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La Bolera: ícono del Parque Revolución | Columna de Arnulfo Estrada pág
Si el siglo xix fue para Baja California un largo periodo de transición entre la etapa misionera y la etapa modernizadora –vía la intervención extranjera y el comercio fronterizo–, el siglo xx representa la consolidación de un modo precario de vida, pero en constante crecimiento. Ni la naturaleza hostil ni la lejanía con respecto al centro del país, disuadieron a los habitantes de la parte norte de la península de Baja California de que esta tierra era un sitio de promisión. Gracias a los canales de regadío, la minería, las casas de juego y el contrabando, las rancherías se volvieron poblados y éstos acabaron por convertirse en verdaderos centros urbanos. A finales del si-
“Para principios del siglo XX, glo xix, las escuelas no cubrían toda la educación.
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Ensenada era el Por esta razón centro de la vida los mismos pareducativa y cultural de ese entonces ya ticulares que más conocimientos tenían daban claque podía no sólo ses y se converpresumir su trazo tían en tutores de urbano” las familias de los poblados. Con el cambio del Partido Norte al Distrito Norte de la Baja California, a fines de 1887 y principios de 1888, llegó un nuevo jefe político a la entidad: el general Luis Emeterio Torres, quien de inmediato se propuso encaminar a la sociedad fronteriza por la senda de la ilustración. Según Roselia Bonifaz en Ensenada: nuevas aportaciones para su historia (1999), este gobernante se abocó “a la organización de la instrucción pública e integró una comisión que realizó un estudio y un censo aproximado de niños en todo el distrito, el cual dio como resultado un informe en el que se expusieron las necesidades en materia escolar. El jefe político envió a México este documento y solicitó los fondos necesarios para el establecimiento de las escuelas en la región y un maestro ambulante para las rancherías. En Ensenada se calculaba que asistirían 100 niñas y 100 niños a las dos escuelas. A la profesora se le otorgaba un sueldo de 50 pesos mensuales y al profesor un sueldo de 100; los gastos de instalación serían de 800 pesos”. Aun sin la presencia del general Torres, en la década final del siglo xix la educación en nuestra entidad iba tomando forma.
Para principios del siglo xx, Ensenada era el centro de la vida educativa y cultural de ese entonces ya que podía no sólo presumir su trazo urbano, pleno de paseos y edificios, sino la vida social que en éstos se daba cita. Ensenada, por su condición de capital del entonces Distrito Norte de Baja California y puerto de altura, fue el primer poblado donde tal vida social hubo de sustentar a diversas manifestaciones artísticas y culturales: obras de teatro, conciertos de música, concursos de belleza y periódicos donde la poesía y el cuento tenían un espacio permanente y un buen número de asiduos lectores.
Si se toma en cuenta la información contenida en los periódicos ensenadenses de la época, en este caso de El Progresista (1903-1904), uno descubre que esta vida cultural estaba al día y se hallaba firmemente comunicada tanto con el resto del país como con la costa oeste de Estados Unidos. En las librerías de la Ensenada de aquellos años se podía conseguir libros de Emilio Zola, Rafael Delgado, Alejandro Dumas, Manuel José Otón, Heriberto Frías, Antonio Plaza, Manuel Acuña, Amado Nervo y Manuel Gutiérrez Nájera. Así como la colección del Parnaso Mexicano. La poesía, el teatro y el baile eran aquí actividades florecientes, enmarcadas en la vida educativa, social y económica de aquel puerto en apogeo en las postrimerías del porfiriato. Entre los principales promotores de esta vida cultural se hallan periodistas y bohemios que lo mismo hacían de jurados en concursos de belleza que actuaban en obras de teatro para solaz de la sociedad ensenadense. Entre los más connotados estaban David Zárate, Carlos R. Ptacnik y Pedro N. Ulloa. Este último era quien proclamaba en El Progresista, periódico del que era redactor, que “la época del lirismo ha concluido. La sociedad enriquecida por el trabajo y aleccionada por la experiencia, ha entrado en un periodo fecundo de meditación y de reposo”; o afirmaba que “necesitamos ya, y urgentemente, el novelista mexicano y al dramaturgo nacional, que, a la luz del arte, de la sociología y de la moral, nos pinte cuales somos, con nuestras pasiones propias, hijas del medio en que vivimos”. Y por el medio en que vivían en Ensenada, entre fronterizo y tradicional, los cambios eran paulatinos y ordenados en lo educati-
“La única vo. Para 1913 población que podía dar la hubo el intento de que era necesario que el imagen de una cuerpo docente ciudad con calles, fuera a los poplazas y edificios era Ensenada, la blados distantes de Ensenada a dar clases, pero capital entonces del la reacción no Distrito Norte de la se hizo espe-
Baja California” rar: muchos profesores y especialmente profesoras amenazaron con renunciar porque las familias ensenadenses no aceptarían que sus hijas maestras fueran a esos lugares lejanos, rurales, sin comodidades, solas ellas, cuando eran señoritas de la mejor sociedad. Aquí podemos observar que el estamento educativo del