El fin de la tribulación

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El fin de la tribulación Eduardo Blandón

El tiempo ha terminado para el presidente Jimmy Morales. La oportunidad que tuvo, limitada para algunos, de cambiar el país ha llegado a su fin. A partir de mañana solo quedará el recuerdo de lo que pudo ser y no fue. Sólo él y su conciencia sabrán cuánto de culpa hubo en el resultado de sus acciones. Los guatemaltecos ya nos hemos formado nuestro propio juicio sin apenas esperar el último día. Hemos visto no sólo lo voluntarioso de su conducta en algunos ámbitos del ejercicio de poder (el empeño por sacar a la CICIG, por ejemplo, y su ánimo de formar mancuerna con gente de baja catadura moral), sino las omisiones frecuentes en materia de gestión de lo social. Don Jimmy -tendremos que empezar a llamarlo de otra forma- ha sido un fracaso desde la salida de su carrera como gobernante. Es una pena porque lo que pudo ser no fue quizá por una combinación de factores en el que seguramente predomine la volubilidad de su carácter. Me refiero a ese hábito que lo hizo presa de las adulaciones de los que le rodearon que, junto a su inclinación a la mentira y a la marrullería, lo situaron como un presidente soso, inútil, ineficiente, arrogante y absolutamente prescindible. Don Jimmy pasará a la historia como uno de los más grandes monigotes de la historia reciente del país. Un instrumento de quienes han ejercido el poder real, del que, he aquí su lucidez diabólica, supo aprovecharse también para su propio beneficio. Lo de payasín le


queda corto, ha sido desalmado, inescrupuloso, falso, ruin, ignorante y un rosario que usted puede continuar “ad libitum” para hacer justicia al referirnos a esa personalidad esquizofrénica. Otro rasgo sobresaliente ha sido el de “poco machito”, para decirlo en su propia jerga, al buscar refugio inmediato en el PARLACEN para esconderse de la justicia. Cobarde, rindió pleitesía a Trump. Temeroso, hizo alianza con Israel. Angustiado, se obsesionó con sacar a la CICIG del país. Hizo pactos hasta con el diablo: el narcotráfico, políticos de extrema derecha y empresarios impresentables, con tal de sortear la persecución que pesaba (y pesa aún) sobre él a causa de su trayectoria de escándalo y vicios personales. Hizo trato con judíos -los más violentos fundamentalistas- y cristianos (evangélicos y católicos de dudosa reputación) para salir de su propia cloaca. Inmundo, atrajo moscas globales y se solazó en la caca. Insensibilizó su olfato aunque quienes le rodearon aprendieron a soportar su pestilencia por interés y ventaja. Don Jimmy es todo un Mefistófeles con poses de corderito. Por fortuna en poco tiempo lo habremos olvidado. No estamos para coprofilias. Si escribimos sobre su fin de gobierno es para exorcizarnos, pura voluntad de olvido. Se trataría de un ardid de la razón que busca alivios y remedios por una especie de ilusión perdida. Una gran estupidez, porque honestamente, es absurdo haber creído que con don Jimmy como presidente las cosas habrían sido distintas a las que trágicamente nos sucedieron. ¡Qué tonterías las que uno espera a veces!


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