Colosales

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Colosales Eduardo Blandón

Atribuyo a cierta espectacularidad de nuestro carácter el prurito de nuestros juicios apocalípticos o al ánimo de magnificencia derivada de la complejidad situacional por la que solemos calificar las experiencias de la vida. Me refiero a esas expresiones tan nuestras como: “el gobierno de Jimmy ha sido el peor de nuestra era democrática”, “nunca había amado así”, “juro por mi vida que no lo volveré a hacer”, “Guatemala es el mejor país del mundo”. Solemos vivir en clave chovinista, a veces por las mentiras de la publicidad, otras por falsos consuelo, recurrentemente por nuestro particular carácter nacional. De ese modo, no solo andamos en busca de logros que engrandecemos y prestos juzgamos como colosales, sino que aliviamos nuestras carencias afirmando, por ejemplo, que “no somos tan malos como parecemos” ni, menos aún, “los únicos, viendo que otros países están igual o peor que nosotros”. Quizá experimentemos, y será tarea de la psicología confirmarlo o negarlo, ciertos complejos que nos conducen a la búsqueda de afirmación de nuestra valía. O probablemente


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