Diego y los limones mágicos

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D iego y Daniela estaban jugando en la sala, mientras la abuela preparaba galletas en la cocina. Despu茅s de meterlas en el horno, la abuela se asom贸:


–¿Qué desorden terrible es éste? -preguntó. –Jugamos a zafarrancho, abuela -contestaron Diego y Daniela-. ¿Quieres jugar con nosotros?


Pero la abuela no quería. –¿No prefieren ir a conocer la casa de la bruja? -dijo. –¿Es casa de bruja de verdad? -preguntó Daniela. –¿Veremos a la bruja? -preguntó Diego. –Es casa de bruja de verdad, y no sé…, es posible que veamos a la bruja. La abuela se puso su sombrero. Diego tomó su morral y Daniela, su muñeco de madera. Caminaron por una acera de cemento, por una calle empedrada y por un sendero de tierra. Iban asustados y emocionados.




Por fin, llegaron. La casa de la bruja era vieja, vieja; sucia, sucia; oscura, oscura. –Tétrica -dijo la abuela. El jardín parecía un pedazo de selva, y en medio, había un coche abandonado lleno de helechos y flores. En el volante estaba posado un pajarito. –¿Dónde está la bruja? -preguntó Diego.



Y el pajarito cantó: No está en la sala ni está en la cama; recoge f lores de la retama Los tres miraron hacia la mata de retama, cuando…

s hhhhhhhhhh

h ui s hhhhhh

…la bruja pasó volando por encima de sus cabezas. Diego y Daniela sintieron un viento helado y tiritaron.


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