales al statu quo defectuoso y a las vidas dañadas que produce. La razón comunicativa tiene que diagnosticar el nivel en el que puedan estar las causas radicales de un problema y tener el coraje de contemplar soluciones que trasciendan el contexto normativo inmediato que bloquea a las respuestas fundamentales”.

Acerca de Martin Jay Martin Jay realizó su Licenciatura en Artes, summa cum laude, en el Union College, Nueva York, en 1965 y su doctorado en Historia en la Universidad de Harvard en 1971. Fue profesor asociado de la Universidad de Harvard, 1967-71; profesor asociado de Historia, Universidad de California, Berkeley, 1976-82; miembro asociado sénior del St. Antony’s College, Oxford, 1974-75; profesor visitante en el Collège Internationale de Philosophie, París, en 1985; profesor visitante, Clare Hall, Cambridge, en 1989; profesor Mellon, Seminario para profesores, Universidad de Tulane, en 1990.

Profesor visitante en el Departamento de Ciencias Políticas, Universidad de Delhi, India, en 2012. Profesor distinguido Shinhan, Underwood International College, Universidad Yonsei, Seúl, Corea, en 2013. Actualmente es profesor emérito de Historia Europea de la Cátedra Ehrman, en la Universidad de California en Berkeley.

De su extensa obra se encuentra: La imaginación dialéctica: una historia de la Escuela de Frankfurt y el Instituto de Investigación Social, 1923-50 (1973); ediciones en japonés, español, francés, alemán, italiano, holandés, turco, chino, indonesio, griego, portugués y serbocroata; Marxismo y totalidad: Las aventuras de un concepto desde Lukács hasta Habermas (University of California Press, 1984); edición japonesa; Adorno (Londres, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1984); ediciones en italiano, portugués, esloveno, español, japonés, turco y dos ediciones en chino (RPC y taiwanés); Exilios permanentes: ensayos sobre la migración intelectual de Alemania a Estados Unidos (Nueva York, Columbia University Press, 1985); edición japonesa; Campos de fuerza: entre la historia intelectual y la crítica cultural (Nueva York, Routledge, 1993); edición japonesa; Ojos abatidos: La denigración de la visión en el pensamiento francés del siglo XX (Berkeley, University of California Press, 1993); edición en español; Kracauer l’Exilé  (Paris, Bord de l’eau, 2014); Splinters in your Eyes: Frankfurt School Provocations (London, Verson, 2020); Immanent Critiques: The Frankfurt School Under Pressure (2023).

Entre sus reconocimientos se encuentran: Premio de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, 1996; Premio de Ciencias de la Fundación Aby Warburg, Hamburgo, Alemania 2003; Doctorado honorario en letras humanas, Bard College, mayo de 2018; Premio de la Asociación Histórica Estadounidense a la Distinción Académica (para historiadores destacados por su trayectoria), 2018; Premio de la Sociedad Filosófica Americana, 2019.

Martin Jay, La razón después de su eclipse. Sobre la Teoría Crítica tardía, México, Ed. Universidad Iberoamericana, 2023, 327 páginas. Max Horkheimer, Crítica de la razón instrumental, Tucumán, Ed. Terramar, 2007.

*Gottfried Leibniz, Monadología, Buenos Aires, Ed. Aguilar, 1975.

Elgabinetemágico: cuando el Paraíso es una biblioteca

Buena parte del encanto del libro de Emilio Pascual reside en esa mezcla de revelación y reticencia que mantiene a sus lectores en la duda: este personaje, este título, ¿es verdadero o imaginario?

DPor Alberto Manguel

Escritor y editor argentino-canadiense, autor de Una historia de la lectura

@albertomanguel

espués de argumentar que “todo lo que está escrito en los libros debe haber existido alguna vez en algún cerebro”, Lewis Carroll hizo la siguiente predicción en  Silvia y Bruno: “Llegará un día, si el mundo vive lo suficiente, en que se habrán compuesto todas las melodías posibles, se habrán hecho todos los juegos de palabras posibles y, lo que es peor, ¡se habrán escrito todos los libros posibles! El número de palabras es limitado”. Y concluyó: “En lugar de preguntarse ‘qué libro escribiré’ un autor se preguntará ‘cuál de los libros escribiré’”. Esta predicción implica que el acervo de nuestras bibliotecas no es inacabable. Tanto las combinaciones que nuestra imaginación elucubra como las que las letras del alfabeto permiten, si bien son incalculables no son infinitas. Sin embargo, frente a las bibliotecas que aún podemos imaginar, las bibliotecas ya existentes son nimias: aun, por ejemplo, la Biblioteca Nacional de España que acoge hoy más de 28 millones de obras. Las bibliotecas terrenas, incluso la de la Red, tienen sus límites; las de la imaginación, no.

Audaz pirata de los espacios más allá del horizonte físico, Emilio Pascual ha recogido a lo largo de sus múltiples incursiones literarias un rico botín de bibliotecas que, aunque nadie puede visitar salvo entre las cubiertas de un libro (o para los internautas, en la pantalla), brindan a su público infructuosos deleites comparables a los que siente un lector frente aquellos remotos anaqueles que, si bien visiblemente tentadores, quedarán siempre fuera del alcance de su codiciosa mano. Bajo la enseña de Noli me tangere, Pascual ha reunido un vasto catálogo de estos gabinetes mágicos, unos más conocidos que otros, que existen hechos de palabras, para lectores hechos de la misma alentada materia.

Nemo donde, su creador lo afirma, brillan por su ausencia los libros de economía política. Están, por supuesto, la biblioteca del Quijote famosamente sometida a un auto-dafé por el cura y el barbero; está la biblioteca de la Abadía de San Víctor que visitara antaño Pantagruel; están las íntimas bibliotecas de Emma Bovary, del coronel Koshkariov, de Mr. Shandy. Están las sagaces bibliotecas de Sherlock Holmes, Pepe Carvalho, Salvo Montalbano, y las juveniles de Tom Sawyer, Matilda, David Copperfield. Hay atroces bibliotecas como la del analfabeto Mr. Todd con su esclavo lector, y la del Hombre Sin Atributos en la cual ningún libro puede ser consultado. Hay bibliotecas de un solo libro como la del mayordomo de  La piedra lunar y de todos los libros, como la quizás demasiado célebre Biblioteca de Babel de Borges. Buena parte del encanto de este libro reside en esa mezcla de revelación y reticencia que mantiene a sus lectores en la duda: este personaje, este título, ¿es verdadero o imaginario?

Pero no sólo están aquí bibliotecas más o menos conocidas. Uno de los mayores placeres que brinda este libro, cuyo arquetipo es El libro de los seres imaginarios, es el descubrimiento de maravillas que hasta entonces el lector desconocía. Gran conocedor de la literatura de lengua española entre muchas otras, Pascual incluye en su docto y entretenido volumen bibliotecas soñadas por Eugenio Noel, F. G. Orejas, Manuel Longares, Cristóbal Serra, bibliotecas que yo, en mi ignorancia, no he recorrido y que ahora me he propuesto explorar por mí mismo.

purgarse la excesiva preocupación por los bienes terrenales, bibliográficos u otros, antes de ascender al Paraíso que como Borges mantuvo, y ahora repetimos hasta el cansancio, tiene la forma de una biblioteca.

“Audaz pirata de los espacios más allá del horizonte físico, Emilio Pascual ha recogido a lo largo de sus múltiples incursiones literarias un rico botín de bibliotecas”

Desde la laberíntica biblioteca en la que arderá el último ejemplar del segundo libro de la Poética de Aristóteles (en El nombre de la rosa) hasta la biblioteca submarina del Capitán

Si una falta le encuentro a este espléndido libro es el pudor (por llamarlo así) de su autor. Sus muchas páginas pululan de nombres, pero a menos que el lector sepa si Faustino Materucci o Peter Stillman o Rodrigo Sánchez Arévalo son o no imaginarios, no puede sorprender que sus obras compartan un anaquel con aquellos escritores que los manuales de literatura nos afirman que sí existieron, como San Juan de la Cruz o Gaston Leroux. A pesar del excelente índice y la erudita bibliografía que completan este libro, hay en él numerosas referencias a personajes y obras que no revelan sus fuentes bibliográficas. Tal vez este pecado (si es pecado) de Pascual, de no querer compartir sus secretos de alcoba con los lectores, tendrá que ser confesado en la quinta terraza del Monte Purgatorio donde Dante nos dice (y yo le creo) debe

Sin embargo, buena parte del encanto de este libro reside justamente en esa mezcla de revelación y reticencia que mantiene a sus lectores en la duda: este personaje, este título, ¿es verdadero o imaginario? Sospecho que Pascual se concedió la licencia poética de inventar él mismo alguna biblioteca, algún autor y su correspondiente fuente literaria. Cuando mi Historia de la lectura fue reseñada en Francia por el gran Angelo Rinaldi, después de decir que el libro le había gustado, agregó que lamentaba la ausencia de dos textos fundamentales: la  Correspondencia  del presidente de Brosses y los tratados de Simíaco de Paflagonia, “quien combatió el arianismo,” aclaró Rinaldi, “a golpes de papiro.” Cuando tiempo después le agradecí a Rinaldi su reseña, le confesé que yo había oído hablar del presidente de Brosses, pero nunca de Simíaco de Paflagonia. “No me extraña,” me respondió. “Quería mencionar la ausencia de De Brosses en tu libro y me faltaba un segundo término. Entonces inventé a este Simíaco para completar mi frase. Era una cuestión de estilo”.

Una tragedia americana

¿Qué lectura es la que ofrece el asesinato del ejecutivo consejero Brian Thompson, en New York, en manos de Luigi Mangione?

¿Nos recuerda que las historias de enfermedades, operaciones y seguros médicos en Estados Unidos son historias de terror?

Por Antonio Muñoz Molina Escritor español, académico de número de la Real Academia Española desde 1996. En 2013 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras

@AntonioMuozMol1

Un detalle me llamó la atención al leer las circunstancias en que fue detenido el asesino del consejero delegado de UnitedHealtcare, en un McDonald’s de las afueras de Altoona, en el Estado de Pensilvania. Digo las afueras, pero tratándose de Estados Unidos es un término inútil: en la mayor parte de las ciudades no hay un centro amplio y coherente en torno al cual se hayan extendido. There is no there there, decía Getrude Stein refiriéndose a Los Ángeles. Allí no hay un allí. Todo es una periferia expansiva, espacios repetidos y como prefabricados a lo largo de nudos de carreteras y autopistas, con la presencia permanente de los restaurantes de comida rápida, los drive-through que le permiten a uno

“Alguien reconoció al sospechoso [Luigi Mangione]. Es una imagen exactamente americana: uno de esos clientes solitarios de los McDonald’s o los Starbucks, aunque también se les ve en las bibliotecas públicas, enclaustrados y aislados del mundo bajo una capucha…”

comprarse su hamburguesa o su cubo de pollo refrito o su taco o pizza sin bajarse del coche, iluminados y en funcionamiento las 24 horas del día, brillando como fanales en la distancia hasta en lo más desierto de la noche. En uno de esos McDonald’s alguien reconoció al sospechoso. Es una imagen exactamente americana: uno de esos clientes solitarios de los McDonald’s o los Starbucks, aunque también se les ve en las bibliotecas públicas, enclaustrados y aislados del mundo bajo una capucha, a mil kilómetros de quien tienen al lado, con un portátil delante, muy inclinado sobre él, muchas veces comiendo con distracción y avidez, escarbando la comida en un cuenco desechable con un tenedor de plástico, o con los dedos, una comida

Luigi Mangione, escoltado por un ejército de policías.

que llena el aire de un olor muy fuerte a grasa frita enfriada.

Hay crímenes que son el retrato de un país. Alguien en el McDonald’s alertó a uno de los empleados, que avisó de inmediato a la policía. Lo que llamó mi atención fue un detalle como de pasada: ese empleado de McDonald’s era “de avanzada edad”. Y me vino el recuerdo de un viaje en coche hace más de 30 años, por el Estado de Pensilvania, a través de montes boscosos en la grisura del invierno, cruzando paisajes de ruinas industriales ganadas por el óxido y la maleza, parques de viejas caravanas dispersas entre los árboles o agrupadas en claros de bosque, rodeadas de basura y desechos. Llevábamos horas viajando y buscábamos algún sitio dónde parar a comer algo, pero era domingo y en los pueblos más o menos habitados por los que pasábamos había iglesias abiertas de par en par, pero ningún restaurante o diner que no las tuviera cerradas. Ya hambrientos y con más horas de carretera por delante, nos resignamos a comer en un McDonald’s. Parecía más grande porque no había nadie más que nosotros. Todos los empleados, con sus gorritas y mandiles adornados con el logo risueño de la compañía, eran ancianos. Llevaban con manos artríticas y ligeramente temblorosas los vasos enormes de Coca-Cola. Algunos arrastraban los pies mientras barrían el suelo o recogían bandejas con desperdicios. El profesor que me acompañaba me explicó que con el hundimiento de la industria del acero en toda la región habían desaparecido los empleos seguros, y que muchas pensiones eran tan escasas que los jubilados se veían forzados a ocupar los trabajos peores, en cadenas de comida basura o supermercados. Ahora muchos de esos viejos trabajan en almacenes gigantes de Amazon, y tienen que llevar pañales, porque el algoritmo que vigila su rendimiento cuenta las veces que van al baño y el tiempo que pasan allí.

Teóricamente, esos viejos, como todos los mayores de 65 años, tienen derecho a la cobertura sanitaria del programa Medicare, que fue una de las grandes conquistas de los gobiernos demócratas de los años sesenta. Pero en vez de un sistema público de asistencia directa universal, como los que rigen en Europa, lo que hay en Estados Unidos es un monopolio de las compañías de seguros, que son las que canalizan como intermediarias los servicios médicos. Lo que se llama libre empresa suele ser el acaparamiento del dinero público en beneficio de

quienes tienen todo el poder necesario para adaptar las leyes a sus intereses y comprar a los encargados de administrarlas. El Gobierno de Estados Unidos paga a las aseguradoras una tarifa plana por cada posible beneficiario de Medicare. Cuantos más pagos y servicios las empresas escatimen a los enfermos, mayor será el margen de beneficio. Es el mismo principio de despiadada rentabilidad que usan las empresas concesionarias de las prisiones privadas, que han multiplicado su valor en Bolsa desde el triunfo de Trump, previendo la oportunidad de negocio de los millones de emigrantes irregulares que serán detenidos para su deportación. Cuantos más presos haya, y más condenas largas, y más se pueda ahorrar en su alimentación y su salud, mejor será la cuenta de resultados.

“No hay anuncios más poéticos en la televisión de Estados Unidos que los de las corporaciones de servicios de salud: niños y niñas de piel oscura o de ojos rasgados flotando a cámara lenta, abuelos y abuelas entrañables de pelo blanco luminoso, agitados por la brisa del mar, descalzos por la orilla, con los pantalones remangados”

La pobreza, la enfermedad y la exasperación son minas de oro más rentables que las minas de litio y de coltán y que los yacimientos de petróleo. Me he entretenido en buscar la página web de UnitedHealthcare y está llena de imágenes de familias jóvenes adecuadamente polirraciales y felices, y de parejas de esos jubilados saludables que también abundan en los anuncios de los bancos y de las agencias de viajes. “Somos una compañía de servicios de salud y bienestar que tie-

ne como misión ayudar a la gente a vivir vidas más saludables”. En 2023, UnitedHealthcare tuvo unos ingresos de 281 mil millones de dólares, extraídos principalmente del sufrimiento y la angustia de 50 millones de personas. Brian Thompson, el jefe ejecutivo asesinado, había logrado, en sólo los últimos cuatro años, subir los beneficios netos de la compañía de 12 mil a 16 mil millones de dólares. Algo tendrá que ver esa prosperidad con el dato de que UnitedHealthcare posee el récord de reclamaciones de pagos de pacientes rechazadas. A las legiones de abogados especialistas en denegar o retrasar indefinidamente compensaciones legítimas o servicios sanitarios de vida o muerte se unen ahora los algoritmos que cumplen con mucha más eficacia y ahorro esa tarea. Las historias de enfermedades, operaciones y seguros en Estados Unidos son historias de terror. Un hombre se rompe una pierna, lo operan, pasa cuatro días en el hospital, luego 11 en una residencia, porque aún no puede moverse. Al quinto día, el seguro ya se le ha agotado y lo echan del hospital, y muere cuatro días después en un albergue de indigentes. Otra compañía de nombre ensoñador, Anthem Blue Cross Blue Shield, se ha hecho célebre por un algoritmo que determina el tiempo máximo de anestesia en una operación que queda cubierto por el seguro. En Nueva York, en los barrios más pobres, se ven con frecuencia personas con un pie amputado: padecen diabetes B, la causada por una alimentación insalubre, y si les hubieran curado a tiempo las llagas que por culpa de esa enfermedad se forman en la planta del pie, habrían podido conservarlo. Pero una cura preventiva deja mucho menos margen de beneficio a la aseguradora que una amputación.

Esa es la sanidad en manos privadas. No hay anuncios más poéticos en la televisión de Estados Unidos que los de las corporaciones de servicios de salud: niños y niñas de piel oscura o de ojos rasgados flotando a cámara lenta, abuelos y abuelas entrañables de pelo blanco luminoso, agitados por la brisa del mar, descalzos por la orilla, con los pantalones remangados. Ese tipo de anuncios abunda cada vez más en España, al calor del perverso deterioro de la sanidad pública que alientan grandes defensores de la libertad como Isabel Díaz Ayuso (presidenta de la Comunidad de Madrid) y los grupos de presión que actúan a su sombra. No sé si nos damos cuenta plenamente de lo que está en juego. No quiero que en mi país (España) haya gente que sufra y muera para que se enriquezcan más lo que ya lo tienen todo. No quiero ver a abuelos o abuelas españoles sirviendo en un McDonald’s.

*Texto publicado en el periódico El País.

La sonrisa de Luigi Mangione, emblema de justicia contra las depredadoras compañías de seguros.

HPor Enrique González Orozco Tijuanense en Ensenada. Historiador. Escritor y filósofo en construcción enriquegonoro@gmail.com

abía quedado dormido sin darme cuenta. La aparente confianza con la que uno se deja navegar por sobre la cama después del amor me tenía atrapado. Siento un pequeño cosquilleo en la parte trasera de mi cabeza y mis cabellos caer por encima de las orejas. Ya es de día y no hay nadie a mi lado. El cuarto blanco, como lo recordaba. Después de observar la hora bajo de la cama, me enjuago apenas la cara y salgo apresurado a la calle, sólo tomando un cuaderno y un par de plumas y un lápiz.

El día era naranja, era como una tarde de agosto. Las nubes teñidas del rosa de tus labios que no pude tener. Caminé, subí algunas calles para tomar el camión que me dejaría cerca del trabajo. Durante el camino observaba y sentía la misma serenidad con la que una noche antes había caído en un sueño profundo, caminaba con la misma sensación; el agitar de mis brazos al caminar era como si la gravedad se manifestara en contrasentido.

El ensimismamiento del placer de caminar por las calles solitarias casi me hace pasar por desapercibido este detalle. Tal vez fuera domingo, eso lo explicaría, pero en mi reloj biológico —que, sin pretensión de presumir, tenía una exactitud tremenda— estaba seguro de que era jueves. Sin parar a reflexionarlo seguí caminando, pues el reloj me había advertido momentos antes que iba demorado.

Vestía la camisa azul que tanto te gusta, la misma que con ocasión de verte había utilizando ayer. “Me gusta verte de azul” comentaste la primera vez que me viste con una prenda idéntica a ella, cuando aún éramos niños, no estoy seguro cuántos años han pasado ya. Casi inconscientemente, poco a poco, mi clóset se comenzó a teñir de ese color: camisas de rayas, a cuadros y algunas hawaianas con ese color predominante. Meses antes comencé a sentir una cierta aversión por esas prendas y poco a poco las fui dejando olvidadas en un rincón del clóset y después en

AZUL

cajas que habían quedado en casa de mis padres después de mudarme:

¿Cuándo vendrás por ellas? —a veces me preguntaba mi madre— Aquí está una que te compré y te gustaba mucho. Entre esto y que mi padre necesitaba el espacio para su taller, liberar espacio en aquella casa tan pequeña —o así me parecía— era necesario para ellos.

Esperé el camión alrededor de unos veinte minutos, hasta que vi pasar la primera alma, que se dirigió hacia donde yo estaba parado. El hombre que, por su bajeza no lo parecía, se dirigió hacia mí:

—Eh morro, ¿estás esperando el camión? — me preguntó, con un tono como de ebriedad.

—Simón —le respondí.

guió su camino, dando pasos únicamente con su pierna derecha y arrastrando la izquierda.

—¡Gracias! —le repliqué.

“El día era naranja, era como una tarde de agosto. Las nubes teñidas del rosa de tus labios que no pude tener”

—Mejor ni esperes, hoy no van a haber —me dijo y si-

El sujeto me parecía familiar, pero era común, gran parte de estos deambulaban y pernoctaban cerca del departamento en que vivía. Al pasar frente a mí desprendió un olor como si no hubiera tomado un baño en semanas, además de una mezcolanza entre orina y alcohol quirúrgico. “Genial”, pensé, “si no hay transporte ahora tengo una excusa del por qué llegaría tarde ese día al trabajo”, entonces comencé a caminar hacia el museo, que no se encontraba tan lejos de donde ya estaba, quizá a unos veinticinco minutos.

El indigente que antes me había advertido caminaba delante de mí, a pesar de que este careciera de una perfecta motricidad caminaba más rápido que yo, me llevaba quizá unos diez pasos por delante. No me importó, pero

me parecía extraño y curioso, pues yo estaba en perfectas condiciones comparado con él, que se notaba además de lo feo y descuidado, que no había comido en días. Después de pasar algunas calles, el olor del sujeto, que dejaba tras de sí, había desaparecido.

Al caminar me había olvidado ya de todo, sólo estaba concentrado en la pierna del sujeto frente a mí… ¿Qué le habrá ocurrido? ¿Un atropello al querer cruzar el canal? ¿Gangrena? ¿Una simple torcedura? Como si hubiera escuchado mis pensamientos el indigente volteó, y con un gesto de miedo ante mi persona dio un grito, sorprendido apresuró el paso. Al llegar a una intersección, el hombrecillo en calidad de antihumano se paró, esperando que el semáforo cambiara de color y le diera el paso. Llegué al semáforo, que aún no cambiaba de color y le hablé:

hacía con mayor rapidez, al punto que alcancé al sujeto y lo jalé del brazo, desapareciendo en ese momento.

Con un nudo en la garganta, más por el miedo que por el paradero del hombrecillo. Te busqué en el cielo, en las nubes teñidas de rosa, pero ahora sólo había humo, humo negro inodoro, que apenas se distinguía de la noche tan oscura. Ya con el control de mis pasos caminé hacia el museo para cerrarlo, o abrirlo, daba igual, simplemente necesitaba llegar a mi destino, ya que para este punto del camino había perdido el propósito.

“Me acerqué a la ventana que da a la calle séptima y comencé a ver el pasar de patrullas, sonidos de disparos, no me sorprendió y regresé a mi cama”

—Oye, ¿estás bien? —le pregunté— ¿Ya desayunaste?

Pero el sujeto me ignoraba. Volví a hacerle las mismas preguntas, pero sólo cruzó la calle hacia el Este. Lo seguí. Mi camino aún debía continuar al Norte, pero algo que no puedo describir me hizo girar a seguirlo, ahora era consciente de que lo seguía y no podía dejar de hacerlo, mi cuerpo había dejado de obedecerme.

En lugar de amanecer, el cielo había comenzado a oscurecer y el Sol desapareció junto conmigo. Mis brazos comenzaron a pesar, como si las plumas y el cuaderno fueran otra cosa. Cada paso era más difícil, pero extrañamente lo

En el transcurso comencé a sentir un vacío en mi estómago, pues el día anterior sólo habíamos cenado una porción de pasta con pan, eso sumado al desvelo y a mi caminata actual. Entré a la primera tienda que vi abierta, por lo menos en apariencia; las luces estaban prendidas, aunque en mal estado, parpadeaban intermitentemente. Llegué y esperé en la puerta hasta ser atendido. Nadie se acercó, por lo que después de intentar forzar la puerta resolví romper el cristal. Tomé una manzana y, al no haber nadie para cobrarme, me dispuse a seguir mi camino, pero en ese momento te vi detrás de los refrigeradores.

Llevabas el vestido rojo con puntos blancos que alguna vez te dije que me gustaba tanto, lucías diferente que la noche anterior, llevabas el cabello más oscuro, más largo. Me gritaste Te amo y yo no supe que hacer, después estábamos en el museo donde trabajo, cinco años atrás, cuando ya te-

nía camisas azules y tus labios aún eran rosas. Salimos del museo y como era costumbre en ti me paseaste por toda la noche por las calles del centro. Debías embriagarme desde la tarde en licor para bailar, con tus besos me sostenías y con tus manos me besabas:

—Ya me tengo que ir —te decía, y riendo me respondías.

—Acompáñame a mi casa.

Y cada semana de la misma manera amanecíamos juntos, yo apresurado al trabajo y tú sobre la cama aún dormida. Era normal que después de esas noches no me vieras más hasta la siguiente semana, pero también pasabas a buscarme —en ocasiones— mientras trabajaba o pasabas en tu auto a mi hora de salida.

Por un momento el silencio que desde casa existía desapareció por sirenas, así como por el estallido de luces que alumbraron brevemente mis pasos al llegar al museo y darme cuenta que sólo quedaban algunas paredes aún erigidas. El museo se veía reducido a escombros, podía identificar algunas piezas entre el polvo y las piedras. Frente a una de las paredes aún en pie estaba tu pieza favorita y tú frente a ella. Cuando me sentiste, sin voltear a verme, me dijiste lo que en repetidas ocasiones desde hace tantos años. Desconcertado caminé a casa.

—Buenas noches —saludé a los indigentes que viven en la banqueta del edificio y abrí la puerta de vidrio.

Comencé a subir la antigua y estrecha escalera, esquivando las partes que estaban rotas ya, entre las sucias paredes de color blanco que evitaba tocar, de esta manera llegué al sucio cuarto en el que vivía. Me acerqué a la ventana que da a la calle séptima y comencé a ver el pasar de patrullas, sonidos de disparos, no me sorprendió y regresé a mi cama. Pocos momentos después escuché el rechinado de las escaleras y de ellas salió mi padre. Dijo que estaba cerca de mi casa y pasó a saludarme, a ver cómo estaba.

—Aproveché y te traje esta caja que habías olvidado en la casa.

Dejó la caja sobre la mesa, hicimos un espacio en ella para beber una taza de café. Estuvimos platicando por unas cuantas horas y después, cuando ya no había ruido en la calle, se fue. Observé cómo tomaba el acceso a la carretera que dirige hacia casa de mis padres, después procedí a lanzar la caja por la ventana.

Intenté buscar la luna en el cielo y no estaba ahí, tampoco los indigentes al pie de los departamentos. Después me hablaste y regresé contigo a la cama, te abracé por la cintura y comenzaste a acariciarme el rostro hasta quedarme dormido.

Fotos: Cortesía

La palabra mediocre

Alejados de los romanos, ya no valoramos la expresión “aurea mediocritas” [dorada medianía] y nos conformamos con lo que la Real Academia dice: mediocre es ser “de poco mérito, tirando a malo”

SPor Martín Caparrós Escritor y periodista argentino, autor de El hambre y Ñamérica @martin_caparros

í, está claro: todas lo son y ninguna lo es. Pero yo no quería hablar de la palabra mediocre sino de la palabra mediocre. Es el problema de los adjetivos, que enseguida se desparraman y manchan todo; es el peligro de los adjetivos.

Ahora, mediocres como somos, parece mentira que haya habido tiempos en que la mediocridad era un valor que se buscaba y proclamaba. Los romanos tenían una expresión que nos suena a oxímoron o contrasentido: aurea mediocritas, dorada medianía. Estar en el medio, en el promedio, lejos de los extremos, sonaba bien, se fomentaba. Ahora, en cambio, la Academia dice que ser mediocre es ser “de poco mérito, tirando a malo”. (Uno pensaría que los señores académicos no tiran, ni a malo ni a bueno, pero sabemos que uno es mejor cuando no piensa.)

En cualquier caso la palabra mediocre se ha vuelto decisiva: es casi el nombre de los tiempos. Es feo decirlo, es feo incluso pensarlo: somos muy mediocres. En el sentido más vulgar, más mediocre: no solemos hacer bien eso que hacemos. Mis ejemplos también son mediocres. En estos meses, desdichas varias me llevaron a un contacto aumentado con médicos, mecánicos, electricistas, dentistas y otros profesionales del arreglo: en casi todos los casos, con resultados más bien malos, con errores notorios, con fallos que la intervención del siguiente especialista dejaba al descubierto.

tocado éste tan malo, tengo que controlar mejor con quién trabajo, a quién me entrego. Lo cual parte de la idea de que los que no lo hacen bien son unos pocos, la excepción que confirma que no tengo suerte. Hasta que, de pronto, creí que había entendido algo: casi todos hacemos las cosas más o menos mal.

Aquí vuelvo a uno de mis terrores habituales: cada vez que veo a un periodista —un escritor— que interpone una coma entre un sujeto y su verbo, pienso en el neurólogo o la cardióloga que tengo que visitar en esos días. Pienso: ¿por qué creer que si tantos periodistas, digamos, escritores, son incapaces de redactar en castellano, los médicos o los ingenieros van a ser más capaces de curar o proyectar como se debe?

No lo son, pero es duro aceptarlo y antipático decirlo: la gran mayoría de las personas hacemos lo que hacemos módicamente mal. Por lo cual bajamos nuestras expectativas y consideramos que esa forma de hacerlo es la normal, y la damos por buena: aurea mediocritas. Nos resignamos a la mediocridad sin decirlo, pretendiendo que esa mediocridad es la excelencia a la que aspiramos.

“Hacemos las cosas más o menos y nos lo toleramos. A veces detestamos a un político por ello o demandamos a un médico por ello o repudiamos a un cocinero por ello, pero no queremos o podemos aceptar que el problema es común”

Nos acostumbramos a ese nivel — bajo— de calidad y se nos descascaran las paredes o perdemos plata en un negocio o nos morimos antes. Y en cada caso, cuando lo revisamos, vemos que se podría haber hecho de otra forma, mejor, más eficiente, pero no se hizo.

¿Porque tenemos ideas tan sobrevaloradas de nosotros mismos y nuestras sociedades que, por comparación, tododo nos resulta mediocre?

Entonces la queja habitual era por qué me habrá

¿Porque la persona a cargo está cansada, sobrepasada, aburrida, desinteresada? ¿Porque no hay suficientes incentivos para hacer las cosas realmente bien? ¿Porque los que las hacen regular al fin y al cabo sobreviven tranquilos y se derrochan menos? ¿Porque no sabríamos cómo querer que las hicieran? ¿Porque no vale la pena si total nadie lo aprecia? ¿Porque no vale la pena si total esto es así?

Por lo que sea: hacemos las cosas más o menos y nos lo toleramos. A veces detestamos a un político por ello o demandamos a un médico por ello o repudiamos a un cocinero por ello, pero no queremos o podemos aceptar que el problema es común, general: también a esto nos hemos adaptado. Y si alguien se pone pesado con tratar de superar esa medianía lo tratarán de soberbio y fatuo y tratarán de hundirlo —así los más podrán seguir tranquilos. Que la mediocridad, al fin y al cabo, es la forma más cómoda de la resignación, y vivimos tiempos resignados. Tiempos, se diría, muy mediocres —si el adjetivo no sonara, a veces, demasiado optimista.

Diálogos filosóficos

Con el fin de acercar la filosofía a los lugares de concurrencia social, el doctor Noé Canseco llevó a su público por un viaje que fue de Parménides a Heidegger, pasando por Sócrates, Platón, Aristóteles, Hegel, Kant, Marx y Nietzsche

La tarde del sábado 21 de diciembre, del ya pasado 2024, se llevó a cabo la primera edición de “Diálogos filosóficos”, con el tema “Hablemos del conocimiento”, presentada por el doctor Noé Canseco —filósofo y docente de formación— quien interactuó ante un nutrido público de interesados, favoreciendo las pasiones del espíritu y ofreciendo senderos a las inquietudes del saber.

Una charla y un intercambio de diálogos desenfadados —con revuelos de franqueza y el carácter necesario—, la cual dio inicio con la cálida salutación de Aideé Agúndez (“Lu”, Lucy Heart), quien invitó a la concurrencia a extraer luz a través de

“Con la participación de una voluntaria, la dramatización del proceder interrogatorio recaudó el saber ejemplar para el entendimiento del que alguna vez fue acusado de corromper a las juventudes griegas”

cavar con las palabras en la mina del diálogo y las interrogantes, y que, en el acogedor “Tenebra Café” (Carretera Transpeninsular 1-897, Valle Dorado) nos llevó en un viaje por el tiempo antiguo, de Parménides a Heidegger, pasando por Sócrates, Platón, Aristóteles, Hegel, Kant, Marx y Nietzsche... En un acercamiento a Sócrates, el profesor Canseco recreó el proceso de la “mayéutica”, método basado en preguntas cotínuas con que el filósofo de Atenas va haciendo que el discípulo descubra sus saberes. Con la participación de una voluntaria, la dramatización del proceso interrogatorio recaudó el saber ejemplar para el entendimiento del que alguna vez fue acusado de corromper a las juventudes griegas.

Hija de su tiempo, la “mayéutica” griega de

Sócrates fue de corte oriental, como todo designio en manos de su madre —Fenáreta, partera de profesión—, porque símbolo en sánscrito significa “dar a luz”. En el parto de los sentidos del “Tábano de Atenas”, el “místico” de espaldas anchas, Platón, encuentra la alegoría de su iluminación: escapar de la cueva, salir, ver el Sol, abandonar, nacer…

Tan necesarios estos saberes —completamente gratuitos—, como cuando el filósofo Alexandre Kojève sentencia: “Comprendí que algo había pasado en Grecia, hace ya 25 siglos, y que ésa era la fuente y la llave de todo. Allí fue pronunciado el comienzo de la frase…”

El proyecto “Diálogos filosóficos” continuará con su cometido: sacar la filosofía de la comodidad anodina de las instituciones educativas o de gobierno. ¡Enhorabuena!

El profesor Noé Canseco y su voluntaria (ojos vendados) en la recreación del método socrático.
Aideé Agúndez (“Lu”, Lucy Heart), invitó a la concurrencia —como promotora de “Diálogos filosóficos”— a extraer luz a través de cavar con las palabras en la mina del diálogo y las interrogantes.
Fotos: Archivo

Línea de producción

Desde el rinconcito hogareño, catorce libros publicados, varios cientos o miles de columnas, artículos y posts; también cientos de miles de párrafos de albañilería escritural o escritura chamba

SPor Daniel Salinas Basave

Ensayista y periodista. Reside en Tijuana desde 1999. Autor de Juglares del bordo, El lobo en su hora y Bajo la luz de una estrella muerta danibasave@hotmail.com

i yo fuera una fábrica (y en cierta forma lo soy) este espacio sería el equivalente a la línea de producción de la maquila. De este pequeño y catastrófico rinconcito hogareño ha brotado todo lo que he producido en los últimos doce años. Desde diciembre de 2012 esta ha sido mi única oficina. No tengo ni he tenido otra. Con excepción de lo que llego a escribir en hoteles, cafés o aeropuertos, puedo decir que aquí se ha generado el 97% de mi trabajo.

De aquí han emergido catorce libros publicados, varios cientos o miles de columnas, artículos y posts como este y también cientos de miles de párrafos de albañilería escritural o escritura chamba y toneladas de textos vertidos a mano o en teclado que a la fecha no se publican y tal vez no se publiquen nunca.

En estos doce años he cambiado una vez de silla, he usado cuatro laptops distintas, varias decenas de libretas y cientos de plumas,  pero mi colocación no se ha alterado. Siempre estoy sentado en la misma orientación, en la cabecera oeste de la mesa, de espaldas al patio mirando hacia la sala, de frente al amanecer y de espaldas al atardecer. Cuando irrumpe el alba las sombras se proyectan caprichosas en las cortinas blancas. Cambia la decoración de mi entorno pero no mi posición. Por ejemplo, en este momento atrás de mí hay unos renos iluminados y enfrente un hermoso pino. Muy a menudo suele haber un ramo de flores de temporada a unos centímetros de la laptop y casi en todo momento hay junto a mí una taza, siempre la misma, pepenada en República Checa hace veinte años. La taza suele ser sustituida por un vaso al caer la tarde-noche.

ra suele ser acompañada por un partido de la Champions que miro de reojo en el iPad. Algunas mañanas de sábado un partido de Premier League (mientras esto escribo se juega Nottingham Forest vs Aston Villa, es decir, Robin Hood vs Black Sabbath).

Llevamos 21 años viviendo en esta casa, pero la primera vez que este sitio fue utilizado como verdadera línea de producción fue en el verano de 2010. Cuando amaneció el 5 de julio de ese año, me di cuenta que ese era el primer lunes de mi vida adulta en que no tenía que presentarme a trabajar en algún lugar. Ikercho tenía ocho meses de edad y acababa de descubrir la liberadora sensación de recorrer su mundo en andadera. Entonces empecé a escribir Réquiem por Gutenberg y a confeccionar Mitos del Bicentenario. Entonces empezaron a pasar cosas. La lava escritural brotó en incontrolable erupción. Volví a tener una oficina externa de septiembre de 2010 a noviembre de 2012. Después retorné a ocupar mi sitio en el comedor y desde entonces no me he movido de aquí.

Cierto, concedo que yo no he puesto de mi parte para que este sea un sitio más ordenado. Como dice Fito: “yo prefiero siempre un poco de caos”.  A un costado de la silla hay un baúl de madera sobre el que reposa un amasijo de unos 50 libros (y dentro del baúl yace un centenar más). Junto a los libros hay fotografías, varias decenas de plumas, lápices y colores (Pilot G-2 mis favoritas) y chuchulucos diversos inclasificables.

“Obvia decir que Marie Kondo odiaría a muerte esta catarsis del caos antiminimalista”

Obvia decir que Marie Kondo odiaría a muerte esta catarsis del caos antiminimalista. Cuando caigo en atasques escriturales o vías muertas donde descarrilla la creatividad, tiendo a pensar que un  cambio me vendría bien, que bastaría con  sentarme en otra silla, con mirar al patio y darle la espalda a la sala, pero esos golpes de timón nunca prosperan e irremediablemente vuelvo a sentarme en el mismo sitio.

secuencia de diapositivas en donde contemplo la vida entera transcurrir en este exacto sitio el mundo. Amaneceres, crespúsculos, madrugadas. Ikercho en andador e Ikercho quinceañero. Del invierno al verano, del café al whisky, de lunes a diciembre y las mañanas que arrastran su sábana de nubes, diría Ortega y el río de palabras sin dejar de fluir, a veces en plan de mustio arroyito y otros de soberbia catarata. Palabras y la canija vida que se va.

Algunas mañanas de martes y miércoles la escritu-

A veces pienso en el ojo de una deidad mirándome envejecer en cámara rápida, una desquiciada

Un día escribí aquí mi primer párrafo y un día escribiré el último y el ojo o las diapositivas de la fisgona deidad mirarán un sitio vacío. Tal vez otras personas habitarán esta casa o será demolida como demolieron la casa de mi abuelo y como al final todo es demolido y el río de palabras será ceniza náufraga, furtivo espectro en el gran desierto digital, el olvido antes del olvido.

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