Jose Angel Perez Garcia Fuego Nuevo

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José Ángel Pérez García Memorias desde el Fuego Nuevo

Editorial IZ / Editorial IM

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José Ángel Pérez García / Memorias desde el Nuevo Nuevo

Primera edición Febrero 2016 DR 2016 José Ángel Pérez García / Memorias desde el Fuego Nuevo Todos los derechos reservados antoniotisk_art@hotmail.com

Ilustración de la portada: Esther González Sánchez Correción: German Vergara Soriano, Mario Alberto Serrano Monzón. Captura: Marcela Rojas.

Coedición Editorial IZ Literatura Iztapalapa www.issuu.com/literaturaiztalapa

Editorial IM Impresiones Maravillosas www.issuu.com/editorialim Juárez 139 Col Lienzo Charro Playas de Rosarito, Baja California, MEXICO sistemaciudadanodeinformacion@gmail.com

Prohibida su reproducción sin permiso del autor.

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DEDICATORIA:

A todos aquellos que compartimos historias y cultura en Iztapalapa durante los últimos veinticinco años.

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Entre la realidad y la ficción En Iztapalapa de los años sesenta, se respiraba todavía el aire campirano de sus pobladores, sin embargo comenzaban a llegar vientos de cambio, de transformación, de modernidad; se abrían caminos, se entubaban canales y los campos de cultivo importantes graneros de los ocho barrios-, comenzaba a ser motivo de codicia y negocio de invasores, fraccionadores y políticos sin escrúpulos. Entre la realidad y la ficción, esta es una pequeña historia de aquellos tiempos de “culebras de agua”, remolinos de más de diez metros de altura venidos de “allá de por la laguna de la Cortadura”, hoy Leyes de Reforma, arrastrando en espirales de agua y polvo “peces, patos y chichicuilotes”.

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CUESTIÓN DE PRECIO

De las familias originarias de Iztapalapa y vecino ejemplar del barrio de Santa Bárbara, Don Isaac Herrera se distinguía por su espíritu emprendedor y su curioso hábito de no desperdiciar las cosas bajo el argumento de que “todo tiene utilidad”. Dueño de una tienda de materiales de construcción en la calle de Comonfort, casi esquina con General Anaya, la “Casa Herrera” era afamada por la venta de ladrillos de “tezontle y tepetate blanco” que elaboraba todos los días con “siete carretilladas de tezontle, tres de cal y uno de cemento”, para hacer obra en los terrenos baldíos de las incipientes colonias que brotaban en los alrededores del centenario pueblo. Noble negocio aquel de ladrillos, cemento, cal varilla y polines, pues daba para la manutención de quince personas: él, la esposa, la abuela Juanita y doce descendientes –cuatro mujeres y ocho hombres-, cumpliendo cabalmente con los requisitos solicitados

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por un grupo de pro-hombres del tranquilo y provincial pueblo de Iztapalapa para ser catalogado como “huevón”, pues rebasaba la norma establecida de concebir y mantener ocho o mas descendientes. Su negocio también contaba con las herramientas necesarias para el buen funcionamiento y servicio del mismo: por un lado sus hijos que le ayudaban en el acarreo, compra y distribución del material, y por otro lado su viejo camión Dodge del 51, bautizado como “El Malquerido”, viejo y ruidoso modelo, de noble motor con capacidad para cinco toneladas. El ma lq u eri do , ba jo l a tu te la d e su s h ij os, principalmente el pequeño Juan, recorría invariablemente el Camino Real de Iztapalapa, para dirigirse a pueblos, colonias y parajes aledaños del rumbo, intercambiando bocinazos, acelerones y señas e insultos propios de la profesión con evocaciones y fraternales saludos familiares con los choferes de los transportes públicos de la época, gente “respetable y educada”, pues sus operadores concientes de la incapacidad y limitaciones alfabéticas de sus pasajeros, colocaban en el parabrisas papel de china de colores para los “burros”, expresión usada de forma coloquial y con la confianza que otorgan los varios años de servicio: “verde para Santa Anita-Jamaica, y rojo para Zócalo-Loreto”. Los traslados iniciaban en la madrugada y el “chimeco” salía retacado de “guajolotes, poncianitos y cajas de verduras de las chincoleras que iban a mercar a la ciudad”. 12


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Don Isaac no era un derrochador, su fama de hombre razonable y austero era conocida en el pueblo. Por ejemplo, usaba la manta de los costales de azúcar o harina de trigo para la elaboración de prendas interiores o como ropa de diario; era muy común ver a los niños jugar con su calzón de manta con la leyenda en las asentaderas: “50 kilos de la fina”. Pero donde demostró su capacidad de cuidar y aprovechar los recursos de la madre naturaleza, fue un lunes en la ma ñ a n a c u a n d o a l g u i e n l e f u e a a v i s a r e l descubrimiento de un garrafón de cuatro litros de “algo que huele muy feo”. De inmediato mandó traer el garrafón y al destaparlo se escuchó un sssssh prolongado y emanó un olor fétido como a rancio, su color era blanco y se veía como leche cortada. De inmediato identifico el contenido y recordó que el sábado unos maestros de obra estuvieron degustando el contenido del pomo en cuestión, pero por las prisas lo habían dejado en el patio donde estacionaba el camión; el sol y el sereno de dos días habían fermentado el asqueroso líquido. Se pasó la lengua por los labios y sentenció emocionado: ¡Esto es pulque! Y con picardía y ante el asombro de los ahí reunidos se comprometió: “Ahorita lo compongo”. Los gestos de asco y repugnancia de empleados e hijos se hicieron evidentes y nadie se imaginaba como es que iba a arreglar esa porquería. El comerciante se frotó las manos y mandó traer unas cervezas: -Tráete dos caguamas bien muertas-, le dijo a uno de los chalanes. De inmediato pidió una jarra de peltre como para cuatro 13


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litros de agua y ahí vació el contenido del viscoso y oloroso líquido, destapó los envases de cebada y mezcló el contenido lentamente, revolviendo con una cuchara de madera. El contenido perdió se espesura pero mantenía la blancura del pulque. Cuando terminó, metió un jarrito de barro a la olla de peltre, se lo llevó a la boca y soltó un chasquido con la lengua -¡Aaah¡ El néctar de los dioses-. Después invitó a los presentes a probar su inventiva etílica. Todos pusieron cara de repugnancia y de gestos vomitivos, sin embargo no faltó voluntario quien al probar la mezcla puso cara de sorpresa y compartió la opinión de Don Isaac. El día fue inolvidable y se mandaron traer más tlapehue y más cervezas, para perfeccionar lo que fue bautizado como “curado de cebada”. Además su visión empresarial lo había puesto en boca del pueblo, pues en una salida a “México” adquirió en la tienda departamental Salinas y Rocha, enfrente de Bellas Artes, un televisor “Packard Bell” blanco y negro de treinta y dos pulgadas, todo un acontecimiento local. La abuela Juanita no lo bajaba de loco “tan cara y sin ninguna utilidad”, decía. Don Isaac se reía y le contestaba: “sí el Santo e avienta a las cuerdas, yo porque no iba a aventarme a las locas”. Efectivamente, fue todo un golpe comercial sin precedentes, toda una novedad. Se corrió la voz del nuevo aparato por todo el pueblo y al principio se dejaban pasar a los niños al patio “a ver la tele”, en la casa de Comonfort, en Santa Bárbara, pero era tal la 14


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demanda que por necesidades de espacio trasladó el aparato a su terrenito de los Reyes, número diez, del barrio de San Lucas, donde construyó un galerón rústico con láminas de cartón y asientos de vigas y cobrar a veinte centavos la entrada. El negocio era en las tardes con la asistencia de niños y niñas para ver las caricaturas de Merrie Melodies, Chabelo y su moralina infantil o Cachirulo y su chocolatote Exprés. La abuela seducida por el éxito de las nuevas tecnologías, amplió las expectativas financieras del negocio y comenzó a vender refrescos, chicles, chocolates, pepitas, cacahuates, naranjas, perones y cañas con chile, entre otros chuchulucos; pero la verdadera ganancia se daba con los apasionados fanáticos de las luchas, los toros, el fútbol y el box, ampliando la oferta a cigarros “Faros, Del Prado, Casinos y cerveza Carta Blanca”. La abuela acababa exhausta, pero contenta. Otra inquietud comercial de Don Isaac, era atender su hato de marranos “finísimos ejemplares casi, casi de exportación”, presumía, pues fueron adquiridos en el exclusivo y afamado rancho “Quema Coco”, de “allá de por los rumbo de Amecameca”, decía señalando hacia el oriente. Esta afición por el ganado porcino se adaptaba perfectamente a su espíritu de utilidad y aprovechamiento de los recursos a su alcance. Así, se levantaba en la madrugada con las cubetas de las

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sobras de la comida familiar del día anterior y otras mas con alimento especial “para engorda”; repartía las porciones en cada uno de los chiqueros, dependiendo del número de crías o del tamaño del cerdo. A los sementales, orgullo de la casa, les tocaba un poquito más “por lo que se pudiera ofrecer”, previendo las solicitudes de los vecinos preocupados por elevar la calidad de las razas o multiplicar el número de porcinos en sus criaderos. Para ello, llegaban por la mañana para solicitarle en alquiler “al semental” quién sabedor de la naturaleza de su trabajo se dejaba pastorear mansamente por las calles de San Lucas, San Ignacio, Santa Bárbara o donde se ofreciera. Su proceder era, por decirlo de algún modo, el de todo un profesional en estos menesteres, pues a cien metros de su destino levantaba la nariz para olfatear el ambiente y cuando capturaba los enloquecedores efluvios de la hembra en turno, aceleraba el paso para llegar a tan ansiada y sugerente cita. En uno de esos días cuando Don Isaac en la tranquilidad de su negocio procuraba escuchar las radionovelas del momento: “Chucho el Roto”, “San Martín de Porres”, “Martín Corona” o “El derecho de nacer”, mientras mentalmente repasaba las ganancias de su inventiva empresarial, apareció sin previo aviso uno de sus ahijados de un compadre famoso por mercar carnes de res, de puerco y de borrego en las calles de Pachicalco. Su presencia, informó al padrino, era para “resolver una urgencia y quién más que usted,

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padrino”. El ahijado era el hijo consentido de la familia y tenía una larga historia de francachelas y escándalos, principalmente en el barrio de San Ignacio. Sus juergas y sus ocurrencias eran muy comentadas en la comunidad, pero era tolerado e hipócritamente respetado por ser hijo de quien era. Inclusive en forma de desagravio se comentaba que sus actitudes y escándalos eran parte del aprendizaje de los jóvenes de Iztapalapa. La cuestión que lo colocaba enfrente de Don Isaac era porque había perdido en la baraja un “puerquillo” que su padre ya tenia comprometido y llegaba con humildad a solicitarle en préstamo -“lueguito que lo realice se lo pago”-, uno de los marranos del empresario. Por consideración y respeto, no le contó al padrino la verdad, ingenioso y lengua larga, lo envolvió con una historia de fatalidades, donde por un descuido le habían robado la carne y él tenía que responder ante su padre por la pérdida. Verbo y miel, labia fina, inventó una grave enfermedad del compadre y “no estaba para muinas”, por eso en consideración a la larga y productiva amistad que por años habían cultivado las familias, y por no agravar la salud del patriarca, solicitaba ese favor. Don Isaac, hueso duro de convencer, comenzó a ablandarse con la historia del ahijado, pero no podía darle el marrano así como así, tenía que sacar una ganancia. Finalmente le dijo que sí, pero le dio una cotización bastante exagerada, casi al doble, “tu sabes carne fina y de calidad del rancho (no cualquier rancho) Quema Cocos”, e inmediatamente su índice señalaba hacia el 17


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oriente. El joven no se amilanó, al contrario le hizo saber que consideraba justo el precio por las circunstancias de la petición y concluyó con un “hoy mismo lo realizo y mañana le traigo el dinero”. La abuela, testigo mudo del trato, hizo un presupuesto mental y calculó que alcanzaba para otro aparato televisor para ampliar el negocio abriendo una sucursal. Al siguiente día el ahijado no llegó, pasó una semana y no se apareció. Don Isaac, pensó en hacerle una visita al compadre, pero no quiso contrariarlo “su enfermedad, los corajes, no era buena idea”, consideró. Dos meses después como no queriendo se lo encontró por Cinco de Mayo y de nuevo pudo mas la verborrea del muchacho, prometiéndole una próxima visita: “Luego paso a pagarle padrino, déjeme salir de unos compromisos”. Seis meses después, Juan uno de sus hijos más allegados y de los más enterados en los manejos de los negocios del padre, le preguntó: -Oiga ¿Ya le pagó el marrano su ahijado?-. A Don Isaac se le revolvía el estomago y comenzaba a proferir un rosario de insultos y recuerdos familiares en contra de su deudor “el compadre no tiene la culpa”, decía condescendiente y agregaba: -¡La culpa es mía! ¡El más pendejo y hablador me vino a ver la cara!

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Respiraba profundo y en un tono más sereno y con un matiz de triunfalismo se consolaba diciendo: -Pero lo mejor de todo y lo que me dio más gusto, decía orgulloso, es que se lo vendí bien caro…

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Trascender

Hace mas de 15 años la tradición del danzón inició en el quiosco del Barrio de Santa Bárbara, para después trascender a la plaza principal de Iztapalapa. Esta crónica hace homenaje al género y rescata conceptos de los maestros del danzón de la Casa de Cultura Fuego Nuevo.

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LA ELEGANCIA Y SEÑORÍO DE SU MAJESTAD EL DANZÓN

Una alegoría coreográfica a la geometría: cuadro… escalera… cuadro, tres cuartos… tornillo… medio… diagonal, los cuerpos reaccionan a la instrucción del maestro e impone la aritmética mental para medir la ejecución; el remate relaja los cuerpos y prepara la siguiente maniobra dancística. Catalogados como adultos (y adultas) mayores, danzan para compartir su soledad, su tedio, su aburrida cotidianidad y se involucran con desbordante pasión en los comunitarios y socorridos bailes al aire libre donde el género musical por excelencia es su majestad el Danzón. Son los programas delegacionales revitalizando y reivindicando al gremio cronológicamente longevo, rescata y recrea un género bailable con "vestigios semiclásicos" y plazas, parques y jardines trascienden por unas horas en multitudinarias pistas de baile.

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Esto es "vida, juventud y alegría" exclama Cristina Hernández de 70 años, instructora de danzón en Iztapalapa. Habla de "una medicina natural para el cuerpo" y ayuda a los adultos mayores a socializar, a encontrar pareja de baile, e inclusive "pareja de vida". Efectivamente, son concentraciones de generaciones adultas en plena convivencia musical y rítmica, donde los académicos y los líricos se esfuerzan por expresar corporalmente su comunión con la vida a través del baile fino de salón: "entre mas suave el movimiento mas dominio del ritmo" dice la máxima danzonera. Pero el virtuosismo no se expresa de forma individual, es necesario tener un complemento corporal para mostrar la excelencia en ejecución: "Se tiene que dar una química con la pareja, un diálogo del cuerpo, sin palabras. el movimiento debe ser coordinado, preciso y la mujer debe atender al mando, a la intención rítmica del varón". Juan Becerril, profesor de danzón superior y director del grupo coreográfico Danzoneros Clásicos de la Ciudadela, reconoce la dificultad de conseguir pareja en el danzón: "yo he tenido cinco parejas en veinte años de instructor, pero solamente con una logré la perfección". Los sentimientos tocan sus recuerdos y desliza sus pies bajo la evocación de un intenso montuno y los brazos dirigen a una ficticia pareja. Se detiene y dice

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emocionado: "bailar danzón se vuelve erótico, con ella -suspira profundo- te juro que hacía el amor bailando". Para justificar sentencia: "el baile es un arte, pero bailar danzón es un arte supremo". Además, continúa: "el danzón te lleva a varios estados de ánimo con tu pareja de baile: melancolía, reflexión, alegría, logrando la armonía requerida en la ejecución". La cita de cada ocho días es en la explanada de la Gustavo A. Madero, en la Ciudadela, en Coyoacán, en Iztapalapa y varios puntos mas de la ciudad. Poco a poco llegan los personajes impregnados de una antigua elegancia y señorío: traje y corbata, zapatos lustrosos, algunos con guayabera; pocos usan sombrero tipo Panamá; las mujeres emperifolladas con vestidos largos "de coctel" y zapatillas, el abanico es opcional. Tamb i én l l eg a n p e rso n a je s co n ve sti me nt a s excepcionales recordándonos a los tarzanes y a los pachucos de las viejas películas de las cintas en blanco y negro de Tin Tan o Juan Orol. Al mismo tiempo en una plataforma los integrantes de la danzonera organizan la colocación de instrumentos: saxofones, violines, trompetas, timbales y demás aditamentos musicales. Con todo este contexto nos vemos trasladados a un imaginario trópico de cemento. De acuerdo a algunas crónicas, el danzón tiene su origen en Matanzas, Cuba. Miguel Fayle, inaugura este género, "genuino vals de los pobres, imitación de la

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corte desde los ingenios azucareros". Su aportación radica en incluir descansos en la ejecución musical que "aminoren el calor y aprovechar el ritmo para obtener algo de refinamiento". El maestro Juan Becerril confirma: el danzón es "música semiclásica por la complejidad de sus partituras y el alto grado de virtuosismo para ejecutarlo". No en balde le llaman baile fino de salón: "puede ser una persona con actividades como mecánico, carnicero, cargador de mercado, pero en el danzón adquieres actitud, elegancia, porte, finura". El danzón debe ejecutarse despacito, en el mítico ladrillo o recorriendo la pista, pero "siempre suavecito". El danzón "es el tiempo del mundo a disposición de una pareja", diría Carlos Monsivais. La orquesta ("De la tercera edad", "Danzonera Estrella", "Bobadilla Danzonera", "Escuadrón Azul" y la de moda "La Playa"), se arranca con los primeros acordes y las parejas inician su coloquio corporal: "La mano no aferra, se desliza, el cuerpo no salta, se enreda lentamente en recovecos". El maestro Becerril recuerda: "antes eramos pocos, nos reuníamos en la Ciudadela, para intercambiar pasos y figuras. Miguel Ángel Vázquez, de Coyoacán, Julio Gómez, Julio Zárate, Jesús Uvalle, Alias "el gato", fuimos los fundadores en ese lugar.

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La película "Danzón" de María Rojo, en 1995 fue el detonante para abrir espacios al aire libre, en casas de cultura, en kioscos, donde se imparten clases, principalmente a las personas mayores. Las delegaciones aprovechan el boom e implementan programas sabatinos y dominicales conocidos como Plazas del Danzón. En algunos espacios la organización de estos eventos queda a cargo de comités locales, quienes en coordinación con las autoridades organizan los bailes populares: orquesta, logística, sillas, hora y lugar. En algunos casos eligen y autorizan a los profesores en los espacios públicos. Cada pieza se convierte en una coreografía en tres tiempos dice el maestro José Osorio: "primera melodía, segunda melodía y montuno". Aquí se distingue al clásico del lírico por la forma de ejecutar la danza: "en Veracruz, el danzón se baila cerrado, en la Ciudad de México, a la hora del montuno las parejas abren y hacen figuras", ilustra. Ahora, dicen los maestros, el danzón se ha extendido a diferentes puntos de la república, se realizan encuentros, pláticas, conferencias porque es un fenómeno que mueve a una población considerada vulnerable. Aquí se reencuentran con la vida y logran una mejor calidad de vida.

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Columpio… paseo… cubano con giro… cruzado… la rosa… remate en diez... la sincronía con el tiempo, con la música. El remate destaca al maestro y distingue a la pareja; la puntualidad en la danza es, a esta edad, un privilegio de la vida.

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Otros títulos de Editorial IM

ANTECEDENTES Y CAUSAS del Movimiento de Independencia de 1810. (Colección Historia). Enrique Moreno Kegel. La FASCINANTE HISTORIA de Playas de ROSARITO, Baja California, MEXICO. (Colección Historia). Mario Alberto Serrano Monzón POLITICA INDUSTRIAL en México y Cadenas Productivas. Un análisis al sector plásticos. (Colección Ensayo). Dr. Cesar Soto Ibarra. * HOY ESCRIBO PARA TI. (Colección Poesía). Constanza Casanova. DRAMAMINE. (Colección literatura) Mario Alberto Serrano Monzón POEDANZA. Poesía en Breve (Colección Poesía). German Vergara Soriano CUENTO CORTO / POEMAS SENTIDOS (Colección Poesía). María Luisa Rivera Grijalva ANTICRISTO, en el nombre del padre (Colección Dramaturgia) Guillermo Antonio Pérez Tiscareño Primer Informe de Actividades Legislativas 2014. Felipe de Jesús Mayoral Mayoral.

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