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El temido y el deseado amor

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DE SETMANA SANTA

DE SETMANA SANTA

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Resulta curioso la cantidad de programas, y el éxito que cosechan, que se dedican a buscar el amor: Las personas se entregan a citas a ciegas, a buscar el granjero o la granjera de su vida o a casarse con un hombre o una mujer que nunca han visto.

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Y es que a pesar de las malas experiencias o los desengaños sufridos por la pérdida de un amor, la renuncia a una parte de tu libertad que supone el compartir tu vida con otra persona, y el sacrificio que conlleva muchas veces el amor de verdad, No nos resignamos a vivir sin amor.

Podríamos quizá desear el no desear amar, el vivir como en una especie de “paz interior” que no se viera alterada por las pulsiones que nos viene del corazón y que nos perturban. Pronto nos damos cuenta que ello nos llevaría a vivir una vida insulsa y vacía que no valdría la pena vivir.

Tememos amar y sin embargo no podemos dejar de hacerlo, nos da miedo sufrir por amor, pero no obstante no cejamos en nuestro deseo de sentir amor y ser amados. Una fuerza misteriosa nos arrastra hacia un abismo placentero y a la vez voraz, que nos envuelve en un remolino de sensaciones y emociones de las que muchas veces quisiéramos escapar.

ESTAMOS IRREMEDIABLEMENTE ABOCADOS A AMAR.

Estas mismas sensaciones sintió el Señor en su vida, en ellas vemos su más perfecta humanidad, el deseo de amar y el miedo a entregarse con total libertad son en su vida una constante que se hace más clara en Getsemani. Las frases pronunciadas por el Maestro aquella noche “que pase de mi este cáliz” “hágase tu voluntad y no la mía”, son la muestra más palpable de dicha lucha interior.

El Señor resuelve esa tensión entregándose totalmente y libremente a un amor sin medida que le llevo hasta la cruz. Como Él también muchos hombres y muchas mujeres a través de la historia han dado su vida por amor verdadero a una persona concreta, a un grupo de personas o a la defensa de sus ideas.

Estemos o no de acuerdo en los fines que perseguían todos ellos, sentimos cierta envidia por no experimentar nosotros esa misma libertad de entrega, las fuerzas de nuestro egoísmo y el miedo, unidos a la desconfianza de si valdrá la pena el sacrificio, nos llevan a resguardarnos dentro de nuestro caparazón, o como también se suele decir, a colocar la cabeza bajo tierra.

Lejos de este discurso se encuentra el sufrir por el maltrato provocado por un violento, el castigo infringido por un tirano o la tortura utilizada por cualquier causa.

Frente a esto no cabe más que la repulsa y la lucha que lleve a erradicar todas esas situaciones inhumanas. Nadie tiene derecho a quitar o disponer de la vida o la integridad de otro.

Dice el Señor en el evangelio de Juan: “Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo”

A esa libertad me refiero, esa actitud frente a la vida, es la que reclamo para mí, frente a mis egoísmos, individualismos, egolatrías y falsas autonomías, la libertad para amar. Para amar dejando atrás el odio y el rencor, para amar haciendo frente al miedo, para amar venciendo a la desconfianza, para amar aunque ello me llevara a sufrir. Libertad para amar y sentirme amado.

Que pudieran decir de nosotros: murieron amando, murieron de amor, murieron siendo amados. Esa semilla dará paso al Amor eterno con Dios en la eternidad. •

El temido y el deseado amor

Manuel Orti

Párroco Ntra, Sra. de Sales

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