Una canción para reflexionar

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Relación e integración. Efraín Gutiérrez Zambrano Cuando experimentamos la comunicación interior de cuerpo, mente y espíritu con el sentido de totalidad o integridad humana surgen como consecuencia natural la paz interior y el gozo de vivir. Esa integración se expresa, además, en las relaciones que establecemos con las cosas, las personas y con Dios. Para comprender mejor el tema de las relaciones conviene aclarar que en el lenguaje diario utilizamos conceptos que solemos emplear como sinónimos sin reflexionar sobre sus diferencias. Con el fin de evitar esa confusión debemos indagar el significado de asociación, relación e integración en el diccionario de la RAE. El primer término se deriva de asociar: “Unir una persona a otra que colabore en el desempeño de algún cargo, comisión o trabajo. || Juntar una cosa con otra para concurrir a un mismo fin.” El segundo de relacionar: “Hacer relación de un hecho. || Establecer relación entre personas, cosas, ideas o hechos. || Mantener trato social.” El tercero de integrar: “Dicho de las partes: Constituir un todo. || Completar un todo con las partes que faltaban. || Hacer que alguien o algo pase a formar parte de un todo. || Aunar, fusionar dos o más conceptos, corrientes, etc., divergentes entre sí, en una sola que las sintetice.” La asociación la buscamos cuando, después de cavilar, nos damos cuenta que somos finitos, limitados e imperfectos y si queremos crecer como seres humanos necesitamos asociarnos. Es una característica importante del ser humano la sociabilidad y sin la asociación no sería posible desarrollarla. Es indispensable colaborar con el otro, trabajar en equipo, aceptar que el semejante es diferente y por tanto nos complementa. Muchos de los problemas se pueden solucionar si nos asociamos y en la vida diaria a cada momento lo hacemos. Vamos al médico porque su conocimiento nos beneficia, acudimos al maestro para vencer nuestra ignorancia, sin el campesino que labra la tierra el hambre sería mayor, en fin, todos los seres humanos ofrecemos servicios y cosas que hacen más cómoda la vida en sociedad. Pero la asociación es más de tipo mercantil. Por eso suele suceder que dos personas que eran buenos amigos, después de asociarse, terminan de enemigos. Pero la asociación fracasa porque no sabemos relacionarnos y establecemos pactos con personas que son autoritarias, dogmáticas, escépticas, díscolas, egoístas y casi siempre valoran lo suyo pero no son capaces de admitir que los demás también aportan. Antes de establecer cualquier tipo de relación debemos examinar muy bien con quien vamos a tratar. Sin este análisis es posible que vayamos hacia el fracaso. De aquí la importancia de un verdadero noviazgo antes del matrimonio.


Sin buenas relaciones y asociaciones es imposible que lleguemos a la integración, a la comunicación total, a la unidad. Hidrógeno y oxigeno son diferentes, pero unidos son una bendición. Debemos desarrollar las capacidades para percibir y valorar a los demás. Todos somos valiosos y podemos contribuir a la sociedad humana. Es fundamental comprender que sin la unidad interna y la armonía social no conoceremos los frutos de la paz y el bienestar social. Combatamos el egoísmo y salgamos de manera decidida al encuentro del otro con una nueva actitud y con la intención de relacionarnos sin hipocresías ni mezquindades. Solos no somos nada, pero unidos constituimos la fuerza que mueve al mundo.

La alegría es el vestido del alma. Efraín Gutiérrez Zambrano La historia humana es una dura y penosa lucha por alcanzar la felicidad individual y colectiva. Todos los seres humanos deseamos ser felices. Pero la realidad de la vida nos confunde y nos la hace aparecer como un espejismo. Cuando la buscamos no la hallamos y cuando la hallamos se nos escapa de nuestras manos como si fuera una gota de agua a la que no podemos retener. Somos cual atletas que aspiramos ganar la maratón pero desconocemos la ruta y el punto de llegada. Ante ella estamos como entre un laberinto similar al de Minotauro. Creemos que se encuentra entre los placeres y al entregarnos a ellos nos descorazonamos al comprobar que nos dejan sólo hastío y si fuimos desenfrenados, enfermedades y arrepentimientos. El tiempo nos convence de que los placeres satisfacen al cuerpo y lo tranquilizan por un rato. Mas no se puede decir que los placeres sean malos mientras no se tomen como único fin y mientras se saboreen sin el afán de la gula y la ansiedad de la envidia. Tampoco se debe pasar por alto que la sed y hambre de placeres es constante y que entre más bebemos y comemos de esa exuberante mesa que el mundo ofrece, el espíritu entristece como si el condimento de ellos fuera un mortal veneno. Sin embargo, advertimos que todo nuestro ser tiende a la felicidad. Es la ley de gravitación vital de nuestros cuerpos y almas. Estamos hechos para la felicidad y no como estadio pasajero sino como meta eterna que nos llama. Es como si alguien hubiera sembrado en nosotros esa semilla cuyo crecimiento no podemos impedir. Y si fue Dios quien la sembró, seguramente espera abundante cosecha. ¿Pero cómo crecer, florecer y dar frutos en un mundo que a cada paso muestra que la felicidad es ave esquiva que no podemos cazar? ¿Debemos, entonces, rendirnos? Jamás podremos crecer en ambientes hostiles donde no se valore el trabajo, no se aplauda el esfuerzo y no se encuentre una mano abierta y generosa que alivie la carga. Es imposible florecer donde no se ha desarrollado la escucha y la palabra del humilde sea tan importante como la del magnate. Y no se recogerán


frutos donde el egoísmo y la envidia aumenten los sufrimientos, pruebas y dificultades de la vida. El primer fruto de esa búsqueda de la felicidad es la alegría. Ésta comienza en el instante en que dejamos de buscar nuestra felicidad para indagar cómo podemos hacer felices a los demás. El drama humano es sentir las limitaciones propias e impotentes rendirnos para no hacer nada frente a la necesidad ajena. No es posible hallar la felicidad en la indiferencia o en los malos hábitos y actitudes egoístas. Sólo en el corazón generoso es posible que brote la alegría. Al brotar en lo recóndito del ser, en los labios aparecerá la sonrisa para los otros. Por eso debemos aprender a ser solidarios y a sonreír. Debemos ir por el mundo sembrando alegría y sonriendo a todo aquel que se cruce en nuestro camino si de verdad deseamos ser felices. La alegría florece en la cúspide de la entrega sin condiciones, pero para llegar a ella debemos renunciar a nuestros placeres y comodidades. La cosecha se recogerá cuando con verdadera fe en Dios seamos capaces de pedir a Él las fuerzas necesarias para servir con amor a los olvidados de la tierra. Al comenzar a trabajar por los demás sin reparar en fatigas y obstáculos la abundancia del corazón será un manantial de felicidad que bañará a todos. Así comprenderemos que en la armonía y paz del mundo hallamos la alegría que es el vestido que mejor se ajusta a las formas del alma humana mientras está de paso por este suelo sembrado de rosas y abrojos.

Las falacias de nuestras percepciones. Efraín Gutiérrez Zambrano Siempre nos ha preocupado que nuestros sentidos, por los menos los cinco que acostumbramos a mencionar como importantes, funcionen bien. No deja de producir frustración y dolor el saber que hemos perdido la vista o que el otorrino nos advierta que estamos perdiendo el oído. Nunca nos preguntamos qué sería de nuestra vida sin el tacto o a que sabrían los limones si careciéramos de las papilas gustativas. Sería una locura imaginar que, para seguir viviendo, nos tuvieran que cercenar las dos piernas. Qué perfume escogeríamos si el olfato desapareciera con el transcurrir de una noche. Gracias a los sentidos que nos ponen en comunicación con el mundo exterior comenzamos a moldear la vida como si estuviéramos haciendo galletas con figura de payaso. Sin advertirlo nos metemos en el molde y perdemos la modificabilidad estructural cognitiva que el Creador dio a nuestro cerebro. Para explicar esos términos del psicólogo Reuven Feuerstein en forma sencilla digamos que el cerebro es como una plastilina que puede tomar la forma que deseemos. Sin embargo, somos amigos de lo rígido, de los modelos, de los límites y fronteras, de meter a los pájaros en jaulas y a los peces en acuarios


transparentes, de hacer de los demás, incluyendo nuestros hijos, personas de mentes cuadradas. Con el tiempo esa plastilina se endurece y qué difícil es que pensemos que hay mil caminos para llegar a Roma. Comenzamos a sufrir porque un cuerpo temporal y vulnerable lo convertimos, gracias a los moldes que fabricamos, en un organismo eterno y de acero. Si lo dudan llamen a Clark Kent, periodista tímido y torpe, pero que sale a la defensa de la justicia, con su traje de Superman. Eso es una falacia, una percepción equivocada de la realidad que nos llena de ansiedad. Sería menos dolorosa la vida si admitimos que somos seres con fecha de vencimiento, frágiles como porcelanas, falibles y defectuosos. En consecuencia el dolor no es un absurdo sino una señal que nos indica que somos mortales. La fragilidad, la exigencia de ser niños tiernos y felices. La falibilidad, la necesidad manifiesta de ir siempre dispuestos a aprender y corregir para llegar a la verdad. Y los defectos, la medida rigurosa de la imperfección que niega toda vanidad. Así seríamos capaces de renunciar a poseer sin medida y la codicia de los banqueros sería un vocablo más en los cuentos de hadas. Buscaríamos ser auténticos y las mentiras desaparecerían de la faz de la tierra como el rocío que evapora el sol con su llegada. Aprenderíamos que el sufrimiento interno nos comunica con los desvalidos y enfermos de la sociedad automatizada. Aceptaríamos de buena gana que hay personas diferentes y que todos tenemos defectos, lo cual impediría, que nos creamos perfectos y superiores. Al fin comprenderíamos que más importante que tener una profesión u oficio es llegar a ser humanos. De esta manera, el doctor miraría a su enfermo como otro yo, el abogado expondría argumentos de comprensión y el juez sabría ser justo sin apelar a la rigidez de la norma, el sacerdote ofrecería el sacrificio sin distinguir entre santos y pecadores, el maestro mostraría la sencillez y el ejemplo como instrumentos preferidos de la didáctica, el bombero hallaría placer al incendiar de amor los corazones de quienes todo lo han perdido en el incendio, los padres y madres no buscarían tantas razones para separarse sino para brindar a sus hijos seguridad y cariño verdadero, la probidad y la decencia estaría en los programas de los políticos en la primera línea y los periodistas y comunicadores contribuirían a la civilización con noticias más que escuetas, edificantes. Pero ahora, como autor de este sueño, sólo espero que no me llamen iluso por creer en nosotros, los seres humanos.

El lenguaje de los sentimientos. Efraín Gutiérrez Zambrano En Secretos de los triunfadores escribí que las palabras son el mágico vestido de las ideas, pero olvidé mencionar a los sentimientos. Sin embargo, éstos hallan en gestos, presencias y actitudes otras formas de comunicarse desde nuestra interioridad. Para comprobarlo basta con observar los ojos ajenos para advertir el tedio o la alegría que causa el vivir. Y si la persona los baja o cierra para


evitar que la auscultemos con nuestra mirada, esa actitud manifiesta que estamos en las orillas de ese gran piélago que no se advierte con facilidad porque somos amigos de las apariencias y no de los conocimientos profundos. Todos sentimos sus tempestades diurnas o nocturnas y sus olas serenas, sosegadas y tranquilas. Y sin embargo negamos esos parajes y ponemos en tela de juicio la existencia del alma. Hay momentos de ansiedad, desasosiego, zozobra, turbación y no podemos negar que hay días de gozo, alegres, generosos, optimistas. El gozo es el disfrute de los encantos y placeres que el mundo ofrece y la alegría es la manifestación natural del ánimo que se alcanza sin presiones externas como el consumo de drogas o de alcohol. Si los ojos brillan o las manos se inquietan por estos medios no es alegría sino euforia. Y ésta es un primer peldaño de la escalera patológica. Lo ideal es llegar a la paz, el perdón, el amor sincero, el gozo de la vida y la alegría de servir, pero no como instantes, como furtivos momentos, sino como un estado habitual del alma. Para conseguirlo se necesita estar dispuestos a seguir esa senda llena de obstáculos y que lleva al conocimiento de sí mismo que es la condición que la sabiduría exige para hospedarse en nosotros. De igual manera se debe aprender a percibir las palabras, los gestos, las actitudes, las presencias y volvernos competentes en lo que llamo comunicación verdadera para diferenciarla de la asertiva que nos propone la ciencia. La verdadera es un arte; la asertiva, una técnica. Y el arte no se puede enseñar si la persona que lo desea aprender no está dispuesta a vivirlo. Para salir del aislamiento y desasosiego en el que nos hallamos es indispensable aceptar que existen miles de lenguajes y debemos aprenderlos para comunicarnos con los seres humanos que forman nuestro universo. La primera norma para iniciar este particular aprendizaje es captar el mensaje, pero no caer en la tentación vanidosa de interpretarlo. Toda interpretación distorsiona la realidad. Necesitamos estar atentos, unidos, en actitud de espera y dispuestos a comprender. El verdadero conocimiento viene del interior y se requiere que el espíritu abra los ojos para no dejarlo pasar. Debemos abstenernos de interpretar las palabras y eventos ajenos y para no pensar en lo que nos quieren decir con lo que estamos viendo u oyendo. Tenemos que evitar el análisis habitual, la comparación caprichosa, el juicio a priori y la sentencia desobligante. Los sentimientos que vienen de esos parajes interiores son como la brisa que no vemos pero que sentimos sobre nuestras mejillas y que nos da un placer inefable, sobre todo cuando el ambiente es de bochorno. El lenguaje del alma sólo se aprende cuando olvidamos juzgar a los demás y simplemente los aceptamos como son. Cuando abandonamos la codicia de poseerlos, de manipularlos, de hacerlos objetos útiles, de etiquetarlos, damos a las personas su verdadero valor y al valorarlas nos humanizamos. Al humanizarnos desaparecen las rejas, las espinas, los abrojos, el miedo, el desasosiego, la ansiedad, la zozobra y el alma libre experimenta esa paz que el mundo no da y que es preludio de que entramos en el Edén que el Creador prometió al ser humano que domine su prepotencia y sus instintos.


Una canción para reflexionar Efraín Gutiérrez Zambrano Tal vez mirar al interior del alma es algo demasiado complejo para que un humano lo ejecute con entereza y alegría, tal vez sentir dolor no es más que un puro y frío sentimiento que emerge como la punzada del alfiler que se clava por accidente en el dorso de la mano, tal vez percibir el susurro de la soledad puede enloquecer tan sólo unos días o para siempre, pero estos hechos, por sí solos no arrojan verdades profundas para adoptarlos como elementos esenciales de una doctrina vital. Pero viajar al interior, llevando como equipaje la nostalgia, abre una puerta hacia el sufrimiento que petrifica y congela los caminos del ser. Es cuando los ríos de la melancolía se asoman por los ojos y la incertidumbre de los arrepentimientos nubla la mente con esos colores que anuncian las tormentas. Describir sobre una hoja esos paisajes del desierto espiritual es un rigor inútil y expresar la amargura es como vomitar a media noche sobre el mantel blanco que ilumina la luna que abusa del silencio de la ventana. Algunos dicen que ese sentir es propio del poeta, pero comenten el error de negar que todos nos hemos visto en el desfiladero impulsados por un tornado que viene del pasado y que no podemos presagiar ni controlar. Ante su presencia desaparece en el firmamento de su oscuridad tanto el débil rayo de fe como el inquieto rescoldo de la esperanza. El pavor que embarga y acelera el corazón sumerge en la ceguera lo sublime que daba fuerza al deseo de vivir. En ese estado lamentable el corazón no vale nada y el fuego del infierno devora todo lo bello y bueno que da sentido a la existencia humana. Los amigos como los vecinos se retiran a sus zonas de confort para no compartir el fracaso y el sufrimiento del desgraciado que maldice el mundo y el sol que lo vio nacer. La culpa cae como lava que exaspera y hace dudar al alma de su bondad. La angustia ostenta su diadema iluminada e indolente el pensamiento se confunde y comienza a sembrar sobre las voraces llamas el efímero árbol cuyos frutos expulsaron al ser humano del paraíso. ¿Acaso la muerte libra de la miseria y del sufrimiento? Cualquier respuesta carece de fundamentos racionales pero se deduce que es un escape indigno de la especie que ha hecho de la inteligencia el principal motivo de su orgullo. Escribir la canción de la vida o de la muerte es tan difícil como esculpir sobre el alma propia el sentimiento ajeno pero no intentarlo es felonía. La vida está cargada de acciones mientras la muerte está sembrada de negaciones, omisiones y estáticos espejos donde se miran las sombras. ¿Pero cómo conservar la fe en las bondades de la vida en un mundo que acelera la muerte desde el momento de la concepción? ¿Qué respuesta podemos dar a


quienes no tuvieron ni siquiera la oportunidad de ver un rayo de luz? La vida no será el secreto mejor guardado ni la muerte la más temida de las tragedias pero tanto la una como la otra obedecen a leyes superiores que los humanos debiéramos respetar. Lamentablemente estos tiempos esconden delirios e ilusiones jurídicas que hacen de los humanos dioses que matan a su antojo para salvar sus apariencias poderosas… Sólo cuando se mira al infinito mundo de la interioridad se comprende el sentido de la vida y el afán de preparar el viaje definitivo para ir a contemplar la inmensidad de la grandeza humana que se levanta sobre el respeto al ser humano, a la vida como valor y derecho del cual emanan todos los demás e inteligencia para descubrir que la humildad abre los caminos que la soberbia ignora y pisotea. Escuchemos este susurro del céfiro y busquemos la Sabiduría, pues sólo ella convierte la indecisión y el deseo en motivos de magnificencia. Huir de la vida para abrazar la muerte es una de las más peligrosas alucinaciones que impiden que despertemos a la eternidad de la gloria y a verdades que el misterio impide que veamos con claridad meridiana. No perdamos el derrotero que el cielo nos señaló, que por cerrada que sea la noche, llegará el momento en que el sol brillará para llenar de vida y color a quienes no perdieron la fe ni la esperanza y fueron capaces de soñar con un mundo mejor.


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