amigos virtuales
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FERIA DE OSUNA • 76
as rodillas llenas de postillas sombrías, las uñas sucias de tierra y las pantorrillas salpicadas de moretones: así pasábamos las horas, los días y las semanas. Un grito maternal y vespertino anunciaba el final de la jornada: “ya es la hora, vamos para casa”. Entonces, como si nada hubiera pasado, todos seguíamos a lo nuestro, y lo nuestro era correr, empujarnos, pero sobre todo, escondernos. Ya para entonces las madres habían amenazado con múltiples y variados ultimátums, pero ninguno tan efectivo como “mañana no salís a la calle”. Y es que aquellos eran otros días, diferentes en texturas (más densas), en colores (más vivos) y en momentos (más largos). Todos nos reíamos con los otros, e incluso de los otros, pero los otros estaban allí mismo, cerca de nosotros para devolvernos la chanza. En aquellos días, mientras los padres “ganaban el pan que nos alimentaba”, nosotros inventábamos juegos manuales, porque los hacíamos con las manos, pero también, y sobre todo, eran juegos corporales, porque no había un músculo ni un hueso que no pusiéramos en peligro de quebrantar. Aquellos días sacábamos los viejos vestidos y los pantalones anticuados para representar obras teatrales de insignes y desconocidos autores: nosotros. Creíamos estar cercanos de los más famosos artistas, pues cobrábamos una peseta o un duro y había quienes se acercaban, lo pagaba y al vernos quedaban tan satisfechos como nosotros de cobrarles y satisfacerlos. Aquel dispendio nos permitía un derroche de
glucosa que de otro modo no hubiéramos saboreado tan gustosamente. Aquellas eran tardes en las que las tareas del cole no eran tan arduas ni interminables, ni las mochilas pesaban tanto, ni las clases “particulares” se prolongaban hasta la noche. Aquellas eran tardes reales, diferentes de las mañanas. Cada momento era para lo que tenía que ser: el ratito de los deberes, el del bocadillo de nocilla, el del “escondite”, el momento de “las prendas”, el del fútbol, el del “matá” y si llovía, entonces tocaba sesión de Monopoly, a la que se apuntaba la abuela y nos ganaba a todos.