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Colectivo Rita Lambert
SAN BARTOLOMÉ19Almagro la CamaBajo
Mi hermana y yo éramos las hijas de los vecinos del 6º . Teníamos unos diez años, quizá doce, alguna de las dos .
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En el 5º centro, vivían don Manuel y doña Pilar, dos personas mayores que procedían de Extremadura . Poseían tierras y, sobre todo, yo oía hablar de un cortijo en el que los guarros de pata negra campaban por sus respetos .
En el historial de la familia consta que don Manuel era catedrático de Matemáticas en Madrid . Teniendo en cuenta estas circunstancias no llego a entender por qué las averías que producían en aquella casa tenían que ser solucionadas por alguno de los miembros de mi familia, compuesta sobre todo por niños de corta edad .
En caso de enfermedad también nos tocaba actuar como cuidadoras de pacotilla, en aquella familia . En la ocasión que relato, doña Pilar estaba postrada en el lecho con alguna dolencia . Su marido don Manuel, llamó a mi madre quien, hábilmente, nos pasó la pelota a mi hermana y a mí . Nosotras no pudimos seguir pasando la bola, pues lo único que quedaba, por debajo de nosotras, era un niño de cinco años que estaba exento de todas las tareas .
Ante la urgente llamada, este equipo formado por dos pitufas se puso en marcha .
Una vez en casa de la vecina, recibimos instrucciones . Había que hacer la cena para aquella enferma tan desvalida, que por lo que se ve, tenía un marido completamente inútil .
Nos fue hecho el pedido del menú . La doña quería una tortilla francesa . En aquella casa todo estaba bajo llave .
Don Manuel abrió un armario después de desbloquear la cerradura y sacó un huevo . A continuación, volvió a cenar la alacena a cal y canto . Del interior del horno sacamos una sartencilla que parecía tener un poco de aceite en el fondo . A estas alturas no es necesario decir que la bombilla que colgaba del techo de la cocina era tan pequeña y alumbraba tan poco que no nos permitía aclararnos con lo que estábamos haciendo . Todo estaba en la misma línea de tacañería .
Cuando el huevo batido cayó sobre la sartén, no nos dio un infarto porque estos ataques al corazón no le suelen dar a niños de diez años .
La sartén tenía todo el fondo tamizado con una harina requemada que, seguramente, procedía de alguna fritura de pescado . El aspecto que tomó la “omelet” no podía ser peor . Negra e impresentable .
A mí hermana se le ocurrió subir a mi casa a buscar un huevo para repetir la operación en una sartén limpia y así no tendríamos que pedirle a don Manuel que de nuevo descerrajara el armario . No queríamos dejar al descubierto nuestra falta de preparación .
A hurtadillas, salió de la casa la mayor de las niñas y nada tardó en volver con el huevo que acabaría con aquella situación tan embarazosa .
¡Esta vez sí! La cena tenía un aspecto inmejorable . Después de servir a nuestra postrada vecina aquel alimento, nos asaltó una nueva preocupación . ¿Qué haríamos con la renegrida tortilla? Tirarla a la basura nos parecía un riesgo, pues don Manuel podía descubrirla . Comérnosla para hacer desaparecer el cuerpo del delito, era imposible .
Nuevamente mi hermana, que era la mayor y cabeza pensante, tuvo una idea . Envolvió en un papel de estraza la tortilla y se la guardó debajo del jersey, sujeta con la cinturilla de la falda .
Fuimos a despedirnos de la enferma, deseosas de reanudad nuestros juegos infantiles y al inclinarse para dar un beso a doña Pilar, mi fratella sintió como la tortilla se partía y como al incorporare caía a sus pies, mostrando su aspecto cada vez más desagradable .
En ese momento la reacción fue impulsiva . De una patada la diminuta cuidadora, mando aquel aborto de cena hasta el fondo, por debajo de la cama .
Aquí terminó nuestra aventura . Nos volvimos a nuestra casa, posiblemente para terminar de hacer los deberes que teníamos que entregar en el cole al día siguiente . Algunas veces, pasado el tiempo, hemos pensado en lo que le pasaría por la cabeza, a la persona que se encontró el renegrido resto alimenticio en tan impropio lugar .
Luz Artesana