Una pizza para el dragón (Cronicas de Pizzania #1)

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CRÓNIC AS DE

Pizzania

UNA PIZZA PARA EL DRAGÓN

A mi Iris, que es imparable.

Martín Piñol

Para Olivia y Saulo, y para mis dos dragoncitos Leo y Silas.

Erica Salcedo

Texto © Joan Antoni Martín Piñol, 2024

Ilustraciones © Erica Salcedo, 2024

Dirección editorial: Patricia Martín

Edición: Clara Jubete Baseiria

Dirección de arte: Noelia Murillo Ballesta

Asistencia editorial: Aina Florit Moll

Corrección: Raúl Alonso Alemany

Revisión de texto: Eida del Risco

© Editorial Flamboyant, S. L., 2024

Gran Via de les Corts Catalanes, 669 bis, 4.º 2.ª, Barcelona (08013) www.editorialflamboyant.com

Todos los derechos reservados.

Primera edición: septiembre de 2024

ISBN: 978-84-10090-19-4

DL: B 14249-2024

Impreso en Imprenta Mundo, Cambre, A Coruña, España

Esta obra ha recibido una ayuda a su creación del Ministerio de Cultura a través de la Dirección General del Libro, del Cómic y de la Lectura.

Libro libre de emisiones de CO2 gracias al acuerdo establecido con la Fundación Plant-for-the-Planet.

CRÓNIC AS DE

Pizzania

UNA PIZZA PARA EL DRAGÓN

· LIBRO I ·

El dragón rojo quería comer pizza. Estaba harto de devorar ovejas, vacas y algún que otro caballero que había tenido la osadía suficiente para enfrentarse a él.

Cuando se acercaba a los rebaños, los pastores le disparaban flechas, le lanzaban piedras y le clavaban lanzas. Además, todos los caballeros insistían en cortarle la cabeza con su espada..., y así era muy difícil tener una comida tranquila y una buena digestión.

Para vivir en paz, el dragón había intentado comer frutas de los árboles, pero aquellas

CAPÍTULO 1 · 3 ·

garras que tenía hacían que recolectarlas y llevárselas a la boca resultara casi imposible. Y si mordía la copa de los árboles directamente, se le quedaban ramas entre los dientes, cosa que le molestaba mucho.

Ten en cuenta que en esa época no se habían inventado los dentistas ni el hilo dental, y podía pasar meses con las ramas entre los dientes, rascándoselas con la lengua.

También había intentado comer verduras de los huertos de los campesinos, pero estaban sucias de polvo, insectos y caracoles, y después se pasaba un buen rato escupiendo los restos.

Cuando sobrevolaba el río y veía a los peces nadando tan tranquilos, le entraban ganas de sumergirse con la boca muy abierta y empezar una dieta acuática. Pero le asustaban las leyendas de dragones que se quedan sin fuego cuando entran en el agua. Claro que quizá fuera porque se bañan sin esperar las dos horas de después de la comida, que es algo de lo que siempre avisan las madres de cualquier especie.

El dragón estaba muy aburrido de alimentarse siempre de lo mismo. Fue entonces cuando oyó hablar de la fabulosa pizza del maestro Martinelli.

Y decidió que la probaría fuera como fuera.

CAPÍTULO 2

El maestro Luigi Martinelli había participado en muchas guerras, pero solo como herrero. En su fragua, había forjado un montón de espadas, escudos y armaduras, golpeando hierro ardiente durante horas y pasándose noche y día aguantando el calor infernal de las llamas. Por suerte, el pueblo de Villamocos hacía años que vivía en paz y no había ninguna guerra a la vista. Los soldados se habían hartado de que les clavaran espadas o que les quisieran cortar un brazo con un hacha.

En estos tiempos de paz, el maestro Luigi Martinelli había podido cerrar el negocio y abandonar el calor sofocante de la fragua.

Había viajado por muchos lugares lejanos, donde había escuchado historias trepidantes, anécdotas brutales y chistes muy groseros. Pero lo importante para esta historia es que, en uno de sus viajes, aprendió el fabuloso arte de la pizza de los misteriosos cocineros italianos.

La probó por casualidad, extrañándose del olorcillo seductor y de su forma redondita, y con el primer mordisco supo que su vida cambiaría para siempre.

Renunció a continuar su viaje y se quedó un tiempo largo con los cocineros para devorar todo su conocimiento culinario. El aprendizaje fue agotador y muy complicado. Cualquiera puede poner una pizza en el horno, sobre todo si no le importa que acabe chamuscada, pero solo los · 8 ·

maestros de verdad saben darle el toque exacto. Con meses de práctica, casi sin dormir ni hacer nada más que cocinar, el maestro Martinelli se sintió tan cómodo entre masas, ingredientes y hornos como lo había estado en su fragua con las armas y las armaduras.

Llegó un momento en que todas las pizzas ya le salían bien, y hasta era capaz de prepararlas con los ojos tapados.

Los maestros lo entrenaban de ese modo para que aprendiera a guiarse por el olfato y el tacto: así podría cocinar en las situaciones más complicadas.

Finalmente llegó el día en que los cocineros italianos le dijeron que ya era uno de los suyos. Volvía a ser un maestro, pero en una nueva especialidad: había conseguido dominar el arte de la pizza.

Luigi decidió volver al pueblo de Villamocos para difundir la felicidad pizzera entre sus vecinos. Y así fue como montó la primera pizzería del Reino Sin Nombre.

Al principio, la gente pensó que se había vuelto loco. Si podías cocinar una buena sopa, un buen pollo o unas buenas costillas de cordero, ¿por qué arriesgarte a tragarte esa cosa redonda y estrambótica?

Pero, poco a poco, más que nada por aburrimiento, porque en ese pueblo no había demasiadas novedades, la gente fue a probar la nueva comida.

Y les encantó.

La pizza pasó de ser un capricho excéntrico a la última sensación del reino. Todo el mundo quería probarla, y se formaban unas colas larguísimas en el exterior de la antigua fragua, que ahora se había convertido en la pizzería de Luigi.

El local aún no tenía nombre, como el propio reino, que tampoco tenía, pero los vecinos del pueblo llegaban a él siguiendo aquel olorcillo delicioso.

Aunque, como imaginarás, crear un negocio nuevo no fue nada fácil. Al principio, Luigi no conseguía cocinar las pizzas él solo, y así fue como Iris, su vecina, llegó a esta aventura.

CAPÍTULO 3

Iris era la niña más lista y decidida de todo el reino, pero, en aquella época, eso no impor-

taba. Las chicas como ella solo podían llegar a ser cocineras, criadas o nodrizas que criaban a los hijos de las familias ricas. No las dejaban ser ni maestras, ni caballeras ni poetas.

¿Qué podían hacer ellas para cambiarlo?

Iris no estaba dispuesta a pasarse la vida obedeciendo y callando solo porque siempre se había hecho así. Quería ver mundo, hacer cosas increíbles y sentirse viva enfrentándose a aventuras imposibles.

Por tal razón, cuando Iris se enteró de que el maestro Martinelli había vuelto, quiso acercarse a la antigua fragua a ver qué hacía. Y lo que encontró fue un cocinero desbordado lidiando con sus primeros intentos culinarios.

Luigi había aprendido todas las técnicas de los maestros italianos, pero, cuando volvió a casa, con los nervios y sin los mismos ingredientes ni aquellos hornos especiales, te aseguro que las pizzas no le salieron bien a la primera. Al principio, se le quemaban (o se quemaba él al sacarlas del horno), o las hacía demasiado saladas o aburridas porque siempre se olvidaba algún ingrediente. Entonces fue cuando su vecina Iris se ofreció a probar todas las obras que le salían del horno. Al principio, el maestro se mostraba arisco y receloso con ella. Pero la niña se ganó su confianza después de catar un montón de

intentos horrorosos que habrían hecho vomitar a un yeti.

Poco a poco, Iris fue aprendiendo las recetas y empezó a cocinar con Luigi…, y juntos fueron mejorando día a día. Cuando el negocio empezó a ganar algo de dinero con las primeras pizzas que no salían quemadas, Luigi le pudo pagar un sueldo de cocinera.

La cola de gente cada día era más larga, y los dos cocineros se pasaban toda la jornada, desde la primera luz del día hasta la última oscuridad de la noche, preparando pizzas.

―¿Has visto, maestro Martinelli? ¡Cuánta gente feliz gracias a las pizzas! ―decía la niña, sonriendo con orgullo.

―Yo solo veo a gente impaciente con cara de verruga peluda. ¡Y no paran de quejarse porque quieren comer! ―le contestaba Luigi, que siempre veía la parte negativa de todo.

Hace muchos siglos, en un tiempo lleno de magia, una niña valiente y decidida ayuda a su vecino a montar la primera pizzería del reino.

El reparto de pizzas es todo un éxito... hasta que aparece un dragón terrible que decide comérselas todas, poniendo en peligro la vida de los repartidores y el hambre de los clientes.

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ISBN 978−84−10090−19−4

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