NUESTROS VECINOS
“Yo me hice panadero por necesidad, y ganadero porque empecé jugando” AGUSTÍN MONTES, EMPRESARIO Y GANADERO DE TORO BRAVO dinero, porque tenía todo el ganado vendido. Este año parecía que iba a ser igual, pero me he quedado con todo el ganado en el campo.
El ganadero de Sanse, en su finca.
L
os de Sanse de toda la vida le conocen de siempre. Agustín Montes empezó trabajando en la panadería de sus padres, cuando los tiempos del hambre. Aunque no le gustaba, había que salir adelante y repartió pan hasta montado en un burro por los pueblos. Poco a poco, con mucho esfuerzo, acabó haciéndose realidad la cadena de pan Montespan, que regenta con la ayuda de sus hijas. Gracias a sus ingresos, pudo hacer realidad su sueño, ser ganadero de toros. Su hierro, Montealto, a pesar de ser humilde, ha recibido reconocimiento en todas las plazas de España. Actualmente la situación del sector es difícil, agravada por la crisis de la pandemia. A pesar de ello, Agustín sigue mirando con esperanza el futuro a sus 82 años. Él sí que puede decir con orgullo que cumple el popular lema “pan y toros”. ¿Cómo está encarando estos tiempos de crisis por la pandemia y la suspensión de espectáculos taurinos? Fatal. Está todo muy complicado. Yo veo cómo el negocio de la panadería, que es el principal, ha caído un 25%. Hemos tenido que mandar personal al ERTE, además las noticias que llegan tampoco son buenas, ya tengo 82 años y he perdido amigos… Aun así, sigo aquí, trabajando en la fábrica de pan, que es lo que me enseñaron mis padres. El tema taurino, pues todavía peor. Para mí no es un negocio. Tengo que confesar que pierdo dinero, pero cualquiera que conozca este sector lo sabe. Hay gente que tiene otras aficiones, salir en barco, irse de caza… Yo, lo que tengo, me lo gasto en el mundo del toro, aun siendo un negocio ruinoso. Estos años atrás me defendía, aunque me costara
Si no fuera por el negocio de la panadería, su ganadería no podría sobrevivir… Claro. Esto no es lo mismo que la fábrica de pan, que si vendes no fabricas. Los animales, desde que nacen, hay que alimentarlos durante cuatro años y cuidarlos. Si no los vendes, sólo hay una opción, mandarlos al matadero. Un animal que vale en la plaza tres, cuatro o cinco mil euros, en el matadero se queda en trescientos. Además, como somos ganaderos por afición, a las pérdidas hay que sumarle que no vas a disfrutar viendo al animal en la plaza. Se selecciona desde los abuelos, la madre, hasta el padre, pero se ven los resultados cuando el animal tiene cuatro años. Es una pena muy grande. Pero aquí seguimos, con las esperanzas puestas en que el año que viene todo cambie. ¿Cómo empezó su afición a los toros? Cuando yo tenía nueve años, que fue cuando murió Manolete, había toros en todos los pueblos de España. Iba mucha más gente a los toros que al fútbol. Todos los chavales queríamos ser toreros. Aquí había un señor en la calle Santos María Colmenar que herraba a los animales, y empecé a entrenar y a torear de salón en la calle con sus hijos. Por aquel entonces Sanse tenía sólo mil habitantes. Manolete era como una estrella de cine para nosotros. Lo intenté pero no tuve suerte. Además, un camión me atropelló con 17 años, rompiéndome la pierna, luego fui a la mili… y allí se acabó todo. Nunca he dejado de practicar. Cuando tenía treinta y pico años hicimos un Festival con novillos para APADIS (Asociación de Padres y Madres de Personas con Discapacidad Intelectual) y ahí ya mi mujer me dijo que “los toros o yo”. ¿Cómo empezó la aventura de ser ganadero de toros? Justo después, en una finca que había comprado mi padre en Cabanillas, donde teníamos ganado manso. Le animé para que comprara 30 becerras de bravo para entrenarme con mis amigos. Como las becerras parían, hubo un momento que tuve que vender los becerros. Así empecé a vender, con éxito, por los pueblos, y me entró el gusanillo. Yo me hice panadero por necesidad,
y ganadero porque empecé jugando. Luego compré vacas a ganaderos de primera y se volvió algo más serio. Ahí ya me convertí en el Hierro de Montealto y me integré en la Unión de Criadores de Toros. ¿Qué momentos bonitos recuerda de su carrera como ganadero? He llevado toros a todas las plazas de España. En Madrid, el Colegio de Veterinarios me otorgó el premio a la corrida más completa en 2016, el más importante que hay. Pero no son los premios, es la emoción lo que disfrutas. Yo he llorado de alegría en una plaza de toros cuando he triunfado. Y también me he puesto muy mal cuando no. Me quedo con lo bueno. También es cierto, que al ser un hierro pequeño, con menos ejemplares, creo que, modestamente, tiene más mérito que otras ganaderías más poderosas, porque hay menos donde elegir. Con tan poquito, he podido lidiar dos corridas de toros el mismo año en dos plazas de primera, Madrid y Sevilla. Quien quiera que lo arregle. ¿Cómo tiene que ser el toro de lidia? El toro tiene que ser serio, debe transmitir al cliente, que es el que paga, que ahí hay peligro. Eso lo hace con su bravura, y el que tiene que hacer bien las cosas es el torero. A los que somos ganaderos pequeños no nos ponen con figuras del toreo. La figura llega al empresario y le exige la ganadería que quiere. Tenemos mucha más luchas los que venimos de abajo. Yo estoy contento con los toreros que han lidiado mis corridas. En una de ellas, salieron dos a hombros, Morerito de Aranda y Alberto Gómez Simón. Los cronistas dijeron que hacía 16 años que no se daba una cosa así en Las Ventas. Son tiempos difíciles para el sector. ¿Hay futuro para la Fiesta? Sinceramente, ahora lo veo oscuro, además con lo que está conllevando la crisis del coronavirus. Aun así, el año pasado la gente se daba de bofetadas por conseguir un abono en San Isidro. La Fiesta no se va a acabar. Para mí, los toros son un veneno, mi droga, pase lo que pase.
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16 de noviembre de 2020
LA PLAZA
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