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Un científico camero dispuesto a cambiar el futuro del planeta

Camas feria y fiestas patronales Un científico camero dispuesto a cambiar el futuro del planeta

El pueblo de Camas puede sentirse orgulloso al contar con un científico de la formación, la mentalidad y la influencia de Jesús Campos. Ha trabajado en cuatro de las universidades más prestigiosas del mundo y en los grupos de investigación más punteros. Sus ideas pueden tener repercusión en el devenir del planeta en los próximos años a tenor de las investigaciones que está desarrollando. La curiosidad y su obsesión por la ciencia, además de contar con un cerebro privilegiado, le han llevado a convertirse en nuevo Científico Titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Un joven de Camas con gran proyección profesional tanto a nivel nacional como internacional que ha accedido a responder a preguntas relacionadas con la ciencia, la religión o la muerte. Jesús Campos abre su corazón y su inteligencia a Camas.

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J.M. Romero

Antes que nada, tenemos que darte la enhorabuena por haber conseguido superar las oposiciones que te convierten en Científico Titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas... ¿qué sentiste al conseguirlo?

Lo primero que sentí fue sorpresa, es una oposición muy difícil con una competencia tremenda. Y tras la sorpresa una enorme tranquilidad. La carrera investigadora es una carrera de constante incertidumbre, en la cual, en el mejor de los casos, un investigador joven va consiguiendo contratos temporales sucesivos, generalmente en distintos países europeos o en Norteamérica. Esta movilidad internacional es un privilegio, pero también es cierto que ni científicamente ni en el plano personal puede extenderse en el tiempo de manera ilimitada. Esta incertidumbre termina para mí con la plaza de Científico Titular del CSIC.

Según hemos podido saber es bastante difícil aprobarlas, ¿no?

Más de lo que debería, muy cierto. En mi especialidad, Química Organometálica, se convocó una única plaza para todo el país. Por ponerlo en perspectiva, sin tener el dato exacto, creo que la última plaza del CSIC en esta especialidad que se aprobó en Sevilla es de hace al menos unos ocho años, y esto teniendo en cuenta que la Química Organometálica en nuestra ciudad es sin duda una de las más potentes en todo el estado y reconocida a nivel internacional.

¿Qué significa profesionalmente ostentar esta nueva posición? ¿Cuál será tu rol a partir de ahora?

Esta plaza me permite, en primer lugar, dedicar mi tiempo exclusivamente a mis proyectos científicos y no a la búsqueda constante de financiación para costear mi propio salario. Ligado a esto, el tener una plaza de Científico Titular me facilita explorar áreas de investigación más arriesgadas puesto que no necesito tener un rédito científico a corto plazo en términos de publicaciones científicas que me permitan competir por el contrato siguiente. Me permite pues escapar de la espiral de productividad a corto plazo, que no tiene sentido, y arriesgar más en líneas de investigación. Por último, mi nueva posición me da acceso a competir por obtener más fondos públicos de investigación, fundamentales para el funcionamiento de un laboratorio de ciencia experimental.

¿En qué estás dedicando tus investigaciones actualmente?

Desde que me reincorporé al sistema de investigación español hace ahora año y medio, he conseguido construir un pequeño equipo de investigación con varios estudiantes de doctorado bajo mi supervisión. Gracias a ellos estamos empezando varias líneas independientes, aunque complementarias, con el objetivo de desarrollar catalizadores basados en nuevos conceptos de cooperatividad química. Los catalizadores son algo así como máquinas moleculares capaces de convertir unas sustancias en otras. Prácticamente tres cuartas partes de todos los productos químicos industriales requieren del uso de catalizadores en su manufactura y esto tiene un impacto económico y medioambiental enorme. No obstante, existen todavía muchos procesos químicos que no somos capaces de llevar a cabo. Por poner un par de ejemplos, el uso eficiente del dióxido de carbono como material de partida en química industrial o la rotura de la molécula de agua para la producción limpia de hidrógeno. Ambos procesos, de ser eficientes y económicos, permitirían solucionar varios de los grandes retos de nuestro siglo: cambio climático, materias primas renovables y energía limpia. En esta línea, los catalizadores que estamos desarrollando pretenden explotar la cooperatividad química que vemos en la naturaleza, en las enzimas que tienen todos los seres vivos, pero aplicada a sistemas artificiales, sistemas que podemos sintetizar en el laboratorio.

¿Qué es lo que más te apasiona del mundo científico?

No conozco un mundo más creativo que el de la síntesis química. Tengo el arte en casa con mi familia. Mi mujer es violinista y resulta que nuestros mundos, aparentemente dispares, son sorprendentemente similares. La imaginación, la creatividad, la intuición o las sutilezas, así como la perseverancia y la meticulosidad son pilares fundamentales. Tienes una idea, que nace de un papel y un lápiz, diseñas un experimento para llevar a cabo en el laboratorio y finalmente analizas el resultado. En este análisis uno recupera la visión de un niño, el placer de la curiosidad. Y lo mejor de todo es que el resultado de estos experimentos rara vez es el que uno anticipaba. Esto abre la puerta a la imaginación y a la fantasía y a la constante búsqueda de respuestas a preguntas que inicialmente uno ni se había planteado. El mundo científico permite al individuo poder desarrollar, virtualmente sin límites, todo lo que lleva dentro.

¿Crees que la ciencia tiene límites o la solución a todas las incógnitas suele ser cuestión de tiempo?

Por supuesto que la ciencia tiene límites. Pero estos límites son dinámicos. Lo que era un límite para la ciencia hace doscientos años hoy es una trivialidad. Para un químico del siglo XVIII crear materia orgánica a partir de materia inorgánica era absurdo, no era una cuestión de ciencia, era simplemente inconcebible. Se creía que los seres vivos, y las moléculas orgánicas que los constituyen, tenían una fuerza interna, un impulso vital, que los separaba indefectiblemente del mundo inorgánico. En el siglo XIX, Wöhler demostró que podría obtener urea, compuesto orgánico, a partir de sales inorgánicas. Hoy día no estamos lejos de crear de manera sintética un organismo vivo a partir de moléculas sintetizadas en el laboratorio. Otro punto de inflexión que hasta no hace demasiado se consideraba un límite insuperable para la ciencia. Los científicos somos muy conscientes de los límites que tiene la ciencia, hoy parecen insalvables, mañana no lo serán. Pero cada límite que se supera abre nuevas incógnitas todavía más formidables, no sabemos nada de cuáles serán los grandes misterios dentro de doscientos años.

¿Un científico puede ser creyente?

Me remito a los hechos para afirmar que sí, evidentemente. Me cuesta entender, no obstante, como un investigador que hace uso a diario del método científico puede ser capaz de seguir una determinada institución religiosa, sea cual sea. El dogma y la fe son opuestos a la ciencia. Aún así, la religión ha estado con nosotros durante muchos milenios y a una gran parte de la población les acompaña muy de cerca desde su más tierna niñez. El ser humano ha dominado la Tierra por su capacidad de adaptación, no me extraña nada que esos genes adaptables que arrastramos desde nuestros primeros ancestros permitan a muchos científicos tener una doble visión del mundo que, por un lado, requiere de la demostración empírica para la aceptación de un suceso y, por otro, acepta la espiritualidad de un ser superior sin demostración posible. Sea por la dificultad manifiesta de romper de raíz con lo absorbido durante nuestra niñez, o bien por la utilidad que encuentran algunos en creer en un ente supremo, el hecho es que a día de hoy, muchos científicos son creyentes.

¿Le ganaremos algún día la partida a la muerte?

Espero que no. No creo que la vida tenga mucho sentido sin la muerte, además el planeta ya está superpoblado, tampoco tenemos espacio para seguir aquí eternamente. Como dice José Mota, las gallinas que entran por las que salen. La investigación, en mi opinión, debe centrarse en encontrar las claves del vivir bien, cuanto más mejor sólo si es vida de calidad. Creo que el reto no es ganarle la partida a la muerte sino ganarle la partida a la vida indigna. Y por supuesto acabar con el absurdo de la obligatoriedad de la vida, tenemos aquí otro lastre histórico derivado de dogmas sin sentido.

¿Qué piensas que la humanidad conseguirá antes: llegar a Marte o encontrar una cura contra el cáncer?

Esperemos que la cura contra el cáncer. Desde el

punto de vista social es evidente que se trata de dos retos con una importancia muy dispar. Pero es que desde el punto de vista científico ocurre lo mismo. Viajar a Marte es muy interesante, analizar el planeta en detalle, buscar rastros de vida, explorar la posibilidad de minería espacial, etc. No obstante llegar a Marte es un problema eminentemente técnico, no científico. La cura contra el cáncer es algo mucho más complejo. El cáncer es algo complicadísimo, y no existe un único cáncer, o un cáncer que evolucione de manera idéntica en dos personas distintas. Molecularmente es un desafío sin precedentes. Nuestras propias células se vuelven locas y no paran de reproducirse sin cesar, provocando el tumor. Hay causas genéticas y causas ambientales, estadística y estocástica. Pero la ciencia sigue avanzando cada día, y un cáncer que era letal hace veinte años hoy se cura en un porcentaje importante.

En un plano más personal, ¿cómo ha sido tu carrera desde tus inicios en los centros educativos de Camas hasta sacar la plaza del CSIC?

Una carrera de fondo, así es la carrera investigadora. Hice la primaria y secundaria en Camas, en La Colina y luego en el IES Camas, hasta la guardería en Atalaya. En esta época pude vivir la vida de barrio, donde todos los niños del colegio o los chavales del instituto, salíamos luego por la tarde al barrio a jugar, a liarla por ahí o a lo que tocara. Me da la impresión de que esto se va perdiendo, o se ha perdido. No existía la carga extraescolar ni los horarios tan apretados que veo actualmente a esa edad. Así que de mi etapa en Camas como estudiante guardo un recuerdo fantástico y muchos amigos. En la Universidad tuve la oportunidad de estudiar lo que realmente me gustaba, la Química, y pronto pude realizar mis primeras investigaciones como alumno de verano, precisamente con una beca del CSIC. Pero además de la investigación en sí misma, otro de los valores de la ciencia es poder conocer mundo, conocer otros países y culturas. Tras acabar mi carrera realicé un master en la Universidad de Manchester, luego durante mi tesis doctoral en la Universidad de Sevilla me marché también varios meses a Carolina del Norte (EEUU) para una estancia de investigación. Ya como doctor me trasladé durante varios años a las Universidades de Yale (EEUU) y posteriormente de Oxford (Reino Unido) para continuar mis investigaciones. Hace solo año y medio que volví de Oxford y me reinstalé en Sevilla. La experiencia global es tan positiva que de hecho en estos momentos me encuentro de nuevo con mi familia en Oxford durante todo el verano con un proyecto de investigación colaborativo que mantengo con esta universidad.

¿Cómo has llevado lo de vivir varios años lejos de España?

Ha sido una época fantástica, tanto en lo personal como en el plano científico. Lo segundo es evidente, he trabajado en cuatro de las más prestigiosas universidades del mundo en grupos de investigación muy punteros. Esa experiencia, red de contactos y conocimientos adquiridos me los quedo para siempre. Pero es que en el plano personal ha sido también una maravilla. A Manchester me trasladé para vivir por primera vez junto a mi mujer, a la Universidad de Yale nos mudamos justo al nacer nuestro primer hijo, que vivió sus dos primeros años en EEUU. Y mi hija nació en Oxford, de modo que guardo un recuerdo muy sentimental de estas ciudades por las que he pasado, son mi segunda casa. Animo a todos los cameros a buscar la oportunidad para salir y hacer vida en otros países, al menos por un tiempo, y especialmente si tienen familia. Tenemos mucho que aprender, cada país, cada cultura, nos enseña algo. Del mundo anglosajón es muy interesante todo lo que tenemos que aprender sobre crianza y familia.

Por último, ¿qué es lo que más te gusta de nuestra feria?

Intento no perdérmela ningún año. Después de haber pasado más de veinte años viviendo en Camas tengo muchos amigos y conocidos, desde la guardería al instituto. Ir a la feria de Camas significa ver a muchos de ellos y, en muchos casos, ver a algunos que prácticamente veo de feria en feria. Es seguir la historia del pueblo a través de la gente con la que he convivido durante muchos años.

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