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Abrir el corazón
en Zaragoza
FERNANDO ARREGUI MORENO
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Consiliario de la Junta Coordinadora y de la Delegación Episcopal Abrir el corazón
Un año más, nos disponemos a vivir este tiempo especial y tan lleno de sentido de la Semana Santa. Cansados por lo que vamos acumulando en el haber de nuestra vida, pensativos por tantas experiencias duras que nos están tocando sufrir, pero sobre todo renovados por la vivencia compartida de la fe.
La experiencia de Dios para nosotros se alimenta, sobre todo, de dos maneras: en el encuentro con la persona de Jesús, y en su presencia en el «hermano», muy especialmente en el «pequeño» y en el pobre; sobre todo en aquellos predilectos de quienes Jesús se rodeó en su vida pública.
El Nuevo Testamento, nos presenta el encuentro con Jesús como la raíz de toda conversión de la fe y de la vida comprometida.
Como cofrades cuando nos bajamos el tercerol, o nos ponemos el capirote y nos tapamos la cara, nos disponemos a vivir una experiencia personal, única, de encuentro de oración con Dios, y de intimidad con tantas personas que llevamos grabadas, a fuego, en nuestro corazón: algunos difuntos, muchos enfermos, conocidos solitarios y tristes, parados, y numerosos necesitados de nuestro entorno.
El encuentro con Dios, y con el hermano…, ambos encuentros son inseparables. El encuentro con Dios nos regala una experiencia de fe, que es trascendente a cualquier realidad temporal; el encuentro con el hermano, que es encarnado, es lugar de revelación teológica, donde Dios se nos manifiesta. Del primer encuentro, se deriva la oración y las diversas formas de relacionarnos con Dios; del segundo, el compromiso temporal de cada uno de nosotros, una forma muy privilegiada de experimentar en nuestra vida al Dios de Jesucristo.
Cómo escribió el P. Voillaume, se puede ser contemplativo «en el corazón de las masas», «en medio del mundo y compartiendo la condición de la gente pobre». El Dios en que creemos, forma parte de la historia, se nos revela y lo experimentamos en la entraña de nuestro mundo, encarnado en situaciones concretas y reales. Las ocupaciones ordinarias, de trabajo, de vida familiar y social, son actividades humanas, sencillas, comunes a todos los hombres y mujeres, que llenan las veinticuatro horas de nuestros días, son válidas para vivirlas como Jesús nos enseñó, tomando al pie de la letra el Evangelio, pues «en Él vivimos, nos movemos y existimos».
Estamos acostumbrados, con la pandemia, a tapar nuestro rostro con la mascarilla, el gesto de cubrir nuestras cabezas es corriente en la Semana Santa en las salidas procesionales, pero esto sólo tiene sentido si a la vez que tapamos nuestras cabezas, somos capaces de descubrir nuestro corazón al amor a Dios, y al amor concreto y eficaz hacia la persona cercana a nosotros.
Sólo quien abre su corazón, puede descubrir el valor del otro como un regalo, y la presencia de Dios en su vida.
Por eso, en esta ya próxima Semana Santa, abre tu corazón y sobre todo “ama y contempla”.
Jorge Sesé