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Cristo Crucificado
carMen reBollo Gutiérrez
• Autor, época y siglo: anónimo, finales siglo XVI-principios siglo XVII • Ubicación y procedencia: Museo de Semana Santa de Sahagún, Capilla de Jesús • Material: madera de nogal y policromado • Dimensiones: 120X115 cm • Función en la Cofradía y en la Semana Santa de Sahagún: Escultura adaptada a paso procesional • Descripción (y restauraciones): Dentro de la valiosa colección de escultura procesional que conserva la Cofradía del Jesús Nazareno de Sahagún, una de las tallas de mayor valor por la calidad de factura y la pureza de estilo es el que hoy conocemos como Cristo de los Entierros, designación reciente para esta obra y con la que, anteriormente, ya se ha denominado a otros crucificados de la cofradía.
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Se saca el Miércoles Santo por la tarde en el Vía Crucis, porteado por los hermanos cofrades, y el Viernes Santo por la tarde en la Procesión del Silencio llamada también del Santo Entierro, en ésta procesión a costa los que consiguen la puja en la subasta del V Domingo de Cuaresma llamado de Lázaro o de Tortillero.
La obra fue intervenida en el año 1993 en los talleres del restaurador D. Mariano Nieto y tratada de distintas patologías y deterioros. El proceso consistió principalmente en la desinsectación de xilófagos, consolidación y reintegración escultórica de material escultórico, además de limpieza, consolidación y reintegración de material pictórico.
Se trata de una escultura de canon esbelto, anatomía proporcionada, el tórax y vientre en reposo, sin distensiones mortuorias, su vigorosa musculatura transmite una atlética masculinidad. En armonía con todo esto la postura del cuerpo es sosegada y simétrica, sin curva serpentinata marcada, tan solo muestra un tenue contrapposto conseguido a partir del giro de las piernas y la inclinación de la cabeza, lo que rompe ligeramente el equilibrio dominante enfatizado en brazos y manos, dada la idéntica disposición en el gesto de fijarlos al patibulum de la cruz, no muy por encima de la altura de la cabeza. Una sólida corona de espinas forma un mismo elemento escultórico con el ondulado cabello. Los trabajados mechones, que caen hacia el pecho por ambos lados, dejan ver la oreja izquierda y junto con la rizada y afilada barba enmarcan el rostro de Cristo, sereno, con los ojos cerrados bajo unas arqueadas cejas en un gesto de reposo final. Los labios son gruesos, la nariz recta y los pómulos enjutos debido a la flacidez de una anticipada muerte. El perizonium se dispone atado con lo que deja ver la cadera derecha y cae formando unos sencillos y blandos pliegues en forma triangular que acentuan el carácter simétrico y dan coherencia a la composición. No hay exceso de sangre, algunos hilos debido a las heridas de la corona de espinas escurren hasta el pecho, algo más abundante brota de la lanzada del costado, al igual que de las manos y los pies clavados, también resbala por la ingle bajo el paño de pureza, y finalmente aparece en las magulladas rodillas.
El trabajo está ejecutado en un naturalismo sin estridencias, sin el dramatismo que tan elocuentemente caracterizó el estilo manierista de Juan de Juni y sin el patetismo que alcanzará la obra ya barroca de Gregorio Fernández unas décadas más tarde. El autor del Cristo crucificado de la cofradía de Jesús Nazareno de Sahagún optó por la atemperación de las características del estilo juniano con el que se ha venido relacionando tradicionalmente.
Las talleres castellanos de escultura de la órbita vallisoletana que acapararon el panorama artístico de la segunda mitad del siglo XVI y a los que, a falta de uno propio, perteneció el entorno de Sahagún, efectivamente vienen ligados a la incuestionable personalidad de Juan de Juni, sin embargo no faltaron otras influencias que adoptaron algunos maestros incluyendo rasgos romanistas procedentes de la obra de Gaspar Becerra, de las labores derivadas de la andadura vallisoletana de Juan de Anchieta o de Esteban Jordán, que sirvieron de inspiración y renovación a otros artistas que por razones cronológicas también se vieron en contacto con la inmediata obra de Gregorio Fernández.
La ya advertida falta de talleres escultóricos propios del entorno sahagunense en un momento en que se emprenden proyectos de la importancia de los retablos encargados a Juan de Nates para el convento franciscano o en el caso de San Benito, comprometiendo al propio Gregorio Fernández, y abundando en ello, en la cercana villa de Grajal, señorío de los Vega, en la iglesia anexa al palacio que se
encomiende el retablo al taller de los Bolduque, obliga a buscar referencias fuera, y serán los talleres vallisoletanos con sede en la capital y en Medina de Rioseco a los que principalmente recurran los promotores de esos encargos.
En el panorama artístico facundino de este momento, en lo que al mundo de la talla y la escultura se refiere, ya advertido ese carácter foráneo de los trabajos retablísticos, a la luz de los documentos se confirma, además de la presencia de artistas de incuestionable calidad como los ya mencionados, la de algunos otros como la figura del palentino Pedro Torres, a quien se recurrió en un primer momento para la realización del retablo de San Benito, caracterizado por un ecléctico estilo a caballo entre la influencia de Juan de Juni y el romanismo becerriano, quien aunque no llegó a concluir la empresa encomendada, también pudo ser cauce de recursos formales e influencias.
De entre la obra de todos ellos queremos llamar la atención de forma particular sobre el conjunto de crucificados salidos del taller de los Bolduque. Se trata éste de un taller familiar de considerable recorrido que estará liderado siempre por sus miembros más representativos desde su fundación en los años cuarenta del siglo XVI. Destacamos el maestrazgo de Pedro Bolduque a partir de 1570,
del que constan colaboraciones con Juan de Juni, y posteriormente de su sobrino Mateo Enrique de Bolduque, a quien también encontramos incluido en el contrato que firma la orden benedictina con Gregorio Fernández para la realización del retablo de San Benito de Sahagún a partir de 1616. La relación circunstancial de este taller y su círculo de influencia con Sahagún también puede confirmarse con la permanencia en la villa de uno de sus mayores colaboradores, nos referimos al ensamblador Gaspar de Umaña, a partir de 1577.
El Cristo de la cofradía de Jesús Nazareno con su estilo atemperado, de rotunda anatomía, en un sosegado reposo y de sobrio gesto recuerda algunos de los rasgos formales de las tallas salidas de este taller bolduquiano. El más próximo en términos geográficos es el Cristo que corona el retablo de San Miguel de la cercana villa de Grajal, obra de Mateo Enriquez, el más joven de los Bolduque, con quien contará el maestro Gregorio Fernández como colaborador para el encargo benedictino en Sahagún. Se trata de una obra continuadora de una misma serie donde ya su tío Pedro de Bolduque destacó con otras figuras de igual tipología como son El Cristo del convento de la Concepción de Cuéllar, el Cristo del Humilladero de San Agustín de Capillas, que culmina con el Cristo de la Clemencia de Medina de Rioseco, y que completa el sobrino con, además de este de Grajal, con el de la Paz, también riosecano, por mencionar algunos de los numerosos que les son atribuidos.
La semejanza entre estas obras y la de Sahagún está en la composición y la postura, en todos los casos comedida, sin estridencias dramáticas, buscando un equilibrio y simetría solo alterados ligeramente por un tenue contraposto, cuya modulación coincide acentuado por la propia anatomía del crucificado, que obedece también a un estudio similar en todas ellas; lejos de dramatismos, todas destacan por su gesto de sosiego, un rictus serio, pero lejos de patetismos venideros, transmitiendo en el caso sahagunense más descanso que dolor; la corona de espinas aparece entrelazada y tallada con el cabello como en la mayoría de los casos; finalmente el paño de pureza se dispone de forma parecida, atado dejando ver la cadera y con unos pliegues de apariencia blanda, describiendo formas triangulares en muchos de los casos.
Si bien no se puede asegurar la mano y el taller del que procede el Cristo de la cofradía de Jesús Nazareno, nos inclinamos a pensar que fue realizado en este mismo ambiente ecléctico, creado a partir del ingenio y pericia del autor pero también del intercambio de influencias y rasgos formales que continuamente se reinventan, deudores de los grandes artistas del momento, con los que sin duda colaboraron sus artífices en otros encargos, hoy muchos de ellos expoliados y de los que solo nos quedan restos, testigos de la gran actividad promotora en una época de transición y cambio.