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Francisca de Gracia “La Cómica”
Francisca de Gracia:
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Antonio Jiménez Lacárcel
Director de Lovingmurcia.com
Las primeras referencias que nos han llegado sobre el origen de Nuestra Señora de la Fuensanta nos remiten al siglo XV. A escasos kilómetros de Murcia, en el paraje del Hondoyuelo, había sido edificada una pequeña ermita situada, como en otros tantos lugares, cercana a una fuente de la que brotaba agua, a la que atribuían ciertas propiedades curativas: “la Fuent Sancta”. Junto a aquella pequeña ermita, existieron además otras edificaciones y algunas cuevas que servían de hospedaje a ermitaños, a componentes del Concejo de la ciudad y a miembros del Cabildo de la Catedral, el cual tenía bajo su potestad aquel paraje. Dentro de aquella ermita se veneraba una imagen de Nuestra Señora, la cual, en un principio, estuvo bajo la advocación de Nuestra Señora de la Encarnación, pero que a lo largo del siglo XVI fue asumiendo la denominación de aquel lugar: la Fuent Sancta.
En los albores del siglo XVII, tanto la pequeña ermita como las cuevas y casas de hospedaje, se encontraban en una situación de abandono, motivado quizá por diversas circunstancias, pero principalmente por el deficiente cuidado que prestaron a aquel lugar de culto D. Pedro Arce, Mayordomo de la Fuensanta, que lo fue desde 1591, y el ermitaño Ginés de Tudela. El Cabildo acordó entonces una restauración integral de aquel paraje. Probablemente, en dicho acuerdo algo debió influir también el obispo de la Diócesis que, de vez en cuando, asistía a las reuniones que celebraba el Cabildo. Aquel fue, nada más y nada menos, el célebre y activo obispo don Sancho Dávila, que fue capaz de ejecutar algunos de los trascendentales preceptos que se adoptaron en el Concilio de Trento, así fundó en Murcia el Seminario de San Fulgencio, bajo su mandato llegaron a la Catedral para su veneración las reliquias de San Fulgencio y Santa Florentina, e impulsó en la Diócesis la devoción por la Virgen María y los Santos, pero nunca consiguió que se hiciera cumplir aquel acuerdo. Hasta el año de 1606 en el que falleció D. Pedro de Arce, poco o nada se había restaurado en la ermita, sucediéndole en el cargo de Mayordomo de la Fuensanta, don Gabriel de Valcárcel,
En aquellos primeros años del siglo XVII, llegaron a Murcia como parte de alguna compañía de comedias el matrimonio compuesto por Francisca de Gracia y su esposo Juan Bautista Gómez. Hay quién asegura que vinieron de la mano del propio Andrés de Claramonte, aquél afamado dramaturgo murciano. La mujer, al parecer, además de sus dotes para la comedia, también debió poseer un alma piadosa y con una devoción muy especial hacia la Virgen María, como así lo demuestra su historia. Las primeras referencias escritas sobre Francisca de Gracia aparecen en el acta de la reunión Capitular del Cabildo de la Catedral celebrada el 23 de febrero de 1610, tal y como lo refleja don José María Lozano Pérez en su libro “Nuestra Señora de la Fuensanta Patrona de Murcia”. En ella queda revelada la petición de Francisca “La Cómica” y su esposo Juan Bautista Gómez, con la intención de vivir en penitencia junto a la ermita de la Fuente Santa, y para donar todas sus pertenencias para el sustento de aquel lugar y todo su ajuar para el adorno de la ermita y de la propia imagen de la Virgen.
Es preciso hacer un inciso y apuntar que, a lo largo de la historia, las referencias escritas sobre Francisca de Gracia “La Cómica” han sido mezcladas en algunas ocasiones por diversos cronistas con los de otra célebre comedianta de origen madrileño conocida con el nombre de Francisca Baltasara de los Reyes, la cual convivió también ya avanzado el siglo XVII, y que, curiosamente, al igual que Francisca de Gracia “La Cómica”, terminaría su vida como una “santa anacoreta”, aunque en las cercanías de Cartagena.
Después de la petición de “La Cómica”, el Cabildo catedralicio, no exento de interés,
decidió entonces remitirla a don Gabriel de Valcárcel, el cual supo ver las buenas intenciones de la devota mujer, y tras el encuentro con el Mayordomo encargado de la Fuensanta, el matrimonio pasó a ocupar una cueva cercana a la ermita. Quizá, desde aquel día, nada volvería a ser igual en aquel paraje del Hondoyuelo.
Una vez que Francisca y su esposo hubieron tomado posesión de la cueva como su nueva morada, aquellas reformas tan necesarias para la vieja ermita tomaron un importante impulso. El acta del propio Cabildo del 8 de noviembre de 1611, confirma algunas obras que habían comenzado a ejecutarse: “el Mayordomo Sr. Valcárcel solicita licencia para trasladar a la capilla mayor de aquella ermita el Santo Crucifijo, y para hacer otra capilla en el lado derecho, y colocar en ella la imagen de Nuestra Señora”.
Al parecer, aquella imagen de la Virgen se trataba de una pintura de Nuestra Señora del Pueblo que pertenecía a la propia Francisca y que donó, junto con el resto de sus pertenencias, para el sustento de la ermita y el cuidado y veneración de la imagen de la Virgen de la Fuensanta. Todos sus vestidos sirvieron para dotar de un nuevo y renovado ajuar de la imagen de la Virgen, a la que durante el tiempo que vivió Francisca, jamás le faltaría un ramo de flores silvestres adornando su capilla.
En la vida de Francisca de Gracia, también existe un capítulo que cabalga entre el misterio y la leyenda. Según se desprende del Acta Capitular del 4 de febrero de 1628, unos supuestos milagros se sucedieron en la ermita, y fruto de aquellos extraños y misteriosos sucesos, el matrimonio Francisca y Juan Bautista decidieron abandonar aquel lugar. La alarma cundió entonces entre los miembros del Cabildo que vieron peligrar de nuevo la integridad de la ermita y todo lo que en ella había si el matrimonio abandonaba su función. Los religiosos instaron entonces a don Gabriel para que intentara convencer al matrimonio a que continuaran a cargo de la ermita. Probablemente, debió ser aquella enorme devoción de Francisca hacia la Virgen de la Fuensanta, unido a su fe inquebrantable, lo que le hizo olvidar el suceso y decidió continuar al cuidado de la Virgen y su ermita.
Don Gabriel de Valcárcel murió el 5 de octubre de 1628, pero en su testamento, otorgado el 16 de enero de 1627, dejó descritos los desvelos de Francisca de Gracia “La Cómica” y su esposo Juan Bautista Gómez desde que llegaron a la cueva. En el mismo afirma, entre otras cosas que, poco y muy viejo había en la ermita antes de su llegada. Que en la ermita invirtieron toda la dote que trajeron consigo con una limosna de más de dos mil ducados incluida. Que fue desde entonces cuando a la Santa Imagen de la Virgen no le faltaron vestidos y adorno en los altares para su culto divino, y que gracias al matrimonio y a las limosnas que pudieron recoger se consiguieron construir los retablos del Santo Cristo y de la Virgen.
La vida de Francisca de Gracia “La Cómica” se alargó hasta 1638. Así pues, estuvo 28 años cuidando a la imagen de la Virgen de la Fuensanta y su pequeña ermita. Fue su generosidad, la valentía y honradez de sus actos, su demostrada fe y veneración hacia la Madre de Dios, los que le han hecho perdurar en el tiempo. Tres siglos después, en el año de 1946, fue cuando en su memoria quedó monumentalizada la entrada a la cueva donde Francisca vivió junto a su esposo, aunque, quizá, esto no parezca suficiente tributo. Pensando en la propia historia de Nuestra Señora de la Fuensanta y en la de tan benemérita mujer, bien podríamos otorgarle un último título honorífico que, aunque sea oficioso y jamás llegue a salir estas exiguas líneas, sin lugar a dudas merece. Francisca de Gracia La Cómica: “Primera Camarera de la Virgen de la Fuensanta”.