Gordon Matta‐Clark: Designar espacios, crear complejidad por Darío Corbeira 23 de julio de 2007
Gordon Matta‐Clark, uno de los hijos gemelos del pintor Roberto Matta Echaurren, realizó en un tiempo récord, del año 70 al 78, una de los corpus de obra más complejos del arte del último tercio del siglo XX. A medio camino entre la escultura y la arquitectura o, mejor dicho, simbiotizando ambas desde sus bases espaciales y conceptuales, estudiando arquitectura y construyéndose como artista en los límites más críticos de los convulsos años setenta, huyendo como del fuego del minimalismo y pop que inundaban el neoyorquino mundo del arte de los últimos años sesenta, utilizando todos los medios de expresión y reproducción que su tiempo histórico pudo permitirle, inventando una obra radical en un tiempo de transición entre lo que fue y lo que pudo ser, Matta‐Clark representa como ningún otro artista la condición de héroe moderno poseedor de los mejores atributos de los artistas del momento y casi ninguna de sus fallas. Una tormenta de oxígeno y optimismo en tiempos de desafuero, de descrédito de la modernidad y sus productos más inmediatos. No acabaremos nunca de mostrar nuestra perplejidad ante la monumentalidad propositiva de alguien que sólo ha dejado imágenes de su trabajo y las ideas que lo informaban y de agradecerle su rotunda y personal solidaridad creativa a la hora de cedernos sus propiedades: Pensaremos, reutilizando a Tzara, que él es ... el río que la montaña enfila hacia el oriente articulado de peligros y de porqués... La abundante literatura sobre su vida y su obra, los relatos que hemos escuchado a quienes le conocieron y sobre todo, su obra y sus impagables entrevistas, nos ayudan a reconstruir el retrato de un artista explosivo, dinámico, compulsivo e hiperactivo que, con una inteligencia y capacidad intuitiva notables, desarrolla en un tiempo corto y rápido un conjunto de actividades artísticas vehiculadas a través de los más diferentes soportes, constitutivas de un sólido discurso capaz de generar experiencia estética más allá de su tiempo. Un tiempo, el suyo, heredero de conflictos sociales y políticos sin resolver, heredero de los triunfos y los fracasos, de los llenos y vacíos que la utopía sesentayochista había legado sin afán de heroísmo a todas las ciudadanías de occidente; en esto deberíamos ser claros y alejarnos de las rebajas de cualquier precepto posmoderno al uso, el tiempo de Matta‐Clark es la culminación histórica de un largo proceso emancipatorio que por primera vez pone sobre las mesas de la izquierda cuestiones de vida cotidiana, de género, de creación de sentido crítico y de ruptura cultural con las viejas tradiciones, al amparo del estado de bienestar y de los substratos ideológicos mayoritariamente impregnados de marxismo, de negación y de doble negación. Tiempos de optimismo dentro de una derrota, la de todos los mayos, hoy más cuestionable que nunca. Uno de los líderes de la revuelta de París, Alain Gesmair, afirma que mayo del 68 no fue una derrota ni una victoria, sino un tiempo y unos lugares a partir de los cuales las cosas fueron distintas. Culturalmente, al menos, distintas.