Reportaje
A los pies de los caballos Isidro Trujillo es herrador de equinos, una profesión tan singular como apasionante. Lleva 13 años en un oficio que no abunda Gabriel Jaime
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sidro Trujillo Muñoz es herrador de caballos, un oficio poco corriente. Su pasión por estos animales y las cabriolas del destino le encauzaron en esta atípica profesión. Lleva perfectamente las riendas de un negocio que comenzó hace 13 años, sin perder nunca los estribos. De establo en establo, galopa con su inseparable furgoneta para ponerse a los pies de las cabalgaduras. Único en La Solana, de los pocos en la provincia y la región, es un acreditado experto en la materia. “Dicen que los herradores somos jinetes frustrados y en mi caso es verdad”, reconoce abiertamente a GACETA. Desde temprana edad apuntaló una gran afición al caballo y siempre deseó montar a nivel profesional. “Quería ganarme la vida como jinete pero me tendría que haber ido a alguna ganadería”. Y se hizo herrador “porque trabajo con caballos, que es lo que más me gusta y me permite llevar esta vida en mi casa y con mi familia”. Si naciera dos veces, sería herrador otra vez. Fascinado desde niño por lo ecuestre, adquirió su primer rocín cuando pudo pagarlo. Un sueño hecho realidad tras varios años de encofrador. Luego vendrían dos equinos más que mima en su pequeña finca, “y pudieron ser más porque quise formar una ganadería, pero cuando llegó la crisis tuve que abandonar la idea”. Un accidente laboral en una obra sería determinante para cambiar de martillo. “Decidí aprender el oficio, contando con el consentimiento y apoyo de mi mujer”. Una formación constante El herrador de sus caballos fue su maestro. Se hizo autónomo y desde el primer día le ayudaba y le formaba. “Los primeros meses no cobraba y tardé en arrancar, pero me moví mucho y comencé a trabajar solo”. Formación continua y diaria, además de cursos y seminarios periódicos. “Había una escuela en Madrid pero no una titulación homologada, y
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Isidro en su 'taller' ambulante
todavía no la hay”, lamenta. Nos dice que el sector quiere agruparse para visibilizar y regular la profesión; “un herrador en Inglaterra y EEUU cursa tres años de carrera y otro de prácticas”. El objetivo es que se reconozca ese grado en España que acredite poder trabajar en cualquier lugar. Mientras tanto, prepara el examen de Eurofarrier, una oportunidad para obtener el certificado EFFA, homologado para la Unión Europea. Muchos le llaman ‘zapatero de caballos’, un cartel que matiza. “No es que esté mal dicho, pero no es lo más adecuado”, subraya. Otros dicen que es ‘podólogo-herrador’ porque “el zapatero te proporciona el zapato y el podólogo te quita los callos, te arregla las uñas y hace que te sientas más cómodo. Es lo que hacemos realmente”. Su trabajo consiste en el cuidado integral del casco de los equinos y el 80% de sus faenas se basa en el herrado. Reconoce que la
herradura es como un zapato a medida para el caballo, según su cometido. “Uno de carreras necesita una herradura más liviana, de aluminio; uno de tiro precisa una más gruesa para tener más tracción”. Hay un sinfín de herraduras y también de clavos, “pero el caballo no sufre en ningún momento”, afirma. Se aconseja herrar cada 45 o 50 días, limpiando y recortando bien los cascos antes de herrar. El crecimiento del casco oscila entre los 7 los 9 milímetros y también lo hace el punto de referencia del caballo, “su aparato suspensor tiene cada vez más palanca y hay más riesgos de lesiones si no se actúa”. Trabaja directamente en el casco, pero la acción repercute en todo el animal, desde su forma de pisar hasta su estado de ánimo. “Un caballo que esté incómodo está triste y hasta malhumorado”. “Apurar mucho el nuevo herraje va contra su salud”. Gaceta de La Solana