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Capítulo 17
17
Mari no comentó con Basilio ni una sola palabra sobre lo dicho por Campillo del gasóleo, no quería mezclar las cuestiones comunitarias con la investigación policial de la muerte del perro. Él tampoco lo mencionó, pero sin duda, no le había pasado desapercibido.
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De camino a su oficina, comprendió la importancia de aclarar aquel punto. Campillo no parecía conocer de lo que estaba hablando pero, a ella, aquello le olía mal. Por ese motivo, lo primero que hizo fue llamar a la administradora. — Hola Piedad, necesito que me pases el teléfono de Gasóleos Lillo, ¿puede ser? — ¿Lillo?, no me suena. ¿Podría ser Gasóleos Lino? — preguntó la administradora, tras una pausa. — Podría ser, investiga un poco y me lo metes por el Wass, como siempre. — ¿Puedo preguntarte, para qué quieres contactar con esa gente? — Bueno… —Mari dudó—, me han hablado de ellos y quiero saber si puede ser interesante comprarles gasóleo; a lo mejor podemos ahorrarnos un dinerillo… — Si es Lino, no te lo recomiendo. — ¿Y eso? — Es un pirata. Le mandé echar una vez en una comunidad y tuvimos que cambiar los filtros de la caldera. — Pues, a mí me han hablado muy bien de él. — No te digo más que casi pierdo la comunidad por su culpa. Ten cuidado con él.
— Gracias por la información, pero mándame el teléfono de todas formas —fue la respuesta a modo de despedida de la presidenta.
Piedad sabía que Mari no le había dicho la verdad. Evidentemente, se trataba de Lino porque sabía, de sobra, que andaba loco por echar gasóleo allí; bueno andaba loco por echar gasóleo. Esperaría a ver lo que daba de sí esta nueva idea de la presidenta investigadora; no obstante, aquello no la gustaba nada.
Como era víspera de fiesta el último día de Basilio, se reunieron al final de la mañana los cuatro. — Parece que el viejo sí sabía cosas, ¿no? —preguntó Mari introduciendo la conversación. — Claro, está siempre al lado de su jefe… —dijo Luis. — Y lo que no nos ha contado…—apuntó Basilio. — ¿Tú crees? —preguntó Mari con extrañeza. — Seguro. Pero necesitamos que Aníbal nos confirme todo eso —continuó Basilio. — Habrá que tomarle declaración. Hablaré con él esta tarde. —Mari estaba contenta. — No sé por qué me da que Aníbal está deseando denunciarlo. Esto se pone interesante —intervino Carlos. — Recopilemos lo que tenemos —Mari estaba impaciente. — Aún no tenemos nada. —Basilio parecía que no le daba mucha importancia a todo aquello. — Coacciones a dos personas. —Carlos lo tenía claro—. Puede que aparezcan más cosas. — También está la alarma social y los daños a los aspersores —dijo Luis. — Pero habréis observado que del perro, nada —dijo Mari con cierta decepción. — Conmigo no contéis hasta dentro de quince días —dijo Basilio levantando las manos. — Estoy por irme yo también de vacaciones y dejarlo todo “empantanado” —intervino ella con enojo fingido.
— Román nos mata a todos —Carlos reía. — O le da un infarto —remató Luis. — También puedo daros un par de conejos antes de irme; si los queréis, claro —dijo Basilio haciéndose el interesante y dirigiéndose a Mari. — Por supuesto —contestó ella con rapidez. — Hoy hemos visto la posible comisión de nuevos delitos. Cuando investigas, suele ocurrir que descubres nuevas tramas que te llevan hacia caminos diferentes al que sigues, pero no debes perder de vista cuál es el objetivo principal que nos mueve; es decir: el perro. — Entiendo. — Todo esto ya lo veremos al final. Ahora, no debemos dispersarnos, no nos metamos por sendas que nos aparten de nuestro objetivo. Piensa que estamos en la fase de recoger pruebas y todas las que nos surjan son buenas, luego las usaremos para acusar a uno o a otro, para defender un delito u otro. De momento, hasta que no sepamos quién mató al perro, preguntamos, escarbamos, movemos y, si sale algo, recogemos. — Ya, pero es que llevamos quince días y esto no mejora, al contrario. — Ten paciencia. No desesperes. Piensa que estos quince días que yo no voy a estar, ésa es vuestra función. Si alguien os apremia, le decís que estamos en agosto y que en este mes descansan hasta lo delincuentes. Hasta septiembre no encontraremos al culpable.
Basilio rio satisfecho y su seguridad dejó más tranquila a Mari.
Mariana sabía que con aquel tipo se la jugaba, pero no se le ocurría otra forma mejor de hacerlo. No quería que él llamase a su amigo el señor Alonso y se informase de que ella era policía porque si lo hacía, se cerraría y la entrevista no serviría para nada.
Había terminado de comer, era la hora del café. Cuanto menos tiempo transcurriera entre la cita y la entrevista, mejor; así es que, cerró los ojos y se lanzó a la piscina.
— ¿Lino?, ¿Es usted Lino de “Gasóleos Lino”? — Sí, sí. Dígame. — Mire, soy la presidenta de la comunidad de propietarios de la calle La industria 37. Quería entrevistarme con usted, si es posible. — Espere, la Industria… ¿No es en ese el edificio donde vive el señor Alonso? — Efectivamente, el mismo. — Bueno, pues me parece bien. ¿Cuándo quiere que nos veamos? — Ahora mismo, ¿puede ser? — Es que ahora…, no sé si podré. —Mari dio otra vuelta de tuerca, no le podía dar tiempo para reaccionar. — En quince minutos estoy en El Horno, debajo de mi casa. ¿Le va bien? — ¿No lo podemos dejar para más tarde o para mañana? — Imposible, mañana es fiesta y esta tarde no estoy. Tengo la maleta preparada para salir en un hora y no vuelvo hasta el lunes. Si no arreglo esto con usted ahora, tendré que decirle a la administradora que eche gasóleo el jueves con el suministrador que estime oportuno —mintió. — Vale, salgo para allí, pero si me retraso, espéreme. — No hay problema.
Mariana colgó el teléfono y se quedó pensando, «anda que ha tardado el tío en descubrir que conoce al señor Alonso». «Si es cierto lo que dice Campillo, puede que no se lleven tan bien como a él le parece y prefiera no informarle de la cita». — ¿De qué conoce usted al señor Alonso? — Don José Luis y yo somos amigos desde hace tiempo —dijo muy ufano. — Ya me han dicho —fue la enigmática respuesta de Mari. Estaban sentados en una mesa. A esa hora, la cafetería presentaba un gran ambiente y muchos eran vecinos. En una esquina, observando, se había colocado Francisco. — ¿A cuánto vende usted el gasóleo, señor Lino?
— Mire, si usted me compra el suministro de todo el año, yo le garantizo un precio de tres céntimos menos que cualquier suministrador de León. Es mucho dinero, ¡eh! —afirmó él levantando el dedo índice de su mano izquierda. — Tres céntimos, sí que me lo pone usted fácil… — No encontrará quién se lo ponga mejor. — En esas condiciones, ¿gana usted dinero? — Bueno, estoy empezando y si quiero abrir mercado, es lo que me queda. — ¿Qué tal es el gasóleo que vende? ¡No me irá a meter gasóleo de mala calidad! — No, no, yo solo vendo gasóleo de primera, CLH cien por cien —Mari sabía que la estaba engañando. La información facilitada por la administradora no coincidía con la versión de Lino; así es que arriesgó. — No sé, creo que no lo veo claro. — Mire, le puedo dejar un par de céntimos por litro para usted, por ser usted y porque es la comunidad del señor Alonso. Es mucho dinero al final del año. Pero solo si yo meto todo el gasóleo que consuman. — ¿Es esto lo que le había ofrecido también al señor Alonso, si conseguía hacerse con la administración de la comunidad? ¿Es así, señor Lino?
Lino se puso blanco. Fue a dar un golpe en la mesa, aunque se controló. Mariana lo observaba con un sonrisa burlona en los labios. Sabía que de un momento a otro podía soltar dos juramentos allí mismo, pero estaban en un lugar público y ella jugaba en casa; allí, todos eran sus aliados. — Seamos claros, señor Lino. Si usted quiere echar gasóleo aquí, debo conocer el acuerdo que tiene con el señor Alonso.
Su interlocutor se acercó a ella hablando bajo y arrastrando las palabras. — Ese abogaducho es un “cabrón”, lleva tres años diciéndome que me va a dar la comunidad y no he metido ni un solo litro. Ya estoy harto de hacerle favores. Claro que se iba a llevar una comisión. ¿No se la acabo de ofrecer a usted?
¿Por qué no se la iba a ofrecer también a él? —Hizo una pausa para volver a su posición y continuó—, pero una comisión de cero es cero, ¿no es verdad?
Mari se sorprendió de su locuacidad; sin embargo, tanto el uno como la otra sabían que Lino seguiría sin meter un solo litro de su gasóleo en la comunidad. Ella se levantó de la mesa, le hizo un gesto a su marido y se fue sin despedirse.