David Pichón ¡paloma real! (David Pichón #4)

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Ilustrado por Sheena Dempsey

HADDOW

La familia real

les invita a celebrar la egada del bebé real

Solicitamos que acudan a una fiesta fantabulosa en el palacio para deleitarse con la exquisita repostería y los deliciosos dulces elaborados por el chef Chocolat Poulet, el pastelero oficial de la familia real.

Menú

Exquisitos higos de mazapán

Suculentos merengues de maracuyá

Maravillosos malvaviscos de fresa

Éclairs de chocolate, éclairs de natillas, éclairs de pistacho, éclairs de jarabe de arce, éclairs de tarta red velvet, carne de cerdo y caramelo salado (en resumen, todos los éclairs)

Tartaletas de frambuesa y miel

Galletas francesas con mermelada caliente

Dónuts azucarados de suero de mantequilla

Palomitas con picapica naranja (aperitivo favorito de la familia real)

David tiene ganas de fiesta se va al parque

—¿Has visto esto, Capi? ¿Lo has visto? David se sacó una tarjeta del cabestrillo. Estaba decorada con tinta dorada y palabras con florituras, y ahora mermelada y migas por haber estado metida en el mismo sitio donde mi mejor amigo guardaba las galletas.

Entre el borrón de las plumas de David agitando la tarjeta bajo mi pico, conseguí leer que se trataba de una invitación para una fiesta en el Palacio Real de los Humanos.

—Es una invitación para una fiesta que se celebró ayer, David —señalé.

—Exacto —dijo él con una amplia sonrisa.

Es curioso lo que recuerdas al pensar en el comienzo de un día que se convirtió en un completo desastre.

Recuerdo que el sol brillaba. Las nubes estaban tan algodonosas como un pichón recién nacido envuelto en algodón de azúcar. Y había una paz maravillosa.

Tendría que haber sabido que era uno de esos días que David acababa estropeando con un plan de cerebro de gato.

David se había ido al parque temprano para cotillear con los demás pájaros. Había regresado al cobertizo menos de diez minutos más tarde, muy emocionado e hinchando las plumas, con la invitación dorada.

—Capi, ¡tengo una noticia pichontástica!

—¿Has encontrado el alijo de galletas que he estado guardando para tomarme un tentempié por la noche? —le pregunté, buscando en mi escondite actual.

—Sí, Capi. Me las comí hace siglos.

—¡Pero eran mías!

—Estaban muy ricas —dijo él, curvando el pico en una sonrisa mientras recordaba cómo se había comido mis galletas—. Tendrías que cambiar de escondite para la comida.

Se balanceó por el alféizar de nuestro querido cobertizo y saltó sobre la tapa de una lata de pintura.

—Sé dónde podemos encontrar la comida más rancia, viscosa y deliciosa que hayas comido jamás.

¿Rancia y además viscosa? Eso era casi inaudito.

—¿Dónde? —pregunté desconfiado, aunque muy consciente de los fuertes gruñidos de mi estómago.

Entonces fue cuando me enseñó la lujosa invitación y me contó su plan.

Las palomas del parque le habían contado a David que el día anterior se había celebrado una fiesta en el Palacio de los Humanos.

Las fiestas solo significaban una cosa: cestos de basura llenos. Y las fiestas reales solo significaban una cosa: papeleras reales

llenas. Las bolsas negras reales y los cestos de basura dorados con ruedas estarían repletos de palomitas, delicias dulces y galletas. Por no mencionar los malvaviscos a medio comer y las migas pegajosas de merengue. Hasta se rumoreaba que había galletas con mermelada en el medio; mis favoritas.

—Esas palomas del parque conocen los mejores cestos de basura para encontrar las cosas más ricas —chilló David, emocionado.

Vale. ¿Recuerdas cuando dije hace nada que David tendría un plan de cerebro de gato? Pues resulta que de vez en cuando tiene alguna idea pichontástica, ¡y esta era una de ellas! ¡Oye! Que yo tengo muchas ideas pichontásticas.

La verdad es que no.

¡Íbamos a ir al Palacio de los Humanos! Me moría de ganas. Recordaba historias del palacio que mi abuela nos había contado a David y a mí cuando éramos pichoncitos. Hablaba de puertas de hierro chapadas en oro, con las barras perfectamente colocadas y del tamaño perfecto para que pueda pasar una paloma. Había oído hablar de una fuente enorme en el exterior donde las palomas podían bañarse y beber agua, y cuando hablaba de la calle Mall, hecha para que las palomas corrieran libres y

volaran, solía inclinar la cabeza a un lado y se le humedecían los ojos al imaginarse volando hacia el palacio con el viento bajo las alas.

Tu abuela nunca volaba. Solo se tiraba pedos.

Pero es verdad. Cuando pienso en tu abuela, pienso en pedos. Era una pedorra de campeonato.

Lo recuerdo.

Casi le arrancó una rama a un árbol.

¡David! Estaba describiendo una escena preciosa.

¿Recuerdas cuando ganó el Campeonato de Palomas Pedorras?

No teníamos tiempo que perder. Había comida gourmet de oferta, y tenía las plumas revueltas de la emoción por mi primer viaje al Palacio de los Humanos.

—¡Venga, David! —grité—. Vamos a ponerte el ala prostética.

—No hay tiempo —dijo él, que ya estaba saliendo por la puerta del cobertizo—. Es un lío, y no podemos dejar que ninguna paloma llegue al palacio antes que nosotros.

De modo que fuimos caminando hasta la estación más cercana y pillamos el primer tren al centro de la ciudad.

No pillamos el tren literalmente.

Eso sería imposible. ¿Te imaginas una paloma pillando un tren?

¿Sabes qué, Capi? Yo podría hacerlo. Con una red para pillar trenes.

En la tienda de redes para pillar trenes, evidentemente.

¿Y dónde vas a encontrar una red tan grande?

Como siempre, a los humanos les hacía mucha gracia ver palomas en el tren, y se pusieron a hacernos fotos a David y a mí.

Él posó alegremente hinchando las plumas del pecho. Un humanito me dio unos trocitos húmedos de tortitas de arroz mientras su madre dormía…

¿Tortitas de arroz?

¿Comiste tortitas de arroz? ¡¿Y NO ME LO DIJISTE?!

Tú también podrías haber comido, pero estabas muy ocupado posando.

Hum. No puedo hacer nada si mis fans quieren fotos mías, Capi. Tengo una misión muy importante al salir en todos estos libros que tú escribes.

Como iba diciendo, un humanito me dio unos trocitos húmedos de tortitas de arroz mientras su madre dormía. No llegamos a la parada del Palacio Real de los Humanos hasta después de que David hiciera su pichonésima pose.

—Seguro que yo podría ser príncipe —dijo David mientras saltábamos del tren al andén—. Siempre he pensado que tengo plumaje real.

—¿Para qué quieres ser príncipe? —le pregunté yo mientras esquivábamos cientos de tobillos humanos y buscábamos señales que nos llevaran al Palacio de los Humanos.

—Podría quedarme todo el día tumbado engullendo comida de primera.

—Seguro que hacen más que eso —dije mientras seguíamos por la acera un rastro de palomitas pegajosas—. Además, ¿eso no es lo que haces tú de todas maneras?

—Capi, yo me esfuerzo mucho…

De repente, David se detuvo. Tropecé con sus patas y me caí de pico contra una farola.

—¡David! —me quejé, poniéndome en pie y frotándome mi dolorido pico.

—Capi —dijo sin ofrecerme siquiera el ala para levantarme—. ¿Recuerdas el plan pichontástico que tenía para llegar al palacio antes que las demás palomas?

—¿Sí?

Mi amigo miraba directamente hacia delante, con los ojos muy abiertos y la parte inferior del pico caída. Seguí su mirada.

No éramos los únicos que habían pensado en los cestos de basura reales.

Una gigantesca multitud de cuerpos de plumas grises y garras rosadas bloqueaba nuestro camino hasta las puertas doradas del palacio.

Y cuando digo «gigantesca», me refiero a que pienses en un número, lo multipliques por chorrocientos, le sumes un mogollón y le restes uno, y ese es el número de pájaros que estábamos viendo.

¿Quién es el tonto que nos ha pedido que escribamos un cuarto libro?

Sea quien sea, tiene un gusto pichontástico.

David Pichón y su mejor amigo, Capi, han trazado su plan más de cerebro de gato hasta el momento, pues David ha convencido al príncipe Raju, la paloma real, para que se intercambie con él por un día. Pero la buena vida no está tan bien como parece…

“Este libro tiene el Sello Real de Aprobación”. El príncipe Raju, la verdadera paloma real

“¿Cuándo

vas a llamar a tu madre?”

El padre de Capi

De la misma colección:

Proyecto de sostenibilidad LIBROS LIBRES DE CO2

ISBN 978−84−10090−27−9

ISBN: 978-84-10090-27-9

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