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CARTAS AL DIRECTOR
¡Ay, la Academia Minerva!
Imagen de la Academia Miverva en los años 50
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Es la segunda vez, que yo recuerde, que salgo en una foto en la Gaceta y en ninguna de las dos se me identifica. No me quejo, pues salí muy joven del pueblo y es natural que para la mayoría de la gente, sea un perfecto desconocido. Sin embargo, mantengo una hermana, Juliana, que vive fija y otra, Vicenta, que tiene casa y suele ir a menudo. Mi hermano Julián está en Denia y yo vivo en Lleida desde hace más de cuarenta años. No obstante, visito el pueblo con regularidad, al menos una vez al año.
Jesús Velacoracho, en su escrito sobre la Academia, da nombres del profesorado y de algunos alumnos que no he podido identificar en la foto. A falta de documento escrito y con la única ayuda de mi memoria, voy a intentar poner nombre a algunos. Yo soy el primero por la izquierda de la última fila, el que parece que tiene mal abotonada la camisa, algo que seguramente es verdad, pues mi madre, Rosario, solía decirme que era un “Adán”. El que está a mi lado es Antoñito, el hijo del médico, don Gregorio, un empollón de los grandes; el cuarto era Lara de apellido, pero no recuerdo el nombre.
En la segunda fila, empezando también por la izquierda, está Márquez, amante de la velocidad y los coches, que se casó con una hermana de Antoñito; el tercero es Matías, que tenía ya entonces una madurez impropia de la edad y cuyo padre nos regaló alguna vez un pequeño concierto de violín cuando íbamos a buscarlo a su casa; siguiendo la fila viene Perico “Pinta”, que andando el tiempo llegó a ser policía en el pueblo; el siguiente es Cristóbal, que llamaba egipcienses a los egipcios y que una vez, cuando un profesor le preguntó si era tonto o qué, contestó que era “qué”; seguramente fue uno de los alumnos más inteligentes de la academia.
En la primera fila aparece –también por la izquierda-, Julián Castellanos Rodríguez de Isla. Era el menor de los hijos del alcalde, un tipo más listo que el hambre y que, más tarde, cuando estábamos en el colegio “El Doncel” de Ciudad Real, fue apodado con el sobrenombre de “El Zorro”. De las chicas solo me viene a la cabeza la tercera, que lleva una diadema en el pelo; si no me equivoco se trata de Chus, que tenía una hermana pequeña llamada Ramona; eran hijas de “El Polaco”, dueño de una bodega. El último es Valero, un chaval encantador cuyo padre era funcionario del ayuntamiento; alguna vez acudimos los amigotes a su casa y nos llevó, con cierto sigilo y misterio, hasta una habitación de su casa para enseñarnos una pistola que su padre guardaba en uno de los cajones de una cómoda; cosas de críos a los que podía más la curiosidad y la inconsciencia, que la cabeza.
Y hasta aquí llegamos. Yo me hice maestro y he estado ejerciendo en Aragón y Cataluña hasta mi jubilación. Trabajé con técnicas de escuela activa y me interesé por la educación de la República. He escrito algunos libros, que doné a la biblioteca del pueblo, por si hubiera algún lector interesado.