Boletín Página al viento-N°24

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Antonio José Rivas en el lugar de la palabra

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ctubre es un mes crucial para Latinoamérica. Hablar de descubrimientos y conquistas ya no puede seguir evocando festividades. En pleno siglo XXI más que una necesidad resulta una exigencia reivindicar nuestra verdadera identidad, la que nunca se descubrió, porque siempre estuvo ahí y hoy más que nunca debe reconocerse como un patrimonio cultural de toda América. El Día de la Resistencia Indígena Latinoamericana —como verdaderamente, por unanimidad, debería llamarse la conmemoración del 12 de octubre— nos permite entender que esa diversidad cultural que la historia ha querido arrebatarnos, en medio de múltiples factores —tiempo, mestizaje, globalización—aún pervive en nuestras venas abiertas. Además de recordar la invasión española o el “alba del descubrimiento” como la llamó el poeta Antonio José Rivas, a quien está dedicado este boletín, octubre nos permitió festejar los 57 años de autonomía universitaria de nuestra Universidad Nacional Autónoma de Honduras, una conquista y logro del movimiento estudiantil hondureño, que hoy más que nunca debe mantenerse unido. Pero ahora podemos girar nuestra vista nuevamente hacia la poesía, y como se dijo arriba, hacerle memoria a uno de los grandes, a uno de los que realmente puede ostentar el título de genio de las letras, de maestro de generaciones, de poeta. Para este número, Página al viento presenta una breve semblanza biográfica de Antonio José Rivas; un estudio inédito del doctor Arturo Alvarado, en el que se analizan los aspectos neobarrocos presentes en la poesía de Rivas; una entrevista que publicó la revista Presente en 1965, en la cual el poeta habla sobre la publicación de Mitad de mi silencio, su ópera prima; y, finalmente, una muestra poética que resume la calidad literaria del autor. Boletín informativo de la Editorial Universitaria Año III, No. 24 • Octubre de 2014

Universidad Nacional Autónoma de Honduras Ciudad Universitaria, Edificio Juan Ramón Molina Tel. (504) 2232-4772 / 2232-2109 ext. 208 Correo: editorial.univ@unah.edu.hn editorialUNAH @editorialUNAH

Pintura: Mario Castillo

En este número:  “Los responsos del tiempo” / 2  Antonio José Rivas, poeta neobarroco / Arturo Alvarado / 3 

Diálogo con Antonio José Rivas / Entrevista / 7

 Poemas / 8 Director: Rubén Darío Paz Edición: Suny del Carmen Arrazola Néstor Ulloa Diseño gráfico: Rony Amaya Hernández Mercadeo y publicidad: Tania Arbizú Apoyo logístico: Alejandra Vallejo, Maryori Chavarría


“Los responsos del tiempo” 1924 fue un año de crisis para el país. Honduras viviría su segunda y, probablemente, más sangrienta guerra civil en la historia. Bombardeos, tomas y alzamientos en diferentes zonas traerían centenares de muertos, pobreza, gravísimos daños materiales y, posteriormente, un nuevo levantamiento armado. El país quedaría inmerso en una terrible miseria. Sin embargo, en medio de ese oscuro contexto, la vida haría su parte trayendo consigo figuras como Norma Oviedo de Milla, Hernán Cárcamo Tercero y Antonio José Rivas Aguiluz, quien nacería allá en la ciudad de Comayagua, un 4 de septiembre. Hijo de Anselmo Rivas e Inés Aguiluz, fue en su juventud cuando el interés por las letras comenzó a desarrollarse, una vocación que ya traía en el interior de su sangre al ser bisnieto del también poeta Teodoro Aguiluz.

periódicos, hasta 1964, cuando Mitad de mi silencio hizo su entrada para ocupar un lugar dentro de las obras más trascendentales en la historia de la poesía nacional de hoy y siempre. Tuvieron que pasar más de tres décadas para volver a maravillarnos con la poesía de Antonio José Rivas: El agua de la víspera fue publicado en 1996 y El interior de la sangre en 2002, dos obras que, en su condición individual, también han pasado a ser referentes. En general, la producción literaria de Rivas profundiza en la condición humana, tocando temas universales como el tiempo y la muerte, los lazos de la sangre, el silencio y la memoria, y un amor que se extiende desde el ser a la patria. Todo ello con un lenguaje literario tocado con maestría y cuya factura se descubre únicamente en los maestros.

A Antonio José Rivas se le considera, unánimemente, como uno de los nombres fundacionales de la poesía hondureña contemporánea. (…) Dentro de la poética de Rivas, poesía no equivale a metáfora sino a ‘sangre derramada’. Escribir, pues, como salida a las más profundas pulsiones del espíritu.” Helen Umaña

Realizó estudios superiores de Derecho en Honduras y Nicaragua, pero como el intelectual polifacético que fue, se desempeñó en múltiples áreas: entre 1950 y 1960, fue redactor en los diarios El Cronista de Nicaragua y de Honduras, y Excelsior de León, Nicaragua. Posteriormente, a su regreso a Comayagua, fue profesor de Matemática y Física en el Instituto “La Inmaculada” y, durante un tiempo, de la cátedra de Español en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras; se sabe que también ocupó cargos públicos con el gobierno. Pero su oficio y su arte fue siempre la palabra. Rivas fue un poeta del silencio, la belleza y el rigor. Y son precisamente estos elementos los que harían que su producción literaria no fuera prolífica: en vida publicó algunos poemas en revistas y

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El poeta Rivas saludando al ministro de Cultura, Dr. Arturo Rendón a finales de los ochenta. Observa Livio Ramírez. Foto: Colección Livio Ramírez.


Antonio José Rivas, poeta neobarroco Arturo E. Alvarado*

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l conformismo del hombre del Renacimiento sucede la rebeldía del hombre del siglo XVII, de este hombre angustiado, escéptico y no dispuesto a aceptar el orden de cosas. Esta actitud implica cambios en las expresiones artísticas y, para no citar más que uno, en la pintura, al dibujo que aprisionaba la figura, se opone el color que la libera. El espejo adquiere relevancia, para reproducir, revelar y crear ilusión. La fijeza del orden renacentista es cambiada por la reversibilidad y, así por ejemplo, el pez se convierte en pájaro y el pájaro en pez.

Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Jorge Luís Borges, José Lezama Lima, Leopoldo Marechal y César Vallejo. La preocupación por el tema de la existencia y por los problemas del ser implica la ausencia de vivencias puramente personales en la poesía de Antonio José Rivas, tanto en Mitad de mi silencio como en El agua de la víspera. Y la desesperación de sentido conduce al poeta a buscar una afirmación en la singularidad de la imaginación y a reflexiones sobre la creación artística, tal como se evidencian en “La palabra” o en “Interior con figura”.

Todo lo que acabamos de decir conlleva una búsqueda de supresión de todo límite, de Uno de los rasgos más definimanera que el poeta barroco Antonio José Rivas en su juventud, frente a la catedral de Comayagua. dores del Barroco es la presenrecurrirá a la hipérbole, que le cia del silencio en la poesía, servirá de cauce para los destema del cual nos ocuparemos bordamientos del alma; a la utilización y parecer, con la victoria incontestable en la obra del poeta Rivas. de la antítesis y a la síntesis de contarios de esta última. A la monosemia de la presente en el oxímoron y en la para- obra cerrada, que la convertía en un Resulta sumamente interesante el poedoja. A esto habrá que agregar el uso monólogo, sucede el diálogo que recla- ma “Pájaro absorto” porque el silencio frecuente del hipérbaton, al que mu- ma la polisemia. es abordado como un ejercicio de inichos estudiosos presentan, de manera ciación que comprende actos rituales ligera, como un calco de la sintaxis la- El Barroco es una actitud frente a la vida hasta llegar a una especie de nirvana, tina. Pero las cosas son de otra mane- que se ha presentado desde hace siglos en el que desaparecen las nociones ra, puesto que cambiar el orden de las pero que eclosiona en el siglo XVII, sin de tiempo y espacio: Quedar sin saber palabras significa, también, cambiar el embargo, es una constante en el arte la- cuándo /ni dónde ni en qué forma. Teorden del mundo. tinoamericano. Y debemos agregar que nemos que oponer esto a la condición la gran literatura en este continente está del ser humano, que incluye la idea heDe acuerdo con la filosofía tradicional, inscrita dentro de esa corriente que se racliteana del cambio y de la palabra, a el ser remitía a estabilidad, pero el apa- llama el Neobarroco, que hereda mu- la que el poeta debe renunciar: recimiento de una visión precaria de las chos rasgos del Barroco. No tenemos cosas hace resurgir la dicotomía de ser más que mencionar algunos nombres: * El doctor Alvarado (Valle, 1941-Tegucigalpa, 2005) fue uno de los más prestigiosos académicos en el área de las letras en Honduras. Doctor en Estudios ibéricos e iberoamericanos por la Universidad Sorbona Nueva-París 3, fue gracias a su empeño y su pasión por Antonio José Rivas —a quien consideró el mejor poeta hondureño de los últimos tiempos— que se lograron publicar los libros El agua de la víspera y El interior de la sangre.

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Carátulas de las primeras ediciones de Mitad de mi silencio (1974), El agua de la víspera (1996) y El interior de la sangre (2002).

Yo, pájaro sucesivo, río de aguas habladas, si es querer estar triste, quiero sólo un instante escaparme del eco de mis cinco sentidos. Y, solamente desde allí y en ese estado, al poema se le podrá mirar, en vez de leer (que remite a palabra) y no oír (que también remite a palabra). La poesía, vista así, se aparta totalmente de la poesía tradicional, construida a base de vivencias particulares. Gracias a esto, el poema será mirado, no con los dos ojos, sino como un ojo absoluto. Entonces, el poema no será un poema cualquiera sino el gran poema. En este detalle podemos notar otro aspecto barroco en la poesía de Antonio José Rivas: la búsqueda de lo único, de la singularidad. Sustentar el valor del silencio sobre estas premisas, puede explicar su presencia en todo el primer poemario. Como quiera que sea, constituye un lenguaje y no en balde este poema es el primero del libro. Pero debemos señalar que ese estado no pue-

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de ser permanente: el poeta, después de sólo un instante debe volver al eco de sus cinco sentidos. La alternancia entre silencio y palabra obedece, igualmente, a una búsqueda de novedad, que también es propia de la poesía barroca y es el rasgo más definidor. Podemos hablar no solamente de alternancia sino de una interrelación perfectamente dialéctica. El poeta lo afirma: Hablar es desde herir de claridades el sonido, hasta llenar de esperas el silencio. Otro rasgo propio del Barroco es la búsqueda de diversidad, que en el poeta Rivas va desde la suntuosidad metafórica de “Réquiem del pez” o “Coqueta” hasta el lenguaje transparente de “Esta casa que digo” o el lenguaje cifrado de “Interior con figura”. Pero esta diversidad es presentada a menudo en forma de unidad (como en la poesía barroca). Vamos a dar un ejemplo, en el que encontramos el silencio dentro de la palabra:

Ni el alma por tan oscura peregrina del misterio, ni el agua por tan desnuda, han de golpearte el silencio El valor de taumaturgia que Góngora concede a la palabra se presenta en Rivas en el empleo de metáforas prodigiosas y de otras figuras literarias: no tenemos más que recordar un poema como “La palabra”. Pero, igualmente, el silencio tiene igual valor, aunque aquí el poeta es más elíptico, lo cual nos parece perfectamente explicable: …el silencio es memoria y profecía. Es bien cierto que la palabra pone al poeta en contacto con el mundo exterior: Palabra: rásgame el velo /que me aparta de las cosas, pero no es menos cierto que el ser está constituido por una mitad de palabra y por otra mitad de silencio. Y, justamente, este último elemento obliga a la palabra a expresar los sentimientos: …la mitad de mi silencio es la razón de mis rimas. Otro rasgo muy importante del Barroco es la relación entre la página y el


lienzo, detalle que puede encontrarse en la poesía de Antonio José Rivas, por ejemplo en “Interior con figura”. Pero queremos referirnos brevemente al poema “El silencio”, en el que el poeta se presenta muy hábil en el manejo del pincel. Él se sirve de elementos lábiles como: Luz de puntillas, delgadez del aire, polen virginal de la caricia, su piel, niñez del alba. Volvemos a relacionar el silencio con la palabra (hablar): Todo se dijo ya para su boca. El resultado es que el vacío provocado por la ausencia de palabra da origen al eco, que se convierte en otro lenguaje: Y es así: tan cercano y tan distante, tan inmenso y tan puro que se escucha a sí mismo… El silencio guarda muy estrecha relación con la soledad, estado presente en buena parte de la poesía de Antonio José Rivas, que tiene su propio lenguaje con el que se comunica con el silencio: La soledad lo enamoró por señas… El silencio llega a adquirir formas concretas que, según el caso, tiene consecuencias dolorosas o agradables en el poeta: Escribo desde el mapa llorado de silencio. Si alguna vez se entreabre su rosa de silencio, la casa se expande, se ensancha como un éxtasis. En esta pluralidad de visiones sobre el silencio, debemos considerar la equivalencia entre silencio y muerte, a juzgar el paralelismo que encontramos en los versos siguientes del poema “Auto elegía del hombre que se quedó solo”: ...desde el mapa llorado de silencio vertical en la sombra de mi espacio dormido… ya desde el fondo de la muerte vertical en la sombra de mi espacio dormido.

Toda su móvil latitud de espuma. se acerca al corazón, pero se esfuma cuando le abre la llama su secreto.

La alternancia entre silencio y palabra obedece, igualmente, a una búsqueda de novedad, que también es propia de la poesía barroca y es el rasgo más definidor. Podemos hablar no solamente de alternancia sino de una interrelación perfectamente dialéctica.” El silencio guarda, también, relación con el olvido y con la nada, a la que el poeta dedica dos sonetos en El agua de la víspera. En el soneto “El olvido”, el silencio aparece rodeado de verbos y elementos que remiten a tenuidad:

Otro elemento barroco en la obra del poeta Rivas, que guarda relación con la búsqueda de novedad es el asombro. Asombro no solamente observable en las metáforas extraordinarias o en los finales de los sonetos, sino también en la desproporción y lo insólito, como en el soneto “La Atlántida”: Una gruta en el mar. Un continente de furias contenido. De extraviadas lenguas, que flotan o húndese en nadadas superficies de fondo o agua: frente derramada del mundo, en la creciente de pánicos y sombras y llamadas… de pólenes de olvido. De miradas mirándose mirar, antiguamente.

Un sueño alfombra tu paso en el que arrulla la naciente claridad del silencio. Esta estética del silencio tiene sus incidencias en la arquitectura de la mayor parte de los sonetos de Mitad de mi silencio, en los cuales la materia, construida con elementos lábiles, se va diluyendo hasta que desaparece al final del soneto. Podemos citar: “Comayagua”, “A la catedral de Comayagua”, “Réquiem del pez”. Escojamos los dos tercetos de “Coqueta”: Dulce en la tarde. Tanta en /la sonrisa que ya sólo el lucero se /divisa: primera comunión de mi /soneto.

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La misma palabra “asombro” aparece consignada en el soneto “Ser”, en el cual el poeta expone su visión de la existencia:

una concentración fuerte, muy lejos del facilismo común. Solamente citaremos un ejemplo extraído de “Los responsos del tiempo”:

Monosilábico rubor amargo que me lleva en el cósmico letargo ¡como a una cruz herida en el asombro!

…que si ya es el ayer dando al futuro la muerte de este instante, me figuro que es la hora de morir — sobrevivida—;

En el mundo barroco nada es fijo, nada es estático, todo vive de cambio, todo está sujeto a movimiento. No es extraño, pues, encontrar ambivalencias en la poesía de Antonio José Rivas como es el caso de la alternancia de palabras, silencio y lágrimas y, también, el empleo del oxímoron y de la paradoja. Esta última, figura típicamente barroca se encuentra diseminada a lo largo, sobre todo, de El agua de la víspera, del que citaremos unos pocos ejemplos escogidos al azar:

o de matar: la vida, en este lance; la vida con la vida, en un romance; o, en este oficio, el tiempo con la vida.

No es lo mismo vivir que no estar muerto.

Antonio José Rivas controvierte la posición del hombre del siglo XX:

Y que, aún atada —y desnuda— a la voz, calla lo mismo. lo que al tiempo de dar vive si mata y al tiempo de matar me da la vida. de algo vive la muerte en lo que vivo la mudanza es quedarme en lo fijo. Esta figura aparece en los sonetos en los que se plantean problemas de la existencia. Y ya que estamos hablando de esta figura barroca, aprovechamos para referirnos al rasgo conceptista en la poesía de Rivas, sobre todo en sus sonetos de El agua de la víspera. En estos sonetos no se puede desligar la materia verbal de los planteamientos intelectuales, tales como: “La memoria”, “Esperanza”, “El olvido”, “Oblación”, el primer soneto de “Los responsos del tiempo”, “La libertad”, los dos sonetos de “Elogio de la nada” y “Alguien pregunta por el hermetismo”. En estos poemas es evidente la sutileza, que exige del lector

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Una de las características del Barroco es la de cuestionar las ideas establecidas y dadas por irrebatibles. Recordemos que Bartolomé Leonardo de Argensola echa abajo algunas ideas de su tiempo: Porque ese cielo azul que todos vemos, no es cielo ni es azul, lástima grande que no sea verdad tanta belleza.

El hombre de este siglo, irreverente —menos usted, pastor de la blancura— propone como meta la aventura cuando es la vía el próximo accidente. El cuestionamiento, que también aparece en “Tertulia literaria”, lo encontramos ya en “Sueño de agua”, en el cual se itera el verbo creer: El hombre es como el sueño de la muerte: cree que vive. Tanto en la poesía barroca como en la del poeta Rivas, lo único cierto es la acción del tiempo que pasa, definida mejor en la frase: …y la certeza convertida en llanto. Una posición tal tiene como consecuencia una poesía alejada de incidentes y de anécdotas, una poesía que trasciende el momento en que fue escrita. Con esta idea de trascendencia debemos relacionar la capacidad de imaginación y la audacia del vuelo poético de Mitad de mi silencio y El agua de la víspera, cuyos poemas se alejan de lo trivial y de lo cotidiano.

Barrocas son también las transferencias que se manifiestan en la poesía de Antonio José Rivas, por ejemplo, el hecho de que el silencio puede escucharse a sí mismo (“El silencio”). Lo mismo sucede con los peces en el aire o con paloma oscurecida, en “Réquiem del pez” o en la coqueta que se convierte en espejo acumulado o en el pez, que es estatura navegada o en el pez del pez, la rosa de la rosa: lo mismo sucede con la palabra que aun atada a la voz, calla lo mismo. El procedimiento de degradación, tan ampliamente utilizado por Quevedo, se manifiesta, aunque pocas veces en la poesía de Rivas, en la forma de sarcasmo, en “Tertulia literaria” y en “Ante un retrato” o en “El hombre del siglo XX”. Únicamente nos queda referirnos a las lágrimas que aparecen en los dos libros de Antonio José Rivas, tan frecuentes en la poesía barroca, a tal grado de constituir una verdadera retórica allá, pero tan llenas de sinceridad en el poeta de Comayagua.

La preocupación por el tema de la existencia y por los problemas del ser implica la ausencia de vivencias puramente personales en la poesía de Antonio José Rivas, tanto en Mitad de mi silencio como en El agua de la víspera. Y la desesperación de sentido conduce al poeta a buscar una afirmación en la singularidad de la imaginación y a reflexiones sobre la creación artística…”


Diálogo con Antonio José Rivas * Se trata de un poeta eminentemente intelectual, de los que no envían descargas eléctricas al corazón ni humores a los ojos. Pero de los que pueden hacer crisparse el vello con sus adquisiciones intelectivas y, sobre todo, estéticas.” Andrés Morris

A menudo se afirma que la esencia de la lírica actual consiste en esa sensación de oscuridad que emana del hermetismo de su estructura. ¿De qué modo interpreta esa idea y cómo la ha utilizado usted? AJR: En realidad, nunca he sido partidario del hermetismo absoluto y general, sencillamente porque la oscuridad no siempre hechiza y porque he logrado palpar la necesidad actual de que la poesía sea menos incomunicativa. Yo uso con frecuencia esos materiales poéticos y no porque los persiga deliberadamente, sino porque el hermetismo, la oscuridad, a veces nacen voluntariamente, por así decirlo, de las metáforas de algunos de mis poemas.

Antonio José Rivas escribe verso blanco, pero también ha elegido con notoria preferencia los moldes clásicos del soneto. AJR: Esa notoria preferencia es válida hace aproximadamente dos años y esto en manera alguna significa que yo haya renunciado a escribir ese tipo de composición poética, sino que al presente dicha preferencia está compartida por el verso blanco. Debo manifestar que comencé escribiendo sonetos porque los he considerado como una escuela de rigor y disciplina para el que se inicia en las faenas poéticas y además pertenece al patrimonio de nuestra lengua. ¿Qué calificativos considera adecuados para su obra primigenia, el libro que editara el Teatro Universitario de Honduras? AJR: Esa pregunta se la transcribo a los amigos que tengan la bondad y paciencia de leer Mitad de mi silencio, para que los calificativos provengan de ellos. Por el momento sólo puedo manifestarle que la obra comprende el trabajo de muchos años, careciendo, por ende, de unidad, tanto temática y estilística. ¿Qué concepto le merecen los poetas que actualmente están publicando en Honduras? AJR: En términos generales, el mejor de los conceptos. Particularmente, hay unos cuatro o cinco de ellos que están escribiendo verdadera poesía en formas renovadas, es decir, evolucionadas.

¿Qué piensa usted de lo que se ha dado en llamar “poesía social” y “poesía no social”? AJR: Para mí toda poesía es social, por las dos razones fundamentales siguientes: en primer término, es un fenómeno que se produce en el seno de las sociedades humanas, y en el segundo, la poesía se escribe para que sea leída por los demás y esto, inevitablemente, crea un vínculo que no puede por menos ser de carácter social. Ahora bien, si entendemos la expresión como la entienden algunos apreciables amigos míos, no me disgusta leerla, siempre y cuando el contenido social vaya de la mano con la poesía. Por otra parte, el hermetismo absoluto de que hablaba al principio de esta entrevista puede llegar a convertir a los poemas no sólo en “poesía no social”, sino que hasta insociable.

En Antonio José Rivas notamos una evolución del poeta cultor de la forma y enamorado sempiterno de la imagen, hacia el poeta sobrio, penetrante, exacto y preciso al bucear en los laberintos de lo consciente y de lo que no es.” Víctor Cáceres Lara

* Entrevista realizada por la revista Presente para su número de abril, 1965, con motivo de la publicación de Mitad de mi silencio.

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‘’Antonio José Rivas’’ Dibujo a plumilla, Dagoberto Posadas. Foto: Colección José González.


Autoelegía del hombre que se quedó solo I Llano del tiempo firme. Una piedra. Una cruz. Escribo desde el mapa llorado de silencio vertical en la sombra de mi espacio dormido... Una herida en la tarde. Yo me vine en la piel de una caricia desmoronada. En un suspiro. Dejando el ala curva de mi sangre para el vuelo del polvo y de los árboles. Yo me vine una tarde... Y hoy sustento otra sombra, la vista helada y el corazón quebrándose en mi nombre. Aquí todo es igual: crecen signos hermanos y universos sencillos. El color de la raza: un pormenor de copia ya archivado. La vanidad no llora, pero tampoco ríe. El orgullo es un gallo sin canto y sin motivo. La estatura se acuesta, por humilde, en la sombra. La esperanza es sencilla: ojo inmóvil helando los contornos del tiempo. El recuerdo: no tanto. El filósofo sabe por su espejo que es diáfano testigo de lo que no se sabe. Y el poeta se suicida en sus alondras para que al menos sobreviva el ala.

II Aquí la tierra crece sobre el cuerpo de un modo natural y sin reservas. Allí la tierra muere bajo el aire y al lado de la sangre y de la lágrima...

Allí muere la tierra desde la tierra grande de la patria hasta la humilde tierra para beber las lágrimas. Para tender al niño que aún implora su almohada. Para sembrar el vuelo, la sombra de los árboles. (Aquí la sombra crece por instinto) y hasta para querer falta la tierra, que es carne y savia y nombre de la patria. Pero esta tierra es mía. Ni rosas ni plegarias. Yo me conformo con que en el silencio le hagan dulce la vida en lo que puedan a mi madre, a mi cercana sangre, a la gente de amiga claridad, y al pobre perro que alargando su olfato entre la sombra aún espera los viernes mi retorno.

III Aquí la tierra crece sobre el cuerpo de un modo natural y dulcemente. Ya no pesan las flores ni las lluvias. Ya no pesan los días ni los astros caídos sobre el viento. Ya no pesa la luz ni su conjunto. Ya no pesan las piedras, ni los pastos, ni el salto del conejo, ni el ala súbita de los murciélagos, ni la cristiana piel de los corderos. No pesan ni el dolor ni todo el aire, ni la noche, ni el sol, ni la alborada, ni el sonido, ni el pez, ni la memoria, ni el olvido, ni el mar... Sólo, tan sólo pesa, compañera, sólo pesa una herida irremediable: la herida que me abriste en el costado, compañera del alma, ¿lo recuerdas?

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IV Por ti en esta elegía, por ti, ya desde el fondo de la muerte vertical en la sombra de mi espacio dormido: escribo con mis huesos. El silencio inefable deidad, luz de puntillas. De sorprender la delgadez del aire y el polen original de la caricia se alimenta su piel. Lleva en sus labios la niñez del alba desde que un día la soledad lo enamoró por señas. Todo se dijo ya para su boca. Y es así: tan cercano y tan distante tan inmenso y tan puro que se escucha a sí mismo...

Esta casa que digo He construido una casa, piedra a piedra, alma a alma, en el centro de una isla, cerca, cerca del cielo. Sus muros —blancos muros— son lo suficientemente altos para mirar la altura de los árboles, el amor de las aves.

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para salvarme sólo. Con un nombre imborrable llamo a la puerta, a veces, y allá, de lo profundo, siempre responde el alma. Pinto nubes ligeras y pesadas columnas. Las palomas revuelan dejándome su nombre en las manos de un niño. Las palabras, por suaves, las repite el silencio. Esta casa es un nido. El viento que la azota le resiste el tormento, y, fuera, le da al mundo su cuerpo sonoro; si alguna vez se entreabre su rosa de silencio, la casa se expande, se ensancha como un éxtasis.

La plomada le cae al amor en el pecho.

Crece, crece la casa: para colmarla, entonces, es necesario un niño.

La luz por todas partes se asoma, ve, vigila, porque en la casa que digo, todo, todo, hasta el barro y la cal es transparente.

Siempre, bajo el invierno, esta casa es más vieja; se regresa en los siglos y se aroma de la líquida luz de los recuerdos.

Esta casa es un cuerpo, un ser edificado de pura humanidad: alza, estrecha sus muros

Se encierra en el invierno y se envuelve en la manta secreta de la niebla; pero, ay, yo no entiendo, en todas las estaciones habita el otoño.


Un susurro de cal le ha pintado de abejas las paredes. Cuelgan los cortinajes como vagos recuerdos. Excavo en la caricia y encuentro manos tibias rozándome la frente, dulces labios diciendo frases definitivas, y un no sé qué de un beso y una voz que se busca los labios en la pena. Y si excavo en la roca —duro sueño grisáceo— descubro aves desnudas, minerales callados, flechas, piedras de punta, una concha marina: pétrea luz en el pecho de un mar sepultado; peces huidos y absurdos del miedo de la tierra. La oscura reflexión de la caverna; cielos hechos de lívidas palomas desterradas, de pájaros sin nombre; formas hipnotizadas de ígneas rosas de piedra; arroyuelos agrestes con secuestros de luna, como quien, por debajo del alma, se asomara a los astros; marsupiales errantes con un monstruo en el pecho, y un rubor prematuro de dioses en reposo; y las sonrisas óseas

—siempre bajo la tierra— abriéndole, discretas, la mansión a los árboles; y un terrícola humilde, de residuales algas y raíces nocturnas humilde pero hondo como un dolor de siglos colgado de los árboles. Un poco más abajo, más abajo, el olvido, disuelto en la memoria de los mares o en el vasto diluvio del recuerdo. Yo me busqué las manos, ya entonces descarnadas, y las tenía encima de una diosa dormida. Un letrero de luz: es un nombre adorado. De tanto decir siempre el mismo nombre he aprendido a morar en mi secreto. Cuando pienso en la muerte imborrable, el aire se llena de altas voces antiguas y se vuelve reciente la amarilla osamenta de las vigas. El dolor tiene un cuerpo perdido en los rincones. El espejo del fondo que, a diario, duro, duro, golpéame en el rostro, es la forma de luz de la conciencia. La casa está construida sobre la antigua lámpara que mira en la ventana.

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¡La casa de los sueños! A veces entro en ella para asomarme al mundo.

Lectura para el que nunca le ha cantado a un hijo I Tú has nacido en un sitio verdadero, lejos del mar y cerca del olvido; en un lugar donde aún la patria llora aunque nadie lo diga; en un planeta sudoroso y triste que aun discute su origen y su carga alrededor de un parque de ceniza; en un país de rigurosa piedra donde vivir es tan sólo una pena tocada de azul convaleciente, de un silencio que escucha y nos devuelve el asiduo rumor de las estrellas; en un país de portentosa niebla, de habitantes extraños, incongruentes, que aun encienden hogueras en las vísperas y que se santiguan con las manos sucias, que le venden las cruces a los muertos y aun le niegan las flores a los vivos.

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Tú has llegado a la luz de cuerpo entero y eres un hijo mío: testimonio de que naciste solo en una aldea con las manos sedientas de rocío Llegaste a tiempo de sumar las horas con los naufragios (y la luz a ciegas)

llegaste a tiempo de mirar el rostro fatal del siglo veinte, y esperar los navíos cargados de despojos, de sangre y luto y alguien que dijo la verdad y busca un sitio más para sus huesos. Tú ya has cruzado la cercana niebla, la sombra más adicta a la medalla, la costra gemebunda de los días llorándole el recuerdo a las estatuas y a los ríos más lentos su camino. Tú has llenado de amor todo el paisaje, me debes sólo el corazón, tan sólo; y has de inclinar la frente ante la vida pero todas las tardes, por si acaso, por si acaso hay un lirio profanado.

II Por fin me has dado un paso en la blancura, y eso ya es levantarse de mañana sobre la tierra oscura y acosada sobre tu dulce infancia sostenida sólo en la flor segura y en mi mano. Por fin me has dado un paso en la sonrisa: aguas sin barcos, soledades sin frío; y dice tu mamá que ya caminas, y dice tu mamá que ya eres hombre de dar un beso y consagrar el vino; y qué quieres que yo haga si andan locos, si andan locos de dicha los caminos...


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