Literatura bajacaliforniana: prejuicios, negaciones, orfandades y críticas
SEPTIEMBRE 2023 | NÚMERO 22
Fotografía: Gerardo Montiel Klint: Weltschmerz: el mundo real no puede satisfacer los anhelos del espíritu II. De la serie: Finlandia . Baja California / 2020
Por Gabriel Trujillo
Muñoz
Educación y Cultura
En tiempos electorales, los temas de Educación y Cultura tienden a despertar cierto interés en Ensenada, por ello son retomados por las y los contendientes, mas no necesariamente se encuentran obligados a satisfacer posturas de grupo o, sin escapar del orden social, a ser consecuentes a inclinaciones de orden político.
Y ello habla del respeto a la diversidad, a la coincidencia y a la inclusión, seguido de un sostenido estímulo a las energías creadoras.
Al no ignorarlas, encasillándolas en la insatisfacción y el descontento, se ofrece la posibilidad concreta de fortalecerlas, tanto en la imaginación como en el presupuesto destinado para su fomento, y ligarlas así íntimamente a nuestra práctica humanitaria.
Si el valor de la Educación se encuentra sustentado por la imaginación del Arte, principio de paridad que transforma a la Cultura en una virtud, la responsabilidad (las y los responsables) artística (os) e intelectual (es), de gestión y administración cultural de Ensenada, debe (n) atender sus obligaciones y, a la par, cumplir con sus responsabilidades: al ofrecerle sentido a las instituciones que conforman, aseguramos lo que debe ganar la sociedad venciendo contradicciones y resolviendo conflictos.
Ninguna fuerza de voluntad, solitaria y ensimismada, romántica y arrogante, encumbrada en una facción, o en una ficción beligerante o disidente, es capaz de realizar aquello que en concierto logra la unidad.
R.S.
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Fotografía
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Literatura bajacaliforniana: prejuicios, negaciones, orfandades y críticas / Gabriel Trujillo Muñoz
Literatura en el puerto / Óscar Ángeles Reyes
La cabeza de mi padre / Elizabeth Cazessús
La nueva perspectiva de Gilles Deleuze y Félix Guattari / Fernando Mancillas Treviño
Finlandia. Gerardo Montiel Klint: el explorador de sí mismo / Enrique Botello
La Ensenada que tanto “amó” Ferlinghetti / Rael Salvador
págs. 3 a 8
pág. 9
págs. 10 y 11
págs. 12 y 13
págs. 14 y 15
págs. 16 y 17
La última cabalgata de Cormac McCarthy / Daniel Salinas Basave pág. 18
Tijuana Café-Bar en el Popayán de provoKTapia / Eduardo Cruz Vázquez pág. 19
Desamor entre hermanos / Alberto Manguel
págs. 20 y 21
Wittgenstein: reflexiones en el laberinto del lenguaje y la vida / Eric Rodríguez Ochoa págs. 22 y 23
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2 Septiembre 2023 / Número 22
Literatura bajacaliforniana: prejuicios, negaciones, orfandades y críticas
Son tres las épocas que conforman la historia de la literatura en Baja California: la época indígena, la misional y la contemporánea (...) La época contemporánea da inicio a mediados del siglo XIX, cuando nos convertimos en frontera con los Estados Unidos.
Aquí da comienzo una literatura escrita por residentes nativos y foráneos que se asentaron en la parte norte peninsular
POR GABRIEL TRUJILLO MUÑOZ*
Hace poco me encontré leyendo una revista dedicada a ensalzar la figura del periodista Patricio Bayardo (Jalisco, 1941 - Tijuana, 2020). En ella, entre los textos de alabanza de algún miembro de su partido confesional, había un par de artículos que intentaban dilucidar sus contribuciones a la crítica literaria de nuestro estado, pero sin hacer demasiada crítica a su obra por las circunstancias de su cercano deceso y porque la revista Arquetipos había sido fundada por el propio homenajeado. Encontré, en aquel ejemplar, una cierta genealogía de cómo se fue creando una narrativa oficial de la historia literaria de nuestra entidad y decidí confrontar tal discurso negacionista desde sus orígenes hasta la actualidad. Los orígenes, desde luego, vienen del primer texto dedicado a “investigar” sobre nuestras artes literarias y donde su autor, Patricio Bayardo, acabó afirmando que no había nada importante que destacar sobre las letras bajacalifornianas hasta tiempos muy recientes. El artículo se tituló “En busca de la literatura de Baja California”, escrito hacia 1977 y publicado en la revista Entorno en 1981. De este ensayo, Humberto Félix Berumen ha dicho que fue “el primer documento fundador de la historiografía literaria de Baja California”, el cual contaba con “varias y notables limitaciones”, sobre todo porque no tenía la ambición de ser “un trabajo de mayor envergadura”, ni pretendía ser “la elaboración de una historia general”, ni contaba con una “perspectiva histórica”. Para Humberto, los juicios adversos del ensayo de Bayardo se debían a que éste no tenía material suficiente en obras publicadas para poder hacer, en forma cronológica, tal recuento y, especialmente, para ejercer un juicio de valor. Pero eso fue exactamente lo que don Patricio hizo: enjuiciar el desarrollo de la historia literaria de Baja California sin hacer
una mínima investigación al respecto. Más una columna de comentarios personales que un recuento en forma, su ensayo quedó para la posteridad en unas cuantas y temerarias afirmaciones desde su purismo nacionalista:
1.- “En Baja California no hemos tenido tradición literaria”.
2.- “En ausencia de una crónica, reseña o boceto histórico de la literatura en Baja California que está por escribirse nuestro repaso se inicia en la década de los años cincuenta”.
3.- Baja California es “una tierra donde la literatura se hace al azar”.
Las conclusiones a las que llegaba Patricio Bayardo es que la producción literaria bajacaliforniana era mayoritariamente de baja calidad y estaba hecha por autores aficionados, de poco calado intelectual. Por ello, las obras de las que tanto se enorgullecía su propia generación la de los escritores e intelectuales de la Californidad no eran obras dignas de consideración y, por lo mismo, la literatura de nuestro estado,
en el horizonte de 1977-1981, carecía de un corpus significativo como para llegar a ser una literatura a tomarse en cuenta. Las letras de Baja California como una promesa antes que como una tradición. Era, por supuesto, la opinión de un periodista que prefería negar la existencia de nuestras letras en vez de ponerse a investigar en serio sobre sus autores. Pues si Bayardo vivía en la entidad desde dos décadas atrás y su ensayo lo escribió en el segundo lustro de la década de los años setenta del siglo pasado, ¿por qué entonces no entrevistó a los escritores de anteriores generaciones que aún vivían por aquel entonces para conocer mejor el tema a tratar? Pienso en gente que le pudo ayudar en su indagación como Francisco Bernal, Joaquín Aguilar Robles, Pedro F. Pérez y Ramírez, Miguel Ángel Millán Peraza, Olga Vicenta Díaz Castro, para nombrar algunos. Como haya sido, su ensayo, que Socorro Tabuenca describió (Frontera Norte, 1997) como un “discurso monolítico”, basado en rígidos “valores nacionales y universales”, hizo escuela, fijo la prédica oficial, alentó una imagen falsa de nuestra literatura.
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Miguel de Anda Jacobsen.
Patricio Bayardo.
¿Estoy siendo muy duro con don Patricio? Pues si así lo es, entonces también estoy siendo muy crítico conmigo mismo. Porque yo difundí esa mentira en mis primeros tiempos de investigador de las letras de Baja California. ¿Por qué lo hice? Porque el único ensayo que hubo sobre tal tema, hasta 1983-1984, era el suyo y uno, recién llegado de regreso a la tierra nativa, todavía no había leído las obras fundamentales de nuestra literatura. Entendámonos: hay que señalar las causas de este prejuicio, tan interiorizado por los propios intelectuales bajacalifornianos de la segunda mitad del siglo XX, en contra de la literatura de nuestro estado: la idea de que lo local no era tan valioso como lo nacional y lo internacional venía de la mano de que la mayoría de ellos provenía de otras entidades del país, de regiones donde la literatura era una tradición constituida, que abarcaba autores prestigiosos, obras reconocidas. Por lo tanto, como lo podemos comprobar en el caso del jalisciense Bayardo, los textos de los literatos de la entidad eran balbuceos de aficionados antes que obras de valía. El problema fue que el ensayo de don Patricio se tomó como
dogma sagrado y sus palabras y juicios de valor definieron la ortodoxia reinante de los que menospreciaban a nuestra literatura, estableciendo la doctrina oficial de que la literatura bajacaliforniana no contaba con una tradición reconocible y, si así era, no era importante estudiar su pasado.
En mi caso, el cambio conceptual se fue dando, como ya he mencionado en otros artículos, por mi cercanía con los historiadores regionales, que me fueron abriendo la puerta de sus respectivas bibliotecas y donde encontré obras relevantes de la literatura bajacaliforniana. Pero el comienzo del cambio de percepción lo tuve gracias al texto “Las letras y otras manifestaciones culturales”, escrito por Miguel de Anda Jacobsen (Jalisco, 1927 - Ensenada, 2001) en el libro colectivo, coordinado por el historiador David Piñera, Panorama histórico de Baja California (UNAMUABC, 1983, pero que sólo se distribuyó al público en general un año más tarde). Don Miguel era de una generación anterior a la de Bayardo, pero curiosamente ambos formaban parte de la gene-
ración de la Californidad, ese grupo de literatos que se reunían bajo la batuta de Rubén Vizcaíno Valencia. De Anda Jacobsen hizo un recuento significativo de las obras literarias de nuestra península, pero lo hizo sobre todo a partir de lo publicado de 1950 a 1982. Al principio de su ensayo, mencionaba a los seis valores nacionales de las letras bajacalifornianas, afirmando que dos de ellos eran nativos de la entidad. Veamos: Rosaura Zapata, Pablo L. Martínez, Ulises Irigoyen, Fernando Jordán, Concepción Urquiza y Jesús Sansón Flores. Esto era un despropósito: Zapata y Martínez eran profesores provenientes de Baja California Sur, una era experta en didáctica y el otro un historiador de toda nuestra península, pero Zapata no dejó obra literaria en nuestra entidad. Martínez residió en ella por varios años y aquí escribió su Historia de Baja California (1956), pero al igual que Zapata no contribuyó a la literatura de nuestro estado. Por su parte, Ulises Irigoyen publicó un libro de economía pro zona libre y Jordán un reportaje periodístico, pero ambos residieron en Baja California unos cuantos meses mientras tomaban datos
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Biblioteca particular del profesor Miguel de Anda Jacobsen.
Fotos: Archivo Palabra
y hacían entrevistas para sus respectivas obras. Urquiza sólo residió las últimas semanas de su vida en nuestra tierra, sin dejar obra propia escrita entre nosotros, antes de que se ahogara en las aguas del Pacífico. En tal sentido, sólo Sansón Flores fue un poeta que llegó a Baja California a mediados de los años cincuenta, aquí ejerció el periodismo y escribió versos en sus diez últimos años de vida. De los seis padres de nuestras letras según Jacobsen, sólo uno, Sansón Flores, aportó su talento de poeta, hizo escuela entre las jóvenes promesas de las letras, como fue el caso de Horacio Enrique Nansen (1938-1963). Los demás apenas fueron visitantes distinguidos y uno, Martínez, un gran historiador que ayudó a contar una nueva historia de Baja California, especialmente de la revolución floresmagonista, lo que le trajo la animadversión de los cronistas locales que nunca le perdonaron haber hecho lo que ellos nunca hicieron: trabajar sin las anteojeras del porfirismo, investigar sin prejuicios nativistas.
En cierta medida, tanto Patricio como don Miguel, no vieron más allá de mediados del siglo XX para hacer sus crónicas, para ejercer su juicio. Pero de Anda Jacobsen sí daba suficientes pistas de la trayectoria de aquellos escritores regionales que habían publicado desde 1950 a la fecha de la publicación de su ensayo. Entre ellos aparecían Rubén Vizcaíno Valencia, Francisco Parés Guillén, Octavio León Medellín, Federico Campbell, Narciso Genovese, Aníbal Gallego Gamiochipi, el propio Patricio Bayardo, Josefina Rendón Parra, María Eugenia Bonifaz de Novelo, Rosa Nieto de Sánchez, Olga Vicenta Díaz Castro, Miguel Ángel Millán Peraza, Luis de Basabe, Salvador Michel Cobián, Jesús López Gastélum, Ana Lagos Graciano, hasta llegar a los jóvenes poetas tijuanenses del taller Voz de Amerindia de la UABC, incluyendo a los ensenadenses Eliseo Quiñones y Luis Pavía, entre otros. Ya era un avance, sin duda. Y lo mejor: se notaba que a don Miguel sí le importaban los escritores bajacalifornianos, sí los leía sin prejuicios intelectuales.
Por eso, al contrario de Félix Berumen, yo digo que el ensayo de don Miguel de Anda Jacobsen es “el primer documento fundador de la historiografía literaria de Baja California”. Lo asevero porque el texto de Bayardo es, sobre todo, un artículo de opinión sin investigación seria, un texto periodístico más que una crónica histórica de las letras bajacalifornianas. Bayardo mismo señaló que tal historia estaba por hacerse y Berumen aceptaba que el texto de Bayardo carecía “de
perspectiva histórica”. Mientras que el ensayo de don Miguel de Anda Jacobsen, por más errores que tuviera, sí era un texto que intentaba describir, desde el desarrollo histórico, a los autores bajacalifornianos, ubicándolos principalmente en sus municipios de origen: Ensenada, Tijuana, Tecate y Mexicali. Aquí había el propósito de contar una historia dando a conocer escritores y obras fundamentales desde su juicio personal. Su ensayo era una valoración que no se quedaba en generalidades, un trabajo de búsqueda y catalogación que no aceptaba la flojera intelectual de decir lo primero que a su autor le viniera a la cabeza. En eso se alejaba de los preceptos de Patricio Bayardo y por ello su texto puede considerarse la piedra de fundación de nuestra crítica literaria en plan historicista.
Casi al final de su extenso ensayo, don Miguel de Anda decía que: “La producción literaria en el estado de Baja California actualmente es copiosa, abundante, y se realiza por personas de todas las edades, pero especialmente por los jóvenes en todos los géneros y especies”. De Anda Jacobsen, lo mismo que Bayardo, apostaban por las nuevas generaciones. La diferencia era que mientras el segundo ninguneaba el pasado literario del estado, el primero lo utilizaba como trampolín para avanzar hacia el futuro de las letras bajacalifornianas. Lo interesante aquí es que allí mismo, en el Panorama histórico de Baja California, había un capítulo dedicado a los transterrados españoles que llegaron a Baja California. Escrito por
Ascensión Hernández de León-Portilla, la esposa del historiador Miguel de León-Portilla, en sus páginas se mencionaba a autores hispanos que se quedaron a vivir en Tijuana como Laureano Sánchez Gallego y Alfonso Vidal y Planas, que aportaron obras literarias a la entidad y que nos remitían a la década de los años cuarenta del siglo XX y a su labor, tanto educativa como creativa (poesía y ensayo), desde el Centro Escolar Agua Caliente. Tal era el límite temporal del pasado literario a mediados de los años ochenta del siglo pasado entre nosotros: lo escrito y publicado cuarenta años atrás. Antes de 1940 sólo había, en el mapa literario, un espacio en blanco.
Pero las cosas estaban por cambiar. Los signos eran pocos pero evidentes: por esos mismos años, Alfonso René Gutiérrez empezó a difundir la literatura misional bajacaliforniana en el octavo número de la revista Hojas (UABC, 1986), donde dio a conocer el poema “La Californiada”, obra de José María de Iturriaga, un jesuita del siglo XVIII; mientras que yo, en el cuarto número de la revista Travesía (UABC, 1986), publiqué mi primer acercamiento a la literatura bajacaliforniana, uno que desafiaba el discurso dominante negacionista a la Patricio Bayardo. El ensayo se titulaba “La literatura en Baja California: tendencias y propuestas”. Lo había escrito apenas un año después de publicarse mi antología Parvada. Poetas jóvenes de Baja California (UABC, 1985), donde todavía ninguneaba a los poetas nacidos antes de la generación de la ruptura (de 1940 para atrás). En este nuevo texto, publicado en Travesía, aseguraba tres cuestiones que, a tantas décadas de distancia, sigo defendiendo:
1.- Son tres las épocas que conforman la historia de la literatura en Baja California: la época indígena, la misional y la contemporánea.
2.- La época contemporánea da inicio a mediados del siglo XIX, cuando nos convertimos en frontera con los Estados Unidos. Aquí da comienzo una literatura escrita por residentes nativos y foráneos que se asentaron en la parte norte peninsular. Para principios del siglo XX, con la aparición de escuelas y periódicos, se dieron a conocer crónicas, relatos, poemas y artículos de crítica literaria hechos por maestros normalistas, funcionarios públicos y periodistas con ambiciones literarias.
3.- Para mediados del siglo XX, la literatura fue “uno de los reflejos más fieles de la sociedad bajacaliforniana, de sus valores y creencias, unificados éstos por la confianza absoluta en la modernidad y en el progreso”.
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Profesor Jesús López Gastélum, en compañía de su hijo y su esposa.
En mi ensayo, por carecer del conocimiento sobre los autores de 1850 en adelante (como Manuel Clemente Rojo, María Amparo Ruiz de Burton, Juan B. Uribe, Héctor González, Ricardo Covarrubias, Enrique Pérez Rul, etcétera, etcétera), a lo más mencionaba a los periodistas de El Progresista, el semanario ensenadense que salió entre 1903 y 1904, así como a los transterrados españoles (Alfonso Vidal y Planas), como representantes de nuestras letras anteriores a la generación de la Californidad. En ese mismo número de Travesía, publiqué una entrevista que le hice a Sergio Gómez Montero, un crítico literario marxista que había llegado, unos años antes, a Baja California procedente del Distrito Federal (si alguien tiene curiosidad, la entrevista está en La Californiada, antología de textos literarios, publicada por la UABC en 2017 por el difunto Ángel Norzagaray y yo). Una de mis preguntas a Sergio fue: ¿Cuáles son los antecedentes, en lo histórico, de la literatura en Baja California? ¿Quiénes son sus principales exponentes y por qué causas? La respuesta de Gómez Montero está sintetizada en las siguientes ideas:
1.- “Pudiéramos hablar de manifestaciones literarias primeras en el caso de Baja California a partir de mediados del siglo XIX”, sobre todo en el puerto de Ensenada, donde “una pequeña burguesía ilustrada” fue requiriendo mayores medios educativos, los cuales generaron expresiones literarias. “De 1850 a 1908 aproximadamente, en Ensenada, sí existen manifestaciones, textos, escritos específica y explícitamente literarios”.
2.- A partir de 1920 a 1940, “en Baja California se comienza a dar el surgimiento de una serie de instituciones, fundamentalmente de carácter educativo, en donde sí se cultiva y se impulsa la literatura a nivel de estudio, a nivel de práctica. Y no es extraño encontrar escritores (cuya obra en este momento no quiero valorar) que sí manifiestan interés por lo literario”.
3.- “Lo que es evidente es que desde 1940 a la fecha, ya como constante, sí se manifiesta una literatura o la expresión literaria en Baja California”.
Tanto en mi ensayo como en la entrevista a Sergio Gómez Montero están las claves del cambio de paradigma de los estudios de la literatura bajacaliforniana. Salíamos de la sombra menospreciativa de Bayardo para empezar a profundizar en la historia por contar de las letras bajacalifornianas. O como lo dijera el propio Gómez Montero, estábamos descubriendo una literatu-
ra “que está vinculada, en la mayoría de los casos, con escritores que se incorporan en diferentes etapas de su vida a Baja California. Desde ese momento podemos hablar entonces de que en Baja California la literatura existe como manifestación concreta y definida”.
Sin embargo, ni Sergio ni yo sabíamos qué tantos autores y obras habrían de ser exhumados en los años por venir. Ahora, a cuarenta años de distancia, podemos señalar que esa tendencia, la de los escritores foráneos que se incorporan a nuestra entidad y la enriquecen con su obra literaria no es un fenómeno de 1940 en adelante, sino que es un proceso que se fue dando desde la segunda mitad del siglo XIX, primero en Ensenada y luego en Mexicali y Tijuana. Y allí están los ejemplos de Manuel Clemente Rojo, Pedro N. Ulloa, Adolfo Carrillo, Hernán Irigoyen, Solón Argüello, Héctor González, Alfonso Tovar, Jorge A. Sánchez, Donaciano Alvarado, Melitón González, José Castanedo, Pedro García Mares, Mario Flores, Hernán de la Roca, Juan B. Hernández y tantos otros. En la actualidad, lo que hemos descubierto de la historia de la literatura bajacaliforniana es que ésta no es un relato a saltos, ni está representada por casos aislados. Por el contrario: nuestras letras muestran continuidad a partir de su base periodística y están conformadas por generaciones bien definidas de escritores de todos los géneros literarios: poetas, narradores, dramaturgos, cronistas, ensayistas.
“En Las letras y otras manifestaciones culturales De Anda Jacobsen hizo un recuento significativo de las obras literarias de nuestra península, pero lo hizo sobre todo a partir de lo publicado de 1950 a 1982”
Ahora bien, para mediados de los años ochenta del siglo XX, yo iba a toparme con libros esenciales de la literatura bajacaliforniana, con lo que mis últimas dudas iban a despejarse. Al mismo tiempo que escribía mi ensayo en la revista Travesía, el ingeniero Adalberto Walther me permitió consultar un par de tesoros editoriales de su biblioteca particular en relación a la literatura peninsular: El país de las perlas y cuentos californios (1904) de José María Barrios de los Ríos y Palos de ciego (1923) de Facundo Bernal López. Un año más tarde, vía el Colegio de la Frontera Norte, empezaron a asomarse otros entusiastas por la literatura regional, que llevaron su curiosidad al desciframiento de las singularidades de las letras bajacalifornianas. Hablo de autores como Humberto Félix Berumen y Leobardo Sarabia Quiroz, quienes a partir de 1987 abrieron rutas nuevas para discernir nuestro pasado literario. El primero lo hizo desde el suplemento Inventario (primero en el abc y después en Diario29), mientras que el segundo lo llevó a cabo en la revista Esquina Baja (pero también en el abc y en el Diario29). De ahí en adelante, en términos literarios, lo desconocido se hizo conocido, lo ausente se hizo presente, lo propio se definió de cara a lo nacional, lo fronterizo y lo internacional. Si había que investigar nuestro pasado había que hacerlo en nuestros propios términos.
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Sergio Gómez Montero, escritor y ensayista.
Sin embargo, de mis contemporáneos, muchos escritores prefirieron nadar de muertito: no era su interés escarbar en la tradición literaria, sacarla a la luz, hacerla pública. Además, de las jóvenes generaciones, ¿cuántos no aprobaron que la historia literaria comenzara con su propia generación y que las figuras literarias anteriores a ellos fueran acumulándose en el limbo del menosprecio colectivo? Así, bajo esas premisas, el diálogo entre autores establecidos y los autores nuevos pocas veces se dio más allá del saludo en ceremonias oficiales. Pocos se interesaron en preguntar cómo se había vivido la creación literaria en otros tiempos, en indagar por las circunstancias, el contexto cultural, las publicaciones, las editoriales, los periódicos donde lograron sacar a la luz sus obras de poesía, cuento, novela, ensayo o crónica. El pasado era aburrido, convencional. Sólo el presente importaba y de esa forma muchos integrantes de la generación de la ruptura, de mi generación, perdieron la oportunidad de conversar con sus colegas de otras épocas, de enterarse de las semejanzas y diferencias entre ser escritor en 1950 y 1985. No todos, desde luego. Pero sí la mayoría. De ahí que desaprovecharan el conocer el trabajo de guionista de Miguel de Anda Jacobsen, la vida de maestro rural por el candente Valle de Mexicali de Valdemar Jiménez Solís, la influencia estridentista que liberó la poesía de Pedro F. Pérez y Ramírez, las batallas para exponer una visión crítica de Baja California, que llevaron a cabo Manuel Gutiérrez Sotomayor y Héctor Gasca, los discursos incendiarios de Rubén Vizcaíno Valencia como
orador oficial, o el encuentro de Jacobsen, Vizcaíno, Millán Peraza y Jiménez Solís con escritores como Carlos Pellicer y Miguel Ángel Asturias. Esos pequeños detalles que hacen de la literatura no sólo signos en el papel sino existencias compartidas, experiencias únicas. En mi caso, la presencia de Miguel de Anda Jacobsen como director de la Dirección de Asuntos Culturales (DAC) en Mexicali de 1983 a 1989, junto con las charlas con Rubén Vizcaíno Valencia en la Dirección de Extensión Universitaria de la UABC, fueron ventanas abiertas para conocer, de primera mano, el trabajo de las generaciones literarias previas, las que apuntalaron la literatura de nuestro estado tanto en la zona costa como en Mexicali.
En el verano de 1988, se realizó el Encuentro de Literatura de las Fronteras en el Centro Cultural Tijuana. Allí, muchos escritores de la generación de la ruptura y de otras anteriores nos dimos cita. Entre quienes presentaron ensayos sobre nuestras letras estuvieron Leobardo Sarabia (sobre la cultura de la frontera norte), Ruth Vargas Leyva (sobre la historia de las editoriales y revistas literarias), Humberto Félix Berumen (sobre la obra narrativa de Daniel Sada) y León Zavala. Este último expuso, en un texto titulado “El dilema del escritor fronterizo”, que con el transcurso del tiempo “aparecen nuevos nombres de escritores, poetas, e igualmente desaparecen otros; unos, escriben mucho; otros, ya no producen. Lo cual indica que la difícil labor del escritor y el hecho de que no reditúa esta actividad artística económicamente nada, va afirmando o rechazando eso que llamamos talento”. Y añadía Zavala que los jóvenes escritores bajacalifornianos padecen “su orfandad como poetas sin vínculos antecesores en un medio ajeno a la cultura, como lo era la Baja California de los años setenta hacia atrás”. Este concepto, el de la orfandad, el de no contar con un lazo tanto geográfico como hacia el pasado, pienso que es el motivo esencial por el que Patricio Bayardo aseguró lo que aseguró en relación a la literatura de nuestra entidad. Pero en su caso, esa carencia de vinculaciones era doble. Intentaré explicarla: Bayardo, así como el resto de los autores bajacalifornianos que eran migrantes provenientes de otras zonas del país, se sentían aislados culturalmente en esta región fronteriza. No pudieron quitarse de la cabeza que Baja California no mantuviera un diálogo literario con el interior del país más allá de los libros que llegaban a las librerías locales y de las esporádicas visitas de escritores del centro de México, como José Vasconcelos y José Revueltas. Si llegaron a despreciar lo que
aquí se hacía, literariamente hablando, es porque pocos de ellos se sintieron realmente como autores fronterizos, como escritores de casa. Sus prejuicios centralistas lastraban su visión de la literatura bajacaliforniana, contribuían a crear un discurso discriminatorio contra lo regional.
Las excepciones son pocas, pero muy valiosas: María Amparo Ruiz de Burton, Adolfo Carrillo, los hermanos Facundo y Francisco Bernal, Rafael Trujillo, Enrique Pérez Rul y Joaquín de la Cueva descubrieron que su mayor vínculo con la cultura nacional estaba al otro lado, en California y Arizona. Muchas de sus obras se publicaron en la prensa en español de los Estados Unidos: en El Tucsonense de Arizona, La Prensa y La Opinión de Los Ángeles, La Crónica de Calexico, o en el Hispano-americano de San Diego. Y tuvieron como destinatarios tanto a los pobladores de Ensenada, Mexicali y Tijuana como a los mexicoamericanos que residían en comunidades que contaban con imprentas, salones para conferencias, clubes culturales y teatros de revista. Esto fue primordial para la difusión de sus poemas, cuentos, crónicas y artículos periodísticos. La literatura bajacaliforniana de orientación fronteriza, que se dio principalmente en las primeras cuatro décadas del siglo XX, representó un diálogo con los mexicanos del otro lado más que con los mexicanos del interior de México. Eso, desde luego, fue cambiando con la nacionalización de los monopolios extranjeros, la prohibición de los juegos de azar y el establecimiento, a partir de 1940, de comunicaciones terrestres y aéreas con las principales ciudades de nuestro país.
La otra orfandad, ya descrita por León Zavala, fue la de que no hubiera un lazo de unión entre distintas generaciones de literatos. Ni siquiera la Asociación de Escritores de Baja California, que da inicio hacia 1964, pudo lograr que se interesaran, más allá de las tertulias de rigor, en el pasado literario de nuestra región. El propio Zavala precisaba: “No quiero decir que no haya habido poetas y escritores en la región como los Vizcaíno, Jacobsen, Millán Peraza, Vicente Díaz, Miguel Cobián, Bayardo, Trujillo, etc., sino que el medio no propició el desarrollo de una corriente concreta en Baja California que sirviera de escuela para las nuevas generaciones y la dispersión fue natural hacia el retiro espiritual del Yo en el arte”. Y agregaba: “No obstante, es precisamente a partir de los setentas, cuando se ve fructificando el esfuerzo de los viejos tordos del carrizal fronterizo por empujar a la generación de poetas jóvenes hacia la fundación de talleres de arte y publicaciones”.
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Luis Pavía López, poeta y escritor.
Y es aquí donde quiero señalar que en el transcurso del siglo XX y hasta 1972, con la fundación del taller Voz de Amerindia en la UABC, las escuelas de la literatura bajacaliforniana eran las imprentas de los periódicos locales, los antros y cafés donde se juntaban los periodistas, escritores y profesores normalistas para debatir de todo y de nada. Desde los recitales en casas particulares a los que acudía Pedro N. Ulloa en la Ensenada de 1903, hasta las tertulias bohemias de Jesús Sansón Flores en La Chinesca de Mexicali y las cátedras de Rubén Vizcaíno en la cafetería del Hotel Nelson en Tijuana, allí, en esos lugares, era donde se movía la vida de los literatos, dándose el vivo aprendizaje, el descubrimiento de autores y libros a compartir, la lectura de textos propios y ajenos. Y no fue sino hasta la aparición de los talleres de creación literaria, entre 1972 y 1986, en nuestra máxima casa de estudios y en las principales urbes de nuestro estado, que tal orfandad empezó a terminarse por dos obvias razones: las nuevas generaciones estaban constituidas por una buena porción de nacidos en Baja California, que no se sentían aislados de la cultura nacional y que ya comenzaban a leer a sus antecesores regionales en las lides literarias. De ahí que, para la década final del siglo pasado, el discurso dominante negacionista de Patricio Bayardo sonaba no sólo falso sino obsoleto. Ya para entonces, Leobardo Sarabia avisaba que “nuestra percepción de la cultura de la región está hecha de retazos, escenas sueltas, postales sentimentales de autores y obras. En los últimos años se realiza una recuperación de ese pasado reciente, aún con pocos asideros y certezas”. Era, pues, la historia de nuestras letras un rompecabezas del cual nos faltaban muchas piezas claves. Varios de nosotros nos pusimos manos a la obra para encontrar las ausencias, para reparar los faltantes, para crear un mapa fidedigno, como Sarabia lo especificaba, “de obras, procesos y creadores: que es a la vez interpretación, apuesta y juego de simetrías”, una aportación colectiva al conocimiento de nosotros mismos. Y en pocos años, con las obras de crítica y recopilación histórica de autores como Luis Cortés Bargalló, Humberto Félix Berumen, Leobardo Sarabia Quiroz, Harry Polkinhorn, Mark Weiss, Lauro Acevedo, Antonio Mejía, Sergio Gómez Montero, José Salvador Ruiz, Édgar Cota Torres, Martin Torres Sauchett, Óscar Ángeles, Juan Carlos Zamora, Elizabeth Villa, Iliana Hernández y yo mismo, la recuperación de nuestro pasado literario ha ido expandiéndose, se ha ido profundizando en autores, obras y épocas, demostrando así que hay enormes riquezas aún por descubrir, muchos tesoros que todavía no ubicamos para estudiarlos
a fondo, para analizarlos e interpretarlos como merecen.
En los años noventa del siglo pasado, además de las obvias antologías, como Un camino de hallazgos (1992) y Piedra de serpiente (1993), creo que dos de mis libros, De diversa ralea (1993) y Los signos de la arena. Ensayos sobre literatura y frontera (1994) fueron la punta de lanza para indagar más a fondo en la historia de nuestras letras. Ya lo dijo Leobardo Sarabia Quiroz en el prólogo de De diversa ralea: que para estudiar nuestro pasado cultural había que hacer uso de diversas herramientas, entre ellas “la indagación académica, la interpolación, el acopio de fuentes hasta ahora desconocidas, la condición de testigo directo y una variada gama de recursos”, que había que complementar “con abundancia de datos y referencias”. Y afirmaba que “donde suponíamos que se agitaba la mezcla inocua de bohemia, activismo personalista, la estridencia y pugilato de los egos, el desencuentro del creador con el público y la lista de obras disparejas y sin ambición, es comprobable que, a contracorriente y pese a la hostilidad del medio, surge y adquiere forma una tradición cultural, que repta, sobrevive y finalmente establece su fuero”.
Y en 2004, con la publicación de Mensajeros de Heliconia, muchas novedades literarias de otras épocas salieron a la luz, haciendo que se replanteara, críticamente, nuestra historia literaria. Desde entonces hasta ahora, la recuperación prosigue. Hoy en día podemos leer a un clásico de la narrativa autobiográfica de la Revolución Mexicana como Adolfo Wilhelmy, a un ensayista y traductor de la literatura anglosajona como Héctor González, a un fundador de la narrativa policiaca mexicana como Luis Vargas Piñera, a un poeta estridentista norteño como Pedro F.
Pérez y Ramírez, o a un precursor del lenguaje fronterizo en la poesía nacional como Facundo Bernal López, cuya obra ha sido traducida al inglés y publicada en los Estados Unidos. Y estos son unos cuantos ejemplos de obras y personajes que aquí, en Baja California, han enriquecido nuestra literatura. Por eso mismo puedo afirmar que nuestras letras, las creadas de 1850 a la fecha, son un reservorio de sorpresas bibliográficas y hemerográficas que, afortunadamente, ya son reconocidas y valoradas tanto dentro como fuera de nuestro estado. Una genealogía expuesta a nuestra curiosidad y a nuestra crítica para ir revelando, a través de cuentos y poemas, novelas y ensayos, obras de teatro, crónicas y artículos de opinión, el rostro multitudinario de nuestra entidad en su talento creativo.
Lo que hoy sabemos es que hay una ingente producción literaria, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, que es necesario apreciar desde su propio contexto cultural para entender su peculiar desarrollo. Examinar la literatura bajacaliforniana de otros tiempos es dialogar con textos vivos, con escritores vigentes, con un cuerpo de obras que apenas empezamos a discernir, a dilucidar. ¿No es emocionante salir a su encuentro, sorprendernos por lo que vamos a compartir, leer con placer lo que nos pertenece por derecho propio? La orfandad ha terminado. Ahora estamos vislumbrando nuestros orígenes, dándole valor a lo que es, histórica y literariamente, valioso por sí mismo. Esa continua creación que nos ofrece identidad y rumbo, fundamento y veracidad. El relato de una literatura que tiene tradición, que no se hizo al azar, que sigue creando un conjunto de textos a la vez poderoso y audaz, diverso y original. ¿Quién quiere posar una mirada en estas obras publicadas en periódicos, libros y revistas de los últimos 150 años? ¿Quién quiere descubrir, en su espejo feraz y turbulento, los mundos literarios que en nuestra región fueron creados y que hoy tenemos la oportunidad de regresar a ellos para leerlos como las piedras de fundación de la cultura bajacaliforniana, como los signos verbales que aún nos reconfortan y desafían?
Mexicali, Baja California, 2023, Año del centenario de la publicación de Palos de ciego de Facundo Bernal.
angel.gabriel.trujillo.munoz@uabc.edu.mx
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*Escritor y poeta, autor de Espantapájaros y Tijuana city, tres novelas cortas
Humberto Félix Berúmen, escritor y ensayista.
Literatura en el puerto
POR ÓSCAR ÁNGELES REYES*
En marzo de 2005 —un año después de la publicación de 2666 de Roberto Bolaño, y uno antes de Nieve, de Orhan Pamuk, por mencionar un par de libros importantes— se publica en papel bond blanquísimo, Ecos del mar, escritores de Ensenada (Grupo Editorial Palabra Libre, Palabra Nueva), con un tiraje nada desdeñable de 500 ejemplares. Prologa Carlos Lazcano Sahagún, que comienza: “Imagino este libro, como un cofre lleno de piezas preciosas”, y que finaliza: “Reflejo del entusiasmo de unos ensenadenses que son libres, y con sus textos comparten esa libertad”. Los autores participantes en la antología son: María Mercedes Alatorre, Marta Aragón Rodríguez, Peggy Bonilla Castañeda, Ernesto Burgoa Peña, Amanda Igonda Hintze, Joaquín Martínez Torres, Abril Nubes, David Salazar Miranda y Ana Valencia Backhoff.
¿De qué va Ecos del mar? No de rubíes ni de zafiros. En la parte que corresponde a la prosa, a mí me parece un monstruo —sí, amable, que no asusta a nadie—, una colección variopinta de escenas que me hacen pensar en la vida amatoria de nuestros padres, en las aventuras de los abuelos y en los deseos amorosos de los más jóvenes. Está lleno de melodías que, en general, no terminan de reventar, de acuerdo al caló de la música electrónica, pero también de una visión profundamente ficcionada de la realidad. Va de fantasmas y leyendas, historias intimistas, pueriles, de amores sin barreras y de valores comunes en una sociedad que camina en dirección de la locura bien acotada; va del dolor, de la pasión, del desencanto, de la soledad y la distancia, incluso de la maldad en su versión justificada por otra maldad; los sentimientos en sus presentaciones básicas. Va de la vida, de lugares comunes, “carcelero mío”, de la mar “embravecida”, olas “marco musical” y “escolta” de gaviotas, una recopilación que busca la belleza —otro lugar común en la literatura de los modestos—, o bien una serie de textos que conforman una colección de literatura amatoria, al estilo de los enamorados del amor. Su geografía no es limitada, las narraciones se desarrollan en el puerto, pero inevitablemente decantan en la palidez de una Ciudad de México que resulta desalmada, y que se extienden en
pueblos y ciudades que se levantan de la idea de lo rural o lo provinciano. Tampoco encuentro un norte con acento marcado, ni un lenguaje que lo respalde: domina la búsqueda de lo correcto, una andanada de figuras retóricas que pretende amplificar una escena para estrellarse en el rostro de los lectores, como “relámpagos de nochebuenas, amapolas y azucenas”.
Ecos del mar, me parece una respuesta a preguntas como: ¿por qué escribes?, ¿de qué escribes? Con sus concebidas respuestas: “porque me gusta”, “de lo que siento y de lo que pienso”. Encuentro una adolescencia literaria que no únicamente padece, que va con una energía inaudita en la búsqueda del sí mismo y de la otredad, y que en su loca carrera recorre un territorio desconocido, a veces sin siquiera terminar de reconocerlo; está la semilla de la curiosidad, la creatividad que busca cómo decir —Joaquín Martínez, que se define como escritor “acuariano”, escoge el formato de notas periodísticas—, y es posible encontrar atisbos de feminismo: “¡Ay, Eva, como te conduelo desde entonces! Perder el paraíso y seguir viva, no es cualquier cosa” —
Marta Aragón—; y momentos reconfortantes por el rompimiento con la estética complaciente: “introdujo un dedo índice en el orificio de su nariz, que después supe que sangraba y embarró con ella mi brazo” —Peggy Bonilla—. Así se valida la existencia de la literatura en un espacio territorial o humano, por la necesidad de decir, de expresar de forma correcta —o no— lo que percibimos. La percepción y la expresión son, como indica Lazcano en su prólogo, un gesto de autonomía. El mismo Lazcano me sorprende con la afirmación: “Ninguno de ellos es escritor profesional, ni pretenden serlo, más bien son gente apasionada que aprecia el vivir, y además, han aprendido el valor de comunicar”. Lo que me lleva a cuestionar: ¿En verdad escribieron esos textos desde la postura de aficionados?; si desde esa postura escribieron, ¿debió publicarse el libro?, ¿debemos tomarnos el tiempo de leerlos?, y, finalmente, ¿qué es un escritor profesional?, ¿lo soy?
Prefiero pensar que publicamos desde un escalón inferior para subirnos a otro, y que la historia de la literatura en Ensenada es también una de las historias de la banalidad; y que en la banalidad se presentan todas las emociones, momentos de lo que llamamos “norteño”, y entonces diferentes imágenes de la realidad —como una tarde de crucero en la calle Primera: efímera, bulliciosa, algunas veces carnavalesca—.
La sencillez de lo humano justifica hablar de la literatura en Ensenada, para mí no hay mejor excusa; me deslizo en lo que no levantó, en lo que se publicó y se olvidó, en lo que se quedó en el recuerdo de los participantes y su algarabía poco perdurable.
Como cierre —de la poesía escribiremos en otra ocasión—, me quedo también con la necesidad de una corriente crítica en el puerto, de la guía que fomente un marco estético bien definido en nuestros escritores y de un posicionamiento en la escena de la literatura mundial —algo que dan las lecturas no únicamente desde la comodidad del diván—, algo así como para entender nuestra ubicación en la escena de literatura en México, Latinoamérica y el mundo en este preciso momento.
todoestodo@gmail.com
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*Escritor y biólogo por la UAM
La cabeza de mi padre
POR ELIZABETH CAZESSÚS*
No se puede encontrar la verdad sin desnudarse.
Alma Delia Murillo
Debido al éxito editorial, mucho se ha dicho de la novela La cabeza de mi padre, que ya va en su séptima edición. El tema del padre es fundamental y relevante ante la ausencia; tema tratado por varios autores, desde Virgilio o Shakespeare, hasta los más contemporáneos del siglo XX: Carta al padre, de Franz Kafka; en México, contamos con Pedro Páramo de Juan Rulfo. Federico Campbell, en su conferencia Padre y memoria remarcó el universo literario de la figura del padre, y reúne una serie de autores, irlandeses, turcos, franceses, japoneses, latinoamericanos que retoman el tema. Desde Totem y Tabú, Sigmund Freud especifica por qué hay que sustituir al padre del cuadro edípico y los psicoanalistas desarrollaron tantos estudios debido a que el padre es la “ley”, el aspecto ético de la sociedad, parte del proceso de identidad. “¿Por qué el padre y no la madre?”, se pregunta Campbell y queda la pregunta en el aire…
“El canon literario se construyó sin nosotras”, dice Alma Delia Murillo. Precisamente, la mayoría de autores que han retomado el tema del padre son escritores varones. En esta novela tenemos la visión de una escritora que vive el conflicto de la identidad desde la ausencia del padre, con una mirada crítica, social y autobiográfica. Todos tenemos una historia que contar respecto del padre, ausente o presente, más o menos definida en el cajón del escritorio o en el clóset. Una historia sin contar, porque no es tarea fácil apropiarse de los recursos literarios para contarla, así como no se puede hacer una casa sin ladrillos. Sin embargo, Alma Delia Murillo se pone en perspectiva de un viaje hacia el origen, hacia la búsqueda del padre ausente. Los recursos literarios, a diferencia de los materiales para hacer la casa, son intangibles, insostenibles y a veces ilegibles. ¿De dónde viene el llamado para hacer esta historia? En esta novela la voz del sueño se anticipa a la muerte del padre. Desde ese impulso onírico inicia un periplo que ella misma desconoce. Quien escucha esa voz, se sumerge en esta otredad donde la propia historia familiar se convierte en ficción: “No hay peor ciego que el que está cegado por la pasión”.
Desde el primer capítulo titulado, “Sin mapa”,
la que escribe no es Alma Delia Murillo: ella es el mapa, el territorio de la memoria y los sueños, que da refugio a la historia de La cabeza de mi padre. Los recursos literarios aparecen en esta novela desde la intuición, la psicología personal, escenarios emocionales, políticos y sociales. La poesía influye, el uso de figuras retóricas ofrecen ritmo, frases reveladoras, poemas de autor, síntesis de versos y líneas poéticas, un playlist de Juan Gabriel y una lista de obras mencionadas como lecturas consabidas.
Como nacida del sueño, la novela es un despliegue de revelaciones, un viaje para armar sobre la nave interior que es la literatura.
Va un varietal de citas: “Escribir es un acto mucho más cercano al abismo que al proyector de luces”. “El cuerpo intuye el abuso”. “La ansiedad es un monstruo que tiene la espeluznante cualidad de hacerse más grande que quien lo aloja”. “El fantasma del miembro amputado encuentra siempre la manera de hacerse presente, pica, da comezón, escuece”.
La estructura de la novela va surgiendo en este trayecto de complejidad individual y social hacia el orden. Darle rostro al fantasma del padre propicia el viaje: la catarsis es un asunto literario, la búsqueda del padre, es una obsesión o, mejor dicho, la obsesión impulsa la búsqueda del padre.
¿Cómo darle forma a lo que aparentemente no tiene forma? ¿Cómo discriminar y seleccionar entre las ruinas los trozos que, en momentos dados, la anatomía del espíritu aún no puede suscribir?
El desdoblamiento de la criatura al personaje principal de la novela hace posible un balance entre la ficción y la realidad poética. La narradora omnisciente refleja la voz viviente y florece en cada hecho y acto, generando transparencia y autenticidad como testigo fiel al discurso narrativo.
¿En qué momento el acto de escribir se vuelve una osadía, un fenómeno de ruptura, una transgresión?
Con los libros como “cuerpos del delito y compañeros de transgresión”, confabula a favor ese misterio psíquico que guarda la intuición junto al instinto de sobrevivencia, sistémicamente llamada neurosis.
La búsqueda de un orden bajo el cuidado del psicoanalista se transforma en una fuente para razonar y entender la complejidad de una familia mexicana viviendo en Ciudad Nezahualcóyotl, epicentro de
violencia y atracos, enfrentando el abandono y toda serie de peligros.
¿Cuántas voces resolver en el propio pensamiento que reclama la transgresión?
La extranjería de la escritora radica en su marginalidad. La voz narrativa nunca deja de ser crítica del entorno sociocultural y político en el que vive. La escritora, desde su disfuncionalidad, tiene que darle orden al caos. La ciudad es un enjambre de contradicciones; la ilegalidad de la ciudadana común, sin padre, proyecta la ausencia de una identidad no confiable: el fraude del humanismo. “Valen más unos papeles sin la persona, que la persona sin papeles”.
Sin esa relación con el padre, ficticia o personal, no hubiéramos conocido la obra de Franz Kafka. Sin esta obsesión y ansiedad, esta novela no se hubiera escrito. Precisamente, nace la cordura por rendijas de luz que afloran entre sombras. Desde la desmesurada subjetividad, el torrente inconsciente mueve al creador de novelas o edificaciones artísticas. En este espacio de la soledad con lo otro es donde encontramos los motivos de la loba. Cuando el miedo hace metástasis... la novela se convierte en un fenómeno literario. Esta novela también se escribe desde el grito de impotencia, desde el silencio soterrado, anónima palabra que permanece como cuña enterrada hasta su liberación.
Me recuerda a otras escritoras, precisamente desde este espacio de la transgresión —renacen y nos heredan— esta transparente escritura; por cada planteamiento, desde la visión de la otra. Aparece en mi mente Margueritte Duras (por cierto, la novela de El amante también fue escrita en tres meses), Mary Sheley, Simon Weil, Rosario Castellanos, Sor Juana Inés y otras, sin olvidar a las que cruzaron al
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La escritora Alma Delia Murillo.
otro lado del río: Virginia Woolf, Alejandra Pizarnick, Silvia Plath…
Alma Delia, en el tercer capítulo, anota la frase contundente de “Versiones y mitos”: “El verdadero milagro es cambiar de punto de vista”.
Desde ese punto de vista, la escritora rompe con el mito de la feminidad, apuesta como individuo independiente y pensante, siguiendo la propia sombra de la intuición. La ruta de la tierra de en medio. En esa ruta encuentra a la madre, como un valor omnipresente de todas las desdichas. “Cuanta belleza había en su resistencia”, nos dice en una frase vertiginosa. Hay una traspolación de la figura de la madre como la “Furia griega”, “la Virgen de la Amargura”, “la Diosa herida”. En esta transposición de arquetipos mitológicos, la que escribe no lo hace a través de la figura de Shakespeare, sino de Cordelia; y no es Lope de Vega, es Laurencia…
“Mi ballena—refiriéndose Alma Delia al cuento de Pinocho— eran treinta años de silencios, de mitos, de verdades a medias. Pero sobre todo treinta años de ausencia”.
cial mexicana. Temas entretejidos por una artesana que confecciona sus “zapatos de letras” como metáfora, para avanzar meticulosamente hacia un viaje de retorno al semillero, a la raíz; y “la raíz es el sexo” dijo Octavio Paz en La llama doble: “El amor es un nudo en el que se atan indisolublemente destino y libertad”.
La novela es un poliedro social. Alrededor del tema de la orfandad giran temas contemporáneos sobre la problemática social de México, asociada a escenarios, previstos y procreados por la corrupción del patriarcado. Se transpira la lucha entrañable, intangible —a veces invisible— ante la indiferencia, donde se liberan prejuicios adquiridos por una cultura opresiva y machista: miedos e incertidumbre, tabúes sexuales, enfermedad y soledad, tristeza y vergüenza. El cansancio ante la pobreza y el machismo. Una autocrítica a los roles sociales y de género hacia la figura de la madre soltera, prejuiciosamente negada a los placeres sexuales, hasta un velado asomo al narcotráfico.
“Quien escucha esa voz, se sumerge en esta otredad donde la propia historia familiar se convierte en ficción”
¿Qué no había que inventarse otros mitos en esta nueva vuelta de Mercurio en Acuario?
El sobrino, Carlos René, puede ser un Virgilio posmoderno, un guía para develar el misterio dentro del laberinto mental y corazón del viaje. Es así como se vive la nueva mitología adentro de una ópera bufa en la que se convirtió nuestro país.
La sinceridad hace ponderable la narrativa por el peso social que identifica a sus lectores. Los tantos espejos que a la vez son imanes, vetas de la memoria perdida en esta familia disfuncional que somos y a la que se suman millones. Los artistas y escritores que han pasado por el dolor, a lo largo de la historia, no pierden la alegría porque la escritura —ya lo dijo Federico Campbell— es un oficio de entusiasmo, aunque también sea la frontera más delgada hacia la locura o el suicidio. La escritora enfrenta la ironía de la vida en cada paso. A cambio de la rabia —justamente ganada por derecho— busca los entretelones del amor, en este cierre de círculo, que puede parecer una especie de redención, reconciliación, hasta perdón, en todos los rostros que comparten esta fatalidad propia de la vida hecha ficción. Muestras tenemos de escritores o escritoras que han pasado del miedo a la revelación, de la ansiedad a la necesidad de florecer, de la incertidumbre a la corrección política y de lo insuperable al fracaso.
El lector se va a encontrar con temas muy sensibles, contemporáneos de nuestra problemática so-
El desbalance nos anticipa a la muerte. Del viaje interior al mundo irrespirable de la niña recién nacida en shock respiratorio al momento del parto, derivó en ataques de ansiedad en años posteriores — esa imagen me transportó al personaje en la novela El perfume, de Patrick Süskind—. Una novela escrita desde el grito de la impotencia, el soterramiento del silencio, anónima palabra que permanece como cuña enterrada hasta que se libera. La innombrada hija por el padre que se adjudicó un nombre propio, el padre ausente que se hace presente en un viaje distópico.
Esta novela es un llamado. Vamos como lectoras a rescatar nuestros pedazos perdidos de niña a adolescente, de adolescente a mujer soñadora, de soñadora a escritora, con el terror que implica esta frase cursi. La novela también deja de ser un coming on edge, cuando en el álbum familiar aparece, como simbolismo, una fotografía rota sin la cabeza del padre.
La cabeza de mi padre. Autora: Alma Delia Murillo. Editorial Alfaguara, 7ª, edición, 2023. XXXVIII Feria del Libro de Tijuana, julio de 2023.
enediana77@yahoo.com.mx
*Poeta y artista de performance, es autora de nueve libros de poesía, entre los que se encuentran Ritual y canto, Hijas de la ira y Enediana
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Fotos: Archivo Palabra
La nueva perspectiva de Gilles Deleuze y Félix Guattari
Cuando se abre el mundo rebosante de singularidades anónimas y nómades, impersonales, preindividuales, pisamos por fin el suelo de lo trascendental.
Guilles Deleuze, Lógica del sentido
POR FERNANDO MANCILLAS TREVIÑO*
Con su obra individual y en conjunto, Gilles Deleuze (18 de enero de 1925, París, Francia-4 de noviembre de 1995, París, Francia) y Félix Guattari (30 de marzo de 1930, Villeneuve-les-Sablons, Francia-29 de agosto de 1992, Cour-Cheverny, Loir y Cher, Francia), transformaron el campo filosófico a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. En esta biografía intelectual entrecruzada, Francois Dosse realiza una incisiva investigación basada en archivos inéditos, múltiples entrevistas y una exhaustiva documentación bibliográfica y hemerográfica.
A pesar de seguir históricamente trayectorias intelectuales e investigativas tan disímiles, Guilles Deleuze y Félix Guattari lograron conjuntar esfuerzos que les llevó a la publicación de El Anti-Edipo (1972), Kafka. Por una literatura menor (1975), Rizoma (1976), Mil mesetas (1980), ¿Qué es la filosofía? (1991). Guattari lo explica así: “Somos tan diferentes entre nosotros: en consecuencia, los ritmos de adopción de un tema o de un concepto son diferentes, Pero claro, también hay una complementariedad, Yo me siento más inclinado por las operaciones aventureras, de ‘comando conceptual’, digamos, de inserción en territorios extranjeros. Mientras que Guilles posee armas filosóficas pesadas, toda una intendencia bibliográfica”.
Guilles Deleuze recorrió de forma acuciosamente crítica la historia de la filosofía, comparando el acto de filosofar con el acto de pintar, con sus obras sobre Hume, Empirismo y subjetividad (1953), con las interrogantes “¿Cómo el espíritu se vuelve una naturaleza humana?” y “¿Cómo el espíritu se vuelve un sujeto?, Nietzsche y la filosofía (1962), La filosofía de Kant (1963), Proust y los signos (1964), sobre Henri Bergson en El bergsonismo (1966), Spinoza y el problema de la expresión (1968), Spinoza. Filosofía práctica (1981), con la disquisición fundamental sobre el conatus, Francis Bacon Lógica de la sensación (1981), El pliegue. Leibniz y el barroco (1988), Pericles y Verdi, la filosofía de François Châtelet
(1988), hasta llegar a Michel Foucault (15 de octubre de 1926, Poitiers, Francia-25 de junio de 1984, París, Francia), con su libro homenaje Foucault (1986), el cual afirmaba: “acaso un día el siglo sea deleuziano”. En ello coincide el filósofo Jean-François Lyotard (1924, Versalles, Francia-1998, París, Francia), cuando se refiere a Deleuze: “Siempre creí que era uno de los dos genios de nuestra tradición filosófica”, el otro es Jacques Derrida (15 de julio de 1930, El Biar, Argelia-9 de octubre de 2004, París, Francia).
Foucault no se equivoca, al constituir Deleuze su propia ontología de la diferencia con Diferencia y repetición (1968), al exhibir la desemejanza trasladándose al diferendo, en un eterno retorno y reiteración de lo distinto: “Una sola y misma voz para todo lo múltiple de mil vías, un solo y mismo océano para todas las gotas, un solo clamor del ser para todos los entes”. En su lucha contra la doxa y el sentido común prevaleciente, Deleuze descubre el movimiento de la paradoja: “Si el pensamiento no piensa más que apremiado y forzado, si permanece estúpido en tanto nada lo obliga a pensar, ¿no es aquello que lo obliga a pensar también la existencia de la estupidez, a saber, que no piensa si nada lo obliga?”. Desarrolla esta vía Deleuze en Lógica del sentido (1969), al considerar la moral estoica en su relación con el acontecimiento, en la existencia del acontecimiento como tal, en pretender lo que acontece en tanto sucede. Además, descubre la naturaleza de los conflictos como consecuencia de mecanismos diferenciales, veladamente sutiles.
Por su parte, Félix Guattari alimentó todo su caudal filosófico, epistemológico y psicosocial con su actividad desde 1955 en adelante, como organizador y psicoterapeuta en la innovadora clínica de La Borde (1953, hasta la actualidad) donde no se establece la distinción tajante entre dementes y cuerdos, de lo normal y lo patológico, humanizando la función del hospicio, permitiendo que los pacientes salgan de la residencia y se vinculen con la población de la región. A través de la resocialización local se apoya al paciente a escaparse de sí mismo y su morbilidad.
También influyó su participación en el Grupo de Trabajo de Psicoterapia y Socioterapia Institucionales (GTPSI), creado durante la década de 1960, donde desarrolla su concepto de transversalidad en la ubicación del sujeto inconsciente del grupo, más allá de las leyes objetivas que lo constriñen. Por otro lado, participó desde su creación en el Centro de Estudios, Investigaciones y Formación Institucionales (Centre d’Etudes, de Recherches et de Formation Institutionnelles) (CERFI, 19651987), con su revista Recherches, experiencia en este colectivo de investigación independiente y autogestionado, que le permitió consolidar y expandir sus propias vetas filosóficas. En su trayectoria como psicoterapeuta y filósofo, estableció como hilo conductor la ecosofía y el esquizoanálisis, desarrollando ampliamente su obra alternativa al psicoanálisis y la anti psiquiatría con obras como: Psicoanálisis y transversalidad (1972), La revolución molecular: Psiquiatría y Política (1977), La máquina inconsciente: Psiquiatría y política (1979), Las verdades nómadas: por nuevos espacios de libertad (1985), Cartografías esquizoanalíticas 1989), Las tres ecologías (1989), Caosmosis: un paradigma ético-estético (1992), Caosofía (1995), entre otras.
En 1985, Guattari publica en colaboración con el filósofo italiano Toni Negri (1 de agosto de 1933, Padua, Italia) Por nuevos espacios de libertad, donde se concibe el concepto de emancipación como una vía para la liberación de las singularidades individuales y colectivas, considerando que no hay oposición entre singularidad y comunidad. Asimismo, Guattari se orienta por un cambio de estructura, transformando el paradigma científico-tecnológico en un paradigma ético-estético que, a través de la resingularización de la praxis, implica una incumbencia moral y un compromiso micropolítico.
Como un torrencial vórtice filosófico El Anti-Edipo Capitalismo y esquizofrenia, de Deleuze y Guattari prorrumpe, con un nuevo lenguaje: «Ello funciona en todas partes, bien sin parar, bien
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discontinuo. Ello respira, ello se calienta, ello come […] Qué error haber dicho el ello. En todas partes máquinas, y no metafóricamente: máquinas de máquinas, con sus acoplamientos, sus conexiones. Una máquina-órgano empalma con una máquina-fuente: una de ellas emite un flujo que la otra corta […] Por lo tanto, “La civilización se define por la descodificación y la desterritorialización de los flujos en la producción capitalista. Todos los procedimientos son buenos para asegurar esta descodificación universal: la privatización de los bienes, de los medios de producción, pero también de los órganos del propio ‘hombre privado’”» (252).
El Anti-Edipo tuvo un extraordinario éxito editorial, agotándose en tres días la primera edición, al venderse desde su publicación 63 mil ejemplares. Le Monde le destina dos páginas titulares. Michel Foucault saluda con gran respeto y admiración la obra como una singular invención teórica que estremece telúricamente los cimientos del campo del saber. Escribe el prólogo de la edición norteamericana, publicada en 1977, considerando que contribuye al desarrollo de un arte de vivir en tres constelaciones: Ars theoretica, Ars política y Ars erotica.
Por su parte, en Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Deleuze y Guattari introducen su autorreflexión: “El Anti-Edipo lo escribimos a dúo. Como cada uno de nosotros era varios, en total ya éramos muchos. Aquí hemos utilizado todo lo que nos unía, desde lo más próximo a lo más lejano. […] Para hacer imperceptible, no a nosotros, sino todo lo que nos hace actuar, experimentar, pensar. […] Ya no somos nosotros mismos. Cada uno reconocerá los suyos. Nos han ayudado, aspirado, multiplicado”.
En consecuencia, en la producción de una obra, argumentan Deleuze y Guattari: “Un libro no tiene objeto ni sujeto, está hecho de materias diver-
samente formadas, de fechas y de velocidades muy diferentes. […] En un libro, como en cualquier otra cosa, hay líneas de articulación o de segmentaridad, estratos, territorialidades; pero también líneas de fuga, movimientos de desterritorialización y de desestratificación. Las velocidades comparadas de flujo según esas líneas generan fenómenos de retraso relativo, de viscosidad, o, al contrario de precipitación y de ruptura. Todo eso, las líneas y velocidades mesurables, constituye un agenciamiento (agencement). Un libro es precisamente agenciamiento de ese tipo, y como tal inatribuible. Un libro es una multiplicidad”.
A partir de las múltiples y equidistantes interpretaciones del caudal filosófico de las obras de Deleuze y Guattari, no se agota la discusión y controversia gnoseológica que su creación y proposición original siempre provocará.
Sobre Gilles Deleuze y Felix Guattari se ha escrito una inmensa cantidad de obras, entre ellas: Franco Berardi, Felix Guattari: Thought, Friendship, and Visionary Cartography, Palgrave MacMillan, 2008; Andrew Ballantyne, Deleuze y Guattari. Pensadores sobre la arquitectura, Reverté, 2023; Hanjo Berressem, Gilles Deleuze’s Luminous Philosophy, Edinburgh University Press, 2021; Patricio Landaeta Mardones, Gilles Deleuze y Félix Guattari: Perspectivas actuales de una filosofía vitalista, Metales Pesados, 2021; Paul Patton, Deleuze y lo político, Independently Published, 2021; Koichiro Kokubun, The Principles of Deleuzian Philosophy, Edinburgh University Press, 2021; Chantelle Gray van Heerden y Aragorn Eloff, Deleuze and Anarchism, Edinburgh University Press, 2021; Radek Przedpełski y S. E. Wilmer, Deleuze, Guattari and the Art of Multiplicity, Edinburgh University Press, 2022; D. J. S. Cross, Deleuze and the Problem of Affect, Edinburgh Uni-
versity Press, 2023; Colin Gardner, Chaoid Cinema: Deleuze & Guattari and the Topological Vector of Silence, Edinburgh University Press, 2023.
En televisión se proyectó El Abecedario de Guilles Deluze, un programa documental de 8 horas, con 3 entrevistas realizadas al filósofo por Claire Parnet, exhibido en 1996, en el siguiente orden: A de Animal, B de Bebida, C de Cultura, D de Deseo, E como Infancia (Enfance), F de Fidelidad, G de Izquierda (Gauche), J de Alegría (Joie), K de Kant, H de Historia de la filosofía, I de Idea, L de Literatura, M de Enfermedad (Maladie), N de Neurología, O de Ópera, P de Profesor, Q de Pregunta (Question), S de Estilo (Style), T de Tenis, U de Uno, V de Viaje, W de Wittgenstein, X e Y de Desconocido (Inconnues), Z de Zig-Zag.
François Dosse, Gilles Deleuze y Felix Guattari. Biografía Cruzada, México, Fondo de Cultura Económica, 2023, 692 páginas.
Guilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia, Barcelona, Paidós, 1985.
Guilles Deleuze, Félix Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Valencia, Pre-Textos, 2006.
François Dosse (París, Francia, 21 de septiembre de 1950) es un epistemólogo e historiador francés, enfocado en la historia intelectual, cuya tesis doctoral estuvo dedicada a la influyente Escuela de los Annales, fundada por Marc Bloch y Lucien Febvre, en 1929. En su investigación historiográfica ha predominado su estudio sobre algunas de las principales corrientes del pensamiento filosófico e histórico del siglo XX. Es profesor en el Institut Universitaire de Formation des Maîtres de Créteil, investigador en el Institut d’Histoire du Temps Présent del Centre National de la Recherche Scientifique, conferencista del Institut d’Études Politiques de París. Fundador de la revista Espacio-Tiempo, miembro del Consejo Científico de Historia y grafía, de la Universidad Iberoamericana, México. Recibió el premio Prix Eugène-Colas en 2019.
Ente sus obras se destaca: La historia en migajas. De Annales a la Nueva Historia (1989); Historia del estructuralismo, dos volúmenes (1991-1992); Paul Ricoeur. Los sentidos de una vida (1997); Michel de Certau. El caminante herido (2002); La historia. Conceptos y escrituras (2003); La marcha de las ideas. Historia de los intelectuales, historia intelectual (2003); Paul Ricoeur y Michel de Certeau, La historia entre el decir y el hacer (2006); Castoriadis. Una vida, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2018, entre otras. fernamancillas@yahoo.com
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*Profesor-investigador de la Universidad de Sonora
Los filósifos Gilles Deleuze y Félix Guattari.
Foto: Archivo Palabra
Gerardo Montiel Klint: el explorador de sí mismo
Gerardo Montiel Klint me llamó, siempre estamos en constante comunicación; esta vez me pidió mi dirección postal, me dijo que me enviaría un paquete. Días después, el servicio de paquetería dejó una caja, en su interior dos libros: Finlandia y La doctrina. Les di una hojeada, leí las dedicatorias y decidí, en el momento apropiado, revisarlos con calma. Ahora estoy en medio de Chocolate sin grasa de Slavoj Zizek, Personajes inconformes de Sabrina Duque y Nietzsche. El príncipe sublime del intelecto de Rael Salvador, pues de este último hice su presentación (18 de agosto).
Un par de semanas antes había acordado, con la también escritora y musicoterapeuta Daimary Sánchez, llevar a mi hija Paulina a la ciudad de Tecate a una sesión de “sonoterapia”; cargué con los libros de Klint y emprendimos el viaje al “pueblo mágico” en medio de un calor de casi 40º C. Llegamos, Paulina entra a la sesión, mientras yo busco una sombra para estacionarme y leer los libros.
Empiezo con Finlandia, me detengo de nuevo en la dedicatoria: Klint, siempre amable, me hace sentir parte importante de este proyecto y dice: “Gracias por compartirme tus espacios, viajes y generosidad”. Yo sin dudarlo podría decir lo mismo y más, ya les cuento.
El libro inicia con una pequeña obertura visual que, por supuesto, reafirma el estilo de Klint en cuatro intrigantes imágenes; enseguida, hace su entrada Mauricio Ortiz con su estupendo texto: “El camino del oro”, que marida y guía de manera muy atinada el trabajo visual de Gerardo. Un texto eclécti-
“Finlandia no es para el gran público, se requiere una especial sensibilidad para esta nueva oferta visual; ¿por qué?, porque en ella se aleja de la recurrente “mexicanidad” en la que muchos autores se protegen del naufragio de la imagen y que siempre nos llevan a los lugares comunes”
co, a manera de estribillo, que se intercala en el cuerpo del libro, dejando escuchar la banda sonora incidental desde los primeros capítulos del escrito. En ese momento busco en Spotify a Les Baxter y doy con el álbum “The passions”, que escucho durante el tiempo que me llevó disfrutar el libro junto al “explorador de sí mismo”.
He seguido el trabajo de Gerardo Montiel Klint desde finales de los años 90 del siglo pasado, sin duda un artista visual muy influyente en las nuevas generaciones de fotógrafos y un creador incansable en diferentes disciplinas. En Finlandia se muestra maduro, consolidado; si bien hay reminiscencias de sus
trabajos anteriores, se puede observar una interiorización que le permite explorarse y nos posibilita ver las imágenes que siente y que reflejan lo que ha sido y lo que es.
El leitmotiv de toda su obra ha sido el inconsciente, en este libro la carga emocional y la fuerza de sus imágenes muestran un discurso poderoso, sólido y monumental.
Si bien, el proyecto se gesta en 2017, gran parte de la producción del trabajo se desarrolló durante la pandemia de COVID-19, momento de reflexión para muchos y, a decir de Klint, “marcó el fin del mundo como lo conocíamos”, y que lo hace ver y trabajar desde adentro, enfrentando sentimientos que no había podido entender, pero que ven claridad finalmente con este ejercicio.
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POR ENRIQUE BOTELLO*
FINLANDIA
Gerardo Montiel Klint en su estudio.
Foto: Enrique Botello
Finlandia no es para el gran público, se requiere una especial sensibilidad para esta nueva oferta visual; ¿por qué?, porque en ella se aleja de la recurrente “mexicanidad” en la que muchos autores se protegen del naufragio de la imagen y que siempre nos llevan a los lugares comunes. Gerardo se encamina lejos de eso, va a lo universal, utilizando un lenguaje más sencillo. Detrás de sus elaboraciones se percibe, sobre todo al apreciar las marinas del paisaje bajacaliforniano, una complejidad inquietante que me recuerda mucho a la estética de Turner.
“Acerca de Finlandia” es el capítulo final del libro, un psicoanálisis que Klint realiza con Rebeca González y que cierra el círculo para entender mejor todo el proyecto. Y este cierre funciona mucho mejor que el clásico “statement” del artista que trata de justificar, muchas veces de manera forzada, la intención de los proyectos. En este caso, Gerardo se desnuda y se exhibe “humano, demasiado humano”, como sentencia Nietzsche.
Finlandia es, por mucho, uno de los mejores libros de arte de este siglo en Latinoamérica. Será un referente claro de los alcances que puede tener la imagen fotográfica y su relación con otras disciplinas. Las inquietudes de Gerardo Montiel Klint son las inquietudes y pulsiones de muchos otros artistas… ¡Él las ha puesto en la cancha, como una serie de balones a tiro de arco!
chocorrol_@hotmail.com
*Fotógrafo y docente de la Facultad de Artes (UABC)
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apreciar imágenes de Finlandia:
Para
https://www.gerardomontielklint.net/finlandia
Foto: Gerardo Montiel Klint
La Ensenada que tanto “amó” Ferlinghetti
Cuando Ferlinghetti pasó por Ensenada, en 1961, contaba con la agudeza de los 30 años y, recién desembarcado de la cruenta experiencia de la Segunda Guerra Mundial, quizá el desencanto existencialista le hace ver, no sin cierta precisión de periodista, una Ensenada pormenorizada en servicios, carente de atractivos y deleites
Lawrence Ferlinghetti murió el 23 de febrero del 2021; como poeta, no logró los 103 que tuvo Parra, pero sí los 101, a un mes de cumplir su 102 aniversario.
Cuando él pasó por Ensenada, en 1961, contaba con la agudeza de los 30 años y, recién desembarcado de la cruenta experiencia de la Segunda Guerra Mundial, quizá el desencanto existencialista le hace ver, no sin cierta precisión de periodista —su laureado oficio, así como el de editor y novelista—, una Ensenada pormenorizada en servicios, carente de atractivos y deleites —como no ha dejado de serlo hasta este preciso momento—, arguyendo:
“Ensenada, en pleno vacío del Pacífico. En esta temporada hay siempre un viento atascado de arena —comenta el librero de la generación Beat—, en la polvorienta calle de la bahía no se
percibe de dónde proviene El Olor, pero asómate a alguna cantina y lo aspiras, te atesta la nariz... Ensenada, Baja California, ¡Bah con la baja!”.
Pero hay que reparar en lo siguiente, él se encuentra metido en el terreno de la ficción, pues La noche mexicana* —de la cual extraigo estos
fragmentos— es sólo una novela, donde lo que cuenta tiene nulo valor documental, por más “realista” o costumbrista que pretenda parecer, ya que el género literario no se lo permite:
“¿Quién robó al Sol? ¿Dónde está hecho el amor? ¡Hades Moreno! Excava en las chozas nativas, las calles, los pueblos de adobe. Únicamente los niños y los perros retienen lo que quedó de ellas. Y los perros lo detestan, se echan por ahí recubiertos de moscas de las zanjas, una curiosa raza aparte”, sentencia el finado dueño de la famosa librería City Lights.
Y continúa: “Vi un perro de los basureros entrar en una iglesia, llegó al pasillo central buscando su pugh (un oloroso juego de palabras), se largó presuroso por una puerta lateral pues no había sitio para él adentro, acaso lo aterraron los confesionarios de madera, semejantes a cabinas telefónicas sin puertas, donde detrás de las cortinas los sacerdotes escuchan a los penitentes, cada confesionario tiene una minúscula ventana de cristales con plumas de donde brotan mur-
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POR RAEL SALVADOR*
Foto: Archivo Palabra
Lawrence Ferlinghetti.
Av. Miramar entre las calles Primera y Segunda. Fotografía: Francisco De La Gala Porragas (1960). Hotel Plaza, en esquina de Av. Gastélum y Calle Primera. Archivo Histórico de Ensenada (1958).
mullos. El sacerdote escucha a ambos penitentes a la vez, respondiendo a ambos simultáneamente, ¿o los confundía? ¿Acaso estos dos telefonistas podían llamar desde cualquier Central? Papa, me desconectaron”.
Lo demás: el despecho, la insolencia, el menosprecio que puedan suscitar sus palabras, sólo son una oportuna plataforma para valorar y observar qué han hecho con nuestra Ensenada, qué tanto hemos participado nosotros en su deterioro y, sí, dedicarle nuestro aprecio de la manera que lo decidamos:
“El despecho, la insolencia, el menosprecio que puedan suscitar las palabras de Ferlinghetti, sólo son una oportuna plataforma para valorar y observar qué han hecho con nuestra Ensenada, qué tanto hemos participado nosotros en su deterioro y, sí, dedicarle nuestro aprecio de la manera que lo decidamos”
“Atónito en la tierra del polvo. Si me quedara un rato quizá aprendería a amar esta tierra, ya es la tercera o cuarta ocasión que estoy en México. Si Los Ángeles son el ano de Estados Unidos, ¿a qué corresponde este moreno apéndice inferior? Ensenada perdida, que sólo existe debido a la fuerza de gravedad, enterrada eternamente. Llegué de noche, en un autobús crepitante, en medio de rostros que se apartan. Por la mañana todo luce distinto. Hay sol y palmeras, los barrenderos están en las calles, asientan el polvo, la bahía luce tranquila con sus barcos pesqueros, las montañas se yerguen...”
En su “Border Beat: el ritmo de la iluminación”, páginas 153, 154 y 155 del libro Visiones vagabundas. Ensayos sobre la experiencia fronteriza en la literatura (editado por la UABC, 2014), el ensayista y escritor cachanilla Gabriel Trujillo Muñoz nos narra:
«En octubre de 1961, Lawrence Ferlinghetti, el poeta de San Francisco, dueño de la legendaria librería City Lights y editor de buena parte de la obra fundamental de la generación Beat, comienza su viaje a Baja California en 1961. En su libro The Mexican Night (La noche mexicana, 1962, edición aumentada en 1970), Ferlinghetti realiza “un viaje visionario sin visiones, en una tierra tan ciega como una piedra. El ritmo del nuevo México sigue siendo el ritmo del viejo México”. Su viaje va de Tijuana a Ensenada a Tijuana a Tecate a Mexicali. Es una travesía donde Ferlinghetti se muestra como un turista estadounidense más al que no le gusta la vida fronteriza. Si para Kerouac, el bullicio y la algarabía de las ciudades fronterizas era un llamado a la diosa de la fertilidad exuberante, a la diosa del gozo compartido, nuestro poeta-editor es un realista que no alcanza a ver ningún atisbo de belleza a su alrededor. (…) Desde su habitación del Hotel Plaza de Ensenada, Ferlinghetti sólo ve dos salidas: las montañas y el mar, “sobre las azoteas de las casas del puerto”, y recuerda Mallorca, una aldea perdida de pescadores. Luego pasea en caballo y observa el trabajo de los pescadores que “luchan con sus redes”. Al tercer día de su estancia en Ensenada ya está harto: “Ya no lo soporto. Me iré por la mañana. ¡Calles sucias de la Ciudad de Mierda! Esto es como morir, como quedar sin salida, aunque las personas se sonrían entre sí y actúan como si tuvieran aún esperanza. Dejen que entre el océano y todo lo sepulte”. Toma el autobús rumbo a Tijuana…»
Y no se trata que nos disguste, cause rechazo o enerve —tiene sentido que nos desagrade, pues el autor se ha esforzado para tal propósito— porque la significación de las palabras no llega sólo ahí, a una playita nada brava: va más allá, rebasa la capa de sentido común del “Sí me gusta / No me gusta”. De hecho, tan fácil equivocar los virajes de la complacencia para generar disgusto, como lo hace el autor, o mantener la decencia ciega, complaciente y convencional —políticamente correcta— para producir la simpatía y el aplauso.
En las sentencias que acabamos de repasar hay otra cosa: ¿Por qué el narrador, de manera deliberada, adjetiva de tal manera? ¿Qué observa en esa Ensenada que nada le da? Si fuese cierta la ficción —que no es el caso—, ¿Ensenada continúa siendo una “villa pesquera”, abusada, santona, maltrecha, abandonada y cenicienta? Son muchos los elementos que expone en este fragmento (mínimo) para generar profundas interrogantes en el lector y empezar a darle sentido a esas palabras… Y, como lector, desde luego, tenemos todo el derecho de mandar esta narración a la basura, y pasar a cosas que consideremos mejores, de la misma forma que Ferlinghetti lo hizo con su “Ensenada”. Y que descanse en paz.
*«“Baja” California / octubre 24, 1962», fragmento de The Mexican Night (La noche mexicana), de Lawrence Ferlinghetti, New Directions Books, New York, 1970.
raelart@hotmai.com *Escritor y editor
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Av. Riveroll, vista desde la Calle Primera. Fotografía: Francisco De La Gala Porragas (1960).
Calle Segunda y Av. Castillo. Francisco De La Gala Porragas (1960).
La última cabalgata de Cormac McCarthy
¿Cuál es la novela que emocionalmente más me ha sacudido en mi vida adulta? Al respecto no tengo ninguna duda: se llama La carretera y la escribió Cormac McCarthy.
Hay libros que te agarran de las piernas, de la cabeza y del alma y te vuelan la mente como un ciclón. Hay libros que en algún momento de la lectura te espetan a la cara una sentencia: “no vas a olvidarme nunca”. La razón por la que La carretera me horadó tan profundo en el alma, fue porque la leí cuando acababa de debutar como padre de familia. Ikercho era un pequeño de semanas, yo me encontraba en un periodo de demasiados cambios e incertidumbres laborales y de pronto la novela fungía como una suerte de revelación. Sí, lo admito: me sentí como el personaje de La carretera, que lleva a su pequeño hijo a través de un devastado mundo post apocalíptico.
En la historia, el planeta yace en ruinas, aunque nunca sabemos por qué. ¿Una guerra nuclear? ¿Una pandemia devastadora? ¿Un gran desastre natural? Cormac no lo aclara ni hace falta dar detalles. Lo único que sabemos es que en esa tierra muerta hay un padre que camina con su hijo pequeño protegiéndolo del frío inclemente, de los voraces antropófagos y del hambre, siempre el hambre, como una condena omnipresente. Padre e hijo caminan rumbo al Sur, pues intuyen que ahí hará menos frío y piensan que podrán encontrar comida, aunque no hay garantía de nada. Cada rincón del mundo es un lugar hostil y peligroso y cada ser vivo una potencial amenaza. Aparentemente no hay esperanza alguna y sin embargo el padre pelea cada día por salvar a su hijo, por encontrarle
algo de comer, por hacerlo sentir feliz aunque aparentemente en el mundo no queda nada más que esperar la muerte. Al cerrar el libro, tuve ganas de llorar.
“Lo único que sabemos es que en esa tierra muerta hay un padre que camina con su hijo pequeño protegiéndolo del frío inclemente, de los voraces antropófagos y del hambre, siempre el hambre, como una condena omnipresente”
Fue mi puerta de entrada a un autor mayor que desde entonces no he dejado de leer.
Llegué entonces a su obra de culto. Meridiano de sangre es una novela total, lo más cercano a esa mítica criatura que tanto obsesiona a los críticos llamada Gran Novela Americana. Meridiano es un Moby Dick de la pradera y el albino juez Holden es el Ahab del Viejo Oeste. Un descenso a las más densas tinieblas ontológicas.
Seguí con No es país para viejos, que es también descomunal y en una tarde de fin de año leí el ágil diálogo de Sunset limited donde un blanco suicida y un negro redentor dialogan sobre el
sentido último de la vida. En esa descomunal sala de espera que empieza a tener rostro de limbo, aguardan El pasajero y Stella Maris.
Nacido en Providence como Lovecraft, fue esencialmente un errabundo hasta sus 60 años. Después se refugió en el desierto de Nuevo México y en la luminosa oscuridad de quienes practican la ciencia.
Justo el día del cumpleaños de Fernando Pessoa, Cormac McCarthy se ha montado en los hermosos caballos para no volver jamás. Cabalga Cormac, cabalga. Acaso tu más allá sea un atardecer en la pradera, allá por el Bolsón de Cuatro Ciénegas.
danibasave@hotmail.com
*Ensayista y periodista. Reside en Tijuana desde 1999. Autor de Juglares del Bordo, El lobo en su hora, Bajo la luz de una estrella muerta
POR DANIEL SALINAS BASAVE*
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Cormac McCarthy.
Ilustraci ón : Óscar Valentín Bernal Foto: Archivo Palabra
ESTAR NEPANTLA
Tijuana Café-Bar en el Popayán de provoKTapia
POR EDUARDO CRUZ VÁZQUEZ*
En uno de tantos correos a mi sensacional cuate Carlangas, Carlos Vicente Tapia Mosquera, le conté que, una noche en días de Semana Santa de 2005, al caminar di con un pequeño antro. Me deslumbró que, en la colonial ciudad de Popayán, donde él habita, en esas fechas escenario de la mayor y más vistosa celebración del catolicismo en Colombia, el letrero anunciara: Bar Tijuana.
El dichoso acontecimiento, que no pasó del avistamiento por ser días de guardar, lo consigné en mi libro Colombia tiene nombre de mujer (UANL/Ediciones Sin Nombre, 2011). Regresé a ese recuerdo al comentarle a Carlangas mi estancia en Baja California, a finales del 2022, con motivo del estudio sobre el sector cultural.
Días después, Carlangas, poseedor de un enorme genio creativo, me hizo llegar la estampa del único lugar con el que dio. Se trata del Tijuana Café-Bar, que se encuentra en el Centro Comercial Campanario.
Quien amablemente me respondió por el messenger del negocio, me dijo que “el establecimiento es un bar donde se ofrecen cervezas y cócteles ‘mexicanos’, entonces qué mejor referencia para esto que el nombre de Tijuana”.
En la plaza comercial hay, además, dos restaurantes que honran el imaginario y los sabores mexicanos: el Tres cuates y el de Tacos&Steak. No puedo dejar de mencionar que la única librería entre docenas de tiendas lleva el bello nombre de Pensamiento escrito.
Y faltaba más: otro lugar emblemático de nuestra patria es el parque Benito Juárez, donde el grandioso héroe mira desde 1970 la vida cotidiana.
Dado que últimamente soy presa de variados episodios de olvido, le pido a mi carnal Carlos Vicente Tapia Mosquera sintetice nuestra historia: “Imposible olvidar aquella mañana de septiembre de 2001 cuando nos conocimos, en las oficinas que la agregaduría cultural de nuestro país tenía en el barrio La Cabrera. Todo fue un complot maravilloso de, como ya dije en uno de mis video-cuentos, la estocástica o probabilística de la vida, pues entonces hacía un posgrado en gestión cultural en la Universidad del Rosario en Bogotá, y dentro de la materia de Prácticas Externas, pedí, para tener experiencia en el frente de Diplomacia Cultural, una cita con el agregado cultural.
“Agregado cultural que resultó ser el señor licenciado Eduardo Cruz Vázquez, con quien tuvimos una pisciana empatía, a pesar de llevarme un sexenio de distancia en cuanto edad, y además ser egresados de la que para mí es la mejor universidad de México, nuestra querida UAM Xochimilco, carrera Comunicación Social, o comunicología como se decía en nuestros tiempos.
“Luego visitaste en 2005 estas tierras patojas, de donde es mi madre Nora Mosquera, descendienta
de una de las estirpes decimonónicas que rigieron el país en aquellos años incipientes de la República colombiana y con quien mi padre, Orlando Tapia, se casó en 1966, después de algunos años de estar radicado acá por asuntos de un posgrado, él es boliviano, de Cochabamba y hace poco arribó casi invicto en su salud, a sus 90 años de edad.
“En aquella época la OEA le planteó a mi padre escoger para una beca en Pediatría, es médico, tres posibles destinos: Panamá, Guatemala o México. Escogió México y allí, en el Hospital Español, vine a aterrizar yo un 10 de marzo de 1967.
“Así pues coincidimos en lo piscianos, en lo comunicólogos, en lo escritores, en el profundo compromiso por la gestión cultural, fíjate que curioso, en lo único que no coincidimos, es que no he tenido el gusto de visitar Tijuana ni en gustarme los bares, llámense así o de cualquier otra forma. No soy de antros, como diríamos en nuestras épocas”.
Dedicado a diversos afanes de la gestión cultural en la también sísmica Popayán, Carlangas produce en su canal de YouTube la serie de VideoLiteratura provoKTapia https://www.youtube.com/@carlosvicentetapia
El cuate Tapia Mosquera goza de un maravilloso catálogo de poemas y cuentos de su autoría. Además toma ciertos personajes o pretextos para narrar, con una voz propia de los mejores oradores como de experto locutor, un variado abanico de historias.
Y para mis orgullos, el buen amigo grabó un poema dedicado a mi padre que se publicó en el suplemento Laberinto de periódico Milenio (interesados leer https://www.milenio.com/cultura/laberinto/ rendicion-un-poema-de-eduardo-cruz-vazquez ).
Así que dos de mis más grandes afectos habitan y reververan en la bellísima Popayán, en la Colombia donde viví a principios de este siglo los mejores años de mi paso por esta tierra. El querido Carlangas, con su amistad cómplice y su catálogo inacabable de creatividad, y la emblemática Tijuana, con su sello imperecedero, irrefutable, genial.
angol97@yahoo.com.mx
*Periodista, gestor cultural, ex diplomático cultural, formador de emprendedores culturales y ante todo arqueólogo del sector cultural
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Fotos: Cortesía
Desamor entre hermanos
La hermana de Freud demuestra cómo el arte de la ficción puede plantear ciertas preguntas esenciales que las ciencias históricas no pueden o no se atreven a plantear
Cada vida es un conjunto de nimias infamias y pequeños actos heroicos. Y sin embargo, la historia de una vida no depende de su protagonista sino de su autor, de quien ha elegido cuáles episodios contar y cuáles relegar al olvido. Decir que toda biografía es ficción no condena el género: al contrario, lo redime, ya que las sucesivas constelaciones que diversos biógrafos proponen implican siempre una posibilidad más, como si cada vida fuese infinita, o tuviese la posibilidad de ser infinita. En esa eternidad literaria, cada uno de nosotros es, como san Pablo, todas las cosas para todas las personas.
Las muchas versiones de Sigmund Freud que historiadores y poetas nos han propuesto, desde la primera hagiografía escrita por Franz Wittels en 1924 hasta las revelaciones sobre el lado oscuro del personaje hechas hace unos años por Geoffrey Mason en los archivos Freud, no logran recrear un único hombre sino un verdadero tumulto de individuos. Entre las evocaciones más inquietantes, más originales, más fantasiosas, están sin duda las del joven novelista macedonio, Goce Smilevski. De la lectura de La hermana de Freud ningún admirador del maestro vienés saldrá indemne.
“Decir que toda biografía es ficción no condena el género: al contrario, lo redime, ya que las sucesivas constelaciones que diversos biógrafos proponen implican siempre una posibilidad más, como si cada vida fuese infinita, o tuviese la posibilidad de ser infinita”
El punto de partida es uno de esos hechos
relevantes en la vida de una celebridad que los historiadores suelen relegar al pie de página. Cuando en 1938 las tropas de Hitler invadieron Austria, intelectuales y políticos internacionales lograron obtener para Freud (que aún residía en Viena) un salvoconducto para refugiarse en Inglaterra; también le ofrecieron salvoconductos para los familiares y amigos que él sugiriera. Freud redactó una lista que incluía los nombres de su mujer, su hija Anna, su médico y hasta de su perro, pero no incluyó el nombre de ninguna de sus cinco hermanas octogenarias, cuatro de las cuales acabaron asesinadas en los campos de concentración nazis. La novela de Smilevski
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POR ALBERTO MANGUEL*
quiere recuperar la vida de una de ellas, Adolphine, cuya relación con su hermano fue a la vez amorosa y traumática. Después de una infancia dominada por la presencia de su genial hermano, Adolphine se sintió abandonada cuando éste se fue de casa para proseguir sus estudios. Al abandono siguió el rechazo por parte de su madre celosa, de la relación entre los dos hermanos, y al rechazo materno, la traición de su depresivo amante Rainer Richter quien, después de dejarla embarazada, la obligó a un aborto. Al límite de sus fuerzas, Adolphine decide internarse en un hospital psiquiátrico. Allí comienza a construir su propia identidad y a reconstruir su propia historia.
Virginia Woolf habló alguna vez de la sombría vida que hubiese llevado una hermana de Shakespeare. A través del ejemplo de Adolphine, Smilevski busca saber cómo puede rescatarse una vida olvidada, no sólo la de Adolphine sino también otras vidas femeninas condenadas por sus célebres hermanos a las sombras: Klara, hermana del pintor Gustav Klimt, incansable feminista, y Ottla, hermana de Franz Kafka, capaz de dar un sentido inmediato y concreto a las pesadillas literarias de su hermano. No es coincidencia que, en una sociedad en la que el poder está en manos de los hombres, las tres mujeres hayan acabado sus
vidas en lugares de reclusión: Klara, en una clínica psiquiátrica; Adolphine y Ottla, en un campo de concentración.
“Freud redactó una lista que incluía los nombres de su mujer, su hija Anna, su médico y hasta de su perro, pero no incluyó el nombre de ninguna de sus cinco hermanas octogenarias, cuatro de las cuales acabaron asesinadas en los campos de concentración nazis”
Obra profunda, inteligente, audazmente imaginativa, La hermana de Freud demuestra cómo el arte de la ficción puede plantear ciertas preguntas esenciales que las ciencias históricas no pueden o no se atreven a plantear. Como pocos otros intelectuales, Freud ha sido objeto de adoración y de escarnio para artistas y escritores, mereciendo el encomio de luminarias como Joyce, pero también las burlas de Borges y Nabokov. La visión que Smilevski nos propone es más ambigua. El rol de Freud en la novela es sin duda aborrecible, pero sus ideas liberatorias son las que al mismo tiempo permiten a Smilevski hurgar en terrenos psicológicos freudianos las raíces de sus personajes y desenterrar sus deseos secretos y motivos ocultos. Si bien la atroz sombra de Hitler se extiende sobre la vida de los protagonistas, otra sombra, la del exilado vienés, les permite ser algo más que meras siluetas literarias. Gracias al pensamiento de Freud, cada personaje adquiere dimensiones insospechadamente vastas.
Sería un error entender que La hermana de Freud es la mera crónica de las consecuencias
de una vergonzosa decisión individual. Sin duda la suerte de Adolphine fue sellada con la ausencia de su nombre en la lista salvadora, pero, como Smilevski no deja de recordarnos, ése es uno de los hilos de la trama. La hermana de Freud concierne el peligroso amor entre hermanos, las relaciones devastadoras entre una madre y una hija, la apasionada amistad de las mujeres, el poder restaurador de la voz humana, la importancia de la ficción como instrumento para entender nuestros misterios, las nociones de destino y de redención en el pensamiento judío, las posibilidades que la psiquiatría nos ofrece para vislumbrar nuestra propia persona, la incomprensible furia de la maldad humana, la incomprensible constancia de la misericordia.
La suerte de un libro extranjero, ya se sabe, depende no tanto de los méritos del original como de los de su traducción. Hay más de treinta traducciones de La hermana de Freud: he consultado cuatro. Sin conocer el macedonio, ninguna me ha parecido tan fluida, clara, precisa como ésta, de Liliana Tabákova y Krasimir Tasev.
La hermana de Freud. Goce Smilevski. Traducción de Liliana Tabákova y Krasimir Tasev. Alfaguara. Madrid, 2012. 288 páginas.
@albertomanguel
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*Escritor y editor argentino-canadiense, autor de Una historia de la lectura, Con Borges y Biblioteca de noche
Sigmund Freud.
Fotos: Archivo Palabra
¿Cómo se comunican nuestras ideas? ¿Hasta qué punto el lenguaje moldea nuestra percepción del mundo? Estas son preguntas que nos acompañan a diario, y es precisamente en ese territorio de la comunicación donde el filósofo Ludwig Wittgenstein encuentra un laberinto intrigante, lleno de matices y enigmas. Las líneas que estará a punto de leer tratan de pensar cómo es que lo que decimos no es más que la forma en que percibimos y entendemos al mundo. Querida lectora y lector, a veces hemos dicho o escuchado la siguiente afirmación: “Trata de ver el mundo como lo percibe la persona y entenderás el por qué piensa como piensa”, en una primera instancia la afirmación intenta ser una forma de empatía, es decir, que la forma en la que aborda los problemas es la manera en cómo mira la vida y en qué medida hace una lectura del mundo bien o mal; Wittgenstein analizará cómo nos enredamos, no con las palabras sino con el lenguaje y la vida misma.
I Somos lengua (Bild)
Wittgenstein, conocido por sus obras Tractatus Logico-Philosophicus e Investigaciones filosóficas, nos invita a explorar el lenguaje como una herramienta esencial que además de reflejar nuestro pensamiento, también lo construye. El lenguaje, en su visión, es como un juego en el que las reglas determinan cómo empleamos las palabras para expresar ideas y comprender el mundo que nos rodea (figura, Bild). Este sistema de símbolos representa lo que se considera como real. Y, como vemos en las primeras páginas de su obra, Wittgenstein sostiene la tesis de que la realidad y lenguaje se corresponden, sin embargo, es una relación limitada por el mismo lenguaje. De allí que él mismo enuncia: “Hechos del mundo están más allá de las limitaciones de su enunciación” (Wittgenstein, 1992, pág. 81).
Imagina que el lenguaje es un conjunto de piezas de ajedrez, cada una con su movimiento único y su papel en el juego. Wittgenstein nos lleva a observar cómo estas piezas interactúan en un tablero que es la vida misma. ¿Qué significa decir algo? ¿Cómo interpretamos las palabras de los demás? Pero aquí reside el desafío: ¿cómo sabemos si las piezas encajan de manera precisa en el contexto que intentamos comunicar? Wittgenstein nos insta a considerar que las palabras y frases no tienen significados fijos e inmutables, sino que su significado se deriva del uso que les damos en situaciones específicas. Este enfoque dinámico del lenguaje cuestiona la noción tradicional de que las palabras son entidades estáticas con definiciones universales. “El hombre posee la capacidad de construir lenguajes en los que cualquier sentido resulte expresable, sin te-
ner la menor idea de cómo y qué significa cada palabra. Al igual que se habla sin saber cómo se producen los diferentes sonidos” (Tractatus).
Este enfoque, conocido como “juegos de lenguaje”, nos recuerda que éste es profundamente contextual. Cada juego representa una forma única de comunicación, con sus propias reglas y formas de expresión. Y, como en cualquier juego, no sólo seguimos reglas, sino que también interactuamos con otros jugadores. Estas interacciones revelan cómo el lenguaje es una actividad colaborativa, donde damos sentido a las palabras a través de nuestras relaciones con los demás.
La influencia de Wittgenstein se extiende más allá de los confines de la academia. En la era de
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POR ERIC RODRÍGUEZ OCHOA*
WITTGENSTEIN: Reflexiones en el laberinto del lenguaje y la vida
las redes sociales y la comunicación digital, su enfoque adquiere nuevas dimensiones. ¿Cómo afectan las limitaciones de caracteres en Facebook a nuestra expresión? ¿Cómo cambia el significado cuando las conversaciones se reducen a emojis y gifs? Sus reflexiones nos incitan a considerar estas nuevas formas de comunicación y su ajuste a una nueva visión del lenguaje como actividad viva y en constante evolución.
En última instancia, el filósofo nos enseña a apreciar la riqueza y complejidad del lenguaje que utilizamos todos los días. Cada conversación, cada mensaje de texto, se convierte en una oportunidad para explorar la vastedad del laberinto lingüístico que habitamos. Nos recuerda que el lenguaje no es simplemente un medio para expresar pensamientos, sino una herramienta que da forma a nuestra comprensión del mundo y a las conexiones que forjamos con los demás.
“Wittgenstein nos desafía a ser conscientes del uso del lenguaje y cómo influye en nuestra comprensión del mundo”
tracciones oscuras y se centra en el uso concreto y práctico del lenguaje. Lector(a) la forma en cómo solucionamos los problemas en nuestro entorno será la medida en cómo clarificamos nuestros pensamientos y nuestro lenguaje. Un malentendido no es otra cuestión que un error en nuestra expresión del lenguaje que, como lo vemos en Wittgenstein es una limitante ante “los hechos del mundo” .
II Formas de vida (Lebensform)
da y su trasfondo cultural. Los jóvenes hoy se comunican con otras palabras que expresan comunicación y estas formas de vida, por ejemplo: “y la queso”. Wittgenstein —parafraseando la etapa que estamos comentado— menciona que a una forma de vida le corresponde “una imagen del mundo”. ¿Cómo observa la juventud su imagen del mundo?
El filósofo vienés nos advierte que no todas las preguntas filosóficas son realmente cuestiones legítimas —siguiendo a su maestro Bertrand Russell—, a menudo son simplemente malentendidos del lenguaje. Esta visión lleva a una forma de filosofar que abandona las abs-
Wittgenstein nos desafía a ser conscientes del uso del lenguaje y cómo influye en nuestra comprensión del mundo. Aunque su laberinto puede parecer intrincado, nos ofrece un mapa para navegarlo con agudeza y sabiduría. Si nos enfocamos a la segunda etapa del filósofo vienés habla de forma(s) de vida, sea en singular o forma de vida general, sería la totalidad que comprende los juegos del lenguaje de una época determina-
Así que la próxima vez que se encuentre en una conversación, recuerde que detrás de cada palabra hay una dimensión profunda que nos conecta a todos. Wittgenstein nos invita a explorar ese laberinto, a través del cual descubriremos que el lenguaje es una herramienta y una ventana a la esencia misma de la vida.
profesorericrodriguezochoa@outlook.com
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*Filósofo y teólogo con estudios y certificaciones en Criminología y Psicoanálisis. Profesor universitario, investigador y escritor
Ludwig Wittgenstein (derecha), filósofo
LA QUINTAESENCIA DE UN MENSAJE:
El príncipe sublime del intelecto de RAEL SALVADOR
PRESENTACIÓN EDITORIAL:
1 de septiembre de 2023, a las 6:00 p.m. Sala Ernesto Muñoz Acosta del Centro Estatal de la Artes de Ensenada (Blvd. Lázaro Cárdenas, #1430, Playa Ensenada) Comentarios de la periodista Mireya Cuéllar y el editor Manuel Quintero
“Yo sólo creería en un dios que supiera bailar”