El tiempo pasado con gatos nunca es tiempo perdido

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El tiempo pasado con gatos nunca es tiempo perdido Eduardo Blandón

Sentado en mi escritorio veo mi plantita, lleva más de cuatro meses conmigo, entristeciéndose, avejentándose y quizá empezando a cumplirse en ella eso que llaman ley de la entropía. Está en decadencia aún y cuando la he cuidado y le tengo un afecto especial. No le hablo, pero sí eventualmente la acaricio y la contemplo valorando su hermosura y su porte. Francamente me saca de mi indiferencia. Esta semana, en un evento en el que me invitaron en Cobán, me referí a la dimensión social de los seres humanos. Insistí en que la naturaleza es un ámbito particular de nuestra sociabilidad: es el otro olvidado. Y que el maestro dentro de la tradición de la iglesia católica en recordárnoslo es san Francisco de Asís. Leímos el cántico de las criaturas. Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas, especialmente en el Señor hermano sol, por quien nos das el día y nos iluminas.


Y es bello y radiante con gran esplendor, de ti, Altísimo, lleva significación. Alabado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas, en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas. Bien es cierto que Buda, siglos antes de nuestra era, ya era un ecologista consumado que amaba a los animales, especialmente a los gatos. La leyenda narra, por ejemplo, que, en una ocasión, un gato se quedó dormido sobre la túnica de Buda; éste, para no molestarle, cortó el pedazo de tela alrededor del felino y se alejó sin despertarle. A partir de esa experiencia, la tradición zen ha mostrado una sensibilidad singular hacia la naturaleza. Llama la atención que más allá del espacio religioso, los escritores también han sido sensibles en su relación con el reino animal. En la última edición del Suplemento Cultural de La Hora se dice, por ejemplo, que “Paul Bowles y su esposa, Jane, tenían un zoo en casa: un gato, un pato, un armadillo, dos coatíes, un ocelote y un loro”. El mismo interés por los animales lo tenían William Burroughs, Virginia Woolf y Julio Cortázar, entre tantos otros. Los músicos también han sabido expresar su amor hacia las mascotas. Se dice, para el caso, que Ozzy Osbourne y Paul McCartney han sido grandes amantes de los perros. Y otros como Iggy Pop (que cuenta con una cacatúa llamada “Biggy Pop”), David Bowie, Eric Clapton y Kurt Cobain han sido grandes enamorados de diferentes animales de compañía. Parece obvio que no se necesita ni ser franciscano para amar a la naturaleza ni practicar el zen para buscar inspiración en los gatos. Basta que salgamos de nuestro estado egocéntrico en el que nos sentimos amos de la creación para disfrutar de las maravillas de una planta, un perro, un ocelote y hasta una cacatúa. Como diría Freud, “el tiempo pasado con gatos nunca es tiempo perdido”. Lo dijo el psicoanalista, hagámosle caso.


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