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El rincón de “Grelea”; por Sandra García
Lo hemos hecho
GRELEA
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A lo largo de los tiempos, las tradiciones han ido pasando de generación en generación. Increíble es la palabra cuando preguntamos a nuestros padres y abuelos sobre sus aventuras de jóvenes y vemos que se parecen tanto a las nuestras. Y es que hay cosas que todos hemos hecho. Y eso que mucha gente intenta negarlo.
2. Tirarse con la bicicleta sin frenos.
Para mi suerte, haciendo esa actividad nunca me rompí nada. Me acuerdo de la primera vez que lo hice. Estaba en un pueblo vecino, Moscas del Páramo. La cuesta que llevaba a la ermita se veía imponente para mí, pero tras mucho pensar decidí dejar que las ruedas de mi bicicleta dictaran mi destino. Soltamos los frenos y nos dejamos llevar por la velocidad. Notamos cómo el viento comienza a sonar en nuestra cabeza con más fuerza. Nuestra destreza ciclística se nota en este momento para saber cómo, cuándo y dónde frenar para no salir disparados.
No es uno de los mayores méritos que alguien lo haga, pero cuando lo haces la primera vez, es como que no puedes parar. Incluso prefieres acelerar justo en ese momento.
3. Meterse en una casa abandonada.
Esto a lo mejor no lo ha hecho todo el mundo. Tal vez por cobardía o porque no le apetecía mancharse. Ellos se lo pierden. Sabemos el peligro que corremos cuando nos metemos por esos lugares, pero la verdad divierte y a la vez asusta ver una casa abandonada y ruinosa. Imaginas cómo viviría allí la gente. Porqué nadie dejó los muebles. O porqué la madera están ruinosa.
Pero lo mejor de todo es encontrarse alguna pista sobre la existencia de personas que vivieron allí. Alguna foto o un juguete de un niño demuestran que fue cada habitación.
¿Por qué no probar a meterse en un lugar complicado? Muchas veces, por esas cosas, he tardado media hora en salir. Un techo roto que ha creado un laberinto de cuartos, una puerta oxidada difícil de abrir o varios ladrillos que están a punto de caerse, es lo que da gracia a la aventura.
1. Picar a los vecinos
Confieso que nunca he tocado el timbre, pero sí que he sido cómplice de hacerlo. Sé que ya habrá algún adulto que esté pensando: “Eso está mal. Los jóvenes de hoy en día no tienen ningún respeto por sus mayores”. A ese señor le diría que está muy equivocado, porque todos hemos picado al timbre y salir huyendo.
He de decir que no soy de las mejores en este arte, pero tengo claro cuando hemos disfrutado con esto. No solo es picar a la puerta y salir huyendo. El esconderse y ver con nuestros propios ojos que el propietario de esa casa sale a la puerta, y encima busca al culpable. ¡Acelera el corazón a cualquiera!
Lo curioso es que, aun sabiendo que no es difícil reconocernos, seguimos haciéndolo sin pensar en las consecuencias. Pero si nos pusiéramos hacer eso, la mayoría de las aventuras que vivimos, serían como colocar un libro en un estante alto.
4. Nadar a contra corriente
- ¡Venga, sigue nadando…! - ¡Que no puedo; me doy con las piedras y la corriente me lleva…! - ¡Que se nos va, que se nos va...!
Típica conversación cuando intentas luchar contra la madre naturaleza. Bañarse en el río es tradición de aquellos que podemos ir a uno. A la mayoría le gusta que le lleve la corriente; hasta cierto punto, claro!!!. Pero luchar contra ella es lo más.
También he tenido muchas veces que dejarme llevar porque mi zapatilla ha decidido salirse de mi pie y la corriente ha visto óptimo acelerar su flujo. ¿Irónico, no creéis?
5. Rogar a tus padres quedarte en la fiesta más tiempo.
Tú, el que dice que no le va la fiesta. El que se aburre porque no le va bailar. El que prefiere dormir. Sí, te estoy hablando a ti. Ambos sabemos que aunque estés muy a gusto en tu cama, más de una vez has preferido quedarte en el baile viendo cómo tus amigos bailan, algunos bien y otros haciendo el tonto; y escuchando la música que te gusta.
Yo tampoco he sido una persona que rogara demasiado, pero tengo una hermana que la denominaría “fiestera”. Mi prima y ella han rogado más de una vez a sus respectivas madres quedarse más tarde. Cuando una decía que no, atacaban a la otra. Y gracias a eso, alguna vez volvieron dos horas más tarde de lo que debían. Mi truco ha sido normalmente el de: “sé buena dos días de fiesta y así ganarás más horas para los mejores días”. Sé que aún me quedan millones de tradiciones, pero eso lo dejo para la mente de cada uno. Somos niños enseñados por nuestros padres. Las técnicas del pueblerino corren en la sangre de cada uno; por lo que es imposible resistirse hacer, alguna vez que otra, una trastada. Por tanto…: -Riinnnggg!!! ¡Correr, que ya han picado a un timbre y no quiero ser yo a la que pillen...! Vosotros no sabéis nada; si me veis, yo no he estado aquí.
Mis principios
GRELEA
Nunca tendré suficientes palabras de agradecimiento para deciros el gran honor que fue el dejarme escribir cada año en esta revista. Sé que a veces mis relatos no son los mejores. Que pueden tener fallos gramaticales o expresiones que muchos no entenderían. Pero igualmente, me alegra saber que cada año contáis conmigo para hacer esto posible. Así que, sin más dilación, vamos a contar cómo empezó todo.
Serían mediados de noviembre cuando, un fin de semana que pasaba en el pueblo, mi tío Rober, conocido como Roberto Carro, me contó la existencia de un concurso de relato corto. Él sabía que yo amaba escribir, por tanto pensó que me interesaría. El premio en sí me daba igual, ya que mi relato iba a estar en la revista pasara lo que pasara.
El tema era Un lugar del pueblo. Para la desgracia de todos los participantes, no se podía hacer de ninguno de los dos bares. Si es que…., de verdad ¿quién escribió esa norma? Dándole muchas vueltas a la cabeza me decante por dos opciones: el antiguo parque o el callejón de la iglesia. Escribí dos borradores sobre ellos. Hablando con mis padres llegamos a la conclusión de que el mejor era el segundo, por lo que lo comenzamos a matizar. Me daba rabia que hubiera un límite de palabras tan pequeño; de otro modo habría podido decir muchas más cosas.
Poco a poco el relato fue tomando forma y convirtiéndose en el relato que se publicó en la revista de aquel año. Enviar y esperar.
La llegada del verano trajo consigo la segunda revista del pueblo, en la cual aparecieron millones de relatos. Tardé un rato en encontrar el mío. Lo leí con la misma ilusión que cuando lo había escrito.
Mis seudónimo, Drasan, dejaba muy anónima mi identidad ¿Quién iba a pensar que cambiando las sílabas de lugar aparecería mi nombre? Seguramente nadie creería que era yo la propietaria de aquel escrito.
Por fin llegó el día de la entrega de los premios. He de decir que mi vestuario no era el más óptimo (tuvieron que poner los disfraces ese mismo día…) Anunciaron el segundo premio, varios aplausos por parte del pueblo, entrega del galardón y gratitud por parte de la ganadora. Y ahí comienza el momento.
-Bueno…, y el primer premio es para…- comienza a decir Roberto, que saca del sobre el nombre de la ganadora- (mi tensión se podía cortar con un cuchillo) - ¡Drasan! No sé si será chico o chica... -añadía. Mi felicidad ya había explotado, obviamente. Y la persona que estaba detrás de aquel seudónimo, Sandra, sube a recoger su premio.
Salvo por mi indumentaria, todo fue perfecto. Y cuando creí que todo eso no podía ser más maravilloso, descubrí que podría participar más años en la revista. Y así es como, actualmente, estoy aquí, hablándoles de mis aventuras o mis pensamientos sobre lo valioso que es tener un pueblo.
Y como dije al principio, no tengo suficientes escritos para deciros lo mucho que agradezco que cada año una hoja esté a mi nombre. Y a todos los que leéis estos escritos de una niña que aún le queda por aprender y escribir millones de relatos, solo os quiero decir: GRACIAS!!!