29 minute read
Trujillanos en el nuevo mundo. Algunas historias contadas desde allí
MARÍA LUISA LÓPEZ ROL/ARCHIVERA MUNICIPAL
Las reproducciones de los mapas proceden de la John Carter Brown Library at Brown University.
Advertisement
Es nuestra intención respecto al tema de la conquista y colonización española de América fi jar la mirada en la contribución que hicieron aquellos valientes, hombres y mujeres, que dejaron lo conocido para comenzar de cero con el empeño de trasladar nuestra economía y valores culturales a un medio nuevo adonde con enorme esfuerzo depositaron la cultura española. Cultura enriquecida con las infl uencias de las diversas civilizaciones que hasta entonces la habían conformado y que se vería muy acrecentada con el aporte del Nuevo Mundo. Fruto de su acción fue la implantación de la agricultura y la ganadería, el intercambio de alimentos, y el mestizaje personal, cultural y urbanístico.
En la obra La civilización hispánica. El encuentro entre dos mundos, el autor identifi ca en términos ecológicos a España con el Nuevo Mundo:
“España es, desde luego, una anomalía ecológica dentro de Europa, un rico continente en miniatura, y cuando los españoles pusieron el pie en América, se encontraron con unos paisajes familiares, con unos ecosistemas que les recordaban a los ya conocidos, algo que solo estaba al alcance de ese territorio diverso y multiecológico que es la Península Ibérica con sus islas”.
Tanto es así que ya en el segundo viaje de Colón las diecisiete naves que llevó iban cargadas de artesanos, semillas y plantas, animales y aperos agrícolas para asentar en las nuevas tierras nuestra cultura y conocimientos poniendo las bases de un próspero desarrollo agrícola y ganadero. En cuanto a la emigración extremeña y su procedencia, se ha establecido la presencia espectacular de trujillanos en más de 1.500 durante el siglo XVI (La emigración extremeña al Nuevo Mundo, Rocío Sánchez Rubio). Y en este trabajo queremos recordar la labor realizada por algunos de aquellos emprendedores, vecinos de esta noble ciudad, acercándonos a una serie de documentos provenientes del Archivo General de Indias y del Archivo de Protocolos de Trujillo, para mostrar su calidad más personal, sus actitudes más humanas. Es una lástima que acotada por la extensión de este trabajo no puedan entrar en él las vidas y vivencias de tantos vecinos como sería de justicia.
Comenzamos por nuestro vecino más ilustre, don Francisco Pizarro, al que a través de varios documentos del archivo sevillano presentamos alejado de batallas y problemas políticos derivados de la monumental empresa que inició en su viaje al
Nuevo Mundo. A través de algunas líneas de los textos elegidos nos acercaremos a los aspectos más familiares de su vida en aquellos momentos.
Por un pleito que siguió su hija, doña Francisca Pizarro, en defensa de sus bienes hemos encontrado unos interrogatorios de testigos, que presentamos en parte, y que nos aportan datos más íntimos de la vida familiar del Marqués. Se trata de declaraciones directas de personas que le conocieron y convivieron con él en aquellos lejanos tiempos que nos acercan a la niñez de doña Francisca Pizarro y a la relación que mantuvieron sus progenitores.
Probanza de Doña Francisca Pizarro …El dicho Blas de Atienza, vecino de la ciudad de
Trujillo, […] dijo que al tiempo que el Marqués tenía preso a Atahualpa, que era Señor de estos Reinos, estando en Cajamarca, vio que el Marqués Don
Francisco Pizarro tenía en su poder a la dicha Doña
Inés Yupanqui, niña, y la llamaba la pizpita, y dijo el dicho Marqués a este testigo, Blas de Atienza,
“veis aquí a mi mujer”, y la tenía en su presencia a la mesa cuando estaba comiendo, y este testigo preguntó al dicho Marqués quien era aquella niña que tanto quería, el cual respondió que era hija de Guaynaba y hermana del dicho Atahualpa, y este testigo la tuvo y tiene por hija del dicho
Guaynacapa, porque por tal y como a tal vio que la tenían y servían y la trataban los principales/ indios de este Reino, y decían ser tal su hija, y ella lo mostraba en el tratamiento que se tenía, y el dicho
Atahualpa decía ser su hermana, y esto sabe de esta pregunta… El dicho Capitán Diego Palomino, vecino de la ciudad de San Miguel, testigo presentado en esta causa por parte de la dicha Doña Francisca, […] dijo saber que la dicha doña Francisca es hija de la dicha Doña Inés y del Marqués Don Francisco
Pizarro, porque este testigo se halló en el Valle de
Jauja al tiempo que la dicha Doña Francisca nació y la dicha Doña Inés la parió, y de antes, la dicha
Doña Inés estaba con el dicho Marqués y le servía, y era público y notorio que el dicho Marqués tenía conversación y acceso con ella, y después que la dicha Doña Francisca nació, muchas veces vio este testigo que el dicho Marqués llamaba hija a la dicha Doña Francisca, y por tal la tenía él y la dicha
Doña Inés, y en tal reputación siempre fue habida y tenida, y este testigo por tal la tiene…
Otro documento que consideramos importante por su signifi cado familiar es el de legitimación de Francisca Pizarro y su hermano Gonzalo por el Emperador Carlos V a petición de su padre, don Francisco Pizarro.
Don Carlos, por la Divina Clemencia Emperador siempre Augusto, Rey de Alemania, Doña Juana, su madre, […] por cuanto por parte del Marqués, Don
Francisco Pizarro, del nuestro Consejo y nuestro Gobernador y Capitán General de la provincia de la Nueva Castilla, llamada Perú, padre de vos don Gonzalo Pizarro y Doña Francisca Pizarro, nos ha sido hecha relación que, no siendo casado ni obligado a matrimonio, os hubo y procreó por sus hijos naturales en Doña Inés, vuestra madre, natural de la dicha provincia del Perú, siendo así mismo soltera y no obligada a matrimonio, y nos suplicó que porque él no tenía otros hijos algunos legítimos ni naturales que heredasen sus bienes y hacienda, os mandásemos legitimar y habilitar para que vos pudieseis haber y heredar todos y cualesquier bienes que del dicho vuestro padre os quedasen […]. Y Nos, acatando los muchos y señalados y continuos servicios que el dicho Marqués, Don
Francisco Pizarro, vuestro padre, nos hiciera y hace y esperamos que él y vosotros nos haréis de aquí adelante, por haceros merced, tuvímoslo por bien.
Y porque así como nuestro muy Santo Padre tiene poder de legitimar y habilitar en lo espiritual, así los Reyes tenemos poder de legitimar y habilitar en lo temporal los que son de legítimo matrimonio nacidos, por ende, por hacer bien y merced a vos, los dichos Don Gonzalo y Doña Francisca Pizarro, por la presente, os hacemos legítimos, hábiles y capaces para que podáis haber y heredar todos y cualesquier bienes, así muebles como raíces, derechos y acciones que del dicho Marqués, Don Francisco Pizarro, vuestro padre…
El siguiente documento trata la concesión a Francisca Pizarro por el Gobernador, su padre, de varias encomiendas: Huaylas, Chimo y Conchudo. En dicho acto aparece también don Fray Vicente de Valverde, primer Obispo del Cuzco. Cabe resaltar el profundo compromiso de su padre para que su hija asuma el mandato Real de adoctrinar y enseñar a los indios de estas encomiendas en las cosas de la religión católica, y a hacerles buen tratamiento y, en caso contrario, que quede su incumplimiento sobre su propia conciencia.
El Marqués Don Francisco Pizarro, Adelantado, Gobernador y Capitán General en estos Reinos de la Nueva Castilla llamada Perú, y del su Consejo, por su Majestad, y don Fray Vicente de Valverde, primer Obispo del Cuzco, decimos, que por cuanto su Majestad por su Provisión nos da comisión y facultad para que podamos hacer y hagamos el repartimiento general de la tierra, en los vecinos y conquistadores de ella […] os encomendamos los dichos caciques e indios para que de ellos os sirváis y aprovechéis en vuestras haciendas y granjerías, conforme a los mandamientos reales, con tanto que a los caciques principales dejéis sus mujeres e hijos, y los otros indios de su servicio, como su Majestad manda, y que habiendo religiosos que adoctrinen los hijos de los caciques, los traigáis ante ellos para que sean instruidos y adoctrinados en las cosas de nuestra religión cristiana, y que a todo seáis obligada, a los adoctrinar y enseñar en las cosas de nuestra Santa Fe católica, y a les hacer buen tratamiento como su Majestad manda, y si así no lo hiciereis, cargue sobre vuestra conciencia, y no sobre la de su Majestad ni mía…
Otro personaje digno de destacar es una mujer, la primera según diferentes autores en viajar a aquellas tierras, una verdadera emprendedora de las de aquellos tiempos que decidió acompañar a su marido en la difícil aventura de viajar a lo desconocido. En el trayecto perdió a sus hijos lo cual no supuso ningún impedimento a lo que la depararía la historia en aquel Nuevo Mundo.
El documento, procedente también del Archivo de Indias, forma parte de una información solicitada por Inés Muñoz en 1574 a la Real Audiencia de Lima, para el reconocimiento de los méritos y servicios de su marido, Francisco Martín de Alcántara. Dicho documento nos refi ere la elevada fortaleza, humanidad y laboriosidad de una mujer, y del papel fundamental que tuvo en aquellos primeros años al lado de su marido y su cuñado Francisco Pizarro, pues fue ella quien, tras el asesinato de ambos, se encargó del cuidado y protección de Francisca Pizarro y su hermano Gonzalo. En realidad, desde antes se había convertido en su aya, ya que se hizo cargo de su crianza cuando el Gobernador decidió separarse de doña Inés. En este punto, cabe hacer mención de un suceso que no deja de llamar la atención sobre el modo de actuar de don Francisco Pizarro. Según diferentes fuentes consultadas (Relación del Perú, del cronista Pedro Pizarro y Pizarro, de Raúl Porras Barrenechea) parece que el motivo de tan sensible decisión estuvo en la actuación sospechosa que tuvo la madre de los pequeños cuando entre 1536 y 1537 los indígenas rebeldes cercaron Lima, y ella convenció a Francisco Pizarro de la intervención de la princesa Azarpay ordenando el sitio, lo que provocó que éste mandara acabar con su vida. Finalmente, arrepentido, ante la falta de evidencias, y comprendiendo la inútil muerte de su hermana, decidió perdonarla, al ser la madre de sus hijos, pero la hizo casar con su criado Francisco de Ampuero, alejándola de ellos.
Este documento también nos muestra las importantes aportaciones de Inés Muñoz a la economía, y su enorme contribución social con un país al que dedicó toda su vida y donde, hasta el día de hoy, permanece perpetuada su memoria a través del Monasterio que fundó y dotó en la ciudad de Lima.
A pedimiento de Doña Inés Múñoz de Ribera, […] se hizo esta información de ofi cio en esta Real Audiencia para informar a V. M. Por ella, consta ser la primera y más antigua mujer principal de este Reino, que fue casada con el Capitán Francisco Martín de Alcántara, hermano del Marqués Don Francisco Pizarro, primer conquistador y descubridor dél, y que ambos sirviendo a V.M. fueron muertos por los tiranos Don Diego de Almagro y sus secuaces, y por no atreverse nadie en esta ciudad, por temor de ello, Doña Inés con sus criados llevó sus cuerpos en un repostero a la iglesia mayor de esta ciudad y los sepultó. Y tuvo en su casa, escondidos, a los hijos que dejó el Marqués, que los tiranos buscaban para matarlos hasta que se acabó con el Don Diego de Almagro y los desterrase. Y para ello les dio un navío en que se embarcó con ellos, y por dádivas que dio al Maestre, los echó en el puerto de Túmbez, por tener noticia estaba
en Quito el Licenciado Vaca de Castro, que venía por gobernación de esta Tierra, y con mucha costa y trabajo fue con ellos por tierra hasta Quito, donde le encontró, y volvió en su acompañamiento hasta la ciudad de Trujillo, esperando se hiciese justicia de Almagro […] y Doña Inés, hace cuarenta y cinco años que entró en esta Tierra y siempre se ha mostrado/celosa del servicio de V.M., y sustentándose con mucha autoridad y buena vida y ejemplo, y ha sido muy industriosa en nuevas plantas extrañas y granjerías de que ha resultado aprovechamiento general al Reino. Y por no haber dejado hijos, su hijo Don Antonio, de los bienes que le quedaron fundó y dotó un Monasterio de monjas de la Concepción de Nuestra Señora, de que esta ciudad tenía gran necesidad, por haber muchas doncellas pobres, hijas de conquistadores, sin remedio de ningún Estado, y metió consigo sin dote doce dueñas y doncellas, y tomó el hábito con ellas, y hay de presente más de veinticinco monjas, y además de las haciendas con que ha fundado el Monasterio, ha gastado en el sitio y edifi cio dél y ornamentos más de doce mil pesos, sin socorro de vuestra Real Hacienda, ni otro alguno. Y por esto y las muchas deudas que quedaron de su hijo, y haber moderado las dotes de las que quieren entrar monjas a mil pesos, no se podrá sustentar el Monasterio, si no con trabajo y necesidad, V.M. le mandará hacer la merced que se ha servido, atento a ser para obra tan pía, y de que Dios, Nuestro Señor, y V.M. serán muy servidos, y más muchas hijas de hombres que han servido, remediadas. De Los Reyes, y de enero, último de 1575.
Otro personaje cuyo sentimiento de afección a la familia y a su tierra nos ha atraído es Pedro Alonso Carrasco, natural de Zorita, jurisdicción de la ciudad de Trujillo, que acompañó a Francisco Pizarro en su tercer viaje y en la fundación de San Miguel de Piura, primera ciudad española en Perú y posteriormente a Hernando Pizarro en sus campañas en Cuzco, ciudad de la que fue regidor perpetuo una vez estuvo pacifi cada. Casó con doña Leonor Castillejo, hija legítima del Bachiller Francisco Arias y de Francisca Roja, naturales de Huelva, que pasó a Perú con su madre y con su hermano don Hernando Arias, Chantre de la Santa Iglesia de la ciudad del Cuzco. Encontramos al matrimonio emitiendo una carta de poder al hermano y su mujer del regidor, vecinos y residentes en Zorita «término de la ciudad de Trujillo que es en los reinos de España» y a Gonzalo Carrasco para que éste traslade a aquéllos una importante suma de dinero y una vez aquí
[…] os damos este dicho poder para que podáis meter y metáis monjas en el monasterio o monasterios que hubiere en la ciudad de Trujillo, en el que más rico y sin necesidad fuere, y según que a vos os pareciere, a dos hijas mías, naturales de mí el dicho Pedro Alonso, habidas en Indias de esta tierra, que la una se llama Isabel González La Carrasca y la otra Inés González la Carrasca, las cuales lleva el dicho Gonzalo Carrasco, y podáis dotar los dichos monasterio o monasterios en la cuantía de maravedís que es uso y costumbre en los dichos reinos de España y a vos os pareciere, las cuales dichas dos mis hijas quiero, y es mi voluntad, que hasta tanto que queden de edad para hacer profesión, estén en los dichos monasterios que vos las pusiereis y se les dé para su sustentamiento lo que os pareciere y viereis que es menester, y después de ser la edad para hacer profesión se les pregunte si quieren ser monjas, y si lo quisieren ser, se haga con su voluntad de manera que no les sea hecha fuerza para ello, […] y si las dichas mis hijas fueren monjas se les dé, cómo dicho es, lo que fuere uso y costumbre, y vos os concertareis, y lo que restare de los dichos mil y seiscientos y veinticinco ducados que así lleváis podáis comprar y compréis renta en lo que os pareciere y mejor vierais que conviene, de la cual gocen las dichas mis hijas todos los días de su vida, y muerta la una goce la otra de todo ello, y muertas las dichas mis hijas vuelva la dicha renta a nos o a quien nuestra voluntad fuere.
Estipula, además, el matrimonio que, en caso de que las mestizas falleciesen en el tránsito atlántico, el dinero sea convenientemente invertido en Zorita para benefi cencia de parientes o deudos necesitados del regidor perpetuo de Cuzco y lo que sobre sirva para auxilio y remedio de parientas o deudas casaderas
[…] y cuando no hubiere parientas/mías por casar queremos que se les den a hijasdalgo huérfanas del pueblo de Zorita a quince mil maravedís, entiéndese que han de ser pobres, para ayuda a su casamiento, y si fueren huérfanas pobres hijas de labradores, se les de a ocho mil maravedís para ayuda a su casamiento.
Y no podemos dejar de incluir en este trabajo a un trujillano perteneciente al estamento eclesiástico para destacar su
labor desde un punto de vista de asistencia social y también arquitectónico. Se trata de don Jerónimo de Loaisa, quien llegó a ser el primer arzobispo de Lima. Nacido en Trujillo en 1498, fue sobrino de Fray García de Loaisa, arzobispo de Sevilla, Presidente del Consejo de Indias, General de los Dominicos y confesor de Carlos V.
En 1528, fray García de Loaysa envió veinte religiosos a Santa Marta, primer asentamiento español en Colombia. En esta expedición, dirigida por fray Tomás Ortiz, iba fray Jerónimo de Loaysa. Allí fundó un convento dominico y comenzó su labor evangelizadora hasta el año 1543 en el que se instala en Lima al ser nombrado obispo de Lima en 1541. Poco tiempo después dispuso construir la catedral mejorando la iglesia primitiva que ordenó levantar Francisco Pizarro, pequeña y de humilde fabricación, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción. El 31 de enero de 1545 fue nombrado Arzobispo. En el año de 1549 mandó a edifi car un hospital para indios llamado Hospital de Santa Ana. Empezó la obra con cinco mil pesos de renta, donando sus bienes y alhajas. Estuvo atento a la construcción del edifi cio, disponiendo los menores detalles. Falleció en Lima en 1575 y fue sepultado en la iglesia del Hospital, aunque algunos años después sus restos fueron trasladados a la Catedral de Lima, donde descansan en la actualidad.
La primera catedral de Lima fue íntegramente de adobe, su construcción comenzó en 1535 por orden de Francisco Pizarro. La segunda en 1542 cuando se crea la diócesis de Lima, elevando la pequeña iglesia a la categoría de catedral. Posteriormente cuando la ciudad de Lima llegó a ser Arzobispado se consideró la construcción de una nueva catedral y fue en 1564 el Arzobispo Jerónimo de Loaisa quien se decidió por un edifi cio suntuoso, que diseñará Alonso Beltrán inspirado en las grandes catedrales de España. En 1585 se llamó al arquitecto trujillano Francisco Becerra quien se encargó de la construcción de la catedral de forma defi nitiva. Becerra tomó como modelos a las catedrales de Sevilla y, principalmente, Jaén.
El último de los personajes que vamos a incluir en este pequeño homenaje a los vecinos de esta ciudad que llevaron el nombre y nuestra cultura allende los mares es Gonzalo de las Casas.
Nacido en Trujillo entre 1515 y 1522, era hijo de Francisco de las Casas y María de Aguilar y primo de Hernán Cortés por línea paterna. En 1523 su padre es enviado allí con el nombramiento real de Capitán General y Gobernador de Nueva España para Cortés y allí permaneció hasta que en 1532 regresa para llevar con él a su familia, lo que realizará en 1536. Hacia 1541 el joven Gonzalo comienza a intervenir contra los chichimecas en Nueva Galicia, acción que volvería a repetir en 1570, contactos que serían muy provechosos para la realización de uno de sus tratados. Porque éste es el perfil que queremos destacar de nuestro tratadista trujillano. Escribió Arte nuevo para criar la seda, por un lado y Defensa de conquistas y conquistadores de las Indias Occidentales, y como se han de haber en los descubrimientos y conversión de los naturales, además de su famoso Tratado de la guerra de los Chichimecas donde recoge valiosa información sobre los diversos grupos que componen este pueblo, sus costumbres, economía, lengua, rituales y sentido de la guerra. A continuación, presentamos un extracto del citado Tratado:
Estos Chichimecas se dividen en muchas naciones y particularidades y en diversas lenguas y siempre unos con otros han traído y traen guerras, sobre bien livianas causas, aunque algunas veces se confederan y hacen amigos por hacerse más fuertes contra otros sus enemigos, y después se tornan a enemistar […]. Lo primero, ellos son dados, muy poco o nada, a la religión, digo idolatría, porque ningún género de ídolos se les ha hallado ni uno ni otro altar, ni modo alguno de sacrificar, ni sacrificio, ni oración, ni costumbre de ayuno, ni sacarse sangre de la lengua, ni orejas, porque esto todo usaban todas las naciones de la Nueva España. Lo más que dicen hacen es algunas exclamaciones al cielo mirando algunas estrellas, que se ha entendido, dicen lo hacen por ser librados de los truenos y rayos. Y cuando matan algún cautivo bailan a la redonda, y aún al mismo le hacen bailar, y los españoles han entendido que ésta es manera de sacrificio […]. Son por todo extremo crueles, que es la mayor señal de su brutalidad. A la persona que prenden, ora sea hombre o mujer lo primero que hacen es hacerles la corona quitando todo el cuero y dejando el casco mondo […]. Traen colgadas por detrás las cabelleras de las coronas que quitan y algunas han sido de mujeres hermosas, con cabellos rubios y bien largos […]. Es su manera de pelear con arco y flechas, desnudos; y pelean con harta destreza y osadía y si acaso están vestidos se desnudan para el efecto. Traen su aljaba siempre llena de flechas y cuatro o cinco en la mano del arco para proveerse más pronto de ellas, y con ellas y el arco rebatir las que le tira su enemigo hurtándole el cuerpo; y a esta
causa pelean apartados unos de otros, y ninguno se pone detrás del otro sino esento por mejor ver venir […]. Estas maneras de acometer han ellos aprendido de nosotros, porque con ellos se ha podido pelear en guerra descubierta, porque luego huyen a la sierra y se esconden en ella, y allí nunca se han osado empeñolar, y así siempre se ha procurado tomarlos descuidados espiándolos […]. Sus pasatiempos son juegos, bailes y borracheras[…]. Sus bailes son harto diferentes de todos los demás que acá se usan. Hácenlos de noche; alrededor del fuego encadenados por los brazos unos con otros […]. No tienen son ninguno y en medio de este baile meten al cautivo que quieren matar y como van entrando va cada uno dándole una flecha hasta el tiempo que el que se le antoja se la toma y le tira con ella […]. Su comida es fruta y raíces silvestres, no siembran ni cogen ningún género de legumbres, ni tienen ningún árbol cultivado. De los frutos que más usan son tunas, y las hay de muchas maneras y colores y algunas muy buenas. También comen la fruta de otro árbol que llaman mezquite, que es un árbol silvestre bien conocido que lleva unas vainas como algarrobas, las cuales comen y hacen pan para guardar y comer cuando se acaba la fruta […].
Referente a los cuatro documentos procedentes del Archivo trujillano, debemos destacar que tres de ellos ponen en relación directa a nuestra ciudad con Trujillo de Perú a partir de un personaje fundamental en la historia de la ciudad peruana; se trata de Diego de Mora. Capitán en sus inicios, con Francisco Pizarro primero, perseguidor de sus asesinos más tarde, y defensor de la pacificación del Reino tras las revueltas de Gonzalo Pizarro, llegó a ser Corregidor y Justicia Mayor de la ciudad de Trujillo por sus señalados servicios, y más tarde Teniente de dicha ciudad. Pero el nexo que une a ambas ciudades es sin duda su matrimonio con doña Ana Pizarro, natural de nuestra ciudad. Pues bien, en todos estos documentos encontramos datos que nos permiten señalar la identidad de esta noble señora.
Sobre Diego de Mora, en la obra Descripción colonial, de Reginaldo de Lizárraga encontramos que en la descripción del valle de Chicaza, después de declarar la abundancia y buenísima cosecha producida en tan fértil tierra, menciona la notoriedad del mismo como consecuencia de un ingenio de azúcar que allí plantó el capitán Diego de Mora. Esta noticia también la hemos encontrado en la obra Historia económica del Perú, de Emilio Romero y Carlos Contreras. En ella nos cuentan como antes de 1561 se fabricaba el azúcar en el valle de Chicama en la hacienda de don Diego de Mora, de quien dicen que, a parte de ser un gran militar,
fue uno de los mejores agricultores de la época y presumen que fue él quien llevó la caña de azúcar de Méjico para aclimatarla en Chicama.
El primer documento está protagonizado por dos de sus hermanas, Mencía Álvarez de Valverde, y María de Arévalo, hijas legítimas de Francisco de Valverde y de Elvira Pizarro, difuntos, que nos informan de haber recibido un envío de varias barras de plata de su hermano en Perú.
El siguiente documento nos proporciona más información sobre esta familia; ahora María de Valverde, hermana y heredera de Juan de Valverde, que falleció en la ciudad de Trujillo de Perú, da poder a Alonso de Loaysa para que en su nombre pueda cobrar los bienes que quedaron por fin y muerte del mismo y de la señora Doña Ana Pizarro, su hermana, y los envíe a España. Por esta información sabemos de la existencia de otro hermano, Juan de Valverde. Por un asiento encontrado en la Casa de la Contratación de Sevilla, hemos conocido que Juan de Valverde pasó a Perú en compañía del Obispo Fray Vicente de Valverde y del capitán Andrés Jiménez, en la nao de Ginés de Carrión, el año 1537. Por otra parte, en la obra Relación descriptiva de la ciudad y provincia de Trujillo del Perú, de Miguel Feijoo, en el capítulo dedicado a los primeros pobladores, sitúa entre los más recomendables a don Juan de Valverde, de quien dice ser «persona de mucha estimación, casado con doña Juana de Mora, hermana de don Diego de Mora»; aquí tenemos otra vez a ambas familias y su cercana relación con Alonso de Loaysa, sobrino de Jerónimo de Loaysa, también trujillano y arzobispo de Lima.
El siguiente documento vuelve a conectar ambas familias además de las dos ciudades de Trujillo. Por un traslado, encontrado en el Archivo de Protocolos de la ciudad extremeña, de una Real Cédula haciendo merced a don Juan de Sandoval, residente en la ciudad de Trujillo de la provincia de Perú, para que por tiempo de dos años pueda pasar a España a atender cosas que le convienen, sumado a la curiosidad por conocer el motivo por el que tal documento se encontraba en nuestro Archivo, hemos llegado a conocer detalles muy ricos del momento histórico que sitúan los documentos: entre el 29 de diciembre de 1550 y el 4 de abril de 1551. En la citada obra, Miguel Feijoo le presenta también entre los pobladores más recomendables de la ciudad trujillana, casado con doña Florencia de Mora, hija de los ya citados Diego de Mora y doña Ana Pizarro, quienes se destacaron en dicha ciudad como una de las familias más honorables y respetadas por su condición social y económica. Fue benefactor del Convento de San Agustín y encomendero de toda la provincia de Guamachuco. Del Archivo de Indias hemos
recogido unas Informaciones de oficio y parte, en las que se le reconoce como tesorero y alcalde ordinario, vecino de Trujillo (Perú). A su muerte, en 1581, su viuda se dedicó a la cría de ganado y llegó a convertirse en la ganadera más importante de la región. El éxito que obtuvo Florencia le aportó la admiración de la sociedad trujillana, que empezó a considerarla como la mujer más importante de la primera generación de hijos españoles nacidos en Perú. En este sentido también es destacable su enorme contribución a diferentes acciones benéficas: otorgó dotes a las novicias del Monasterio de las monjas Clarisas, a las que también donó las tierras de Collambay; apoyó a los indígenas mediante la donación de tierras y favoreciendo la educación de sus hijos estudiantes, a los que protegió con pensiones gratuitas de alimentos, ropa y habitación, para que pudieran sustentarse en la ciudad de Trujillo. Doña Florencia de Mora falleció el 6 de octubre de 1596, dejando sus bienes a sus parientes, a los indígenas, a los Conventos y al Hospital de la Caridad de Lima. Sus restos mortales reposan en la cripta de la iglesia de San Agustín de Trujillo, junto a los de su esposo. La memoria de Florencia de Mora sobrevivió largo tiempo, pues todavía en el siglo XVIII se rezaban misas en la iglesia de San Agustín por el descanso de las almas de los esposos Sandoval de Mora. Sobre don Juan de Sandoval, una noticia que nos habla de su faceta más emprendedora; en la obra Notas para un estudio sobre recuerdos canarios en el Perú, de Guillermo Lohmann Villena, hemos encontrado la introducción de camellos procedentes de Canarias, en la ciudad peruana: el 2 de septiembre de 1552 Alonso Pérez de Vivero vende a don Juan de Sandoval, un camello y una camella, por el precio de 500 pesos. También, en la obra Descripción colonial Reginaldo de Lizárraga nos relata entre otras cosas al hablar de don Juan de Sandoval que era vecino de Trujillo, encomendero «hombre muy amigo de los pobres, gran cristiano, muy rico». Tenía capellanías instituidas en todos los Monasterios, principalmente el de San Agustín, donde escogió su enterramiento, y al que dejó mucha renta y poca carga de misas para que así se edificase.