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Huérfanos de abrazos
Eran días de finales de marzo, asomaban las primeras flores por los balcones, llegaban ya ráfagas de una suave brisa cálida y el sol se resistía cada vez más a morir, augurando que otra vez iba a llegar el milagro de una nueva primavera. Pero no se oía a lo lejos, al atardecer, el retumbar de tambores, ni aparecían vallas apiladas en una esquina o un hábito colgado en el escaparate de una tintorería, signos que para algunos nos hacen sentir un cosquilleo por dentro y brotarnos una sonrisa porque sabemos que llegan los días del gozo. No eran esos días de vísperas, eran días de soledades y aplausos, de despertar oyendo otra vez la letanía más triste en la radio y de suspirar desayunando el bizcocho casero más amargo. Venía sin cesar el borbotón de recuerdos de los días añorados de la espera. ¿Te acuerdas?... Hay que cambiar el cordón de la medalla… Necesito otros zapatos negros, esos de siempre me matan… ¿Dónde cenaremos el Jueves Santo?... No te olvides del huevo de Pascua para tu ahijado… pero en este año, nada de eso.
Y empezaron los días más soñados, e iban pasando y te creías que lo pasarías mal cuando llegara tu día, pero poco a poco entendiste que tu día eran todos. Admirabas el gran esfuerzo derrochado por cada cofradía por hacerse presente e intentabas vivir el espíritu de cada día: seguías las celebraciones, los recuerdos, las memorias, pero cada vez era más grande el hueco que ibas sintiendo. Te faltaban esas puertas que se abrían para empezar a pregonar la buena nueva, la gloria de unas palmas, el terciopelo morado de Jesús y el dolor más grande de una madre bordado en la plata más sublime. Cada vez era más grande esa ausencia e intentabas disfrutar de todo para no pensar en lo más profundo que te faltaba.
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Mañana de Jueves Santo, canela y azúcar en un trozo de pan que sabe peor cuando no es compartido porque también una torrija puede ser comunión y fraternidad con el hermano. Entonces recuerdas, con ese dulce sabor en la boca, cómo les fascina a los periodistas que retransmiten nuestra Semana Santa ese momento en el que, terminado el redoble último, los cofrades se funden en abrazos y besos, poniendo el amén más sincero a la procesión que acaban de vivir. Recordando esos momentos asumes que este año, aunque estés conectado e intentando vivir cada día, vas a permanecer huérfano de abrazos.
Cuando contemplas, pasadas las horas, a una madre que acoge el hijo muerto en sus brazos, derramando su piedad, vez en ese abrazo sugerido, en ese recoger al hijo yerto otra vez en el regazo, a tantos que estos días están partiendo sin siquiera una caricia, sin alguien que les sostenga la mano en la hora del último suspiro y te unes a ellos, y darías todo por que les llegaran tantos abrazos perdidos.
Y al final llega, porque siempre llega, la Pascua y aunque vuelvas a tener la esperanza que nunca cesa, no puedes dejar sentirte una vez más, como tantos y tantos en estos días extraños, huérfano de abrazos.
Carlos Pardos Solanas