Boletín Página al viento-N°16

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Jorge Federico Travieso,

más allá de la espera

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urante el mes de febrero se vieron inauguradas oficialmente las actividades culturales de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. De igual forma, el equipo de la Editorial Universitaria arrancó de lleno con su trabajo para este 2014 que, confiamos, será un año de nuevas y destacadas publicaciones. Con nuestro número dieciséis, Página al viento en esta ocasión ha querido recordar —con nostalgia— a un poeta cuya influencia en las nuevas generaciones de escritoras y escritores continúa vigente: Jorge Federico Travieso. Si bien resulta difícil resumir su trayectoria en un esbozo biográfico, seleccionamos una serie de opiniones de reconocidos estudiosos de la literatura en el país sobre lo que fue su obra. De su poesía ya se ha dicho que es un fino “entrecruzamiento de amor y muerte” y para ello, dejamos una página libre para confirmar con sus versos tal aseveración. Por otro lado, poco se conoce de su faceta como narrador: compartimos el que, según palabras de Jorge Federico hijo, pudo ser el único cuento de su padre, no sin antes recuperar un pequeño estudio introductorio que realizó Eduardo Bähr sobre el mismo. Con todo lo anterior, comunicamos el lugar y la hora de nuestras próximas actividades, junto a otras informaciones de interés. Les recordamos que el objetivo de este boletín es difundir el arte y la cultura nacional y latinoamericana, por lo que pedimos lo distribuyan entre sus contactos. Invitamos a nuestro público lector para que continúe enviando sus comentarios y sugerencias, y que sigan todas las actividades de nuestra Editorial a través de las redes sociales.

En este número:  “Nació cerca del mar y el trópico...” / 2  Jorge Federico narrador / Eduardo Bähr / 4  La torta de Navidad / Jorge Federico Travieso / 6  Poemas de Jorge Federico Travieso / 7

Boletín informativo de la Editorial Universitaria Año III, No. 16 • Febrero de 2014

Universidad Nacional Autónoma de Honduras Ciudad Universitaria, Edificio Juan Ramón Molina Tel. (504) 2232-4772 / 2232-2109 ext. 208 Correo: editorial.univ@unah.edu.hn editorialUNAH @editorialUNAH

Director: Rubén Darío Paz Edición: Suny del Carmen Arrazola Néstor Ulloa Diseño gráfico: Rony Amaya Hernández Mercadeo y publicidad: Tania Arbizú Apoyo logístico: Alejandra Vallejo, Maryori Chavarría


“Nació cerca del mar y el trópico...” J

orge Federico Travieso nació en San Francisco, Atlántida, el 16 de agosto de 1920, y decidió morir a sus treinta y tres años en Río de Janeiro, Brasil, el 8 de junio de 1953 mientras se desempeñaba como agregado cultural de la Embajada de Honduras en ese país. Su obra —publicada póstumamente en 1959 bajo el nombre de La espera infinita, a cargo del teatrista nacional Francisco Salvador— es una poesía de quiebre en el espacio poético hondureño, ya que logra encontrar una voz propia, rompiendo las amarras que la ataban a las estéticas de una tradición modernista que habían echado profundas raíces en la poesía hondureña.

Una pequeña visión crítica Son pocos los trabajos que se han realizado en relación a la poesía de Travieso. Quizá por el hecho de que no siempre se desenvolvió en tierras hondureñas debido a su labor diplomática en el extranjero y su obra, como se ha dicho, se publicó de forma póstuma. Si bien algunos lo incluyen en la generación de la dictadura1 —que abre las puertas a la vanguardia hondureña—, como bien dice Helen Umaña, su poesía “representa un momento neorromántico, liberado de la sensiblería lacrimosa gracias al fino trabajo del verso…” En un pequeño artículo, José Enrique Cardona hace alusión al estudio que la fallecida Azucena Gutiérrez Pacheco escribiera sobre la obra de Jorge Federico, en su libro Lecturas, significado y estilo de varios textos literarios, del año 2006. Cardona nos dice que:

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El poeta durante su estadía en Brasil, 1950. Foto: Colección de José González.

“Al leer este ensayo, entendemos por qué Travieso es un digno precursor de poesía moderna hondureña, y por qué, a pesar de pertenecer a una generación de escritores que no intentaron nuevas formas del decir poético, exceptuando a Jacobo Cárcamo o Claudio Barrera, su poesía aún conserva la fortaleza estética que nos acerca en el tiempo y en las distancias de las lecturas. Y sobre todo nos convence de que aquel universo poético era tensionado desde una fuerte posición existencial que le permitía al poeta abordar el tema de la muerte, o los desasosiegos de una vida solitaria aquejada por el insomnio o el desamor o a las exaltaciones de la falsa vida urbana en contraste con la vida rural. La autora concluye que la poesía de Jorge Federico Travieso iba en tres direcciones: la nostalgia del origen, la nostalgia del pasado y consecuentemente la nostalgia del color.”

El dramaturgo español radicado en Honduras, Andrés Morris, en su momento hizo ver que “…con él comenzó la renovación de la poesía hondureña. En su obra advierte el tránsito de esa mezcla de modernismo y romanticismo que era dueña del ambiente, hacia formas más limpias, menos rítmicas, más melodiosas, expresivas de la gran aportación de Hispanoamérica a la poesía actual”.

Jorge Federico Travieso forjó uno de los mundos poéticos más delicados y consistentes que encontramos en la poesía hondureña del siglo XX.” Helen Umaña

1 En palabras de Roberto Sosa: “1935, año clave para los efectos de la delimitación generacional; este marco temporal circunscribe la llamada generación de 1942. De este modo los nombres de Jorge Federico Travieso, Jaime Fontana y Héctor Bermúdez Milla quedan dentro del círculo de la generación de la dictadura.


La poesía de Jorge Federico Travieso es la representación de una actitud existencial… Contiene una muestra trágica de dolor, muerte, angustia y tristeza. Podemos hablar de un tragedismo individual, que nace de su vitalidad angustiosa.” Galel Cárdenas

Salvo algunos artículos y menciones, la obra de Jorge Federico Traviesa aún no se ha revisado de forma concienzuda: la historia, en algunos casos, puede ser injusta. Sin embargo, esto posibilita el abordaje de una poesía cuyo valor sigue vigente y —directa o indirectamente— forjó parte de la base de nuestra tradición poética contemporánea.

Bibliografía consultada Argueta, Mario (2004) Diccionario de escritores hondureños. Tegucigalpa: Editorial Universitaria. Cardona Chapas, José Enrique (2013) “La obra crítica de Azucena Gutiérrez Pacheco” en La Tribuna, 17 de marzo. Disponible en: http://www.latribuna. hn/movil/2013/03/17/la-obra-critica-de-azucena-gutierrez-pacheco/ Paredes, Rigoberto y Salinas Paguada, Manuel (1987) Literatura hondureña. Selección de estudios críticos sobre su proceso formativo. Tegucigalpa: Editores Unidos. Umaña, Helen (2006) La palabra iluminada: el discurso poético en Honduras. Guatemala: Letra Negra Editores.

Manuscrito de Jorge Federico Travieso. Foto: Colección familiar de Jorge Federico Travieso h.

Su estilo es el de la confidencia; su voz la de un poeta que iba de prisa por la vida; su queja era muy honda… Honduras perdió en él uno de sus poetas más promisorios.” Rafael Heliodoro Valle

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Jorge Federico narrador

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Eduardo Bähr

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ste cuento breve de Jorge Federico —hasta ahora inédito2— es, por varias razones, un pequeño tesoro. Según Jorge Federico hijo, también poeta, es probablemente el único ejemplo de narrativa que dejó su padre, detalle que decide su especial valor. Pero si esto no resultara exacto, el mismo cuento tiene en sí los elementos necesarios para hacerlo valioso. A partir de una pequeña cuestión de dignidad —comportamiento del ser humano frente a la dolorosa humillación del hambre—, Jorge Federico dibuja un precioso mosaico psicológico con personajes arrancados del prototipo por el contraste de sus acciones. Un vendedor que destruye su pequeña escala de valores, la aplicación comercial al comportamiento cotidiano, frío y objetivo; la empírica intención del convencimiento para lograr el objeto de su “profesión”: vender una torta de Navidad, que termina regalando por un arranque de caridad. Un estudiante pobre “que son los que le dan nombre al gremio”, momentáneamente vencido por la relación sentimental que se establece entre el recuerdo maternal y la inmediata mordida del hambre diaria. Y, de esta antítesis, un regreso a la dignidad heroica, sin testigos, solitaria, tal como habrá sido la dignidad del autor en momentos de semejanza fáctica. El cuento tiene una densidad humana lograda por el estudio psicológico de los personajes. La cuestión del espacio es un problema resuelto en el primer párrafo con la rapidez de una cámara fotográfica, técnica moderna que no deja de contrastar con la factura clásica general del cuento. El tiempo, casi el tiempo de Chejov en su teatro de la aristocracia campesina rusa, tiene apenas un par de referencias, una de ellas de precisión y alarde técnico insospe-

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chado: “Las calles se agitaron un momento por el desfile precipitado de los trabajadores (…) un minuto después las calles estaban solitarias”. No dudamos que Jorge Federico, dueño de una cultura sólida, conociera el tratamiento que los narradores realistas rusos le daban a los temas psicológicos. Tampoco dudamos que la más importante narrativa de los años cuarenta —Horacio Quiroga, por ejemplo— fuera asimilada por el poeta. Pero el tratamiento de los personajes es, sin restricciones, el logro definitivo del cuento. Para evitar esa periferia del tema del hambre que colinda con la cursilería de los narradores de folletín, el autor envuelve su intención en un fino humor, atenuante: los “autógrafos” de los gatos del vecindario; las narices “ansiosas”; la descripción —una especie de autodescripción— del estudiante y la frase coloquial e infiltrada que le da vida al tipo esencial de dignidad con la que el estudiante quiere ocultar su indigencia. De aquí surge la dimensión de este personaje, emparentado, por mucho de su recelo, con aquel extraordinario hidalgo del Lazarillo, que usaba un mondadientes para hacer creer que había comido, mientras escudaba el dolor de su hambre en una dignidad ejemplar. Y el lenguaje, esas frases que hablábamos, lleno de sugerencias, como cuando el estudiante toma contacto directo —el hambre físicamente acicateada— con la torta de Navidad y el autor-narrador nos dice que “la examinó como tratando de encontrarle algún defecto”. O cuando el personaje quiere cubrirse de aristocrática indiferencia y dice de la torta con mucho desplante: “Tiene buena cara”. Y el detalle patético: “Se quedó con ella en una mano mientras el silencio se hacía largo y embarazoso,

con la otra revolvió disimuladamente el bolsillo sin esperanzas, esta vez, sin bostezar, los ojos se le habían humedecido”. Y el poeta que se le escapa de pronto al narrador: “…volviendo a tomar la torta como si fuera un espejo”. Y muchas cosas más que saldrían en un estudio más largo tiene este breve cuento de Jorge Federico, probablemente el único que escribió, en donde el autor, pese a su distanciamiento profesional, no puede dejar de mostrar algunos de sus mejores valores poéticos: su profundo amor al ser humano sin recurrir al prototipo; la firmeza del carácter y la trascendencia de las acciones. Y, sobre todo, una magnífica capacidad para matizar de poesía un tema que podría, en otras manos, deslizarse hacia la cursilería, hacia el tratamiento sentimental del folletón telenovelesco al que son tan “dados” algunos de nuestros narradores actuales.

El cuento tiene una densidad humana lograda por el estudio psicológico de los personajes. La cuestión del espacio es un problema resuelto en el primer párrafo con la rapidez de una cámara fotográfica, técnica moderna que no deja de contrastar con la factura clásica general del cuento (…) No dudamos que Jorge Federico, dueño de una cultura sólida, conociera el tratamiento que los narradores realistas rusos le daban a los temas psicológicos.”

* Este artículo fue publicado en la sección cultural de diario Tiempo, el 15 de noviembre de 1977. 2 Para la fecha en que se escribió este artículo: 28 de agosto de 1977.


La torta de Navidad

Jorge Federico Travieso

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l estudiante se asomó a la barandilla de hierro que enjaulaba la casa y que en otro tiempo defendiera un jardincillo del que solamente quedaban pequeños troncos, uno que otro brote rebelde a la sequía y al descuido y montículos piramidales como otros tantos autógrafos de todos los gatos del vecindario. Un reloj dio las doce del mediodía como para recordarle al sol que era tiempo de alumbrar recio, pero el día siguió nublado y frío; las calles se agitaron un momento por el desfile precipitado de los trabajadores que marchaban unidos por un solo ideal, concreto y reconfortante: el almuerzo. Fue algo rápido y cinematográfico, un minuto después las calles estaban solitarias.

El estudiante bostezó largamente, tanteó en los bolsillos una moneda imaginaria y volvió a bostezar mientras sus ojos se humedecían. Un vendedor ambulante se perfiló en la calle solitaria, traía una cesta bajo el brazo y caminaba balanceándose pesadamente como un viejo pato satisfecho, al pasar frente a la barandilla extrajo su flamante sonrisa comercial y la extendió frente al estudiante, al tiempo que decía: —Mire, tiene usted suerte, la última que me queda.

Hasta las narices ansiosas del otro ascendió un olor tibio de pan recién horneado, un olor que podía subdividirse: almendras y nueces tostadas,

pan tierno en el centro y pan dorado en las orillas, azúcar y pasas; en conjunto, un delicioso olor a torta de Navidad que hinchó los pulmones del estudiante y le contrajo el estómago dolorosamente. El estudiante tomó la torta en la mano huesuda y larga, la examinó como tratando de encontrarle algún defecto y luego aspiró el perfume con fruición mientras se la aproximaba a la nariz. Luego, tornó a ponerla en la cesta que el vendedor mantenía debajo del brazo, todavía la contempló un momento: —No —dijo— ahora no. Quizá mañana, si pasa usted. —Es la última que me queda —explicó el vendedor– mañana no sacaré más. ¿Sabe usted? No es negocio, los materiales están caros, demasiado caros. —¿Usted las hace? —preguntó el estudiante, que había vuelto a tomar la torta. —No —dijo el otro—, mi mujer. —Tiene buena cara —dijo el estudiante—. Mi madre acostumbraba mandarme una cada Navidad… Pero de eso hace mucho tiempo, la perdí hace cinco años. Desde entonces no he vuelto a probarlas, bueno, quiero decir que no las he probado tan buenas. Esta me parece que es igual, debe ser la misma receta.

El vendedor se acomodó en la barandilla, decidido a continuar la plática. Tomó la torta de las manos del estudiante y la colocó en la cesta con un ademán que indicaba que había renunciado a la venta, pero no a la conversación. Ciego comiendo, 1903, óleo sobre lienzo. Pablo Picasso

—¿Usted es estudiante? —preguntó.

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El otro hizo un signo afirmativo y se miró la indumentaria de pobretón y descuidado. No había necesidad de ser muy agudo para descubrir que lo era: los anteojos sobre las cuencas hundidas, la corbata que no llegaba nunca a establecer contacto con el cuello, el cuello que no cerraba, la flacura, la manera de hablar, la nostalgia de la familia retratada en cada palabra… Sí, era un estudiante, era un estudiante pobre, que son los que le dan nombre al gremio. —Yo estudié antes de venir aquí, son los mejores años. Es verdad que se pasan dificultades, pero, ¡qué diablos! Daría cualquier cosa…

La conversación se alejaba de la torta y el estudiante se apresuró a volver a ella: —¿A cómo las vende? —preguntó señalándola. —A dos cincuenta, pero siendo la última puedo dejársela en dos veinticinco… vamos, quédese con ella, si es cuestión de dinero mañana pasaré recogiéndolo.

los alimentos —dijo mintiendo y volviendo a tomar la torta como si fuera un espejo. —Se la dejaré en dos. —Ahora no, francamente, estoy un poco escaso de fondos —confesó mientras olía la torta con mayor entusiasmo. —Otra vez le compraré.

Se quedó con ella en una mano mientras el silencio se hacía largo y embarazoso, con la otra revolvió disimuladamente el bolsillo sin esperanzas, esta vez, sin bostezar, los ojos se le habían humedecido. —Iguales a las que hacía mi madre… —dijo, soltándola al fin en la cesta, como un pájaro—. Otro día le compraré. —Y puso en la cara la señal de despedida, pero no se movió. —Bueno —dijo el vendedor— quizá me decida a hacer más entonces…

Dieron las doce y media.

Pero no continuó: una lágrima se había resuelto a rodar y bajaba por la mejilla del estudiante, que la limpió nerviosamente y ensayó una sonrisa.

—No, no es eso, seguramente han comprado en la casa donde tomo

—Hasta luego —dijo el vendedor, y estuvo a punto de cruzar la calle por

la cual avanzó dos pasos, entonces, sacando la torta de la cesta y con la cabeza baja giró sobre sus talones y se llegó hasta la barandilla: —Mire —dijo— no quiero caminar más. Acéptela como regalo de Navidad, después de todo…

Y se alejó rápidamente. —Gracias —dijo el estudiante para sí mismo, porque ya el otro no lo oía. Entró en su pequeño cuarto, frío y triste, puso la torta sobre la mesita de noche, una ola roja y caliente le subió por el cuello y le floreció en la cara. Se tendió de espaldas en la cama —que protestó con todos sus resortes desvencijados— y sollozó largamente con los ojos puestos en el techo. La nuez de Adán le subía y le bajaba desesperadamente.

La torta permaneció en la mesita toda la noche y todo el día siguiente, cuando la mujer entró para hacer el aseo, una mañana después, preguntó viendo la torta y con una lejana esperanza: —¿Y esto? —Puede llevársela —contestó el estudiante.

¡Disponibles en la Editorial Universitaria! Diez poemas de Jorge Federico Travieso Una selección de textos de Jorge Federico Travieso, donde se podrán reconocer la esencia y las características torales de su poesía: la inclinación existencial y romántica por la vida y la muerte, junto a esa mezcla de amor por la patria, la soledad y el ser humano.

Dos grandes latinoamericanos Karla I. Herrera

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Esta publicación recoge dos estudios acerca de la obra de Pablo Neruda y Octavio Paz; de este último, un ensayo del poema Piedra de sol, obra maestra de Paz, desde una visión estético-antropológica y un análisis de la significación poética de las imágenes más recurrentes entre versos.


Canción de la espera infinita

Brassavola

Pesa a veces la vida y el hombre desespera. Pesa el pesar y pesa la vida que no fue. La esperanza musita: espera, espera, espera y el corazón cansado responde: ¿para qué?

Yo te conozco, pálida en la atmósfera de esta Honduras feraz de poesía, sostenida en el aire por la luna de largos dedos finos, por la luna y el aire que te quieren y te rodean y te ciñen en las cálidas noches de mi tierra grande de amor, feraz de poesía.

¡Cuando yo sea grande! Oh, frase verde y fresca que florece en los labios cuando principia abril. ¡Cuando yo sea grande! espera, espera, espera, y la niñez se pierde prendida al porvenir. ¡Cuando tenga dinero! ¡Cuando ella me sonría! ¡Cuando lleguen las glorias por caminos de ayer! ¡Cuando tenga el secreto de la muerte y la vida! ¡Cuando Dios me visite tras un atardecer! Y las cosas que llegan ya no tienen aroma, el corazón cansado pregunta: ¿para qué? Espera, espera, espera, la esperanza pregona y otra vez nos ponemos a esperar y a creer. Mas un día se hiela la canción en la boca, la esperanza no tiene ni aguijón ni poder. El amor está lejos como estrella en derrota, y Dios está lejano como sol por nacer. Erguido ante el poniente el corazón enreda su pregunta de siempre: ¿Para qué? ¿Para qué? Y musita la muerte: espera, espera, espera ¡Y otra vez nos ponemos a esperar y a creer!

Patria: nostalgia del color ¡Ah! No me deis estos cipreses mustios, estos abetos pálidos y grises, este sol que rastrea por las hojas y tirita sin fe sobre los líquenes: Dadme un pinar, azulidad y flautas, dardeando recio por los soles místicos, un pinar de esmeralda en que se crucen como arco iris, guacamayos indios. ¡Ah! No me deis los nórdicos océanos, color de plomo al mediodía triste, mares de luto en que la niebla arrastra su melena de sombra por el límite: Dadme mi mar, azul como mi cielo, blanco de alas, púrpura de picos, mis islas verdes, mis espumas albas ¡Dadme a Honduras, magnífica y terrible...!

Yo te conozco inmóvil en tu vuelo que finge rapto de extasiada virgen. Tu vuelo detenido en la penumbra de árbol y selva: tu santuario vivo; vuelo de virgen novia, así te llamo, blanca virgen, paloma, luz, orquídea. Tu dulce vuelo detenido en sombra como una clara anunciación del día.

Po es ía

Brassavola: ¿Qué abejas te fecundan sin mancillar tu doncellez dormida? ¿Quién te llenó de plata los cabellos de ese pétalo sexo que te anima? ¿Quién te mantiene intacta como muestra de pureza que tal vez no existe? ¿Quién te enjuga las lágrimas, si ruedan, antes de mancillar tu cutis niño? Yo sé que tus raíces son serpientes enlazadas al tronco en que palpitan. Tentáculos del mal son tus raíces ávidas de oprimir en su lascivia; tu tallo es carne y carne son tus hojas, verde carne sin fe que ama la vida. Y tú surges del mal como suave transfigurada evocación de espíritu. Brassavola: ¿Qué gnomos en la noche te vienen a bailar para que olvides, mientras sigues el ritmo y ya no piensas en el deseo, el llanto y la partida? ¿Qué gnomos te destierran pesadumbres para que no te manchen, alba esquiva, mientras en derredor de tu blancura todo fermenta en sangre y agonía? Yo te quiero que te prendan al escudo de esta tierra de amor que te cobija, para que le compartas el milagro inmarcesible de tu fe adquirida, para que la transmitas, flor amable, blanca virgen, paloma, luz, orquídea el valor de tu sueño entre las asombras desnuda muestra de tu valentía. Brassavola: ¡Qué llanto en tus entrañas! Antes de ser así: ¡tranquila y limpia!


Breves de actualidad

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on motivo de conmemorarse el centenario del nacimiento de Octavio Paz, la Editorial Universitaria ha organizado una conferencia que contará con la participación de Jorge Federico Travieso hijo, Gustavo Zelaya y Héctor Leyva, quienes ofrecerán una aproximación a la obra El laberinto de la soledad desde diferentes perspectivas –antropológica, filosófica y literaria–.

E

El evento forma parte de una serie de actividades que se desarrollarán durante el mes de marzo en torno a la figura del nobel mexicano. La cita es el próximo 27 de marzo, a las 3:00 p.m. en el Auditorio “Jesús Aguilar Paz” de la Facultad de Química y Farmacia, en Ciudad Universitaria.

Presentación del poemario Escrito en los afluentes

l próximo 13 de marzo se realizará la presentación del libro Escrito en los afluentes del poeta peruano Miguel Ildefonso Huanca, quien por razones

Las figuras del mes

personales no podrá estar presente. La obra resultó ganadora del Tercer Premio Iberoamericano de Poesía Juegos Florales de Tegucigalpa (2013) y su publicación es un esfuerzo conjunto de la Alcaldía Municipal del Distrito Central y la Editorial Universitaria. En palabras de Ramón García Mateos: “Escrito en los afluentes (…) se proyecta hacia lo universal, apoyándose en referencias geográficas y culturalistas con valor de símbolo común. El sustrato patrio está ahí, en voces y giros verbales, en alusiones tanto veladas como expresas a la historia y sus personajes, en la mirada y en la pluma del mismo Miguel Ildefonso.” La actividad se llevará a cabo en las instalaciones de la Librería Universitaria, a las 5:00 p.m. de ese día, y se estará obsequiando un ejemplar del libro a las primeras treinta (30) personas que asistan.

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