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Amigos virtuales, de María Reyes Angulo Pachón

amigos virtuales

Las rodillas llenas de posti llas sombrías, las uñas sucias de ti erra y las pantorrillas salpicadas de moretones: así pasábamos las horas, los días y las semanas. Un grito maternal y vesperti no anunciaba el fi nal de la jornada: “ya es la hora, vamos para casa”. Entonces, como si nada hubiera pasado, todos seguíamos a lo nuestro, y lo nuestro era correr, empujarnos, pero sobre todo, escondernos. Ya para entonces las madres habían amenazado con múlti ples y variados ulti mátums, pero ninguno tan efecti vo como “mañana no salís a la calle”.

Y es que aquellos eran otros días, diferentes en texturas (más densas), en colores (más vivos) y en momentos (más largos). Todos nos reíamos con los otros, e incluso de los otros, pero los otros estaban allí mismo, cerca de nosotros para devolvernos la chanza. En aquellos días, mientras los padres “ganaban el pan que nos alimentaba”, nosotros inventábamos juegos manuales, porque los hacíamos con las manos, pero también, y sobre todo, eran juegos corporales, porque no había un músculo ni un hueso que no pusiéramos en peligro de quebrantar.

Aquellos días sacábamos los viejos vesti dos y los pantalones anti cuados para representar obras teatrales de insignes y desconocidos autores: nosotros. Creíamos estar cercanos de los más famosos arti stas, pues cobrábamos una peseta o un duro y había quienes se acercaban, lo pagaba y al vernos quedaban tan sati sfechos como nosotros de cobrarles y sati sfacerlos. Aquel dispendio nos permití a un derroche de glucosa que de otro modo no hubiéramos saboreado tan gustosamente.

Aquellas eran tardes en las que las tareas del cole no eran tan arduas ni interminables, ni las mochilas pesaban tanto, ni las clases “particulares” se prolongaban hasta la noche. Aquellas eran tardes reales, diferentes de las mañanas. Cada momento era para lo que tenía que ser: el ratito de los deberes, el del bocadillo de nocilla, el del “escondite”, el momento de “las prendas”, el del fútbol, el del “matá” y si llovía, entonces tocaba sesión de Monopoly, a la que se apuntaba la abuela y nos ganaba a todos.

Ahora ya no son así las horas, los días ni los meses. Han cambiado las texturas (más lisas), los colores (más versáti les) y los momentos (más llenos). Hemos minimizado la intervención de nuestro cuerpo al jugar; ahora los juegos ya no son corporales, sino digitales. Ahora cuando “nos reímos de los otros”, los otros no están o están allá en el limbo de lo ausente, en la cercanía falsa que hemos inventado al deslizar un dedo. Ahora no representamos obras de teatro a peseta o a duro; ahora representamos un papel (el que creemos que al otro va a interesar) y lo mantenemos hasta que el otro se cansa y lo único que podemos cobrar es una decepción.

Ahora corren ti empos veloces, en los que al salir de clase, comemos acelerados porque las clases conti núan, la merienda se toma fuera de casa y la calle casi ni se pisa. La calle es una autovía de seres pegados unos a otros, de cuerpos encorvados y dígitos veloces. La calle no se mira, ni se nota, aún menos sirve para detenerse, qué decir para jugar. La calle es un medio, ha dejado de ser un fi n. Cuando yo jugaba en la calle mi madre me veía poco porque yo estaba jugando “fuera”. Ahora mis hijos juegan “dentro” del mundo digital, virtual e irreal que prefi eren, o creen preferir porque no lo han elegido: es el que existe, no hay otro “posible”. Porque lo real es lo que es obvio y obvio es que nadie juega al escondite, ni al Monopoly, ni a “las prendas”, ni al “matá.

¿ Cuántos amigos teníamos? Pocos, los que eran capaces de pagar una peseta o un duro, los que cabían en el zaguán de la casa cuando llovía. ¿Cuántos amigos ti enen ahora?: todos los que caben en la lista de contactos. Pero esos amigos no hacen posti llas, ni cardenales, ni disfrutan de una buena obra de teatro de autor pretencioso y desconocido. Esos “amigos” son otra clase de amigos, más etéreos, más distantes: son amigos virtuales.

Para todos los que no se hayan olvidado de jugar.

María Reyes Angulo Pachón

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