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Se irá Diciembre
Imágenс y Semejanzas
El viernes, justo al dejar la consulta del médico, reparé en mi imagen reflejada en los cristales de la puerta. No me gusté con el fular de dolor que había dejado caer sobre mis hombros antes de salir de casa. No piense que elegí el primero que me vino a mano, pasé un buen rato dudando si ponerme el del miedo, el de la esperanza, o el del llanto, pero ninguno me iba a juego con el malestar de la pierna, así que en un acto desesperado, me decidí por ese que comento. Creo que cuando una va de médicos, por mucho que se arregle, no vuelve a verse guapa hasta terminar el tratamiento. De allí, entre zancadas rectas y circunvalaciones de pensamientos, salí a la calle. Me crucé con una mujer que tenía mi estilo, y dije: Mira, ahí vengo. Me saludé, me pregunté por la salud, y estuvimos charlando un rato. Cuando me vi marchar, aproveché que mi otra yo estaba de espaldas, para mirarme de arriba abajo y pensé en ponerme a régimen con urgencia para mejorar la semejanza conmigo misma.
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Los espejos dan mucho la nota. Verme distorsionada es una de las cosas que no soporto y, por lo que en las ferias, ya no entro en esta atracción. Una vez fue suficiente para que entre ellos me pusieran verde. Esa noche comprendí que estamos hechos de multitud de imágenes.
Pero para hablar de espejos, mejor lo hago de uno que tengo con hechura moruna al fondo del pasillo. Le da por reflejarme en árabe, vestida con una chilaba blanca que luego no encuentro en el armario. O el del baño, que es grosero y cuando despierto por la mañana me acerco a él con un miedo terrible, porque albergo serias sospechas de lo que va a espetarme.
En las mamparas de cristal de la oficina, aunque lleve vaqueros me reflejo en traje de chaqueta, con el pelo estirado y atado en la nuca a la antigua usanza. Rogué al subalterno que las forrara con algo opaco para evitar esa imagen desastrosa. El hombre hizo lo que pudo, bien lo sé, pero ahora sigo viéndome reflejada en los cuerpos y costumbres de mis compañeros, y no termino de agradarme. En fin, que no me libro. Si me miro en mis hijos, me dicen que nanai de la China, que con ellos ni lo intente, que a mi edad queda ridículo. Mis padres no me ponen pega y, cuando los visito, permiten que nos pongamos frente a frente un rato, para que pueda ver la semejanza con ellos que tendré en el futuro sin necesidad de cirugía.
Nuestro reflejo no siempre nos agrada. Por dondequiera que vamos, nuestra imagen va pasando exámenes. A veces me veo venir y me doy miedo. Entre usted y yo, corríjame si me equivoco, creo que todo esto es un complot mundano del que no se escapa nadie.
Isabel Pavón