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La cantinera

ATRAPADOS

La vida no duele siempre en el mismo sitio

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Cuando tuvimos edad para reflexionar por nosotros mismos, a los chavales de mi generación se nos explicó lo que era el control divino. El ojo de Dios dentro de un triángulo, actuando como un dron que todo lo ve, nos vigilaría día y noche sin interrupción. Aparte de esta supervisión desde lo más alto, para el caso que hubiera quedado alguna franja oscura, junto a nosotros estaría siempre un ángel, que anotaría meticulosamente en un cuaderno todos nuestros actos, inclusive los más reservados. Se nos dijo que un día se abrirían todas las tumbas y en el valle de Refaim, ante la puerta labrada del templo, se aglomeraría el pueblo resucitado a la espera de ser juzgado.

Hay que figurarse la desconcertante escena propia de una superproducción de la Metro. Llegado tu turno una voz ensordecedora diría tu nombre y los dos apellidos, requiriendo tu comparecencia ante el sitial del Juez Supremo. En ese momento, tu ángel surgiría con el cuaderno entre las manos en el que tus pecados fueron minuciosamente anotados, para darlos a conocer a todos los que quieran escucharlos, y a continuación ser aireados al mundo entero antes de dictarse sentencia.

Esto que parece un cuento siniestro, hoy es realidad bajo una forma moderna. El ojo divino que te vigila constantemente ahora se llama Big Data y el ángel espía, es el móvil que te acompaña pegado a tu cuerpo hasta en el retrete. Hoy existe la percepción de que hay alguien que conoce toda tu vida al dedillo: tus vicios, tus amores, tus traiciones, tus imposturas, y todo ello será usado contra ti en el momento más conveniente para el que te juzgue. Si te has dedicado a la política, debes tener muy claro que lo que has ocultado estará en tu peor momento en la mesa de tu peor enemigo. Si presumes de moral y tu imagen lo aparenta, no estás a salvo de que te desenmascaren. Los juicios que harán de ti en las redes dictaran tu culpabilidad sin que puedas defenderte. Recuerda que, los de nuestra generación, fuimos advertidos cuando eramos niños.

Hoy, la historia más extensa que existe de nosotros circula a través de las redes sociales, brota desde el desconocido tuitero que lo saca a la luz en millones de rebuznos, ofensas, falsedades, mentiras y revanchas, todo ello elaborado desde el sitial de un misterioso rey Tarquinio con todo su poderío en las redes, con capacidad para cambiar el curso de la historia solo con poner sus dedos sobre el teclado de un ordenador.

El sol, esa inmensa bomba de hidrógeno que cada mañana se asoma a mi móvil, cuando mis amigas de Solera me despiertan con sus fotos del astro rey, es el único y verdadero Padre Celestial, que viste a las rosas y sirve de alimento a las aves, que suministra energía con su fulgor a las centrales, y que, de la misma manera que su alma discurre sobre los mares, debería algún día esa bomba de hidrógeno llenarnos a los mortales de una felicidad sin limites. Ese asteroide radiante que muy pocos saben apreciar, podría irradiarnos la energía suficiente para que la humanidad dejara de matarse e incluso adquiriera la inmortalidad. Aunque sería necesario que antes de que esto sucediera, es probable que, arrastrada por su ceguera, la humanidad desaparezca. Eso si, sin desprenderse de su móvil.

Nono Villalta

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