DAGFRID
AGNÈS MATHIEU-DAUDÉ · OLIVIER TALLEC Y COMPAÑÍA
Dagfrid. El día en que mis padres me pusieron ese horrible nombre, habrían hecho mejor regalándome una mascota. Porque soy una niña vikinga, y los vikingos tenemos un montón de dioses y diosas que tienen muchas mascotas, y eso hace que te den ganas. Odín, nuestro dios todopoderoso, que se ocupa de los muertos, de la magia y de la poesía..., o sea, de todas esas cosas supercomplicadas, pero superdivertidas, tiene
cuatro mascotas. Y no son unos animales cualesquiera: dos lobos feroces que trotan por delante de él y dos cuervos que sobrevuelan sus anchos hombros. También tiene un caballo de ocho patas, pero no sé si un animal en el que te montas cuenta como mascota.
A mí me da pereza vivir como un dios, y sobre todo tener que ocuparme de tantos animales. Pero eso no quita que quiera tener una mascota, aunque sea pequeña. Me da igual que sea buena.
Sospechaba que mis padres no iban a decirme que sí a lo de los dos lobos y los dos cuervos. Lo del caballo de ocho patas ni pensaba molestarme en intentarlo. Un buen día, durante la comida, comencé proponiendo un gato, aunque sea un poco banal.
No podía imaginarme que mamá se pondría a gritar.
—¡Dagfrid! Mi anguila confitada.
¿Qué te ha dado? ¡Un gato! ¿Para qué?