Desde hace mucho tiempo mamá, papá, Bea, Isa y yo hemos esperado que llegue este día. Mamá tiene dolores y eso quiere decir que su bebé está listo para nacer. Isa y Bea hacen una cama gigante al lado de la chimenea para mamá y el bebé.
Yo ayudo a mamá a colocar la ropa del bebé en la mesa. Las medias son tan pequeñitas que sólo mis dedos caben adentro. —Juan, esta noche vestiremos al bebé con su ropa nueva –me dice mamá. Es difícil imaginarlo. Me pregunto si será niño o niña. Me gustaría tener un hermano.
Bobo está ladrando. Debe ser que Ana, la partera, está llegando. Afuera, la noche está tormentosa. Hay un viento salvaje y las nubes corren como locas. Yo también tengo ganas de correr. —Voy a salir a caminar en el viento –dice mamá–. El bebé llegará más rápido así. Yo no creo. Si yo fuera un bebé y escuchara ese viento, preferiría quedarme adentro de mi mamá, flotando en el agua tibia.
Ana coloca todos sus instrumentos sobre la mesa. Hay un micrófono especial para oír el corazón del bebé, y oxígeno en caso de que el bebé lo necesite.
Isa habla con la abuela por teléfono y le cuenta que mamá está bien. —Tendremos que traer más leña, Juan –me dice papá–. El cuarto debe estar tibio para un bebé nuevo. La semana pasada Enrique, nuestro vecino, nos dejó una carga de leña. Dijo que era un regalo para el bebé. Me pareció un regalo muy extraño para un bebé, pero ahora entiendo.