El laberinto guatemalteco

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El laberinto guatemalteco Eduardo Blandón

El abandono de la red vial, la falta de escuelas, el desempleo, la escasez de medicina y más, son el producto de los fracasos generalizados de los gobiernos que han dirigido el país en las últimas décadas, sin que apenas pueda mencionarse alguno que haya hecho la diferencia. Han sido administraciones fracasadas por todos sus costados. Llegaron, eso sí, con la consigna de ser la mejor opción para Guatemala. Se vendieron como los salvadores para que la población, a menudo ilusionada, se decantara por proyectos hechos con cáscara de huevos. La mayor parte de ellos, confabulados con las mafias, el sector empresarial mafioso (imagino que no todos), las iglesias y una población muy fácil de seducir, desorganizada y políticamente ignorante. Las circunstancias no han podido ser las mejores. El Estado, aunque ha mejorado en su estructura, aún hace aguas, siempre vulnerable a la porosidad de las mafias, extendidas por todas partes. Hace sentido, por esas razones, que una institución como la CICIG tambalee el país y ponga en crisis a tantos actores: políticos, empresarios, pastores, jueces, dueños de medios de comunicación… acostumbrados a la impunidad que quizá solo en naciones tercermundistas es posible.


Y ya tiene usted a un presidente sufrido que en su administración no ha hecho otra cosa que defenderse. Así, en lugar de soñar el mejor de los mundos posibles para su país, se desvela pensando en la expulsión del Comisionado de la CICIG, Iván Velásquez. Con lo que, si sumamos, llevamos muchos años de abandono estatal: los cuatro años de latrocinio del Partido Patriota, más los sumados del Frente de Convergencia Nacional (FCN), de Jimmy Morales. Sin contar, por supuesto, los desgobiernos de Berger y Colom (para no ir más lejos). No se ha podido ser más infame con Guatemala. Pero la cosa no termina aquí. Por si no fuera poco, las mafias no dan tregua. Lo hacen de muchas maneras: por la fuerza, acosando e intimidando desde estructuras estatales y fuera de ellas; por la vía de los condicionamientos económicos, las presiones nada diplomáticas de los empresaurios empeñados en la inmoralidad de sus actos corruptos; y también por la elegante creación de imaginarios utilizando los medios a su alcance: periódicos, páginas sociales (Facebook y Twitter) y toda una industria ideológica al servicio de la mentira con imposturas creadas en oficinas o sitios editoriales. Evidentemente, las próximas elecciones abren posibilidades de cambio y ya vuelven aires de esperanza. Sin embargo, no podemos cifrar nuestras ilusiones en un momento puntual sin que revisemos nuestra cultura que quizá sea el germen la impunidad de nuestros protagonistas perversos. Es posible que se necesite más incidencia civil en lo que acontece en el país, más músculo social, vigilancia estricta y menos pasividad. No podemos permitir que ninguna Corte, ministerio, sindicato o incluso presidente prolongue el estado de postración nacional en que vivimos, hundidos en la anarquía de una nación desgobernada.


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