SR 13 Blanco y negra • Einstein y el Dodo (Ricardo Joven)

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RICARDO JOVEN

BLANCO Y NEGRA / EINSTEIN Y EL DODO


BLANCO Y NEGRA • EINSTEIN Y EL DODO

Ricardo Joven

Primera edición mayo 2011 TITIRILIBROS – SERIE ROJA

Ilustraciones de portada e interiores: Ricardo Joven

© De los prólogos: Alfonso Plou © De los textos: Ricardo Joven © De las ilustraciones: Ricardo Joven Edita: Teatro Arbolé Colabora: Centro Dramático de Aragón

Director de la colecciÓn: Esteban Villarrocha Imprime: Sansueña Industrias Gráficas, S.A. • Río Guatizalema, 6 • 50003 Zaragoza DepÓsito Legal: Z-1.826-2011 Isbn: 978-84-935501-9-6


DE LAS TABLAS A LAS LETRAS Y VICEVERSA

Comencé a tratar personal y profesionalmente a Ricardo Joven en 1994 montando Rey Sancho. Esa obra, que escribí sobre uno de los primeros monarcas aragoneses, iba a ser el primer montaje de Teatro del Temple. Ricardo Joven, amén de otros personajes, interpretaba a Elka, el juglar, y era una de las piezas sobre las que giraba la narración de la obra. Su trabajo fue entregado, al igual que el del resto de los participantes, y el espectáculo dejó un regusto especial en la escena aragonesa que, creo, todavía no se ha borrado. Ricardo Joven era ya entonces un actor reputado en la ciudad con una larga trayectoria. Uno de los primeros en profesionalizarse en la época de la Transición con su paso por Tántalo, La Ribera y el NTA. Sabía de él un pasado también dedicado al tebeo, al cómic o como se diría ahora a la novela gráfica. Así que tenía un alma de dibujante y creador de historias que había abandonado por su dedicación a contarlas ahora sobre la escena. Desde aquella participación en Rey Sancho, Ricardo ha estado colaborando intensa y preferentemente en muchos de los montajes del Temple. En estos diecisiete años de existencia ha dejado una huella imborrable con sus interpretaciones en Goya, Buñuel, Lorca y Dalí, La vengadora de las mujeres, Picasso adora la Maar, Fin de Partida o Luces de Bohemia. Por en medio Ricardo Joven ha estado en muchos otros proyectos como la fundación del Teatro de la Estación, sus colaboraciones en el Centro Dramático de Aragón, sus participaciones en el mundo audiovisual... Todo un mundo de interpretación dentro y fuera de las tablas. —3 —


Hace ya algunos años, Ricardo volvió a interesarse por la historieta y se volvió un coleccionista muy curioso y exhaustivo. También sobre las tablas encontró una fuerza especial para decidirse a afrontar retos más personales, impulsados por él y en solitario. Así fue como en el 2006 hice la supervisón escénica de un trabajo que ya había iniciado Ricardo en el Teatro de la Estación a partir de Informe para una Academia de Franz Kafka y que él tituló Yo, mono libre. Era un trabajo interpretativo muy especial, donde el actor podía hacer gala de todas sus dotes en la creación de ese simio humanizado que habla a la concurrencia. Allí estaban también latentes algunas de las cualidades de sus siguientes pasos: un capacidad dramatúrgica en la adaptación del relato, una documentación hercúlea sobre el tema y, sobre todo, unas ganas de hacer del trabajo interpretativo el punto final de un discurso para la escena que empieza mucho antes. Por ello no me sorprendió que me dijera que estaba intentando pergeñar un monólogo dramático en torno a la figura de Einstein. Desde su primera lectura Einstein y el Dodo me enganchó por su sabia construcción dramatúrgica. El actor inteligente y reflexivo, que tanta veces había visto actuar y trabajar en los ensayos, había decidido dar un paso más y crear una situación dramática dando cuerpo a un personaje, popular como es Albert Einstein, pero que ahora se nos revelaba profundamente humano y portador de una reflexión sobre el individuo lanzada de forma directa al cerebro y al corazón. De las tablas había decidido pasar a las letras, convertirse en autor, para impulsar que esas letras volvieran a las tablas, con su pulso firme de actor. En ello aplicaba toda su experiencia personal como intérprete convertido ahora en narrador y en creador escénico. —4 —


Tampoco es un vector tan extravagante éste de actor-autor-actor, sólo hace falta citar a Shakespeare y Molière para fijar que uno de los lugares habituales de donde surge la creación dramática es el de los actores, que viven de hacer de las letras el cuerpo de los personajes. Quizás era más sorprendente que Joven haya tardado tanto en intentar este paso y que, al hacerlo, haya demostrado que sabía muy bien como afrontarlo. Por eso no es extraño que una vez escrita Einstein y el Dodo en apenas dos años más hayan surgido otras dos obras Full Moon Motel y Blanco y Negra y que en la mesa de escritor ya más consolidado, ya satisfecho de su creación, se empiecen a acumular proyectos que estoy seguro irán saliendo a la luz poco a poco. A la luz de la letra impresa y a la luz de los focos de escena. Después de todo Einstein y el Dodo ha cumplido su entero sueño al ser estrenada en Madrid, e incluso ha visto cumplido un sueño no previsto al presentarse en el teatro L’Epée de Bois en la Cartoucherie de París. Y por ahí sigue un Einstein descrito y encarnado por Ricardo Joven como autor y actor; y un dodo dibujado y parodiado por Ricardo Joven como dibujante (otra vocación recuperada) y comediante genial. Y en breve le toca el turno a Blanco y Negra que en su primera versión verá la luz como lectura dramatizada con Ricardo Joven una vez más como autor-actor acompañado de la maravillosa Ludmila Mercerón como actriz-cantante y con Carlos Martín, dirigiendo de nuevo como ya hiciera con Einstein y el Dodo. En esta última he podido seguir más de cerca el proceso de escritura. Pues es una obra elaborada a partir de recibir una ayuda del proyecto Fomento de la Literatura Dramática del Centro Dramático de Aragón en su última edición. (Lo de última parece ahora mismo definitivo y quede aquí mi deseo personal porque se retome su — 5—


convocatoria, con o sin mi participación, al igual que el ya consolidado Premio Lázaro Carreter de Literatura Dramática.) En fin, que como asesor de los proyectos dramatúrgicos he podido discutir con Ricardo y con Nashaat de su obras; y darles algún que otro consejo, aristotélico o no. Y espero que de esos consejos deriven, si no mejores escritores (porque ya lo apuntaban antes de asistir a mis charlas), sí, al menos, más conscientes. Entre las características dramatúrgicas de estas dos obras que aquí se presentan yo destacaría dos: en primer lugar, la sencillez y viabilidad de sus propuestas escénicas (que son muy ricas en su capacidad evocadora pero que no implican un gran andamiaje técnico sino la confianza en la capacidad del actor por transmitir y del espectador por reconstruir la fábula de lo que sucede sobre la escena) y, en segundo lugar, la esencia medular de lo que plantea como metáfora sobre la escena (que busca la identificación generalizada y profunda de un espectador difícilmente ajeno a lo que sucede sobre la escena). En ese sentido yo diría que Ricardo Joven apuesta con contundencia por lo que Sanchis Sinisterra ha descrito como “un teatro menor”, un teatro de pocos recursos escénicos y de situaciones básicas, que acumula al mismo tiempo una gran carga metafórica. Esa aparente sencillez no nos debe confundir, implica una elaborada gestación hasta dar con la situación esencial que nos construya un discurso paradójico, atrapándonos en cuestiones fundamentales de nuestra existencia. La reflexión ensimismada de un viejo científico (Einstein enfrentándose al lanzamiento de la bomba atómica) y la falsa conferencia ilustrada de un antropólogo y una nativa (el Blanco y la Negra del título) son los moldes pequeños sobre los que elabo— 6—


rar una reflexión profunda sobre la existencia del ser humano, su evolución y sus límites. Algo en lo que todos nos sentimos implicados. Es pues una apuesta para dar más con menos, por contar mucho ahorrando recursos. Que siga la aventura. Este autor Joven pese a su edad (no he podido evitar el chiste) tiene un fructífero mundo por comunicar de las letras a las tablas, y viceversa. Alfonso Plou

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A Pepa, por todo lo que nos une.



Imbuido en su responsabilidad el etnógrafo con frecuencia no llega a captar el humor de sus exóticos anfitriones. Alberto Cardín

Profesor de Antropología Cultural de la Facultad de Bellas Artes de Barcelona

La antropología africana debe de ser una de las pocas áreas científicas en donde la ramplonería llega a considerarse un mérito. Nigel Barley

Doctor de Antropología en Oxford Licenciado en lenguas modernas en Cambridge Conservador especializado en África septentrional y occidental del Museum of Mandkind del British Museum

Es un continente demasiado grande, demasiado rico como para poderlo describir. Decir África es simplificar, dejando a un lado su denominación geográfica, África no existe. Ryszard KapuściŃski

Periodista, escritor, ensayista



BLANCO Y NEGRA de

Ricardo Joven


D R A M AT I S P E R S O N A E / P E R S O N A J E S

PROFESOR EVANS BARLEY NABAÁTU NAKAYA

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Salón de actos del ilustre Bedford Collage de la Universidad de Londres. En el escenario, situados al fondo a la izquierda, hay algunos objetos diseminados sobre una esterilla de paja trenzada (instrumentos de percusión, algunas máscaras de madera colocadas a diferentes alturas, etc.). A la derecha, en proscenio, un atril de madera con algunos folios y un saquete de tela a sus pies, a su lado una máquina de proyección colocada sobre una pequeña mesa y una pantalla blanca montada sobre un caballete. Todo está en penumbra. Entra silenciosamente una mujer africana ataviada con una vistosa indumentaria, se dirige al lugar donde se encuentran los objetos y comienza a ordenarlos, ajena a la entrada del público en la sala. Pasados unos instantes se sienta en un taburete y cogiendo uno de los instrumentos, comienza a marcar un ritmo cadencioso mientras canturrea en voz baja. Una luz cenital la ilumina. El tono de su voz va aumentando de intensidad y cuando alcanza un nivel suficientemente llamativo como para captar la atención del público asistente, se queda en silencio. De nuevo el instrumento comienza a sonar, esta vez con más viveza y en ese momento, tras quedar iluminado todo el proscenio, irrumpe bailando con energía una máscara. Está compuesta por una cabeza de madera tallada y partiendo de su cuello, una profusión de jirones de ropa vieja de multitud de colores que la cubren hasta los pies. La danza va adquiriendo cada vez mayor fuerza hasta acabar deteniéndose con brusquedad, al mismo tiempo que lo hacen música y canción. De su interior brota una carcajada, unos brazos emergen del amasijo de ropa y se desprenden de la cabeza. Es el profesor Evans Barley. — 15 —


Profesor Barley Señoras y señores, ya perdonarán que les haya sorprendido con

esta mascarada y que me haya permitido irrumpir ante ustedes con tan pintoresco aspecto. Todo tiene su debida explicación. Pero, antes de nada, permítanme que lleve a cabo una pequeña introducción.

(Se despoja de su disfraz y lo deja en el suelo. Va vestido de explorador.)

Señoras y señores, distinguido público, como ya habrán advertido en los programas de mano, mi nombre es Evans Barley y soy antropólogo. Cuando hace unos días el ilustre Bedford Collage de la Universidad de Londres, me invitó a que diera una conferencia sobre el progreso social de las mujeres en Inglaterra, estuve tentado en declinar tan amable invitación dado, no tengo más remedio que confesarlo, mis escasos conocimientos sobre el tema. Pero al informarme de que esta conferencia estaría dentro de los actos dedicados a rendir homenaje a la memoria de Mrs Fawcett, sugerí que se me permitiera disertar sobre un tema en el que estoy profesionalmente interesado y del que como es lógico tengo la debida documentación: “La situación de las mujeres en las sociedades primitivas”. Al hacerlo intentaré destacar lo que me parecen algunas de las más notables diferencias entre la situación de las mujeres en este tipo de sociedades y su situación en la nuestra.

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(En ese momento caen al suelo varios de los instrumentos musicales que rodean a la africana, con el consiguiente estrépito. El antropólogo, tras dirigirle una mirada, sonríe a modo de disculpa con el auditorio y continúa.) Además, conociendo el sentido del humor que tenía Mrs. Fawcett, estoy convencido de que, por su condición de líder feminista, habría estado encantada de poder discutir conmigo alguna de mis conclusiones. Bien, mi única pretensión es presentarles a través de una serie de breves pinceladas, a las mujeres africanas o al menos a algunas de ellas. Cómo son en realidad, cómo hablan, cómo piensan. Pero antes de continuar, no crean que me olvido de que les debo una explicación por lo exótico de mi puesta en escena. Precisamente para ello me he hecho acompañar de alguien de quien estoy seguro, ya habrán percibido su presencia. (Mira a la mujer y sonríe.) Tras mi última estancia en tierras africanas, además de los consabidos materiales para su estudio, traje conmigo a una nativa de las tierras altas de Sombé. Ella va a servirme de ayudante aportando ritmo y color a esta “conferencia ilustrada”. (Hace un gesto para que ella se acerque.) Se llama Nabaátu Nakaya, pero ante la dificultad que para ustedes puede suponer el retener un nombre tan complicado, me — 17 —


dirigiré a ella colonialmente, perdón…, coloquialmente, como Matilda. Por favor, Matilda. (Matilda se levanta.) Matilda

Muzúngu decí: “Bueno Mbalá sé con familia Barly Boló”.

Barley

Sí, ya lo sé, no han entendido nada de lo que ha dicho. Matilda se expresa en su lengua vernácula, el Nsabé de las montañas, lengua que presenta algunas diferencias notables, tanto en giros como en términos concretos, con el Nsabé-sé o Nsabé común, idioma que conozco al dedillo. A ustedes, sin duda, les habrá parecido reconocer alguna palabra suelta porque, es verdad que algunas de ellas tienen una sonoridad cercana a nuestro idioma común el inglés. Pero puedo asegurarles que el Nsabé-sé es una lengua con un léxico muy particular y que contiene unos giros endemoniadamente difíciles de traducir. No obstante yo me encargaré de volcarles a nuestro idioma, con la mayor precisión posible, todo lo que ella...

(Matilda avanza hasta colocarse en el centro del escenario y mira al público.)

Matilda

Familia Barly Boló, Nabaátu disculpá,

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si cosa Nabaátu decí, familia no entendé. (Sonríe.)

Doctó Barly pedí Nabaátu, cosa de Pouleé contá. (Pausa.) Así qué cuando doctó fatigá, porque mucho anciano sé, Nabaátu cosa de Pouleé contá, cosa de madre Nabaátu contá, cosa de tío Nmondé contá, cosa que konga cantá contá, cosa que...

Barley

Bien, bien, bien, Matilda, gracias. Le he pedido que cuente cualquier cosa que tenga relación con sus tradiciones orales, para así enriquecer de forma sonora mi disertación. Pero también por si puede aportar alguna anécdota de interés, en cuyo caso no dudaré en traducírsela de inmediato. (Pausa.) Como han podido comprobar al escucharla, el Nsabé suena en nuestros oídos rítmico y exótico como una canción africana.

(Matilda se pone a cantar.) — 19 —


Matilda

“Ooooeeeeeeee. Ya está aquí. Ooooeeeeeeee. Ya está aquí. Mira ya venido. Ya está aquí. Mira ya llegate. Ya está aquí. Ooooeeeeeeee. Cómo te fue. Ooooeeeeeeee. Cómo te fue. Ya está aquí. Tú ya llegado. Vinite aquí. Sé bienvenido. Tú ya llegado. Vinite aquí. (Pausa.) El que va donde lo queren. Va riendo. El que llega donde lo queren. Va riendo. El que tiene quien lo quere. Va riendo. El que sabe que lo queren. — 20 —


Va riendo. (Pausa.) Ooooeeeeeeee. Ya está aquí. Sé bienvenido. Ya está aquí. Ooooeeeeeeee. Ya está aquí”.

(Barley aplaude y con un gesto le indica su sitio.)

Barley

¡Gracias, Matilda!

(Matilda regresa junto a los instrumentos y se sienta en el taburete.) Hermosa canción esta, que nos acerca a una de las partes del mundo cuyo encanto fascina y sobrecoge. Una tierra grande, en muchos casos desmesurada, fuerte y dura, compacta y sin piedad para el que se extravía en ella. Pero esta parte de la tierra que conocemos como el continente negro, la inmensa y misteriosa África, continúa siendo otro mundo, por no decir un mundo incomprensible, para nosotros los europeos.

(Matilda hace sonar unos cascabeles.)

Matilda

Tío Nmondé vení aquí, mucho-mucho tempo ante.

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A isla Inglatierra vení. (Pausa.) Misionero traé tío Nmondé, pa tocá tambó traé. (Pausa.) Hace mucho-mucho tempo ante, tío Nmondé aquí vení.

Barley

Dice que un tío suyo, de nombre Nmondé, vino acompañando a unos misioneros a nuestro país. Hace años según parece. (Pausa.) Conocer las culturas de otros pueblos puede ayudarnos a comprender mejor nuestra propia historia y nuestras instituciones. Debemos saber que todas las sociedades son primitivas en determinados aspectos y civilizadas en otros. La labor del antropólogo consiste en aprender qué es lo que esas otras gentes piensan y cuáles son sus valores sociales y morales. Las ideas que tienen de sus propias vidas son una parte importantísima de su cultura, y tratar de entenderlas es, por lo tanto, esencial. Y también lo más difícil.

(Matilda vuelve a tocar los cascabeles.)

Matilda

Tío Nmondé Glasgú vé.

(Señalándose con el dedo un ojo.)

Londón vé Nmondé.

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Todo-todo vé y en Pouleé contá. (Pausa.) ¡Ah! Liverpul vé y Misi Collin conocé. ¡Oh! Misi Collin maquina atrapaespíritu tené. ¡Oh! Misi Collin mujé poderosa sé. Barley

Está diciendo que su tío recorrió algunas ciudades y conoció a una tal señora Collins que, al parecer, era propietaria de uno de aquellos cinematógrafos ambulantes de la época. Un “atrapaespíritus” según ella. Bien, como les estaba contando mi intención es acercarles, utilizando un lenguaje asequible, a lo que bien pudiera ser la vida cotidiana de una mujer konga, de la cultura Konwa, que vive en Pouleé, un pequeño poblado situado en las montañas Sombé del centro de África. Para que de esta manera apreciemos las diferencias que puedan existir con la vida de una mujer inglesa de nuestros días.

Matilda

Misi Collin decí a Nmondé:

(Pone voz de Misi Collin.)

“Bueno negocio sé, si Nmondé con Misi Collin vení. Nmondé tú tocá tam-tam, delante de choza tocá. (Pausa.) — 23 —


Bonito traje blanco Misi Collin comprá y vestido traje blanco tocá y bailá. Bueno negocio sé”. (Pausa.) Tío Nmondé pensá y pensá, y Nmondé decí:

(Pone voz de Nmondé.)

“Pollo no podé oponé, si dueña a mercado, a pollo llevá queré”. (Pausa.) Mucha-mucha cosa Inglatierra vé, tocando tambó Nmondé.

Barley

Y al parecer el susodicho tío emprendió una gira por el país haciendo de reclamo para atraer espectadores a la barraca de exhibición.

Matilda

Pero negocio no bueno sé, así que negocio dejá, y con misionero volvé Nmondé. (Pausa.) Negocio Misi Collin dejá, porque sólo comida ganá,

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nada-nada má ganá, sólo comida nada má. (Pausa.) Y bonito traje blanco, Misi Collin quitá. (Pausa.) En pelota quedá Nmondé. Barley

Pero, según nos cuenta Matilda, el pretendido negocio en el que se embarcó su tío, no fue tan bien como él pensaba y tuvo que regresar sin nada, al lado de los padres misioneros. ¡Gracias Matilda, gracias! (Pausa.) Matilda, con esta anécdota, me ha recordado la importancia que tienen las imágenes para situarnos en un contexto desconocido. Lo que me da pie a proponerles que antes de nada, veamos juntos algunas filmaciones que he realizado en mis viajes. Matilda

Y tío Nmondé volvé a Sombé.

(Barley coloca el proyector en posición.)

Barley

¿Eh? ¡Ah, sí, sí claro! Y su tío regresó a África.

Matilda

Y lo que en Inglatierra vé, a konga de Pouleé contá.

Barley

Bien, ya está listo. — 25 —


(Dirigiéndose a la cabina de los técnicos.)

¡Por favor, las luces! Si son tan amables.

(La luz desciende en el escenario y Barley pone en marcha el proyector. Matilda se acerca con cautela. La proyección, acompañada por una banda sonora de percusión y cánticos, muestra como una tribu de africanos baila. Se trata de una grabación realizada por Barley en uno de sus viajes anteriores y por lo tanto no pertenece a ninguna celebración konga. Matilda los observa con los ojos muy abiertos.) Matilda

¿Quién esos negro sé?

(Barley llevándose un dedo a los labios.)

Barley ¡Sssshhhhhh!

(En voz baja.)

Danza africana sé.

Matilda

Nabaátu nadie-nadie conocé. (Pausa.) ¿De dónde esos negro sé?

(Barley le hace gestos para que baje la voz.)

Barley

Barley Boló, máquina grabadora, danza africana...

(Imita con mímica una grabación.) — 26 —


Matilda Ningú konga sé,

ni otro konwa sé. Esos negro no viví en montaña Sombé.

(Barley susurrando.)

Barley

No, no konga sé, otra tribu africana sé. En viaje anterior yo...

Matilda

Nabaátu nunca-nunca vé, a ningú de esos en Sombé.

Barley

¡Ssshhh! Otra tribu sé, no konga de Pouleé. (Pausa.) Tribu balelé sé. Matilda

¿Balelé? Ja, ja, ja. (Pausa.) ¡Ah! Máquina atrapaespíritu, mucho balelé ahí dentro tené. (Pausa.) ¡Oh! Toda gente balelé muerta sé.

(Barley da por terminada la proyección.)

Barley

¡Bien, que la luz ilumine la oscuridad! — 27 —


(La luz del escenario vuelve. Matilda se encara con el proyector.)

Matilda

Máquina atrapaespíritu, ningú konga cazá. ¡Fuerte Muzúngu sé! (Pausa.) Ningú espíritu konga, máquina atrapaespíritu agarrá. ¡Grande Muzúngu sé!

(Orgullosa vuelve a su sitio. Barley la contempla estupefacto.)

Barley

Señoras y señores creo que ha llegado el momento de que visitemos Pouleé.

(Le hace una señal a Matilda y ésta se pone a tocar tenuemente. Barley ordena los papeles dispuestos sobre el atril.)

A primera vista un poblado africano puede parecer pobre y con cierto aire de provisionalidad. Y sus habitantes, tal vez, primitivos e ignorantes. Sin embargo, cualquiera que tenga la oportunidad de vivir entre ellos comprobará enseguida que las apariencias son engañosas. El tiempo en el que presentábamos a los nativos de forma distorsionada, trivializada, ha terminado. Ese relato era tan falso como otras muchas falacias con las que debe acabar la ciencia.

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Así pues, al acercarnos a Pouleé, lo que en principio pudiera parecernos primitivo y precario, resulta ser de una reiterada, ingeniosa e imaginativa, adaptación a la naturaleza.

Matilda

¡Barly Boló! ¿Qué tú familia decí, qué contá de Pouleé?

Barley

Como choza Pouleé sé, como bonito sitio sé Pouleé.

(Al público.)

Ella, como es natural, se interesa por lo que les digo. Así pues...

(Matilda deja de tocar.)

Matilda

Cuando volvé a Pouleé, tío Nmondé contá:

(Con voz de Nmondé.)

“Blanco en choza alta-alta viví, choza como termitero sé. (Pausa.) Blanco como termita termitero, viví y comportá”. — 29 —


(Continúa tocando.)

Barley

Luego les resumo lo que dice. En el bosque, las chozas de planta circular están sostenidas por pilotes de madera y cubiertas por techumbres de hojas de palmera que hacen resbalar la lluvia.

Matilda

“Tabla grande-grande que empujá tené. Puerta blanco llamá a tabla grande-grande que empujá tené”.

Barley

Las cocinas están dentro de las cabañas y carecen de chimenea, por lo que el humo se esparce por todo el habitáculo, lo que no deja de ser de gran utilidad contra la humedad y los insectos.

Matilda

“Mucho-mucho sendero subí, mucho-mucho sendero bajá. Dentro de termitero, mucha tabla grande que empujá tené”.

Barley

Al atardecer de entre las hojas y las cortezas que cubren la choza, sale lentamente el humo azulado del hogar.

Matilda

“¡Oh! Mucho fatigoso sé, forma que blanco viví”.

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Decí Nmondé.

Barley

Dándole al poblado un aspecto fantasmagórico.

(Matilda deja de tocar.)

Matilda

“En un solo termitero mucha gente viví. Má que todo Pouleé en un solo termitero viví. (Pausa.) Mucha gente distinta que familia no sé. (Pausa.) Arriba y abajo mucha gente distinta habé. Y familia no sabé quién viví al otro lado de paré”.

(Continúa tocando.)

Barley

Perdonen, pero me parece que Matilda insiste en decirnos algo. (Pausa.) ¿Qué Matilda contá?

(Matilda deja de tocar.)

Matilda

Lo que a konga decí Nmondé, cuando Inglatierra visitá. A familia Barly Boló, Matilda contá.

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Barley ¿Y? Matilda

Tío Nmondé decí:

(Pone voz de Nmondé.)

“Blanco en termitero viví, como termita blanca de termitero, blanco Inglatierra comportá. (Pausa.) Pero termita siempre a otra termita conocé, y blanco no sabé quien al otro lado de paré”.

(Continúa tocando.)

Barley

¿Eh? ¡Ah! Ya, claro. Verán, Matilda está anonadada y muestra su extrañeza ante la novedad que supone para ella nuestra manera de vivir. Nuestras casas, nuestros edificios, nuestras ciudades, que según parece no acaban de gustarle. Sí, los europeos estamos acostumbrados a pensar, que somos admirados. Pero no hay que olvidar que todos los pueblos con conciencia de identidad, se consideran a sí mismos como la obra máxima de la creación. Se ven no sólo como los más hábiles e inteligentes sino también, como los más hermosos.

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(Matilda se detiene.)

Matilda

Proverbio konga decí: “Matar elefante no difíci sé. (Pausa.) Dar vuelta elefante y a trozo cortá, sí mucho-mucho difíci sé”. (Pausa.) Si mucha familia tú tené, siempre mucho-mucho bueno sé.

(Continúa tocando.)

Barley

Sepan, aunque les resulte difícil de entender que, según la documentación obtenida por los antropólogos, los europeos somos considerados como hipócritas, incultos y por qué no decirlo, feos. Sí, sí, casi todos los pueblos coloniales han considerado a los europeos como volubles e irracionales. Por ejemplo, cuando los africanos quieren representar en sus tallas a un blanco, siempre utilizan dos estereotipos básicos: sin barba y con una botella en la mano, que sería el empleado colonial y con barba y sin botella..., el misionero.

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Además opinan que somos incapaces de retener nada en la cabeza y por eso nos vemos obligados a escribirlo todo.

(Matilda deja de tocar. Se levanta y se acerca a Barley.) ¿Matilda, alguna cosa de Barly Boló queré?

(Matilda señala al público.)

Matilda

Barly Boló a familia decí: Nabaátu mucho sentí, blanco Inglatierra no sabé Nsabé. (Pausa.) Lengua konwa no difíci sé, hasta niño konga Nsabé hablá. (Pausa.) ¿Por qué blanco no entendé?

Barley

Matilda dice que...

Matilda

Toda-toda cosa, nombre Nsabé tené. Mucha palabra habé, y mucha forma de Nsabé. (Pausa.) En Nsabé-nolé hablá en Sombé, en Nsabé-sé cantá, — 34 —


en Nsabé-youvá decí, en Nsabé-ké contá en Sombé. (Pausa.) Todo konwa Nsabé sabé. Barley

En el país Sombé...

Matilda

Mundo entero tierra grande sé. (Pausa.) Andá mucho andá y mundo no terminá. (Pausa.) Mucha lengua no Nsabé mundo tené. (Pausa.) ¿Por qué mundo misma lengua no hablá? ¿Por qué en tierra-mundo nadie con nadie entendé? (Pausa.) Con lengua Nsabé todo-todo decí. ¿Por qué blanco Inglatierra no sabé Nsabé? (Pausa.) ¡Oh! Nabaátu mucha pena sentí. Barley

Bueno, gracias Matilda. Resumiendo, viene a decir que..., podría traducirse como que… lamenta mucho... no hablar inglés.

(Matilda regresa junto a sus instrumentos y se pone a ordenarlos. Barley ordena los papeles del atril.)

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Una de las cosas que más sorprende al visitante de un pueblo africano, es que no hay mujeres adultas solteras. Todas las muchachas encuentran pronto a un marido y es habitual que se casen a una edad que a nosotros puede parecernos más bien temprana. Las mujeres en nuestra sociedad pueden elegir entre casarse o no y pueden dedicarse a cualquier profesión. La mujer de una sociedad “arcaica” no tiene alternativas.

Matilda

Bonita lengua sé, la lengua Nsabé.

Barley

Pero, si esto es una desventaja desde nuestro punto de vista, desde el suyo no lo es y es posible que quedaran confundidas en extremo si supieran que en nuestra sociedad muchas mujeres deciden, por voluntad propia, no tener hijos o permanecer solteras.

(Matilda continúa hablando en voz baja.)

Matilda

En Nsabé podé cantá, podé contá, podé decí. Bonita lengua Nsabé sé.

Barley

Esto sólo puede entenderse sabiendo que tienen un sistema económico de mera subsistencia, en el que dependen únicamente de lo que se obtiene de la tierra y, por lo tanto, buscan procrear al máxi-

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mo para así poder contar con el mayor número posible de valiosa mano de obra. Toda actividad está dirigida a ese objetivo, que se reduce a algo tan esencial como luchar por sobrevivir.

(Matilda hace ruido con los cascabeles. Barley se vuelve y ella lo llama con la mano. Barley se aproxima.)

Matilda

Tío Nmondé decí: “Sólo pobre sé si mucha cosa necesitá”.

Barley

Matilda, acaba de utilizar un proverbio konga. Los konga usan mucho los proverbios, los refranes, en su manera de hablar. (Pausa.) Matilda amable sé, y proverbio repetí. Matilda

“Sólo pobre sé si mucha cosa necesitá”.

Barley

“Sólo es pobre, el que no tiene nada”. Lógico.

Matilda

“Hombre blanco pobre sé, porque mucha cosa necesitá. (Pausa.) Mucha calabaza distinta en choza tené.

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Pa cada cosa calabaza distinta usá, y pequeña calabaza en calabaza grande meté.”

Barley

Está impresionada por la cantidad de recipientes..., calabazas, que usamos en Inglaterra para guardar las cosas.

Matilda

“Konga pa viví, sólo comida necesitá, y konga felice sé. (Pausa.) Sólo choza necesitá, y konga felice sé. (Pausa.) Familia choza tené, y si comida tené, familia konga felice sé. (Pausa.) Blanco mucha-mucha cosa tené, y nunca-nunca felice sé”.

Barley

Dice que los europeos deberíamos de estar contentos por tener tanta comida. — 38 —


Matilda “Mucho-mucho tené que trabajá,

pa tanta-tanta cosa comprá. Así que blanco siempre triste sé”. (Pausa.) Decí Nmondé.

Barley

Al parecer a su difunto tío Nmondé, al que por cierto me hubiera encantado conocer, no le gustó mucho Europa y he creído entender, que a menudo estaba triste.

Matilda

Matilda en Inglatierra, mucho-mucho mirá.

(Se señala un ojo.)

¡Ah! ¡Mucha razó tené tío Nmondé!

(Barley se señala un ojo.)

Barley

Dice que a ella le gusta mirarlo todo.

(Se dirige de nuevo al atril y se apoya en él.) Los konga viven en un mundo en el que los objetos tienen propiedades mágicas, que en cualquier momento pueden provocar una reacción negativa contra ellos. Esto es difícil de entender para un europeo. — 39 —


Matilda

“Si corazó lleno sé, nada-nada necesitá”.

Barley

Utilizan una forma de pensamiento colectivo en el que se piensa lo que la tribu piensa y se dice lo que los mayores dicen. Es por lo tanto un tipo de organización que no favorece el individualismo, tan valorado por nosotros.

(Matilda se pone a canturrear acompañándose de una sonaja.)

Matilda

Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee, Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee.

Barley

Además, les encanta reírse y aprecian mucho las bromas. De hecho tienen muchos proverbios que demuestran su sentido del humor.

Matilda

Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee, Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee.

(Barley busca entre los folios que tiene en el atril.)

Barley

Como estos que he recopilado: “Sólo le puedes romper la cabeza a alguien, si está presente”. O este otro: “Por muy flaco que esté un elefante, nunca se le ocurrirá cruzar un puente de lianas”.

(Matilda sube el tono de su canción.)

Matilda

Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee. — 40 —


Cuando no sabé a dónde vá. Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee. Sabé al meno de dónde viene. Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee. Barley

“La tontería le hace cosquillas a su dueño y este se ríe”.

Matilda

Si tú no sabé a dónde va. Oyéeeee, oyéeeyeee, oyéee. Recordá al meno de dónde viene. Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee. Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee.

Barley

Hay uno muy bueno que dice: “Cuando dos mujeres preparan una comida, seguramente tendrá demasiada sal”.

Matilda

Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee, Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee.

Barley

Otra de sus características más notables es que carecen por completo de la noción del tiempo. ¿Por qué tener prisa? ¿Para qué cambiar el orden del día? Veamos cómo dividen los distintos momentos de los que se compone una jornada.

Matilda

Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee. Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee. — 41 —


Barley

En los albores del día, los habitantes del poblado inician su primera actividad. En silencio y evitando a los demás, buscan un lugar a las afueras para evacuar.

Matilda

Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee, Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee.

Barley

A ese momento lo llaman “Barago yandá”, que traducido sería el momento de ir a las afueras. Después viene el “Munudé” o cuando el sol se ha levantado por un extremo de la tierra.

Matilda

Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee, Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee.

Barley

El “Dorongo yá” o momento para ir a por agua.

Matilda

Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee, Oyéeeee, oyeeeyéee, oyéee.

Barley

El “Yorondó” o cuando el sol clava sus rayos, que es el momento de preparar la comida.

(Matilda deja de cantar.)

Matilda

¿Qué tú a familia decí Barly Boló?

Barley Disculpen…

Cómo tiempo konga sé, — 42 —


Barly Boló decí.

(Matilda se levanta y se acerca a proscenio. Barley continúa consultando sus notas.)

Por la tarde continúan con sus ocupaciones. Y cuando los rayos del sol comienzan a declinar es la hora del “Beodobé”. Momento en el que, sobre todo los hombres, empiezan a beber la cerveza de mijo fermentado que ellos mismos, mejor dicho sus mujeres, fabrican. Y comienza el “Nangumoné”, el momento de encender las fogatas. Es entonces cuando las madres y las abuelas entretienen con cuentos y leyendas a los niños.

Matilda

Inglatierra tempo distinto sé, cada trozo de tempo nombre distinto tené.

Barley

Contar cuentos de día está prohibido, compartirlos durante la noche favorece el acercamiento con los antepasados y permite que éstos vuelvan al mundo de los vivos y disfruten de su compañía.

Matilda

A trozo de tempo segundo llamá.

(Utilizando un dedo como medida.)

Pequeño trozo de tempo segundo sé.

— 43 —


(Pausa.) A grande trozo minuto llamá. (Utilizando la mano como referencia.) Pero también pequeño trozo sé. (Usando la longitud de su brazo.) Hora sí que grande-grande trozo sé. Barley

La noche cerrada se divide en varias partes. La cena o “Dagapán” y la “Dagapaná” o mitad de la noche.

Matilda

Tempo mucho importante, en Inglatierra sé. Blanco máquina de tempo, atada a brazo llevá.

Barley

En el momento en el que las estrellas brillan con más intensidad, es el momento “Yamendó” o tiempo de irse a dormir.

Matilda

Blanco siempre máquina mirá, y lo que máquina decí, mucho-mucho importante sé.

Barley

Hasta que el ciclo se vuelve a repetir con las primeras luces del día.

(Barley deja los folios en el atril.)

— 44 —


Matilda ¡Ah! Dentro de máquina,

espíritu maligno viví. (Pausa.) ¡Oh! Blanco enfermo de tempo, espíritu maligno tené.

Barley

¿Eh? ¿Qué, qué Matilda decí?

Matilda

¿Cuántas estaciones de lluvia viví? (Pausa.) ¿Por qué tan importante eso sé, si un día y otro día viví no sabé? (Pausa.) En Inglatierra espíritu maligno de máquina, tempo a trocito cortá. Y pequeño trocito siempre escapá.

(Enseña un dedo y lo mueve como si fuera un gusano que salta de su mano y escapa por el suelo.)

Blanco mirando suelo caminá, pequeño trocito tempo perseguí. (Pausa.) ¡Ah! Pero trocito de tempo poca vida tené. Barley

Está hablando de la edad y de un espíritu en forma de gusano, difícil de coger, que todo el mundo persigue. — 45 —


(Mira su dedo y lo mueve como si fuera un gusano.)

Debe de ser una metáfora konga sobre el paso del tiempo o sobre una plaga de gusanos que hubo hace tiempo o... en fin.

Matilda

Ningún espíritu cortá tempo en Sombé. Vivo y sano viví tempo en Pouleé.

(Regresa a su sitio y se sienta.)

Barley

Y ese extraño espíritu gusaniforme, al parecer no vive en su país de origen. Bien, con este metafórico parlamento, Matilda ha expuesto de una manera curiosa, lo diferentes que somos en algo tan básico como la manera de entender el tiempo.

Matilda

“Por mucha prisa tené, nunca a tu culo podé mandá, que vaya delante de ti”.

Barley

Pero además, ha introducido un tema muy importante que ha llegado el momento de abordar. El mundo de los espíritus, la magia, la brujería, todo un cosmos que nos sobrecoge y nos atrae por igual. (Pausa.) — 46 —


Pero antes de encararlo, creo que desde el comienzo de esta conferencia muchos de ustedes se han quedado con las ganas de saber más sobre Matilda, porque intuyo que su fuerte personalidad les ha llamado la atención. Bien.

(Se acerca a Matilda. De entre sus instrumentos coge una maraca y la hace sonar.) Matilda yo contá, como Nabaátu y Barley conocé en Sombé.

Matilda

¡Ah! ¡Tongoná vení! ¡Ya tongoná empezá!

(Barley deja de agitar el instrumento y con él en la mano avanza hacia proscenio.)

Barley

Hace un año, durante mi último viaje al continente, entré en contacto por primera vez con la cultura Konwa. Quizá una de las pocas que todavía permanecen prácticamente vírgenes a la influencia europea. A mi llegada a Pouleé, fui conducido ante la presencia del wahari local. Personaje que, al carecer los konga de la figura de jefe tribal, es el encargado de organizar las diversas ceremonias, festivas y religiosas, que son parte esencial de la vida en cualquier poblado.

Matilda

¡Ah! Tío Moseendú wahari Pouleé sé. — 47 —


Barley

Y al percatarme de las diferencias entre el Nsabé local, que hablan los konga de Pouleé y el Nsabé-sé, lengua común de todos los konwa, que es el que domino, solicité al wahari Moseendú, además de una choza para alojarme, también la ayuda de un intérprete que me sirviera como ayudante de campo y se ocupara de mis... necesidades cotidianas. Así fue como, para mi sorpresa, apareció en escena Nabaátu Nakaya, sobrina de Moseendú.

Matilda

¡Ah! Moseendú wahari Pouleé sé. Menudo pájaro tío Moseendú sé. Ja, ja, ja.

Barley

Unos días más tarde se celebró la... tongoná, una suerte de rito ceremonial de bienvenida en el que, ante la presencia de todos los habitantes del poblado, me fue... “entregada” Nabaátu. Como es costumbre en toda celebración se asaron algunas cabras y el festejo, que como es natural yo mismo me encargué de costear, fue abundantemente regado con cerveza de mijo fermentado.

(Regresa al lado de Matilda.)

Pero no fue sino hasta después de la tongoná, cuando comencé a conocer a fondo lo peculiar que resulta esta mujer.

(La mira y Matilda sonríe.) — 48 —


Que tengo que admitir me tiene... embrujado.

(Agita otra vez la maraca y se la entrega a Matilda.)

A pesar de su juventud, ya ha estado casada en dos ocasiones y en ambas se ha divorciado. No sé si les he mencionado ya que la cultura konwa es un matriarcado, luego nos extenderemos sobre esta circunstancia.

(Barley se dirige al atril. Matilda agita la maraca con fuerza para llamar la atención.)

Matilda

Bonita sé. Tongoná en Pouleé (Pausa.) ¡Ah! Inglatierra tongoná mucho-mucho ma bonita sé.

Barley

Para obtener el divorcio en ambos matrimonios, Nabaátu alegó ante el consejo de ancianos que sus maridos habían terminado resultando “sonsó”.

(Matilda deja de tocar la maraca.)

Sonsó es un término que pondría traducirse como, poco capacitados para comprenderla. Motivo que es más que suficiente en Sombé para obtener la nulidad.

— 49 —


Matilda

¿Por qué tú sonsó decí? ¿Familia no sabé qué sonsó sé? (Pausa.) Proverbio konga deci: “Si salto tu dá y a fuego caé, otro salto tú tené que dá.

Barley

Pero además, a su singular personalidad se añade la circunstancia, de que tiene como profesión la música. Ella es “domesoné”, algo muy raro de encontrar en este tipo de sociedades en el que es bastante común que el uso de instrumentos musicales está vetado a las mujeres.

Matilda

Barley

Nmondé decí: (Pausa.) “Si tambó tú tené, tocando tambó tú acabá”. (Pausa.) Domesoné Nabaátu sé. Los domesoné, cantores y músicos, gozan de una consideración especial. Son apreciados y al mismo tiempo temidos, pero su pre— 50 —


sencia se hace imprescindible en ceremonias de iniciación, bodas, funerales.

(Matilda deja la maraca y comienza a tocar el tambor. Barley le presta atención.)

Qué duda cabe que el batir del tam-tam despierta en nosotros instintos atávicos que duermen en lo más profundo de nuestra sangre. (Pausa.) Parece como si al oírlos, se rasgara la ligera capa con la que la civilización nos ha barnizado y revivieran memorias misteriosas, heredadas de nuestros salvajes antepasados cuando, al son de los tambores, se reunían para encaminarse a la lucha o iniciar la danza.

(Cierra los ojos.)

Imaginen... el silencio impresionante que reina en la noche africana, es troceado por el monótono vibrar y uno siente cómo su pulso se acelera, pensando en tribus hostiles que acechan esperando el momento oportuno para...

(Preocupada por Barley, Matilda deja de tocar.)

Matilda

¿Doctó Barly, tú bien sé?

Barley

¡Aaah! ¡Matilda, por dios, qué susto me has dado! — 51 —


(Matilda continúa tocando.)

Los tambores son sagrados para los africanos, con ellos dan comienzo las danzas. Y entonces, en el momento que el festejo ha alcanzado su punto más álgido, aparecen las máscaras.

(Coge del suelo la máscara que ha usado al principio.)

Presencias extrañas, sobrecogedoras, llenas de todo el simbolismo del alma africana. Aparentemente inexpresivas..., hieráticas, con esos peculiares ojos velados, que parecen mirar hacia su propio interior y al mismo tiempo a un punto fijo, lejano y desconocido.

(Matilda aviva el ritmo.)

Pero también los tambores permiten dar rienda suelta a una alegría espontánea y despreocupada, un aparente estallido de felicidad tras la que yace oculta otra faceta de sus vidas menos evidente, el miedo.

(Matilda cambia el ritmo haciéndolo más grave.)

Porque lo cierto es que su devenir cotidiano está sumido en un estado de constante temor. Miedo a las enfermedades misteriosas, a las maldiciones, miedo a la muerte.

(Deja la máscara y se pone a buscar en la bolsa de tela colocada junto al atril, de ella saca un envoltorio. Matilda comienza a recitar una retahíla de nombres de espíritus.) — 52 —


Matilda

Anutangó, oé Masquiroté, oé Nyamuewá, oé

(Barley comienza a deshacer el envoltorio.)

Barley

Algunos colegas míos afirman que toda religión comienza con la adoración a los espíritus.

Matilda

Mfití, oé Mulungú, oé Mawuené, oé

Barley

Otros piensan que todas las creencias... son pueriles.

Matilda

Babalí, oé Mborí, oé Lumé, oé

Barley

Y los hay que opinan que las religiones son instituciones sociales y por lo tanto algo natural.

Matilda

Noemá, oé Suwonó, oé Malangué, oé.

Barley

Me limitaré a referirme a algunas de las creencias konga para que podamos entender porqué es tan habitual la práctica de la magia y la brujería.

— 53 —


(Termina de deshacer el paquete y con un gesto teatral muestra su contenido al público, alzándolo sobre su cabeza con las dos manos. Matilda deja de tocar y se levanta como un resorte.) Matilda ¡¡Muzuúngu!!

(Barley baja a Muzúngu. Matilda se sienta y continúa tocando.)

Barley

Una divinidad creadora suprema, Mbalá. Toda una serie de dioses menores y una infinidad de espíritus mediadores entre la divinidad y lo humano... como Muzúngu.

(Lo vuelve a mostrar y lo coloca delante del atril.)

Los espíritus necesitan donde cobijarse, el nacimiento de un arroyo, un árbol, una laguna, un animal o un ídolo de madera.

Matilda

¡¡Muzúngu, oé!!

Barley

Hace unos días, cuando estábamos visitando la catedral, Matilda me preguntó si en aquellos ídolos, se refería a las imágenes religiosas, también se albergaban los espíritus de nuestros antepasados.

(Matilda deja de tocar.)

Matilda

Tío Nmondé decí: “Creencia de blanco, no difícil de entendé. (Pausa.) — 54 —


Mucho diose blanco tené, mucho espíritu tené, pero no difícil de entendé”. Barley

Hay espíritus amables, como los protectores de un clan o de un poblado. A los que hay que mimar con ofrendas y sacrificios.

Matilda

Misionero decí: (Pausa.) “Misterio mucho grande, Santiísima Trinidá sé. (Pausa.) Que no se puede entendé”.

(Continúa tocando.) Barley

Y los hay malvados que agreden con enfermedades, castigan con malas cosechas, provocan la infelicidad...

(Matilda se detiene de nuevo.)

Matilda

“Pero todo mundo podé entendé misterio Santiísima Trinidá”. (Pausa.) Decí Nmondé.

Barley

Y cuando los espíritus malignos aparecen y se quitan la máscara, su visión es espeluznante.

— 55 —


Matilda

“Un padre y un hijo habé, y un espíritu también habé. Y todo una misma cosa sé. (Pausa.) Misterio Santiísima Trinidá, no difícil de entendé”.

(Continúa tocando.)

Barley

Cuando mueren, las personas se convierten en aire. Por eso no los podemos ver, como tampoco podemos ver el viento que a veces nos sorprende con su violencia. Sin embargo, podemos sentir su presencia en los sueños, es allí donde nos susurran si conviene hacer alguna ofrenda o recriminar a algún miembro de la comunidad.

(Matilda se detiene.)

Matilda

Misterio Santiísima Trinida, como si fuera un melón sé.

Barley

Perdonen, pero me ha parecido escuchar que Matilda quiere decirnos algo.

Matilda

Melón cáscara tené, pepita melón tené, y carne pa comé tené. Y solo un melón sé. (Pausa.)

— 56 —


Tre cosa distinta y un solo melón verdadero sé. (Pausa.) No difícil de entendé. Barley

¡Matilda! ¿Puedes venir un momento, por favor?

(Matilda se acerca.) Matilda, ¿qué tú contá, qué tú decí, Matilda?

Matilda

Padre podé la cáscara sé, porque cáscara protegé. (Pausa.) Hijo podé la carne sé, porque sin carne pepita no habé. (Pausa.) Y pepita espíritu podé sé, porque sin espíritu, melón no habé.

Barley

¿Qué?

Matilda

Como si fuera un melón sé.

(Matilda sonríe. Barley mira perplejo al público.) — 57 —


Barley

Les puedo asegurar que el… galimatías que me acaba de soltar Matilda, es para mí… un misterio.

(Matilda continúa sonriente.)

Pero permítanme que le pregunte sobre cómo se conservan en la tradición oral de los konga, sus orígenes. Es decir, la aparición de los primeros hombres sobre la tierra. (Pausa.) Matilda, ¿qué en Pouleé decí, de cómo primero hombre sé?

Matilda

¡Ah! Muzú y Sonwá sé, primero konwa en Sombé.

Barley

Al parecer, Muzú fue el primer hombre y Sonwá la primera mujer. (Pausa.) ¿Y de dónde salí Muzú y Sonwá? ¿Cómo a Sombé vení?

Matilda

¡Ah! Todo mundo sabé,

(Señala al cielo)

Muzú y Sonwá de alto-alto, atado con soga bajá. (Pausa.) — 58 —


Muzú y Sonwá soga quitá, y Mbalá soga alto-alto subí.

(Vuelve a señalar a lo alto.)

Barley

Traduzco. El primer hombre y la primera mujer fueron depositados en la tierra, por un ser superior. (Pausa.) ¿Y dónde viví, Muzú y Sonwá?

Matilda

Solo en gran campo viví. (Pausa.) Todo bueno en gran campo tené, mala hierba no habé, no tené que sembrá, no tené que entrecavá, ninguna rata cosecha comé, toda parte mijo crecé y crecé. (Pausa.) Muzú y Sonwá no trabajá.

Barley

Según parece vivían en una especie de Jardín del Edén.

Matilda

Medio de campo árbo habé,

— 59 —


y dentro de árbo espíritu viví. (Pausa.) Mbalá decí: (Pone voz de Mbalá.) “Muzú y Sonwá no molestá, espíritu que árbo viví”. Barley

¡Vaya, qué casualidad! En ese lugar había un árbol que no debía de ser tocado...

Matilda

¡Oh! Pero camaleó vení...

Barley

¿Eh? Querrás decir que... ¿No serpiente vení?

Matilda

No, en gran campo, serpiente no habé.

Barley

¡Ah! Bien. Y apareció un... lagarto o reptil, en fin...

Matilda

Y meneando trasero camaleó decí:

(Pone voz de camaleón.) — 60 —


“Oh Sonwá hambriento camaleó sé y mucho lento sé camaleó. ¿No podé árbo camaleó poné, pa camaleó podé comé?”. (Pausa.) Sonwá mucho-mucho miedo tené, pero camaleó convencé Sonwá, con lengua melosa convencé, y Sonwá camaleó árbo poné. Barley

Y el lagarto o... reptil, la conven... la tentó.

Matilda

Camaleó a Sonwá, fruta árbo pa come dá. Sonwá fruta comé, y hoja pa tapá poné.

(Matilda se cubre con las manos el sexo.) Hoja poné como en Pouleé. De árbo Sonwá hoja cogé y poné.

Barley

Y entonces, vio que estaba desnuda y se tapó el..., la..., y se cubrió con el atuendo tradicional konga. Bastante más ligero que el que ahora lleva Matilda. — 61 —


Matilda

Y Sonwá mortero cogé y salsa mucho sabrosa con fruta prepará. Y Muzú salsa de Sonwá probá y... ¡pum-pum! Muzú y Sonwá copulá.

Barley

Y... nada, vino Adán, digo Muzú y Sonwá le enseño su salsa, su fruta..., la fruta del árbol y como si dijéramos... le tentó.

Matilda

Y Mbalá decí:

(Pone voz de Mbalá.) “¿Qué sé lo que aquí pasá? (Pausa.) ¡Oh! ¿Muzú y Sonwá no obedecé? ¡Ah! Castigo Mbalá poné: (Pausa.) Hijo de uno en uno tené. No tené como jabalí, todo de una sola vé. De uno en uno hijo tené”. Barley

Y, bueno, fueron castigados con, de...

Matilda

Y Mbalá piedra en campo poné y espina en campo poné — 62 —


y mala hierba poné y muerte poné. Barley

Bien, como han podido comprobar, resultan más que evidentes las similitudes con... Es obvio que, de alguna manera, a pesar de lo recóndito de Sombé ha habido influencias en la tradición oral. Me temo que de nuevo aparece aquí el difunto Nmondé. ¡Gracias, Matilda!

(Matilda vuelve a su taburete.) Pero si se han dado cuenta, en el relato aparece de nuevo el tema de los espíritus.

Matilda

Mbalá de cielo con soga atado bajá a Muzú y Sonwá, a ningú blanco bajá Mbalá. (Pausa.) ¿De dónde blanco salí? (Pausa.) ¡Oh! Gran misterio sé.

(Comienza a tocar la maraca.)

Barley

¿Cómo defenderse de ellos? De entrada, es imprescindible creer en la fuerza de algún talismán protector y en principio cualquier cosa poco habitual puede serlo,

— 63 —


una piedra rara, un árbol viejo, una raíz peculiar o, por qué no, un objeto fabricado para ese fin. (Vuelve a levantar a Muzúngu.) Un objeto sagrado que contenga en su interior una energía excepcionalmente poderosa. Como ¡Muzúngu! (Lo enseña de nuevo y Matilda agita con fuerza el instrumento. En ese momento la luz de todo el teatro se apaga. A continuación las luces de emergencia del patio de butacas se encienden y Matilda deja de agitar la maraca.) Matilda

¡Vaya, qué contratiempo! ¡Muzuúngu!

Barley

Disculpen, señoras y señores, esto no estaba previsto en el programa. Voy a intentar...

(Se oye un estruendo y varios juramentos de Barley en voz baja.)

¡Oh, qué daño!

(Barley enciende una linterna.) Menos mal que siempre estoy preparado para cualquier eventualidad. (Se enfoca a la cara.) — 64 —


No creo que sea nada de importancia, pero voy a tratar de informarme. (Guiado por la linterna sale con cuidado del escenario por un lateral. Se escucha una conversación ininteligible y Barley regresa.) Según parece, la instalación ya les ha causado alguna molestia, pero no es nada de mayor importancia. Así que, si no les incomoda esperar unos instantes, todo volverá enseguida a la normalidad. ¡Matilda, no te asustes! (Matilda, surgiendo de la oscuridad, aparece a su espalda y le toca con la mano en el hombro.) ¡Aaaaaahh! ¡Caramba, qué susto me has dado, Matilda! (Se lleva una mano al corazón.) ¡Oooohh! Matilda

Espíritu que aquí viví, hablando a Muzúngu sé. A espíritu que aquí viví, no gustá lo que Barly Boló decí.

Barley ¿Qué?

Parece que Matilda insiste en seguir hablando de los espíritus. (Enfoca la luz a su alrededor.) — 65 —


Digamos que la atmósfera no puede ser más sugestiva. (Pausa.) Bien, para hacer más llevadera la espera, les contaré una anécdota que me contó Moseendú, el wahari de Pouleé. Matilda

Menudo pájaro, tío Moseendú sé.

Barley

¿Eh? ¡Ah, sí, sí! Dice que su tío Moseendú es muy, muy... avispado. Pues bien, Moseendú me contó que hace algún tiempo su familia tenía el don de hacer lluvia. Es una habilidad que se hereda de padres a hijos. Pero unos ingleses se lo robaron y lo trajeron a Inglaterra. Y desde entonces, la lluvia cae aquí en exceso por eso los campos están verdes y los hombres y los animales gordos, mientras que en las montañas Sombé cada vez hay más sequía y los hombres pasan hambre. Matilda, ¿verdad que…?

(La busca con la linterna, pero ha desaparecido. Inmediatamente se oye el sonido del tam-tam.)

Bueno, por lo menos mientras esperamos podemos escuchar música. (Pausa.) Alguno de ustedes sospechará que esta situación ha sido pactada previamente para ambientar el tema. Pero puedo asegurarles que... — 66 —


(Dirige la linterna al lateral.) Bien, me hacen señas de que falta muy poco para la reparación o lo que sea. Matilda

¡Muzuúngu!

Barley

¿Matilda, estás bien?... (Pausa.) Si no dice nada es que está bien. (Pausa.) Les contaré otra anécdota. A su vuelta de Inglaterra, el tío Nmondé llevó a Pouleé un gramófono y varios discos de piedra, de los que sólo uno llegó intacto. Ambas cosas se las regaló a Chochí Mabeé, una buena amiga suya. El disco indemne no contenía música sino la grabación de un discurso de Churchill del año 1940, en el que Sir Winston exhortaba a los ingleses a aceptar las privaciones y sacrificios de la guerra. Chochí colocaba el gramófono en su patio y le daba vueltas a la manivela. De él, debido a lo rallado que estaba, brotaban gruñidos incomprensibles que retumbaban con fuerza en el aire. Cada vez era mayor el número de kongas que se congregaban para escucharlo extasiados. Y entonces Chochí lo vio claro, aquella voz era la de un espíritu muy poderoso que la nombraba su mensajera. Chochí se hizo rica con las ofrendas y creo que a Nmondé también le llegaron algunas buenas comisiones. — 67 —


Matilda ¡¡Muzuúngu!! Barley

Parece que la reparación se demora. (Pausa.) ¿Y, si?... ¡Por qué no, qué caramba, continuemos! (Saca otra linterna del interior del saquete y la enciende.) ¡Mucho mejor con dos! Esto ya es otra cosa. (Juguetea con ambas linternas.) ¡Matilda, continuamos! (Comienza a desplazarse con cuidado por el proscenio.) Magia y brujería. Existen claras diferencias entre ambas. (Utiliza las linternas como ejemplo.) Los magos son profesionales que saben tratar a los espíritus y que, por supuesto, cobran por sus servicios. En cambio, la brujería... (Pone una de las linternas de modo intermitente. El sonido del tamtam cesa.) ¡Gracias Matilda! Lo estás haciendo muy bien. (Dirige una linterna hacia su rincón, pero ella ha desaparecido.) — 68 —


¡Vaya, no está! (Pausa.) Bien, los brujos o más bien las brujas, porque por lo general son mujeres. (El tambor vuelve a escucharse, pero esta vez el sonido proviene de la parte de atrás del patio de butacas.) Tienen la capacidad de salir de su cuerpo por las noches y vagar provocando todo tipo de males. (Enfoca la luz al origen del sonido, pero no hay nadie.) Pueden provocar parálisis, sordera, impotencia, esterilidad. (Pausa.) Y para ello, según cuentan, devoran el órgano correspondiente. (Se enfoca el órgano correspondiente.) También incitan al robo, al derroche y al alcoholismo. (Pausa.) Y no existen motivos comprensibles para justificar sus fechorías. (El sonido cambia de lugar, Barley trata de localizar su procedencia.) No todas las brujas tienen los mismos poderes. (Se enfoca la cara.) — 69 —


De entre todas ellas, las más terribles son las que ya nacen malas. (Vuelve a buscar el origen la música.) En ocasiones alguna bruja alcanza éxito social y profesional. (Pausa.) Pero el excesivo deseo por atesorar dinero siempre acaba por delatarlas. (El sonido del tambor cesa. Barley se da la vuelta y descubre a Matilda a su lado.) ¡¡¡¡Aaaahhhhh!!!! (Toda la luz del escenario vuelve de golpe. Barley prolonga su alarido.) ¡¡¡¡Aaaaaaahhhh!!!! Matilda

¿Tú bien sé, Barly Boló?

Barley

Sí, sí, muy bien..., estupendamente.

(Respirando con dificultad.)

Bueno, ya está… “y la luz se hizo”. Agradezco su paciencia, señoras y señores. Ya podemos continuar con normalidad.

Matilda

¡Momento bueno sé, comienzo tongoná! — 70 —


(Barley está entretenido guardando las linternas y no le presta atención. Decepcionada regresa a su sitio.)

“Por mucho impaciente que mosca sé, que excremento salga, tené que esperá”.

(Barley se incorpora con una carpeta en las manos.)

Barley

Magos y brujas, curanderos y adivinos, todo un equipo de especialistas en la pugna diaria por establecer alianzas y presentar batalla en un complejo mundo plagado de espíritus.

(Deja la carpeta sobre el atril.)

Sobre el que me gustaría extenderme más, pero prefiero que vayamos al tema principal, por así decirlo, de esta conferencia. La relaciones entre los hombres y las mujeres konga.

(Mira a Matilda y le hace un gesto.)

Matilda

¿Ya comenzá tongoná?

Barley

Momento de canción sé. Sonwá tené que cantá.

(Matilda, contrariada, se pone a manipular unos objetos que tiene a su lado.)

— 71 —


Matilda

¡Bah! “Si ríen de ti, vivo sé. Si lloran por ti, muerto sé”.

(Barley abriendo la carpeta.)

Barley

Como ya les adelanté, los konwa constituyen un matriarcado en el que las mujeres disfrutan de mayores libertades y derechos que en otras tribus.

(Saca unos folios.)

Cuentan con diversas sociedades secretas como... las “Nmamoné” o “sociedad de las lagartas”, exclusivamente femeninas, que están regidas por costumbres antiquísimas. Así que si un hombre comete la torpeza de infringir una de sus normas, dejar que las cabras se coman el cultivo de una mujer o maltratar a su esposa, puede tener por seguro que tarde o temprano, un nutrido grupo de mujeres aporreará su choza en plena noche, bailando danzas indecentes y entonando canciones en las que se burlan de su virilidad, al mismo tiempo que usan el patio como letrina, hasta que el infractor salga y prometa enmendarse. A este tipo de venganza lo llaman “sandungueé” o sentarse encima de un hombre. Cada una de estas sociedades tiene su propio espíritu protector, como Muzúngu.

— 72 —


Matilda ¡Muzuúngu!

(Barley se vuelve a mirarla.)

Barley

¿Eh? ¡Ah! Muzúngu es el espíritu protector de las lagartas. (Mira a Muzúngu con atención.) No sé porque, pero cada vez que miro a Muzúngu me acuerdo del tío Nmondé. (Pausa.) Para que se hagan una idea de cómo funcionan las cosas por allí. Las decisiones en las asambleas de ancianos siguen estando en manos de los hombres. Pero cuando algún tema es especialmente peliagudo, la reunión se alarga varias sesiones para que de esta manera ellos puedan consultar por las noches con sus mujeres. No sea que vayan a tomar alguna decisión que no sea de su gusto y se lo hagan purgar durante días.

(Dirige una mirada a Matilda.)

¿Cómo se distribuyen las faenas en función del sexo?

(Matilda, ya ha terminado sus preparativos. Con una mano sostiene una pértiga en la que ha colocado una máscara femenina de la que cuelgan tiras de telas de colores, en la otra lleva una sonaja y en la cabeza un llamativo tocado.)

Comencemos con las tareas propias del hombre... — 73 —


(Matilda comienza a cantar acompañándose con el instrumento.) Matilda Muzúuuuu,

te llaman pa trabajá. Ten mucho ojo Muzú. No lo hagas má.

Barley

Ellos son los encargados de construir las cabañas y hacer los graneros.

Matilda Muzúuuuu,

hace caló pa trabajá. Busca la sombra Muzú. No lo hagas má.

Barley

Tallar los mangos de las azadas...

Matilda Muzúuuuu,

tené un mango que enderezá. Ponlo bien tieso Muzú. No lo hagas má.

Barley

Despejar el follaje del bosque para hacer cultivos y poner trampas para cazar.

Matilda Muzúuuuu,

si queré carne ponte a cazá. Ojo que muerde Muzú. No lo hagas má. — 74 —


Barley

Además de consultar el oráculo, hacer senderos, trepar a los árboles, recibir a los huéspedes y formar parte del consejo de la tribu.

Matilda Muzúuuuu

No lo hagas máaaaa....

(Se detiene.)

“Mejó polvo en pie tené que polvo en trasero tené”.

(Termina haciendo vibrar la sonaja.)

Barley

Por otra parte, los trabajos que tienen encomendados las mujeres son...

Matilda

“Gallina que no mojá cuando llové, ningú gusano gallina podé comé”.

Barley

Ir al río en cuanto amanece a buscar agua, calentarla para el aseo diario, preparar el desayuno, barrer el patio, dejar toda la cabaña limpia y en orden...

Matilda Muzúuuuu,

levantá cabaña tené. Sonwáaaaa, cabaña mantené levantá.

(Empieza a moverse marcando el ritmo.)

Mueve tu culo Sonwá. — 75 —


Mueve-mueve, muévelo ya. Barley

Ir al campo a sembrar, escardar, recolectar..., lo que toque.

Matilda

Campo mucho cardo tené. Sonwá, te va a pinchá. Sacude el pandero, Sonwá. Mueve-mueve, muévelo ya. Barley

Además de descascarillar cacahuetes, moler el mijo, preparar cerveza, cortar hierba para reparar el techo, coger y asar termitas en temporada, cortar y transportar leña, atender a los animales domésticos, preparar la comida para toda la familia...

Matilda

El fuego solo Sonwá, no cociná. Mueve el trasero Sonwá, pá cociná. Aviva tu culo, Sonwá. Mueve-mueve, muévelo ya. — 76 —


Barley

Y, al mismo tiempo que todo esto, por supuesto, tener niños y cuidar de ellos.

Matilda

Mueve tu culo, Sonwá. Sacude el polvo, Sonwá. Mueve el trasero, Sonwá. Mueve-mueve, muévelo ya. (Se detiene.) ¡Mueve el pandero Sonwáaaaa!

(Termina agitando la sonaja.)

Barley

Esta distribución de las obligaciones, trabajo más duro y arriesgado pero de menor duración para el hombre y más ligero pero constante para la mujer son en todo caso... complementarios. (Pausa.) Si bien, hay que reconocer que le permiten al hombre tener más tiempo libre. Matilda

“No podé pedí a sal, que dulce sea”. — 77 —


Sonwáaaaa. (Pausa.) ¿Ya tongoná?

(Barley saca unos folios de la carpeta y los extiende en el atril.)

Barley

¡Pelé Aleé!

(Matilda, vuelve a su sitio y se pone a preparar su siguiente intervención, buscando algo entre sus pertenencias.)

Sí, es cierto que se paga un precio por la novia, al principio más bien una señal, pero contrariamente a la mala interpretación que se ha venido dando a este hecho, ese “precio”..., ¿les suena mejor si le llamamos dote?..., constituye el medio más eficaz para lograr que un matrimonio sea duradero y estable. Puesto que funciona como un seguro matrimonial que garantiza la manutención legal de los hijos.

(Matilda, muy contrariada, hace más ruido del necesario en la manipulación de los objetos. Barley la mira.)

La mujer simboliza la tierra. Y la tierra permite que la especie humana se perpetúe. El pago matrimonial sería pues la contrapartida en forma de ofrenda, que el hombre le devuelve a la tierra para que ésta continúe permitiéndole crecer y multiplicarse.

— 78 —


(Matilda se detiene y mira a Barley.)

En cuanto a la poligamia..., según el wahari Moseendú: “Sólo es polígamo quien se lo puede permitir”. Sí, ya sé lo que están pensando, pero les recuerdo el sistema económico de mera subsistencia con el que viven en Sombé.

(Matilda levanta del suelo dos pértigas. La que ya había usado antes y otra similar pero con una máscara masculina. Con ellas avanza hasta colocarse junto a Barley.)

Pero, nos estamos poniendo demasiado materialistas. Porque..., ¿y el amor? ¿Verdad, Matilda? ¿Dónde se esconde el amor?

Matilda

¿Qué tú Matilda preguntá Barly Boló?

(Barley comienza a caminar por proscenio.)

Barley

Algunos africanos se quejan de que el “amor”, como concepto, fue introducido entre ellos por los europeos. Si tenemos en cuenta que a nosotros nos ha costado siglos, condicionados por la poesía, el teatro, la novela, el cine, la publicidad..., aceptar que el “amor” romántico ha de preceder al matrimonio..., que lo precede. No es de extrañar este tipo de comentarios en personas para las que el amor sentimental, no tiene porqué formar parte de la relación matrimonial. Y eso que ignoran que ese “amor” del que con tanta naturalidad presumimos, es un negocio sumamente lucrativo en nuestra sociedad.

— 79 —


Matilda ¿Y tongoná? Barley

La mujer africana por supuesto tiene sus preferencias sentimentales, pero en público no manifiesta las emociones y aptitudes que esperamos encontrar en un matrimonio al estilo europeo. ¡Ah! Y si un hombre se muestra demasiado cariñoso con su esposa le llaman “blandeé” u “hombre cocina” Así pues, son compañeros sexuales y de trabajo que, externamente, apenas dan signos de intimidad. Otra cosa es lo que ocurra por las noches en el interior de la choza.

Matilda

¿Cuándo empezá tongoná?

Barley

¿Eh? ¿Qué Matilda decí?

Matilda

Ceremonia tongoná. ¿Cuándo empezá?

Barley ¿Tongoná?

(Pausa.) ¡Ah! ¡Tongoná! No, Matilda. Esto no tongoná sé.

(Matilda señalando el patio de butacas.)

Matilda

Familia Barly Boló, esperando tongoná. — 80 —


Barley

¿Qué están espe...? (Pausa.) ¡Ah! ¡Es cierto! Sí, Barly Boló a Matilda decí, esto ceremonia sé. Pero no ceremonia de bienvenida sé.

Matilda

Tongoná no bienvenida sé. (Pausa.) Tú bien sabé Barly Boló.

Barley

A ver, un momento. (Pausa.) ¿Matilda a Barly Boló decí, tongoná, no ceremonia bienvenida sé? Entonces... (Pausa.) ¿Qué tipo ceremonia tongoná sé?

Matilda

¿Cuándo empezá tongoná? ¿Dónde cerveza sé? ¿Dónde regalo Matilda sé?

Barley Matilda

¡Caramba! Bi, bi, bien.... Familia hambre tené. ¿Dónde cabra asada sé? — 81 —


(Barley coge de la mano de Matilda la pértiga femenina y se dirige al público.)

Barley

Va… va… vamos a pasar a ustedes... a presentar a ustedes... un algo, una especie de pedreña..., digo, de pequeña pieza teatral que tenemos enseñada, digo ensayada.

(Se da cuenta de que sostiene la pértiga femenina, se la devuelve a Matilda y coge la que ella tiene en la otra mano. Matilda rechaza la pértiga y se dirige hacia el lateral dispuesta a marcharse. Barley corre tras ella y le impide el paso.)

Procede de la traducción oral Congojá...

(Matilda trata de escabullirse pero Barley, de nuevo, le corta la retirada.)

Tongoná...

(Matilda, al escuchar la palabra tongoná, acepta la pértiga femenina. Barley le entrega también la masculina y se dirige al atril.)

Konganá..., tradición oral konga.

(Del saquete saca una sonaja y un vistoso gorro que se pone en la cabeza. Vuelve al lado de Matilda e intenta recuperar su pértiga, pero ella se resiste a soltarla. Forcejean.)

En ella un marino..., perdón, un marido... y su mujer, discuten alocaradamente..., acaloradamente. — 82 —


(Matilda suelta la pértiga masculina y Barley trastabillea.)

La pieza se titula: Pelé Aleé o Si dos piedras se pelean, que no se meta un huevo a separarlas. Iré traduciendo lo más interesante.

(A su señal, ambos empiezan a golpear con sus pértigas contra el suelo, mientras mueven sus pies rítmicamente sin desplazarse del sitio, al mismo tiempo que canturrean un texto teatral cuyo origen se remonta en la noche de los tiempos, pero que ha llegado hasta nuestros días conservado en la tradición oral konga con el valor de todo un clásico.) Matilda

¿Cómo tan tarde llegá Muzú? ¿De dónde vení Muzú?

Barley

¡Ah! ¡Sonwá! ¡Queré todo sabé!

Matilda

¿Qué muchacha de Muké, tu vení de vé Muzú?

Barley

A Sonwá eso no importá. En corral siempre gallo sé quién cantá.

Matilda

Pero quien huevo poné, gallina siempre sé.

Barley

Respondona sé Sonwá. Si Sonwá así seguí, a Sonwá, repudiá Muzú.

— 83 —


(Barley se para y se dirige al público.) Ella le echa en cara que él llega tarde a casa. (Continúa bailando.) Matilda

Si otra esposa Muzú tomá, a Sonwá no molestá. ¡Pero Muzú mucho mentí!

Barley

¿Y por qué Muzú otra mujé buscá?

(Matilda imita burlonamente a Muzú.)

Matilda

¿Y por qué Muzú follaje no despejá, por qué leña Muzú no cortá, por qué Muzú no trabajá? ¡Sólo en pum-pum, Muzú pensá y pensá!

Barley

¡Ah! Mujé como niño pensá, no profundamente como hombre pensá. Pensamiento de mujé, mucho pequeño sé. ¡Ah!

Matilda

Si otra mujé Muzú tené, mejó pa Sonwá sé. — 84 —


Si Sonwá enferma sé, otra mujé cuidá Sonwá. Agua otra mujé buscá, leña otra mujé cortá. Contenta Sonwá sé.

(Barley se detiene y traduce.)

Barley

Él le dice que a lo mejor se busca una segunda esposa y ella le responde que si hace eso mucho mejor porque así trabajará menos.

(Reanuda el baile.)

Matilda

Muzú mal marido sé, a Sonwá no bien tratá.

Barley

¿Qué Sonwá decí? Antes Sonwá buena con Muzú sé, pum-pum con Muzú siempre hacé. Ahora fría Sonwá sé. Muzú sospechá, un amante Sonwá...

(Matilda deja de bailar.)

Matilda

¡Tongoná ceremonia sé! ¡Ceremonia de boda sé! — 85 —


(Barley parece no haber escuchado lo que ella acaba de decirle y continúa traduciendo sin dejar de bailar.)

Barley

Él, le dice que sospecha que ella tiene un amante.

Matilda

¡¡Tongoná boda sé!!

(Barley se para en seco.)

Barley

¿Eh? ¡¿Qué sé, séeee?!

Matilda

¡¡ Boda sé!!

(Barley enmudece. Pausa.) “Cuando hombre nada decí, alguno pensá que tonto sé. Pero cuando hombre hablá, todo mundo sabé que tonto sé”.

(Barley sigue petrificado.) “Si hombre queré mentí, donde a hombre no conozcan mentí”.

(Barley sonríe forzadamente.)

Barley

¿Qué Matilda decí? — 86 —


Matilda

¡Ah! “Mismo diente que a carne sonreí, mismo diente a carne comé”. Barley

Si Matilda con proverbio hablá, Barly Boló no entedé.

Matilda

Proverbio nunca tonto entendé.

Barley

¿Pero qué sé lo que a Matilda…?

Matilda

“Agua caliente no siempre caliente, pa ti sé”.

(Se dirige a su sitio y tira la pértiga y la sonaja al suelo.)

Barley

¡Matilda! ¿Por qué no me....

(Mira al público.)

¿Pero qué, Sonwá, decí?

Matilda

¿Cuándo Nabaátu hablá qué tú entendé? ¿Qué lengua tú conmigo usá?

Barley

Nsabe-sé..., sé.

— 87 —


Matilda

¡Ah! Mucho poco sabé tú Nsabé, si no sabé que sé tongoná.

Barley

Manganá entre los balelé, Sangoná en los muté-muté, Alé-ganá en los tumé, ceremonia bienvenida sé. Parecida sé a tongoná, yo confundido...

(Matilda se sienta, muy enfadada.)

Matilda ¡Ah! “ Palabra hiriente,

pene de vagina sacá”.

(Barley sonríe al público y se adelanta a proscenio.)

Barley

Disculpen un momento, pero es que esta escena tiene previsto un final... festivo. Y no sé por qué, Matilda...

Matilda

“Hombre joven, carne de mujé comé, hombre maduro, corazón de mujé comé”.

(Se pone a golpear el tambor. Barley se acerca a ella con precaución.)

Barley

¿Qué, Matilda..., Sonwá, pasá? — 88 —


(Matilda deja de tocar y se levanta.)

Matilda

A Pouleé costumbre conocé vení, tú investigá decí. Tú cosa mirá, investigá decí. (Pausa.) Pero tú tan cerca cosa mirá, que dentro de cosa nariz meté. (Pausa.) Investigá decí... ¡Bah! Tú pelo mirá, ojo mirá tu, pero tú cara no vé. Y si tu cara mirá, persona no vé.

Barley

Proverbio decí: “Cuando preguntón morí, gente molesta sé con preguntón. Pero preguntón, no ignorante morí”.

Matilda

¿Eh? ¿Qué proverbio tú decí? ¡Bah! No proverbio konga sé.

(Barley mira al público y tratando de disimular se pone a bailar al ritmo de su sonaja, mientras canturrea.)

— 89 —


Barley

Matilda..., Sonwá, Muzú confundido sé, no sabé que pensá.

Matilda

Tú mucho pensá, sólo pensá en pensá. ¡Bah! Sólo con cabeza viví, cuerpo dormido tené. Cuando caminá, cuerpo dormido tené. Cuando comé, cuerpo dormido tené. ¡Bah! Tú enfermo sé, tanto pensá y pensá.

Barley

Eso que Sonwá decí, Muzú, ensayado no tené.

(Matilda se acerca a Barley y éste deja de bailar.)

Matilda

Cuando doctó Barly Pouleé vení, Nabaátu decí: “Escoba vieja mejó que escoba nueva barré”. (Pausa.) “Hombre feo si a mujé comprendé, mejó que hombre hermoso sé”. (Pausa.)

— 90 —


“Anciano sentado ve lo que joven de pie no ve”. ¡Bah! Eso Nabaátu decí.

(Se dirige al lateral dispuesta a marcharse. Barley coge la pértiga que ella ha tirado, la alcanza y se interpone impidiéndole salir.) Barley

Bonito proverbio sé, lo que tú decí.

Matilda

“Si palma pa que baile loco tocá, tan loco como mismo loco sé”. Nabaátu loca sé.

(Barley le ofrece la pértiga.)

“Sólo dulce disfrutá, cuando amargo conocé”.

(De un manotazo tira la pértiga al suelo y sale del escenario. Barley se dirige al público.)

Barley

Esta... esta pequeña piedra treatral..., pieza teatral, viene a ser representativa de la manera en la que... hombres y mujeres, se relacionan habitualmente en las remotas montañas Sombé. En ellas...

(Matilda reaparece por el lateral.)

Matilda

Tú en Pouleé a Nabaátu gustá.

— 91 —


Nabaátu a Moseendú tongoná pedí, tú tongoná con Nabaátu tené, tú cabaña Nabaátu viví, toda noche con Nabaátu pum-pum hacé.

(La pértiga de Barley cae al suelo.) A Inglatierra Nabaátu vení, pa tongoná familia doctó Barly tené. Pero tú aquí tongoná no queré. ¿Pa qué Inglatierra Nabaátu vení?

(La sonaja de Barley cae al suelo.) Tú ya no Barly Boló pa Matilda sé. Tú ya sólo doctó Barly sé. Tú ya no Boló pa mí sé. (Pausa.) Yo Nabaátu Nakaya sé, ya no Matilda pa ti sé.

(Vuelve a desaparecer de escena. Barley recoge del suelo la sonaja y mira al público.)

Barley

El carácter indómito de la mujer africana... Durante estos meses de estancia entre los konga, he de reconocer que... las formas adquiridas que tenemos los... nosotros de... — 92 —


(Matilda aparece por el lateral opuesto. La sonaja de Barley cae de nuevo al suelo.)

Matilda

¿A qué tú vení a Pouleé? (Pausa.) ¡Ah! Tú vení porque solo viví, porque en Inglatierra solo sentí.

Barley Matilda... Matilda

¡Bah! Hombre solo nada sé. Misma importancia que oruga que cruza sendero tené. (Escupe al suelo.) Misma importancia que esputo, hombre solo tené.

Barley

¡Vaya! Bueno, solo, lo que se dice solo, no es que sea exacto del todo. Admito que quizá en los meses anteriores al viaje..., quizá tras la anulación de mi matrimonio con Margaret. Pero eso no quiere decir que...

Matilda

Hombre blanco decí: “Blanco estando solo miedo no tené, policía a blanco protegé. (Pausa.) — 93 —


Niño blanco escuela aprendé, familia no necesaria sé”. Barley

Y la decisión de no tener hijos fue de mutuo acuerdo, por lo que no... Además está la prima Eleonora de Bristol..., cierto es que nuestras mutuas ocupaciones nos mantienen un poco apartados.

Matilda

Pero mujé konga decí: ¡Ah! “Aunque tronco de árbo en río, mucho tiempo flotando sé, nunca tronco un cocodrilo sé”.

Barley

Y el primo Edmond, una eminencia en entomología dicho sea de paso, si bien el hecho de tener su residencia en Melbourne no contribuye a que nos frecuentemos...

Matilda

¡Ah! “Quitá motas piel leopardo imposible sé”.

(Se da la vuelta y sale. Barley se quita su vistoso tocado y lo deja caer al suelo.)

Barley

Señoras y señores, acaban ustedes de asistir a una ruda escenificación de..., es decir, a una rudimentaria consecuencia..., rústica secuencia. En la que un nativo africano y su mujer, se arrojan..., se echan a la cara su discrepancia vivida..., su vivida dividida... En resumen, un testimonio recogido por mí mismo de una pendencia doméstica en las remotas montañas Sombé. Casualmente tengo, creo que tengo, unas motas... notas, en las que se entiende mucho mejor todo. — 94 —


(Va al atril y busca entre los papeles.)

Sí aquí están.

(Lee.) “La investigación antropológica es una empresa compleja”. Sí, eso es lo que es. ¡Ejem! “La investigación antropológica es una empresa compleja. Requiere que el investigador viva en la comunidad que está estudiando y que, hasta cierto punto, se convierta en un miembro de dicha comunidad” .

(Matilda reaparece, Barley la mira, con gran dignidad se dirige en silencio a su rincón y cogiendo dos tambores sale de escena con ellos bajo el brazo. Barley reanuda la lectura.) “Es evidente que todo antropólogo que se instala por un tiempo en una comunidad tribal, está obligado a llevar la vida de dicha tribu en sus diversos aspectos. Pero siempre seguirá siendo un extraño, a pesar de su buena voluntad”. (De nuevo aparece Matilda, se dirige a la sección de instrumentos y sale de escena aparatosamente cargada con algunos de ellos.) “Puesto que, si llegara a convertirse en un miembro de la tribu, dejaría de ser un antropólogo”. (Deja de leer.) — 95 —


La escena anterior tenía prevista una conclusión... vistosa..., con un número musical incluido. Pero, cualquiera le dice nada ahora...

(Continúa la lectura.)

“Es necesario pues, que el científico conserve su calidad de extraño, ya que la gente le habla con más libertad a alguien que no pertenece a su círculo habitual”.

(Matilda sale una vez más y se pone a buscar en el interior de un atillo.)

“¿Puede un antropólogo estar seguro de que sus anotaciones son objetivas y carentes de prejuicios?”

(Matilda saca del envoltorio un cuchillo y mira a Barley.) “¡Nooo! Por eso las informaciones han de ser revisadas una y otra vez”.

(Matilda avanza hacia Barley.) “Y a ser posible comparadas con otras fuentes”.

(Al notar la presencia de Matilda a su espalda, se vuelve descubriendo el cuchillo que lleva en la mano, varios de los folios que estaba leyendo salen disparados hacia lo alto. Matilda en silencio, le muestra el cuchillo y le tiende la otra mano. Barley, parece comprender lo que le pide y se pone a buscar en su macuto. Al momento extrae una gallina muerta y se la ofrece. Ella permanece inmóvil.) — 96 —


Matilda ¡¡Muzuúngu!!

(Barley coge a Muzúngu y se lo entrega. Matilda se coloca la gallina en la cabeza y con Muzúngu en los brazos, sale marcando un ritmo cadencioso mientras canturrea una letanía.) Muzuúngu, dimeló. Muzuúngu, qué hacé. Muzuúngu, ven a mí. Muzuúngu..... Barley

Parece ser que a Matilda, le han entrado unas ganas incontenibles de consultar el oráculo... en privado. Siempre es más eficaz ofrecer una gallina viva. Pero desplazarse por algunos lugares de Londres llevando aves de corral vivas, no está muy bien visto. Así que las ofrendas muertas en el día, te pueden sacar de un apuro. (Rescatando algunos papeles, prosigue su lectura.) “La antropología es una ciencia que incluye de forma inherente el arte de la interpretación”. (Comienza a escucharse el tam-tam.) — 97 —


“Ningún antropólogo responsable pretenderá afirmar que su comprensión de otra cultura es completa y perfecta”. (El sonido del tambor desaparece.) “Pero nuestro trabajo sirve, qué duda cabe, para incrementar nuestra comprensión de las personas y de la...”

(Matilda irrumpe gritando.)

Matilda

¡Hombre blanco mucho presumí, de lo que amor llama presumí! ¡Pero Nabaátu en Inglatierra mirá! (Se señala un ojo.) ¡Todo tiempo mirá y mirá, y ninguna mujé blanca casada vé, con hombre má pobre que ella sé! (Pausa.) Así que Nabaátu preguntá: ¿A qué hombre blanco amor decí? (Pausa.) ¡Mujé blanca propio interés elegí! (Pausa.) ¡Ah! ¡Hombre blanco de amor presumí! (Pausa.) — 98 —


¡A ninguna mujé gustá pasá mal, si elegí podé pasá bien!

(Desaparece. Barley deja caer algunos folios.)

Barley

Tengo aquí otra mota, nota, que habla de no sé qué... de... “El corazón de África”. A lo que yo llamo el corazón de África. (Lee.) “Contiene elementos de una filosofía de la naturaleza, todo un legado de la tradición oral que constituye la auténtica sabiduría del continente negro, su filosofía. Recordemos que los griegos clásicos también consultaban el oráculo de Delfos. (Comienza a sonar el tam-tam.) La filosofía africana, en el fondo, es pues comparable con la filosofía presocrática y en parte también con el pensamiento platónico. Pero además, tiene la peculiaridad de transformar el goce en palabras con gran sentido del humor, en un constante equilibrio entre la acción y la reflexión”. (La música cesa. Aparece Matilda.)

Matilda

Muzúngu hablá, y Muzúngu decí: — 99 —


(Pone voz de Muzúngu.)

“Muzúngu consejo no dá. (Pausa.) A cambio de gallina muerta, ningú consejo Muzúngu dá”. (Pausa.) Pero Nabaátu mucho insití, y Muzúngu a Nabaátu, con espíritu tío Nmondé, en contacto poné. Barley ¡Cielos! Matilda

Y Nmondé decí:

(Poniendo voz de espíritu de Nmondé.)

“Nabaátu mujé konga rara sé. En Pouleé tené do tongoná, do marido konga sonsó tené, y de sonsó hijo no queré. (Pausa.) Mujé konga rara sé”. (Pausa.) “Blanco doctó Barly vení, gustá montaña Sombé, — 100 —


gustá costumbre konga, mucho sonreí mucho preguntá. (Pausa.) Doctó Barly blanco raro sé”.

Barley Matil...

(Matilda se acerca a Barley y se lleva las manos al vientre.)

Matilda

Nabaátu ya lagarto no comé, ya gato salvaje no comé, ya mandril no comé, ya ningún tipo de mono comé. (Pausa.) Mujé embarazada sé.

Barley

Embara, embara... ¡Carambara, caramba! Qué, qué noticia más embara...

(Intenta acercarse a Matilda pero se engancha con el atril y está a punto de tirarlo.) Matilda

Proverbio konga decí: “Si embarazada mucha cerveza bebé, piel mucho blanca bebé tené”. — 101 —


(Pausa.) Nabaátu no mucha cerveza bebé, pero bebé de Nabaátu piel mucho blanca tené. (Pausa.) Porque Doctó Barly sí mucha cerveza bebé.

(Barley avanza hacia Matilda con los brazos extendidos.)

Barley

Nabaátu..., Matilda..., Nabaátu, creo que..., me ha parecido entender, que tú, que yo...

(Matilda, se escabulle poniéndose a la espalda de Barley.)

Matilda

Tú gustá a tío Nmondé. Y tío a Nabaátu pedí que nombre de bebé, Barly-Nmondé sé.

Barley

¿Barly... Nmondé..., nombre pequeño bebé sé? He, he, he...

(Avanza hacia Matilda. Ella se protege con el atril sujetándolo con las dos manos. Barley también lo agarra por el otro lado y ambos tiran para sí con fuerza. Los papeles que quedaban caen al suelo.) — 102 —


Matilda

¡Tú Nabaátu no gustá, grande sonsó tú, nada tuyo queré! ¡Nada tuyo Nabaátu...!

(Se mira el vestido y sale corriendo. Barley cae al suelo junto con el atril y cuando ha conseguido desembarazarse de él, se levanta y recibe en pleno rostro el vestido que, lanzado desde el lateral, acaba de quitarse Nabaátu.)

¡Barly sonsó grande sé, de grande sonsó nada queré, nada-nada queré!

(Barley apartándose el vestido de la cabeza.)

Barley

¡Matil... tú... Nabaátilda!

(Salta por encima del atril y se golpea con el proyector, que se pone en funcionamiento con la danza ya exhibida con anterioridad. Rehaciéndose, sale de escena. La banda sonora que acompaña a la filmación impide apreciar con nitidez la acalorada discusión que tiene lugar fuera. Pasado un tiempo, Barley regresa cabizbajo y se dirige a proscenio. Comienza a hablar, pero al darse cuenta de que no se entiende lo que está diciendo, se acerca al aparato y lo apaga. Al hacerlo puede escucharse cómo Matilda, de nuevo, está tocando el tambor.) Barley

Señoras, señores, distinguido público..., el espectáculo que acaban de presenciar... — 103 —


(Pausa.) Quisiera decir que hay muchas... palabras difíciles de... trasladar de un idioma a otro, palabras que encierran matices, sensaciones, deseos, muy... (Pausa.) Y que, por circunstancias, quedan para siempre atrapadas en lo más íntimo de la lengua de la que proceden. Pero estar dispuesto a aprender, implica asumir que nunca... se puede dejar de seguir aprendiendo... (El sonido del tambor cesa. Barley lo acusa.) No sé hasta qué punto le está permitido a un científico, dejarse llevar por sus emociones. Pero he descubierto, quizá demasiado tarde, que en definitiva son los sentimientos más humanos, los que nos indican lo que es realmente importante. (El tam-tam vuelve a sonar. Barley mira al lateral y resignado continúa.) Quiero agradecer al ilustre Bedford Collage, de esta prestigiosa Universidad de Londres, el que me haya permitido compartir con ustedes, en el seno de tan noble institución, esta... experiencia. (Pausa.) Y también quiero dedicar un entrañable recuerdo a la mujer en cuya memoria se están celebrando estas jornadas, la muy admirada Mrs Fawcett... — 104 —


(El tambor enmudece. Una sinfonía de sonidos selváticos invade el escenario y comienza a escucharse una retahíla de nombres de espíritus, que Matilda está recitando entre bastidores.) Matilda

¡¡Anutangó, oé Masquiroté, oé Nyamuewá, oé!!

(En el escenario aparece una máscara formada por hojarasca y ramas, un retazo de floresta que camina.)

¡¡Mfití, oé Mulungú, oé Mawuené, oé!!

(El gran matojo se detiene en el centro del escenario. La voz que brota de su interior resuena en todo el teatro.)

¡¡Babalí, oé Mborí, oé Lumé, oé!!

(Un temblor recorre toda la máscara haciéndola agitarse violentamente, al mismo tiempo el tono de la voz aumenta de intensidad.)

¡¡Noemá, oé Suwonó, oé Malangué, oé!! — 105 —


(En ese instante el ramaje se descompone y cae al suelo. En su centro está Nabaátu. Lleva el escueto vestido tradicional konga y tiene la mayor parte del cuerpo pintada de blanco. Está sumida en un estado de trance.) ¡¡Muzuúngu!! (Matilda mueve los labios pero su voz ya no le pertenece. De su garganta comienza a brotar la voz grave de Nmondé. Sus palabras parecen provenir de un lugar lejano y atávico.) ¿Qué buscas, blanco? ¿Qué es lo que quieres? (Pausa.) Yo soy Nmondé, el domesoné. Ya Loé, mi cuerpo, no habita en ningún sitio. Ya Lumé-Luné, la sombra que lo acompañaba, no se proyecta sobre ningún lugar. Pero, Lowé, mi doble, continúa vivo y en sueños visita a Nabaátu, porque eso es lo que un Lowé debe de hacer. Mi alma, Nshangá, ha encontrado cobijo en su vientre, porque el deseo de toda Nshangá es volver a nacer. (Pausa.) Tu presencia también está dentro de Nabaátu, pero tu Nshangá está agazapada, llena de temor. (Pausa.) ¿De qué tienes miedo, blanco? — 106 —


¿Qué es lo que buscas? (La voz se va apagando, como si fuera engullida por un abismo.) ¿Qué quieres de esta mujer? ¿Por qué viniste a Sombé? ¿Qué vas a hacer con Barly-Nmondé? (El sonido de la selva se interrumpe de golpe. Matilda se tambalea ligeramente y su voz vuelve a la normalidad.)

¡Barly..., Barly Boló!

(Barley, al ver cómo Matilda se desvanece acude en su ayuda, recogiendo a su paso el vestido que ella le arrojó. La abraza cubriéndola con él.) Barley

¿Matilda, qué te ocurre? ¡Matilda contéstame, háblame, Matilda!

Matilda

¡Barly... Boló!

(Barley la incorpora con delicadeza y le ayuda a que se cubra con el vestido. Sujetándola por la cintura ambos avanzan unos pasos hasta situarse en proscenio. En ese momento Matilda parece recuperarse y mira a Barley fijamente.) Matilda

¡No, no...! ¡Vete, sonsó, vete!

(Apartándolo sale con precipitación de escena.) — 107 —


Barley

¡Espera, Nabaátu, no te vayas! Tengo que...

(Decidido, avanza a proscenio.) Señoras y señores, si me lo permiten, quisiera... anunciarles que mi próxima conferencia, no será en realidad una conferencia, sino una...

(De nuevo, esta vez por toda la sala, comienza a escucharse el sonido de la selva y desde el fondo del patio de butacas se percibe la voz de Nabaátu cantando.) Matilda

La miel no podé tené, sin picotazo de abeja. (Pausa.) Apréndelo Barly-Nmondé. Barley

¿Matilda..., eres tú?

(Mira al lateral por el que acaba de salir.)

¿Cómo, cómo has llegado allí tan...?

(La voz suena como si viniera de un lugar lejano.)

Matilda

Sabrosa la sal sé a la boca, mala sé pal corazón. (Pausa.) Apréndelo Barly-Nmondé.

— 108 —


(Barley, comienza a descender por las escaleras que unen el escenario con la platea.) Barley

Matilda

¡Nabaátu..., Matilda, ya sé que no he sabido...! ¡Pero, pero quiero que tú y yo..., que nosotros...! Quién dentro de agujero caé, al que va detrás enseñá. (Pausa.) Apréndelo Barly-Nmondé.

(La luz del escenario se apaga y el sonido selvático cambia de matiz, como si en ese momento hubiera caído la noche. Barley avanza por el pasillo con la mirada puesta en el origen de la voz.) Barley

¡Nabaátu... espera, tenemos que preparar la..., nuestra..., Nabaátu!

Matilda

Mucho se tarda pa nacé,

(Esta vez la voz de Nabaátu procede de la oscuridad del escenario. Una segunda voz se le añade desde el lateral del patio de butacas.)

mucho poco pa morí.

(Las dos voces, ambas de Matilda, se unen formando un coro.)

Apréndelo Barly-Nmondé. Apréndelo Barly-Nmondé. — 109 —


(Desde el fondo de la sala comienza a percutir el ritmo de los tambores. A las dos voces de Matilda se une una tercera, también suya, desde el mismo fondo.) Si tu pie una hormiga aplastá, tu cuerpo entero muerden la demá. (Pausa.) Apréndelo Barly-Nmondé. Apréndelo Barly-Nmondé. (Barley gira sobre sí mismo atendiendo a las diferentes procedencias.) Barley

¡Matilda!... ¡Matilda!...¡Matilda!...

Matilda

Nadie hablá mal de sí, si bueno tené que decí. (Pausa.) Apréndelo Barly-Nmondé. Apréndelo Barly-Nmondé.

Barley

Reconozco que mis conocimientos del Nsabé son muy limitados. Pero tú sabes que si te pedí que vinieras conmigo es porque...

Matilda

Aunque pequeña la piedra sé, siempre dura la piedra sé. (Pausa.) Apréndelo Barly-Nmondé. Apréndelo Barly-Nmondé.

— 110 —


(Barley comienza a cantar en voz baja.)

Barley

¡Apréndelo Barly-Nmondé!

Matilda

Elefante orgulloso sé, si grande colmillo tené.

(Barley se une a los coros.)

Barley

Apréndelo Barly-Nmondé. Apréndelo Barly-Nmondé.

(En el centro del escenario, una luz cenital ilumina a Nabaátu. Va bellamente ataviada con un vestido y un tocado nuevos y resplandece. Aunque sus voces continúan sonando, ella permanece con los labios sellados.) Matilda

Si bajo agua pez sudando sé, nunca podé sabé por qué. (Pausa.) Apréndelo Barly-Nmondé. Apréndelo Barly-Nmondé.

(Barley sube al escenario. La canción y los tambores enmudecen, pero el sonido de la selva se mantiene en segundo plano. Barley se detiene. Nabaátu continúa inmóvil mirándolo durante unos segundos y a continuación se dispone a salir. Barley levanta una mano hacia ella.) — 111 —


Barley

Nabaátu... Nabaátu Boló.

(Matilda se detiene y lo mira de nuevo. Lentamente, levanta su mano hacia él.)

Matilda

Barly... Barly Boló.

(La luz comienza a descender hasta el oscuro total. El sonido de la selva sube de intensidad y a continuación el silencio se hace definitivo.) FIN

— 112 —


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Estimado Sr. Freud: ... ¿Hay alguna manera de librar a los seres humanos de la guerra? Albert Einstein

Estimado Sr. Einstein: ... Todo lo que impulsa la evolución cultural, actúa contra la guerra. Sigmund Freud De la correspondencia mantenida entre ambos a instancias de La Sociedad de Naciones. 1932

El dodo trazó una especie de círculo en el suelo y, sin dar la señal de inicio, todos comenzaron a correr a su antojo. Pasado un tiempo prudencial el dodo gritó: ¡Se acabó la carrera! Al instante todos se detuvieron jadeantes y preguntaron: ¿Quién, quién ha ganado? Entonces el dodo, tras permanecer un rato meditando con un dedo en la frente (de igual manera que Shakespeare aparece en muchos de sus retratos) dijo: Todos habéis ganado y todos tendréis vuestra recompensa. Lewis Carroll

Alicia en el país de las maravillas



EINSTEIN Y EL DODO ( Un c u e n t o p a r a L i e s e r l ) de

Ricardo Joven


D R A M AT I S P E R S O N A E / P E R S O N A J E S

ALBERT EINSTEIN

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1598. El último Dodo vivo abandona la tierra. 1879. Nace Albert Einstein en Ulm. Alemania. 1896. Albert conoce a Mileva. 1902. Nace Lieserl, hija de Albert y Mileva. 1903. Albert Einstein y Mileva Maric se casan. Lieserl desaparece de sus vidas. 1904. Nace Hans Albert, su primer hijo legítimo. 1905. E=mc² 1910. Nace su segundo hijo, Eduard. 1919. Divorcio de Mileva y boda con Elsa Löwenthal. 1922. Premio Nobel de Física. 1936. Muere Elsa. 1939. Einstein le envía una carta a Roosevelt advirtiéndole sobre la posibilidad de que los alemanes fabriquen una bomba atómica. 1945. Abril. Muere Roosevelt. Julio. Un bombardero del ejército de los EE.UU. se estrella contra el Empire State Building de New York. Agosto. Dos bombas atómicas destruyen las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Septiembre. Japón se rinde. — 121 —



Interior de una sala de teatro. La luz que desprende un aparato de radio encendido destaca en la oscuridad del escenario. Está emitiendo música interpretada por la banda de Benny Goodman. Sus compases inundan por completo el iluminado patio de butacas acompañando el bullir de los espectadores mientras se acomodan en sus asientos. Tras unos minutos de cortesía, comienza a descender la luz de la platea mientras que casi al mismo tiempo, en la escena, los rayos del amanecer que se filtran a través de una ventana, van perfilando lentamente los contornos de una pequeña habitación apenas amueblada y en completo desorden. Montones de papeles, más o menos apilados, ocupan buena parte del suelo. Varias pizarras de diversos tamaños montadas sobre sus correspondientes caballetes llenan el espacio escénico, en todas ellas hay garabateadas alguna que otra frase y gran profusión de fórmulas matemáticas apenas legibles. Una silla tumbada y una mesa repleta de objetos, entre los que destacan una lámpara, un teléfono y la radio que no cesa de sonar, completan el cuadro. Bajo la mesa un gran bulto formado por ropa amontonada en desorden, parece ocultar algo. Sin previo aviso, la radio interrumpe su emisión para dar paso a los acordes del himno nacional de los Estados Unidos de América. A continuación puede escucharse la voz de un enardecido locutor. Voz de locutor “Hoy 2 de septiembre de 1945 desde la cubierta del acorazado

Missuri, buque insignia de nuestras fuerzas navales anclado en la bahía de Tokio, nos complacemos en retransmitirles, una vez más, las palabras de nuestro General Douglas MacArthur”.

(De nuevo suenan los acordes del himno nacional de EE.UU.) — 123 —


Voz de MacArthur

“Hoy enmudecen los cañones. Una gran tragedia ha concluido, una gran victoria se ha consumado. El mundo entero goza tranquilamente de la paz”.

(En ese momento, de entre las ropas de debajo de la mesa, surge un hombre con aspecto desaliñado que, apoyando sus manos sobre el tablero, tantea con dificultad hasta que consigue encender la lámpara. Se incorpora y acto seguido se pone a buscar entre el caos de la mesa hasta que consigue dar con una taza mugrienta en la que se sirve los restos de café que contiene una jarra. Lo bebe, compone una mueca de repugnancia y expulsa ruidosamente el líquido que acaba de ingerir. Es el Premio Nobel de Física Albert Einstein. Lleva puesto un pantalón gastado, un jersey que parece estarle enorme sobre el que cuelgan unas gafas sujetas a su cuello mediante un cordel y calza unos viejos zapatos sin calcetines. Tiene sesenta y seis años de edad y la mirada perdida. Su larga cabellera y su poblado bigote están completamente encanecidos.) Voz de MacArthur

“La misión sagrada se ha cumplido. Y al comunicaros esto, hablo por miles de labios silenciosos, de bocas que fueron calladas para siempre en medio de las selvas, en las playas y en las profundas aguas del Pacífico que marcaron nuestra ruta”.

(Einstein parece desorientado, su semblante está en consonancia con lo desolador de su entorno. Deambula por la habitación mirando de soslayo a las pizarras hasta que se detiene frente a una que parece haber llamado su atención. Justo a su lado hay una lámpara de pie que se ve obligado a encender para poder apreciar con nitidez las fórmulas que con— 124 —


tiene. Al hacerlo su mirada se desvía hacia una grabadora colocada en el suelo sobre una pequeña maleta.) Voz de MacArthur

“Hablo en el nombre de decenas de miles de heroicos soldados que han sacrificado sus vidas con generosidad, en aras de un objetivo por todos anhelado”.

(En ese momento parece ser consciente por primera vez del significado del discurso que está emitiendo la radio y contrariado atraviesa con rapidez la habitación levantando una mano en actitud amenazante.) Voz de MacArthur

“En este glorioso día, es nuestro deber como defensores de la bandera que a todos nosotros representa, como defensores de los valores en los que todos nosotros creemos...”

(Cuando está a punto de descargar sobre ella su puño, la radio se apaga por sí sola. Albert vuelve a fijar su mirada en la grabadora y levantando del suelo la silla se sienta a su lado. Tras unos instantes, conecta el aparato y rebobina. De nuevo le da al play. Al momento comienza a escucharse una voz apagada y quejumbrosa que arrastra un ligero acento alemán.) Voz de grabadora

“Deseo apasionadamente que la sociedad en la que vivimos sea justa. (Pausa.) — 125 —


Lo deseo desde lo más profundo de mi ser. (Pausa.) Pero confieso que siempre he vivido con una gran contradicción entre este deseo sincero y mi incapacidad para sentirme íntimamente unido, de una manera absoluta, a cualquier persona que haya conocido en mi vida.

(Albert se levanta y se dirige a la mesa sin dejar de prestar atención al mensaje grabado, rebusca entre los papeles hasta que encuentra la colilla de un puro habano en mal estado y tras sopesar las posibilidades que le ofrece, la desecha y continúa en su afán hasta dar con una vieja pipa y algunas briznas de tabaco en un paquete.)

A veces me siento como uno de esos caballos que solo aceptan un arnés individual y no hay manera de uncirlos a un tándem. Ni mucho menos que formen parte de un tiro junto con otros caballos. (Pausa.) Mi corazón nunca ha latido al ritmo marcado por ningún país en el que haya vivido, ni ha pertenecido a ninguno de mis amigos. (Pausa.) Ni siquiera a mi propia familia.

(Carga la pipa y prosigue en su empeño desechando varias cajas de fósforos vacías y un mechero Zippo que no funciona.)

Siempre ha existido algo en mi interior de alejamiento. Como un deseo irrefrenable de retirarme al interior de mí mismo. Una pulsión que se ha ido acrecentando con el paso de los años. — 126 —


Semejante aislamiento me ha resultado amargo en muchas ocasiones. (Pausa.) Pero no lamento verme privado de la comprensión o de la simpatía de los demás.

(De nuevo se acerca a la grabadora y se sienta junto a ella.)

Estoy seguro de que con esta actitud me pierdo algunas cosas importantes. Pero a cambio me libero de las opiniones, de los prejuicios y de las costumbres de los demás. No me tienta, en absoluto, basar mi serenidad de ánimo en tan malos fundamentos”.

(En ese momento, con claras muestras de desacuerdo, detiene la grabación.)

Albert ¡Ah! ¡No, no, no, nooo! No puedo empezar así. ¡Lo estoy hacien-

do mal! ¿Cómo puedo pretender interesar a alguien con esta sarta de tonterías de viejo chocho? ¡Bah! ¿A quién le puede interesar lo que siento o dejo de sentir? ¡Tonterías! (Pausa.) Vamos a ver, tiene que haber una forma más sencilla, una manera más adecuada para su edad. Vamos a ver...

— 127 —


(Parece esforzarse por encontrar la manera adecuada con la que comenzar una nueva grabación.)

Cuando yo era pequeño..., sí, cuando yo era un niño, disfrutaba pensando en qué se sentiría si pudiera cabalgar sobre un rayo de luz. (Pausa.) Sí, me entretenían mucho este tipo de ocurrencias. (Pausa.) Espera un momento, vuelvo a empezar, desde el principio.

(Rebobina y le da de nuevo a la tecla de inicio. Esta vez el tono de su voz es menos trascendente.)

¡A ver así!

(Carraspea y comienza a caminar por la habitación.)

Cuando yo nací, según me contaron, tenía la cabeza tan gorda y angulosa que a mi madre cuando me vio por poco le da un patatús. Pensó que había tenido un hijo anormal. Al cabo de algunas semanas mi cráneo había recuperado la forma redondeada, más o menos, pero seguía teniendo la cabeza gorda. Y al parecer tardé tanto tiempo en comenzar a hablar, que mis familiares se cruzaban apuestas sobre si llegaría a hacerlo alguna vez. Sí, un niño mudo y cabezón. ¡Buen comienzo! Cuando tenía dos años y medio nació mi hermana María, mi querida Maja, y para darme la nueva noticia me dijeron: “Ha nacido una hermanita con la que podrás jugar”.

— 128 —


Así que cuando me la enseñaron por primera vez, yo que recordaba sobre todo lo de: “....con la que podrás jugar”, tras observarla con sumo interés me atreví a decir: “Sí es muy bonita pero ¿dónde tiene las ruedas?” (Pausa.) Por aquel tiempo, apenas un año más tarde, me ocurrió algo extraordinario. Recuerdo que estaba malo, paperas o algo así y tenía que guardar cama. Entonces mi padre, para que me distrajera, me hizo un regalo. Me dio una brújula.

(De uno de sus bolsillos saca una cajita de madera y la abre.)

¡Ah! ¡Fue algo maravilloso! La aguja estaba herméticamente encerrada en aquella cajita, pero se obstinaba en marcar el norte. ¡La movieses como la movieses! Era algo que no encajaba en lo que había sido mi pequeño y ordenado mundo hasta entonces y nadie de los que me rodeaban parecía capaz de darme una explicación razonable del por qué. Así que, yo me esforcé en comprender.

(Se lleva una mano a la frente y finge concentrarse durante unos instantes.)

¡Ah, claro! La brújula demostraba que había fuerzas naturales que no podíamos ver. ¡Oh! ¡Qué maravilla! ¡Un descubrimiento mágico!

— 129 —


A partir de ese momento ya nada volvió a ser como antes. Aquella flechita me marcó la dirección en la que yo quería ir y que ya nunca he abandonado.

(Le da un beso a la brújula y acercándose a la grabadora, la coloca con delicadeza sobre la ella.)

Sí, el deseo por desvelar lo misterioso es el origen del arte y de la ciencia.

(Se dirige a la mesa y de nuevo se pone a buscar algo con lo que encender su pipa. Encuentra otro mechero pero tampoco funciona.) Pobre del que no tenga capacidad para asombrarse. (Pausa.) Si no la tienes es como si estuvieras muerto. Como una llama extinguida... (Tras varios intentos fallidos deja el encendedor e intenta retomar su narración.)

¡Bien! ¿Dónde...? (Pausa.) ¡Ah, sí! Entre mis peculiaridades por aquella época, estaba la de repetir dos veces cada una de las frases que decía. La primera en voz baja, moviendo sólo los labios.

(Articula una frase en voz baja como si fuera un autómata.)

Y la segunda en voz alta: ¡Hola me llamo Albert y tengo dos años! — 130 —


(Pausa.) Lo hacía para asegurarme de que había construido bien la frase pero la gente pensaba que era tonto.

(Ríe.)

Sí, teníamos una criada que me llamaba el bobo.

(Vuelve a pasear por la habitación.)

Además había heredado de mi abuelo Koch una clara propensión a los accesos de cólera. Mi cara se ponía toda amarilla, salvo la punta de la nariz que se quedaba blanca y ya no era capaz de dominarme. En una ocasión, en uno de mis arrebatos, le lancé una silla a la institutriz que con toda su buena voluntad venía para darme las primeras clases de violín. Y claro ya no volvimos a verla por casa. También tenía amedrentada a mi hermana Maja. Un día le arrojé a la cara una bola grande de esas de boliche, que le pasó rozando. Y otra vez le abrí una brecha en medio de la cabeza con un hacha de juguete. (Pausa.) Estas anécdotas, me las ha estado recordando toda la vida, la muy puñetera. Así que es posible que estén un poco exageradas.

(Ríe con malicia.)

Pero a pesar de todas estas reseñables actitudes, tengo que admitir que mi familia me apreciaba. — 131 —


(Pausa.) Lo que en realidad me gustaba de verdad era la música que aprendía en casa y las matemáticas que empezaron a enseñarme en la escuela. La habilidad que tenía en el manejo de estos lenguajes..., ¡ah! y la perseverancia con la que conseguía levantar castillos de naipes de hasta catorce pisos de altura, eran por aquel entonces mis gracias. O como suele decirse ahora, los rasgos más destacados de mi personalidad infantil. Que conste que la mayoría de los niños de mi edad tenían serios problemas para construir castillos de naipes de dos o de tres pisos y yo los hacía hasta de catorce antes de que se desplomaran. Así que como es natural, presumía todo lo que podía.

(De nuevo se acerca a la mesa en otro intento por conseguir fuego para su pipa.)

Por esa época fui atrapado por un fervoroso rapto de fe que me poseyó durante un tiempo impidiéndome comer carne de cerdo, ante la mirada estupefacta del resto de la familia. Éramos judíos pero no practicantes. (Pausa.) Excepto uno de mis tíos que era agnóstico. Pero siempre iba a la sinagoga y cuando le preguntabas por qué lo hacía, él respondía: “¡Ah! Nunca se sabe”. Por fortuna mi periodo místico concluyó pronto, a los doce años, cuando comencé a leer libros de divulgación científica.

— 132 —


(Continúa hurgando entre los papeles de una manera inconsciente, pero se detiene al encontrar unos libros que habían permanecido ocultos.)

Muchas de las cosas que se detallaban en los relatos bíblicos eran insostenibles con unos mínimos análisis científicos. Así que me convertí en un niño escéptico. Sí señor, un auténtico niño escéptico.

(Coge uno de los libros y comienza a ojearlo.)

Además gracias a mi tío Jacob, el ingeniero, tuve acceso a los teoremas de álgebra y de geometría y descubrí mi pasión por resolverlos. (Pausa.) Podría decirse que cambie la religión por Euclides y sus matemáticas. (Cierra de golpe el libro y permanece unos instantes pensativo. Su semblante cambia.)

Pero también descubrí que el sistema con el que se impartían las clases, estaba basado en una pedagogía orientada hacia una especie de respeto enfermizo por la autoridad. Era un sistema destinado a habituar desde muy pronto a los alumnos a la disciplina militar.

(Visiblemente enfadado, pasea de un lado al otro de la habitación.)

¡Ya entonces todo lo relacionado con lo militar me resultaba odioso! — 133 —


¡Cualquiera que sea capaz de sentirse a gusto desfilando a los sones de una marcha militar merece todo mi desprecio! ¡Si tiene cerebro es por error! ¡Le bastaría con tener médula espinal!

(Se acerca a la grabadora.)

¡Bah! En realidad me sentía muy a disgusto en la escuela. Todo se basaba en el miedo, la coacción y la autoridad impuesta. ¡Con eso solo se consigue destruir el gusto por la vida, la sinceridad y la confianza en uno mismo! ¡Ese tipo de educación solo engendra sujetos serviles!

(En ese momento el timbre del teléfono comienza a sonar con estrépito. Muy asustado, Albert huye a esconderse bajo la mesa. Una vez allí, se da cuenta de que las pizarras están llenas de fórmulas matemáticas y arriesgándose a salir a campo abierto corre a borrarlas pero, debido a su nerviosismo, apenas consigue emborronar alguna de ellas. Así que desiste en su intento y se refugia de nuevo bajo la mesa cubriéndose por completo con las ropas hasta que cesan las llamadas. Pasados unos segundos asoma la cabeza y ya más calmado se incorpora llevando en las manos un archivador de oficina, que parece haber encontrado entre el revoltijo de ropas. En el lomo puede leerse: JAPÓN.)

Cuando hace unos días, me fui con precipitación de Princeton, estuve deambulando sin rumbo y no recuerdo cuándo ni cómo llegué hasta aquí. — 134 —


Pero según parece en mi salida precipitada llevaba conmigo este archivador.

(Lo mira.)

Es curioso pero no fui consciente de su presencia bajo mi brazo hasta que estuve dentro de este apartamento.

(Durante unos instantes observa su entorno con extrañeza y a continuación vuelve a concentrarse en el archivador.)

Es uno de los archivadores en los que Helen, mi secretaria, guarda la correspondencia que recibo de todo el mundo y también copia de las cartas que envío, ordenadas por temas y países.

(Mira el lomo del archivador y se muestra sorprendido al darse cuenta de lo que contiene.)

Éste es de Japón.

(Lo abre y comienza a ojearlo. De pronto se detiene y lee con dificultad el epígrafe de una de las carpetas.)

Correspondencia con niños japoneses.

(Sonríe con amarga ironía.)

Qué inconsciente coincidencia. (Pausa.) — 135 —


Si el bobo de Freud se entera de esto, seguro que se relame de gusto.

(Se pone las gafas, extrae una carta y comienza a leerla.)

Octubre de 1930: “He visitado recientemente su hermoso país y he visto sus ciudades, sus montañas y sus bosques y también a los niños japoneses que allí viven y aman a su país. Siempre tengo sobre mi mesa un libro grande y gordo lleno de dibujos en colores hechos por esos niños. Cuando recibáis este saludo desde tan lejos, pensad en que antes de nuestros días en los que los hombres de diferentes países se entienden y simpatizan, hubo un tiempo en el que los pueblos vivían sin conocerse ni poderse comprender. ¡Que el entendimiento entre los pueblos pueda crecer cada día más! Este viejo os saluda, colegiales japoneses, con este deseo: ¡Que vuestra generación haga avergonzarse a la mía”.

(Un casi imperceptible temblor recorre su cuerpo. Arruga la carta hasta hacer con ella una bola y la deja caer al suelo. Ensimismado, arranca del archivador unas cuantas más y las va dejando caer con parsimonia.)

¡ScheiBe! ¡¡Qué mierda de...!! ¿Cuántos de ellos seguirán vivos?

(Entre sus dedos queda una sola carta. La lee.) — 136 —


Yoshiro Ono. 7 años. Hiroshima. “Estimado señor: A los niños nos gusta mucho que nos cuenten cuentos. Son muy divertidos y con ellos aprendemos las cosas de la vida. Yo sé que usted es un gran científico y que la ciencia nos enseña a diferenciar qué cosas de los cuentos son reales y cuáles no. ¿Podría, señor, escribirme un cuento?” (Aparta los ojos de la carta y se queda inmóvil, como congelado en el tiempo. La luz de la habitación adquiere un tono azulado. Al mismo tiempo puede escucharse el sonido de un bombardero en vuelo y acto seguido el chirriante silbido de una bomba cayendo. Tras unos instantes, el archivador comienza a temblar y cae al suelo con estrépito. De inmediato todo vuelve a la aparente normalidad. Albert parece salir de su estado catatónico con una posible solución a lo que está buscando.)

¿Un cuento? ¡Claro, pero cómo puedo ser tan tonto! (Vuelve a sentarse y sin titubear rebobina.) ¡Un cuento! ¡La solución más sencilla, un cuento!

(Dobla la carta, se la mete en el bolsillo, se quita las gafas y le da a la tecla de inicio.) ¡¡Soy un idiota!! (Durante unos segundos permanece pensativo.) — 137 —


El cuento de “El Dodo... perdido” (Pausa.) No, no, demasiado vago. (Rebobina de nuevo y vuelve a comenzar.) “El Dodo”. Un cuento para Lieserl. (La radio, como queriendo acompañar el relato con un fondo musical adecuado, se pone mágicamente en funcionamiento emitiendo la música de la película Gone with the wind (Main title de Max Steiner.) Albert la mira extrañado pero parece aceptar el juego. Carraspea y trata de poner el tono de voz de un narrador de cuentos tradicional.)

“Hace mucho, muchísimo tiempo, decenas de millones de años atrás, una gigantesca bandada de aves, de aspecto muy parecido a las actuales palomas, levantó el vuelo en algún lugar de la costa situado al sudeste del continente africano.

(Se levanta y deambula por la habitación.)

No era un acontecimiento extraordinario el que ese tipo de aves se agrupara por millares, son de costumbres migratorias y les encanta reunirse en gran número para así sentirse protegidas y al mismo tiempo para ponerse al día de los últimos cotilleos de interés plumífero. — 138 —


Pero en aquella ocasión ocurría algo diferente. Nunca antes se habían congregado en una cantidad tan impresionante, ni jamás de los jamases habían ascendido a tanta altura, ni con tal rapidez. ¡Oh! ¿Qué estaba ocurriendo? Sin duda algo las había asustado pero, ¿qué era lo que había provocado una estampida de tales proporciones? (Acercándose a la grabadora.)

¿Algo terrible de origen desconocido? o ¿es que habían decidido mediante una asamblea, a pluma alzada, que puesto que era evidente la escasez de víveres por aquellos lares, lo más sensato era que unos cuantos miles de voluntarios asumieran el riesgo de partir en busca de nuevos parajes con abundancia de árboles frutales con los que llenarse el buche y ramas fuertes para anidar? ¿Eh? (Pausa.) Nunca lo sabremos. El origen real de aquel despegue en masa, seguirá siendo un misterio para siempre.”

(Albert mira a izquierda y derecha, se agacha y le habla a la grabadora en tono confidencial.)

Pero especulaciones aparte, hay quien opina que seguramente fue un cambio súbito de las presiones atmosféricas lo que provocó una potente y repentina turbulencia. Un tifón de inusitada violencia que las pilló desprevenidas y las absorbió. ¡¡Urrsspp!! — 139 —


(Se pone a girar sobre sí mismo haciendo aspavientos como si él mismo fuera un tornado, hasta que considera que el fenómeno está suficientemente ilustrado.)

Causas naturales. Es una opinión.

(Retoma el tono fantástico-narrativo.)

“Durante interminables horas el vendaval siguió soplando inmisericorde.

(Silba imitando el sonido del viento.)

Empujándolas hacia el interior del Océano Índico, sin concederles el menor resquicio que les permitiera regresar.

(Más sonido de viento.)

Ya ni por asomo se divisaba la costa.

(Se pone una mano sobre los ojos oteando el horizonte. Coge del suelo un folio, lo dobla por la mitad y lo bate de arriba abajo imitando el aleteo cansino de un ave.)

Angustiadas, contemplaron cómo allá abajo la gran isla de Madagascar las observaba indiferente mientras la atravesaban en toda su extensión, alejándose cada vez más y más.

(Comienza a volar por la habitación.)

Las horas dejaron de tener sentido y una monótona sucesión de luz y oscuridad, como si se tratara de una danza macabra, les fue mermando la esperanza. — 140 —


(Continúa volando con tristeza hacia la mesa.)

Hasta que con las fuerzas al límite, extenuadas y famélicas, ya casi sin remedio, de una forma tan incongruente como lo fue su partida se sintieron depositadas, esta vez con suavidad, sobre una tierra desconocida que como por arte de magia había surgido de entre la bruma del crepúsculo.

(Aterriza con el folio sobre la mesa y lo arruga formando una pequeña bolita.)

Las náufragas del aire estaban a salvo, al menos por el momento.

(Le da forma al papel hasta que recuerda vagamente a un ave y lo coloca sobre el teléfono.)

Pero tan débiles y macilentas que apenas acertaban a preguntarse: ¿Dónde…, dónde?”

(A la grabadora.)

Pero claro, como es lógico tú querrás saber: ¿Cuántas seguían con vida? ¿Qué peligros desconocidos las acechaban entre las sombras? ¿Qué destino aciago les aguardaba?

(En ese momento la radio cesa la emisión de la banda sonora y de nuevo puede escucharse la voz del locutor.) — 141 —


Voz de locutor “Interrumpimos nuestra selección de temas musicales entresaca-

dos de la película: “Lo que el viento se llevó”, para ofrecerles de nuevo la grabación de algunas de las declaraciones de nuestro Presidente Harry Truman, realizadas a lo largo de las últimas semanas. (Pausa.) ¡Les habla el Presidente de los Estados Unidos de América Harry Truman!”

(Suenan algunas estrofas del himno de EE.UU.)

Voz de Truman “Tengo un anuncio importante que hacerles. Acabamos de lanzar contra Japón, la bomba más potente hasta ahora conocida. Con una fuerza destructiva superior a si hubiéramos lanzado 20.000 toneladas de TNT.

(Albert deja caer al suelo el papel arrugado y dirigiéndose a una de las pizarras, comienza a borrarla.)

El experimento ha sido un éxito extraordinario. La ciudad de Hiroshima ha quedado completamente inutilizada para el enemigo.

(Estrofas del himno de EE.UU.)

El único lenguaje que parecen entender es el que hemos utilizado bombardeándoles.

(Albert continúa borrando el resto de las pizarras.) — 142 —


Cuando uno tiene que enfrentarse a una bestia, hay que tratarla como a una bestia.

(Himno de EE.UU.)

Hiroshima era un objetivo de importancia militar y su bombardeo atómico, ha salvado de hecho decenas de miles de vidas a ambos bandos.”

(En cada una de las pizarras Albert ha ido esbozando, con los residuos dejados por la tiza, la imagen de un hongo atómico. La radio vuelve de nuevo a emitir música. Suenan los compases de “Ool ya koo” interpretado por Dizzy Gillespie. Al oírlos Albert sale de su estado de postración y retoma el relato con energía.) Albert

“Cuando amaneció, tras el lógico desconcierto inicial, la luz del nuevo día les permitió comprobar con alegría que en aquel nuevo mundo no faltaban ricas y nutritivas semillas que llevarse al pico, ni agua en abundancia con la que calmar la sed. Y tras unos días de tensa vigilancia constataron, con mayor alegría si cabe, que en aquella tierra de promisión no existían depredadores, ni nadie que tuviera el más mínimo interés en hincarles el diente. ¡¡Habían llegado al paraíso!! (Pausa.) Y el tiempo se remansó plácidamente.

(Coge un trozo de tiza y se acerca a una de las pizarras.) — 143 —


Así fue como en aquel entorno idílico, sin otras preocupaciones que las de alimentarse y relacionarse entre sí, con tan apenas alguna trifulca esporádica, más que nada para matar el rato, aquellas aves muy parecidas a las actuales palomas, comenzaron a multiplicarse.

(Dibuja una paloma posada en el suelo.)

E iniciaron, en esta ocasión sin moverse del sitio, un nuevo y emocionante viaje. ¡El viaje de la evolución! (Pausa.) Y el tiempo comenzó a ejercer su labor.”

(Se acerca a la grabadora.)

La evolución es un fenómeno digamos muy peculiar. No tiene modelos iniciales, ni tampoco intenciones últimas. Simplemente intenta miles de soluciones posibles al mismo tiempo, todas las que las circunstancias le permiten. Unas tienen éxito y otras no, sólo se conservan las que pueden sobrevivir. “Simplex sigi llum veri”. La simplicidad es el sello de la verdad.

(Retoma el relato de las aventuras del Dodo en la isla con un tono más irónico.)

“El rasgo mas característico de aquellas aves, que ya entre sí comenzaban a llamarse Dodos no era, como si dijéramos, la curiosidad. No les interesaba, por ejemplo, qué ley física provocaba la — 144 —


caída de los cuerpos. Así que, si lo que caía era comestible lo engullían ¡glup! y si no lo escupían ¡peff! Tampoco se preguntaban por el origen de la lluvia o del viento, ni les sorprendía el por qué la luna tenía tanto empeño en alumbrarles por la noche. Ni por supuesto, qué diferencias existían entre algo que estuviese vivo o algo que estuviese muerto. En realidad no perdían nada de su valioso tiempo haciéndose ninguna pregunta. (Pausa.) En esta ausencia de curiosidad, eran muy parecidos a la mayoría de los hombres.

(Se dirige de nuevo a la pizarra.)

Bien, en cualquier caso, si consideramos el aspecto que con el paso del tiempo acabarían teniendo los Dodos, no cabe la menor duda de que en su caso no fue la “mollera”, sino la “molleja” la que determinó el rumbo de su evolución.

(Con una flechita marca sobre el dibujo de la paloma, las partes aludidas.)

Gracias a la abundancia de comida, generación tras generación, fueron ocupando todas las islas cercanas y su aspecto fue transformándose. — 145 —


Crecieron hasta alcanzar el tamaño aproximado de un pavo grande y su cuerpo fue redondeándose como un saco lleno a rebosar.

(Va ilustrando gráficamente la evolución física de las aves.)

Algunas de ellas alcanzaron incluso la envergadura de un cisne. (Pausa.) Pero en realidad podría decirse que eran la antítesis de la elegancia. Su cabeza, gruesa y sin plumas, estaba solo cubierta de piel hasta más o menos la mitad. (Dibuja la cabeza con detalle.) Esto les daba una curiosa apariencia, como si llevaran puesta una capucha. Su pico era enorme y ganchudo, fuerte para poder abrir todo tipo de semillas. Tenían las patas cortas y anchas, no muy apropiadas para moverse con rapidez.

(Dibuja sus patas.)

De modo que si por alguna rarísima circunstancia se veían en la necesidad de salir corriendo, su abundante anatomía rozaba con el suelo haciéndoles rebotar sobre su gorda panza, como si fueran balones de playa.

(Con un breve recorrido por la habitación, botando como un balón de playa, muestra la torpeza de sus movimientos.) — 146 —


¡Tumba, tumba, tumba! (Pausa.) Su carácter también mutó. Se volvieron más, digamos, individualistas y perdieron la capacidad de volar”.

(Deja la tiza y sopla sobre el polvillo blanco que tiene en los dedos.) ¡Ah! ¡Volar! ¡Alzarse! ¡Elevarse! Son tantas sus connotaciones poéticas. ¡La libertad de poder surcar los cielos atravesando los grandes espacios abiertos! ¡Ah! ¡El tiempo vuela!

(Comienza a girar lentamente sobre sí mismo siguiendo los compases de la música. La canción termina y Albert se detiene. En ese momento, por su mente parece cruzar una imagen que se aleja de lo que ha estado describiendo.)

¿Sabías que un hombre cayendo desde un edificio de considerable altura, deja de sentir su propio peso? (Pausa.) ¿Eh? No, esto no tiene nada que ver con lo que…

(Sorprendido por sus propias palabras, tarda unos segundos en reaccionar.)

¡Ah, sí! Las alas para volar. — 147 —


(Pausa.) En realidad la evolución desarrolló las alas porque permitían huir con más rapidez de un peligro inminente. Podría decirse que las alas son una consecuencia del miedo.

(Coge otra tiza y continúa dibujando.)

“Así que, sus alas fueron disminuyendo de tamaño hasta quedar reducidas a muñones y también su cola se transformó en un vistoso plumero de adorno.

(Terminado el dibujo del Dodo, parece entrar en un estado de confusa euforia.)

¡Sí, los Dodos habían olvidado el significado de la palabra miedo! ¡Habían descendido a aquella tierra prometida para quedarse! ¡El mundo les pertenecía!”.

(La radio empatizando con el estado anímico de Albert enloquece saltando de una emisora a otra, como si buscara un tema musical adecuado, hasta dar con la canción de Papageno de La Flauta Mágica de Mozart. Albert coge una manta de debajo de la mesa y se la pone cubriéndose la cabeza. Continúa buscando y encuentra un paraguas con el que simula el cuello y la cabeza de un Dodo sui géneris. Con ese aspecto improvisa una coreografía de Dodo feliz, al mismo tiempo que emite de vez en cuando el sonoro graznido del Dodo en celo.)

¡Dódo! ¡Dóooodo! ¡Dódo! — 148 —


(Recorre la habitación saltando al ritmo de la música mientras picotea aquí y allá con la empuñadura del paraguas.)

¡Dódo! ¡Dóooodo! ¡Dódo!

(Cuando la canción concluye, comienza a escucharse una sonata de violín del mismo Mozart. Albert se detiene jadeante y asoma la cabeza. Se acerca al aparato de radio y permanece unos instantes a su lado escuchando en silencio.)

¿Sabes? Muchas veces sueño despierto con música. Y me imagino que soy capaz de ver mi vida en clave musical. (Pausa.) ¡Es el lenguaje de los Dioses! (Pausa.) ¿Sabías qué la música y las matemáticas tienen una estructura muy parecida? (Pausa.) Es posible que algún día, a través del lenguaje matemático podamos entender el universo en toda su grandiosidad. (Pausa.) ¡Es maravillosa! Tiene que haber existido desde siempre, esperando que alguien, algún privilegiado, la descubriera. (Pausa.) ¡Tan hermosa, tan pura! (Pausa.) Sí, no cabe duda, Mozart logró desentrañar la belleza interior del Universo. — 149 —


(Deja caer la manta y con los ojos entornados imita los movimientos de un violinista usando como instrumento el paraguas. Pasados algunos compases parece salir del trance, fija su mirada en la grabadora y se acerca a ella.)

Para mí sólo hay otra cosa que pueda compararse con esto.

(Saca de su bolsillo la pipa y se la lleva a la boca. Dirige una mirada suspicaz a la grabadora y a continuación otra a su pipa. Comprende que puede haber dado lugar a una confusión y niega con la cabeza, sonriente.) ¡Navegar! (Se sienta en la silla. Parece más seguro de sí mismo como si la música hubiera producido en él un efecto apaciguador.)

Yo tenía un bote cuando vivía en Europa, era de caoba y tenía una pequeña cabina y un baño. Se llamaba Tummler. En cuanto soplaba el viento, corría a izar la vela y me lanzaba a prolongados paseos por el lago. Entonces era como si formara parte de la naturaleza.

(Abre el paraguas y lo coloca como si fuera una vela.)

¡El vagabundo del viento! El viento me hacía sentir como si fuera Ulises, maniobrando al límite de los arrecifes, fuerte y decidido, imprudente y temerario. No conozco el código de navegación, ni siquiera sé nadar, pero jamás he sentido el menor miedo a bordo de un velero. — 150 —


(Sonríe y de manera inconsciente se pone a buscar en uno de los bolsillos del pantalón. De él saca una caja de cerillas.)

En ocasiones, te imaginaba sentada frente a mí, riéndote a carcajadas cada vez que cometía alguna imprudencia al hacer un viraje y estábamos a punto de caer al agua.

(Cierra el paraguas y lo deja en el suelo. De la caja de cerillas saca la única que contiene.)

Te imaginaba mirándome con unos ojos enormes y profundos, y una sonrisa de niña pícara en los labios, mientras yo me enredaba en todo tipo de especulaciones sobre cuál podría ser la mejor manera de exponer con claridad mis visiones. Te imaginaba como me hubiera gustado que fueras… Lieserl.

(Enciende la cerilla.)

Mi niña… (Pausa.) A la que nunca llegué a conocer. (Pausa.) A la que nunca llegué a ver. (Pausa.) Ni siquiera una sola vez.

(La radio enmudece. La cerilla, al consumirse, le quema la yema de los dedos.) — 151 —


No sé… cómo explicarte... por qué.

(A pesar de su evidente angustia, se esfuerza tratando de encontrar algún argumento que le sirva para poder explicar a Liserl los motivos que le impidieron llegar a conocerla.) Éramos muy jóvenes, no estábamos casados, mi familia y con especial encono mi madre, se oponían a aceptar a Mileva, incluso antes del embarazo. Su viaje a Serbia para que nacieras con su familia, mientras yo permanecía en Berna amarrado a mi primer trabajo en la “Oficina de Patentes”. El trabajo que irónicamente nos iba a proporcionar a los tres un futuro juntos. Todo tan vertiginoso.

(Se lleva las manos a la frente. A continuación se levanta y deambula de un lado a otro de la habitación, como un sonámbulo.)

Pero, al cabo de unos meses, Mileva, tu madre, volvió… sola. Y tú te quedaste allí, de momento. En aquel lugar al que yo nunca fui a buscarte. Allí, para siempre. (Pausa.) Hicimos un pacto.

(Se lleva un dedo a los labios)

¡¡Ssshhh!! Para siempre. — 152 —


(Pausa.) De nada sirvió nuestro posterior matrimonio, ni el tener otros dos hijos. Estos, claro está, a la luz del día. Ahora sé que ya todo estaba contaminado. Lo que siguió fue como una pantomima cruel con la que aparentábamos disfrutar, hasta que acabó convirtiendo nuestra vida doméstica en un esperpento. Reconozco que poco antes de nuestra separación llegué a tratar a tu madre, a la que tanto había amado, como a un empleado molesto al que no se puede despedir. Le hice firmar un papel en el que le prohibía que me dirigiera la palabra si yo así se lo pedía. Y también que no esperara de mí ningún cariño, ni me hiciera ningún reproche.

(Se vuelve de espaldas y se cubre la cara.)

Así que… hui a refugiarme, definitivamente, en la física.

(Durante unos segundos permanece en silencio. Cuando se da la vuelta, el tono de su voz y su expresión son fríos como las de un autómata.)

Entre la multitud de cosas que embarullan la mente y distraen de lo esencial, hay que seguir siempre la pista de lo fundamental y dejar todo lo demás. Todo lo demás.

(De nuevo se lleva el dedo a los labios.)

¡¡Ssshhh!! — 153 —


(Dirigiéndose a la mesa, se pone a ordenar los papeles y mira de soslayo la grabadora.)

Lieserl…, nunca me he llevado bien con las palabras. No manejo ningún idioma escrito o hablado con el que me sienta capacitado para transmitir con precisión lo que me emociona.

(Comienza a amontonar hojas de papel.)

Mi cabeza…, mi pensamiento, funciona con imágenes más o menos claras y con juegos de asociaciones que luego tengo que traducir para que los demás puedan entenderlas. Imágenes que en ocasiones me han llevado a visitar lugares… sorprendentes. (Pausa.) La imaginación es más importante que el conocimiento. (Pausa.) Siempre he tenido que calmar mi angustia buscando en las estrellas lo que mi torpeza me negaba en la tierra.

(Con un montón de papeles en las manos se dirige hacia el centro de la habitación.)

De niño me preguntaba muchas veces: ¿Qué pasaría si pudiera alcanzar corriendo un rayo luminoso? y ¿qué pasaría si pudiera montarme a caballo sobre él? Pues bien Lieserl, un día en mi refugio... ¡conseguí cabalgar sobre un rayo de luz!

— 154 —


(Con un fuerte impulso, lanza los papeles hacia lo alto. En este momento la luz vuelve a adquirir un tono azulado. Se escucha el motor de un bombardero volando y el silbido de una bomba que desciende. Cuando el último papel cae al suelo, el irritante sonido del timbre del teléfono vuelve todo a la aparente realidad. Albert, saliendo de su conmoción, se dirige airado al aparato y lo descuelga con violencia.)

¡¿Quién es?! ¿Qué es lo que quieren de mí? ¿Por qué no me…? (Pausa.) ¿Elsa? ¿Elsa eres tú? Te oigo muy lejos. ¿Seguro que eres tú? (Pausa.) Claro que reconozco tu voz, pero tú estás... (Pausa.) Sí, sí. ¿Cómo has sabido dónde…? (Pausa.) Sí, lo sé, tienes toda la razón, no debí marcharme de esa manera, lo comprendo. (Pausa.) ¿¡Qué!? ¿Pero qué estás diciendo? No, no estoy con ninguna mujer. (Con una mano tapa el auricular y le hace a la grabadora un gesto de silencio cómplice.)

Es Elsa, mi prima... y mi segunda mujer.

(Se encoge de hombros.)

Me volví a casar. — 155 —


(Vuelve a la conversación telefónica.) No, no voy a decirte dónde estoy porque ya lo sabes. ¿De dónde si no has sacado este número de teléfono? (Pausa.) No, no quiero saber quién te lo ha facilitado, ya sé que me vigilan. Lo que siento es que te estén utilizando para sonsacarme. (Pausa.) ¿Qué? ¿Que, qué es para mí el matrimonio? ¿Pero qué clase de pregunta es esa? (Pausa.) No, no, no te pongas a llorar. (Pausa.) Ya sabes que para mí el matrimonio es un intento fallido de hacer que un accidente se convierta en algo duradero. (Ríe irónicamente.)

¿Pero por qué lloras? (Pausa.) No, no digas eso, sabes de sobra que siempre he sido un marido mediocre y que siempre he necesitado a alguien a quien amar, si no mi vida sería un desastre.

(Se da media vuelta intentando evitar que Liersel lo escuche.)

Y ese alguien eres tú, Elsa. — 156 —


(Pausa.) ¿Cómo quieres que esté? Desde hace unos días tengo la extraña sensación de que sólo soy capaz de comunicarme con muertos. (Pausa.) No llores, si lloras no vamos a poder continuar hablando. (Pausa.) ¿Te acuerdas del chiste en el que se encuentran un alemán y un austriaco durante la Primera Guerra Mundial? (Pone acento alemán.) “Nuestra situación es seria, pero no es desesperada”, dice el alemán. Y el austriaco le responde... (Pone acento austriaco.) “Pues la nuestra es desesperada…, pero no es seria.”

(Ríe tratando de animar a Elsa.) Sí, sí, estoy en un apartamento... en Manhattan y no me preguntes por qué, ni siquiera sabría decirte cómo llegué hasta aquí. Sólo sé que jamás en mi vida había sentido una vergüenza tan profunda, que me obligara a apartarme así del resto de los hombres y en especial de aquellos a los que por confianza podía mirar a la cara. Nunca me he sentido tan desarraigado de la gente como ahora. En ningún lugar queda nada con lo que me pueda identificar. — 157 —


Todo es brutalidad y mentiras. Las personas honradas son una minoría si esperanza. (Pausa.) ¿Y qué? ¡Me importa un rábano lo que estén diciendo de mí en la prensa! (Pausa.) ¡Por supuesto que sí! Siempre me he sentido libre, tan libre que toda autoridad, salvo la razón, me parece ridícula. (Pausa.) ¡No, no quiero ser razonable, cuanto más razonable intento ser más irracionalidad provoco! (Pausa.) ¡Sí, claro! ¡Todo el mundo parece conocerme y da a entender que conoce mis trabajos, pero nadie los entiende! Qué sabrán ellos de mi vida, de lo que significa emplear años y años buscando en la oscuridad una verdad que sientes pero que no puedes expresar. Eso es algo que sólo pueden entender los que lo han experimentado..., solamente ellos. (Pausa.) Ya he intentado explicarme de una manera sencilla y admito que he fracasado. ¡Pero no me resigno a que en mi nombre se autorice todo tipo de imbecilidades, ni de barbaridades! (Pausa.) Sí claro, todos somos unos ignorantes, pero no todos ignoramos las mismas cosas. La gente sólo cree lo que le resulta fácil de creer. — 158 —


(Pausa.) ¿Qué? (Pausa.) ¡Todos somos culpables! ¡Por asociación, por odio o por indiferencia! (Pausa.) ¡No, no pienso volver! ¡Mi laboratorio está bajo mi sombrero! (Pausa.) ¿Ah, sí? ¡Pues respóndeles de mi parte que todo lo que se puede comprar con dinero, no vale nada! ¡Estúpidos!

(Se retira el auricular de la cara.)

¡Sólo hay dos cosas infinitas, el Universo y la estupidez humana!

(Vuelve a hablar por el teléfono.) Sí, claro que te echo de menos, sobre todo tus guisos. No, no llores, es una broma. (Pausa.) ¿Qué? (Pausa.) No, tan apenas duermo, estoy obsesionado con la historia de los Dodos y no… (Pausa.) — 159 —


Sí, los Dodos. ¿Recuerdas aquel cuadro que nos enseñaron en el museo de Oxford? (Pausa.) Sí, eso es y lo que te impresionó la historia que nos contaron, sí. (Pausa.) ¿Cómo? (Pausa.) ¡Ah, sí! “Dead as a Dodo”. “Muerto como un Dodo”. (Pausa.) Sí, ya sé que te impresionó mucho. Pues al parecer también a mí, porque desde hace unos días mi cabeza está llena de esos pájaros. Además, en cuanto consigo conciliar el sueño me asaltan todo tipo de pesadillas sin sentido, que permanecen nítidas en mi cabeza mucho tiempo después de haber despertado. No sé lo que me... (Pausa.) No, Elsa, no es el momento, ahora no tengo ganas de... (Pausa.) Está bien, pero sólo uno y a cambio prométeme que vas a dejar de llorar. (Pausa.) Bien, eso es, siéntate y suénate. (Pausa.) Eso es, muy bien.

(Mira la grabadora, tapa el auricular y se encoge de hombros.) — 160 —


Vamos a ver: En el último sueño que recuerdo, me encontraba paseando por Central Park a la caída de la tarde y apenas divisaba alguna que otra persona en la lejanía. De pronto, una fatiga... “gris”, me aconsejó sentarme en un banco, lo hice y al levantar la vista ya no quedaba nadie en el horizonte. Una especie de cálido sopor me invadió haciéndome perder la conciencia, pero desperté bruscamente a causa de un fuerte golpe en la nuca y supe, sin el menor atisbo de duda, que era a consecuencia de que alguien me había robado... el cerebro y los ojos. ¡Imagínate!

(Ríe histérico.)

A pesar de lo absurdo de la situación, pude captar que a cierta distancia, en un banco situado frente al mío, estaba sentada Mileva.

(Tapa el auricular y se dirige a Lieserl en voz baja.)

¡Tu madre! Estaba seguro de que era ella porque llevaba puesto el mismo vestido del día de nuestra boda.

(Deja el auricular sobre la mesa.) “Han sido unos niños asiáticos”, su voz vibraba en mi interior como un pálpito, “pero es inútil que los persigas, te resultará más cómodo pasarte por la “Oficina de Objetos Perdidos”, ya sabes, la que está junto a la “Oficina de Patentes”. — 161 —


Su propuesta debió parecerme de una lógica aplastante porque al instante me vi subiendo una gran escalinata que daba acceso a un enorme edificio. Una vez en su interior, tras recorrer estancias vacías y pasillos solitarios, di con un funcionario parapetado tras un mostrador, curiosamente su rostro era idéntico al de Roosevelt. Con gran naturalidad me informó de que la sección de cerebros había sido suprimida debido a que, por falta de medios, los cerebros se estropeaban enseguida, pero que por ojos no me preocupara. Le seguí un trecho hasta que se detuvo ante una puerta, como tantas otras, que al abrir me brindó un espectáculo aterrador. Miles de ojos sin dueño fijos en mí, en completo desorden, abarrotaban estantes, cajas, mesas. La voz del funcionario me animaba a que cogiera cualquiera de ellos con tal de que me encajaran en las cuencas, que esa era la práctica habitual.

(Albert sonríe con amargura.)

La naúsea, que no me abandona ni por un momento en estos días tan aciagos, me sacó de aquel lugar de pesadilla para arrojarme a este otro lado de la frontera. Si es que existe.

(Vuele a la mesa y coge el auricular.) — 162 —


Elsa, cuando muera, quiero que incineren mi cadáver y que esparzan mis cenizas en algún lugar secreto. No quiero que mi tumba se convierta en lugar de peregrinación. Y ahora perdóname, pero tengo que terminar una historia.

(Cuelga el teléfono.)

Era Elsa, me enamoré de ella por su carácter jovial. Me cautivó su sonrisa.

(Acaricia el teléfono.)

A Elsa siempre le gustó que compartiera con ella mis sueños. (Pausa.) La vida es... es..., ¿sabes montar en bicicleta, Lieserl? pues la vida es como montar en bicicleta, no puedes dejar de pedalear.

(La radio se enciende de nuevo emitiendo la banda sonora de “Gone with the wind”.)

¡Mira, otra vez la musiquilla de la película!

(Albert le presta atención.)

La misma de antes.

(Mira a la grabadora, vuelve a mirar a la radio y de nuevo a la grabadora.) — 163 —


¡Ah! ¿Quieres saber cómo terminan las aventuras del Dodo, verdad?

(Se sienta.)

Bien, bien, bien: “El dulce sueño de los Dodos acabó el mismo día en el que arribaron a las costas del archipiélago algunos barcos con tripulaciones necesitadas de provisiones. Se había descubierto una nueva vía marítima hacia la India rodeando las aguas de Madagascar. Las bautizaron como Islas Mauricio y a los Dodos los llamaron... Dodos, por el sonido que emitían a todas horas por cualquier motivo.

(Imita el grito del Dodo.)

¡Dódo! ¡Dóoooodo! ¡Dódo! Era el año 1598 cuando los primeros colonos se instalaron en las nuevas tierras. Habían pasado decenas de millones de años desde que aquellas aves, muy parecidas a las actuales palomas, llegaron a las islas. Decenas de millones de años, hasta que acabaron formando una nueva especie, los indefensos Dodos. Pues bien, apenas cien años después ya no quedaba ni un solo Dodo con vida en todo el mundo. Los exterminaron a garrotazos. Según los libros de ciencias naturales, los argumentos que explican su extinción fueron: la irreflexión, la necesidad de carne fresca, la — 164 —


sed de sangre y por último el afán de lucro de los coleccionistas de especies raras. Dicen, esos libros, que los cerdos y las ratas que siempre acompañan a los hombres en toda colonización, también contribuyeron lo suyo destruyendo los nidos y devorando a las crías. Pero lo que esos libros no dicen es por qué los hombres tenemos que comportarnos así. (Pausa.) Cien años de masacre y todos los Dodos de la tierra salieron del tiempo, ¡puf! Para siempre, ¡puff!

(Tras unos instantes apesadumbrado, se levanta y retoma un tono narrativo más vivo e irónico.) Así fue como ocurrió: El último Dodo vivo, totalmente ajeno a la ya irreparable desaparición de su linaje único, se perdió entre la espesura vagando sin rumbo con total despreocupación, hasta dar casualmente con un claro del bosque en donde uno de sus árboles preferidos había descargado por el suelo decenas de sabrosas bayas. ¡Vaya baya¡ Pensó el Dodo, y arrebatado por el embriagador aroma de la fruta se lanzó a disfrutar del tesoro, con tan buen ánimo que, a pesar de engullir a buen ritmo una tras otra las jugosas semillas, su apetito no disminuía y aunque llevaba más de una hora atiborrándose, para él era como si tan apenas hubiera transcurrido un minuto de intenso placer. — 165 —


Y así fue como el Dodo glotón, en su embeleso, no fue capaz de percatarse de cómo algo tibio pero firme le rodeaba el pescuezo, le oprimía con fuerza el gaznate y lo elevaba en el aire provocándole una agobiante asfixia. Pataleó en el vacío un minuto exacto, lo que le costó al cazador romperle el cuello. ¡Crack! Pero su angustia fue... infinita. Hay ocasiones en las que las horas pasan volando como un suspiro y los segundos se convierten en una eternidad. Pero al último Dodo vivo, no le dio tiempo para comprender que todo es relativo”. (Pausa.) Y colorín, colorado, el último Dodo fue disecado”. (En la radio la música es sustituida por el sonido de bombarderos volando y al mismo tiempo se escucha la voz del locutor.)

Voz de locutor “De nuevo con ustedes para ofrecerles algunos testimonios de

excepcional importancia sobre los acontecimientos que en las últimas semanas han conmovido al mundo. (Pausa.) El día 6 del pasado mes de agosto el bombardero Enola Gay lanzó su bomba Little Boy sobre la ciudad de Hiroshima.”

(El sonido de los bombarderos aumenta de volumen para a continuación volver a bajar.) — 166 —


Voz de militar “El lugar del impacto donde se ha producido la explosión de la

bomba atómica se ha desviado unos 168 metros del objetivo, el puente Ainoi. La fuerza de la explosión ha sido el equivalente a 18.000 toneladas de TNT. Se calcula que habrán muerto al instante entre 70.000 y 80.000 japoneses y que otros 70.000 más habrán resultado heridos de gravedad. Los efectos seguirán produciendo bajas debido a la lluvia radiactiva, por lo que se estima que el resultado final pueda llegar a ser de unas 200.000 bajas.” (Sonido de bombarderos.)

Voz de locutor “Tres días más tarde, el 9 de agosto, un B-29 bautizado por la tri-

pulación como el Bock’s car dio tres vueltas alrededor de su objetivo, la ciudad de Kokura, sin encontrar un solo claro que le permitiera un lanzamiento preciso, de modo que se dirigió a la segunda ciudad objetivo, Nagasaki y soltó una bomba de plutonio de 25 kilotones de nombre Fatman.

(Sonido de bombarderos.)

Voz de piloto

“A pesar de la escasa visibilidad y de pequeños problemas técnicos, hemos destruido la mitad de la ciudad y varias montañas circundantes. Se calcula que habremos eliminado a unos 150.000 japoneses entre bajas inmediatas, heridos irreversibles y los que causarán las radiaciones.”

— 167 —


(Suena el himno de EE.UU.)

Voz de locutor “Pasamos a ofrecerles algunos de los titulares y frases más destaca-

bles publicadas en los diarios más importantes de la nación. New York Times: “Toda la culpa la tienen los japoneses, quienes con su crueldad y traición han propiciado lo peor que podríamos hacerles...” The Nation: “Espectacular éxito, nunca se han gastado mejor 2.000 millones de dólares...” Newsweek: “Los japoneses deben elegir entre la rendición y la aniquilación...” Philadelphia Inquirer: “Esos lloricas, gimoteadores y quejumbrosos japoneses...”

(Durante la emisión, Albert ha ido escribiendo sobre cada una de las pizarras su fórmula: E=mc². Cuando ha terminado dirige una mirada a la que contiene el dibujo del Dodo y tras ello, completa la última fórmula añadiendo a las iniciales: Extinción = mente criminal². Lentamente se acerca a la pizarra en la que está dibujado el Dodo poniéndose firmes la saluda marcialmente, mientras continúan sonando los acordes del himno nacional. Cuando el himno ha concluido, permanece en el aire durante unos segundos el ronco sonido de los bombarderos, hasta que es interrumpido por la reiterada llamada de un timbre. Albert saliendo de su ensoñación abandona con rapidez la habitación. Fuera puede escucharse una breve e ininteligible conversación y el sonido de la puerta al cerrarse. Al momento Albert regresa llevando en sus brazos, con dificultad, una enorme caja de embalaje en la que hay impresos algunos caracteres chinos.) — 168 —


Albert Este Chinatown es increíble.

(Deja la caja de cartón en el suelo.)

Hace unos días descubrí en esta misma calle un gran almacén con todo tipo de cachivaches, disfraces y abalorios para la celebración del año nuevo chino. Y se me ocurrió que tal vez ellos serían capaces de confeccionarme lo que necesito para llevar a cabo mi plan.

(Mira a la grabadora y le guiña un ojo.)

Estos días he estado urdiendo un plan.

(Abre la caja y se queda mirando su interior.)

¡Oh! ¡Qué maravilla!

(Saca un par de objetos del embalaje.)

¡Ahá! ¡Patas de Dodo!

(Son unas zapatillas con tres dedos enormes y largos que se prolongan hacia delante y otro grueso y un poco más corto hacia detrás, todos ellos terminados en uñas curvas y córneas. Las zapatillas llevan acopladas una especie de polainas escamosas. Todo el conjunto imita a la perfección las patas de un Dodo de grandes proporciones. Albert las observa entusiasmado.)

¡Es increíble lo bien que lo imitan todo los chinos! — 169 —


(Se quita sus zapatos, se dobla los pantalones hasta encima de las rodillas y se calza las patas ajustándose las polainas. A continuación se pone a caminar por la habitación, vacilante. Poco a poco consigue armonizar el bamboleante paso de un Dodo adulto. Se detiene en el centro de la habitación y señala el teléfono.)

¿¡Quieren que vuelva!? Pues bien, voy a volver, pero no como ellos esperan. Pienso salir a la calle convertido en la gran ave extinta que resurge de sus cenizas. ¡Ya lo creo! Verás como allá abajo se concentran en tan solo unos minutos todos los medios de comunicación de la ciudad. Tan solo tengo que hacer algunas llamadas. ¡Va a ser espectacular! ¡Y quiero que tú vengas conmigo!

(De nuevo el timbre del teléfono se deja oír con desagradable insistencia. Albert, furioso y tropezando en sus propias patas cae al suelo, pero se incorpora y descolgando el auricular, grita con rabia.) ¡¿Pero, por qué no me dejan en paz?! ¡¿Por qué insisten en fastidiarme de esta manera!? ¡Si lo que pretenden es…! ¡¿Qué?! (Pausa.) ¡¿La Casa Blanca?!... ¡No me haga reír! ¡Si lo que pretenden es…! (Pausa.) ¡No! ¡No quiero hablar con nadie que viva en esa casa! (Pausa.) ¿El Presidente? — 170 —


¡Con el único Presidente con el que tengo una conversación pendiente es con Roosevelt y no creo que esté en condiciones de… (Pausa.) ¿Qué? ¡¿Qué en estos días todo es posible?!

(Ríe amargamente.)

¡Ah! Es usted Roosevelt en persona, no me diga. (Pausa.) ¡Oiga usted, Sr. Presidente! ¡Escúcheme con atención! Hace seis años cometí un error imperdonable. ¡Jamás debí haber enviado aquella maldita carta! Pero las circunstancias del momento hacían pensar en que los alemanes estaban muy cerca de fabricar una teórica bomba de uranio de extraordinaria potencia. ¿Comprende? ¡¡Una bomba atómica nazi!! Había que contrarrestar esa posibilidad haciendo avanzar con urgencia los trabajos experimentales que ya se estaban realizando en este país. Pensé que era de vital importancia disuadir a Hitler. ¡En el nombre de la democracia y de la paz, era mi deber informarles de lo que podía ocurrir! (Pausa.) ¿Pero, por qué creen que la mayoría de los científicos que han colaborado en el proyecto “Manhattan” son emigrantes del centro y del este de Europa? — 171 —


¡Todos ellos han sufrido en su propia carne la persecución nazi! Y a pesar de eso, estoy completamente seguro de que no hubieran trabajado en Los Álamos, de haber sabido que iban a terminar con las manos manchadas de sangre. (Pausa.) ¡Ustedes sabían que Japón estaba a punto de rendirse, que era una cuestión de días y aún así han sido capaces de cometer el crimen más nauseabundo de la historia de la humanidad! (Pausa.) ¡¿Y en qué cambian los resultados, si la decisión la han tomado los militares?! (Pausa.) ¡¡Al mundo no lo amenazan las malas personas, sino quienes permiten la maldad!! (Pausa.) ¡Yo soy un humanista, socialista y demócrata! ¿Me oye? ¡Estoy en contra de cualquier totalitarismo, sea ruso, alemán o americano! ¡Odio a todos los dictadores sean de derechas o de izquierdas! Vine a este país en busca de libertad política, de tolerancia y de igualdad ante la ley. Y me he dado cuenta demasiado tarde, de que su gobierno está controlado por una casta de financieros y de militares con una mentalidad muy cercana a la fascista. Ahora comprendo por qué Washington no reconoció al gobierno francés en el exilio o por qué ayudaron a estrangular a la República Española y tantos otros despropósitos en Europa. — 172 —


(Se cubre la frente con una mano.)

¿Qué piensan hacer ahora? ¿Seguir imponiendo su autoridad militar a costa de lo que sea? (Pausa.) ¡Matar en la guerra es tan inmoral como cometer un asesinato común! ¡¡Y ustedes han matado a miles de civiles, mujeres y niños asesinados sin previo aviso, impidiendo que la conciencia del mundo civilizado, si es que todavía existe, evitara el crimen!! ¡¡No sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, pero pueden estar seguros que la Cuarta la harán con piedras y palos!!

(Solloza.)

¡Jamás debí firmar aquella carta! ¡Debería haberme quemado los dedos de la mano con la que la escribí! ¡No me lo perdonaré en la vida…! ¡Basta! ¿Me oyen? ¡¡Basta!! ¡¡Ya basta!! ¡¡Váyase a la mierda Sr. Presidente!!

(Cuelga con violencia y se derrumba sobre la mesa. Durante unos instantes llora con desconsuelo, hasta que su mirada tropieza con un objeto tirado en el suelo a sus pies, que había pasado desapercibido hasta ese momento. Se agacha a recogerlo y lo levanta. Es una — 173 —


marioneta de hilos que reproduce fielmente su propia imagen. Con ella en la mano se dirige hacia la grabadora.)

Mira, Lieserl, papá te ha traído un juguete.

(Levanta el muñeco y poniéndolo frente a sus ojos, lo contempla con sumo interés.)

La compré en el almacén, cuando fui a encargar el disfraz. (Pausa.) Me dijeron que se vendía muy bien.

(Baja la marioneta al suelo e intenta manejarla, hacer que camine, pero se siente incapaz y desiste dejándola con delicadeza sobre la grabadora, como si fuera un regalo para Lieserl. Se dirige a la caja y de ella saca el resto del traje de Dodo. La parte central, el cuerpo, es de una sola pieza y lleva una especie de tirantes para poder colgarlo de los hombros. Tras manipularla descubre que se puede introducir en ella con cierta dificultad. También saca la cabeza del ave con su largo cuello y tras mirarla con aprobación la deja sobre el embalaje.)

Ya verás como va a ser estupendo. Cuando estemos en la calle rodeados de toda esa gente, les gritaré: ¡The Dodo is not dead! ¡¡Síganme!! ¡¡Vamos!! ¡¡Tenemos una cita en la terraza del Empire State Building!!

(Ríe histérico y comienza a intentar meterse en el cuerpo del Dodo.) — 174 —


Imagínate una gran comitiva encabezada por un Dodo gigante, con una niña de la mano, encaminándose por el medio de la calle en dirección a Broadway con la Quinta. Tráfico colapsado, gritos de júbilo, pitidos de cláxones. ¡Ah! ¡Una fantasía propia de la industria de Hollywood!

(La radio se enciende una vez más con el sonido producido por el vuelo de un bombardero. Sobre él, la voz de un locutor emite un comunicado.) Voz de locutor “Señores radioyentes, los últimos informes que han llegado a esta

emisora confirman la presencia de un misterioso avión que, sin haber sido previamente detectado por los radares de defensa, ha aparecido de una manera fantasmal en nuestro espacio aéreo, muy próximo a la isla de Manhattan. Hasta el momento se desconoce el origen del aparato así como sus pretensiones u objetivos.”

(Sonido de bombardero. Albert continúa intentando averiguar cómo puede meterse en el traje.)

Albert

Estoy seguro de que se van a congregar una gran cantidad de periodistas en la terraza del Empire. A esa gente les encanta las ruedas de prensa atípicas.

Voz de locutor “Al parecer, la misteriosa aeronave no responde a ningún mensaje

de radio y por lo constante de su trayectoria, podría decirse que mantiene un rumbo prefijado. — 175 —


Es lógico que este extraño acontecimiento esté dando alas a todo tipo de especulaciones. Entre las que empieza a ganar fuerza, la que apunta a que podría tratarse de un ataque suicida del enemigo. Un kamikaze fuera de todo control”.

(Sonido de bombardero.)

Albert

Así que, los medios de comunicación allí presentes, podrán retransmitir en directo al mundo entero cómo el último “Didus Ineptus” se encarama al pretil más elevado de la ciudad para que todos puedan escuchar su proclama.

(Sonido de bombardero.)

Voz de locutor “No es nuestra intención, provocarles un estado de alarma innece-

sario, nada más allá de nuestro ánimo. Lo más probable es que el objeto volador no identificado sea interceptado por nuestras fuerzas aéreas, que en estos momentos se encuentran en alerta máxima, antes de que llegue a colisionar con alguno de los rascacielos de la gran manzana”.

(Sonido de bombardero. Albert ya ha conseguido embutirse en el disfraz y cogiendo la cabeza de Dodo la mantiene bajo el brazo. Y, con actitud solemne, comienza a hacer una declaración dirigida al público congregado en la terraza del Empire State Building.)

Albert

¡Sí, ya lo ven todos ustedes, el último Dodo, el único que consiguió librarse de los garrotazos de los hombres, sigue vivo! — 176 —


¡Y no sólo mantiene un estado de salud envidiable! ¡Sino que además ha recuperado su capacidad de volar! ¡Y, para más inri, le ha encontrado un sentido a su existencia!

(Se dirige a la grabadora.)

Lieserl, ya verás como cuando diga esto aumentan los murmullos de admiración.

(Continúa con su discurso.)

¡Señoras y Señores! ¡Ante sus atentas miradas, desde la terraza de este fastuoso edificio, la torre más elevada que jamás la mano del hombre ha sido capaz de levantar en su historia, van ustedes a poder asistir al extraordinario despegue de la gran paloma de la paz hipertrofiada! ¡Un salto al vacío con el que dará comienzo la sagrada misión que le llevará a recorrer el mundo entero sin escalas, portando en su pico una gran rama de olivo!

(Mira a la grabadora.)

Entonces tú haces como que me pasas la rama.

(Sonido de bombardero.)

Voz de locutor “¡Nueva York está en peligro! ¿Qué decisión tomar en estos angus-

tiosos momentos? ¿Permanecer en nuestros hogares, rogando a — 177 —


Dios que todo pase cuanto antes o salir huyendo hacia un destino incierto?”

(Sonido de bombardero.)

Albert

¡Éste es un momento histórico! ¡Prepárense para el gran acontecimiento! ¡Tengan listas sus cámaras fotográficas y afinen su puntería si quieren inmortalizar este irrepetible salto! ¡Porque en cuanto mis escamosas patas abandonen este pretil, lo único que podrán ver serán mis posaderas alejándose en busca de su destino final!

(Ríe histérico, emitiendo de vez en cuando el graznido del Dodo en celo.)

¡Dódo! ¡Dóooodo! ¡Dódo!

(Sonido de bombardero.)

Voz de locutor “Comprendemos, queridos radioyentes, que tienen que estar sumi-

dos en la angustia, pasmados ante la incertidumbre y pasando por momentos pavorosos. Tan solo nos queda confiar ciegamente en que las fuerzas armadas que velan sin descanso por la defensa de esta gran nación, sean capaces de tomar la decisión correcta para salvaguardar la vida de sus ciudadanos. Como siempre lo han hecho.”

(El locutor comienza a cantar el himno de los EE.UU. La luz interna del aparato de radio sube de intensidad adquiriendo un aspecto fantasmal. El sonido del bombardero — 178 —


anula el himno patriótico y sigue subiendo de volumen hasta que a su vez, es sustituido por el potente silbido producido por un misil en caída libre. Cuando todo parece indicar que va a producirse el impacto, se hace un silencio absoluto. Albert deja de reírse y musita en alemán una frase apenas audible.)

“Lieserl, mein kind..., verzeih mir bitte”.

(Y como cuando era un niño, vuelve a repetir la frase en voz alta.)

¡Lieserl, hija mía…, perdóname!

(A continuación se baja el cuello del Dodo hasta que cubre por completo su rostro y abre sus alas para dar comienzo al vuelo. La habitación se ilumina intensamente con una luz brillante. Una fuerte corriente de aire sonoro levanta los papeles del suelo. Acto seguido la luz parpadea mientras comienza a sentirse el inicio de una gran explosión. Se produce un oscuro total. En la oscuridad retumba el sonido contundente y prolongado de la explosión de una bomba atómica. Hasta que el silencio se hace definitivo.) FIN

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BIBLIOGRAFÍA Balibar, Françoise. Einstein: el gozo de pensar. Ed. B. 1999. Bodanis, David. E=mc². Ed. Planeta. 2005. Calaprice, Alice. Querido profesor Einstein. Ed. Gedisa. 2003. Carroll, Lewis. Alicia en el país de las maravillas. Ed. Óptima. 2000. Catherly, Claude R. y Anders, Günter. Más allá de la conciencia. Ed. Argos. 1962. Dawkins, Richard. El cuento del antepasado. Ed. Antoni Bosch. 2004. De Closets, François. No digas a Dios lo que tiene que hacer. Ed. Anagrama. 2005. Einstein, Albert. Mi visión del mundo. Ed. Tusquets. 1980. —La teoría de la relatividad. Ed. Alianza. 1973. Einstein, Albert y Freud, Sigmund. ¿Por qué la guerra? Ed. Minúscula. 2001. Frutos, David y Albadalejo, Alicia. Albert Einstein. Ed. Dastin. 2004. Griblin, Jean-François. Historia de un niño retrasado o la vida de Albert Einstein. Ed. Versal. 1984. Highfield, Roger y Carter, Paul. Las vidas privadas de Albert Einstein. Ed. Folio. 2003. Hoffmann, Banesh. Einstein. Ed. Salvat. 1984. Isaacson, Walter. Einstein. Su vida y su universo. Ed. Debate. 2008. Jerome, Fred. El Expediente Einstein. Ed. Planeta. 2002. Ley, Willy. El pez pulmonado, el Dodo y el Unicornio. Ed. Espasa Calpe. 1963. Martín Ramírez, Jesús y Fernández Rañada, Antonio. De la agresión a la guerra nuclear. Ed. Nobel. 2004. — 180 —


Parker, Barry. Einstein. Pasiones de un científico. Ed. El Ateneo. 2005. Robinson, Andrew. Einstein. Cien años de relatividad. Ed. Blume. 2010. Rosenkranz, Ze’ev. The Einstein serapbook. Ed. The John Hopkins. 2002. Seeling, Carl. Albert Einstein. Ed. Espasa-Calpe. 1968 Thomas, Gordon y Morgan Witts, Max. Enola Gay. Ed. B. 2005. Turrión Berges, Javier. Einstein I. Diálogo Galileano. Ed. unaLuna. 2001. —Einstein II. El tiempo propio. Ed. unaLuna. 2001. —Los Papeles de Fantova. Einstein último. Mira Editores. 2005.

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Cartel anunciador del estreno de la obra. 2010 — 189 —


REPARTO

Albert Einstein

Ricardo Joven

FICHA ARTÍSTICA Dirección Carlos Martín Coordinación Alfonso Plou Producción María López Insausti Escenografía Tomás Ruata Iluminación Antonio Fdez. Garza Vestuario Beatriz Fdez. Barahona Caracterización Virgina Maza

Construcción del Dodo

Diseño Gráfico

Lola Ontañón y Tomás Ruata Wad Estudio

Voces Jorge Usón Locutor de radio

Gabriel Latorre General MacArthur Félix Martín Presidente Truman Francisco Fraguas Militar Javier Aranda Piloto

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Invitación para el estreno en París. 2010 — 191 —


Ricardo Joven como Albert Einstein Foto: Marta Moreno — 192 —


El Festival de Danza y Teatro Independientes, Indifestival 2011, organizado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Santander y la sala Escena Miriñaque, concedieron en su sexta edición: El Premio al Mejor Espectáculo a "Einstein y el Dodo" como "ejemplo de teatro de texto, profundo, inteligente, comprometido y con un magnífico sentido del ritmo y de los tiempos dramáticos." Así mismo Ricardo Joven recibió El Premio al Mejor Actor, por su interpretación de Albert Einstein.

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Se terminó de imprimir en las prensas de Sansueña Industrias Gráficas en mayo del año 2011, un siglo después de que Einstein descubriera al Golem a orillas del río Moldava a su paso por Praga


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