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La Cofradía Marraja en la Semana Santa de Cartagena

La Cofradía marraja en la Semana Santa de Cartagena

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Lunes Santo en Cartagena, lunes de Piedad, lunes de procesión marraja por encima de otra consideración. Presente desde 1906 en la procesión del Viernes Santo la advocación de la Madre Dolorosa con el hijo muerto en sus brazos, la imagen de la Caridad Patrona de Cartagena, plasmada en diferentes obras escultóricas, es en 1925 cuando la primera talla del imaginero José Capuz Mamano, La Piedad, llega a los marrajos y a la Semana Santa de Cartagena con la intención primera de enriquecer el cortejo del Santo Entierro y su configuración iconográfica. Pero esta historia, la historia del encuentro entre la Cofradía Marraja y el genial escultor Capuz, y de su inicial y principal hito por cuanto a la larga va a suponer la realización aquel año para los marrajos de un maravilloso grupo representando el pasaje de la “Virgen tomando en su regazo el cuerpo de Cristo descendido de la Cruz”, es sólo una parte de la verdad que encierra esta noche. A ella se añade en el Lunes Santo otra historia y otro encuentro con el que poder completar y comprender este primer día de procesiones marrajas de la mejor manera. Se añade y es finalmente su razón de ser una historia de fe, de devoción, de promesa, y de cariño, y el encuentro en íntima comunión que cada año tiene lugar entre la Piedad de los marrajos, Piedad de Cartagena, y su pueblo que le sigue en promesa por las calles de nuestra ciudad. Surgidos >

ambos, historia y encuentro, a partir de un sencillo traslado de la imagen iniciado en 1930 desde el antiguo almacén de la Cofradía en la calle del Adarve a la iglesia para su salida en procesión el Viernes Santo, y dar cauce de este modo a la espontánea muestra de las gentes, de las cientos de personas que, guiadas por esa fe, esa devoción, esa promesa y ese cariño, la acompañaban en la noche del Santo Entierro y llegaba a hacer difícil el desarrollo de la procesión.

Traslado convertido así con el tiempo en procesión desbordante para una noche mágica, la Procesión de las Promesas de la Santísima Virgen de la Piedad. Desde 1944 sus portapasos-promesas la mecen y la “hacen andar”, la llevan en volandas en silencio y con respeto como ningún otro trono en Cartagena. Añadiendo mayor majestad si cabe a la serena representación del dolor y de humanidad que los golpes de gubia del escultor Capuz le imprimiera. Y tras la “Señora del Lunes Santo”, en la primera procesión de la Cofradía, tras la Piedad de los marrajos y de toda Cartagena, cuya mirada aparece y desaparece a cada paso envuelta en la suave luz de cera y el manto de flor que la adorna, el maravilloso mar de promesas que hace ya más de 80 años la acompañan en su dolor y la envuelven con cariño filial en una impresionante manifestación de fe y religiosidad.

La Semana Santa de Cartagena, que es la Semana Santa de los marrajos, avanza y cumple día a día con su programa pasionario cincelado en el tiempo. Y después del Martes y Miércoles Santo, llega a su ecuador en el Jueves Santo, el “cuarto día marrajo” por excelencia de la semana. Porque en Cartagena cada cofradía tiene sus peculiaridades, aquellos actos que las distinguen, que las singularizan, y que remiten inevitablemente a uno u otro color, a uno u otro sentir y latir pasionario. Y también los días de la semana que vivimos permiten esta asociación instintiva en las mentes de los procesionistas. Y así, en Cartagena el Jueves Santo tiene un dulce sabor morado y un aroma especial a reunión y cabildo marrajo, al esperado encuentro anual, apoteosis del sentimiento cofrade, que supone ese día la celebración del tradicional Cabildo de las Yemas de la Cofradía. En el día del comienzo del Triduo Pascual, conmemorando los tres grandes misterios de la redención, La Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, la Cofradía Marraja tiene una cita fundamental. Porque hoy es jueves de cabildo y la asamblea de los hermanos marrajos, atendiendo la convocatoria del Hermano Mayor, se reúne puntualmente a las 16,30 horas de la tarde para de nuevo hablar y tratar de nuestras cosas. Para de nuevo hablar y tratar de Cofradía, de Procesiones, y de Semana Santa.

Como antaño y como desde siempre, hay un lugar en la reunión donde referirnos al discurrir hasta hoy de la Semana Santa. Para comentar la procesión de Lunes Santo de la Santísima Virgen de la Piedad que tomó de nuevo las calles y la ciudad de Cartagena; para impartir las últimas instrucciones ante los días y las procesiones que están por llegar; y también como no, para la obligada mirada, mirada sincera aunque no exenta de irónica y sana rivalidad nada protocolaria pues los marrajos entendemos de procesiones, acerca de lo acontecido la noche anterior cuando un fantástico cortejo en clave pasionaria cartagenera y

california, desbordante de arte, luz, música y flor, asombrara a todos los que, entendidos o no, se encontraron afortunadamente con su desfile y con el paso de Jesús Prendido al que acompaña su Madre del Primer Dolor. Pero como acertadamente puntualizará con estas o parecidas palabras el Hermano Mayor poco después, momento del cabildo esperado siempre por todos los marrajos, y antes de cerrar la reunión, “lo mejor está por llegar en la Semana Santa de Cartagena, y tiene su inicio a las 00,05 horas de la madrugada del Viernes Santo con el anuncio a la ciudad del comienzo inminente de los desfiles marrajos. El del Encuentro y Santo Entierro en este día, y el postrer de la Vera Cruz el Sábado Santo”. De esta protocolaria manera por otra parte, acompañada del aplauso entusiasta de todos los reunidos, los hermanos mayores de la Cofradía han puesto siempre de manifiesto en el tradicional Cabildo de Jueves Santo, su principal carácter y su seña de identidad: el de reunión para la apoteosis marraja y reafirmación de la noble competencia con las demás cofradías a mayor gloria de la Semana Santa de Cartagena. Una a una se van completando las horas del día en el que se instituyó el sacramento de la Eucaristía, con la asistencia a los oficios y la vela al Santísimo de Santo Domingo en el monumento dispuesto en la Capilla Marraja según la antigua y ancestral tradición que testimonia una vez más la vinculación de los marrajos con la iglesia de los dominicos. Para que llegado el final de este jueves, y transcurridos exactamente cinco minutos desde el inicio de la jornada gloriosa del Viernes Santo se cumpla, con puntualidad marraja, lo dicho por el Hermano Mayor en el Cabildo de las Yemas la tarde anterior. Y entre un mar de procesionistas con bufandas moradas que se agolpan frente a la sede de la Cofradía abarrotando por completo la calle Jara y aledañas, y que con palmas realizan la singular y tradicional “llamada a Comisarios Generales” y marcan la cuenta atrás, tiene lugar la salida de los tercios de Ganaderos y Judíos con sus pasacalles anunciadores de las procesiones marrajas. Pasacalles que inunda de sus sonidos las calles >

de la ciudad que se dispone a no dormir y a revivir hoy como hace 350 años, el “doloroso trance de Jesús en la calle de la Amargura” en la Procesión del Encuentro de la Cofradía Marraja.

En 1663 el Obispo de Cartagena D. Juan Bravo y Asprilla encarga a la Cofradía Marraja realizar las dos procesiones de Viernes Santo en Cartagena, los dos desfiles pasionarios más antiguos de nuestra Semana Santa, la referida de Jesús en el Paso de la Amargura en la madrugada y la del “Desclavamiento y Entierro de Cristo” en la noche. Se trataba en aquel entonces de dos sencillas procesiones, distintas a las actuales, pero en las que está presente, en una y otra, el argumento central de ambos cortejos: la figura del Nazareno y su Madre Dolorosa en la primera, y el Cristo Yacente velado y acompañado por la Soledad en la segunda.

Cartagena tiene pues su primera cita el Viernes Santo, cumplidos ya más de tres siglos y medio, en el escenario de la Madrugada y en el pasaje de la calle de la Amargura, con una procesión formada a partir de la salida inicial de cuatro cortejos diferentes, y una puesta en escena en gran parte similar a la de aquellos años. Y con el protagonismo absoluto para la figura de Nuestro Padre Jesús Nazareno que deja su barrio de Santa Lucia en su salida procesional, y es conducido entrando en la ciudad camino del Encuentro con su Madre Dolorosa (Salzillo) a la que acompaña San Juan (Capúz), dentro de un repertorio completado de antiguo por la figura de la Verónica (Coullat-Valera) componiendo la escena clásica de este momento. Una escena que tiene en época reciente, la incorporación y la presencia en el conjunto, de Cristo Cautivo en la figura de N.P. Jesús Medinaceli, La Condena de Jesús (Abascal) que señala el destino y el camino al Calvario, y el Paso de la Primera Caída (Suso de Marco) en el doloroso Vía Crucis del Nazareno. Espléndido conjunto procesional de cuatro desfiles para acompañar a la Madre y al Hijo en esas horas por las calles de Cartagena asomando en cada esquina, en cada punto de su recorrido, en cada rincón de esta ciudad, y sorprendiendo a cuantos tienen la suerte cada año, de vivir la magnificencia del Encuentro en la madrugada de un Viernes Santo cartagenero. Y concluir en lo imposible de definirlo con palabras, siendo así que sólo viviéndolo se puede verdaderamente sentir y comprender.

La procesión de la madrugada del Viernes Santo por otro lado gira toda alrededor del epicentro de la ciudad al que los marrajos, hace ya más de doscientos cincuenta años, damos anualmente su sitio y le otorgamos su grandeza como escenario paradigmático de la representación pasionaria en Cartagena: la plaza de la Merced. La “teatralización barroca del escenario urbano mediante la solemnidad religiosa” como elemento clave para entender el discurso pasionario en este caso de la Cofradía Marraja, añade en el desfile que nos ocupa el principal de su configuración y su puesta en escena, y lo sitúa en esta plaza entrañable de la ciudad. Para dotarlo así del punto de llegada, tal vez el mejor de la ciudad ayer como hoy, en torno al cual vertebrar el maravilloso desfile que todos estos años ha recorrido en noche mágica las calles de Cartagena. Y es que nuestra Semana Santa no es entendible sin el Encuentro en la madrugada del Viernes Santo, y éste a su vez sin el espacio urbano que desde la segunda mitad del siglo XVIII lo acoge. La celebración pasionaria de la ciudad encuentra así sus raíces en el primer cortejo que aparece en la historia de nuestras procesiones, y por otro lado todo lo que podamos hablar y decir acerca de la “Pasión según Cartagena” se encuentra cincelado por los años en esta procesión marraja y en esta Plaza de la Merced, el popular Lago, que justo en la esquina de un Palacio de Aguirre volcado sobre la maravillosa escena que se representa, vive cada año el estallido de su instante de gloria y el canto de la Salve al encontrarse y cruzarse Jesús y María. Y formar a partir de ese momento una sola procesión que inicia su recogida hacia Santa María de Gracia cuando ya asoman las primeras luces del día.

El encargo del Obispo Juan Bravo a la Cofradía Marraja, la piedra angular a partir de la cual levantar la arquitectura sólida y reconocible de nuestra Semana Santa, incluía cumplir en el Viernes Santo con las dos funciones principales asignadas. Y pocas horas después de que sus puertas se cierren a la entrada de la Madre Dolorosa, que no ha cejado en la madrugada de buscar al Hijo hasta encontrarlo y seguirlo por las calles de la ciudad conforme al pasaje de la Pasión que atañe a esta primera función del Encuentro, Santa María de Gracia se abre de nuevo para los marrajos en la noche de este día. Para que a modo de segundo acto, en una segunda parte esencial de la fantástica representación del Viernes Santo, la Cofradía ponga en la calle la Procesión del Santo Entierro. El soberbio cortejo heredero de aquel antiguo Desclavamiento y Santo Entierro de Cristo de 1663 construido por otro lado en el tiempo y de manera fundamental en el pasado siglo XX, y manteniendo el mismo hilo conductor y la continuidad narrativa y cronológica que es consustancial a la Pasión según los Marrajos.

Una procesión, como las dos que hasta ese momento la Cofradía ha llevado a cabo, donde encontrar, y en este caso las imágenes valdrán siempre mucho más que mil palabras, todo lo que hace a la Semana Santa de Cartagena singular e irrepetible. Pero ante todo un espléndido desfile >

procesional en clave marraja donde los perfiles habituales definitorios de nuestra pasionaria, la luz, el orden, la flor, la música, parecen atemperarse y envolver el conjunto solemnizando si cabe aún más, arropando de la mejor manera, la culminación de la Pasión que esta noche se revive y se representa. Cuando las puertas den lugar al cortejo y se inicie el desfile, nos encontraremos en el desarrollo del Santo Entierro, partiendo de la Cruz donde agoniza y muere Cristo, con su razón de ser. Con el mensaje principal que el mismo guarda: la Soledad, la inmensa soledad de la Virgen acompañando finalmente al Hijo muerto, al Cristo Yacente.

La configuración que a lo largo de 350 años ha tenido la pasionaria de los marrajos, sus procesiones y su aportación a la tradición más arraigada y fecunda de nuestra ciudad, y en definitiva su completo programa iconográfico, arte y patrimonio al servicio de la manifestación popular de fe, se ha ido articulando y conformando en los últimos cien años hasta llegar a nuestros días tal y como hoy la conocemos. Es quizás en la magna procesión del Santo Entierro donde encontramos el ejemplo de mayor relieve de lo dicho, por cuanto partiendo de un reducido y primitivo cortejo protagonizado por el Señor en el Sepulcro y la Soledad, se llega al conjunto procesional que hoy podemos contemplar y admirar. Y para ello, para completarlo y para dar pleno sentido al relato de la noche del Viernes Santo, como también para vertebrar en gran medida toda la iconografía pasionaria de la Cofradía Marraja, es trascendental el arte imaginero que aporta con su obra el insigne escultor José Capuz Mamano. Y el encuentro y la historia que tiene lugar a lo largo de casi 30 años entre el genial artista y los hermanos de seguidores de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Se escribe a partir de 1925 con cada nueva talla de Capuz, con cada nuevo pasaje e imagen, y también con la sustitución de otras de menor calidad o desaparecidas, el guión perfecto de la Pasión para esta noche, y le confiere la enorme calidad artística que atesora y hoy admiramos. Así, acompañando al Cristo Yacente y a la Soledad del genial artista, El Descendimiento de Cristo de la cruz, la imagen de La Piedad recogiendo el cuerpo sin vida del Señor que el lunes ha vivido la apoteosis de la devoción de sus Promesas, y Jesús Nazareno y San Juan, culminan el repertorio y el legado de Capuz para esta noche. Más allá de Capuz, a quien los marrajos pareciéramos estar esperando después de casi tres siglos de procesiones para dar la forma perfecta a nuestra narración, diferentes escultores, y entre ellos Flotats para la Agonía, González Moreno en el fantástico grupo del

Santo Entierro, o Abascal que aporta El Expolio de Jesús, el último de los rostros de Cristo llegados a la Cofradía Marraja, renuevan y escriben a golpe de gubia y policromía nuevos capítulos del cuidado programa del Viernes Santo. El programa del Santo Entierro en el que junto al Santo Cáliz como anuncio y preludio de lo que ha de venir para que se cumpliera lo que estaba escrito, completan Santa María Magdalena (Hernández Navarro), una de las Santas Mujeres e imagen presente de antiguo en la iconografía de este cortejo marrajo, y el momento de La Lanzada (García Mengual) al atravesar Longinos el cuerpo de Jesucristo.

Todavía le cabe a la Cofradía Marraja la presentación de un cuarto cortejo, dentro del ciclo de la Pasión que revive Cartagena anualmente, en la tarde del Sábado Santo. Procesión medida, austera, sencilla, recogida, un contrapunto radical a la magnificencia del desfile tan impresionante que vivimos la noche anterior en el Santo Entierro. Y procesión que tras adornarse en sus inicios con la luz del atardecer del día, busca la compañía de una tenue iluminación de cera en tronos y hachotes, y el singular tintineo del cristal aunando el paso para ofrecer, en cada encuentro con la ciudad, a la manera en la que surgió y fue configurada hacía el final de la década de los cincuenta del pasado siglo, respetuosa invitación a la meditación sincera entre el numeroso público que la presencia y acompaña.

Procesión de la Vera Cruz, procesión de duelo frente a la muerte y de esperanza en la Resurrección donde la cruz desnuda testimonia que todo se ha consumado. Y siguiendo a la Cruz, símbolo de la salvación, el Sudario de Cristo, la reliquia que remite inevitablemente al relato de la Pasión de Jesús y el supremo icono de todos sus padecimientos; el grupo de las Santas Mujeres que se acompañan en el dolor y esperan junto a la cruz de Jesús; y el evangelista, el discípulo amado que en el Santo Amor de San Juan asiste y arropa con amor filial en su soledad a la Virgen. La postrera y magistral composición que con este grupo Capuz, sin duda alguna “un escultor para la Cofradía Marraja”, dejara en el repertorio iconográfico de los marrajos y en la pasionaria cartagenera. Para cerrar finalmente el desfile, cuando ya caiga la noche, la más emotiva, la más íntima, y la más contenida manifestación del abandono y la pérdida; la soledad de soledades, la Madre rota y exhausta representada en la hermosa y primorosa talla de la Virgen de la Soledad de los Pobres de Juan González Moreno. Y la mejor rúbrica posible a una muestra iconográfica e imaginera inigualable ofrecida por la Cofradía Marraja en su ciclo anual y en sus cuatro procesiones dentro de la Semana Santa de Cartagena. •

Pedro María Ferrández García Cronista de la Cofradía Marraja

Fotografías: Moisés Ruiz Cantero

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