El Duque de Miraflores

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El Duque de Miraflores Un Homenaje a Vargas Llosa

¡Boom! ¡Latinoamerica aparecio! Vida y milagros de Mario ¿Por que rayos escribe Vargas Llosa? Una pequeña mirada Un Premio y un discurso, claro Libros y nuestra humilde opinión

LA VERDAD de las MENTIRAS El Duque de Miraflores 12/2012/ N° 01

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Una editorial ¿Por qué hacer una revista sobre Mario Vargas Llosa? Es una tarea, claro, pero sería fácil no hacerla, dejarla ahí. Nota, podrán decir, pero no, aquí hay algo más: admiración por una de las mejores plumas que el Perú haya podido producir. Vargas Llosa siempre ocupará un lugar junto a Vallejo, Valdelomar y Ricardo Palma, entre otros, claro. Con este mensaje claro, esperamos que disfruten con este pequeño homenaje escolar al creador de entrañables personajes como Zavalita o el cabo Lituma. Pasen la página. Sin miedo.

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el Nacimiento

l Boom latinoamericano fue un fenomeno editorial que surgio en la decada de los 60s, conformado por un grupo de escritores que como mayor seña de identidad compartian el ser latinoamericanos. Sus principales representantes son: Gabriel Garcia Marquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. Estos escritores tuvieron un trabajo bastante influenciado por la situacion general de la Latinoamerica de esos años, teniendo muy en cuenta la Revolución Cubana, lo que volvió su obra bastante política. Sobre su origen, hay bastantes desacuerdos, con muchos, argumentando que la obra inicial de este boom sería Rayuela de Cortázar, aunque otros mencionen a la ciudad y los perros, que es anterior, Fernando Alegría, escritor chileno, consideraba que la obra inicial del boom latinoamericano seria Hijo de Hombre, de Augusto Roa Bastos, del 59, aunque, hablando

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de una Epoca

cronológicamente, su origen se puede rastrear aun antes con Hombres de Maiz,de Miguel Angel Asturias, o el Tunel de Sabato.

Fuera cual fue su obra inaugural, lo que si está claro es que se declaraban huérfanos y sin ningun modelo autoctono, atrapados en su admiracion por Proust, Joyce, Mann, Sarte, entre otros escritores europeos. Sentian la necesidad de tener una vos propia hispanoamericana, aunque rechazando a los más respetados escritores indigenistas, criollistas y mundonovistas. Las novelas de estos huérfanos eran esencialmente modernistas. Tratan el tiempo de manera no lineal, suelen utilizar varias perspectivas y cuentan con gran cantidad de neologismo e incluso blasfemias. La literatura del Boom rompe los limites entre lo fantástico y lo mundano, dandfo esta mezcla la creacion de una nueva El Duque de Miraflores / N° 01

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realidad. De los escritores del boom, Gabriel García Márquez está más estrechamente relacionado con el uso del realismo mágico, de hecho, se le atribuye traerlo «de moda» después de la publicación de Cien años de soledad en 1967.

“Muchos de sus autores rechazaron los modos tradicionales de narración y desarrollaron un estilo propio” Otra característica resaltante era su interés por la política y la historia. Ahí nació este subgénero, conocido como la novela del dictador, que aborda la constante histórica de las dictaduras militares en los países latinoamericanos. Ejemplo de esto son novelas como Yo el Supremo, de Roa Bastos, La Fiesta del Chivo, y Conversación en la Catedral, de Vargas Llosa. La novela del dictador ha sido extraordinariamente influyente en el desarrollo de la tradición literaria hispanoamericana. Muchos de sus autores rechazaron los modos tradicionales de narración y desarrollaron un estilo propio, difuminado los límites entre lector, narrador, punto de vista, personajes y la historia misma. Además de examinar la autoridad del líder, los autores valoraron su propio papel como dispensadores paternalistas de conocimiento, en una especie de desafío a las propias dictaduras. A continuación, nos enfocaremos en uno de sus principales representantes: Mario Vargas Llosa. 6

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lo que Varguitas si dijo y de lo que Varguitas se dice

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ario Vargas Llosa nació en Arequipa en 1936, hijo único de Ernesto Vargas Maldonado y Dora Llosa Ureta, quienes se separaron meses antes de su nacimiento para divorciarse luego del mismo, de mutuo acuerdo. Luego, Ernesto reveló tener una relación con una mujer alemana, con quien tuvo dos hijos: Enrique y Ernesto Vargas. Un año después del divorcio de sus padres, Mario y su familia materna se trasladaron a Bolivia, donde su abuelo había conseguido un contrato para administrar una hacienda algodonera cercana a Cochabamba. Posteriormente, al iniciarse el gobierno de Bustamante, en el 45, su abuelo, Pedro Llosa Bustamante, obtuvo el cargo de prefecto del departamento de Piura, lo que trajo a toda la familia de regreso al Perú, más exactamente a la ciudad de Piura. El Duque de Miraflores / N° 01

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se trasladó a Piura a vivir con su tío Luis Llosa, terminando su educación secundaria en el colegio San Miguel de Piura. Simultáneamente, trabajó en el diario local, La Industria, y presenció la representación teatral de su primera obra dramatúrgica, La huída del Inca. En el 53, durante la dictadura de Odría, ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos a estudiar Derecho y Literatura. Ahí se haría miembro de Cahuide, vestigio del Partido Comunista Peruano, que era perseguido por el gobierno. Esta experiencia también se vería reflejada en su obra Conversación en la Catedral. Poco tiempo después dejó el grupo y se inscribió en el Partido Demócrata Cristiano, esperando que lanzaran la candidatura de Bustamante, expectativa que nunca se cumplió. A los 19 años, se casó con su tía política, Julia Urquidi, diez años mayor, con todo el rechazo de su familia. Para lograr mantener una vida en común, Vargas Llosa consiguió hasta siete trabajos simultáneos, pasando de asistente de bibliotecario hasta catalogando nombres de lapidas en el Cementerio Presbítero Matías Maestro. A fines del 57, obtuvo el primer premio de la revista francesa La Revue Française, que consistía en quince días de estadía en Paris, donde terminó quedándose un mes. Fue además considerado el alumno sanmarquino más distinguido 8

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de Literatura, lo que le valió la beca Javier Prado para seguir cursos de posgrado en la Universidad Complutense de Madrid. Antes de viajar a Europa, hizo un corto viaje por la amazonía peruana, experiencia que también se vería reflejada en sus posteri ores obras. Al terminar el curso en Madrid, se trasladó a Paris, creyendo obtener una beca para estudiar ahí, lo que no llegó a pasar. Aún así, decidió quedarse en Paris junto con su esposa, Julia. Fue en Paris donde Vargas Llosa culminó su primera novela, La ciudad y los perros, consiguiendo gracias a ella en 1962 el premio Biblioteca Breve. Durante la lectura de su segunda novela, La casa verde, Carmen Balcells decidió proponerle al escritor el ser su agente literario. Lo animó a dedicarse exclusivamente a la literatura y le consiguió sustento económico durante el tiempo que llevara terminar Conversación en la Catedral, a condición de que el con trato editorial lo hiciera con ella. Fue, a partir de ese momento, su agente y llegó a conseguirle varios contratos extraordinarios. En 1964 se divorció de Julia y al año siguiente se casó con su prima, Patricia Llosa, con quien tuvo tres hijos: Álvaro Vargas Llosa (1966), escritor, editor, politólogo y periodista, Gonzalo (1967), empresario, y Morgana (1974), fotógrafa. El Duque de Miraflores / N° 01

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De ciertos libros y de lo

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argas Llosa ha sido definido como el más completo narrador de su generación y una figura destacada de la literatura hispanoamericana. Sus novelas generalmente tienen múltiple perspectiva, presentando varios narradores que presentan distintos puntos de una historia o tema. Esta historia o tema tiene, comúnmente, un trasfondo político, como Conversación en la Catedral o La fiesta del Chivo, donde se trata la figura del dictador. Incluso en su novela romántica, Travesuras de la Niña Mala, Vargas Llosa no puede dejar de lado el trasfondo político, con sub-tramas como las guerrillas de los 60s o la crisis económica en los 80s. Otra característica resaltante en la obra de Vargas Llosa es el tratamiento del sexo, que parece repetirse en distintas escenas a lo largo de su obra narrativa, llegando incluso a escribir un par de libros eróticos: Elogio de la madrastra, y Los cuadernos de don Rigoberto. También 10

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o que estos comparten se toca bastante el erotismo, aunque no tanto como en los anteriores libros, en Travesuras de la niña mala. Algo que también se observa bastante en sus obras es la obsesión por las estructuras, por darle un orden a lo narrado. En La ciudad y los perros, por ejemplo, con cada personaje hay una forma distinta de narrar lo ocurrido: con el Poeta, se utiliza la tercera persona en pasado, con un repetido uso del estilo indirecto libre para introducir sus pensamientos; con el Boa, se utiliza la primera persona o, para ser más exactos, e stream of consciousness (fluir de conciencia) para narrar distintos hechos; con el Jaguar también se utiliza la primera persona, pero en pasado; y con el Esclavo, tercera persona en pasado, casi siempre iniciando los párrafos relacionados a él con las palabras: Ha olvidado. En Conversación en la Catedral, por otro lado, se tiende a mezclar historias entre narración y dialogo. Aquí un ejemplo: —Y quién les hizo creer que había tantos odriístas en Arequipa —dijo Ambrosio. El Duque de Miraflores / N° 01

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—La contra—manifestación del Partido Restaurador en el Mercado —dijo Ludovico—. Fuimos a ver y la cosa estaba que ardía. —¿Qué le dije, Molina? —el doctor Lama señaló la muchedumbre—. Lástima que Bermúdez no pueda ver esto. —Hábleles de una vez, doctor Lama —dijo Molina—. Necesito llevarme a mi gente pronto, para darles instrucciones. —Sí, les diré unas palabras —dijo el doctor Lama— Ábranme camino hasta las camionetas. —¿El plan era hacerlos pan con pescado a los de la Coalición? —dijo Ambrosio. —Nosotros entrábamos al teatro y armábamos el lío adentro —dijo Ludovico—. Y cuando salieran se iban a dar de bruces con la contra—manifestación. Como idea estaba bien, sólo que no resultó. Apretado contra la gente que escuchaba, reía y aplaudía, Trifulcio cerró la boca. No se moría, no parecía que los huesos se fueran a quebrar de frío, ya no sentía que el corazón se iba a parar. Y habían desaparecido los agujazos en la cabeza. Escuchaba los alaridos de Ruperto y veía a la gente empujándose para llegar a la camioneta en la que habían comenzado a repartir trago y regalos. En la media luz, reconocía las caras de Téllez, de Urondo, del capataz Martínez, salpicadas entre los oyentes, y los imaginaba aplaudiendo, animando. Él no hacía nada; respiraba despacio, se tomaba el pulso, pensaba si no me muevo aguantaré. 12

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Esta obsesión puede deberse a su máximo referente en lo concerniente a estos aspectos casi técnicos: Faulkner, de quien aprendió, a través de su obra, el multiperspectivismo, los saltos en el tiempo, el uso de varios narradores en vez del omnisciente, la retención de información, el uso de historias paralelas. Sea cual sea el motivo de esta, su manía por las estructuras le ha permitido construir algunas de las mejores novelas del siglo XX.

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De cierto premio del que t

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l Premio Nobel se otorga cada año a personas que efectúen investigaciones, ejecuten descubrimientos sobresalientes durante el año precedente, lleven a cabo el mayor beneficio a la humanidad o contribución notable a la sociedad en el año inmediatamente anterior. Este premio no puede ser otorgado de forma póstuma, a menos que el ganador haya muerto después del anuncia miento de su premiación. El premio tampoco puede ser compartido por más de tres personas. La primera ceremonia de entrega de premios en Literatura, Física, Química y Medicina se celebró en la Antigua Real Academia de Música de Estocolmo en 1901. Al principio, el Rey de Suecia, Óscar II, no estaba de acuerdo con entregar premios a extranjeros, pero aún así, a partir de 1902, es el Rey quien los entrega, debido al gran potencial publicitario de la ceremonia. laureados reciben una medalla, con una imagen de Alfred 14

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todos han oído alguna vez Nobel de perfil izquierdo, un diploma, que contiene una imagen y un texto con el nombre del ganador, y una suma de dinero que depende de los ingresos de la fundación Nobel de ese año, pero que siempre es cuantioso y permite al laureado tranquilidad económica para poder seguir con el desarrollo de sus posteriores trabajos. Sin embargo, no es inu sual que los beneficiados opten por donar el dinero del premio a causas científicas, culturales o humanitarias. El Premio Nobel de Literatura, que es el que nos atañe, es uno de los 5 señalados en el testamento de Alfred Nobel, según quien el premio debe entregarse anualmente “a quien haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal”. La institución encargada de seleccionar al ganador es la Academia Sueca y se concede el primer jueves de octubre de cada año.

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l Premio Nobel de Literatura. Los miembros de la Academia, así como de diferentes academias y sociedades literarias, junto con profesores de literatura e idiomas, ex laureados con el Nobel de Literatura, y los presidentes de organizaciones de escritores están autorizados a designar a un candidato. Sin embargo, no están permitidas las autonominaciones. Finalmente, en octubre, los miembros de la Academia Sueca votan y el candidato que recibe más de la mitad de los votos totales es designado como el nuevo Nobel de Literatura. Este premio siempre ha sido muy polémico debido a las múltiples omisiones que ha tenido. Escritores como Joyce, Proust, Kafka, Tolstoi, Borges o Cortázar nunca llegaron a recibirlo y, claro, nunca faltan las acusaciones de que el premio está arreglado, ya que, por ejemplo, resulta para muchos absurdo que Winston Churchill haya ganado el Nobel de Literatura. Sea o no sea el premio arreglado de vez en cuando, lo cierto es que la premiación de Vargas Llosa en el 2010 ha sido completamente merecida. Él, como, por ejemplo, Borges, fue uno de los eternos nominados hasta hace un par de años, cuando la Academia Sueca declaró que “por su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, la rebelión y la derrota” recibiría el premio.

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De cierto fragmento de un discurso hecho para recibir cierto premio Elogio de la lectura y la ficción (fragmento): “Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas. La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me El Duque de Miraflores / N° 01

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he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras. Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero. No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma ?la escritura y la estructura? lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, 18

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Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada. Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias. Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que El Duque de Miraflores / N° 01

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hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real conque volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola. Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de 20

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la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad quelas hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.”

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De cierto niño demasiado despierto “…Muy bien, es un buen titulo –contestó don Rigoberto. Y casi sin pensarlo, con una risotada falsa, añadió–: Parece el de una novelita erótica.” Pequeño pero peligroso, el pequeño Fonchito. ¿Sera por su inocencia de niño, o por su temprana malicia? Mario Vargas Llosa escribe este atrevido libro, despertando en nosotros el morbo, con esta historia de erotismo e incesto, en donde no puedes confiar en dejar solo a tu hijo y a su madrastra. Don Rigoberto es un hombre burgués, en una buena posición económica, casado en segundas nupcias con Lucrecia. Últimamente viaja mucho por asuntos de trabajo, tiene una tendencia a prepararse física y mentalmente antes del acto sexual. Tiene un niño llamado Fonchito (su nombre es el mismo que el niño en su cuento infantil “Fonchito y la luna”, ¿coincidencia?), el cual es un ejemplo a seguir: tiene una conducta irreprochable, es vivaz y saca buenas notas. Aunque últimamente se la pasa espiando en su tiempo libre a su madrastra, Lucrecia. Ella ama a Rigoberto, y quiere a Fonchito como a un hijo, aunque ese amor madre-hijo cada vez se irá tergiversando más y más hasta tener un final fatal. Estos son los 3 personajes principales de esta curiosa historia, erotismo vs inocencia. 22

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De cierto incidente en el Leoncio Prado “-¿Tú vas a ser un poeta? - dice el Esclavo. -¿Estás cojudo? Voy a ser ingeniero. Mi padre me mandará a estudiar a Estados Unidos. Escribo cartas y novelitas para comprarme cigarrillos. Pero eso no quiere decir nada.” En mi opinión, La Ciudad y los perros es una obra muy importante porque da a conocer lo difícil que es la vida militar y también es una crítica al concepto erróneo que poseemos sobre la educación que se recibe en ese colegio, ya que, en la obra se observa el exceso de violencia entre cabos y también en esta obra se expresa como el abuso de autoridad puede llegar a extremos totalmente inimaginables. Todo el libro es una gran crítica al machismo, cosa que se puede ver, por ejemplo, en el orgullo que siente Alberto cuando le dicen que su padre es una fiera, por conseguir varias mujeres. O que también se puede ver en como el padre del Esclavo no soporta la idea de que su hijo sea tan endeble, “afeminado”, como diría él, y para “corregirlo” lo envía a un colegio militar, donde, según sus palabras, “lo harían hombre”.

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De esos encuentros que arrastran consigo el pasado “Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?” La pregunta que Zavalita se hace viendo la avenida Tacna es una de las más famosas de la literatura peruana y con justa razón: toda la obra intenta explicar el aíre de mediocridad que a veces nos intoxica a nosotros, los peruanos. Los más jóvenes, entre los cuales me incluyo, no vivimos durante la época del terrorismo ni sufrimos dictadura tras dictadura (a pesar de haber vivido parte del gobierno de Fujimori), pero no es necesario haberlo hecho para mirar con impotencia la historia de la mal llamada república peruana y hacernos exactamente la misma pregunta que Zavalita se hizo un día de los 60s en la puerta de La Crónica. Pasando a aspectos más formales, la novela destaca por la brillantez con que Vargas Llosa maneja la perspectiva múltiple, el uso de historias paralelas y su forma de retratar al Perú de su época. Para algunos debió haber resultado confuso el servilismo de Ambrosio y su miedo a ser capturado con su pareja por sus patrones, hasta que, pam, sin más, se descubre la homosexualidad de don Fermín, el padre de Zavalita, y su 24

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posible implicancia en un asesinato, que, a pesar de haber sido cometido por Ambrosio, bien podría haber sido él, ya que Ambrosio lo hizo por el respeto que sentía por Bola de Oro, como le decían a don Fermín. Pero, sin duda, lo mejor de la novela debe ser la forma en que Zavalita, sin entender nunca el por qué, se sume en la mediocridad como forma de escapar de la vida que su familia delineaba. Es por eso que entra a la San Marcos en lugar de a la Católica. Es por eso que se une a Cahuide y desdeña el mundo capitalista en el que se mueve su acomodada familia. Es por eso que se va de casa y vive en una pensión barata, por eso que entra a trabajar a la Crónica y se dedica a vivir de bar en bar, burdel en burdel. Y hasta puede ser por eso que se casa con Ana, lo que causa la desaprobación de su madre. Y es así que, casi sin quererlo, se distancia de su familia. Solo llega a conservar una escasa comunicación, bastante esporádica, con su hermana, Teté, mientras que con su hermano, el Chispas, solo queda una relación fría, en la cual ninguno logra entender al otro.

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De cómo todos esperan el fin del mundo al final de cada siglo «Cualquier revolucionario que sienta vacilar sus convicciones sobre la gran revolución», decía una de sus cartas, «debería echar un vistazo a lo que yo veo en Salvador: entonces, no dudaría». Un buen día de hace más de cien años, apareció allá en Brasil, alto y delgado, Antonio Conselheiro y sus prédicas fanáticas que pregonaban contra la República y anunciaba que el fin del mundo llegaría en 1900 y todos debían esperar ese día limpios de pecado, lo cual implicaba, por supuesto, no pagar impuestos o aceptar el censo que se estaba produciendo. Incluso llegó a construir un pueblo, Canudos, junto con varios sertaneros y toda la gente salida de favelas que había quedado deslumbrada con su mensaje de salvación. Esto, claro, no agradó al ejército, el cual decidió cortar el problema de raíz, destruyendo todo el pueblo. Todo esto visto y vivido por un periodista miope que bien podría llamarse Euclides da Cunha o podría no llamarse así, quien luego no podría dejar los sucesos atrás. Ese podría ser un resumen bastante soso de La guerra del fin del mundo, la novela más ambiciosa de Mario Vargas Llosa y que más tiempo le llevó culminar. En esta novela, Vargas Llosa quiso hablar del fanatismo, de la irracionalidad del hombre y el absurdo de sus actos. 26

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Quiso plasmar, también, como el amor puede ser un bálsamo que ayuda a superar varias situaciones, como se demuestra con el periodista miope, quien hubiera muerto en Canudos de no ser por el cuidado recibido por Jurema, quien se haría luego su mujer. Esta novela sería el primer acercamiento de Vargas Llosa a la ficción histórica, elemento al que ha vuelto a recurrir en, por ejemplo, El sueño del celta, su última novela hasta la fecha. En La guerra del fin del mundo, Vargas Llosa deja de lado las complicadas estructuras que empleó en sus primeras novelas, proceso que comenzó con la escritura de Pantaleón y las Visitadoras, aunque no abandona el multiperspectivismo que caracteriza a sus obras.

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De una niña muy mala

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n Travesuras de la Niña Mala, Mario Vargas Llosa nos muestra su primer intento por escribir una novela romántica. Sin embargo, no evita poner de trasfondo la situación política y social de las décadas que abarca la relación de Ricardo y la Niña Mala, a lo largo de diversos lugares, como Tokio, París, Londres o Madrid. Se cuestiona el significado del amor en las mil y una peripecias de la Niña Mala, quien, a pesar de todos los amantes que llega a tener, siempre vuelve, de una u otra manera, a Ricardo, un tipo sin ambiciones, quien no puede evitar siempre perdonarla, no importa qué clase de perrada le haga y cuantos desplantes deba aguantar. Sin lugar a dudas, no es el tipo de novela romántica que todos esperaban, pero tampoco se puede decir que rompa con todos los paradigmas o que sea una de las mejores novelas de Vargas Llosa. Sin embargo, resulta entretenida de leer y el primer capítulo resulta una graciosa caricatura del Miraflores de su época.

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De una entrevista tomada de El País

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Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) le asaltaba desde hacía algún tiempo la incómoda sensación de que le estaban tomando el pelo. Lo empezó a sentir al visitar ciertas exposiciones y bienales, asistir a algunos espectáculos, ver determinadas películas y programas de televisión e incluso le ocurría cuando se arrellanaba en el sillón para leer ciertos libros y periódicos. En esos momentos, como él mismo cuenta, le sobrevenía la sensación, poco definida al principio, de que se estaban burlando de él, de que estaba “indefenso ante una sutil conspiración” para hacerle sentir un inculto o un estúpido, para hacerle creer que un fraude era arte; un embuste, cultura. De esa sensación surgió una convicción y de esta un ensayo, La civilización del espectáculo (Alfaguara). En sus páginas el premio Nobel de Literatura disecciona la conversión de la cultura en un caos donde “como no hay manera de saber qué cosa es cultura, todo lo es y ya nada lo es”. Esa disolución de jerarquías y referentes es consecuencia, para Vargas Llosa, del triunfo de la frivolidad, del reinado universal del entretenimiento. Pero los efectos de este clima de banalización extrema no se limitan a la cultura. Para el escritor, y quizá sea este su juicio más El Duque de Miraflores / N° 01

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severo, el empuje de la civilización del espectáculo ha anestesiado a los intelectuales, desarmado al periodismo y, sobre todo, devaluado la política, un espacio donde gana terreno el cinismo y se extiende la tolerancia hacia la corrupción, algo que el autor de Conversación en La Catedral ilustra con una anécdota de su tierra natal: “En las últimas elecciones peruanas, el escritor Jorge Eduardo Benavides se asombró de que un taxista de Lima le dijera que iba a votar por Keiko Fujimori, la hija del dictador que cumple una pena de 25 años de prisión por robos y asesinatos. “¿A usted no le importa que el presidente Fujimori fuera un ladrón?”, le preguntó al taxista. “No” —repuso este— “porque Fujimori solo robó lo justo”. Lo justo. La indiferencia moral. La civilización del espectáculo. El ensayo, un diamante para la polémica, lo explica Vargas Llosa con voz cálida y precisa, que inunda la línea telefónica desde el otro lado de Atlántico, viernes por la mañana en Lima. P. Mantiene usted que la cultura se ha banalizado, que triunfa la frivolidad en su peor sentido, que el erotismo pierde en favor de la pornografía, que la posmodernidad es, en parte, un experimento fallido y pedante, que el 30

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periodismo amarillea, que la política se degrada, que en la civilización del espectáculo el cómico es el rey… ¿Hay escapatoria? R. Sí, hay escapatoria. La historia no está escrita, no es fatídica, cambia. Justamente nos ha tocado vivir una época en que hemos visto las transformaciones históricas más extraordinarias e inesperadas. Si alguien me hubiera dicho cuando yo era joven que iba a ver la desaparición de la Unión Soviética, la transformación de China en un país capitalista; si alguien me hubiera dicho que América Latina iba a estar en pleno proceso de crecimiento, mientras Europa vivía su peor crisis financiera en un siglo, no me lo hubiera creído y, sin embargo, todas esas cosas han pasado. Desde luego que se puede esperar una renovación de la vida cultural, de las artes, de las humanidades, y que abandone ese sesgo cada vez más frívolo, superficial, que yo creo que es una de sus características principales hoy en día; no la única, porque hay excepciones a la regla, afortunadamente. Pero esa banalización tiene consecuencias no solamente en el campo de la cultura, sino en todos los otros. Por eso en el libro me refiero a la política, incluso a la vida sexual, a la relación humana. Todo eso se puede ver muy afectado si la cultura vive en la banalización, la frivolización permanente. P. Y eso le produce un cierto enfado, sensación de tomadura de pelo. ¿Desde cuándo? R. Es un proceso, no llega de una vez, pero sí recuerdo, El Duque de Miraflores / N° 01

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por ejemplo, el shock que supuso para mí hace algunos años visitar la Bienal de Venecia, que era una vitrina del prestigio y la modernidad, de la novedad, del experimento, y de pronto, después de un recorrido de un par de horas, llegar a la conclusión de que allí había mucho más fraude, embuste, que seriedad, que profundidad. Fue para mí una experiencia bastante importante, que me llevó a reflexionar sobre este tema. Al final del libro, en un texto que es bastante personal, cuento cómo enriqueció mi vida leer buenos libros, conocer la gran tradición pictórica, el mundo de la música, cómo eso dio un sentido, un orden, una organización al mundo que lo hizo para mí muchísimo más interesante, más rico, más estimulante. Yo creo que sería una tragedia que justamente en una época en que hay un progreso tecnológico, científico, material extraordinario, al mismo tiempo, la cultura vaya a convertirse en un puro entretenimiento, en algo superficial, dejando un vacío que nada puede llenar, porque nada puede reemplazar a la cultura en dar un sentido más profundo, trascendente, espiritual a la vida. P. Hay un momento, cuando habla usted de la añoranza, en el que dice: “Lo peor es que probablemente este fenómeno [la banalización de la cultura] no tenga arreglo y lo que yo añoro sea polvo y cenizas sin reconstitución posible”. R. Espero equivocarme. P. Ese pesimismo resulta llamativo en alguien de su éxito. R. …nostalgia de viejo. A ratos siento, sí, cierta angustia 32

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porque… Mire, yo viví en Inglaterra y me acuerdo el deslumbramiento que me produjo ver la televisión; la que había conocido antes era muy pobre, muy mediocre, y de pronto descubrí que sí había posibilidades de utilizar la televisión en un sentido creativo y no solo porque los mejores escritores y dramaturgos escribían para la televisión… Había un programa que veía con pasión, se llamaba Panorama, periodismo de investigación. Me acuerdo, por ejemplo, de una entrega de dos horas sobre los disidentes en la Unión Soviética filmado en Moscú clandestinamente. Y de pronto, al cabo de los años, vi que la televisión de Inglaterra había caído también en la frivolidad total. Los mejores países, los que uno supondría que están más defendidos contra eso, han ido también sucumbiendo a esa especie de mandato generacional hacia el facilismo, la superficialidad, la frivolidad. Hay excepciones, desde luego... P. …su propia obra es una excepción. ¿No es un ejemplo de que la capacidad de autocrítica sobrevive? ¿Qué no todo es autocomplacencia y frivolidad? R. Sí, pero es siempre preocupante que el mayor vigor, la mayor riqueza, esté ahora en el pasado más que en el presente; que no sea algo de actualidad, sino que hay que volver la vista atrás… Y hay otro aspecto. Junto a la frivolización, hay un oscurantismo embustero que identifica la profundidad con la oscuridad y que ha llevado, por ejemplo, a la crítica a unos extremos de especialización que la pone totalmente al margen del ciudadano común y corriente, del hombre medianamente culto al que antes la crítica servía para El Duque de Miraflores / N° 01

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orientarse en la oferta tan enorme. P. Pero lo que plantea es volver a los patrones culturales. ¿Es eso posible? ¿Existe legitimidad para hacerlo? ¿No hay un cierto aristocratismo en todo ello? R. Aristocratismo es una palabra que provoca mucho rechazo, pero por otra parte el rechazo de la élite en bloque es una gran ingenuidad. No todos pueden ser cultos de la misma manera, no todos quieren ser cultos de la misma manera y no todos tendrían que ser cultos de la misma manera, ni muchísimo menos. Hay niveles de especialización que son perfectamente explicables, a condición de que la especialización no termine por dar la espalda al resto de la sociedad, porque entonces la cultura deja ya de impregnar al conjunto de la sociedad, desaparecen esos consensos, esos denominadores comunes que te permiten discriminar entre lo que es auténtico y lo que es postizo, entre lo que es bueno y lo que es malo, entre lo que es bello y lo que es feo. Parece mentira que se haya llegado a un mundo donde ya no se pueden hacer este tipo de discriminaciones. Porque eso sí, si desaparecen esas categorías es el reino del embuste, de la picardía… La publicidad reemplaza al talento, lo fabrica, lo inventa. P. Usted extiende su crítica a la cocina o la moda que están pasando a formar parte de la alta cultura. R. Justamente esa es una de las manifestaciones de esa

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banalización y de esa frivolidad. No tengo nada contra la moda, me parece magnífico que haya una preocupación por la moda, pero desde luego no creo que la moda pueda reemplazar a la filosofía, a la literatura, a la música culta como un referente cultural. Y eso es lo que está pasando. Hoy en día hablar de cocina y hablar de la moda, es mucho más importante que hablar de filosofía o hablar de música. Eso es una deformación peligrosa y una manifestación de frivolidad terrible. ¿Qué cosa es la frivolidad? La frivolidad es tener una tabla de valores completamente confunrama, periodismo de investigación. Me acuerdo, por ejemplo, de una entrega de dos horas sobre los disidentes en la Unión Soviética filmado en Moscú clandestinamente. Y de pronto, al cabo de los años, vi que la televisión de Inglaterra había caído también en la frivolidad total. Los mejores países, los que uno supondría que están más defendidos contra eso, han ido también sucumbiendo a esa especie de mandato generacional hacia el facilismo, la superficialidad, la frivolidad. Hay excepciones, desde luego... P. …su propia obra es una excepción. ¿No es un ejemplo de que la capacidad de autocrítica sobrevive? ¿Qué no todo es autocomplacencia y frivolidad? R. Sí, pero es siempre preocupante que el mayor vigor, la mayor riqueza, esté ahora en el pasado más que en el presente; que no sea algo de actualidad, sino que hay que volver la vista atrás… Y hay otro aspecto. Junto a la frivolización, hay un oscurantismo embustero que identifica la profundidad

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con la oscuridad y que ha llevado, por ejemplo, a la crítica a unos extremos de especialización que la pone totalmente al margen del ciudadano común y corriente, del hombre medianamente culto al que antes la crítica servía para orientarse en la oferta tan enorme. P. Pero lo que plantea es volver a los patrones culturales. ¿Es eso posible? ¿Existe legitimidad para hacerlo? ¿No hay un cierto aristocratismo en todo ello? R. Aristocratismo es una palabra que provoca mucho rechazo, pero por otra parte el rechazo de la élite en bloque es una gran ingenuidad. No todos pueden ser cultos de la misma manera, no todos quieren ser cultos de la misma manera y no todos tendrían que ser cultos de la misma manera, ni muchísimo menos. Hay niveles de especialización que son perfectamente explicables, a condición de que la especialización no termine por dar la espalda al resto de la sociedad, porque entonces la cultura deja ya de impregnar al conjunto de la sociedad, desaparecen esos consensos, esos denominadores comunes que te permiten discriminar entre lo que es auténtico y lo que es postizo, entre lo que es bueno y lo que es malo, entre lo que es bello y lo que es feo. Parece mentira que se haya llegado a un mundo donde ya no se pueden hacer este tipo de discriminaciones. Porque eso sí, si desaparecen esas categorías es el reino del embuste, de la picardía… La publicidad reemplaza al talento, lo fabrica, lo inventa.

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P. Usted extiende su crítica a la cocina o la moda que están pasando a formar parte de la alta cultura. R. Justamente esa es una de las manifestaciones de esa banalización y de esa frivolidad. No tengo nada contra la moda, me parece magnífico que haya una preocupación por la moda, pero desde luego no creo que la moda pueda reemplazar a la filosofía, a la literatura, a la música culta como un referente cultural. Y eso es lo que está pasando. Hoy en día hablar de cocina y hablar de la moda, es mucho más importante que hablar de filosofía o hablar de música. Eso es una deformación peligrosa y una manifestación de frivolidad terrible. ¿Qué cosa es la frivolidad? La frivolidad es tener una tabla de valores completamente confundida, es el sacrificio de la visión del largo plazo por el corto plazo, por lo inmediato. Justamente eso es el espectáculo. P. Pero no encierra esa perspectiva una excesiva idealización del pasado, como esa edad dorada platónica que tanto criticaba Popper, y que tiene como consecuencia fosilizar la sociedad, cerrarla al cambio... R. No, yo no estoy por la fosilización. No soy un conservador en ese sentido, desde luego que no, y sé que en el pasado, al mismo tiempo que Cervantes y que Shakespeare, existía la esclavitud, el racismo más espantoso, el dogmatismo religioso, la Inquisición, las hogueras para el disidente… Yo sé muy bien que el pasado venía con todo eso, pero al mismo

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tiempo no se puede negar que en ese pasado había cosas muy admirables, que han marcado profundamente el presente, que enriquecieron la vida de las gentes, la sensibilidad, la imaginación. Y esa era una función que tenía la alta cultura, y hoy día no se puede ni siquiera hablar de alta cultura porque eso es incorrecto, políticamente incorrecto. P. Hay una defensa muy interesante del erotismo en el libro, como obra de arte frente al “sexo descarnado”. R. El erotismo fue en el mundo de la experiencia la conversión de un instinto en algo creativo, en una verdadera obra de arte y eso fue posible gracias a la cultura. Yo no creo que el erotismo nazca simplemente de una experiencia pragmática del sexo, ni muchísimo menos. Creo que es la cultura, que son las artes, el refinamiento de la sensibilidad que produce la alta cultura, la que crea el erotismo. El erotismo es una manifestación de civilizaciones, se da en sociedades que han alcanzado un cierto nivel de civilización. Y al mismo tiempo significa el respeto de las formas, la importancia de las formas en la relación sexual. Y ahí yo cito mucho a Georges Bataille, él defendió siempre el erotismo justamente como una manifestación de civilización, y fue muy reticente a la permisividad total porque creía que la permisividad total iba a matar las formas y al final se iba a llegar, otra vez, a una especie de sexo primitivo, salvaje. Y algo de eso ha pasado en nuestro tiempo.

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P. Es decir, le falta erotismo a nuestra cultura. R. Por eso el sexo significa tan poco para las nuevas generaciones. Significa un entretenimiento que es casi una gimnasia. Es como segar una fuente riquísima no solo de placer sino de enriquecimiento de la sensibilidad. P. ¿Qué pensaría el Vargas Llosa de 25 años del libro que ha escrito el Vargas Llosa de ahora? R. No me lo puedo imaginar. A nosotros nos ha tocado vivir una diferencia generacional sin precedentes en la historia. Precisamente por la extraordinaria revolución tecnológica, audiovisual, el mundo es tan absolutamente diferente que es muy, muy difícil ponerse hoy en día en la piel de un joven. Hay muchas cosas en el pasado que hay que suprimir, que hay que reformar sin ninguna duda. Pero hay una que yo creo que no, que hay que conservarla renovándola, actualizándola, que es la cultura. Una civilización que ha producido Goya, Rembrandt, Mahler, Goethe no es despreciable, no puede ser despreciable. Eso fijó unos ciertos patrones que deben ser, si se quiere, criticados pero mantenidos, continuados. Y esa continuación es la que yo creo que se pierde si la cultura pasa a ser una actividad secundaria y relegada al puro campo del entretenimiento. P. Habla del pesimismo, del catastrofismo, incluso como un peligro mayor que la corrupción y cita una juventud apática,

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recluida en la hostilidad sistemática, aburrida. Fenómenos como el del 15-M, el de Occupy Wall Street, ¿no le generan cierta esperanza? R. Sí, cierta esperanza sí. Siempre y cuando no se orienten en el sentido equivocado. Porque hay un cierto conformismo en la inconformidad. En eso Foucault escribió cosas muy interesantes. Pero sí, creo que hay estallidos entre los jóvenes que son bastante interesantes. No soy pesimista, sino más bien optimista, las cosas pueden cambiar para mejor. Pero hay algunos aspectos en los que es muy importante una crítica muy radical de un fenómeno representa una decadencia. P. Una decadencia en la que incluye la corrupción política. Para ilustrarla cita usted una anécdota vivida por el escritor Jorge Eduardo Benavides, en Lima, cuando un taxista le dijo que votaba a Fujimori porque “solo robó lo justo”. R. A mí me pareció maravillosa la historia. Hay una mentalidad ahí detrás ¿no? Un político puede robar; es más, no puede no robar, pero lo importante es que robe no más de lo debido. P. Y ese tipo de conductas se están extendiendo… R. …es por el desplome de los valores, no solamente estéticos, sino otros que antes, por lo menos de la boca para fuera, todos respetábamos. El político ya no debe

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ser honrado, debe ser eficaz. El ser honrado parece una imposibilidad connatural al oficio. Bueno, si se llega a un pesimismo de esa naturaleza entonces estamos perdidos. Y creo que no es verdad y yo lo digo, eso no es verdad. Pero hay una mentalidad que identifica la política con la picardía, con la deshonestidad. Es peligrosísimo sobre todo para el futuro de la cultura democrática. Si vamos a pensar eso entonces la cultura democrática no tiene sentido y a la corta o la larga va a desplomarse también. P. Pero hay países donde hay mayor protección frente a la corrupción. R. Por supuesto. La gran diferencia está en el mundo de la democracia y en el mundo del autoritarismo. En democracia hay corrupción, desde luego, lo estamos viendo todos los días. Pero precisamente lo vemos, sale a flote, existe una justicia más o menos independiente que puede todavía sancionar a los culpables. España es un ejemplo. Se puede decir que hay mucha corrupción pero estamos viendo casos de políticos importantísimos que son sentados en el banquillo de los acusados y que son condenados por pícaros, por ladrones, por traficantes. Bueno, esa es la gran diferencia. Eso no se ve en Cuba o China, donde de repente te enteras de que le cortan la cabeza a un señor porque dicen que delinquió y tenía cargos políticos. Hay diferencias. Y dentro de las democracias también. Las más avanzadas son menos corruptas que las más primitivas, las que son mucho

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más ineficientes. Recuerdo que en los años en que viví en Inglaterra, el escándalo más grande de corrupción fue el de un ministro de Margaret Thatcher, que no solamente perdió su ministerio sino que fue preso y perdió prácticamente todo su patrimonio por haber pasado un fin de semana en el Hotel Ritz de París, pagado por un jeque árabe. O sea, una corrupción de unos cuantos cientos o unos cuantos miles de libras esterlinas. Como comprenderá, eso en la época de Fujimori en el Perú era lo que robaba normalmente un pequeño alcalde. Ya no le digo los millones de millones de millones que consiguieron Fujimori y Montesinos. La sanción social fue muy escasa, puesto que en las últimas elecciones estuvo a punto de subir otra vez al poder con el voto popular. Esas diferencias sí son muy importantes. Y creo que es fundamental ser muy exigente y riguroso en ese campo, y no pensar que por ser político se tiene derecho a robar hasta cierto límite. P. En las dictaduras hay evidentemente más corrupción. Pero también se da un fenómeno inverso. Ahí es donde la lucha de los intelectuales cobra mayor sentido. Es el caso de China con un premio Nobel de la Paz encarcelado. R. Absolutamente. Cuando la libertad desaparece es cuando la libertad de pronto resulta importante. Y cuando la lucha por la libertad se convierte en una prioridad, el intelectual, el escritor, el poeta, el novelista, el pintor, de pronto empiezan a tener una importancia central en esa lucha.

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Ese es un fenómeno que lo estamos viendo en Chi na, es interesantísimo, el caso de Ai Weiwei. Es una figura que representa hoy en día el espíritu de resistencia, la voluntad de apertura, de modernización, de democratización. P. Al tratar de la degradación de los valores, incluye también el sensacionalismo en la prensa. ¿Cree usted en la autorregulación como una vía para atajar estas prácticas? R. Creo que es la única. Que la propia prensa asuma una responsabilidad. Eso no se resuelve con sistemas de censura, ni muchísimo menos. Pero además yo creo que el sensacionalismo es la expresión de una cultura. La prensa forma parte de la vida cultural de un país. Y si la cultura empuja a la prensa a la chismografía, y hace de la chismografía un elemento central, al final el mercado se lo va a imponer a los periódicos, por más responsables y serios que quieran ser. Y eso lo estamos viendo en todas partes. Los periódicos más serios tratan de resistir, pero en un momento dado, si la supervivencia está en juego, tienen que hacer concesiones. El origen no está en los periódicos, el origen está en la cultura reinante, que impone la frivolidad y el amarillismo. P. Usted ha sufrido el sensacionalismo. R. Lo he padecido. Toda persona que es conocida hoy en día es irremediablemente víctima de la chismografía. Pasas

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a ser un objeto que ya no puede controlar su propia imagen. La imagen se puede distorsionar hasta unos extremos indescriptibles. Mucho más si haces política en un mundo subdesarrollado. Allí ya todo puede ocurrir. P. Y hay un efecto multiplicador con las nuevas tecnologías Todo alcanza un mismo nivel de importancia por el simple hecho de estar en la pantalla. P. Aunque no ataca a las religiones, sino al contrario, se percibe en el libro un canto al ateísmo ilustrado. Hay un momento incluso que identifica cultura profunda con aquella fuerza capaz de reemplazar el vacío dejado por la religión. R. La idea liberal, tradicional, de que con el avance del conocimiento, la religión se iba a ir desvaneciendo fue una ingenuidad. El grueso de la gente, países cultos o países incultos, necesita una trascendencia, algo que le asegure que no perecerá definitivamente, y que habrá otra vida de la índole que sea, y eso es lo que sostiene la religión. Solo una minoría de personas, y eso ha sido igual en el pasado y en el presente, llega a llenar ese vacío con la cultura, que les da suficiente seguridad, suficiente resistencia para aceptar la idea de la extinción. Pero es una ingenuidad combatir a la religión. Tiene una función que cumplir, y es dar ese mínimo de seguridad que permite vivir a la gente con la esperanza de otra

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vida, de una defensa contra la extinción que aterra a todas las generaciones, no importa qué nivel de cultura tenga esa sociedad. Eso lo debemos aceptar los creyentes o no creyentes, siempre y cuando la religión no pase a identificarse con el Estado, porque entonces desaparece la libertad. La religión por definición es dogmática, establece verdades absolutas, y no quiere coexistir con verdades contradictorias. Pero mientras la religión ocupe el espacio que le es propio, creo que es indispensable para que una sociedad sea verdaderamente democrática, libre, en la que se pueda coexistir en la diversidad. *** La diversidad, la libertad, la tolerancia. El escritor vive y revive en esas palabras. A lo largo de la entrevista, la amargura que, a veces, asoma en su discurso ante lo que considera la devastación de la cultura, siempre se atempera con ellas. De algún modo, son su anclaje ateo y su religión frente al espectáculo. —“Hemos escrito otro libro, ¿eh?”, bromea antes de despedirse

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