El armario chino

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ekaré EDICIONES

Edición a cargo de María Cecilia Silva-Díaz Dirección de arte: Irene Savino Con la colaboración de Aitana Carrasco y Miguel Murugarren © 2016 Javier Sáez Castán © 2016 Ediciones Ekaré Todos los derechos reservados Av. Luis Roche, Edif. Banco del Libro, Altamira Sur. Caracas 1060, Venezuela C/ Sant Agustí 6, bajos. 08012 Barcelona, España www.ekare.com ISBN 978-84-944291-5-6 Depósito legal B.26546.2015 Impreso en China por RRD APSL




UN LIBRO DE IDA Y VUELTA elaborado según notas de Mons Snow UN LIBRO DE IDA Y VUELTA elaborado según notas de Mons Snow


NOTICIA SOBRE EL ARMARIO Tomado de las Antigüedades chinas, de Mons Snow

[…] como les dije hace un momento, esto puede tomarse como presentación o epílogo; ustedes tendrán que dilucidarlo. Mi cometido es otro; solo quiero contarles una vez más la vieja historia de mi encuentro con el armario, con el Armario Chino. Corría, creo, el año 1881. En todo caso era algún momento del siglo xix, de eso estoy bien seguro, pues por aquel entonces yo era un experimentado tratante de antigüedades chinescas con un futuro prometedor. Recuerdo que merodeaba por el Barrio Chino de San Francisco bajo el ardiente sol del mediodía cuando encontré un miserable bazar, apenas un garito en cuya puerta se amontonaban baratijas y curiosidades de poco valor. ¿Había estado ya allí? Probablemente, pero mis extenuantes viajes desde las antípodas habían desgastado mi memoria y apenas recordaba. En el umbral, a medio camino entre la luz y la sombra, un enjambre de murciélagos que colgaba de una viga del techo se manifestó como nube o dragón, y revoloteó a mi alrededor antes de desaparecer en las profundidades del local. Una voz, tal vez la del vendedor, me saludó desde el fondo de aquella cueva: –Le ruego que no se incomode, honorable señor; como Vd. sabe, en Oriente consideramos a los murciélagos como portadores de buena suerte. Sea bienvenido una vez más, Mr. Snow. El último de los murciélagos, un rezagado, aleteó a mi alrededor hasta convertirse en un parpadeo, y en ese momento comencé a percibir la penumbra como luz. Una luz turbia como el ojo de una carpa, pero luz al fin y al cabo. La comprensión se hizo patente, poco a poco, en forma de rara familiaridad. Yo ya había estado allí, y nunca había sido la primera vez, ni siquiera la última: era el momento de la revelación. En un rincón, en medio de otros muchos objetos, sólido como una torre, evanescente como una orquídea, estaba el sueño de cualquier coleccionista: el Armario Chino. No pude distinguir el color, pero a medida que reconocía sus majestuosas formas, experimenté la antigua sorpresa ante el hecho de que su puerta no tuviera tirador. ¿Cómo podría abrirse entonces? La respuesta acudió a mi mente un segundo antes que la pregunta: la puerta solo podría abrirse desde dentro. La respuesta brillaba ahora ante mí con la fosforescencia del jade de los Ming: la puerta siempre había estado abierta como lo está ahora, ante ustedes. Pasen, por favor, y recorran sus páginas. O salgan de ellas, si pueden. ¿Quién sabe? Mons Snow. Neuquén, enero de 1911



–¿Para qué quieres que vaya a ver al niño? Te digo que está durmiendo. –Es por ese horrible armario. Sabes que no me gusta.


–Lo importante es que tienes toda la razón. Mañana mismo haré que lo tiren. –De acuerdo. Pero mientras tanto… ¿no podrías ir a echar un vistazo a Kurt?


–¡Anda! No está en su cama. ¡Qué raro! –¡Ay! ¡Te lo dije!


–¿Pero de veras lo traje yo? Es que no recuerdo… –No empecemos otra vez, Otto.


–¡Mira! ¡Ahí sale! –Vaya, estaba en el armario. La puerta del armario se cerró sola. El niño apareció en otro lugar.


–No, en serio, Anna: creo que los niños no deberían tener cosas rojas. Les mete ideas raras en la cabeza. –Sí, pero ¿y ese horrible armario? Nunca debiste traerlo a casa.


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