Las fake news

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Las fake news

Los políticos hablan de noticias falsas como si tuvieran solvencia moral. Se olvidan o fingen olvidar que llegaron al puesto mediante mentiras puras y duras. Falsedades hechas a la medida de los electores que ansiosos las querían escuchar. Son vendedores de golosina en una sociedad con necesidad de calorías espirituales y materiales. Pero ojo que no es privativo de los políticos, mentir. De hecho, si nos ubicamos en la perspectiva cristiana, el pecado favorito de la humanidad es ese disimulo presente a lo largo y ancho de los textos bíblicos. El demonio mismo fomenta la doblez como arma de seducción y medio para ganar adeptos. ¿Éramos conscientes en la época antediluviana de nuestra proclividad a la mendacidad? Creo que sí, pero como una experiencia con limitadas consecuencias. Sólo con Internet supimos en realidad qué cosa eran los bulos y su importancia en todos los espacios donde se juega el poder. Facebook ha sido la maestra al enseñarnos el valor económico de las mentiras. De ahí que el disimulo, se haya vuelto hoy un capital digno de inversión bursátil. O que profesionales dediquen su vida a la patraña, muy al estilo de los cerebros de Cambridge Analytical, que falseando información indujeron el voto en los Estados Unidos para beneficio de sus patrocinadores. Así, con alevosía, premeditación y ventaja.


Más ampliamente, la radiografía social demuestra que nos hemos vuelto un tanto pícaros. Digamos que la era digital (busquemos responsables) ha exacerbado nuestra inclinación egoísta. Con el “plusito” de que la nueva moral hace elogio cotidiano por los “pícaros en victoria”, esos íconos soberbios que se muestran orondos por las calles en un vehículo lujoso comprado con dinero ajeno. Así se puede escuchar que, por ejemplo, son “cabrones” los que se libran del peso de la ley para disfrutar con libertad el capital robado como funcionarios públicos. “Cabrón”, Juan Carlos Monzón, pero más aún lo serán el expresidente Pérez Molina y su compañera, Roxana Baldetti, si evaden la justicia. Sí, las fake news son un peligro para nuestras democracias, pero poco se hace solo con denunciarlo. Las instituciones deben establecer límites para estimular el juego limpio. Ya lo han empezado hacer algunos países europeos, todavía con timidez, pero con la conciencia de que nada bueno puede construirse sin la verdad. Nos corresponde a todos atender a ello, no lo dejemos en manos de los políticos que son los menos interesados y los más incapaces. Unos engendros salidos del vientre de alguna bestia bíblica.


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