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Caminar y Contar

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Nuestra Historia

Nuestra Historia

Pablo Buitrago, uno de aquellos de la construcción

Afalta de vernos, hemos llamado a un viejo amigo de nuestro pueblo residente en Fuenlabrada desde hace un montón de años, Pablo Buitrago del Olmo, con quien alguna vez coincidimos yendo o viniendo, de noche o de día, viernes o domingo en aquellas “Sepulvedanas” que nos enseñaron a viajar del pueblo a la ciudad en busca de nuevas vidas. ¡Casi nada! Y, claro, con una película del oeste de por medio, nos hemos ido a los años sesenta, principio de la gran aventura de Pablo y familia. Todos, aunque en dos etapas, en Madrid; o fueron tres: Su madre, al fin, para dar cariño.

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Tiene Pablo, hombre dinámico, afable, buen conversador, una fecha grabada en la memoria: 3 de octubre de 1966, día de su presentación en la gran y acogedora capital. Su padre, que llegó un par de años antes, tiró de él a sus 19 años dejando La Solana y su último oficio de albañil en el que estuvo desde los 12 años.

- Había que ayudar a mis padres –nos dice– y era la hora de buscar el chusco.

Y tiempos de maletas, de despedidas, de pensiones, de mirar, de preguntar a un portero de finca, en los bares… El primer día ya estaba Pablo descubriendo Madrid, oteando las obras, y no de teatro, y donde veía una grúa allí que se metía; primero, en solitario, luego con su padre, que acabaron trabajando juntos. Conocieron a otros paisanos, manchegos por todos lados, como extremeños o andaluces. Media España a levantar Madrid. Y lo levantaron. De abajo a arriba. Y una tremenda frase de Pablo: “No sé cómo no nos mataríamos”. Escribía en una ocasión nuestro padre: “Debajo de cada ladrillo en tantas ciudades ha habido un albañil manchego”. Bravo. Nos imaginamos a Pablo, y a todos, en el edificio de veinte plantas del que nos cuenta una jornada madrileña. Cuarenta años… Apenas si le damos mérito a los valientes de la construcción. Y su almuerzo en lo alto, el táper, o la vieja merendera, una bota de vino, a veces (en La Solana hubo varias generaciones de boteros, algunos quedan), y un cigarrillo después, muchos, y a media tarde a descansar.

Y Pablo, además, llevó a su hermano pequeño, Julián. Un piso de alquiler en la calle La Oca y a tirar… porque les toca. Esta vez no a una obra, sino a una ferretería. Había dónde elegir antaño. El alquiler, 150 pesetas, y, cómo no, al cine de barrio a ver a Alfredo Landa y una del oeste, como en el pueblo. O a escuchar música a aquellas salas de baile, Consulado o Versalles. Y más obras, muchas, en el Pinar de Chamartín dos años y medio, en Valdemoro, Alcobendas, Torrejón de Ardoz… Y a la mili en Alcalá de Henares. Recuerda Pablo cuando podía ir a ver a su novia al pueblo los viernes, qué alegría. Lo peor que llevaba, la feria: Volver casi desde el baile, macuto ya preparado, a subir en la “pava” –el autobús– a las tres de la madrugada. ¡Aúpa! Pero así era la vida. Y a destajo en el trabajo. Dice que el paisaje era todo grúas. Muchas noches le cogía terminando una cocina hasta las tantas. Ya era encargado de obra, un triunfo. En Leganés había una peña del CF La Solana llamada “El Galán”, y era el aficionado número uno.

Su padre era gañán. ¡Ay, aquellos gañanes! ¡Cuánto sabían de todo, de uvas, de aceite, de mulas, de frío y calor! A los siete años, Pablito y su madre también conocieron lo que era eso, los diversos trabajos del campo y en cuadrilla: Mujeres, niños, el manijero, las migas manchegas tan ricas… Y el dormir en la quintería hasta el domingo.

Mucho para recordar tiene Pablo. Y tantos.

Luis Miguel García de Mora

Pablo Buitrago, uno de los muchos solaneros de la construcción en Madrid.

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