MOVIMIENTOS DE REIVINDICACIÓN: NUEVOS VALORES DEL ESPACIO URBANO
Tutor: Zaida Muxí, Departament d’Urbanisme i Ordenació del Territori Tribunal: Jordi Franquesa, Jaime José Ferrer, Ernest Redondo
Eftalia Proïos Torras
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índice Movimientos de reivindicación: nuevos valores del espacio urbano La sublimación de lo común Espacio público, en boga Ciudad y masa crítica Sublevación y propagandismo Espacio público, en venta Modelos extinguidos, espacios construïdos
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Morfología y mensaje Ritualización del territorio Reivindicaciones y teatralización Axiomas y simbología Recorrido, ritmo y notación Impacto, o la importancia de la escala
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Contenido gráfico
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Bibliografía
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Movimientos de reivindicaci贸n: nuevos valores del espacio urbano
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LA SUBLIMACIÓN DE LO COMÚN Espacio público, en boga Podemos oír, a menudo y de forma reiterada, el uso del término espacio público en los medios y discursos entorno al futuro de la ciudad. Sin duda se ha convertido en un objeto de opinión y debate de primer nivel, en cuanto a medir las inclinaciones de los ciudadanos se refiere. Entendido y denigrado como lugar de transición, la administración ha visto en él la oportunidad de recuperar la aceptación del pueblo, quién ve como cada legislatura arremete más contra su representación dentro de la ciudad. Pero más allá de su valor como termómetro político del electorado, las recientes disidencias entorno a la posición que ocupa el espacio público en los proyectos de ciudad revelan una evolución significativa de comprender lo “común”, del que el espacio público es una cristalización construida, en su resurgimiento como lugar físico de reivindicación de las voluntades de sus usuarios. Urbanistas y arquitectos se encuentran inmersos en formas de proyectar las ciudades según parámetros determinados de flujos, usos y condiciones estéticas, entendiendo la urbe desde su vertiente más maquínica. Esta percepción mecánica alcanza para dar forma a las soluciones y proyectar continentes vacíos, hecho que suscita las preguntas de ¿qué ocurre con el contenido? ¿Existe una comprensión real, por parte de la administración, de qué es la misma esencia de lo “público”? Esta cuestión ha sido determinante en muchos de los fracasos de proyectos en el espacio público que, olvidando la evolución del factor humano (aquí entendido como el factor popular), es en última instancia el beneficiario y afectado por la calidad de dichos espacios. A cada línea dibujada en un plano, la simplificación de los proyectos los ha convertido en parte de un sistema cerrado, en su concepción del urbanismo como un producto acabado: un objetivo para convencer al ciudadano en lugar de un medio a su disposición, capaz de evolucionar. Ciudad y masa crítica El recorrido de la definición del espacio público como lugar construido en la historia se remonta a la misma esencia del ágora griega, como espacio de convergencia de la política, la cultura y el comercio. Hannah Arendt rescataba estos inicios, definiendo la polis como la cumbre del intercambio necesario entre individuales donde el espacio físico es irrelevante, ya que “su verdadero espacio se extiende entre los hombres que viven juntos con ese objetivo, en donde sea que se encuentren” (Arendt, 2006, 258). Para Arendt, este lugar de reunión entre integrantes de una comunidad significaba el resultado del intercambio natural entre los participantes de las tomas
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de decisiones, predominando la acción sobre el enclave físico del debate. Su atributo más esencial, lejos de la espacialidad física, es la propiedad colectiva del espacio, “una esfera de la que todos pueden apropiarse, pero que no pueden reclamar como propiedad” (Delgado, 2015, 40). Son los espacios de la igualdad por excelencia, entendida una vez más a partir del concepto de la democracia griega: la oportunidad de influir, mediante el uso de la palabra, sobre las decisiones que conciernen a la comunidad en su conjunto. La idea de que la fuerza de la unión reside precisamente en la legitimidad de la diferencia (Abensour, 1989), siempre expresada en un marco ordenado, está muy arraigada en el pensamiento político contemporáneo, siendo una de las discusiones que con más vigencia se cierne sobre la gestión de la ciudad. Como espacio de justicia social, se oscila entre el equilibrio de las particularidades individuales y los intereses colectivos, estableciendo un marco común de exposición para todos sus integrantes. Para conseguir el consenso y una comunicación eficaz en la toma de decisiones es necesaria una renuncia a la información propia que pueda interferir en la aportación particular: sobreponer el objeto al sujeto. El resultado es la teatralización, en cierto modo, de tal intercambio ordenado, en el que el ciudadano experimenta la conversión a un anonimato ficticio. El objetivo último es la percepción de la acción o información disponible previa a la de la identidad del interlocutor (Sennett, 2003). A consecuencia el transeúnte se convierte en actor y espectador de aquello que se desarrolla en la calle, sobre lo que sus decisiones influyen de forma irremediable. Es en estos procesos de retribución y construcción momentánea e irrepetible en los que se establecen las condiciones de comportamiento y pertinencia en el espacio público, en las que intervienen las actividades y tempos propios del momento concreto. Se materializa una forma espontánea de gobernar el espacio que el Estado no entiende, dictada por aquellos que convergen de forma física en un mismo enclave. El problema se presenta cuando dicha alienación vacía el espacio público de su contenido: la falsa percepción de este espacio de convergencia como lugar de tránsito ya no puede servir como lugar de destinación. Su condición de canalización ha suplantado su valor de recipiente, lo que a su vez le ha arrebatado su condición de lugar: solo un límite etéreo entre cercados privados al que, irremediablemente, todo transeúnte debe poder acceder para desplazarse. Cada vez se observa más la tendencia a estudiar el movimiento aleatorio que en él se desarrolla como su principal actividad, calificando cualquier otra acepción que en él ocurriera como una mera anécdota. En términos gráficos, es como si el espacio público hubiera perdido su grosor, su color, su tercera dimensión, convirtiéndose en una simple línea conectora entre dos puntos. En el subconsciente del ciudadano ha arraigado una profunda confusión, como bien apunta Manuel Delgado cuando clarifica el error “al concebirlo como un lugar de paso y no, como habían propuesto Michel de Certeau o Jean Duvignaud, como el paso por un lugar.” (Delgado, 2006). El ciudadano ha visto, bajo este punto de vista, como su lugar de visibilización se ha banalizado y simplificado, escondiendo su potencial de reivindicación bajo su uso habitual: la negación de la representación, y por consiguiente de su mismísima masa critica. Como defendía Jürgen Habermas, ha olvidado que lo “público” no es característico de un símbolo, sino que puede encontrarse en aquello usado popularmente, a menudo invisible a simple vista (Habermas, 1990). Sublevación y propagandismo En sus cimientos hemos visto como el espacio público se concibe como una especie de hoja en blanco inofensiva, lugar de cualquier voluntad. Un buen ejemplo del peligro que, por contra, puede conllevar su uso malintencionado es la reforma de la ciudad de París durante el siglo XIX de la mano del Plan Haussmann, en la que la apertura de calles y avenidas respondió a la necesidad de controlar los flujos crecientes en el centro de la ciudad, ya fueran de transporte o acción social. El urbanismo devino, con sus planes y sus proyectos, una nueva herramienta disponible para el estado a la hora de contener las revueltas sociales. En las críticas situacionistas se detectaba auténtica repulsión por la estética de lo moderno en las calles, pero su carácter represivo nunca se encontraba en su forma: una nueva visión de espacio urbano como producto impuesto y ajeno a la opinión pública devino opuesto a sus necesidades. La contrariedad sigue siendo “el espacio de los flujos en sustitución del espacio de los lugares” (Castells, 1989, 348), cuando la ciudad experimentada se referencia por identidades
locales, mientras el Estado solamente comprende la lectura objetiva de sus caudales internos. Se ve aquí la importancia de como “la elección del punto de vista contiene aquí, como en la fotografía y el cine, la mitad del resultado” (Solà-Morales, 2008a), donde su potencia como escaparate y a la vez represión de la opinión pública ha convertido el espacio público en un innegable arma de doble filo. Pero, volviendo a la esencia apuntada por Arendt, existe una condición indiscutible: independientemente de su finalidad, el espacio público tiene la calidad de convertir los sucesos que en él ocurren en incontrolables y perdurables, previniendo que las acciones allí manifestadas caigan en el olvido colectivo (Vallarino-Bracho, 2002). El uso de la planificación urbana como útil de pacificación da relevancia a uno de los principios necesarios para su correcto funcionamiento: el de la convivencia. Asistimos a la concepción que el Estado comúnmente predica como situación “habitual” o “pertinente” del espacio público: como cristalización de una falsa neutralidad social. La necesidad de un marco en el que poder desarrollar la finalidad propuesta de forma ordenada fomenta su uso como excusa para su control, convirtiéndose su gobierno sobre el ciudadano en una “dictadura urbana”. En su afán por la represión del ciudadano, busca en el espacio público el antídoto para retener las objeciones que puedan demostrar la existencia de un atisbo de diferencia entre la multitud, siempre apelando a un imprescindible “orden público”. Muy a su pesar, la disponibilidad del espacio contrarresta estas voluntades, confiriendo más poderes al ciudadano: la posibilidad de entender orden como jerarquía y no únicamente como represión, donde gobiernan las reglas no escritas que determinan aquellos que en ese mismo momento “secuestran” el espacio, y no aquellos que, lápiz en mano, pretenden poseerlo. La cuestión de la convivencia es igualmente discutible en el espacio construido: se cree que la ciudad contemporánea, actualmente construyéndose a través de planes maestros, ha sucumbido a la estética de la globalidad. La expansión forzada de las ciudades obliga a que las partes ya existentes interactúen con los nuevos proyectos, a los que se ha discriminado y desterrado en el anonimato. La representatividad de los edificios como lugares de los poderes del Estado o colmenas para el consumo ya es un argumento extinguido. La ciudad se ha adentrado en una etapa de puesta en crisis de este patrimonio arquitectónico, consolidado bajo la bandera de una falsa tradición: un legado que ha elevado los símbolos de gobierno del pueblo, olvidando sus mismos integrantes. Mientras el espacio público se encuentra en boga, la ciudad se deteriora ante una arquitectura en huelga (Muñoz, 2007), que en sus intentos de convertirse en más eficiente ha perdido sus señas de identidad. Del mismo modo que la estética no determina por completo el estatus del ciudadano, el principal problema de nuestros edificios no se encuentra en el color de sus paredes. No podemos afirmar, tampoco, que su utilidad (al fin y al cabo, su éxito inmobiliario) sea condición única e indispensable para afianzarlos en el subconsciente colectivo. Convirtiéndose el objeto arquitectónico en icono de lo “público”, ha renunciado a su peso en la memoria “popular”. La ciudadanía ha iniciado, pues, una búsqueda de nuevos referentes, ya apuntados por Rem Koolhaas en su apología a la ciudad genérica, donde critica la historia como mantra intransgredible, juez incuestionable del futuro de la ciudad (Koolhaas, 2011). La deslocalización de la ciudad le permite despojarse de la influencia de los prejuicios adquiridos y reconocer los valores de los tipos, desmenuzarla por partes, que independientemente de la localización se repiten y desarrollan en tantas ciudades en la actualidad. En el centro de este punto toma partido la calle, que como nexo omnipresente entre nodos identitarios pasa a un primer plano: por su flexibilidad, por la riqueza de aquello que en ella puede ocurrir, se ha convertido en la representación más fiable de la diversidad. El urbanismo toma el relevo como contenedor del significado que la arquitectura de la Ciudad Bella ya no puede proveer, con su imagen de la ciudad como simple “maravilloso juguete mecánico” (Jacobs, 2013, 50). Espacio público, en venta Definida la esencia que caracteriza la esfera pública, cabe preguntarse el porqué de su inestabilidad, una vez trasladada a la ciudad desde el papel. La diversificación de las formas de vida y administración de la ciudad, junto con la presente crisis económica ha puesto de manifiesto las carencias de las políticas que el Estado ha promovido para mejorar sus ciudades. La fuga de los procesos productivos (ya sean laborales, sociales o económicos) que nutrían la vida dentro de la ciudad ha vaciado de significado sus espacios en favor de un escaparatismo, una
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representación al servicio de los turistas y transeúntes, que ahora observan con estupor pequeñas estampas de lo que intensamente fue un lugar representativo de lo popular en el pasado. La herencia de la ciudad industrial extinta ha arrastrado con ella el modelo de producción como motor de los procesos que suceden dentro de la sociedad. En el caso de Barcelona, encontramos sus vestigios como caricaturizaciones de una historia con la que el transeúnte se tropieza mientras deambula por la ciudad. Ya lo detectaba Rem Koolhaas cuando se lamentaba ante como “una ciudad antigua y singular, como Barcelona, acaba convirtiéndose en genérica por simplificar en exceso su identidad” (Koolhaas, 2011). En la raíz del problema se sitúa la gestión del turismo y la preocupación por el marketing internacional, y por ende la acción que sobre nuestro espacio público ejercen: la creación de una “identidad condensada” apta para el consumo. El capitalismo se ha extendido, inexorablemente, también a la relación con el espacio público, el cual se ha convertido en un mero objeto, sujeto a las leyes de la oferta y la demanda. En él, las iniciativas privadas han encontrado el campo de cultivo perfecto para sus intervenciones desmesuradas, entre las que encontramos la controvertida abundancia de hoteles y edificios de “marca”. Esta reconversión de los núcleos históricos y su densidad urbana han conseguido atraer el interés internacional, pero a la vez han desplazado los colectivos que en ellos habitaban mediante la revalorización del terreno. Suelo que ya no se encuentra al alcance del bolsillo del ciudadano local, que ve como se han ido deslocalizando sus esferas de vivienda, trabajo y ocio. La Barcelona de los diez distritos, como síntesis de morfologías urbanas tan diferentes, empieza a tambalearse. La muerte de los barrios es suplantada por la división en sectores, consecuencia de la especulación sobre sus territorios. Detrás de estas políticas de reorganización se encuentra el Estado y las entidades privadas que, beneficio en mano, han arrasado con las frágiles y complejas estructuras que se tejían hasta las mismas puertas de cada vivienda (Bergalli,1994). Se activa una reacción en cadena: la misma esencia de aquello que se exhibe como nacional e identitario, el pueblo del llamado modelo Barcelona, se ve desplazado a la periferia, donde encuentra un nuevo asentamiento. Los sectores se empiezan a asociar por clases, en función de sus posibilidades para habitar cerca del centro gravitatorio de la ciudad. La ciudad amplia una vez más sus murallas, ampliando el radio de destierro para aquellos sin medios para costearse formar parte de ella. Ante esto, uno podría preguntarse a quién representan tales ciudades, cuando restan como museos urbanos huérfanos, herederos de políticas territoriales más cercanas al franquismo. Efectivamente, la tensión social sigue al acecho, pero no necesariamente en las periferias: es paradigmático el caso de Ciutat Vella, donde la gentrificación y la asistencia turística masiva han deteriorado los linajes que durante años habían permanecido en el barrio. Mientras el ensanche de Cerdà ha conseguido sobrevivir al relevo industrial, las pequeñas tiendas a pie de calle en el Raval luchan contra las mafias por mantener la persiana abierta un día más. Ni las inversiones privadas, traducidas en lujosos hoteles y amplios escaparates, ni los esfuerzos de la administración han conseguido, hasta la fecha, apagar los fuegos que arden dentro de su propia casa. El mismísimo centro de la ciudad se desmorona cuando sus ciudadanos lo abandonan, mientras el perímetro de la ciudad toma las riendas, construyendo paulatinamente sus nuevas identidades. Es el triunfo de los promotores reales del urbanismo barcelonés: los ciudadanos que, en su preocupación y su contribución, creen el espacio público una parcela más de su existencia. Modelos extinguidos: espacios construidos Mucho se ha discutido acerca de la pertinencia y el grado de éxito del modelo Barcelona: un modelo heredero de las políticas adoptadas para convertirse en sede de los Juegos Olímpicos de 1992. Una época de renacimiento de la democracia en la que la promoción de intervenciones a gran escala producción cambios estructurales a nivel metropolitano. Ahora en recesión, la opinión pública empieza a cuestionarse si los logros se empiezan a diluir en el tiempo, viendo desde la primera fila como su ciudad muere de éxito. La del urbanismo barcelonés es una historia corta pero intensa, con sus inicios mucho antes del revuelo producido en los años noventa, en la que la parálisis de inversiones durante la etapa franquista es uno de sus pocos
paréntesis. Una historia que con valentía ha afrontado varios retos, entre los que constan producir ciudad sobre la misma ciudad, englobar la identidad de la periferia dentro de un mismo sistema estructural y dotar de su intensidad urbana sus periferias, sin exportar sus atributos formales. Las políticas de adaptación de la ciudad a una visión más metropolitana, incluyendo las rondas y la recuperación del frente marítimo, fueron solo la pequeña parte visible desde los periscopios internacionales. En casa, la modernización se produjo de la mano de la vivienda social, en buen equilibrio con la inversión en equipamientos e infraestructuras. Los Juegos se utilizaron como excusa para impulsar las reivindicaciones de unos vecinos que, no tan lejos del centro histórico, se sentían parte de la ciudad. En el equilibrio entre la inversión privada y el impulso popular se sientan las bases de lo que Joan Busquets definió como las “nuevas centralidades”, mediante las que Barcelona daría continuidad a las obras construidas para fenómenos eventuales. Ésta es también la razón del fracaso de los llamados new projects posteriores: proyectos privados sin el apoyo y la denuncia social local, a menudo repudiando y pisoteando la propia historia de su localización. Entendiendo el éxito de los Juegos Olímpicos en la calidad de los equipamientos, éstos se sistematizaron como herramienta para el Fórum de las Culturas de 2004. Como resultado encontramos un cúmulo de grandes piezas urbanas, satélites para usos extremadamente especializados de la ciudad que no llenan con su actividad los espacios públicos que los circundan. Si bien la falta de apoyo ciudadano es una de las justificaciones de esta decepción urbana, también puede atribuirse a la falta de implicación de los recientes núcleos circundantes del Poblenou y Sant Adrià del Besós, aún demasiado preocupados por su propio desarrollo. Por ello, la ciudad lo observa como el final de una Avenida Diagonal que aguarda, paciente y preparado, que la ciudadanía lea una oportunidad en él. La oportunidad en la situación de estos proyectos es su mayor incentivo: una proximidad indiscutible a otras centralidades de la ciudad que anuncia su aprovechamiento en el futuro. Pertenece a la mitad de la ciudad que, rezagada, se apresura a seguir el progreso de su competidora, siempre reflejándose en su espejo. Manuel de Solà-Morales ya detecta audazmente la existencia de un eje de simetría que separa ambos flancos de la ciudad, perpendicular al eje de mar: en su escrito La Ciudadela y Montjuïc: La ciudad tiene dos orejas habla de las similitudes entre las preexistencias al suroeste de la ciudad y las pretensiones de los proyectos a su noreste (y no solamente entre estos dos parques). Ratifica como “La Fira, en poniente, y el Fórum, en levante, son la réplica contemporánea de esta dualidad”, entendiendo la ciudad de Barcelona como una balanza de contrapesos (Solà-Morales, 2008b). Los cambios acontecidos a raíz de las exposiciones universales comparten las mismas premisas en épocas distintas, en las que en la ciudad se avecinaban tiempos de expansión, requiriendo la modernización de sus infraestructuras. La historia se ha repetido una vez tras otra: en ocasiones se han extraído verdaderas ejemplificaciones de construcción de ciudad, en otras parece que se hayan olvidado los errores cometidos. Los urbanistas internacionales han observado en Barcelona el éxito de diversos incentivos sin reconocer el principio activo de su utilidad en la actualidad. El catalizador de todos los logros ha sido la ciudadanía (Borja, 2010), que con su denuncia e implicación han hecho un seguimiento de las iniciativas implantadas desde la administración. Una ciudadanía que ahora celebra y critica lo que se practica en su espacio público. Que celebra la regeneración de la Plaza de las Glorias, hasta ahora cedida al mandato del tráfico; que no ve en los hoteles los equipamientos que la ciudad necesita; que da la espalda a grandes instrumentos colocados irresponsablemente sobre su plano, sin dejarse engañar por la calidad de sus arquitecturas. Y, lo que es más importante, una ciudadanía que escoge el mismo objeto de debate como destinación para legitimar su denuncia, capaz de propiciar la sublimación de un espacio público disperso y neutro en medio para elaborar cualquier mensaje. Para ello, y de entre las muchas metrópolis contemporáneas que podrían ser objeto de este estudio, se ha centrado el análisis en las manifestaciones atribuidas al nacionalismo catalán a raíz de los hechos ocurridos el 28 de Junio de 2010, fecha en la que el Tribunal Constitucional resuelve el recurso en contra a la aprobación del Estatuto de Autonomía de Cataluña desencadenando un fuerte rechazo, al que la ciudad se brindará como capital y escenario.
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MORFOLOGÍA Y MENSAJE Ritualización del territorio La ritualización del territorio es una de las prácticas que ponen de manifiesto de forma más evidente no solamente sus características físicas, sino las interpretaciones que de él surgen en los usuarios que lo ocupan. Las reivindicaciones dejan a un lado los balances objetivos gracias a los que habitualmente se evalúan los espacios públicos para dibujar las relaciones conceptuales entre los espacios dentro de la ciudad, supeditados a sus experiencias personales y a los mensajes que en él se quieren divulgar. Durante su transcurso, se produce un uso intensivo de la ciudad bajo unas reglas que transgreden su uso mayoritario, aunque en ellas se pueden detectar jerarquías y ordenes propios, establecidos previamente o sobre la marcha. Lejos del caos difuso que puedan comunicar las manifestaciones, resulta interesante identificar las características propias de los sucesos en los que un colectivo pone el mismo espacio físico sobre la mesa para reclamar sus objetivos. Son de obligada referencia los estudios sobre estos episodios realizados por antropólogos y sociólogos, en especial la difusión que de ello realiza Manuel Delgado (2003), junto con el Institut Català d’Antropologia y su recopilatorio de sucesos simbólicos en la ciudad de Barcelona. Reduciendo el fenómeno reivindicativo a sus axiomas más elementales, se estudia la presencia física del colectivo en el espacio como primer mensaje divulgado. Pero si bien la forma se utiliza como una herramienta necesaria para comprender tales movilizaciones, no se convierte en un hecho indispensable para la comunicación de un significado. El espacio público en Barcelona ha albergado movilizaciones populares en sus múltiples acepciones, pero en ninguna de ellas se ha hecho un uso tan explícito del trazado urbano como mensaje en sí mismo. La reflexión sobre todas las variables circunstanciales, como el tiempo, la imagen y el recorrido, nunca ha sido valorada por encima de las pancartas que encabezaran la multitud. Y es en el transcurso de tales acontecimientos de puesta en crisis de la identidad nacional donde lo urbano es testimonio de la historia (corta pero reveladora) de la purificación del mensaje nacionalista, escrito en las calles de la capital catalana. Reivindicaciones y teatralización Para alcanzar una comprensión completa es pertinente recuperar dos terminologías: una primera de carácter comunicacional presentada por Erving Goffman (1974), según la cual en un acto de reivindicación intervienen un bien, una reivindicación, el reivindicador y los agentes. Consiste básicamente en comprender el papel de cada
uno de los integrantes dentro de la representación reivindicativa. Es evidente la categorización de las reivindicaciones como bien o “tema” y reivindicación o “derecho a decidir”, pero la clasificación de los agentes en juego no se diferencia de una forma tan clara. Goffman define los agentes como aquellas entidades que vehiculan el mensaje, a los que podríamos equiparar como “actores” dentro de la “representación” en el espacio urbano: existe una línea definida entre el espacio teatral y el espacio expectante, a quien va dirigido explícitamente el mensaje. Las manifestaciones nacionalistas no corresponden, sin embargo, al caso de otros eventos que se puedan desarrollar bajo este modelo en el espacio público, en los que existe una diferenciación entre actor y espectador: las masas multitudinarias actúan a través y para ellas mismas, son el centro del acto reivindicativo. No existe un término medio en el espacio que ocupan: o bien se forma parte del acto reivindicativo o se deambula por su perímetro, sin detenerse demasiado tiempo. No encontramos espectadores físicamente postrados ante el acto, aunque eso no signifique que se tenga en cuenta el punto de vista a la hora de decidir la ocupación en el espacio público. Vemos una evolución notable desde las manifestaciones Som una nació i tenim dret a decidir (18 de Febrero de 2006), Som una nació i diem prou (1 de Diciembre de 2007), Som una nació, nosaltres decidim (1 de Julio de 2010) y Som una nació, volem Estat propi (11 de Septiembre de 2011), en las que predomina la forma de encabezar la manifestación, representada por imágenes tomadas a cota de calle o a poca altura, y las manifestaciones Catalunya, nou Estat d’Europa (11 de Septiembre de 2012) y Via Catalana V (11 de Septiembre de 2014), en las que la dinámica se dispone para ser observada a una larga distancia, perdiendo la noción de sus integrantes en pro a la imagen global final. No se rinde culto a las figuras políticas que, en ocasiones, han intentado destacar infructuosamente por encima de las multitudes, sino al cúmulo ciudadano que, renunciando a parte de sus particularidades, transmite un mensaje definido. Los agentes tampoco quedan limitados a la participación ciudadana, sino que también cuentan con los objetos utilizados en las manifestaciones: banderas, urnas y vestimenta, que por su peso en la forma y significado de los eventos son una categoría en sí mismos. A modo de atrezo acompañan la representación del mensaje, convirtiéndose en partes esenciales de su lenguaje. Entramos en el terreno que José Luís García explora en su obra Antropología del territorio en la que, siguiendo la corriente iniciada por Roman Jakobson y Ferdinand de Saussure, diferencia entre dos formas de ritualización territorial: la territorialidad metafórica y la territorialidad metonímica. La territorialidad metonímica es la que correspondería al punto de vista de Goffman, la que tiene en cuenta los lugares “creados” en el intelecto de la comunidad, interpretados según su comportamiento sobre el terreno y no según opciones lógicas y cuantificables. No importa el lugar preferente para el automóvil, la ocupación masiva en las manifestaciones brinda la posibilidad de transitar por el centro de cualquier calle: el hecho reivindicativo “reconstruye” momentáneamente la forma de utilizar el espacio público. En la territorialidad metafórica la lectura del espacio se supedita a su estructura y jerarquía formales: sus dimensiones, su posición en el conjunto, su uso y derecho de uso. Es la lectura que categorizaría las calles como elementos de tránsito rápido y las plazas como lugares de acumulación o reunión. De las calles importan su tránsito, y por tanto su número de carriles, su capacidad de movilización de automóviles, la posibilidad de circular en uno o dos sentidos, si se sitúan de forma ortogonal o diagonal dentro de la malla urbana. Incluso podemos poner de ejemplo las paradas de transporte público, sobre las que pesaría más la convergencia de líneas de ferrocarriles y metro, y su buena conexión con los transportes a pie de calle. Toma las dimensiones reales de los lugares, en vez de interpretar el papel que juegan según la experiencia en la memoria colectiva de los ciudadanos. Axiomas y simbología La segunda terminología corresponde a un modelo formal introducido por Kevin Lynch (2000), según la cual podemos analizar en los hechos reivindicativos sendas, bordes, barrios, nodos y mojones, siempre bajo un punto de vista esencialmente visual. Extrapolados a las manifestaciones, las sendas representarían las vías urbanas que encauzan el recorrido de las reivindicaciones: son elementos específicamente lineales, en los que el transcurso se convierte en el centro de atención. Es apreciable más claramente en las reivindicaciones en procesión, en las que se transportan símbolos y personas a través del espacio público, pero también en las manifestaciones de ocupación estática de vías urbanas, en las que aunque la linealidad no apunte a un recorrido, sí se detecta una
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secuencia definida. A las partes concretas de tales manifestaciones se las suele denominar “tramos”, un término que no deja de tener relación con los barrios: una cierta “sectorización” del territorio, reducido a moléculas comprensibles para la memoria espacial del ciudadano. Sin importar qué barrios literales cruza o incluyen las manifestaciones, en el caso de las manifestaciones independentistas se han creado localizaciones dentro del recorrido: distinciones por comarcas que aspiran a reunificar ciudadanos según su procedencia con motivos que van más allá de la eficiencia logística. Es un problema que la ciudad de Barcelona no había sufrido hasta el momento: la llegada masiva de colectivos de reivindicación que, sin habitar en la ciudad, ven en ella el lugar óptimo para sus demandas. En la manifestación Via Catalana V, la necesidad de acoger cúmulos importados se ha contrarrestado con esta creación de “lugares” en el recorrido, en los que cualquier individuo puede encontrarse en una esfera social conocida. La diferenciación entre regiones es puramente organizativa, ya que en la representación real la multitud no distingue entre procedencias, creando una masa uniforme en la que las caras conocidas son lo único que crea un límite difuso. El término de borde es, aquí, sinónimo de “encuentro con lo privado”, como entidad no sobrepasable, a la que no pueden acceder los cúmulos reivindicativos. Son límites que rodean el suceso como un telón de fondo, como un escenario que pauta la identidad de cada tramo en la secuencia. Sin embargo, en las reivindicaciones independentistas habitan en los límites, en la medida en que se pueden apreciar banderas y muestras de apoyo en los balcones y ventanas de las viviendas: una muestra de insumisión desde el ámbito privado, que sigue manifestando un mensaje sobre el espacio público. Podríamos decir que en estas manifestaciones los balcones de Barcelona se convierten en puntos de opinión: participan del séquito como destellos que permiten observar el séquito o, por el contrario, permiten el aislamiento de aquello que se desarrolla fuera. La misma ambivalencia es aplicable a las aceras, en las que la manifestación reconoce el derecho al tránsito, ocupando el espacio de movimiento antes colonizado por el automóvil (Delgado, 2003). En casos aislados, como el de la Via Catalana Cadena Humana (11 de Septiembre de 2012), el concepto explícito de borde pasa de circunstancia a lema utilizándose como tema de manifestación, creando en el centro de Barcelona una región delimitada por los mismos integrantes reivindicantes. El caso de los nodos y los mojones representa los hitos que diferencian cada lugar concreto del recorrido. Formalmente se asemejan al concepto de “punto”, en la medida en que proveen una referencia al observador o responden a una convergencia de elementos lineales. Ambos han sido determinantes para todas las manifestaciones nacionalistas, en las que los recorridos han reseguido los sitios más emblemáticos de la memoria colectiva. La única diferencia entre ellos recae en la interacción: mientras los nodos son aptos para mutar y albergar interpretaciones, los mojones se observan a lo lejos intocables, aunque reiterando con su presencia la identidad de un lugar en el mapa. Mientras los nodos se “cruzan”, los mojones se rodean desde lejos. La arquitectura emblemática adquiere mucho peso en ellos, tanto los edificios de entidades privadas como los equipamientos públicos. Mientras las grandes torres y fachadas modernistas se mantienen impasibles, los edificios públicos y del gobierno abren sus puertas, reconociéndose como extensión de lo que ocurre en el exterior. En mojones y nodos, respectivamente, vemos a efectos prácticos lo que se plasmaba en el plano del topógrafo Giambattista Nolli, donde el grafismo que acompañaba el espacio público se contagiaba a los espacios interiores religiosos. Pero no son los edificios los únicos hitos urbanos a tener en cuenta: los mismos cruces entre calles, la esencia del modelo del ensanche, ubican y habilitan al transeúnte para comprender su contexto. La horizontal malla urbana facilita la comprensión espacial de un colectivo que, en su experiencia, ha asimilado las mismas condiciones de la calle y es capaz de orientarse sin el avistamiento explícito de grandes hitos verticales. Sus plazas también vienen incluidas en la retórica reivindicativa, normalmente encadenadas por su recorrido según un mismo nivel de importancia. En la manifestación Via Catalana V, en cambio, se observa una tendencia a sobreponer ciertos nodos como destinaciones últimas predilectas, como es el caso singular de la Plaça de les Glòries. En la Via Catalana V, el vértice del recorrido simboliza el punto de inflexión también político, mientras que los extremos opuestos se diluyen en los límites de la ciudad. En Via Lliure se da un papel primordial a la plaza, aunque no sea la destinación última: en un mismo recorrido se unen pasado y futuro, Glòries como un espacio en desarrollo, recientemente
destruida su herencia postolímpica, y el Parlament de Catalunya, cumbre de la representación nacionalista. Por último, cabría destacar los hitos verticales efímeros creados en el mismo seno de la manifestación: la inclusión de los castellers como nodos, sobresaliendo junto con las pancartas ondeantes por encima de la multitud. Vemos como con ello se explota la tercera dimensión, demostrando que los recorridos no son solamente líneas dibujadas sobre el trazado, sino que adquieren grosor, peso y profundidad. Recorrido, ritmo y notación Las manifestaciones independentistas han demostrado un uso explícito del espacio urbano: sus recorridos son dotados de significado, de peso sobre el trazado urbano. Exploran desde el uso de la unidad mínima humana hasta la gran escala, en un discurso de subrayado y omisión de polos existentes en la ciudad. La metáfora musical utilizada por Manuel Delgado (2003) es de plena vigencia, con los ritmos marcados con notas ciudadanas sobre el pentagrama de la ciudad. Se observa como en los inicios de esta tipología de manifestaciones los recorridos mantienen su carácter convencional: como un desfile por las calles elegidas, las denuncias en forma de pancartas en la parte delantera acumulan la mayor tensión urbana. Es el caso de las manifestaciones realizadas anteriormente al año 2013, dotadas de un inicio y un fin, con su dinamismo propio. En este grupo no solamente coincide la forma de apropiación del espacio público, sino las “notas” urbanas que se entonan para transmitir el mensaje. En la manifestación Som una nació i tenim dret a decidir se inicia una deambulación en la Plaza España, símbolo de la unión con la nación, cuna de los grandes proyectos arquitectónicos desarrollados durante las exposiciones internacionales. Con su destinación en la Plaza Catalunya, se integra la Gran Vía de les Corts Catalanes como eje conductor de los manifestantes, cortando una de las grandes arterias de tránsito rodado de la ciudad. La particularidad surge en el punto de inflexión que se elige en el desvío para alcanzar el destino: justo en Plaza Universitat, centro de gravedad de la visión crítica y la denuncia social de la ciudad, se continúa el recorrido por la Calle Pelayo, hasta desembocar a su fin. Salvando el significado simbólico que los nombres de los polos urbanos pueden denotar, queda remarcada una fuerte similitud entre ambos: son fuertes nexos de intermodalidad para la ciudad. El transporte público y su capacidad para reunir y dispersar individuos, son otro de los puntos clave de los recorridos. Por el contrario, en las manifestaciones Som una nació i diem prou y Catalunya, nou Estat d’Europa se sobrepone el simbolismo del centro histórico en la elección del trazado. Ambas con recorridos muy similares, se repite la constante de Vía Laietana como eje simbólico de conexión entre las plazas Catalunya y Urquinaona y la Estación de Francia, en el frente marítimo. Habiéndose proyectado como una gran operación de saneamiento y ordenación, la presencia de edificios gubernamentales le otorgan una mayor consistencia de la que otras calles estrechas y sinuosas carecen. No obstante, es su potente cruce del primer vestigio romano de la ciudad, y los encuentros con las calles Princesa, Jaume I y las avenidas de la Catedral y Francesc Cambó lo que la convierten en adecuada para el deambulatorio hacia el mar. A su espera, la Estación de Francia representa uno de los puntos de acceso a la ciudad, el primer expositor que la ciudad ofrece a los visitantes europeos. Aquí se desvelan los deseos de visibilizar el conflicto no solamente dentro de la ciudad, sino de la comunidad internacional, aunque aún de una forma muy incipiente. La importancia de los cruces cobra sentido cuando se observa que no solamente se resiguen sobre el mapa, sino que poseen entidad para ser inicios y destinos de recorridos en sí mismos. Su capacidad de crear tensión y la perspicacia de su resolución en el Ensanche ya fueron apuntados como temas clave por Manuel de Solà-Morales, en su elogio a Cerdà. El cruce de dos de las calles más importantes de Barcelona, Paseo de Gracia y Gran Vía de les Corts Catalanes, cuenta con la dimensión necesaria para reunir a los asistentes anteriormente al inicio de la marcha. Se utiliza como punto de partida en la manifestación Catalunya, nou Estat d’Europa, pero también como punto de inflexión en Som una nació, nosaltres decidim, cuando se detiene el descenso por Paseo de Gracia y se continúa hasta llegar a la Plaza Tetuan. En esta reivindicación se utiliza otro de los grandes cruces también en Paseo de Gracia, esta vez con la Avenida Diagonal, para reunir a los asistentes. La Plaza Tetuan es uno de los nodos concurrentes en diferentes eventos: aparte de ser punto final de Som una
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nació, nosaltres decidim, la plaza surge en el contexto de Som una nació, volem Estat propi. Este caso es un ejemplo de manifestación sin continuidad física, una especie de “acupuntura reivindicativa” que organiza los eventos de la manifestación sin una conexión deambulatoria entre ellos. Distribuidos también en Plaza Urquinaona y Arc de Triomf, constan de actos de divulgación y ofrendas a monumentos, complementarios a las reivindicaciones explícitas. Aquí se observa la conexión entre el acto reivindicativo y el carácter festivo de las manifestaciones independentistas de forma más clara. Impacto, o la importancia de la escala La visibilización del conflicto ha transformado la forma de reclamar derechos en el espacio público. En Barcelona, el punto de no retorno se demuestra el 11 de Septiembre 2012, cuando la manifestación Catalunya, nou Estat d’Europa desborda las expectativas y llena las calles adyacentes al recorrido principal. El lema denota una preocupación por la visibilidad del conflicto en esferas internacionales: ya no se lucha contra el yugo nacional, sino para informar de un modo más creativo de los motivos de reivindicación constante. La escala excede los recorridos establecidos, adecuados para anteriores manifestaciones, obligando a un replanteamiento sobre los trazos utilizados en el lienzo urbano. Se transgrede la escala local en Via Catalana Cadena Humana, con una cadena unipersonal que une completamente el litoral catalán. En Barcelona, la cadena se desdobla en dos ramales, siguiendo los iconos identitarios más diversos de la ciudad: por primera vez, la manifestación se acerca a centros políticos como la Plaza Sant Jaume y el Parlament, pero al mismo nivel encontramos la Sagrada Família, la Plaza de Glorias, el frente marítimo, Plaza España, el Fórum y el Camp Nou. Una imagen pintoresca que despoja la manifestación de institucionalidad y revela los tótems del subconsciente ciudadano, mediante una manifestación de un grosor humano mínimo y longitud extensa. Se inicia con este evento una etapa de manifestaciones estáticas, donde la afluencia de manifestantes dificulta el movimiento a través de las calles. La intensidad urbana se consigue, por lo tanto, mediante una densidad pausada, eliminando la bipolaridad entre el inicio y el fin que sí caracterizaba los casos anteriores. La última manifestación desempeñada hasta la fecha, Via Catalana V, no solamente ha reunido los precedentes de escala, sino que ha elevado la organización de las manifestaciones al siguiente nivel. La ciudad, encarnada como capital reivindicativa, no debe prepararse solamente para movilizar la ciudadanía local, sino que se espera una afluencia de participación procedente de todas las localidades del territorio catalán. Se procede a la localización por sectores de procedencia, como ya se ha comentado, para potenciar la comodidad en el espacio público de usuarios ajenos a su uso habitual. En esta ocasión, se explora el grosor de una bandera catalana extensible por las avenidas Diagonal y Gran Via de les Corts Catalanes, donde la indumentaria de los participantes cobra una importancia primordial. Su vértice, en la Plaza de las Glorias, acoge actos representativos de derecho a la autodeterminación, mediante el uso de urnas como nuevos objetos de denuncia. Sus extremos opuestos, en ambos ejes, se desdibujan cerca de los límites administrativos de la ciudad, en la Plaza Pius XII y la Plaza d’Ildefons Cerdà. Se entra en el territorio de la escala: la magnitud del conflicto y la extensión de su representación. Ya lo enunciaba Rem Koolhaas (2011) en su ensayo sobre la grandeza como nuevo recurso estructural de la ciudad: “La gran dimensión no tiene más necesidad de la ciudad: está en competencia con la ciudad; representa la ciudad; vacía la ciudad de significado; o, todavía mejor, es la ciudad.” La infraestructura le gana terreno a la historia, convirtiéndose en el nuevo símbolo del movimiento. Ella goza del poder de comunicar una ciudad entera, y en su ausencia, de paralizarla. El poder ya no recae sobre los objetos arquitectónicos institucionales, o por lo menos no tanto como antes. En el espacio de conexión se toman las decisiones, se deja constancia de los hechos, se da visibilidad a las opiniones. La próxima manifestación, convocada para el 11 de Septiembre de 2015, se realiza por primera vez en la Avinguda Meridiana, relegada a un segundo plano hasta entonces. De su incorporación se interpreta una nueva aceptación de la necesidad de abandonar los ítems que cargaban de significado y contenido propagandístico la ciudad preolímpica, para buscar en el tejido urbano los grandes ejes e intervenciones metropolitanas que articularán su futuro.
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Escala 1/10.000
Som una naci贸 i tenim dret a decidir, 18 de Febrero de 2006
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Escala 1/10.000
Som una naci贸 i diem prou, 1 de Diciembre de 2007
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Escala 1/10.000
Som una naci贸, nosaltres decidim, 10 de Julio de 2010
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Escala 1/10.000
Som una naci贸, volem Estat propi, 11 de Septiembre de 2011
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Escala 1/20.000
Catalunya, nou Estat d’Europa, 11 de Septiembre de 2012
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Escala 1/20.000
Via Catalana Cadena Humana, 11 de Septiembre de 2013
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Escala 1/20.000
Via Catalana V, 11 de Septiembre de 2014
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Escala 1/20.000
SĂntesis de manifestaciones en Barcelona 2006-2014
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