U
na vez, hace mucho tiempo y muy lejos de aqui habia un nino llamado Jax que se enamoro de la luna.
J
ax era un niño extraño, serio y solitario. Vivía en una casa vieja al final de un camino roto. Un día, un calderero llego por el camino hasta la casa de Jax.
—!
H
ola chico ¡ —grito el calderero—. —No pareces muy feliz, hijo. ¿Qué te pasa? —No me pasa nada —respondió Jax—. Me parece a mí que uno necesita algo para ser feliz, y yo no tengo nada.
—Creo que en mis fardos tengo algo que te hará feliz— le dijo al chico-. —Si me haces feliz, te estaré muy agradecido —contesto Jax —. Pero no tengo dinero para pagarte. Si encuentras en tus fardos algo capaz de hacerme feliz, te daré mi casa. Y si no puedes hacerme feliz, ¿Me darás los fardos que llevas colgados a la espalda y todo lo que llevas contigo?
E
l calderero rebusco entre sus fardos, pero nada hacia feliz a Jax. En eso Jax señalo unos anteojos y el calderero se los puso en la cara. Jax miro a su alrededor y vió por primera vez las estrellas. Se dio la vuelta mirando al cielo. Entonces se paró en seco
—.¿ Q ué es eso? —Eso es la luna — c ontesto el calderero. —Creo que eso si me haría feliz —dijo Jax. —Estupendo —dijo el calderero, aliviado—. Ya tienes tus anteojos… — Contemplarla no me hace feliz —aclaro Jax— La quiero. La quiero para mí
J
ax se puso los anteojos y echó a andar por el camino en dirección a la luna. Camino meses y meses soportando el peso de sus fardos. Dias y días sin comer ni beber. Cuando creía que ya no podía dar ni un paso más contemplaba la luna. Con el tiempo empezó a pensar que estaba enamorado.
Cuando empezaban a fallarle las fuerzas, Jax remonto una cuesta y vio a un anciano sentado junto a la entrada de una cueva.
E
l anciano invitó a Jax a que se sentara. Platicaron, el anciano le contó a Jax sobre el poder de los nombres. Si tienes el nombre de lguien, tienes poder sobre él. —¿Qué te trae a mi pequeño rincón del cielo?-preguntó el anciano. —Busco la luna... Si pudiera estar con ella, creo que sería feliz. Si consigo atraparla, podré hablar con ella.
—En realidad no quieres atraparla. Lo que quieres es conocerla. Necesitas que la luna venga a ti. ¿Qué tienes tu que a la luna pueda interesarle?- dijo el anciano sonriendo —Solo puedo ofrecerle lo que llevo en estos fardos
E
l ermitaño revisó el primer y segundo fardo pero al ver el tercer fardo se sorprendió. lo único que contenía era un trozo de madera retorcido, una flauta de piedra y una cajita de hierro.
—Todo esto es admirable. Si no me equivoco, eso es una casa plegable.-dijo señalando el trozo de madera. –Y esa es algo más que una flauta normal y corriente—¿Y la caja? —. Era oscura, y fría, y los bastante pequeña para guardarla en un puño. —Todas las cajas sirven para guardar cosas.- contesto el anciano
J
ax se marchó a la mañana siguiente. Al final encontró un terreno extenso entre las cumbres más altas. Jax saco el trozo de madera retorcido y, trozo a trozo, empezó a desplegar la casa. Había escaleras que en lugar de subir iban de lado. A algunas habitaciones les faltaban paredes, y otras tenían demasiadas. Muchas habitaciones carecían de techo, y dejaban ver un cielo extraño cuajado de estrellas que Jax no reconocía.
Jax subió corriendo a la torre más alta y se llevó la flauta a los la bios. Tocó una dulce canción bajo un firmamento despejado. Una canción que salía de su corazón roto. Era triste e intensa. Al oírla, la luna descendió a la torre. Pálida, redonda y hermosa, se plantó frente a Jax en todo su esplendor, y por primera vez en su vida, Jax sintió un atisbo de gozo.
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ntonces hablaron, en lo alto de la torre. La luna escuchaba, reía y sonreía. Pero al final se quedó mirando el cielo con nostalgia. La luna tenía que irse, el cielo era su hogar. Jax no podía ser feliz sin ella, le ofreció una canción, un hogar y su corazón pero a cambio le pidió tres cosas a la luna.
—¿Qué tengo yo que pueda regalarte? –Pregunto la luna —Primero te pediría una caricia de tu mano. —Estiro un brazo y lo acaricio con una mano suave y fuerte.—
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espués te suplicaría un beso —dijo. —Se inclinó hacia Jax. Aquel beso asomo un indicio de sonrisa en su boca. —Y ¿Cuál es tu tercera petición? — —Tu nombre —suspiro Jax—. Así podre llamarte. La luna se le acerco más y le susurró al oído: —Ludis Jax saco la cajita negra de hierro, cerro la tapa y atrapo el nombre de la luna —Ahora tengo tu nombre —dijo con firmeza—. Así pues, tengo dominio sobre ti. Y te digo que debes quedarte conmigo eternamente, para que yo pueda ser feliz.
Y
así fue. Pero al final solo consiguió atrapar un trozo del nombre de la luna, y no el nombre entero. Por eso Jax puede tener para él la luna un tiempo, pero ella siempre se le escapa. Aun así, él tiene un trozo de su nombre, y por eso ella siempre debe regresar a su lado. Por eso la luna siempre cambia. Y ahí es donde la tiene Jax cuando nosotros no la vemos en el cielo. Jax la atrapo y todavía la guarda. Pero solo él sabe si es o no feliz.