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Anne Givaudan
Ruptura de contrato
Traducciรณn de Rosa Albert Subira
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1ª edición: 2016 - ISBN 9788897951513 Portada y maquetación: Amritagraphic Imagen de cubierta: © VikaValter/www.istockphoto.com Traducción de Rosa Albert Subira Título original: La rupture de contrat © 2015 BlossomingBooks™/Edizioni Amrita srl, Torino - Italia. (Reservados todos los derechos para la presente edición) BlossomingBooks es una marca registrada de: Edizioni Amrita srl Corso Stati Uniti, 41 10129 Torino - Italia www.blossomingbooks.com Impreso en Italia por Digital Book. Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, transmitida o utilizada en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.
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a nuestros lectores
Los libros que publicamos son nuestra contribución a un mundo que está emergiendo, basado en la cooperación en vez de en la competitividad, en la afirmación del espíritu humano antes que en la duda de su valor, y en la certeza de que existe una conexión entre todos los individuos. Nuestro propósito es tocar tantas vidas como nos sea posible con un mensaje de esperanza en un mundo mejor. Detrás de estos libros hay horas y horas de trabajo, de búsqueda, de cuidado: desde la elección de qué publicar –realizada por los comités de lectura– hasta la traducción meticulosa, pasando por las investigaciones a menudo extensas y apasionantes de la redacción. Deseamos que los lectores sean conscientes de ello para que puedan saborear, además del contenido del libro, el amor y la dedicación brindados en su realización. Los editores
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“A todos aquellos que han creído, creen o creerán que su vida no tiene ningún sentido. A todos aquellos que saben que la vida es sagrada.”
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prólogo
Hay días en los que el sol brilla y el cielo está despejado. Esos días tenemos la profunda convicción de que somos dueños de nuestra vida y de nuestro Destino. ¡Esos días, todo va bien! Y luego están esas “horas oscuras”, cuando todo va mal, en las que estamos sumergidos por tales oleadas interiores y exteriores de malestar que nos ahogan en vida. Son horas en las que, hagamos lo que hagamos, tenemos la profunda convicción de que no dirigimos nada. En esos momentos, estamos convencidos de que la Vida nos juega malas pasadas y de que la obra no ha sido escrita para nosotros… Entonces sólo tenemos una idea en la cabeza: huir de la desgracia que nos persigue, huir como un fugitivo que quiere escapar de su condición de prisionero, huir de la Tierra, huir de la Vida… pero en nuestra desesperación, perdemos de vista que la Vida contiene en ella la Esencia misma de la Existencia y que Jamás termina. Hoy, y en este libro, no deseo hablaros de los días felices sino de las “horas oscuras” y sobretodo de todos aquellos que, tras vivir como una desesperación sin fin su paso por la Tierra, han querido testimoniar sobre su vida, sobre su “después de la vida” y en ocasiones sobre sus nuevas vidas. Estos testimonios son muy valiosos pues nos conciernen a todos, estemos en contra o a favor el suicidio o incluso si no tenemos opinión al respecto; tengamos ten-
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Anne Givaudan dencias suicidas o simples deseos de comprender, todos estamos implicados. Ya sea de cerca o de lejos, ¿quién no ha conocido momentos de tanta desesperación que haya deseado abandonar la Tierra?, ¿quién no conoce a alguien cercano que haya querido suicidarse o que lo haya hecho? Mi forma de entrar en contacto con estos Seres que han aceptado participar en este libro, es siempre la misma: Cuando el tema del libro me es dado por el Ser de Luz que guía mi “trabajo”, él ya conoce a las personas susceptibles de encontrarse conmigo en los planos del alma. Por ello todos esos seres que irán apareciendo al hilo de la lectura, han compartido su experiencia con mucho Amor pues no es fácil relatar y recordar los pasajes más dolorosos de la existencia, si no se tiene mucho amor para ofrecer. Anne Givaudan
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capítulo
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John Smith “Quando el orden establecido os manda hacer lo que la moral reprueba, hay que saber decir no.” Enseñanza de las estrellas Cuando me encontré en los mundos del alma con ese muchacho alto y rubio de ojos claros, supe que se presentaba a mí bajo la apariencia que tenía en la encarnación de la que quería hablarme. “Me llamo John Smith, un nombre tan banal en mi país que es un poco como si hubiera nacido de incógnito. “Un señor cualquiera” que sólo pasa por la vida y en el que nadie se fija de lo anodino que es.” El decorado está montado y no tendré necesidad casi de intervenir, pues él sabe perfectamente a donde quiere llegar. “Sí, soy yo, o al menos era yo, ese personaje sin olor y sin sabor, nacido “por casualidad” de padres que en realidad no sabían qué hacer conmigo. He crecido así, porque hay que crecer, sin saber lo que hacía allí ni lo que la vida quería de mí. A mis quince años, mi madre casi no estaba ya presente. Para mí, se había vuelto “loca” porque mi padre, un
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Anne Givaudan hombre violento, bebía y le pegaba sin que se supiese por qué. Por otra parte sus historias no me interesaban, tenía bastante conmigo mismo y nadie disponía del tiempo suficiente para ocuparse de mí… salvo los policías que con regularidad me cogían y me detenían por robos sin importancia. Total, el mundo no se interesaba por mí y yo se lo devolvía con creces. Un día mi madre no regresó y mi padre no me volvió a hablar más de ella. La sombra y el misterio que se cernían sobre su ausencia me la hacían aún más accesible. Por fin podía imaginarme que no se había ido, no porque ya no nos quería, sino porque sufría demasiado, y esta visión contribuía a aportarme un poco de paz. Vivía con mi padre en una especie de gran caravana que yo limpiaba una vez al mes, cuando el suelo estaba tan cubierto de cadáveres de botellas y de latas de conserva vacías, que nos dificultaba el paso.” John para un instante y me mira. Su mirada de un azul transparente me llega directa al corazón. Sé que no me cuenta estos detalles para dar lástima, sino para montar el decorado de lo que sigue a continuación y porque tiene empeño en que lo comprenda. En esos planos del alma basta una simple mirada para saber lo que el “otro” percibe. John, más tranquilo, prosigue: “… Y un día pensé que mi vida iba a cambiar, verdaderamente creí a aquellos dos hombres que vinieron hacía mí, en el parking de un gran almacén en el que miraba qué maletero de coche podía forzar. Eran guapos, los dos con uniforme militar de no sé bien qué compañía. Me impresionaron tremendamente. Hablaban con palabras que yo podía comprender y lo que retuve era que con poco bastaba para salir de esta “vida de perros” que yo llevaba. 4
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John Smith Comprendí que tendría como una verdadera familia y padrinos y madrinas que se ocuparían de mí, que ganaría un dinero y que estaría alojado y alimentado. Me dieron una dirección donde podría encontrarles si me decidía y, por supuesto, no dudé. No tenía verdaderamente nada que perder. Dije “sí” y desde ese instante todo pasó muy rápido: me hicieron firmar varios papeles, después vinieron unos instructores para llevarme con ellos. Estaba orgulloso y habría hecho cualquier cosa por esos hombres que al fin se interesaban por mí. Seguí unos entrenamientos y en los combates no era el último. Era mi revancha sobre la vida y ella iba a ver de lo que yo era capaz… ella y todos esos humanos a los que yo no interesaba. En esa época yo no tenía ninguna estima por mí y las únicas palabras que había acunado mi infancia eran: “¡Apártate de aquí!”, “¡No sirves para nada!”, “¡Pobre chico!”, “¡Nunca lo conseguirás!”. Allí al menos me estimaban, me decían que iba a conseguirlo. Los instructores eran rudos, pero tenía confianza en ellos e, ingenuamente, bajo mi caparazón de duro, pensaba que me querían. No me daba cuenta de que yo era como una pasta para modelar que se podía formar y deformar a su antojo simplemente con unas palabras y unas palmaditas amistosas en la espalda. Mi vacío afectivo era tal, que absorbía como una esponja todo lo que me decían, sin el menor discernimiento. Era la época de la guerra de Vietnam y para mí, Vietnam u otra parte, daba igual. Sólo sabía una cosa, quería luchar y sentía en mí esa necesidad de sujetar un arma de verdad, de ser por fin el más fuerte. Aún recuerdo las palabras de nuestros instructores: “Allí donde vais, no dejéis nada detrás de vosotros. No conocéis a los “amarillos”, son como los piojos, si dejáis uno, se multiplicará y será vuestro país el que muera. 5
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Anne Givaudan Los “amarillos” son violentos y sádicos y si os hacen prisioneros, tienen torturas terribles. No tengáis ninguna piedad por ellos, ni por los soldados ni por la población. No tienen alma y si no los extermináis, os exterminarán ellos no sin antes haberos hecho sufrir.” Era en verdad un discurso sin ningún matiz, pero comprensible para nuestros cerebros nublados y a menudo impregnados de alcohol. Los demás eran como yo, unos pobres chicos faltos de reconocimiento y de amor, y dispuestos a matar para tener la sensación de existir. Entonces, al proponernos que luchásemos para que todo un país nos reconociera, ¡no íbamos a escupirle encima! Este discurso lo oí muchas veces desde aquel día. Allá en Vietnam nos lo repetían todos los días, varias veces al día, y se acompañaba antes de los combates con fuertes dosis de alcohol y diferentes drogas que nos daban la sensación de ser invencibles. Desafío a cualquiera a resistir semejante lavado de cerebro. Ahora sígueme — dice dirigiéndose a mí — prefiero que veas lo que pasó tal como lo viví…” Asiento e instantáneamente, junto con John, nos encontramos en una sala de paredes blancas y opacas. Conozco esta clase de lugar, parecido a una sala de cine, que va a rodearnos y a mostrar los momentos más intensos de la vida de John. Dos sillones cómodos nos esperan y tomamos asiento en este espacio fuera del tiempo, atentos a lo que su memoria quiera revelarme. Proyectada en el cuerpo de un soldado próximo a John, miro. Tengo calor y con el reverso de la manga, ahuyento a esos insectos que vuelan a mi alrededor, atraídos por mi olor y el sudor que desde hace horas me chorrea por la espalda y la cara. Capto los pensamientos sin continuidad 6
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John Smith de esta persona que me presta involuntariamente su cuerpo y sus ojos por un tiempo. El paisaje podría ser bello si no fuera por las circunstancias, pero este “puto” arrozal lleno de bichos que pican y nos dan fiebre lo estropea todo. ¡Volvamos a nuestro país! — John, ¿no estás harto de esta jodida guerra en este país que no conocemos? — Cierra la boca, déjame en paz y camina, no es momento de distraerse con pensamientos. Vamos a llegar al pueblo que nos han indicado. — He matado tanto que no me queda más odio en el corazón, ya no siento placer. — Para y no olvides esto, eres tú o ellos, no hay otra elección.” Tres o cuatro hombres nos acompañan y pronto oímos los gritos de los niños que, con guerra o sin ella, se divierten en los arrozales de un verde suave… tan suave que se podría creer que la paz existe allí al menos en ese instante. A lo lejos aparecen unas pequeñas casas de madera y el ruido de nuestras botas o de nuestro chapoteo en el agua de los arrozales ha debido ser captado por algunos oídos expertos, pues un silencio pesado y opaco reina súbitamente. Después nada, hasta los pájaros han parado de cantar. Avanzamos en silencio, ese silencio pesado como la muerte. John tiene un aparato para comunicarse con sus jefes, que funciona cuando quiere, me lo pasa para tener las manos libres o al menos sólo ocupadas con sus armas, un revolver y un machete como todos nosotros. Nos paramos para tomar un trago de alcohol… Me siento mejor, menos preguntas en mi cabeza y más fuerza en mi cuerpo. El líquido ardiente hace su efecto y borra los escrúpulos, si aún quedan. Tenemos costumbre de entrar así en las aldeas, matamos, violamos, prendemos fuego y después se acabó, no volvemos a hablar de ello jamás. Esas son las consignas y 7
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Anne Givaudan se respetan… si no, significa la exclusión… y eso es como la muerte para nosotros. Al principio nos habían dicho que todos los de la aldea estaban armados y después vimos que no era cierto, pero seguimos igualmente. Llego a la aldea, tan pequeña… es irrisorio, pero no tengo tiempo de hacerme preguntas, un grito surge, brutal y repentino: “¡Vuélvete y golpea!” grita John. Detrás de mí, un joven adolescente asiático con una herramienta en la mano parecida a una hoz se dispone a golpearme. Golpeo, sin mirar, sin pensar, es él o yo. “Rápidamente eliminado éste, al menos, no sufrirá más…” es el único pensamiento que el hombre que habito momentáneamente parece capaz de emitir. Sé a través de él que los demás habitantes de la aldea se esconden, que tienen miedo y que él casi haría durar este placer, como un actor que prepara su entrada en escena… no porque sea más malvado que la mayoría de los humanos, sino porque justo en estos momentos se siente tan poderoso y dueño de la vida y de la muerte, que una especie de embriaguez lo invade y lo arrastra. Estos soldados borrachos son, por un instante, iguales a dioses, o al menos eso creen frente a esos seres desarmados y aterrorizados cuyas vidas sólo dependen de ellos. Continúo viendo y sintiendo, sin que nadie se interponga, la continuación de estos momentos de vida desastrosos. Empujamos las puertas con el pié y miramos. Allí, en un rincón, como animales asustados, hay mujeres y niños acurrucados unos contra otros. “¡Hay botín en esta casa!” clama uno de los nuestros. Sabemos lo que eso quiere decir. Los que están allí van a servir para saciar nuestros instintos más animales, después se les eliminará, ¡eso es todo! Pero esa mañana, John no puede más, sin saber exac8
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