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Salud
ALFREDO GARCÍA MISAS
Botellas de ginebra volcadas y vacías, bolsas de plástico aplastas contra el césped, y etiquetas arrancadas de Coca Cola metidas con dificultad en papeleras rebosantes. Este cuadro costumbrista es el que pintaría Manuel Cabral si tuviese que captar las tradiciones del momento o el que cuestionaría Mariano José de Larra con su prosa en diversos artículos. Cuando el sol comienza a calentar el asfalto hasta temperaturas insoportables y la única hora apropiada para salir de casa son las ocho de la tarde, se inaugura la temporada de botellones. Poco más tarde comienzan las fiestas de los pueblos, una verbena encadenada con otra. Y mientras el disfrute resulta importante, un consumo responsable del alcohol lo es más, especialmente entre los jóvenes.
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Las cifras respecto al consumo nocivo del alcohol son desalentadoras. El año pasado hubo entre 6000 y 7000 comas etílicos en España, cantidad variante según la fuente. Solamente en Palencia se registraron ya 60 casos. Los adolescentes inician la ingesta de alcohol cada vez antes: a los trece años. A nadie se le borrará tampoco de la memoria el caso de la niña de doce años que murió de un coma etílico hace casi dos años. Pero, a pesar de todos estos datos, hay que permanecer realistas: una gran parte de los adolescentes van a beber con independencia de las restricciones. Las generaciones anteriores lo hicieron y las nuevas no son una excepción.
Ante este panorama siempre
cambiante y a la vez lineal, el presidente de ARPA (asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Palencia) Francisco Blasco defiende un consumo responsable del alcohol basado en la educación. “La familia debe de hablar con el joven sobre el uso del alcohol”, sostiene ante la situación que se vislumbra con las fiestas de las localidades de Palencia en agosto. También hace hincapié en ser transparentes y directos en el tema: “No hay que dar por bien visto algo que puede ser nocivo con el uso desmesurado”.
La llegada de la adolescencia supone, en muchos casos, un giro en la comunicación entre padres e hijos. Con la intención de algunos progenitores de escudar a sus niños de ciertos temas ‘de mayores’, existen cuestiones que se esconden al fondo del baúl del tabú. Al final, los jóvenes descubren las cosas por ellos mismos y el alcohol entra en ese cajón de sastre particular. “En este tema no hay
ningún culpable, pero responsables somos todos. Y esa responsabilidad conlleva un diálogo y una enseñanza de que el alcohol es droga y es tóxico y puede llevar a una situación no deseada”, señala Blasco.
La búsqueda de la fina frontera entre un consumo responsable y nocivo es infinita. De ahí la importancia que dan los especialistas a mantener los canales de comunicación abiertos entre padres e hijos. Desde la consulta Crecimiento Positivo, el psicólogo Antonio Corredera aconseja no generar una enorme alarma cuando el menor se ha cogido una borrachera. Sí subraya la importancia de ser firme y consecuente, aunque también de generar comprensión y abandonar el papel de “acusador”.
“Nada y todo es veneno. Solo depende de la dosis”, comenta Blasco antes lanzar la idea de que las escuelas también son responsables de esa formación. Para él la clave yace en una educación que predique con el ejemplo. Aunque tal vez resulta difícil en una época del año en la que se hace la vista gorda: “Ahora, en este periodo, los padres son más permisivos con el consumo del alcohol”.
Ya sea por la noción de que se lo pasan mejor, por presión social o por el deseo de desinhibirse, dos de cada diez adolescentes se han pillado una borrachera, según el OEDT (Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías). El peligro latente es la dependencia que se puede llegar a generar al alcohol. Si esto ocurre, Francisco Blasco insiste en la importancia de olvidarse del qué dirán para “ser noble consigo mismo y pedir ayuda”. “Esa persona sabe lo que es estar bien y lo que es estar mal”, informa desde la propia experiencia para acabar con el mantra ‘Hoy no quiero porque me da la gana, no porque no puedo’.