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Críspulo Coronel

DESDE EL BURLADERO DEL TIEMPO: Temporada de 1989 inolvidable “Monaguillo”

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El 5 de marzo de 2016 nos dejaba José Manuel El Monaguillo tras sufrir un gravísimo accidente vascular que le mantendría en estado de coma poco más de un mes. El Monaguillo, de imborrable recuerdo, fue simplemente un hombre bueno y un contumaz aficionado taurino cuya filosofía de vida giró firme y obstinada en torno a la singular cultura de la Tauromaquia. Razón por la que el 25 de agosto, instantes después de iniciarse el paseíllo bajo las cálidas notas del pasodoble Plazas de Almagro, las cuadrillas comandadas por David Fandila El Fandi, Cayetano Rivera Ordóñez y Alberto López Simón se detendrían ceremoniosas frente a la presidencia para ofrendar en su memoria un emotivo minuto de silencio. Una fortísima ovación en su honor precedió a la ruptura de la estirada y marchosa formación.

Hace ya un buen puñado de años, en una fría noche del mes de diciembre de 2007, mantuve una amena charla con José Manuel en su bar del Rincón del Monaguillo. Por aquel entonces, José

Manuel Castro Cuadra

era un hombre tremendamente feliz. O al menos, esa era la impresión que trasmitía a primera vista. A sus cincuenta años, obviando lazos laborales y familiares, este notable aficionado almagreño me confesó que vivía exclusivamente por y para el toro. Juzguen ustedes, en aquel tiempo ejercía como Asesor Técnico Artístico del Coso de la Cuerda, disfrutaba de una pequeña finca con una bonita placita de tientas que le permitía matar el gusanillo de la afición montando fiestas con vaquillas para grupos organizados o en plan privado que es cuando íntimamente solía disfrutar a tope. Además, impartía clases prácticas de toreo de salón en el Taller de Tauromaquia de Almagro creado y organizado por su propia iniciativa y colaboraba en el programa radiofónico taurino De berenjena y oro en Onda Almagro. Amén de frecuentar las plazas de toros en temporada cuando merecía

El 25 de agosto las cuadrillas comandadas por David Fandila El Fandi, Cayetano Rivera Ordóñez y Alberto López Simón se detendrían ceremoniosas frente a la presidencia para ofrendar un emotivo minuto de silencio a la memoria del Monaguillo. Una fortísima ovación en su honor precedió a la ruptura de la estirada y marchosa formación. la pena y muy especialmente la Maestranza de Sevilla por su feria de abril de la que era cliente fijo desde hacía muchos años. Inigualable. Todo un personaje este Monaguillo.

No desvelo nada nuevo si digo que José Manuel, desde hacía más de tres décadas, regentaba un bar de su propiedad conocido, ya se ha dicho, como El Rincón de El Monaguillo. Negocio muy bien llevado que le permitía vivir holgadamente y costearse los demás caprichos. Nadie es perfecto, que diría Juncal, pero él, persona de buen talante y fino humor, también como buen taurino algo picarón y un poco bohemio, a buen seguro que ni envidiaba ni se cambiaba por nadie, particularmente cuando todavía podía saborear y deleitarse pegándole cuatro muletazos a una becerra a pesar de la progresiva torpeza de sus piernas. Otro osado mortal, este Monaguillo, que quedaría envenenado desde muy niño por el temible y seductor virus de la afición a los toros. A lo largo de la entrevista de aquel crudo invierno nos contaba cosas tan apetecibles y sabrosas como estas:

Soy aficionado desde que tengo uso de razón. Recuerdo que con tres o cuatro años ya me iba a la plaza con mi tío José Roldán El Sopas y, en las Escuelas Nacionales, di mis primeros muletazos con un periódico en presencia de Don José Manuel Parras un día que fue a sustituir a su padre, Don Antonio Parras, mi maestro de toda la vida. A los once años, justo cuando empecé a trabajar de camarero en el desaparecido bar Ches, comencé a tomarme en serio lo de ser torero. Recuerdo que me iba a entrenar a la plaza de toros del Santuario de las Nieves, con Eduardo Prieto y también con su hermano Ma-

José Manuel Castro Cuadra El Monaguillo, de imborrable recuerdo, fue simplemente un hombre bueno y un contumaz aficionado taurino cuya filosofía de vida giró firme y obstinada en torno a la singular cultura de la Tauromaquia.

nolete. Ya en aquellas fechas me tiré de espontáneo en la placita del Santuario a un novillo de Enrique Martín Arranz (con el tiempo apoderado de Joselito) que alternaba con Julián López El Juli, padre de la actual figura del toreo.

Era el sexto de la noche y salió de cuartos traseros. Sí le veo los cuernos que gastaba seguro que no me tiro, Jajaja... El caso es que ya estaba decidido y, nada más salir, me encontré frente a él. En el primer encuentro me agarró de muy mala manera propinándome una soberana paliza. El señor Rodríguez Maestre y el doctor Gregorio García Barrejón que, ubicados en el burladero adosado a la pared de la ermita, vieron de cerca el percance se asustaron de veras por la magnitud del trompazo. Terminada la novillada llegué a mi casa disimulando el dolor y me acosté. Al día siguiente, completamente destrozado me fui a trabajar. Cómo me verían aquellas mujeres del bar que me metieron en una cama y allí estuve tres días durmiendo y sin aparecer por mi casa por miedo a mi padre.

De esta época, recuerdo también otra anécdota muy curiosa y amarga al mismo tiempo. Yo desde niño siempre tuve alergia a las plumas y en general a todas las aves. Andrés Baeza lo sabía de primera mano y, también, que tenía intención de pedir una oportunidad a Don Manuel Rodríguez Maestre en cualquiera de sus plazas. En el corral del bar había un gallinero y un gallo enorme que se tiraba a todo el mundo. En fin, que allí se juntaron todos los ingredientes para gastarme una broma. Un buen día me encerraron en el corral y como es lógico tomé el olivo y salí de naja, (Jajaja)… Y media hora después estaba en la casa de Don Manuel. Cuando llegué a su despacho, el empresario, ya sabía por Andrés el episodio del corral. Y nada más verme me espetó con mucho cachondeo: Si necesito alguna vez un picador, ya te avisaré... ¡Un picador!, pensé yo, cuando por aquel entonces tenía que pasar tres veces por el mismo sitio para hacer sombra. Pasaron los años, me saqué el carné de novillero profesional, cuando me llamó el conocido empresario para actuar de sobresaliente con los llamados “Jinetes de la Apoteosis” (los hermanos Peralta, Alvarito Domecq y Samuel Lupi) en las Virtudes de Santa Cruz de Mudela. Y cuando ya estaba el viaje preparado con Andrés Baeza y Antonio Micó, llamé a Don Manuel y le dije que si no había picadores no contase conmigo. Estaba deseando actuar, pero no sé por qué mi orgullo personal me lo impidió. Poco después me volvió a llamar para torear en la misma plaza, también de sobresaliente, junto a Tomás Campuzano y Manuel Cascales y allí estrené mi traje de luces, un verde manzana y oro, regalo de Emilio García El Lince.

“Recuerdo que me iba a entrenar a la plaza de toros del Santuario de las Nieves, con Eduardo Prieto y también con su hermano Manolete. Ya en aquellas fechas me tiré de espontáneo en la placita del Santuario a un novillo de Enrique Martín Arranz…”. “Era el sexto de la noche y salió de cuartos traseros. Sí le veo los cuernos que gastaba seguro que no me tiro, Jajaja... El caso es que ya estaba decidido y, nada más salir, me encontré frente a él. En el primer encuentro me agarró de muy mala manera propinándome una soberana paliza…”.

Un poco antes de ser llamado a filas se inauguró en Ciudad Real la primera Escuela Taurina de la mano del novillero-empresario Andrés Prado Cárdenas ubicada en una pequeña plaza de toros situada en la carretera de Piedrabuena, junto al desaparecido bar de la Rosaleda. Instalaciones a las que El Monaguillo había contribuido a levantar junto a los torerillos Bernardino Galán Carnicerito, Jesús Ciudad, el amigo Eusebio y Galán de Puertollano. Y ese mismo año de 1977 tomó parte en el festival taurino que organizaba, en la plaza de toros de Ciudad Real por Navidad, el cura Don José Ballesteros a beneficio de los pobres.

El resultado de mi actuación en el festival del padre Ballesteros, lo resumió perfectamente el crítico Juan Pérez Serrano en La Hoja del Lunes. El titular era harto elocuente: EL Monaguillo NO ESTUVO NI BIEN NI MAL, SINO TODO LO CONTRARIO

José Manuel cumplió con los deberes patrios en la muy torera Córdoba y a la vuelta del servicio militar obligatorio se establecería por su cuenta en el quiosco del Paseo de la Estación. Allí estuvo una temporada en tanto en cuanto terminaban las obras de su futuro negocio en la Ronda

de Santo Domingo, frente a la antigua Universidad del Rosario. Y, mientras tanto, por aquel entonces, metafóricamente hablando, El Monaguillo tenía la hierba en la boca como decimos los taurinos. Pero, antes como ahora, las oportunidades escaseaban y, medio desesperado por su penosa situación sólo pensaba en torear dónde fuere, con quién fuere y como fuere.

En la siguiente temporada de 1978 me llamó Manolo Lozano para participar en la segunda oportunidad de Vistalegre. Era una buena ocasión, pero allí tampoco pasó nada de particular. No terminaba de “romper”, aunque aquella experiencia me sirvió para seguir toreando que entonces era lo que iba buscando. Y en agosto, el sr. Lozano me pondría con otra becerra el día del desencajonamiento de la corrida de feria de Manzanares. Al poco tiempo se acordó de mí Andrés Prado para actuar como sobresaliente en Carrión. El cartel de novilleros lo formaban Bernardino Galán Carnicerito, de Ciudad Real, y el sevillano Manolo González (hijo del matador sevillano del mismo nombre y propietario de los hierros Hermanos González y Sánchez Dalp). Volví a vestirme de torero e hice el paseíllo. El segundo de la tarde cogió a Carnicerito y vi con cierta preocupación cómo una ambulancia se lo llevaba a toda prisa a la capital. Y el tercero, nada más abrirse de capa, le levantó de mala manera los pies del suelo a Manolito González. No quise ver más, con los nervios propios de la situación le dije a mi acompañante, Emilio Moreno, que pusiera en marcha la “lechuguita” (el antiguo Citroën Mehari de Emilio) y salí huyendo como un conejo a todo gas para Almagro vestido de verde manzana y oro, Jajaja…. Al día siguiente, me enteré que lo del sevillano no fue nada y pudo matar la novillada. ¡Pero eso quién lo sabía!…

“El resultado de mi actuación en el festival del padre Ballesteros, lo resumió perfectamente el crítico Juan Pérez Serrano en La Hoja del Lunes. El titular era harto elocuente: El Monaguillo NO ESTUVO NI BIEN NI MAL, SINO TODO LO CONTRARIO”.

En 1981, algo desengañado del toro y más centrado en el bar, fundó la peña de Los Baldaos junto a otros amigos y clientes. Una asociación cuyo fin primordial era jugar a las quinielas o la lotería. Pero andando el tiempo, la peña crecería de forma espectacular en número de asociados y, por iniciativa del Monaguillo se instituyó el primer Trofeo Taurino que se crearía en Almagro para premiar la mejor labor de la feria de 1985. Dicho trofeo consistió en un atractivo cuadro titulado Corrida de toros en la Plaza Mayor. Para el siguiente 1986, cambiaron el premio por la original Berenjena, una artística talla de nuestra principal hortaliza. El trofeo, obra del conocido escultor Luis A. Sanguino (creador igualmente del monumento dedicado a José Cubero Yiyo en las Ventas) se financió con la ayuda de los industriales del ramo, especialmente por el almagreño Vicente Malagón. Así lo recordaba José Manuel:

En 1981, algo desengañado del toro y más centrado en el bar, fundó la peña de “Los Baldaos” junto a otros amigos y clientes. Andando el tiempo por iniciativa del Monaguillo, se instituyó el primer Trofeo Taurino que se crearía en Almagro para premiar la mejor labor de la feria de 1985. Dicho trofeo consistió en un atractivo cuadro titulado “Corrida de toros en la Plaza Mayor”. Del trofeo de La Berenjena Del trofeo de La Berenjena se hi- se hicieron veinte unidacieron veinte unidades que costaron 550.000 pesetas y recuerdo que, cuando nos lo entregó el escultor, des que costaron 550.000 pesetas y recuerdo que, cuando nos lo entregó el escultor, Luis A. Sanguino, rompió el molde diciéndonos que des- rompió el molde diciéndode ese momento ya había aumentado su valor. Es un trofeo único y del que conservo, por diferentes avatares, dienos que desde ese momento ya había aumentado su valor…”. cisiete unidades. El primer año, por el mal juego del ganado, el premio quedó desierto. Al siguiente, recayó en el portugués Víctor Méndez y el torero lo recibió en la misma plaza de manos de nuestro presidente Antonio Cañizares. En 1988, lo ganó José Miguel Arroyo Joselito, que vino ese mismo año a recogerlo en un acto celebrado en la Universidad Popular. A partir de aquí, la peña cambió de nombre pasando a llamarse “Club Taurino de Almagro”, recayendo la presidencia en Ángel Díaz (de los Habaneros) y la secretaría en Eugenio Ramos. El algecireño Pedro Castillo, en 1989, y José María Manzanares fueron otros dos galardonados. El último, por su gran faena al toro de Núñez en 1992, no vino a recogerlo.

En 1989, siendo alcalde de la ciudad Don Luis López Condés y como concejal de festejos José Solís, el Ayuntamiento creó una Comisión Taurina con el fin de gestionar una serie de novilladas económicas y resolver la adjudicación de la plaza de toros. Para el patrocinio de las cuatro primeras becerradas se destinó la muy respetable cifra de un millón de pesetas, 250.000 por función, asignándole 50.000 pesetas a cada chaval. Respecto a la concesión de la plaza, tras veinticinco años gloriosos con Don Pedro Balañá Espinós e hijo, en mala hora se tomó tan arbitraria como nefasta decisión. Tras la unilateral osadía del aquel Ayuntamiento arrancaría todo un serial de despropósitos y desatinos que trajeron de cabeza a más de un dirigente municipal, de ambas formaciones políticas, terminando la plaza en los tribunales.

Pero sigamos con la Comisión, de las que en general opino que sólo sirven para enredar aún más las cosas. La susodicha estaba integrada por los aficionados Iluminado Ureña, Isidro Verano, Paco Asen-

En 1989, siendo alcalde de la ciudad D. Luis López Condés y concejal de festejos José Solís, el Ayuntamiento creó una Comisión Taurina con el fin de gestionar una serie de novilladas económicas y resolver la adjudicación de la plaza de toros. Se presentaron nada menos que diecisiete plicas, cuatro o cinco de gente de mucho peso en el mundillo taurino… Ganó la oferta presentada por la empresa Roca y Víctor… En la imagen, José Solís, Luis López, Pedro Velázquez (de Almadén), El Monaguillo y Ángel Díaz.

sio, Francisco Ruiz Calares, Emilio Moreno, José Solís, El Monaguillo, Aurelio Rojas y algún otro que no recuerdo. La plaza de toros de Almagro en aquella época, por tradición, raigambre y rentabilidad, era un excelente bocado para la clase empresarial del país. Y a los hechos me remito, puesto que para su adjudicación se presentaron nada menos que diecisiete plicas, cuatro o cinco de gente de mucho peso en el mundillo taurino, incluido Balañá que había sido perversamente vetado por hacer las cosas bien. Las comparaciones dicen que resultan odiosas. Ganó la oferta presentada por la empresa Roca y Víctor, propiedad del ex matador de toros Rafael Roca y del taurino Víctor Pérez.

A raíz de la adjudicación de la plaza me llamó el ex matador de toros y empresario Rafael Roca, con quién había mantenido algún que otro contacto anterior, para que le buscase el personal de dependencias del pueblo y le orientase sobre algunos aspectos de la plaza. Para ello pensé en Antonio Parras, como sabes hombre buen conocedor de este ambiente. Recuerdo que cuando se enteró el concejal José Solís se puso histérico. Me quedé atónito, al conocer el motivo de la indignación del edil de festejos. Al parecer, con mi actuación dejaba de cobrar ciertas comisiones y otras mercedes derivadas de la representación. Tan mal me cayó su inconcebible postura que, en vez de ceder a sus pretensiones, decidí hacerme cargo del asunto.

Unos años después, en 1993, cuando Emilio Moreno dejó el puesto de Asesor Taurino de la Presidencia, el alcalde se acordó del Monaguillo para tal menester que haría su debut, aconsejando al concejal de festejos Paco Asensio, en la novillada de feria que se programó para dar una calurosa bienvenida a la Denominación de origen de la berenjena. José Manuel Castro compartiría el cargo, al año siguiente, con Claudio Abellán que asesoró al propio alcalde, Sr. Condés, y al concejal León Herrera. Pero, por estas fechas, la atención del Monaguillo estaba centrada en un proyecto muy ilusionante y de mayor envergadura como era la construcción de su placita de toros. Más que un deseo un sueño cercano, ahora a su alcance. José Manuel, en sus ratos libres, con mucho esfuerzo y la inestimable ayuda de su padre pasito a pasito iría levantando su plaza de toros que bautizaría con el nombre de La Tercera, haciendo el ordinal alusión al lugar que ocuparía en Almagro tras el Coso de la Cuerda y la del Santuario de la Virgen de las Nieves. Y el soñado proyecto se haría realidad en la fiesta campera que organizó para familiares y amigos con motivo de su inauguración el 24 de agosto de 1995, día grande de San Bartolomé.

De aquellos años en el palco recuerdo el monumental escándalo que se organizó en 1994 con la corrida de Guadalest que estoquearon Finito de Córdoba, Joselito y Julio Aparicio. Presidía el concejal León Herrera y aquello no caminaba precisamente por los senderos del éxito. Como era habitual se enchiqueraron dos sobreros y, como es habitual, las cuadrillas dejaron como segundo reserva el toro mejor presentado de todo el encierro. Aquel día, a pesar de haber soltado ya un sobrero, los objetos arrojadizos, incluido envases de bebidas y hasta bidones, parecían llover del cielo durante la lidia del sexto toro que correspondió a Julio Aparicio. Y fue entonces cuando nos llamó por teléfono el apoderado, José Luis Segura, amenazándonos de que su torero no salía como soltasen el segundo sobrero. Y claro está, no salió...

Otra efeméride curiosa, por insólita e infrecuente, me sucedió asesorando a la concejala Elvira Prieto en el año 2004. Era la tercera de feria y alternaban Manuel Díaz El Cordobés, César González El César y el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza. Y sucedió que tras pedir permiso Manuel Díaz al palco, a la sra. Presidenta le dio tal “apretón” de las berenjenas que había tomado en la feria que no tuvo más remedio que ser sustituida por otra concejala, quién sería la que recibiría el saludo de rigor por parte de un asombrado Cordobés tras acabar con su toro.

Por estas fechas, 1993, la atención del Monaguillo estaba centrada en un proyecto muy ilusionante y de mayor envergadura como era la construcción de su placita de toros. José Manuel, con la inestimable ayuda de su padre, pasito a pasito iría levantando su “plaza de toros” que bautizaría con el nombre de La Tercera, haciendo el ordinal alusión al lugar que ocuparía en Almagro tras el Coso de la Cuerda y la del Santuario de la Virgen de las Nieves. “Otra efeméride curiosa, por insólita e infrecuente, me sucedió asesorando a la concejala Elvira Prieto en el año 2004... Y sucedió que tras pedir permiso Manuel Díaz al palco, a la señora presidenta le dio tal “apretón” de las berenjenas que había tomado en la feria que no tuvo más remedio que ser sustituida por otra concejala…”.

Con José Manuel impartí lecciones de toreo de salón, clases teóricas en el aula taurina y prácticas en La Tercera durante los años de permanencia del Taller de Tauromaquia de Almagro…

Jajaja… Según el reglamento, si una situación así se produjese, la presidenta sustituta tenía la obligación de continuar hasta la finalización del festejo. Con Elvira no fue así, pues una vez repuesta de la inoportuna diarrea volvió a ocupar su puesto...

Además alternamos de tertulianos durante casi una década en el programa De Berenjena y oro de Álvaro Ramos en Onda Almagro donde pasamos ratos espléndidos e inolvidables. Una verdadera pena que te fueses tan pronto Monaguillo. Podríamos haber hablado mucho más con José Manuel pero razones de metraje y horario nos obligó a rematar la faena cuando comenzaban a gotear los primeros clientes de la noche. En cualquier caso, a este narrador le cabe el gratificante privilegio de haber disfrutado de su amistad así como el haber colaborado en muchas tareas en torno al toro en la última etapa de su trayectoria vital. Con José Manuel impartí lecciones de toreo de salón, clases teóricas en el aula taurina y prácticas en la Tercera durante los años de permanencia del Taller de Tauromaquia de Almagro. Además alternamos de tertulianos durante casi una década en el programa De Berenjena y oro de Álvaro Ramos en Onda Almagro donde pasamos ratos espléndidos e inolvidables. Una verdadera pena que te fueses tan pronto Monaguillo. En recuerdo de aquellos indelebles años y a modo de un brindis torero ¡va por ti! este humilde reconocimiento, más el relato de la feria taurina de 1989, un año en el que, por si te quedaba algo por hacer, ejerciste como encargado a nivel local de la nueva empresa taurina de Roca y Víctor.

Llegada la feria, la empresa Roca y Víctor programó dos corridas de toros y un espectáculo cómico, a celebrar el domingo 27, con la inclusión de El Bombero Torero y sus enanitos ausentes algunos años de Almagro. Pero antes, para el día grande anunció a Roberto Domínguez, que hacía su presentación; Juan A. Ruiz Espartaco, líder del escalafón; y José Miguel Arroyo Joselito, triunfador del año anterior. Lidiarían una corrida del Marqués de Ruchena, de Sevilla, reses procedentes de Benítez Cubero. Buen cartel de figuras digno de una plaza como la de Almagro. Pero... la categoría de la ganadería dejaba mucho que desear, pues no era de las más caras ni de las más renombradas del mercado. Y para el 26, los toros de Don José Escobar, reses de origen santacolomeño que pastaban en la finca de Isla Mínima en la provincia de Sevilla, con una terna formada por Luis F. Esplá, Tomás Campuzano y Pedro Castillo. El último, torero algecireño apoderado por la empresa y nuevo en la plaza. A priori, el nuevo patrono casi cumplía con todo lo ofertado. Y decimos casi, porque en la segunda corrida ni figuraban los toros de Miura, Murteira Grave, ni Palha como estaba escrito en el pliego. Primer incumplimiento. Después, ocurrió que días antes de la feria Joselito caía herido de gravedad el 16 de agosto en la feria de Málaga, cuando estaba toreando magníficamente al natural a un toro de Manuel Sanromán Valdés. El diestro de la calle Montesa terminó con el toro, pasando a la enfermería por su propio pie entre gritos de ¡torero!, ¡torero! Pues bien, la empresa sustituyó a José Miguel Arroyo por el diestro Francisco José Ruiz Espartaco Chico, cambio más que rentable para ésta ya que la diferencia de categoría y honorarios entre ambos espadas era bastante notoria. Y no quedó ahí la cosa, porque la sustitución no fue anunciada en prensa, ni en radio, a su debido tiempo, actuando, si no con mala fe, al menos con ratonería. De esta manera se volvía a incumplir manifiestamente el pliego y, también, el reglamento vigente. Irregularidad que empeoró la situación al poner pegas a la devolución de entradas. Ante la falta de autoridad, el hecho fue denunciado por la prensa y hasta tuvo que intervenir la guardia civil para que pusieran el preceptivo cartelito en las taquillas. Cuestión que se llevó a cabo a tan sólo una hora del comienzo del festejo. Con semejantes tejemanejes y granujerías, muchos eran los aficionados que suspiraban por la seriedad en la gestión y la diferencia de estilo de la antigua y defenestrada empresa Balañá. De aquella tarde conservo unas notas sobre algunos detalles de la organización que no se le escaparon a casi nadie y que corroboran lo dicho:

1) Se prohibió a los aficionados entrar a los corrales para ver los toros así como a presenciar el apartado, costumbre tradicional en Almagro.

2) Según el pliego de arrendamiento la categoría del espada sustituto no correspondía a la clase o condición del cartel.

3) Falta de rigor en el cumplimiento del reglamento en cuanto al anuncio de la sustitución de Joselito y poca seriedad en la devolución de las entradas.

4) La corrida del día 26 nada tenía de dura, además en el pliego rezaba a elegir entre Miura, Murteira Grave o Palha.

5) Escasa garantía y mediana presentación de la corrida del 25, de cuestionable trapío para Almagro a sabiendas que éramos plaza de tercera y poco ofensiva.

Llegada la feria, la empresa Roca y Víctor programó dos corridas de toros y un espectáculo cómico con la inclusión de El Bombero Torero y sus enanitos… Pero antes, para el día 25 anunció a Roberto Domínguez, Juan A. Ruiz “Espartaco” y José Miguel Arroyo Joselito. “Roberto Domínguez tuvo el santo de espaldas y apechugó con el peor lote. Al primero, sin ninguna raza y menos clase, lo sobó y lo sobó… Le sacó el poco jugo que tenía… En el cuarto, el manso y bronco sobrero, no pudo enhebrar una tanda...”

6) La presidencia dejó mucho que desear por inhibirse en el anuncio de la sustitución; por la falta de previsión en regar la plaza unos minutos antes del paseíllo dada la tremenda polvareda que soportó el público gratuitamente; por dejar salir de alguacilillo a un niño ofreciendo un espectáculo bochornoso; por consentir tanto desorden en la lidia, respecto al lugar donde se debe picar, peticiones de oreja por los subalternos, rueda de peones, toros sin divisas... entre otras anomalías que harían la lista interminable.

Y vamos con los resultados. Los toros, cinco de Ruchena y un remiendo de Jiménez Alarcón estuvieron medianamente presentados, aunque muy pobres de cabeza y presuntamente sospechosos de afeitado por lo astigordos de las defensas. Después saldrían mansos para los caballos y, con las excepciones del quinto y el sexto, sin fuerza, ni clase, ni recorrido en la muleta. En general, mala corrida y con mucho peligro para los toreros. A continuación, resumimos lo más destacable de la tarde extraído de la crónica de López Camarena:

Roberto Domínguez tuvo el santo de espaldas y apechugó con el peor lote. Al primero, burraco, sin ninguna raza y menos clase, lo sobó y lo sobó para intentar enseñarlo a embestir... Le sacó el poco jugo que tenía. No le entendió el público. Sí, el aficionado. Pinchazo y entera. Ovación y saludos. En el cuarto, el manso y bronco sobrero, no pudo enhebrar una tanda... Tres pinchazos y tres descabellos. División de opiniones...

El mayor de los Espartaco, Juan Antonio, está como si no hubiese recibido una cornada fuerte en Antequera, pese a que en algunos momentos cojeaba ostensiblemente. En ambos toros se entregó como si estuviese a tope físicamente, que no lo está... José Antonio Espartaco no es mi ideal de torero, pero nadie le puede negar la vergüenza, las ganas de justificar sus honorarios, el poder y el temple de su muleta y los terrenos que pisa. Y por todo ello, sencillamente, está a la cabeza del escalafón. Su labor en su primero fue más meritoria que en el segundo... En ambos pisó unos terrenos en los que embisten casi todos los toros y que muy pocos toreros pisan... A uno lo mató de media estocada y se premió con una oreja. Al otro, el más claro de toda la tarde, entera con decisión. Oreja, fuerte petición de otra y bronca al palco por no acceder...

Francisco José estuvo valiente, bullidor, honesto y con unas ganas de triunfar que para sí quisieran otros. Lleva cinco corridas de toros a sus espaldas y no está puesto ni hecho... Toda la tarde estuvo muy cerca de los pitones ligando todas las tandas de muletazos. Destacó con su primero, al que terminó pegándole la frente al testuz como si nada. Tres pinchazos y una entera. Ovación, aviso y saludos. En el sexto, que se lidió con luz artificial, volvió a asustar a casi todos, aguantando, al final de la faena, un verdadero diluvio y una aparatosa tormenta eléctrica, lo que hizo que la plaza se vaciase en minutos y su labor, cosa lógica, quedase desdibujada...

“A Espartaco nadie le puede negar la vergüenza, las ganas de justificar sus honorarios, el poder y el temple de su muleta y los terrenos que pisa. Y por todo ello, sencillamente, está a la cabeza del escalafón. Cortó una oreja de cada toro…” El triunfador de la tarde y también de la feria (se llevó el segundo trofeo de La berenjena) fue el algecireño Pedro Castillo, pupilo de la empresa Roca y Víctor. Torero de corte alegre y bullidor, estuvo toda la tarde derrochando ganas de triunfar en los tres tercios…

El siguiente 26 se jugó la segunda de feria con las reses sevillanas de Don José Escobar, ganadería que venía con vitola de dura y que no se comió a nadie. En general, cumplieron con los caballos, destacando el sexto, y fueron nobles y muy toreables en la muleta. Resumimos las actuaciones de los espadas por no alargar demasiado el texto. Abría cartel Luis F. Esplá, torero muy conocido de nuestra afición, que dio una de cal y otra de arena. En cualquier caso, su labor fue como la mayoría de las veces interesante para el público. Cubrió el segundo tercio con autoridad y exposición en ambos toros, estando también lucido en verónicas y en un vistoso quite por navarras en el primero. Luego, con la flámula, bailó más de la cuenta. Faenas moviditas, con pases efectistas que le valieron la oreja del cuarto y podría haber cortado otra de no marrar con los aceros en el anterior. Tomás Campuzano, por estas fechas, andaba el hombre encasillado en este tipo de carteles. Serio, firme, honrado y, en ocasiones, muy torero, se lució con la capa en sus dos oponentes. Ante el segundo de la tarde puso voluntad y poco más, pues el de Escobar desarrolló bastante peligro, sacándose la espina en el noble quinto al que arrancó una oreja, tras faena llena de temple y mando rematada con un espadazo en su sitio. El triunfador de la tarde y también de la feria (se llevó el segundo trofeo de La berenjena) fue el algecireño Pedro Castillo, pupilo de la empresa Roca y Víctor. Torero de corte alegre y bullidor, estuvo toda la tarde derrochando ganas de triunfar en los tres tercios, resultando su actuación lo más destacado de la corrida. A sus toros, en especial al buen sexto, los pasó de muleta con pases de todas las marcas, después de banderillearlos con más voluntad que acierto. Como mató bien, de sendas estocadas, se llevó una oreja del tercero y otras dos del que cerraba feria, saliendo a hombros de la plaza.

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