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POR QUÉ DESAPARECEMOS

Parecía que el anillo que llevaba era un anillo mágico: ¡te hacía invisible! Había oído de tales cosas, por supuesto, en antiguos relatos; pero le costaba creer que en realidad él, por accidente, había encontrado uno. j. r. r. tolkien El hobbit (1937) Tal vez toda la diferencia estribe en eso; tal vez toda la sabiduría, toda la verdad, toda la sinceridad, estén comprimidas en aquel inapreciable momento de tiempo en el que atravesamos el umbral de lo invisible. joseph conrad

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El corazón de las tinieblas (1899)

n los cuentos antiguos –y a menudo también en nuestras nuevas historias– nadie se vuelve invisible sin un motivo. Una peculiaridad de nuestra época es que nos concentramos en los medios y no en el motivo. Los científicos y tecnólogos están hoy poco a poco descubriendo el modo de confeccionar lo que gustan de llamar capas de invisibilidad y el mundo los observa, mayoritariamente, entre divertido y asombrado. Pero en las viejas historias, en los mitos y leyendas y en los cuentos de hadas, la invisibilidad no era ni tan difícil de conseguir, ni tan aceptada como un logro. Volver algo invisible exigía conocimientos o favores especiales, pero una vez obtenida esa habilidad, la magia simplemente ocurría. El hecho en sí no sorprendía ni impresionaba demasiado; lo importante no era cómo sino por qué lo hacías. Lo que suele olvidarse cuando se enarbolan leyendas y fábulas como antesala de un anuncio de algún avance tecnológico es que

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dichas historias no eran desafíos ingenieriles propuestos por nuestros antepasados. Aunque estuviesen llenas de dioses y diablos, gnomos y gigantes, en realidad tratan acerca de nuestro propio mundo y de las cosas que nos hacemos unos a otros. Es en este sentido que siempre hemos poseído el secreto de la invisibilidad, y siempre hemos sabido adónde podría conducirnos. Sabemos los poderes que confiere, y los peligros que comporta. Estos son los temas de mi libro, y es por esto que deben figurar al comienzo, más que por cualquier propósito cronológico. Pues en la historia de la invisibilidad, el remate es anterior al principio: las más tempranas manifestaciones son las que nos dicen, en cierto sentido, todo lo que necesitamos saber sobre la invisibilidad. El resto es “tan solo” ingeniería. Pero es la ingeniería –el “cómo podemos hacer esto”– lo que revela con mayor elocuencia las complicaciones y repercusiones que aparecen cuando el mito se estrella contra la realidad. En la distancia que separa lo que tenemos de aquello a lo que aspiramos podemos vislumbrar lo que somos.

el anillo mágico

Si pudierais ser invisibles, ¿qué es lo que haríais? Lo más probable es algo relacionado con el poder, la riqueza o el sexo. A lo mejor las tres cosas, si hubiera oportunidad. Si es así, no hay por qué sentirse culpable. O más bien, es sin duda bueno para el alma experimentar un poco de contrición, pero vuestra reacción no es perversa ni aberrante. Platón afirma categóricamente que esto es perfectamente normal. En la República, él (o más bien su interlocutor, Glaucón) explica que la invisibilidad no es un problema técnico sino moral. Existen varios relatos sobre cómo Giges, un ancestro del rey Creso de Lidia, ascendió desde un origen humilde hasta fundar la tercera dinastía de los reyes lidios en el primer milenio a. de C. Todos ellos lo presentan como un usurpador y en varios se cuenta que la pasión que lo impulsaba era tan carnal como política. Giges, según es comúnmen18


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te aceptado, despojó de su trono y de su mujer a Candaules de Lidia. Según Heródoto, el viejo rey se lo buscó al ordenar a Giges, que era por entonces su guardaespaldas, que contemplase en secreto a su reina para que se viese obligado a reconocer su belleza sobresaliente.* Giges obedeció contra su voluntad, mas la reina lo descubrió en su escondite y, enfurecida por la conducta vergonzosa de su marido, puso ante Giges la opción de matar al rey o la de ser ejecutado. Difícilmente se lo podría culpar por la decisión que acto seguido tomó. Pero el relato de Platón no ofrece estas circunstancias atenuantes. Su Giges comienza siendo un pastor al servicio de Candaules. Un día, mientras Giges atendía su rebaño, un terremoto abrió una grieta en la tierra y Giges descendió por la abertura. En las profundidades vio un caballo hecho de bronce con una portezuela en el costado y, al abrirla, el cadáver desnudo de un hombre en su interior, con un anillo de oro en el dedo. Giges tomó el anillo y se lo puso. Al regresar a la superficie, Giges se reunió con los demás pastores, como era su costumbre, para preparar el informe mensual sobre el estado de los rebaños del rey. Sentado entre sus colegas, hizo girar distraídamente la brida (el ancho reborde donde puede engastarse una gema) del anillo, y al hacerlo desapareció de la vista de los allí reunidos. Cuando hizo girar la brida hacia afuera, volvió a hacerse visible. Aquello bastó para que Giges concibiera un plan atrevido y deshonesto. Se las arregló para ser uno de los mensajeros que entregarían el informe al rey, tras lo cual la versión de Platón se trueca abruptamente de fábula bucólica en tragedia de Sófocles. Tan pronto llegó al palacio, escribe Platón, Giges “cometió adulterio con la mujer del rey, atacó al rey con ayuda de ella, lo mató, y se adueñó del reino”. Estos crímenes, se nos da a entender con toda claridad, fueron perpetrados con el auxilio del anillo de invisibilidad. La moraleja del cuento, dice Glaucón, es que con semejante talismán mágico, no habría nadie

* Este tipo de voyerismo en el que uno expone sexualmente a su pareja se llama actualmente candaulismo.

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tan incorruptible que perseverase en la senda de la justicia o lograra abstenerse de echar mano a las propiedades de los otros, cuando sería posible tomar impunemente todo lo que uno desease del mercado, entrar a las casas y tener relaciones sexuales con quien uno desease, matar a cualquiera, liberar a quien uno quisiese de la cárcel, y hacer todas las demás cosas que nos volverían semejante a un dios entre los hombres. No imaginéis que Platón ve esto como una reacción antinatural o particularmente reprensible. Glaucón admite que sería ingenuo esperar del privilegio de la invisibilidad otra cosa que un abuso: El hombre que no deseare obrar mal en esa oportunidad, y no tocase las propiedades de los otros, sería tenido por idiota y miserable. Se lo elogiaría en público, mintiéndose unos a otros, por miedo a recibir algún daño. Los problemas que esto presupone para la rectitud de la autoridad estatal –donde “aquellos que practican la justicia lo hacen contra su voluntad, pues carecen del poder para obrar mal”– ocupan buena parte del resto de la República. Así pues, para Platón la invisibilidad no es un poder maravilloso sino un desafío moral, probablemente superior a las fuerzas de cualquiera de nosotros. La invisibilidad corrompe; nada bueno podría venir de ella. Específicamente, la invisibilidad nos tentará con tres cosas: el poder, el sexo y el asesinato. Esta es la promesa que ha inducido a la gente a buscar la invisibilidad en todas las épocas, ya sea a través de conjuros mágicos o artes esotéricas o artilugios y ropajes que confieren la capacidad de desaparecer.

el erotismo de lo invisible

El ocultamiento era un atributo útil en el mundo antiguo, donde los peligros podían sobrevenir en cualquier sitio. El cristianismo primi20


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tivo tendía a denunciar como brujería un poder mágico como el de la invisibilidad; los ocasionales ejemplos de magia en la Biblia son presentados como trucos alevosos. Sin embargo, la invisibilidad era a veces permitida a los santos, quienes, a menudo creados mediante una piadosa reformulación del folclore local, gozaban de una permisividad no concedida a los personajes de las Escrituras. Los Diálogos del papa Gregorio el Grande en el siglo vi están llenos de estos dudosos milagros: un monje, por ejemplo, se vuelve invisible cuando un grupo de francos llega para saquear sus riquezas. Y se dice que san Patricio logró eludir a los magos druídicos de Irlanda con un hechizo de invisibilidad. En los cuentos míticos y tradicionales, la invisibilidad casi nunca es una “facultad del cuerpo”. No es que la persona sepa cómo hacerse invisible, sino más bien que esta ventaja mágica le es conferida por una suerte de talismán, un objeto que es preciso usar. Más que de una desaparición, se trata de un ocultamiento. Muy a menudo el talismán es un gorro o una capa y de hecho ambas prendas parecen casi intercambiables. Esto se debe en parte a una peculiaridad lingüística, porque en los cuentos de origen germánico Kap (capa) podía fácilmente confundirse con Kappe (gorro). Atenea dio a Perseo un gorro o yelmo de invisibilidad que le permitió escapar de las Gorgonas tras haber matado a su hermana Medusa; la propia diosa lo usó al combatir a Ares durante la guerra de Troya.* El Tarnhelm de El anillo del nibelungo de Richard Wagner es un yelmo mágico que hace cambiar de apariencia y también vuelve invisible, y parece haber sido inventado por el propio compositor, pues no hay ningún objeto semejante en la leyenda original de los nibelungos. Pero, al haber sido forjado por el hermano del enano herrero * Homero lo llama el Yelmo de Hades y este mismo “Yelmo de Plutón” devino posteriormente sinónimo de invisibilidad. No está claro si esta asociación con el dios del inframundo proviene de algo más que de una elisión lingüística: el vocablo griego aidos puede significar invisible, aunque más comúnmente connota vergüenza o pudor. Pero la atribución de la invisibilidad como un poder del inframundo concuerda con la historia de cómo Giges encontró su anillo y también con la noción general de no estar a la vista.

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Alberico, pudiera considerarse que tiene un precedente mítico en el Huliðshjálmr o “yelmo de ocultamiento” de los enanos que aparece en algunos cuentos nórdicos. Un viejo soldado utiliza una capa de invisibilidad para seguir a las “doce princesas danzantes” en el cuento de hadas homónimo de los hermanos Grimm, y de este modo descubre por qué sus zapatillas de baile se desgastan durante la noche: las princesas salen a bailar en secreto con doce apuestos príncipes. Por resolver este misterio, al soldado se le concede la mano de la hija mayor, convirtiéndose en heredero al trono. La invisibilidad como vía de acceso al poder real nos recuerda la historia de Giges, mas no podemos dejar de percibir el elemento recurrente de voyerismo sexual (no nos extrañaría nada que “danzantes” fuese aquí un eufemismo), y el don de la invisibilidad vuelve a aparecer cargado de potencial erótico. El mito de la invisibilidad a menudo está ligado al sexo y a la seducción. En la Ilíada, Zeus envuelve a Hera en una “nube dorada” (lo que no se ve se confunde a menudo con lo que no se debe ver) para poder acostarse con ella sobre el monte Ida sin que los demás dioses los espíen. Un anillo mágico permite a Owain seducir a la Dama de la Fuente en el Mabinogion galés. El sabio egipcio Nectanebo empleó sus poderes de invisibilidad para engañar al rey Filipo de Macedonia y a su mujer Olimpia y así pudo engendrar con la reina a Alejandro Magno. Según el folclorista Francisco Vaz da Silva, “las capas y los anillos de invisibilidad se utilizan sobre todo para entrar en un reino fantasmal donde el protagonista seducirá o liberará a una princesa, o traerá de vuelta a su amada encantada”. Así es como el héroe epónimo utiliza su capa de invisibilidad en el cuento de hadas italiano Liombruno. El muchacho está a punto de desposar a la reina de las hadas Madonna Aquilina tras haberla salvado de casarse con el diablo a consecuencia de un pacto fáustico de su padre. Pero las subsiguientes fechorías del mancebo enfurecen a Madonna Aquilina, y esta lo destierra del reino de las hadas hasta tanto él no haya “gastado siete pares de zapatos de hierro”. Mientras vaga desalentado como peregrino, Liombruno hurta con engaños una capa a una banda de ladrones que se encuentra en un bosque (ese ubicuo 22


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lugar de encantamiento), haciendo que le permitan probársela y escapándose luego. Así oculto, es llevado por el siroco de vuelta al reino de las hadas, donde escala sin ser visto hasta la ventana de la reina y se esconde bajo su cama. Luego de tomarle el pelo comiéndose la cena de ella (o besándola, en las versiones más viejas y más eróticamente explícitas) mientras todavía es invisible, Liombruno aparece ante ella y ambos se reconcilian. Como narra una de las versiones, “se abrazaron con el más sincero amor, y sobre aquella cama hicieron las paces”. La invisibilidad brinda acceso a sitios liminales, matizados de deseo, fascinación y posibilidad. Esta carga alegórica implica que la invisibilidad mágica nunca debe funcionar en la ficción como una mera facultad o recurso para que el relato siga adelante. No debe ser comprada a bajo precio, ni usada a la ligera. Es por eso que el Anillo Único en El señor de los anillos constituye un emblema más satisfactorio y válido como mito que las capas de invisibilidad en la serie de Harry Potter. Estas últimas, hechas del pelaje de una criatura del Lejano Oriente capaz de hacerse invisible, son baratijas, chucherías de magia incidental o incluso mundana. Pero la magia no debe ser nunca incidental ni mundana, ya que activa una delicada red de fuerzas y ha de tener, por tanto, consecuencias.* El anillo de Frodo Bolsón termina por robar el alma de su portador y convertirlo en un lastimoso espectro malévolo. Tales son los efectos de la invisibilidad, cuando se representan verazmente sus aspectos simbólicos: nos transforma y nos traslada a otro reino. Aun cuando esto reporte alguna ventaja inmediata, más nos vale no permanecer invisibles demasiado tiempo. La invisibilidad es un estado en el que no hemos de demorarnos ni quedar atrapados. La “niña invisible” del cuento homónimo de Tove Jansson, publicado dentro de la serie de historias del valle de los Mumin, ha caído en dicho estado a consecuencia de la indolencia y * Comentario aparte merece la Capa de Invisibilidad que es una de las Reliquias de la Muerte, ya que esta ofrece el poder más profundo de poder esconderse de la Muerte. De hecho, fue la propia Muerte quien se la entregó a uno de los tres hermanos Peverell, que logró engañarla. Pero Harry Potter utiliza esta prenda de maneras demasiado triviales para que su función simbólica, potencialmente potente, tenga algún peso.

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la crueldad, y necesita ser devuelta a la visibilidad a través del amor; este es uno de los pocos cuentos infantiles modernos lo bastante sensato para sugerir que la invisibilidad no es un “súper poder” que sería divertido poseer.

niños invisibles

Ni la antigüedad de las especulaciones sobre la invisibilidad, ni su ubicuidad como recurso en los cuentos infantiles debieran sorprendernos, ya que la creencia en la capacidad de volverse “invisible” parece ser una parte innata y normal del paisaje mental de los niños. Amigos y mascotas invisibles acompañan en algún punto a la mayoría de los niños, y más o menos hasta los cuatro años de edad los niños son capaces de desaparecer a voluntad (o eso sostienen ellos) simplemente cerrando o tapándose los ojos. Como muchas veces sucede con los usos infantiles, comprender esta irracionalidad aparentemente pueril bien puede arrojar alguna luz sobre nuestros propios procesos cognitivos. El psicólogo James Russell y sus colegas dicen que los niños pasan por un periodo de desarrollo “en el cual creen que el yo es algo que debe ser experimentado mutuamente para ser percibido”. Se podría interpretar esto como un postulado más general sobre la visibilidad social y su ausencia. La creencia del niño en su propia invisibilidad con los ojos cerrados resulta un postulado complejo en términos epistemológicos. El niño no piensa exactamente que su cuerpo no esté la vista: si él o ella pueden ser vistos es algo distinto de si su cuerpo es o no visible. Esta sutil relación entre el cuerpo y el yo se evidencia cuando Russell y sus colegas hicieron pruebas con niños de dos a cuatro años, colocando máscaras sobre los ojos de los niños y preguntándoles: “¿Te puedo ver?”. En esa situación los niños generalmente decían “no”. Pero si se les preguntaba: “¿Puedo ver tu cabeza?”, solían responder afirmativamente. Daban las mismas respuestas en relación con una tercera persona que tuviese cubiertos los ojos: –¿Puedo verlo? –No 24


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–¿Puedo ver su cabeza? –Sí. Otras pruebas indicaron que, para los niños, el acto de ver a una persona –es decir, de percatarse de la presencia de una persona– depende de la reciprocidad de las miradas: el niño cree que solo cuando un observador lo mira a los ojos puede registrar su presencia. En otras palabras, para que la persona sea vista, no basta que su cuerpo sea visible: ver es “un encuentro de miradas”. De este modo, la visibilidad de una persona, para un niño, deviene una elección y una situación que se define socialmente: requiere el consentimiento de ambos pares de ojos. Uno se pregunta qué nos dice esto sobre la imagen que tiene sobre su propia visibilidad un niño que evita asiduamente el contacto ocular, como en algunas formas de autismo. Esta es una idea desconcertante y casi mareante: nos deja pensando no cómo puede un niño ser tan tonto como para creer que desaparece al taparse los ojos, sino más bien, cuán extraordinario es que el “yo” no esté asentado desde el nacimiento en el cuerpo físico, que tengamos que aprender a colocarlo ahí. Incluso en la madurez hacemos esto solo de manera parcial y condicional: sigue habiendo un yo que no se identifica del todo con el cuerpo. “¿Te gusta?”, podría preguntar yo, y ni por un momento pensaríais que estoy preguntando: “¿A tu cuerpo le gusta?”. En este sentido el yo es siempre inmaterial e invisible, pero aprendemos a aceptar que está encadenado a la carne y la sangre visibles. Vista de esa forma, la habilidad de esfumarse en los cuentos de hadas –ya sea para ocultarse, espiar, o cometer fechorías– no es en absoluto un poder extraordinario, al menos tal como lo entienden los niños más pequeños. Es un poder que todos tenemos, pero al que hemos de renunciar junto con la infancia. Y a él renunciamos. Pero el sueño y el deseo permanecen.

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