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Sentada
Veo, veo…
Quien tiene imaginación ¡con cuanta facilidad encuentra mundos nuevos! Gustavo Adolfo Becquer
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Sentada, muy quieta, en el lugar adecuado, miraba curiosa cuanto se encontraba a mi alrededor. ¿Qué se veía hacia la derecha? Sí, era un mono; tenía la boca abierta y estaba gritando. Muy cerca de él, medio oculta por unas ramas enmarañadas, se veía asomar la cabeza de una gran serpiente que parecía estar acechándolo. ¡Pobre mono! ¿Cómo acabaría?
Hacia la izquierda me pareció ver una preciosa gacela corriendo. Seguramente huía de algún depredador. Me puse a buscarlo y no tardé en descubrir a un feroz león. Pero estaba lejos y no creo que pudiera alcanzarla.
La verdad es que había animales por todas partes y yo no dejaba de asombrarme de todo cuanto veía. Descubrí un oso erguido mirando hacia arriba como si buscase algo; quizás alguna colmena natural. Y un pequeño y solitario elefante… ¿Habría perdido a su mamá?
Pero ¿qué pintaba ahí ese cocodrilo? Sin duda había cerca un río del que saldría tras de una presa. No sé. Lo cierto es que todo aquello era algo insólito. También descubrí unas manchas lejanas que parecían cuervos. Una cebra, un hipopótamo y algunos monos más. ¡Oooooh! ¡Qué maravilla de avestruz! No había que echarle imaginación, era casi perfecta.
Bueno, ya había terminado. Me levanté enseguida de mi “asiento”, me limpié bien con toallitas (que reservé para tirarlas donde debía) y me vestí.
Algunas personas entran con una revista, con un libro, con unos crucigramas o, simplemente, con el móvil. Yo me entretengo mirando el suelo de mi cuarto de baño. Sus baldosas están decoradas con grandes y pequeñas manchas formando un todo grisáceo que va del blanco al negro pasando por diversos tonos de gris. Esas manchas encierran mundos mágicos. En esta ocasión me dio por convertir el suelo en una selva y buscar animales salvajes. Y ¡Vaya si los encontré! Otras veces he buscado hadas, gnomos, brujas… Y ¡hasta rostros de personas conocidas! Con un poco de imaginación se encuentra de todo.
Recuerdo que de niña, tumbada boca arriba sobre la hierba, jugaba a esto mismo con las nubes; y hasta formaba historias con los seres que descubría. Claro que las nubes son más sugerentes que las baldosas de un cuarto de baño y que en aquel entonces mi imaginación era más viva, más fresca… Sí: ¡Era la maravillosa imaginación de la infancia! Pero puede que, un día, me dé por hacer lo mismo con lo que descubro en este suelo tan peculiar, y escriba una historia. A lo mejor (o a lo peor) la cuento en Solera. No sé. Ya veremos…